EL CASO ALTAMIRA, LOS MEDIOS, LA RACIONALIDAD
(ANTE LOS SUCESOS TRÁGICOS DE ALTAMIRA *)
José
Padrón, Caracas, diciembre de 2002
Reproducido en:
http://www.nodo50.org/ellibertario/cobertura_diciembre02.htm
http://www.antiescualidos.com/Portal/Secciones/Articulos/Diciembre/NOALPARO10/padron.htm
http://transdisciplina.tripod.com/periodismo_mercenario-47.htm
http://alainet.org/active/show_text.php3?key=2900
Ante la creciente pérdida de
racionalidad que vive el país de modo cada vez más acelerado, me siento
personalmente obligado, como académico, a llamar la atención sobre los gravísimos
peligros que para todos los venezolanos representa esta galopante
irracionalidad. Creo que los académicos, y en particular los investigadores
sociales, tienen la obligación perentoria, de primer orden, no sólo de
explicar científicamente qué es lo que está ocurriendo sino también de
llamar a la razón y de participar en la formación de la opinión pública.
Desafortunadamente, no parece ser precisamente la voz de la academia la que más
se levanta ni, por tanto, la que más se oye. Al contrario, da más bien la
impresión de que aun los académicos han llegado a ser víctimas (y, a veces,
promotores) de esta irracionalidad creciente.
Quiero, además, hacer esta
advertencia fuera de toda posición partidista, de la manera más imparcial y
responsable, pensando exclusivamente en los sanos intereses de todos, bajo la
convicción de que, con la pérdida de la racionalidad, se pierde también
absolutamente cualquier posible bienestar que hayamos ganado o al que podamos
aspirar en el futuro. Esto se aplica a cualquier ciudadano sin ninguna distinción,
tanto si está ubicado en un bando político u otro, como si pertenece a
terceras opciones o, incluso, si es totalmente ajeno a las disensiones.
Dado que carezco de las condiciones
y de la capacidad para considerar en este mensaje todas las facetas y los
factores de esta crisis, sólo me limito a puntualizar la responsabilidad que en
esta grave situación tienen los medios de comunicación social, muy
especialmente los canales de TV (tanto los privados como los del estado).
Hemos llegado a un punto en que
hemos perdido uno de nuestros más sagrados derechos ciudadanos: el derecho a la
información referencial, aquella que nos pone al tanto de los hechos relevantes
sin pretender manejar interesadamente nuestras emociones y nuestras conductas.
Al contrario de eso, las
organizaciones de comunicación masiva se han empeñado en castrarnos toda
capacidad de contrastación y de crítica racional, intentando dirigir nuestros
pensamientos y nuestras adhesiones personales de un modo francamente abusivo y
salvaje, excluyendo de sus perspectivas prácticamente cualquier otra estrategia
que no sea la de ponernos a unos contra otros y descartando groseramente
cualquier otro fin que no sea el de sus propias visiones y conveniencias
socio-políticas.
Lamentablemente, desde muchísimo
tiempo antes de la actual coyuntura política venezolana, ya una gran parte de
nuestras organizaciones de comunicación masiva venían históricamente moviéndose
dentro de dos grandes tradiciones nefastas de gestión comunicacional: la
tradición amarillista y la tradición mercenaria.
Bajo la gestión amarillista, el derecho ciudadano a la información estuvo siempre supeditado a la explotación de la desgracia y el dolor humanos en función del impacto emocional (irracional) potencialmente generador de grandes dividendos. En Latinoamérica, tal vez el caso más patético de amarillismo es, durante la conocida tragedia de Armero, en Colombia, aquella niña, Omayra Sánchez, hundiéndose en una masa de barro, sin que nadie la ayudara, y el grupo de reporteros a su alrededor, entrevistándola “en vivo” acerca de cómo se sentía muriendo de ese modo (véase la foto, aquí mismo).
Aparte de ese caso, son ya
consuetudinarios los programa del tipo “Ocurrió así”, “Cristina”, etc.
Además, todos estamos enterados de las graves críticas que psicólogos, sociólogos
y filósofos, desde hace muchos años, han dirigido contra la TV en lo que toca
a telenovelas, violencia, publicidad nociva, etc. Los educadores de todas las épocas
(excepto muchos educadores venezolanos ahora, justo en este momento de
conflicto) han sido paladines en la lucha por un redimensionamiento de la función
social de los medios masivos. Hay muchos estudios que evidencian el fracaso de
la Educación formal a manos de los medios masivos.
En el rubro de la comunicación mercenaria,
la información a la cual tiene derecho el ciudadano se administra en función
de las negociaciones de poder, llevadas a cabo en la penumbra de ciertos
escenarios políticos y empresariales, por vía de toda una maraña de
chantajes, de sicariato mediático, de alianzas y traiciones. Dentro de esa lúgubre
tradición mercenaria se han fabricado héroes y líderes de papel, así como
también demonios y cadáveres políticos y empresariales. El periodismo
mercenario es que el interviene con la información en el medio de una lucha,
poniéndose al lado del mejor postor.
Todos en Venezuela reconocemos a
algunos de estos personajes de los medios de comunicación social, cuya
notoriedad descansa sobre la base de una trayectoria periodística mercenaria,
vinculada a la historia política venezolana.
Sin embargo estas dos tradiciones
suelen unirse indisolublemente, ya que a menudo el amarillismo se aprovecha
también de conflictos políticos económicamente rentables. De hecho, la
historia norteamericana reconoce en el Sr. Hearst al gran maestro del periodismo
amarillista y mercenario, como sólida fusión de estrategias que, actuando
sistemáticamente en contra del derecho a la información, genera grandes
dividendos de poder, influencia y riqueza. Por cierto, da toda la impresión de
que nuestros medios masivos venezolanos se han orientado por las enseñanzas de
ese maestro norteamericano, tristemente grande.
Dentro de esa doble línea de
tradición periodística se ha montado ahora el comportamiento de todos los
medios masivos venezolanos ante el actual conflicto político venezolano,
trayendo varias consecuencias realmente tristes.
Una de estas consecuencias es el
enorme estrés colectivo e individual que todos los venezolanos estamos
sufriendo de manera cada vez más aguda e insoportable. Se trata de un estrés
que comienza a rayar en angustia, terror y en una significativa merma de
nuestras capacidades intelectuales y laborales.
Otra consecuencia, sumamente grave,
es que una enorme parte de los venezolanos, en especial aquéllos que
han tomado partido de modo relativamente fanático en alguno de los
sectores enfrentados, han llegado a un estado en el que prefieren que los medios
les mientan, siempre y cuando esa información falsa los complazca o les
convenga y, a la inversa, han llegado a preferir que les oculten aquellas
verdades que les resultan desagradables o inconvenientes a su propio fanatismo.
Una evidencia de esto está en que muchos o casi todos saben que cada canal de
TV minimiza unas cosas y maximiza otras, oculta unas cosas e inventa otras. Sin
embargo, las personas continúan siendo fieles a su canal de TV y lo defienden
vehementemente en contra de los canales del otro bando. Lo más racional sería
protestar contra ese canal, emisora o periódico que nos informa mal (al menos
bajo el supuesto de que cada quien valora su propio derecho a estar informado).
Pero esto está muy lejos de ocurrir. El venezolano, en general, ha renunciado a
su derecho a la información, a cambio de sus propios intereses políticos.
Por supuesto, todo esto lo saben
los gestores de los medios y lo aprovechan decididamente. No podría haber una pérdida
más estrepitosa y más trágica del derecho a la información, un derecho que
va mucho más allá de los personajes políticos y mucho más allá de esta
situación histórica que estamos viviendo. Dicha situación pasará alguna vez
y pasarán también los años, pero será ya muy difícil que en un futuro
podamos revalorizar y reconquistar nuestro derecho a estar responsablemente
informados.
El ejemplo más reciente es el caso
actual de los tristes sucesos de la Plaza Altamira, frente a otros sucesos
igualmente lamentables, como, por ejemplo, la gran tragedia de los 50 muertos en
un sitio nocturno de la Avenida Baralt. Nadie con un mínimo de seriedad podría
negar la abismal diferencia en el tratamiento que hicieron los medios de esos
dos casos, hasta el punto de que hay algunos que todavía no se han enterado del
segundo. Resulta muy llamativo cómo varios medios, a los escasos dos minutos de
haber comenzado los sucesos de Altamira, ya habían concluido su labor de
investigadores, de abogados y de jueces, ofreciéndole al público no sólo los
resultados concluyentes del suceso, sino además toda una edición de imágenes
orientadas no a informar, sino a impactar y, por tanto, a promover ciertas
conductas masivas. De allí en adelante, una leyenda fija en la parte inferior
de la pantalla, peligrosamente sugerente, orientaba cualquier detalle noticioso
al respecto: “la masacre de Altamira”. Por otro lado, ni siquiera nos
aproximamos medianamente al dolor que también debe estar todavía embargando a
los familiares de los 50 muertos de la discoteca de la Baralt.
Alguien podría decir que el
segundo caso es un accidente y el primero un crimen. Pero no. Toda muerte es
dolorosa y sólo una mente muy ingenua supondría que fue esa la razón de la
diferencia en la cobertura mediática. Algo sumamente importante es que el
segundo suceso no genera dividendos noticiosos, mientras que el primero es toda
una mina.
En EUA, por ejemplo, ha habido crímenes
mucho más espeluznantes, como los asesinatos en colegios, las masacres en
sitios públicos, etc. (sin mencionar el hecho de que una gran cantidad de presidentes y dirigentes norteamericanos
han sido asesinados por fanáticos o desquiciados). Sin embargo, aparte de
algunos ribetes amarillistas menores, estas masacres criminales no han recibido
un tratamiento tan significativamente orientado ni nadie los ha asociado a la
eventual responsabilidad que podría tener el gobierno norteamericano en las
neurosis de Vietnam (como sostienen allá muchos críticos) ni a ninguna otra
responsabilidad de naturaleza política. Aquí, nuestros medios, en cambio, nos
lo presentan como algo único y excepcionalmente significativo en todo escenario
histórico. Creo que cualquier persona con cierta criticidad estará de acuerdo
en que una cosa ha sido el suceso material, físico, de la tragedia de Altamira
y otra cosa ha sido la versión periodística del mismo. Me parece que no son
dos realidades idénticas.
Por supuesto que el caso Altamira
no es el único ejemplo ni son los medios privados los únicos responsables de
la situación que critico. Por parte de los medios masivos estatales podrían
también citarse muchos ejemplos análogos. Traigo a colación ese caso en
particular sólo porque es el de mayor impacto reciente y porque parece tener,
además, toda la carga de un peligroso detonante. En efecto, dentro de este
proceso de acumulación progresiva de irracionalidad en el cual los
medios de uno y otro bando han sido en alguna medida responsables, este caso
particular de tratamiento noticioso está muy cerca de la “gota que colma el
vaso”. Cuando menos, nadie puede negar el inmenso poder estresante que está
teniendo sobre la mayoría de los venezolanos.
Así, pues, este comportamiento de
los medios masivos es uno de los factores más importantes dentro de la actual
crisis de racionalidad que estamos viviendo a partir del conflicto político.
Estoy seguro de que si los medios modificaran esa tendencia, si se dedicaran con
total honestidad a actuar en función de nuestro derecho a la información,
eliminando toda intención amarillista y mercenaria y deslastrándose de todo
interés particular en ciertas ganancias políticas, el conflicto político
venezolano podría resolverse con mucha mayor rapidez, mucho más
equilibradamente y con resultados más justos para todos.
Pero como esto último parece
totalmente utópico, entonces no nos queda más salida que hacer cada uno un
esfuerzo, como ciudadanos, como individuos y como grupos familiares, por
fortalecer nuestra capacidad crítica, por incrementar nuestras habilidades de
análisis e interpretación y por ser cognitivamente menos superficiales y más
profundos ante el manejo de la información.
Creo que este es el único camino posible ante el hecho de no contar con
medios de comunicación social: ya no tenemos periodistas, sino instigadores
armados con una cámara o grabador; no tenemos medios de información, sino
medios políticos de manipulación; no tenemos narradores de noticias, sino
voceros de los dueños de la información...
Sé que estas líneas corren el
riesgo de ser entendidas bajo la misma óptica que estoy criticando, sobre todo
si se leen en términos de esa complicidad con aquellos medios que nos digan lo
que queremos oír o lo que quisiéramos que ocurriera y que, tal como dije
antes, nos lleva a defenderlos sólo porque están de parte de nuestro propio
bando político. Bajo esa óptica, es posible, por ejemplo, que todo el que
critique a los medios sea visto implícitamente como defensor del gobierno,
olvidando toda una larga historia de planteamientos académicos alrededor del
fenómeno de la comunicación social y del discurso público.
No obstante ese riesgo, repito,
estas líneas quieren ir desligadas de todo interés político. No es en
absoluto nada criticable el que cada quien tenga sus propios puntos de vista y
sus propias aspiraciones en materia política. Lo que sí critico es que no nos
permitan ubicar esos puntos de vista dentro de un nivel de racionalidad política
y de argumentación, que no nos permitan intercambiar o debatir racionalmente
nuestras ideas y, sobre todo, que nos quiten el derecho a ser reconocidos y
valorados por las personas ubicadas en posiciones políticamente divergentes, en
especial si estas personas pertenecen justamente al conjunto de nuestras
amistades y seres queridos. Es triste que hasta la amistad, el amor y los nexos
familiares hayan llegado a ser víctimas de la manipulación mediática y que
estén quedando cada vez más atrás ciertas nociones como las de
“reconocimiento del otro”, “respeto a los demás”, “razonamiento”,
“análisis”, etc.
Y es todavía más triste que esto ocurra dentro del sector de los académicos e intelectuales, de quienes precisamente se espera que cumplan con el liderazgo de la racionalidad y con su función profesional de esclarecer los problemas y de arrojar luz sobre las incógnitas. En la medida en que perdamos la racionalidad, en esa medida habremos perdido todo.
* En Venezuela, el día 11/04/02, hubo un intento de derrocamiento del Presidente Hugo Chávez F. Los militares involucrados fueron luego absueltos por el Tribunal Supremo de Justicia, la máxima instancia judicial del país. Meses después, ese mismo grupo de militares tomó una plazoleta de la capital del país (Plaza Francia, también llamada "Plaza Altamira", ubicada en uno de los sectores de la clase media alta de Caracas), a la cual declararon "zona liberada", con el apoyo de civiles y de la policía del Municipio Local, bajo control de uno de los alcaldes también involucrados en la intentona de abril. El 06/12/02 en la noche, hubo un atentado con disparos de pistola contra los civiles allí reunidos, con resultado de tres muertos y más de veinte heridos. Los medios hostiles al gobierno, de presencia permanente y constante en el sitio, inmediatamente manejaron la noticia de modo conveniente.