DISCURSO Y SOCIEDAD: NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE EL DISCURSO POLÍTICO
María Susana Bonetto de Scandogliero * y Fabiana Martínez **
(*) Titular de Derecho Político de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Titular de Teoría Política de la Escuela de Trabajo Social, Universidad Nacional de Córdoba. Ex-Directora del Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (UNC).
(**) Docente de la Escuela de Ciencias de la Información. Becaria de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba.
RESUMEN: El discurso político ha sido objeto de estudio de diferentes perspectivas y disciplinas en el campo de las ciencias sociales. Este trabajo presenta algunos de los desplazamientos conceptuales importantes producidos en los estudios sobre el discurso político en Francia, y las nuevas perspectivas que reformulan teórica y metodológicamente el análisis del discurso en base a una articulación entre este ámbito y la teoría política.
Lo que se ha dado en llamar "análisis del discurso" se
presenta, en las ciencias sociales, como un conjunto heterogéneo e
inestable de estudios realizados desde diferentes puntos de vista que
exigen, en cada caso, alguna especificación en cuanto a la propia
perspectiva: en este caso, la problemática se ubica en el campo del análisis
del discurso tal como se ha constituido desde la década del 60 en
Francia, campo en el que permanentemente se han discutido tanto el
objeto como los métodos, en diálogos y polémicas a menudo
interdisciplinarias. En él, el discurso político se constituyó en un
problema para las ciencias sociales, que provocó importantes
discusiones teóricas y metodológicas.
Lo que distinguió el análisis del discurso en Francia, que también
desde sus inicios contó con desarrollos teóricos y metodológicos
diversos, del resto de los estudios sobre el lenguaje fue el postulado
que planteaba como aspecto relevante del análisis la articulación del
discurso con sus "condiciones de producción". El mismo objeto
se constituyó en torno a esta especificación que hacía intervenir, en
el proceso de producción de sentidos, elementos que no pertenecían
estrictamente al lenguaje. Esto diferenciaba al análisis del discurso
de las lecturas inmanentes del texto: "El discurso es el enunciado
considerado desde el punto de vista del mecanismo discursivo que lo
condiciona. Así, la perspectiva que estudia el texto considerando su
estructuración "en lengua" lo hace un enunciado; un estudio
lingüístico de las condiciones de producción de ese texto lo hará un
discurso" (Guespin, 1976).
Las relaciones que este campo mantuvo con otras disciplinas, y aun sus
dificultades para delimitar sus propias fronteras, remiten a este
aspecto ya que, una vez reconocido como pertinente el estudio de las
condiciones socio-históricas, existieron diferentes puntos de vista
acerca de cuál era la perspectiva apropiada de lectura de esta
instancia reconocida como distinta al lenguaje: si en los primeros artículos,
como se ha visto en Guespin, parece que la lingüística misma puede dar
cuenta de estas condiciones, pronto se multiplicaron estudios sobre el
discurso desde la historia, la sociología, las teorías sobre la
ideología y, en los últimos años, la teoría política.
Sin embargo, la expresión "condiciones de producción" tuvo,
según las diferentes perspectivas, diversos sentidos y, a menudo,
aunque fuera enunciada como un aspecto relevante, no llegaba a
precisarse conceptualmente o a integrarse efectivamente en los análisis
y descripciones. En efecto, la entrada al análisis de componentes
ajenos a la materia textual se presentó como un aspecto problemático,
que incluso no había sido resuelto en los modelos más difundidos en
Francia, como es el caso de la lingüística distribucionista
norteamericana. Ya en los primeros comentarios publicados sobre el artículo
de Harris, se hizo presente esta "ausencia": "El
discurso, para este autor, es un conjunto cultural: remite a datos que
no pertenecen a la lingüística. Estos se agregan a los que la gramática
puede proporcionar. Establece como una evidencia, no explicitada, la
existencia de relaciones entre el comportamiento cultural y el discurso,
pero no precisa la naturaleza de estas relaciones, presentadas como
esenciales" (Sumpf y Dubois, 1969).
Sin embargo, y a pesar de este panorama caracterizado por la dispersión
teórica, la escuela francesa de análisis del discurso se desarrolló
en una conyuntura intelectual que, desde la década del 60 y bajo el
predominio del estructuralismo, consideró la "escritura"
desde la lingüística, el marxismo y el psicoanálisis. En este marco,
las primeras reflexiones teóricas en torno a la articulación discurso
y condiciones de producción se dieron en el marco del modelo marxista,
desde el que resultaba más fácil integrar los datos socio-históricos
en relación al estudio del discurso.
La concepción marxista del lenguaje como representación y, más específicamente
en Althousser, como emergente de formaciones ideológicas previas a las
que remite o en función de las cuales se explica, sostuvo la relación
discurso y realidad como correspondencia entre órdenes sustancialmente
diferentes, relacionados pero irreductibles. Predominó entonces una
concepción y una lectura del discurso como un producto posterior a la
ideología y determinado por formaciones sociales previas. Las
condiciones externas, entendidas como estables, parecen generar también
conjuntos diferenciados de discursos, lo que se relaciona con los
desarrollos en torno al establecimiento de tipologías. El sentido se
concibe entonces como una representación estable de la visión del
mundo de un grupo o una clase, y el análisis -práctica que opera
siempre en el deslizamiento de una estructura superficial a una
profunda- se orienta a descubrir y desarticular las significaciones
ideológicas disimuladas.
Las tesis de Foucault, difundidas también durante la década del 70,
se relacionaron con una reformulación en las ciencias sociales que
modificaba el estatuto de lo simbólico en su relación con lo
"real": "realidad" social a la que ya no representa
sino que contribuye a constituir. Así, algunos de los desplazamientos
conceptuales más significativos en este campo están ya insinuados en
su obra, aunque no se haya dedicado específicamente a la problemática
del análisis del discurso. La relación discurso y condiciones de
producción se modificó desde estas nuevas perspectivas: ya no se limitó
a una relación entre un espacio externo y un "interior"
textual, desapareciendo por lo tanto las ideas de
"correspondencia" y "representación". Así, el
discurso no está determinado por condiciones externas autónomas que se
imprimirían en la producción de sentido sino por interacciones más
complejas, que implican una reformulación del trabajo sobre el texto:
"Tarea que consiste en no tratar -en dejar de tratar- los discursos
como conjuntos de signos (de elementos significantes que envían a
contenidos o representaciones), sino como prácticas que forman sistemáticamente
los objetos de que se hablan" (Foucault, 1970).
De esta manera, se renunció a leer en la superficie del discurso la
mera inscripción de determinaciones políticas, ideológicas,
institucionales y sociales, para tratar de considerar en qué medida el
orden discursivo contribuía a la representación de escenarios y
subjetividades sociales.
Esto se relacionó también con una reformulación de la problemática
de la subjetividad. Aunque en general siempre se consideraron las
instancias de enunciación como "lugares", insistiendo en la
existencia previa de una topografía social en la que los sujetos
hablantes se inscriben, se vio además en el discurso un espacio de
constitución y negociación de sus identidades. De hecho, Foucault
insistió en el discurso como un campo de regularidad para diversas
posiciones de subjetividad antes que como un fenómeno de expresión de
una subjetividad psicológica. Estos conceptos tuvieron consecuencias
metodológicas, puesto que se renunció a remitir el discurso o la
formación discursiva a un sujeto individual o social para encontrar, ya
no en corpus cerrados sino en archivos, procesos de constitución de
enunciadores históricos. Se trata de la "aprehensión de un sujeto
en proceso en los textos", construido en una dispersión de
enunciados de los que es el elemento unificador (Ghilhaumou, 1989).
Entre los desplazamientos conceptuales significativos, el concepto de
"interdiscursividad" aparece relacionado tanto con las teorías
de la enunciación como con el concepto de "discurso social".
Diversos autores discutieron el concepto de "formación
discursiva" -como una entidad aislada de otras-, al que
consideraron demasiado homogéneo. Las reflexiones teóricas se
orientaron a marcar una heterogeneidad constitutiva del discurso o una
"interdiscursividad generalizada". Como señala Maingueneau
(1991), la formación discursiva dejó de representar la expresión
estabilizada de la "visión del mundo" de un grupo social para
ser planteada como un espacio inconsistente, abierto, inestable, que
permanentemente redefine sus límites y sus intercambios en función de
las coyunturas políticas e históricas.
En el ámbito de los estudios del discurso político, estos conceptos
permitieron reemplazar el problema de las tipologías al proponer antes
que el estudio de "discursos" el de "campos
discursivos", formulación tan compleja como prometedora, que en
algunos casos no contó con categorías que precisaran las relaciones
ahora puestas en primer plano en la constitución del objeto de estudio.
Los trabajos realizados en Latinoamérica tuvieron en cuenta estos
aspectos. Para Eliseo Verón, por ejemplo, el objetivo "no es
constituir una tipología de discursos sino una tipología de juegos de
discursos. Desde un principio nos vemos confrontados al análisis de
procesos de intercambios discursivos" (1987). Estos procesos se dan
en campos que incluyen una multiplicidad de géneros, lo que permite
reemplazar el concepto de discurso político como un género, entre
otros, por el de un "campo ideológico-discursivo contradictorio y
complejo que comprende una multiplicidad de tipos o géneros discursivos
propiamente dichos" (Giménez, 1987).
El discurso político fue un objeto privilegiado en la escuela francesa
por razones teóricas y políticas: por un lado, permitía describir las
condiciones sociales que aparecían inscriptas de manera más inmediata
que en otros discursos, y además esto se ligaba con los aspectos políticos
de una práctica de análisis que era, en algunos casos, tanto académica
como militante. La articulación discurso/sociedad fue pensada en los
primeros desarrollos del análisis del discurso en el marco del
predominio del marxismo como un aspecto de los conflictos sociales y la
lucha de clases, y el problema principal no era la especificidad del
objeto sino la definición de un método que garantizara la
cientificidad de los estudios sobre un objeto ideológico sumido en
conflictos de poder.
Los desarrollos, en la teoría política, de la perspectiva neo y
post-marxistas, abandonan el determinismo economicista y se reconoce,
aunque acotada, la autonomía del espacio político. Desde estas
reflexiones fue posible plantearse otras preguntas respecto al discurso
político y sus funciones. Esto permitió replantear el análisis de las
interacciones entre Estado y sociedad civil, y como consecuencia de
esto, la lectura de las prácticas simbólicas que -como el discurso político-
intervenían en estas relaciones. En este marco, G. Bourque y J.
Duchastel (1989) a partir de la tradición del análisis de discurso
francés se interrogan acerca de la especificidad del discurso político:
retorno al objeto que se diferencia con nitidez de tentativas
anteriores.
Para estos autores, la emergencia del discurso político se asocia a
la constitución de la sociedad moderna que plantea la existencia de una
esfera política separada y autónoma. La construcción de esta sociedad
surge de dos procesos de institucionalización interrelacionados: un
proceso de institucionalización económica y un proceso de
institucionalización política. En dicho contexto, este último
constituye un proceso siempre abierto y sin clausura de discusión de
todos los poderes. Tales debates no son posibles más que con la condición
de que sean abolidas todas las garantías a un referente extrasocietal,
religioso, mítico o tradicional (Lefort, 1978). Esta discusión emerge
solamente a través de la formación del Estado de derecho democrático
y liberal.
En este escenario es posible la aparición en toda su dimensión de la
forma discursiva particular del discurso político. Este debe ser
definido en relación a la sociedad moderna, en tanto escenario ligado a
un período histórico en el cual emergen los debates que implican las
propias condiciones de producción de la sociedad, las relaciones de
poder y la resolución de conflictos sobre bases esencialmente profanas,
problemáticas, abiertas y plurales (Lefort, 1978).
Esta posición implica que, por un lado, el discurso político debe ser
planteado como uno de los aspectos fundamentales del universo discursivo
que contribuye a la producción y reproducción de estas sociedades. Por
otro lado, debe ser definido en relación a las instituciones democráticas
y al Estado de Derecho, en tanto precisamente las instituciones de la
democracia liberal aparecen como uno de los centros más relevantes de
regulación social, en cuanto lugar de condensación de las relaciones
de fuerza y resolución de conflictos y escenarios en el seno del cual
los individuos y grupos discuten perpetuamente el poder.
En esta perspectiva, el discurso político no puede ser remitido a un
campo discursivo como un género entre otros, dado que la politización
de las relaciones sociales constituye uno de los aspectos determinantes
de la representación que las sociedades se dan de sí mismas. El
discurso político es un espacio privilegiado en la formación de las
relaciones sociales tal como éstas se plantean y se reformulan en una
determinada época histórica. Actualmente, sin embargo, en las teorías
del discurso social existen diferentes posiciones respecto a este punto.
Para M. Angenot (1989) el concepto de discurso social hace referencia a
un sistema regulador de la totalidad de la producción social del
sentido y de las representaciones y, aunque reconoce la existencia de
subconjuntos, no establece ninguna jerarquía entre ellos: es posible
encontrar los intereses de una sociedad y la hegemonía en cualquier género
discursivo. En la perspectiva de G. Bourque y J. Duchastel, el discurso
político constituye un género diferenciado de otros y jerárquico en
sus funciones de producción y reproducción de lo social, diferencia
que forma parte de su especificidad.
Si bien el discurso político no queda reducido a aquél que emerge de
los enunciados que provienen de los actores e instituciones de la esfera
política, sino que implica todo discurso, sea su fuente privada o pública,
que discuta directa o indirectamente el poder, cabe destacar sin
embargo, que la posibilidad de definición y de construcción de la
realidad puede ser mayor en aquellos actores que ocupan posiciones
institucionales que son reconocidas y legitimadas como voceros
autorizados.
A partir de la modernidad, lo político como instancia relevante de
construcción de un orden social, se instaura en el escenario del
Estado, marco destacado y preferencial para el ejercicio de las
relaciones de poder en el seno de la sociedad moderna. La teoría política
ha identificado la realidad de tres grandes formas del Estado: el Estado
liberal (Polanyi, 1983), el Estado de Bienestar (Habermas, 1987; Offe,
1984, entre otros) y la actual emergencia del Estado neo-liberal, frente
a la crisis del anterior modelo. Los autores citados distinguen tres
formas del discurso político moderno asociadas a tales modelos: el
discurso liberal, el discurso del estado de Bienestar y el actual
neoliberal, vinculado a las transformaciones del modelo estatal.
Estas distinciones remiten a un problema que el análisis del discurso
se había planteado algunos años antes: el de la posibilidad de
establecer tipologías de los discursos que, según Guespin (1980), podían
establecerse sobre las marcas de la enunciación, las funciones del
discurso o las condiciones de producción. En este caso, a diferencia de
otros intentos basados en propiedades inherentes que definen tipologías
fundadas en lecturas inmanentes de los textos, se realiza una distinción
basada en la articulación del discurso y la formación social.
En esta propuesta, la relación establecida entre las transformaciones
actuales de la sociedad y las formas discursivas, respecto a las cuales
pueden definirse reglas específicas de descripción y funcionamiento,
permiten plantear el análisis del discurso como una reflexión sobre la
organización práctica de las sociedades y sus relaciones simbólicas.
Uno de los aspectos más relevantes de los trabajos de G. Bourque y J.
Duchastel es la reflexión en torno al objeto mismo, claramente
articulada con los desarrollos actuales de la teoría política sobre
las sociedades modernas. La escena particular y diferenciada que
inaugura el proceso de institucionalización política y su relación
con el desarrollo de ciertas condiciones que hacen posible un estatuto y
una función específica del discurso político, implican una definición
ubicada en un punto intermedio entre las definiciones restrictivas
tradicionales -que consideraban político sólo al discurso proveniente
de instituciones y actores del Estado- y las reflexiones que, como
Foucault, consideran que todo discurso es discurso sobre el poder.
Situado en una concepción de lo político como una esfera relativamente
autónoma, los desarrollos de estos autores permiten, en un plano empírico,
constituir corpus que dan cuenta de nuevas formas discursivas, sin
disolver el concepto en una extensión ilimitada. Al entenderse como político
todo discurso que discute sobre relaciones de poder en el ámbito público
o privado, se consideran los discursos de los nuevos movimientos
sociales -feminista, ecológico, de derechos humanos, y aun terapias
alternativas, prácticas espirituales- en donde es posible observar la
emergencia de un nuevo sistema de representación.
Por otro lado, esta perspectiva logra definir las condiciones de
producción y su articulación con el orden del discurso, aspecto que
muchos autores -en la tradición del análisis del discurso-
consideraron sin llegar a resolver. Esta articulación permite
fundamentar un estatuto privilegiado del discurso político en el campo
discursivo de las sociedades modernas, a la vez que proporciona una
definición que establece una ruptura con la perspectiva predominante
basada en el sentido común. Tradicionalmente, el discurso político
aparece como el conjunto de enunciados que provienen de actores y de
instituciones ligadas al sistema de representación -partidos,
Parlamentos, medios-. Esta definición debe ser superada, no sólo por
su carácter restrictivo sino porque, como afirman los autores, se
encuentra sometida a la representación que la sociedad democrática se
da de sí misma. El Estado moderno, fundado en la producción y separación
de lo privado y lo público, define como políticas las prácticas
ligadas a la institucionalización de la esfera pública. Esta
autorrepresentación de la esfera pública tiene efectos ideológicos
determinantes, como permitir la aparición y reproducción de los
aparatos políticos del Estado moderno. El esfuerzo por sobrepasar la
representación socialmente sancionada de lo que puede considerarse político
exige una reflexión sobre un objeto en torno al cual, en la Escuela de
análisis del discurso, existía cierto consenso.
La tentativa de G. Bourque y J. Duchastel, partiendo de esta tradición
teórica, se aproxima a la especificidad del objeto a partir de una
articulación con la teoría política que permite, tanto teórica como
metodológicamente, dar cuenta de nuevos procesos en las sociedades
actuales, incluyendo prácticas y discursos que tradicionalmente no se
consideraban como políticos. De esta manera el análisis del discurso
modifica sus perspectivas, reconstruyendo sus objetos y preguntas en
relación a una sociedad que reformula constantemente los límites entre
lo público y lo privado, y lo que es y no es político.
SUMMARY: The political speech has been studied by different perspectives and disciplines in the social science field. This paper presents some of the important conceptual spreadings produced on studies about the political speech in France. Also the new perspectives based on the articulation between this ambit and the political theory, which reconsider the analysis of the speech in a theoretical and metodologycal way.
PALABRAS CLAVE: Análisis del discurso político - Teoría política - Relación discurso y sociedad - El discurso político en las sociedades modernas
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