Ramón Oscar Murillo Serna


 

EL Poder de Hacer Cosas con Palabras*

http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/publicaciones/sociologia/vol11/art081.htm

"Andrade trabaja bien", dice un slogan político que se puede, ver, oír, leer y percibir por todo Lima en este tiempo de elecciones. "Andrade trabaja bien", es el eje central de campaña, alrededor del cual gira la participación de la agrupación política "Somos Perú", en estas elecciones municipales. "Andrade trabaja bien" es, entonces, el enunciado por medio del cual, el alcalde-candidato Andrade, busca persuadir o conquistar al electorado con el fin de ser reelegido alcalde metropolitano.

Argumentativamente, el convencimiento y la persuasión dependen de la habilidad lingüística del hablante, de la manipulación de la información y del tipo de argumentación utilizados (Vasilachis: 1997. 137) por éste, en un proceso de comunicación. Pero socialmente, la aceptación del enunciado no depende exclusivamente de estas estructuras lingüísticas, sino, del contexto social que envuelve la producción del enunciado, y a la vez, determina la relación entre el productor del discurso y el receptor.

Tratándose de la comunicación política, el contexto social como ningún otro elemento de la comunicación, expresa determinadas relaciones de poder simbólico que se estructuran; entre los partidos, los grupos, los electores, los políticos y las instituciones que participan en una disputa electoral cualquiera. La competencia lingüística, en este caso, no es suficiente para el análisis del discurso. La gramática lingüística, como dice Bourdieu (1982), define particularmente el sentido de las expresiones, porque el sentido acabado de una expresión según este autor, emerge de la relación del enunciado con el contexto social que completa la significación del discurso.

El enunciado que estamos estudiando, precisamente, rinde cuenta de la singularidad política que atraviesa nuestra sociedad en estos momentos; expresa, entonces, la relación del discurso con la sociedad, en el sentido de que el acto de la enunciación es, al mismo tiempo, un acto social. Más allá de esta coyuntura (de este contexto), el enunciado es una figura lingüística desprovista de actores; una unidad gramatical fría y ajena a los esquemas de producción e interpretación, que ponen en juego los interlocutores cuando interactúan en una situación de comunicación.

En este sentido, el análisis de un enunciado cobra importancia cuando la función del lenguaje es enfocada en tanto medio de comunicación; en tanto entonces este es usado. Comparto la idea de que nada sabemos del lenguaje humano si no lo concebimos como habla humana. El lenguaje no se obtiene mediante un aprendizaje teórico; se adquiere con el uso, con la práctica. El significado ha de ir ligado a actos concretos, a situaciones, a personas; su base no puede ser meramente la imagen mental asociada a la materia fónica. Para aprender un idioma desconocido, el diccionario no basta: hay que ponerse en contacto con su funcionamiento real. Lo que realmente importa, lo que realmente tiene significación no es la imagen que suscita una palabra u oración, sino la acción que sugiere u ordena, aconseja o prohíbe (V. Camps: 1976.33.).

Desde este punto de vista, nos hemos percatado, acaso, de que el enunciado "Andrade trabaja bien" se formula en tercera persona y no en primera. El enunciado no dice "Yo trabajo bien", como dice cualquier otro candidato, "Yo quiero Miraflores" o "Salvemos Miraflores". El enunciado lo decimos nosotros, no lo dice el candidato-alcalde. Somos nosotros los que reconocemos que "él trabaja bien". A través de un cambio en el sujeto discursivo (Vasilachis: 1997.0 160), el enunciado presenta la visión del emisor como si fuera la visión del mundo del elector; o lo que es lo mismo, el mundo del elector aparece como la visión del emisor.

Valiéndose de este cambio semántico, que traspasa las condiciones de producción del discurso al receptor, el candidato-alcalde, construye una imagen de sí mismo, en función del elector y en relación a éste. Podemos decirlo mejor. El que construye la imagen del candidato-alcalde somos nosotros, y no es propiamente el productor del discurso. De ahí, la necesidad de utilizar la tercera persona en el enunciado, con el propósito de situar la acción persuasiva en el campo del elector y en el campo del emisor. De acuerdo a este enunciado, no es el candidato-alcalde el que establece la relación con los electores, sino, somos nosotros, los que establecemos la relación con él, al reconocer que "él trabaja bien". La estrategia persuasiva es más que evidente, se trata de hacer decir al "otro" lo que queremos decir "nosotros". No es el alcalde el que nos comunica que él trabaja bien, somos nosotros, los que comunicamos, informamos y persuadimos a los electores de que el alcalde trabaja bien.

Un tipo de enunciado como éste no es nada ingenuo. En principio no está orientado a todos los sectores sociales. Estratégicamente busca un blanco electoral específico. El recurso de apelación a valores con alto grado de consenso, como es en este caso, el trabajo, se utiliza para comprometer al elector a hacer más rápidamente unas elecciones en lugar de otras y, principalmente porque puede justificársela más rápidamente y más rápidamente puede ser aprobado y aceptado por los demás (Vasilachis. 1997). Un acto de lenguaje como el que estamos examinando, introduce de hecho un valor social que difícilmente puede ser criticado o rechazado. La apelación al trabajo cobra aquí particular importancia para este emisor, puesto que su acción discursiva se da en los marcos de una sociedad donde ciertamente se valoriza el trabajo, pero donde el trabajo no afecta por igual a todos los peruanos.

En un país como el nuestro, no todos los sectores están afectados de la misma manera y por los mismos problemas. Para los sectores profesionales y los sectores de actividades lucrativas, el trabajo no se presenta como un problema evidente. El trabajo, en cambio, sí es un problema para aquellos sectores populares que no tienen un salario digno o están excluidos de éste. Los problemas del trabajo afectan aquí, de manera más sistemática, a todos aquellos electores que miran su situación, con el ojo social de quien se ve impotente de cambiarla.

Estos sectores, que en lo esencial han interiorizado la problemática del trabajo, son un blanco sensible a un discurso que no promete trabajo, que no habla de solucionar el trabajo, sino que valora a quien tiene trabajo y trabaja bien. Entendemos que dichos actores sociales tienden a pensarse y representarse en el discurso de quienes tienen el poder de decir (Vasilachis: 1997. 144); debido a que estos se reconocen en él, en la medida en que el discurso apela a valores consensuales.

En una sociedad de crisis del trabajo como la nuestra, obviamente estos electores, perciben y valoran mucho más una argumentación en torno al mundo del trabajo. En principio, porque sus disposiciones perceptivas están más o menos ajustadas a sus posiciones sociales. En términos generales podemos decir que los electores que gozan de recursos y los que no gozan tienden a aceptar el mundo del trabajo como un mundo evidente, y lo aceptan más ampliamente que cualquier otro campo de la sociedad; que el campo político, por ejemplo. No es difícil percatarse de esta situación. La mayoría de las encuestas de opinión, así como cualquier conversación de la vida diaria, registran esta valoración y sobre todo registran, en el campo de la política, valores del mundo del trabajo.

Un discurso político que no tome en cuenta esta situación, correrá el riesgo de ser rechazado o simplemente no producirá efectos. El discurso político, para ser aceptado, –como se sabe–, tiene que estar inmerso en las estructuras mentales del destinatario, incrustado si se quiere, en el imaginario social de éste. La producción de un discurso político, no es entonces exclusivamente una producción argumentativa; su producción precisa, unas creencias relevantes, un conocimiento y unas actitudes socialmente compartidos (Dijk. 1997).

Por lo general, un discurso efectivo es un discurso que resulta de un proceso de sistematización de los deseos, aspiraciones o ambiciones del destinatario. En este proceso, es el destinatario, como dice Ossipow (1979), el que define el contenido del discurso y los temas de campaña; rara vez son sugeridos por el político o el partido; porque nunca se sabe si estos temas podrían ser aceptados por los electores. Desde este punto de vista, un discurso populista puede resultar un discurso efectivo. Un oportunismo, diríamos. Pero en política, el oportunismo ciertamente resulta muy efectivo.

El discurso de Andrade, en este caso, atrapa bien el pensamiento social del destinatario, porque el enunciado "Andrade trabaja bien" alude a la oposición semántica: TRABAJO/NO TRABAJO.

El análisis del discurso, debemos recordarlo, no se limita a las estructuras de lenguaje. Las estructuras de lenguaje necesariamente expresan o señalan varios significados "subyacentes", opiniones o ideologías. A fin de reconocer, reconstruir, estas unidades de significación que constituyen el sentido, en el análisis del discurso es imprescindible efectuar el análisis del texto en relación al contexto cognitivo, social, político y cultural (Dijk. 1997). Cualquier explicación pragmática de un texto supone una integración del texto y el contexto en el sentido de que el uso de un discurso en una situación es al mismo tiempo un acto social (Dijk. 1997).

La explicación pragmática, en realidad, no es una explicación formal, anclada en las estructuras del lenguaje; sino una explicación funcional, que establece una función multívoca entre el significado gramatical por un lado, y el emisor, el destinatario y la situación en que tiene lugar el acto de la enunción, por otro lado (Escandell 1993). Las estructuras de significación no tienen por qué ser invenciones teóricas de los analistas ni tampoco se fundan en conocimientos falsos. Todo lo contrario, son abstracciones de acciones sociales, que un emisor lleva o llevó a cabo en determinadas situaciones sociales. Los principios que determinan la reconstrucción semántica de un enunciado, son entonces estrictamente los hechos sociales acaecidos en una sociedad, en una cultura, en un territorio, en un Estado. El significado de una forma simbólica sólo puede establecerse analíticamente teniendo en cuenta que es el resultado de complejos procesos cognitivos de comunicación y complejos procesos sociales de producción, circulación y apropiación; en dichos procesos intervienen agentes y agencias dotados con distintos tipos de cantidades de recursos y poseedores de distintos tipos y grados de competencia. (Ariño, 1997, 81).

Para descubrir los efectos pragmáticos de la oposición semántica trabajo/no trabajo, es imprescindible, entonces, reformular la expresión "Andrade trabaja bien". Reformulando la expresión, obtenemos, en un primer momento, el primer sentido de la expresión: "Andrade no es alguien que quiere conquistar el poder, Andrade es el alcalde de Lima, y ha sido alcalde de Miraflores por dos períodos consecutivos. Andrade no es, entonces, un candidato más ni mucho menos un candidato cualquiera". La expresión "Andrade trabaja bien", en este caso, presupone un importante capital simbólico acumulado, que no se "lee" directamente en el texto; pero sí referencia a lo explícito; es decir, a la posición que Andrade ocupa como alcalde de Lima que "trabaja bien".

Ahora bien, antes de continuar, nos es absolutamente importante en este punto recordar el problema de la eficacia simbólica de cualquier enunciado. Un enunciado, discurso o expresión tendrá más posibilidades de ser aceptado cuanto más fundado esté en realidad, o cuanto más ajustado esté a las cosas. Escadell (1993) dice, sin embargo, que no es suficiente evaluar la verdad de los enunciados de acuerdo con los hechos que pretenden reflejar. Es necesario además considerar, según ella, el propósito general con que se describe dicha realidad.

En el caso de la expresión que estamos analizando, la expresión reformulada describe sobradamente una labor realizada con un propósito más que evidente, que viene impuesto por las circunstancias en que ella es emitida; que no es otra cosa que las elecciones municipales. Y por muy insignificante que sea o haya sido la labor política de ese emisor, el enunciado lo que en realidad refiere es una labor realizada desde un posicionamiento político.

El sentido de la expresión no nos viene, en este caso, del contenido de la expresión misma; sino del contexto social, pero también de la situación de comunicación, que pone en relación (interacción), por un lado a Andrade (candidato-alcalde) y por otro, a los electores a quienes se busca conquistar o convencer. Desde una perspectiva sociológica, el contexto social sería la sociedad global, distinto del comunicativo –el de la situación de habla concreta– y distinto del contexto social textual, que alude al que está presente en el texto, que se dibuja en el proceso de su producción y de su recepción y que se liga a las formas de representación discursiva de la realidad, seleccionadas por el hablante (Vasilachis, 1997, 147).

Lo importante para nosotros es comprobar que el enunciado se ajusta a la visión propuesta, en la medida en que esta construcción no se opera en un vacío social. Todo lo contrario, la expresión está más bien fundada en el ejercicio del poder o más propiamente en el campo del poder; que sitúa a Andrade en una posición (superior) dentro del espacio de posicionamientos del poder.

En este sentido, es necesario tomar en cuenta que este posicionamiento de Andrade en la estructura del poder, no está exento de una postura ideológica; si entendemos por ideología a un conjunto de esquemas de los que dispone un grupo que tratan de sí mismos y de su posicionamiento en la estructura social. Una ideología necesariamente representa un conjunto de intereses de un individuo o de un grupo. Hace referencia a una identidad, a unos objetivos, valores o a la posición que éste ocupa en la sociedad. (Dijk, 1997, 236).

La ideología política, sin embargo, no define totalmente un discurso político. En las condiciones de producción, circulación y apropiación de un discurso, intervienen también otras formas simbólicas. La aceptabilidad de un discurso, –desde mi punto de vista–, depende de la manera como en la producción de un discurso se articula la ideología: campo de la competición partidaria, de las luchas por el poder y de la conquista del electorado, con el imaginario social del destinatario: sistema de valores y situaciones durables que cimentan a nivel simbólico las relaciones sociales de un grupo (Castoriadis, 1975). Si el discurso político no retoma las prácticas simbólicas, mediante las cuales los individuos y los grupos producen sentido e identidad, el discurso corre el riesgo de ser rechazado, porque en el discurso el destinatario no se reconoce o simplemente no reconoce el sistema de ideas que movilizan su acción social.

La contextualización del enunciado, como podemos darnos cuenta, es lo que nos permite, al nivel de las estructuras de significación del discurso, asociar TRABAJO (TRABAJA BIEN) / CON PODER. Porque "trabajar bien", en esta expresión, no tiene sentido de actividad profesional, como la que realiza un ingeniero. "Trabajar bien" significa, aquí, ejercer el poder.

Lo que el enunciado en realidad esconde es el campo del poder, a partir del cual se determina la naturaleza de la interacción y se convoca a la movilización. De lo que en realidad Andrade se vale, para persuadir, no es de la actividad profesional (trabajo); sino de la distinción semántica que éste opera, entre POLÍTICO COMPETENTE / POLITICO INCOMPETENTE (campo del poder).

A través de una sutil maniobra semántica, Andrade hace que nosotros relacionemos /trabajo/ con /poder/; pero es a partir del poder y desde el poder desde donde convoca al electorado a mantenerlo en el poder, operando, eso sí, previamente, una relación de subordinación que supedita al elector a los efectos de posición; puesto que en el enunciado, el receptor sobradamente reconoce la diferencia entre alguien –alcalde– que trabaja bien –posición de superioridad–, y un elector que no ocupa esta posición, pero que necesita de alguien que trabaje bien por él. Ese alguien, que es Andrade, busca legitimar, para ser reelegido, un efecto de su posición. Es decir, un efecto de ser (de haber sido) alcalde.

Así queda operada la distinción entre un EMISOR COMPETENTE –Andrade– Y UN DESTINATARIO (incompetente) –los electores–. Un elector desprovisto de la competencia del poder y un emisor competente que ejerce el poder, a quien los electores deben superditarse porque "trabaja bien". En el peor de los casos, supeditarse en razón de que no todos pueden llegar al poder o ejercer el poder político. Es evidente; de lo que aquí se trata es de consolidar la posición –la imagen– de Andrade en el campo del poder, valiéndose para ello de la genericidad simbólica de la expresión "Andrade trabaja bien".

El lenguaje en este caso es el más poderoso medio de relación interpersonal; lo utilizamos cuando pretendemos determinados objetivos, cuya consecución depende más o menos directamente de otras personas. No se trata tan sólo de que el lenguaje sirva de vehículo para las propias intenciones, sino que debe serlo también de una interacción con los demás. Conseguir la colaboración del destinatario es una de las tareas fundamentales de la comunicación y constituye el objetivo que hay que lograr para alcanzar el resultado final (Escandell, 1993, 159).

La relación emisor competente/destinatario incompetente, por otra parte, si tomamos en cuenta el programa narrativo que estamos tratado de reconstruir, da lugar a una última unidad de significación, que se desprende de las anteriores unidades de significación pero que a la vez las comprende porque esta última unidad de significación comprende la oposición DISTINCIÓN / IDENTIFICACIÓN. Esta unidad de significación corresponde al estado final de la actuación del emisor, corresponde entonces al HACER del emisor, dimensión pragmática por excelencia. Para conquistar y movilizar, primero debemos separar y luego, reunir. A menudo los conflictos por el poder buscan imponer la visión de las divisiones legítimas, es decir, construir grupos. El poder de hacer visibles las divisiones sociales implícitas es el poder del poder político (Bourdieu, 1993). A partir de este poder Andrade busca esta vez algo más que su reelección. Su reelección es un hecho asegurado. La preocupación del candidato-alcalde, en estas elecciones municipales, estaría más bien abocado a acumular un mayor capital simbólico político.

El candidato-alcalde tendría, así, mayores posibilidades de ser considerado un candidato con éxito en las próximas elecciones nacionales. Puesto que el poder de imponer a los "otros" su candidatura dependerá de la autoridad social adquirida en estas luchas electorales, a las cuales debemos sumarle la adquirida en las luchas anteriores. El poder de ser reconocido como hombre de poder no depende de ser político, sino del poder de ser reconocido como tal por un grupo. El poder simbólico solamente puede funcionar como poder si reúne las condiciones sociales que dan origen al poder; que por cierto, son exteriores a las estructuras estrictamente lingüísticas (Bourdieu, 1982).

Esta preocupación explica quizás por qué en estas elecciones, el candidato-alcalde ha preferido ir en solitario, cuando la coyuntura política sobradamente le hubiera permitido configurar alianzas estratégicas con la oposición con miras a las próximas elecciones nacionales. En el supuesto de que Andrade sea candidato a las presidenciales, una carrera en solitario, estratégicamente, puede resultar interesante hasta la primera vuelta. ¿No hubiera sido, entonces, éste el momento más adecuado, para sellar alianzas (ventajosas) con una oposición –es verdad desdibujada políticamente–, pero que en una u otra medida, expresa la voluntad política de una parte del electorado y, como tal, estratégicamente importante para las próximas elecciones?

Las respuestas que puedan darse variarán ciertamente en función a la manera como encaremos el papel de la oposición en cada proceso político; pero a mí me parece que en la estrategia de Andrade, la actual posición que tiene hoy, no tendrá cupo mañana, porque el panorama político de las elecciones municipales podría modificarse radicalmente. A partir de estas elecciones, asistiremos a la emergencia de importantes Líderes Regionales, que son o serán como Andrade, alcaldes de las más importantes ciudades del País, después de Lima. Con estos líderes regionales "independientes" –igual que Andrade– el burgomaestre capitalino tendrá que negociar su candidatura si éste quiere tener éxito en las elecciones presidenciales. Pero para ello, en la hora actual, debe acumular capital simbólico. A Andrade poco o nada le importa ganar estas elecciones, lo que realmente le importa es ganar por un amplio margen. Le importa entonces el capital simbólico. El poder simbólico de Andrade, como el de cualquier otro político, está fundado en este crédito simbólico; que no es sino el poder de ser reconocido, impartido por los electores. En ello está empeñado el actual alcalde de Lima. La finalidad última del acto de lenguaje "Andrade trabaja bien" es justamente la búsqueda del reconocimiento, para estar en condiciones de imponer este reconocimiento.

Nada de esto, obviamente, será posible sin una base electoral. Si antes Andrade no da existencia a un cuerpo electoral constituido, que sea algo más que una colección de personas múltiples. No hay otra manera de explicar el por qué de ese afán de extender el movimiento "Somos Perú" al resto del País. Todos los esfuerzos del candidato-alcalde están orientados en la coyuntura actual a dar existencia a este corporate body electoral, sobre el cual tiene que asentarse su poder simbólico. Andrade se encuentra en el mejor momento para dar existencia a esta corporatio. Todo le favorece, y así lo ha comprendido, incluyendo su soberbia. Andrade sabe que es posible constituir estos grupos en los momentos en que se juega el poder político.

En democracia, los grupos se estructuran en competencia. En esa competencia en la que las élites pretenden captar el voto de los electores mediante todos los recursos de la comunicación (Sabucedo, 1997). El poder de constitución, en otras palabras, es un poder que se genera en las luchas por el poder. Por eso mismo, en lo esencial, la apuesta política de Andrade en este momento, me parece que está orientada a producir una "nueva realidad política" a partir de sus éxitos municipales y de los éxitos de los alcaldes provinciales. Una realidad en la cual se hará valer el capital simbólico acumulado en estas luchas simbólicas para ser considerado candidato, da igual a presidente o congresista.

En este panorama político, y en el próximo que se acerca con el nuevo milenio, el verdadero actor político es y seguirá siendo el elector (Parés, 1992). Posiblemente, por ello, la estrategia de Andrade tenga esta vez un blanco electoral específico: la sociedad afectada por la crisis del trabajo, sin la cual, ni él, ni ningún otro candidato, pueden dar curso a sus ambiciones políticas. En este sentido, el proyecto que acaricia Andrade es un proyecto postmoderno, porque no está apoyado en las divisiones clásicas de la sociedad, las clases sociales, por ejemplo; sino en una sociedad del trabajo que, en un país como el nuestro, es justamente una sociedad en crisis. El proyecto político de Andrade conecta o puede conectar con las Regiones pero, finalmente, las supera, porque la sociedad de crisis del trabajo desborda las divisiones territoriales y sociales. Es un fenómeno que en Europa ha transtocado la vida política, y desde luego, en este país ha dado origen a la aparición de una nueva clase política, cuando sepultó en anteriores votaciones el sistema de partidos oligárquicos que aparecieron con y en este siglo. En este panorama político, una cosa es cierta, la institucionalización política del País tendrá que aguardar muchas generaciones más, sobre todo porque los políticos de hoy no son capaces de llenar el vacío de organización política generado por la desaparición del sistema de partidos.


BIBLIOGRAFIA

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* Escrito en Octubre de 1998