LA GUERRA CONTRA IRAK..., INTERSUBJETIVIDAD Y ÉTICA
José
Padrón G.
Caracas,
Febrero de 2003
Reproducido en:
http://alainet.org/active/show_text.php3?key=3232
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Hace
unos días, el 13 de febrero de este año, en un programa de debates de la
Televisora Española (TVE), se planteó el tema de la posible guerra de USA
contra Irak. Dos de los invitados defendían la iniciativa de USA con un
argumento reiterado que es, más o menos, el siguiente: Saddam
Hussein es un dictador, es una amenaza a la paz mundial y, por tanto, debe ser
atacado militarmente. Este argumento tiene muchas implicaciones, tanto de
tipo ético como político, militar, etc.
Pero
también se basa en importantes presuposiciones de orden epistemológico, las
cuales aparentemente no serían tan fuertes ante, por ejemplo, la
falacia implícita en la sustitución asociativa del concepto de
“pueblo de Irak” por el término de “Saddam Hussein” (que lleva a
justificar engañosamente la agresión a todo un pueblo y cuya estructura de
fondo es algo así como: Hussein es malo,
matemos a los iraquíes). Más importante que la cuestión epistemológica
podría también ser el supuesto de que el fin justifica los medios o de que las
acusaciones no requieren pruebas. Esto último, por cierto, es uno de los
aspectos que vinculan las bases éticas, jurídicas y sociopolíticas de ese
argumento con sus implicaciones epistemológicas. Veremos cómo todo está íntimamente
relacionado.
Antes
quiero hacer notar que la forma de este argumento está mundialmente mucho más
extendida de lo que parece. En efecto, es la misma forma del argumento que se
esgrimió a favor de la respuesta militar de USA contra Afganistán a raíz del
ataque a las Torres Gemelas: ante un
ataque ‘bélico’ (?) de Bin Laden, que opera desde Afganistán, hay que
atacar bélicamente a Afganistán. De otro modo: Bin
Laden es una amenza, matemos a los afganos, incluyendo ancianos, mujeres y niños.
Y hay muchos otros ejemplos de esta forma argumental, incluso en la actual
crisis política venezolana, como veremos.
Por eso, estas reflexiones no se refieren, en realidad, a la guerra contra Irak ni contra Afganistán y ni siquiera a USA ni a la política venezolana. Lo que sí me interesa es mostrar, tomando como pie esa forma argumental, cómo algunas cuestiones epistemológicas y académicas se identifican con otras cuestiones éticas y sociopolíticas. Esto nos serviría, entre otras cosas, para discutir si algunas actitudes y conductas ético-políticas, ardientemente defendidas por muchos académicos, son coherentes con algunos puntos centrales que ellos mismos suelen divulgar y admitir convencidamente en el mundo académico y de la investigación científica.
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Uno
de los problemas centrales en Teoría de la Ciencia es el de la validez que para
los seres humanos y para la sociedad puedan tener las construcciones científicas
en el marco de las relaciones entre el investigador y la realidad que él
investiga. Por ejemplo, cuando un individuo dice “esta pared es verde”, ¿cómo
sabemos si en realidad la pared es verde o si, en cambio, es que él la ve
verde? De hecho, los alucinados suelen ver cosas que las demás personas no.
Entonces,
si se trata de descripciones que sólo valen para un observador, pero no para
los demás en las mismas circunstancias, decimos que son “subjetivas”. Se
habla así de “subjetividad”, “subjetivismo”…, y algunos filósofos
acuñaron la palabra “solipsismo”, para referirse a ideas e informaciones
que sólo valen para la persona que las elabora, pero no para las demás
(juntaron las palabras latinas ‘solus’-‘ipse’, donde ‘ipse’
significa ‘él mismo’, de modo que sería algo así como ‘sólo para él
mismo’).
Como
contraparte, también se habla de “objetividad”, “objetivismo”…, para
hacer referencia a aquella información que no es exclusiva de un observador,
sino que se corresponde fielmente con la realidad y con lo que ‘efectivamente
ocurre’. Muchos filósofos pensaron que la fidelidad de la información con
respecto a la realidad, es decir, la “objetividad”, era un modo adecuado de
definir la “verdad”. Y, como la ciencia busca verdades, entonces la ciencia
tenía que ser ‘objetiva’. Así, se llegó a valorar la subjetividad sólo
en los poetas, los pintores y los artistas en general, pero nunca en la ciencia.
Al contrario, en la ciencia lo que se valora es, decididamente, la objetividad.
Pero ¿en qué sentido? ¿En el sentido de correspondencia con la realidad?
Resulta
que la noción de objetividad, en cuanto fidelidad a lo que realmente ocurre,
tiene un problema serio: ¿cómo saber que algo “realmente ocurre” o que es
“realmente” de un cierto modo y no de otro? Volvamos al caso de quien dice
“esta pared es verde”: ¿cómo garantizamos que ‘en realidad’ la pared
es verde en sí misma, independientemente de quien la observa? ¿Cómo podemos
estar seguros de que el color verde de la pared es lo que “realmente
ocurre”?
Alguien
podría responder que la pared es realmente verde si ponemos a muchas otras
personas frente a la pared y les pedimos que digan de qué color es. Si todos
ven el mismo color verde, entonces la pared será ‘realmente’ verde y se
comprobará la objetividad de la descripción original. En caso contrario, esa
descripción original habrá sido subjetiva (y hasta solipsista).
Pero,
si lo pensamos bien, veremos que la estrategia no es muy buena. Por más que
millones de personas digan que la pared es verde, lo más que podemos concluir
de eso es que la pared fue descrita como verde por un millón de personas, pero
no hay razón lógica para concluir que, de hecho, en sí misma, la pared es
verde. Podría ser sólo una cuestión estadística (y hasta meramente
consultiva), ya que no sería nada raro que entre ese millón de personas
hubiera unas 10 o 20, quizás más, que dijeran que la pared es azul, por
ejemplo, o negra. ¿Diríamos que la pared es 99% o 98% verde? Otra salida sería
concluir que la pared es verde y que esas 10 o 20 personas son anormales, o sea,
no se comportan como el promedio, con lo cual volvemos a caer en una solución
estadística. Con eso, nos quedamos sin saber cuál es el color de la pared en sí
misma, como sería el caso de que desaparecieran todas las personas y que no
existiera ningún observador.
Otra
solución menos problemática, aunque pudiera parecer evasiva, es abandonar el
problema de cómo es la realidad en sí misma, independiente de los
observadores, y dejar de preocuparnos por el modo en que ‘efectivamente
ocurren’ los hechos. Un punto a favor de esta idea es que pudiera ocurrir que
aun el concepto de “color” fuera un concepto generado por la mente humana a
partir de nuestras particulares condiciones de percepción de la realidad.
Uno
de los filósofos de la ciencia concluyó que “toda observación está cargada
de teoría”. O sea: aun nuestros propios procesos de percepción y de
observación del mundo y, por supuesto, también nuestros propios procesos de
razonamiento, están previa e inexorablemente supeditados a ciertas estructuras
y contenidos de pensamiento, a ciertas configuraciones socio-culturales y a
ciertas especificaciones biológicas. Un dato a favor de esto es que, por
ejemplo, los perros perciben las cosas en blanco y negro y por tanto jamás se
plantearían la pregunta de si esa pared es verde o azul. Tampoco los murciélagos,
si fueran investigadores, se plantearían esa y muchas otras clases de preguntas
que nos hacemos los humanos. O al revés, probablemente: si los perros o los
murciélagos fueran investigadores, seguramente se plantearían muchas clases de
preguntas que los humanos ni siquiera imaginamos.
Si
esto es así, entonces una solución razonable, no demasiado ambiciosa, pero sí
bastante práctica, consiste en definir primero ciertos criterios, ciertos parámetros,
ciertos cánones conceptuales y procedimentales, en síntesis, ciertas
REFERENCIAS, que nos permitan decidir la verdad de una determinada información
acerca de la realidad. Así, la verdad y la objetividad no estarían sustentadas
en la fidelidad de la información con respecto al mundo, tal como éste es en sí
mismo, sino más bien en la fidelidad con respecto a un particular sistema de
REFERENCIAS previamente definido.
Para
el caso de si la pared es verde o no, podríamos comenzar, por ejemplo,
definiendo el color como un cierto valor asociado a la frecuencia o, a la
inversa, a la longitud de onda de las radiaciones de la luz sobre los objetos
(referencia conceptual). Podríamos, además, idear un instrumento asociado a
una escala de valores, que fuera capaz de medir la frecuencia de las radiaciones
de la luz en los objetos (referencia instrumental). También podríamos acordar
un cierto protocolo para la aplicación y uso del instrumento de medición en
determinadas condiciones (referencia procedimental), etc.
Para
decidir, por ejemplo, la verdad de las afirmaciones según las cuales Chávez es
un dictador o si Venezuela se halla
bajo una tiranía castrocomunista,
podríamos acordar referencias conceptuales en torno a qué es un dictador o qué
es una tiranía o qué es castrocomunismo, etc., pasando luego a acordar
referencias instrumentales y referencias procedimentales, de modo que podamos
decidir acerca de los grados de tiranía o de dictadura con distintas
situaciones y personajes (podría ocurrir que muchas de las situaciones que nos
parecen amables e inocentes resultaran marcadamente tiránicas o dictatoriales,
y viceversa).
En
fin, nos olvidamos del problema de la “realidad efectiva” y nos concentramos
más bien en las posibilidades de progreso y adelanto en la resolución de
problemas y en la acumulación de conocimientos que nos permitan controlar el
mundo en el que nos movemos, aun cuando no sepamos muy bien cómo es, en sí
mismo, ese mundo.
De
ese modo, el concepto de “objetividad” se traslada hacia el mundo de las
referencias y de los acuerdos o convenciones. Y la validez de nuestros
pensamientos e información sobre la realidad pasa a basarse en su
correspondencia con esas referencias y convenciones. En ese marco, tenemos además
la posibilidad de evaluar, criticar, entendernos, negociar, etc.
Como
se ve, este concepto de “objetividad” se transforma en el concepto de
“INTERSUBJETIVIDAD”, ya que la validez descansa ahora sobre las Referencias
y las Convenciones, todo lo cual supone un entendimiento y un lenguaje
entre los “sujetos”. Cuando los sujetos se entienden entre sí y constituyen
bases estables de acuerdo y de decisión, entonces se reducen los peligros tanto
de la “subjetividad” (centrados en las oscuras conciencias de cada quien)
como los de la “objetividad” tradicional (centrados en los espejismos del
mundo).
Razonar
y argumentar se convierten así en los recursos más importantes de la
Intersubjetividad. Y, por supuesto, de todo esto quedan excluidos la
irracionalidad, los sentimientos destructivos, la visceralidad, las conductas
automáticas y, por encima de todo, quedaría excluida la Ley de la Selva o la
Ley del más Fuerte. Sin embargo, no todo es color de rosa, como veremos.
Esta
Intersubjetividad que rige para el
mundo de la ciencia, de la academia y de la investigación y que muchos académicos
investigadores pregonan, se halla en fuerte contradicción con muchas conductas
y actitudes en el plano ético y sociopolítico, aun cuando en realidad no se
trata sólo de la ciencia y la academia, sino también de estos otros planos
humanos. En efecto, la intersubjetividad no sólo es la solución para decidir
sobre la verdad o falsedad, sino también para decidir sobre la maldad y la
bondad o sobre el delito y la virtud.
Las
leyes locales, nacionales e internacionales, así como los sistemas judiciales,
tribunalicios, policiales y fiscales constituyen la referencia conceptual,
instrumental y procedimental para decidir la validez de las conductas éticas y
sociopolíticas.
En conclusión, las nociones de subjetividad, objetividad e intersubjetividad no son exclusivas de la ciencia, la investigación y la academia, sino que también se extienden a otras esferas. De hecho, la civilización no es otra cosa que intersubjetividad. Cosas como el fascismo, la Ley del más Fuerte, las oligocracias y aristocracias, los monopolios, las pretensiones de “Policía del Mundo”, las trampas electorales y golpistas, etc., son vicios de subjetividad, es decir, puro “solipsismo” ético y sociopolítico.
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Volvamos ahora al argumento de los invitados españoles citado al principio.
Como dije, no voy a referirme a la falacia de sustitución asociativa, según la
cual se homologan dos términos no iguales: Saddan
Hussein (=término 1) es una amenaza, por tanto ataquemos a Irak
(=término 2). La eliminación de la segunda premisa menor es lo que genera la
sustitución del término 1 por el término 2. En efecto, el silogismo completo
sería el siguiente, donde se ve claramente que la conclusión no se deduce de
las premisas. Pero si eliminamos la segunda premisa, entonces se genera la
falacia sustitutiva:
PREMISA
1: Saddam Hussein es una amenaza
PREMISA
2: Saddam Hussein es el jefe de Irak
CONCLUSIÓN:
Hay que atacar a Irak (atacando a Irak, desaparece la amenaza).
La invalidez de este razonamiento se evidenció empíricamente en el caso de Afganistán (Bin Laden es una amenaza ® Bin Laden opera desde Afganistán ® Atacando a Afganistán desaparece la amenaza). Invadieron a Afganistán, murieron muchos inocentes y Bin Laden sigue vivo y activo, según se dice (?).
Más
que esa falacia, llama la atención la pretensión de validez de una proposición
como “Fulano es una amenaza para la Paz”. ¿Cómo decidir el valor de verdad
de esa proposición? Si lo pensamos bien, no encontraremos ningún fundamento lógico
para una decisión así, tal como están planteadas las cosas. A pesar de eso,
muchos admiten su validez y aun su veracidad.
Alguien
muy conocido sostenía que una mentira repetida mil veces se convierte en
verdad, de donde se deduce que la base del criterio de intersubjetividad estaría
en la repetición constante de una misma proposición. ¿Y qué mejor mecanismo
de repetición que la TV y los medios masivos en general? Conclusión falsa:
cualquier proposición se transforma en verdadera si se repite insistentemente
por los medios masivos. Allí está uno de los actuales criterios de
intersubjetividad: lo que digan la TV y demás medios, es decir, lo que digan
sus dueños. En otras palabras: si Ud. tiene suficiente dinero como para montar
y expandir un canal de TV exitoso, entonces todo lo que Ud. diga llegará a ser
válido y verdadero, especialmente si Ud. logra que los demás dueños de medios
se unan a su campaña de repeticiones.
No
parece necesario pensar demasiado para darse cuenta de que la repetición
insistente no puede fundamentar un criterio de intersubjetividad. En primer
lugar, la intersubjetividad no puede relegarse a unos pocos promotores de campañas,
por más extendidas y eficientes que éstas lleguen a ser. Segundo, tampoco
puede delegarse en la cantidad de público que llegue a ser persuadida, o sea,
en la potencia de persuasión, ya que, como vimos antes, las soluciones estadísticas
y consultivas no garantizan la veracidad de ninguna proposición (así como
“esta pared es verde” no es verdadero sólo porque un millón de personas
“vea” la pared “verde”), menos aun cuando se trata de un efecto de
persuasión y no de observación.
Lo
que quiero decir es que proposiciones como “Hussein es una amenaza para la
paz” sólo podrían ser válidas como hipótesis, pero jamás como verdades.
Mientras no sean sometidas a ciertas referencias intersubjetivas, no pasan de
ser solipsismos. En fin, nadie puede justificar una guerra contra ningún país
sobre la base de proposiciones solipsistas.
¿Y cuáles podrían ser esas referencias intersubjetivas? En general, para el tipo de proposiciones que implican culpabilidad y calificaciones éticas están los sistemas judiciales y de arbitraje, nacionales e internacionales. Nadie está autorizado para solicitar, digamos, represalias contra Ud. bajo la acusación de que Ud. es asesino o ladrón, si ningún tribunal lo ha condenado como tal. Mientras esto último no ocurra, tal acusación será puro subjetivismo y no podrá ser tomada como verdad. Sólo si acordamos referencias previas, como podría ser el caso de los sistemas judiciales, entre otros, tendremos algún fundamento intersubjetivo para decidir la verdad de nuestros juicios y para apoyar sanciones éticas y políticas o acciones de respuesta. De ese modo, nadie puede justificar un golpe de estado ni el derrocamiento de un gobierno bajo la premisa de que el gobierno es una dictadura, una tiranía o una amenaza, si previamente no se ha establecido la verdad intersubjetiva de esa afirmación. Es así como la gran mayoría de las pretensiones de guerra contra un país o de derrocamiento de un gobierno, entre muchas otras cosas, tienen una fuerte base subjetiva y solipsista. Aquello de que “la historia la escriben los vencedores” implicaría que las percepciones que tenemos (y que nos enseñan los medios) de la realidad política mundial están cargadas de subjetividad y solipsismo.
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Dos
conclusiones provisionales se derivan de todo esto: la primera es que, tanto en
el mundo de la investigación académica como en el mundo de la acción sociopolítica,
estamos obligados a fortalecer los sistemas referenciales intersubjetivos de
validez y verdad. La Ciencia y la Academia no pueden progresar sin la Crítica,
es decir, sin mecanismos de referencia intersubjetiva cada vez más potentes.
Una de las áreas de trabajo más delicadas dentro de la investigación científica
consiste en la conformación y en el consolidamiento de los sistemas de
referencia intersubjetiva, tanto de tipo conceptual como de tipo instrumental y
procedimental. En la medida en que estos sistemas sean débiles, en esa medida
serán poco creíbles los resultados de la investigación. Pero esto también se
aplica a la política y a la ética, al mundo de las acciones socializadas y
sistemáticas: si los sistemas de referencia intersubjetiva son débiles o si
son delegados en cosas como unos medios masivos irresponsables e incontrolados,
serán también débiles los cimientos de cualquier civilización.
La segunda conclusión puede tener forma de pregunta: ¿podemos ser investigadores académicos plenamente coherentes si, mientras por un lado predicamos la intersubjetivad en el plano científico, por otro lado apoyamos el solipsismo en el plano ético y sociopolítico?
Termino advirtiendo que todo esto es aplicable
tanto si se tienen posiciones “tercermundistas” como si se tienen posiciones
“imperialistas” o intermedias. Es decir, por estos mismos argumentos nadie
puede defender ataques contra USA, por ejemplo, ni contra los opositores de los
gobiernos de izquierda..., ni contra nadie en general. Si estos razonamientos
son correctos, entonce toda acción agresora subjetivamente fundada es en
realidad una agresión a la civilización, independientemente de las posiciones
o ideales.