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LA CIENCIA MODERNA Y SU FILOSOFÍA

 

En Richards, Stewart (1987): Filosofía y Sociología de la Ciencia. México: Siglo XXI. Pp. 87-107.

 

 

Hemos visto que el modelo hipotético-deductivo, derivado en época reciente del trabajo de Karl Popper de mayor influencia, es la filosofía de la ciencia moderna. Según este punto de vista no hay lógica de descubrimiento en el método científico ni importancia filosófica que pueda atribuirse a las circunstancias en las que se formula una hipótesis. El acto de creación es considerado inevitablemente oscuro, aunque no se considera que la oscuridad de los orígenes de una declaración científica afecte su estatus de “verdadera". El papel de los filósofos de la ciencia convencionales es pues considerado como un análisis de la lógica de la justificación. En este contexto, el criterio de demarcación entre ciencia y no-ciencia se entiende como lo comprobables (o más estrictamente, según términos popperianos, lo falsables) que son las hipótesis. En el modelo idealizado, una hipótesis es comprobable en una forma simple y universal. Se la confirma (aunque nunca se la verifica en el sentido deductivo) cada vez que sus implicaciones se ajustan a observaciones nuevas y variadas, o se las refuta mediante un simple ejemplo de desajuste. Aunque la búsqueda de las pruebas finales es fútil porque encontrarlas es lógicamente imposible, la "verdad" de una hipótesis tiende a ser juzgada en términos de su aproximación al modelo deductivo idealizado -aquél en el que la inferencia surge de las necesidades de las premisas-, de cuán efectivamente explica los datos conocidos, y cómo logra predecir con éxito los datos aún desconocidos. Por la misma razón, una inferencia que se obtiene inductivamente sólo puede ser más o menos probable, y por lo tanto la fuerza explicativa de la hipótesis usualmente es más débil.

 Este tipo de diferencia -tan simplificada como se presenta- entre las inferencias deductiva e inductiva forma una base parcial para el tradicional arreglo jerárquico de las ciencias en términos de la generalidad de sus temas. De acuerdo con este punto de vista, la física ocupa la posición más elevada en razón de que su tema es universal, ya que las propiedades físicas son fundamentales en todas las cosas. La química es en cierta forma menos amplia en alcance, porque si bien todas las cosas tienen propiedades químicas, usualmente se considera posible reducirlas a las aún más básicas propiedades físicas. Hay un continuo en química que va de las ramas dedicadas sólo a los sistemas no vivientes hacia aquellos dedicados a la química de los procesos de vida. Así, las ciencias biológicas son aún menos amplias, ya que se ocupan solamente de los cuerpos vivos. Ellas también se desvanecen gradualmente en las ciencias sociales o del comportamiento por mediación de la psicología, hasta que tratándose de una ciencia como la sociología el alcance es significativamente limitado, ya que concierne sólo a una pequeña fracción del mundo, o sea las sociedades humanas.

Aunque la reducción de la química a la física provoca poca indignación, hay una controversia continua, y aún no resuelta, sobre si es permisible reducir los fenómenos de la sociología a los de la psicología, los de la psicología a los de la biología, y finalmente los de la biología a los fenómenos físico-químicos (véase más adelante). Sin embargo, la tendencia a hacer esto es probablemente más común actualmente que en cualquier época del pasado. Durante muchos siglos la explicación ortodoxa de los fenómenos naturales era la teleológica (es decir, determinista) que describía los acontecimientos presentes en términos de fines futuros y "más elevados". Así, la caída de la manzana era el resultado de la atracción mutua entre la tierra y el elemento terrenal de la manzana; este último debía esforzarse por alcanzar su lugar natural. A partir del siglo xvii, los acontecimientos que se han ido presentando han sido explicados cada vez más como resultado de la influencia causal de acontecimientos del pasado, y esto ha dado impulso a la actitud reduccionista en la ciencia, que es opuesta por completo a la que prevalecía en la época medieval. La situación provoca problemas filosóficos enormes y de gran alcance, no siendo el menor de ellos el que mientras que ahora decimos que la causa de la caída de la manzana se debe a la gravitación universal, somos incapaces de comprender algo más sobre la verdadera naturaleza de esta fuerza de lo que Newton mismo comprendía. (Ciertamente, en la teoría de la relatividad de Einstein, la teoría gravitacional no está considerada en ninguna forma como una fuerza.)

 Para muchos científicos y filósofos, parece que hay una falta de claridad y de certidumbre en el corazón mismo de la ciencia. Éste es un problema muy familiar a los filósofos, pero ha sido casi universalmente ignorado por los científicos practicantes. El problema consiste en que las entidades fundamentales en nuestra experiencia del mundo parecen imposibles de analizar o definir con exactitud, de manera que en este nivel hay inevitablemente confusión y desacuerdo sobre lo más básico de nuestros datos conceptuales. Mientras este siga siendo el caso, será difícil, por no decir imposible, encontrar versiones únicas para conceptos primarios tales como gravedad, aceleración o masa, esto es, versiones que reciban el asentimiento de todos. Aun la idea misma de causa -que está profundamente sumergida en la historia intelectual, en la experiencia humana de la relación con el mundo y en la explicación mecanicista del universo- es ahora un foco de debate filosófico sutil y ambiguo interminable.

 

LOS FUNDAMENTOS DE LA FÍSICA MODERNA

 Los problemas han sido especialmente agudos en las áreas de la física relacionadas con la naturaleza del mundo material. En la búsqueda de la comprensión de los misteriosos fenómenos revelados durante el siglo XX, los físicos se han sentido cada vez más obligados a extender sus intereses más allá de los límites de la física, dentro de campos que tradicionalmente han sido dominio de la filosofía. Al mismo tiempo los filósofos se han visto obligados a considerar los revolucionarios descubrimientos de la física como una parte importante de la información primaria de la filosofía. Hasta ahora estas tendencias no han dado ningún indicio de una síntesis universal aceptable para todos, pero al menos han asegurado que las tradicionales cuestiones de la naturaleza del mundo físico, del significado y la condición de la vida, tienen que considerarse bajo la luz de nuevas evidencias.

 Desde el Renacimiento hasta, finales del siglo XIX los acontecimientos del mundo se consideraron cada vez más como las consecuencias predecibles de eventos precedentes, siendo estos últimos derivables de fundamentos claros y simples. Esta convicción era reflejo de la imagen simplista y por supuesto muy popular del mundo, según la cual éste consistía en pedazos sólidos de una materia homogénea que con una organización apropiada podrían ser parte de máquinas. Sus entidades básicas no estaban muy alejadas de los datos de la experiencia cotidiana. Esta materia estaba pues constituida por átomos parecidos a bolas de billar, la masa se asemejaba al concepto familiar del peso, y la idea de fuerza se visualizaba mediante analogías tales como la tensión desarrollada en los músculos.

 Hacia principios del siglo XX, esta imagen se venía abajo en sus mismos cimientos. La búsqueda cada vez más tenaz que hacían los físicos de las propiedades fundamentales de la materia reveló entidades y conceptos bastante diferentes de los del mundo familiar. Algunos de éstos, como la aparentemente interminable serie de "partículas" elementales, o las llamadas ondas de probabilidad, parecían como algo natural, mientras que otras, como la relatividad del tiempo y del espacio, se notaban extrañas y antinaturales. La materia misma era indistinguible de la energía, el electrón no era una cosa cargada con electricidad negativa, sino que se le concebía más bien como una carga negativa que se cargaba, por así decirlo, a sí misma.

 Muy lejos ya de la confiada creencia del siglo XIX de que la marcha triunfal de la ciencia iba a ser de algún modo la expresión final del espíritu humano, hemos alcanzado ahora una nueva condición de duda e incertidumbre, una condición en la que lo único que parece ser cierto es que nuestra comprensión del universo, y nuestro sitio en él, son necesariamente limitados. Particularmente las teorías de la física moderna, acopladas con el crecimiento del relativismo y la recesión de la "objetividad" en la filosofía de la ciencia, han dejado la impresión de que el mundo que con tanto éxito descubrió la ciencia, no es el mundo real. Claro está que la ciencia puede decirnos mucho sobre el mundo, pero aparentemente no puede proporcionarnos toda la verdad.

 Uno de los descubrimientos más atractivos, y con un impacto particularmente desconcertante en nuestra concepción global de lo que el mundo "realmente" es, fue el principio de incertidumbre planteado por Werner Heisenberg en 1929. Este principio expresa las limitaciones de los conceptos de la física clásica en una forma matemática precisa. En el más diminuto mundo de las partículas elementales parece ser que los eventos no siempre siguen la experiencia causal estricta de nuestra experiencia normal, o la de las leyes físicas tal como son aplicadas en el mundo macroscópico. Por supuesto, el comportamiento de las partículas de ninguna manera es caótico, y sin embargo un aparente grado interior de indeterminación en el nivel más básico de funcionamiento del mundo, es un hallazgo inmensamente radical. Significa, por ejemplo, que es imposible medir exactamente tanto la velocidad como la posición de una partícula fundamental, o asegurar si las partículas han retenido o no sus características originales después de chocar. Esto quiere decir que hay incertidumbre tanto de destino como de identidad. Es extraordinario que en el nivel básico de la física, la ciencia arquetípica, dura o exacta, el resultado de los acontecimientos no pueda, después de todo, predecirse de acuerdo con el modelo deductivo, sino que pueda especificarse únicamente en términos probabilísticos usualmente asociados con disciplinas menos precisas. Aún más, parece ser que en las mismas matemáticas, consideradas durante miles de años en la tradición occidental como el mayor modelo de inteligibilidad y racionalismo, es imposible, también dentro de la naturaleza de las cosas, alcanzar nunca una finalidad de comprensión. Así el teorema de la incompletitud (1931) de Kurt Gödel demostró que ningún grupo de relaciones lógicas puede establecerse sin que implique la existencia de otras nuevas relaciones con las que el mismo grupo no puede enfrentarse. Hasta un sistema deductivo puro queda entonces inherentemente incompleto y sin posibilidad de completarse.

 La importancia filosófica de estos hallazgos se refleja en la enorme cantidad de literatura que han generado. Mientras que todavía no puede decirse que hay unanimidad de interpretación (se han propuesto versiones "no-subjetivas" de la física moderna -especialmente por Paul Forman- y, claro está, han sido criticadas), no existe duda en que el impacto ha sido profundo en nuestra percepción del mundo y de la naturaleza de la verdad científica. ¿Es el problema meramente de metodología? ¿Nos permitirán los avances posteriores de la ciencia ocasionalmente recobrar un esquema más determinista de causalidad? ¿0 realmente existe para el hombre un límite en el conocimiento científico del mundo? Si, como muchos filósofos y científicos creen, es este último el caso, estos descubrimientos tan fundamentales pueden mostrarnos sólo la vaguedad de la tradicional dicotomía occidental entre lo objetivo y lo subjetivo, lo público y lo privado. Si al estudiar la naturaleza, la ciencia inevitablemente afecta la esencia de aquello que estudia, debe ser porque la ciencia después de todo sólo puede darnos la apariencia del mundo y no su realidad. Pareciera que nuestra situación no es mejor que la de los prisioneros en la Alegoría de la caverna de Platón. Estamos, por así decirlo, encadenados y en una posición tal que sólo podemos ver las sombras de acontecimientos reales que ocurren en el mundo externo a nuestra caverna. Podemos estudiar esas sombras con gran exactitud, pero no tenemos conocimiento directo de la realidad que hay tras de esas sombras. El mismo Heisenberg lo expresó así:

 [ ... ] ya no podemos considerar "por sí mismas" esas piedras constructoras de materia que originalmente parecían ser la última realidad objetiva. Esto es así porque desafían todas las formas de ubicación objetiva en el espacio y en el tiempo, y porque básicamente es siempre sólo nuestro conocimiento de estas partículas lo que podemos hacer el objeto de la ciencia. En esta forma la finalidad de la investigación ya no es entender a los átomos y su movimiento "en sí mismos" Desde el momento de empezar, nos encontramos involucrados en la disputa entre la naturaleza y el hombre, en la que la ciencia sólo desempeña una parte, de manera que la común división del mundo en sujeto y objeto, mundo interior y mundo exterior, cuerpo y alma, ya no es adecuada y nos conduce a dificultades. En esta forma, aun en la ciencia el objeto de investigación ya no es la naturaleza en sí misma, sino la investigación que el hombre hace de la naturaleza. Nuevamente aquí, el hombre se confronta sólo consigo mismo.

 Estamos lejos del siglo XVII, cuando Galileo podía decir con confianza total:  “Las conclusiones de la ciencia natural son verdaderas y necesarias, y el juicio del hombre no tiene nada que ver con ellas." De hecho hemos llegado tan lejos que hemos alcanzado el punto en que los intereses de la ciencia coinciden con lo que es quizá la mayor interrogante de toda la filosofía: el problema del conocimiento en sí mismo. ¿Qué es lo que podemos realmente conocer? Finalmente, según se hace evidente para muchos pensadores modernos, la ciencia no puede estudiar la naturaleza---ensí misma", sino únicamente hacer investigaciones humanas de la naturaleza, lo que, incidentalmente, implica una buena parte de las preferencias filosóficas y de los prejuicios que los individuos seguramente involucrarán en este estudio (véase el capítulo 6). No podemos examinar el comportamiento de las partículas elementales, sino únicamente nuestro conocimiento de este comportamiento, y es en este sentido como Heisenberg concluye que “el hombre se confronta sólo consigo mismo". Podemos terminar este breve comentario sobre un tema tan enorme con un excelente (aunque, claro, muy polémico) pasaje citado por Heisenberg de su compañero físico Arthur Eddington (1882-1944).

 Hemos encontrado que aunque la ciencia ha progresado demasiado, la mente apenas ha recuperado de la naturaleza lo que ella misma ha puesto en la naturaleza. Hemos hallado unas huellas extrañas en las playas de lo desconocido. Hemos diseñado profundas teorías, una tras otra, para explicar sus orígenes. Finalmente hemos logrado reconstruir la criatura que dejó esas huellas. ¡Y he aquí que eran las nuestras!

 

LAS IDEAS DE LA BIOLOGÍA

Esta nueva imagen del hombre y su percepción de la realidad se ha derivado exclusivamente de las ciencias físicas y de las matemáticas. El cuadro estaría incompleto sin algunas consideraciones de la contribución que han hecho las ciencias vitales, en particular porque para los biólogos es más familiar que para los físicos la idea de que el azar y la incertidumbre existen como elementos básicos en los trabajos de la naturaleza. Esto está implícito en la teoría de la evolución orgánica -el gran principio organizador de la biología- que tuvo su origen más tempranamente que la mecánica cuántica y la relatividad, y que en muchos aspectos tiene implicaciones que son igualmente de largo alcance.

 El biólogo está totalmente acostumbrado a los procesos de desarrollo. Encuentra desarrollo tanto en lo que llama ontogenia como en filogenia -esto es, en el “progreso" aparente de lo individual a través de su largo y complejo crecimiento embriológico, así como en los cambios a través del tiempo geológico que observa en colonias de organismos. De manera que examina las exquisitas complejidades en el desarrollo del embrión del polluelo, y observa en el fósil del "caballo" la manera como evoluciona, a través de decenas de millones de años, de una criatura del tamaño de un perro hasta convertirse en el moderno Equus. En ambos niveles el cambio puede verse como la realización progresiva de potencialidades. Y éste es un proceso selectivo porque produce, de las células indiferenciadas originales del embrión, celulas especializadas para ejecutar únicamente funciones particulares (musculares, nerviosas, etc.) en el adulto; y de una población generalizada de antepasados tipo mono, formas específicas como chimpancés, gorilas y hombres de la época actual.

 Nuevamente en ambos niveles, parece que la información contenida en forma potencial en un sistema simple alcanza finalmente su realización en sistemas más complejos. Sin embargo, quizá la distinción más fundamental entre los procesos de embriología y evolución es que en el primero el desarrollo normal probablemente no incluye los factores de azar, mientras que en el último las mutaciones casuales son casi de seguro esenciales en el largo plazo. No existe duda de que, dejando transcurrir generaciones suficientes, ocurren cambios significativos en poblaciones viables como resultado de la mera recombinación de las potencialidades genéticas durante la cruza entre ellas. Se cree que la selección natural -que el medio ambiente hace de cualquier característica favorable resultante- asegura que los organismos que la poseen dejen más crías. Pero sería absurdo creer que el reino animal, en toda su variedad, ha evolucionado simplemente mediante el cambio y la selección de las potencialidades hereditarias presentes en la población original de los organismos unicelulares. La generación "espontánea" de nuevas potencialidades por mutación proporciona a la evolución esa dimensión extra frente al desarrollo embriológico que explica la aparición de organismos no presentes, ni siquiera en forma potencial, cuando los procesos de cambio se iniciaron (véase infra).

 También parece implicar que en biología estos factores de azar son la base creativa de juicios de valor que hacemos sobre conceptos tales como "desarrollo" o "progreso". Aunque una discusión como ésta nos lleva rápidamente hacia áreas filosóficas de intensa controversia, para no hablar de las modas cambiantes, sería difícil argumentar que el hombre no es, en alguna forma crítica, un adelanto sobre sus antecesores monos, o que el pollo no es una mejoría respecto al huevo. Lo que es más, estos juicios parecen surgir del sistema biológico mismo más que de cualquier noción externa derivada de la ética. Si es así, quizás implican el conocimiento de una interpretación más positiva del significado de las casualidades.o acontecimientos casuales en sistemas vivientes que la que se encuentra en el mundo subatómico de los físicos. En el primer caso el azar parece ser la fuente de una organización "mejorada" y más compleja, en el segundo la perturbación de un sistema por lo demás determinado con precisión (véase capítulo 7).

 

EL TODO ORGANIZADO

 A pesar de las interpretaciones contrastantes, estos desarrollos en la física y la biología llevaron por caminos separados a otro movimiento en la ciencia moderna de inmenso interés e importancia. Se trata del estudio de la organización per se. Es quizás extraño que la investigación de las propiedades fundamentales de la materia pudieran haber ayudado a estimularlo, pero así sucedió en dos formas. Una fue por medio de las revaluaciones de nuestra comprensión del núcleo atómico, al que ahora se considera no un cuerpo compuesto de partículas elementales unidas entre sí por fuerzas de atracción -siendo partículas y fuerzas unidades separadas- sino más bien como si esas partículas y fuerzas fueran aspectos diferentes y complementarios de la misma cosa, apareciendo como separados sólo cuando la organización esencial del núcleo entero se ha desintegrado. La otra contribución de la física fundamental fue el impacto de la mecánica cuántica sobre la separación tradicional entre lo que está siendo observado y el que está haciendo la observación. Si es imposible hacer observaciones en este nivel sin perturbar los objetos de esa actividad, entonces lo que de hecho estamos estudiando es la organización constituida por los dos componentes. Hemos vuelto, de hecho, a la famosa máxima del filósofo griego Parménides (540 a.C.): "El Todo es Uno.

 

En el nivel de la biología el concepto de unidad -o la organización del todo- es muy familiar en estudios como los de la embriologia. Pero se aplica mucho más ampliamente porque incluye, como ciertamente lo hace, la idea fundamental de la interrelación de las partes componentes, tal como se observa en el funcionamiento normal del cuerpo animal. La estabilidad resultante de la interrelación en los sistemas fisiológicos se denomina homeostasis. Un ejemplo simple lo sería el mecanismo de control que regula la temperatura corporal de un hombre, que ha sido descrito en años recientes en términos derivados, por analogía, de los sistemas de ingeniería. Aquí encontramos expresiones como "punto de equilibrio" (setpoint), "termostato" y "retroalimentación negativa", por las que se comparan los componentes del cuerpo con componentes mecánicos o electrónicos del sistema de control de ingeniería. El rasgo esencial es que la estabilidad deseada se alcanza por medio del trabajo de las diferentes partes actuando como un todo organizado. Durante el ejercicio, cuando los músculos producen más calor que el normal y elevan la temperatura del cuerpo, esta información es llevada al cerebro a través de la corriente sanguínea, de manera que la temperatura del termostato dé un registro más alto que el del punto de equilibrio. El "error de carga" resultante asegura que la información apropiada sea ahora transmitida a los mecanismos electores que organizan el relajamiento de los vasos sanguíneos periféricos y el sudor. Cuando estos mecanismos han disipado el exceso de calor y la temperatura ha vuelto a la normalidad, se cierran y todo el sistema retorna a su estado de reposo.

 Este ejemplo muestra que la organización, en cualquier nivel -desde el de las partículas subatómicas hasta el de las sociedades humanas-, involucra más que una relación casual entre las partes constitutivas del sistema. Implica que se mantiene un estado estable "preferido" en contra de influencias internas o externas que tiendan a perturbar la estabilidad. Así, la organización opera de manera autoprotectora como si fuera un todo complejo, mostrando propiedades que son cualitativamente diferentes de las de sus componentes individuales.

 

TELEOLOGÍA

 El sistema homeostático que mantiene una temperatura corporal constante también nos ofrece un modelo en torno al cual podemos discutir brevemente el problema de la teleología, el cual ha sido de interés para la biología durante siglos. Como ya hemos visto, las formas teleológicas de expresión se refieren característicamente a los fines a los que supuestamente tienden las cosas y no tanto, como en las formas causales, a los acontecimientos originales que las provocaron. Aunque el concepto aristotélico original ha sido abandonado desde hace mucho, los sistemas biológicos a menudo parecen teleológicos y los biólogos hablan habitualmente en términos teleológicos. La pregunta que por lo tanto debe hacerse es en qué medida los fenómenos de biología son cualitativamente diferentes de los de las ciencias físicas hasta el punto de que necesitan modos de expresión diferentes. Un ejemplo simple nos esclarecerá el problema. A partir del conocimiento de las leyes de los gases, un físico podría afirmar que elevar la temperatura de un gas causa un aumento de su volumen. En forma similar, un fisiólogo podría decir que el aumento de la temperatura de un perro hace que aumente su respiración. Sin embargo, aunque el fisiólogo podría concluir que la función del aumento de la respiración Gadeo) es oponerse a la elevación de la temperatura (es decir mantener constante la temperatura del cuerpo), es poco probable que el físico diga que el mantenimiento del equilibrio térmico era también la "función" del aumento en el volumen del gas.

 En qué condiciones es justificable el uso de las formas teleológicas es una cuestión que no tiene respuestas sencillas y no necesita preocuparnos en ninguna forma. Muchos filósofos de la ciencia prefieren hacer la declaración "B es una función de A" como "A es la causa de B", y ciertamente ninguno sugeriría ahora (como lo hizo Aristóteles) que el lenguaje teleológico sería el apropiado para describir la forma de actuación del sistema solar. Sin embargo, en el caso de los organismos vivientes, la terminología teleológica parece ser para nosotros el futuro previsible. Y entre estos dos extremos hay áreas grises inevitables.

 Un aspecto de este difícil tema se ilustra con nuestro ejemplo del sistema de control de la temperatura, porque la mayoría de los rasgos esenciales del sistema fisiológico pueden ser reproducidos con una analogía física simple, digamos el sistema que controla la temperatura en una habitación. En este sistema se encuentran dos de las características más básicas usadas tradicionalmente para distinguir la organización teleológica de la no-teleológica: las del "estado preferido" y de la “retroalinientación negativa". Sin embargo, el sistema que controla la temperatura de una habitación ha sido "diseñado" y es en su totalidad no-viviente. Su estado preferido es la temperatura a la que ha sido fijado el termostato y es tarea del sistema como un todo mantener esta temperatura en la habitación. Esto se logra teniendo disponibilidad de mecanismos efectores (análogos al escalofrío y a la sudoración) para calentar o enfriar el aire de la habitación según la dirección en la que fluctúe su temperatura a partir del estado preferido. La retroalimentación en este sistema podría ser la temperatura de la habitación que prevalece en cualquier momento, a la que el termostato compara con la temperatura preferida; se le llama retroalimentación negativa porque una desviación del estado preferido desata los mecanismos que tienden a oponerse a la desviación.

 En términos simples, parece que nuestra habilidad para obtener analogías medianamente próximas entre sistemas de control fisiológico y físico, le quita una buena parte de misterio al concepto de la organización teleológica, y satisface a la mayoría de la gente con la afirmación de que los sistemas de "búsqueda de finalidad" no tienen necesariamente que referirse a unidades vivientes.

 

REDUCCIONISMO Y EMERGENCIA

 Nuestra discusión sobre organización y teleología nos conduce ahora a considerar los problemas más amplios del reduccionismo. Los procesos vitales nuevamente toman aquí una posición central porque provocan la pregunta sobre la naturaleza de sus diferencias con los procesos no vivientes. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de que los organismos vivientes difieren de los objetos inanimados por tener diferentes tipos o niveles de organización? ¿Pueden los procesos vitales ser "reducidos" a procesos físico-químicos sin perder los rasgos esenciales que los hacen vivientes? ¿Tiene alguna forma de apoyo la idea de la operación de algún principio vitalista que hace de los sistemas vivientes algo único?

 Para empezar, debemos decir en relación con todas estas preguntas que la discusión central, ya sea bajo la forma tradicional de "vitalista contra mecanicista” o en la forma moderna de “organización contra reducción", no ha sido, y probablemente no pueda ser, resuelta exclusivamente en términos de la evidencia empírica respecto del mundo. Antes de que examinemos los aspectos esenciales mínimos, todo lo que es necesario decir sobre la voluminosa literatura respecto a este tema es que mientras la posición inicial adoptada por los protagonistas era clara y simple, la situación actual es de enorme complicación. El resultado de esto parece ser que, mientras que lo apasionado del debate posiblemente no haya disminuido, los dos bandos están ahora significativamente más cercanos uno al otro de lo que estuvieron en el pasado, situación de la que dan fe amplia las intrincadas sutilezas convertidas en rasgos necesarios de los argumentos.

 El problema del reduccionismo en biología surge del hecho histórico de que las ciencias de la física y de la química proporcionaron a las ciencias,vitales, en su infancia, una base firme a partir de la cual podrían desarrollarse. Pero ¿qué tanto se podría confiar en esta base? René Descartes, el llamado padre de la filosofía moderna, es considerado generalmente como el primero que planteó la particularmente rígida distinción entre mente y materia que ha caracterizado o complicado el pensamiento occidental desde entonces. Ya que el cuerpo del hombre era considerado del mundo material, tenía que ser explicado en términos reduccionistas de entidades materiales y de principios mecanicistas. El mundo subjetivo de la mente era, sin embargo, algo al mismo tiempo diferente. La propia doctrina de Descartes sobre la mente erade hecho un tanto confusa pero, hablando en general, el cuerpo y la mente se consideraban por completo independientes, no actuando como tales sino procediendo, digamos, en paralelo. Aunque el punto de vista de Descartes estaba sujeto a diversas interpretaciones, los primeros vitalistas llegaron a creer que las propiedades de los sistemas vivientes podrían explicarse únicamente por la operación de algún agente no-material por encima de las propiedades del cuerpo físico.

 En estos términos el debate era suficientemente claro, y se desató violentamente durante todo el siglo XIX. Los comienzos de una reconciliación o de un oscurecimiento de los problemas opuestos se manifestaron en los primeros años del presente siglo con los orígenes de la física moderna. La declaración vitálista de que los procesos de vida difieren en esencia de los mecanismos del mundo material implica que actualmente entendemos qué son los materiales y los mecanismos. Esto estaba muy bien en el mundo determinista de los átomos en forma de bola de billar, pero en la era de la relatividad y de la mecánica cuántica la idea de una relación mecanicista del mundo se convirtió para muchos científicos en algo mucho menos plausible. De esto resultó que se vio menos claramente sobre qué bases podrían debatir vitalistas y mecanicistas.

 Uno de los pensadores dominantes de este periodo, y uno de los fundadores de nuestro interés actual en las propiedades de relación y de organización fue el matemático y filósofo A.N. Whitehead (18611947). Whitehead intentó resolver el problema vitalismo-mecanicismo desarrollando la llamada doctrina de emergencia, originalmente enunciada por C. Lloyd Morgan (1852-1936). El análisis de Morgan no partió de nuestra comprensión de los constituyentes últimos del mundo físico, sino de la evidencia del mundo derivada de la observación directa de éste. Esto es, no pasamos del conocimiento de las entidades básicas del mundo al de cómo explican éstas las propiedades de los organismos vivientes, sino más bien de los fenómenos observables a nuestras ideas intelectuales sobre el origen de la materia. Nuestro conocimiento de estas entidades básicas es necesariamente imperfecto y misterioso porque sólo podemos conocer aquellas propiedades que están manifiestas en los fenómenos en que participan, y que podemos observar. Así no debiéramos esperar, por así decirlo, reconocer en átomos aislados de oxígeno e hidrógeno las propiedades particulares que les permiten, en combinaciones apropiadas, formar el agua; pero cuando las propiedades del agua realmente "surgen" de esta combinación, en verdad hemos observado algo nuevo sobre los átomos, algo que podemos aprender sólo cuando éstos se han organizado en tal forma particular.

             Así ocurre con la vida. Cuando reconocemos que los átomos de oxígeno, carbono, nitrógeno, etc. organizados en una forma particular, manifiestan las propiedades asociadas con los sistemas vivientes, no precisamos volver a la idea de que es necesario añadir una

fuerza vital, como tampoco lo haríamos para explicar la aparición del magnetismo en una barra de hierro, o en la eficacia de un sintonizador de radio para proporcionarnos las sonatas para piano de Beethoven desde el Wigmore Hall. Lo que en verdad necesitamos entender es que estas propiedades impresionantes surgen de ciertas organizaciones de sistemas materiales; en ausencia de estas organizaciones, las propiedades dejan de manifestarse. En estos términos, la vida misma pierde mucho de su misterio (al menos en sentido filosófico), de modo que explicar la aparición en la evolución de los organismos a partir de materiales inanimados, o su desaparición a la muerte del cuerpo, deja de ser un problema.

 Finalmente, ¿qué puede obtenerse del problema mismo de la relación mente-cerebro, ese enigma que ha desvelado a los mayores pensadores a través de la historia? Siempre han existido aquellos que creen que todos los fenómenos materiales, incluyendo los de los cuerpos vivos, pueden en principio ser comprendidos en términos de física y química, pero que sin embargo han insistido en que los fenómenos subjetivos son de tipo diferente. Existen todavía algunos eminentes defensores de esta opinión, entre ellos algunos filósofos y científicos, quiénes señalan que a pesar del considerable cúmulo de conocimiento ahora disponible acerca de funciones cerebrales que pueden medirse, funciones inequívocamente relacionadas con los fenómenos mentales, no estarnos próximos a cerrar el abismo que haya entre un acontecimiento como una descarga eléctrica y nuestro conocimiento subjetivo de un pensamiento abstracto o de una emoción en la mente. Decir que son idénticos es dar por admitida la cuestión, y en todo caso es bien sabido por los trabajos de los psicoanálisis y de otros que una buena cantidad de actividad mental actúa en el cerebro sin que nos demos cuenta de ello. La experiencia subjetiva (esto es, consciente) no tiene una correlación inevitable con los procesos nerviosos, ni aun con algunos procesos que podríamos considerar como pensados si alcanzaron el nivel de lo consciente. Más bien, parece que la conciencia podría ser algo único.

 Aunque aquí no podemos ocuparnos de algunos problemas filosóficos mayores surgidos de estos hallazgos, el fenómeno de la conciencia de sí tiene especial importancia en relación con lo que se ha dicho antes sobre la organización. Si la conciencia de sí existe en el hombre, y si creemos en la evolución, ¿de dónde viene el desarrollo de este fenómeno? ¿Es posible explicar el problema de la mente en la misma forma en que hemos explicado el del magnetismo y el de la vida, esto es, como una propiedad que surge de ciertos tipos de organización en los sistemas materiales? No es difícil de comprender la idea de que algo de la misma índole cualitativa de la conciencia de sí puede ocurrir en las formas de vida subhumanas, pero la implicación lógica de esta forma de pensar derivaría en que un fenómeno análogo puede ocurrir también en organizaciones inanimadas y finalmente hasta en los átomos mismos. Esto puede parecer ininteligible para muchos, no así para algunos pensadores con autoridad, entre ellos el mismo Whitehead, el biólogo J.B.S. Haldane (1892-1964) y el paleontólogo y sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) (véase también el capítulo 8).

 Otro punto de vista agudamente contrastante del problema mente-cerebro, que mencionaremos brevemente, es la teoría reduccionista conocida como conductismo. Esta escuela de la psicología intenta describir los fenómenos de la persona en términos de los fenómenos de la conducta del cuerpo. Los fundamentos son que mientras les eventos mentales específicos no son negados como tales, deben excluirse del campo de la investigación científica sobre la base de que no están disponibles como conocimiento público para que cualquiera los escudriñe. La atención debe dirigirse a las formas de conducta evidentes, las cuales son consideradas ya sea como expresiones públicas de fenómenos psicológicos, o en alguna forma como equivalentes reales de éstos. De cualquier modo, se asegura, los términos usados convencionalmente en la psicología para describir los estado s mentales y sus procesos, deben entenderse como maneras de describir las formas asociadas de conducta en situaciones dadas. Así, las personas de quienes se dice que son listas, estúpidas, buenas, deshonestas, etc., pueden observarse actuando o tendiendo a actuar en forma que debemos considerar como características de los adjetivos respectivos. Otras experiencias "dentro de la mente" pueden, se argumenta, ser consideradas de manera parecida, en tal forma que la idea misma de la mente se vuelve redundante para los propósitos de la psicología. Según este punto de vista, buscar entender cómo influyen los eventos mentales en la conducta del cuerpo es tan importante como preguntarse en qué medida la seguridad de un automóvil afecta su funcionamiento mecánico.

 La posición conductista está abierta a un importante número de objeciones bastante diferentes de la incomprensión o repugnancia que engendra en algunas personas. Por ejemplo, no hay que pensar mucho para darnos cuenta de que estamos forzados a emplear términos psicológicos tradicionales, así como también términos conductistas, para poder determinar si el comportamiento de una persona es, digamos, estúpido o deshonesto; necesitamos también saber, entre otras cosas, algo sobre su actitud mental, sobre sus creencias, sus deseos, etcétera.

 Finalmente, quizás valga la pena añadir que ni el enorme interés en la "totalidad" organizativa ni en las relaciones reduccionistas han provocado una unificación general de la ciencia misma. Ésta no puede sencillamente considerarse como una, simplemente porque sus variadas disciplinas tratan de las propiedades que surgen de organizaciones distintas. Es cierto que ha habido heroicos intentos hacia el reduccionismo entre las divisiones mayores de la ciencia, como también dentro de ellas mismas; sin embargo, los éxitos han sido pocos, mientras que el esfuerzo ha sido inmenso. Un famoso ejemplo reciente ha sido el intento de reducir la genética tradicional mendeliana a genética molecular, que es un tipo especializado de la bioquímica de los ácidos nucleicos. Este enfoque recibió una buena dosis de apoyo en las áreas limitadas en las que se consideró posible, sin embargo, dejó intacto mucho más del objeto original que podía redefinir, incluyendo la evolución misma, que parecía incapaz de semejante redefinición. Claro está que siempre será posible argumentar que en algún momento futuro, cuando nuestro conocimiento general sea mayor que el actual, surgirá una ciencia realmente unificada, pero para el futuro previsible parece que el estudio de los sistemas organizados ha estimulado una apreciación de las diferentes técnicas y de los procesos intelectuales apropiados para los diferentes niveles de complejidad. Es probable que el sistema de partículas del físico siga siendo de órdenes de magnitud más simples que los del biólogo molecular, mientras que los temas del sociólogo parecen ser tan complejos como para desafiar a menudo nuestra comprensión.

 

LAS CIENCIAS SOCIALES

 Los problemas que surgen en las ciencias biológicas por la teleología y el reduccionismo nos conducen a los fenómenos admitidamente "deliberados" estudiados por las ciencias sociales. Existe un debate apasionado en el intento de reducir las proposiciones de la sociología a las de la psicología, pero los argumentos muy a menudo aparecen como motivados predominantemente por la amenaza de la identidad profesional. Sin duda existen biólogos que desearían reducir estas reacciones de amenaza a simples imperativos biológicos, sin embargo, este tipo de controversia es trivial en comparación con las cuestiones fundamentales genuinas consideradas más arriba y que seguiremos considerando.

 Las implicaciones reduccionistas de la nueva interdisciplina llamada sociobiología se consideran como una excepción. Sus defensores predicen que el impacto de la biología en las ciencias sociales y en las humanas será a la larga tan revolucionario como el de la química y la física en la biología. La sugerencia de que la ciencia social será algún día considerada una rama, por así decirlo, de la biología, contradice llanamente el juicio prevaleciente que postula que la vida social humana es casi por completo producto de influencias culturales, mostrando poca o ninguna evidencia de determinismo genético. Pero éste es un debate de gran amplitud y al parecer insoluble, y para nuestros propósitos actuales será suficiente anotar que la concepción de la biología como la clave para entender el comportamiento humano es la más reciente contribución al problema naturaleza-educación que nos ha asolado, sin resolverse, durante muchos siglos.

 Consideraremos ahora un asunto que, entre algunos científicos naturalistas, es juzgado sólo ligeramente menos polémico que el anterior, pero el cual, comparado con nuestros anteriores comentarios concernientes a la naturaleza del conocimiento científico, puede plantear pocos problemas serios. Se trata del problema de si es posible, después de todo, atacar los fenómenos sociales y humanos por medio del método científico. (Es importante que aquí disociemos claramente métodos y técnicas en el contexto de la ciencia. Por método científico se quiere significar una versión identificable de los en cierta forma elusivos procedimientos descritos, por ejemplo, en los capítulos 1 y 3. Las técnicas científicas, por otra parte, son formas particulares para realizar el método científico -por medios como encuestas, mediciones, experimentos controlados, etc.- los cuales varían ampliamente de acuerdo con cada ciencia particular).

 ¿No es éste entonces el caso en que la total complejidad de la vida humana predestina al fracaso cualquier intento de ser genuinamente científico?

 La complejidad del tema es ya indudablemente un problema, porque cuando hay muchos fenómenos interrelacionados es difícil establecer una secuencia causal clara. En su forma extrema, esta opinión nos dice que la vida humana es tan rica y sutil que cualquier acontecimiento social es único; cualquier creencia como ésta, sostenida con sinceridad, sería incompatible con la investigación científica (véase el principio del capítulo l). Sin embargo, ¿es posible sostener esta opinión, o al menos puede demostrarse que la complejidad es únicamente problema de las ciencias sociales? No hay duda de que las ciencias biológicas comparten muchas dificultades semejantes, especialmente en ramas como la etología y la ecología, que estudian el comportamiento de los organismos en condiciones naturales y seminaturales. Aun en las ciencias físicas hay también enorme complejidad, y la respuesta a ella ha sido siempre acumular conocimiento sobre los fenómenos más simples, con la esperanza de que ocasionalmente lleguen a dar luz sobre los más complejos.

 Algunas variedades de este proceso de simplificación parecen ser aplicables en todo el espectro de las ciencias, y el enfoque ideal es indudablemente aquel que pretende la simplificación mediante experimentos artificiales controlados. Sin embargo, los experimentos -no son siempre posibles y es aquí interesante recordar que el dominio de la astronomía en el siglo xvii no era ciertamente el resultado de que se pudiesen manipular experimentalmente los cuerpos celestes. En forma similar, muchas ciencias naturales de prestigio, como la geología o la biología evolutiva, tienen poco campo para la experimentación, y sin embargo no han dejado de establecer extensos bloques de conocimiento, con leyes y teorías generales bien fundamentadas. Por lo tanto, las áreas de investigación social humana en las que son raras las oportunidades para experimentos controlados, no pueden descartarse de las filas de la ciencia basándose únicamente en esto. En cualquiera de los casos, hay algunas áreas, en especial la psicología social, en donde se ejecutan rutinariamente experimentos que no pueden diferenciarse de los de las ciencias naturales, en tanto que los economistas hacen amplio uso de modelos idealizados que pueden analizarse matemáticamente en casi la misma forma que en física o fisiología. Finalmente, las investigaciones de campo, en muchas de las ciencias sociales, no difieren en forma significativa de aquellas que se hacen, digamos, en la botánica o la entomología.

 Otras de las dificultades que se invocan para la ciencia social se refieren a la generalización. Mientras que una ley típica en física o en química se considera normalmente como de aplicación universal, en el sentido de ser independiente de] espacio y del tiempo, los hechos humanos tienden a ser influidos significativamente por factores culturales o históricos. Es poco probable así que las normas de comportamiento sean válidas entre sociedades diferentes o dentro de una misma sociedad en tiempos diferentes. Esto quiere decir que las teorías sociales, aunque a menudo poseen un poder explicativo considerable, nunca proporcionan suficiente base para hacer predicciones acertadas del futuro. Esta deficiencia puede parecernos una desventaja paralizante si en este momento hiciéramos la comparación con la astronomía de posición, pero una breve reflexión nos muestra de inmediato que la astronomía es más bien la excepción y no la regla, aun entre las ciencias físicas. La predicción exacta de estados futuros es posible, aun por medio de las famosas leyes físicas, únicamente dentro de ciertas condiciones artificialmente idealizadas (por ejemplo, en un vacío "perfecto” o en una rigidez "perfecta" dada) que son análogas a las idealizadas fuerzas de mercado aplicadas a las ecuaciones de los economistas. Con las ciencias menos exactas, como la meteorología, la predicción es notoriamente arriesgada, mientras que con los sistemas vivientes (sin mencionar a la física subatómica) nunca nos referimos a otra cosa que a meras probabilidades.

 Un problema muy amplio y genuino para la ciencia social es aquel que concierne a la llamada relatividad de las leyes sobre las sociedades humanas. ¿Puede ser totalmente objetivo y libre de valores el estudio de los fenómenos humanos? Por ejemplo, en psicología y en medicina social a menudo se discute si podemos investigar o experimentar en individuos y seguir conservando nuestro respeto por ellos como seres humanos. Igualmente, hay algunos tipos de fenómenos que son difíciles de estudiar porque las mediciones necesarias pueden ser peligrosas o inaceptables, o bien es posible que los datos deban manejarse confidencialmente. En realidad, es la misma proximidad de esas ciencias con los urgentes asuntos personales de la vida diaria la que puede revelar los valores y prejuicios del científico mismo en términos de su decisión sobre lo que debe estudiarse en primer lugar. Si su decisión se basa ampliamente en razones externas a la ciencia misma (como, digamos, en el caso de un deseo de probar un punto a discusión) más que en otras ampliamente reconocidas como intracientíficas, es menos probable que la investigación misma satisfaga los estándares normales de imparcialidad científica.

 En donde intervienen las cuestiones de juicio moral (como por ejemplo en el estudio de prejuicios raciales o de conducta sexual) la situación es particularmente delicada y obviamente muy diferente de aquella en donde un químico o un fisiólogo selecciona un problema que, para él, despierta una curiosidad intelectual especial. En el contexto social hay un riesgo mucho más grave de que los valores personales puedan prejuiciar la recolección de evidencias por su influencia para decidir lo que debe ser considerado como información de hechos, y después inmiscuyéndose en la discusión y en la interpretación de los hallazgos obtenidos. Es difícil para el científico social lograr un desapego genuino sobre asuntos humanos delicados, aún más si (lo que no es en ninguna forma extraordinario) su intuición como lego parece proporcionarle una visión más profunda y más directa que su metodología formalizada. Desafortunadamente, nuestros juicios de sentido común son frecuentemente engañosos, y justamente el problema es tan irresoluble porque refleja actitudes sobre asuntos mucho más amplios que los estrictamente pertinentes al área de investigación social dada. Claro está que también en las ciencias naturales hay muchas áreas de controversia, y siempre hay algunas que generan un desacuerdo apasionado, sin embargo, la tensión resultante es a menudo creativa y de ella pueden surgir soluciones genuinas. Esto es simplemente porque los debates científicos naturales conciernen en forma típica a la interpretación de datos exclusivamente intracientíficos, mientras que los de las ciencias sociales invariablemente se refieren a puntos de vista más generales.

 En algunos contextos este problema puede parecer tan insoluble que ocasionalmente se recomienda que los científicos sociales abandonen su intento de lograr análisis libres de valores y mejor especifiquen sus propias actitudes tan amplia y honestamente como les

sea posible, de manera que sean otros los que con total independencia puedan evaluar su importancia. En muchas formas es éste un objetivo laudable, pero en vista de que generalmente sería imposible saber si ha sido logrado, una ciencia social completamente libre de valores puede ser inalcanzable. Una respuesta polémica que aparece al darse cuenta de esto, ha sido siempre argumentar que una ciencia social de este tipo es en todo caso indeseable; los fenómenos sociales deben siempre tener esencialmente un aspecto "subjetivo" o "impregnado de valor” dada la naturaleza deliberada de los actos humanos. Según esta opinión, el intento de excluir interpretaciones subjetivas inevitablemente elimina también todo hecho social genuino. Consecuentemente las llamadas técnicas de investigación no objetivas" deben desarrollarse para incluir particularmente la buena voluntad y la habilidad del científico social para proyectarse a sí mismo empáticamente con el fenómeno que está estudiando. únicamente esto lo conducirá a hipótesis que contengan un auténtico poder de explicación.

 Otro problema que encara el científico social es que el conocimiento de los fenómenos sociales es en sí mismo una variable social. Esto significa simplemente que los sujetos humanos de experimentación o investigación probablemente se comporten anormalmente si están conscientes de lo que les está ocurriendo. Por ejeniplo, la gente puede responder a las preguntas de una encuesta en términos de lo que creen que se espera de ellos, más que lo que realmente creen o hacen, o es posible que proporcionen información falsa debido a algún deseo de oscurecer los resultados. Aún más, la gente tiene tendencia a creer que sabe sobre las tendencias y actitudes sociales, en forma tal que, aun tras un análisis exhaustivo de algún fenómeno social por parte de los científicos, continúan dudando o rechazando las conclusiones que son contrarias a las suyas. Esta situación puede considerarse como muy rara en lo que respecta a las ciencias físicas, aunque ocurre ocasionalmente en biología, y particularmente, claro está, en aquellas ramas aplicadas como la medicina, que está más próxima a inquietudes humanas inmediatas.

 Las reacciones humanas al conocimiento de los fenómenos sociales afecta tanto las predicciones como las explicaciones. Esto ha sido ilustrado en época reciente en relación con el intento de predecir el resultado de elecciones. Si la predicción tiene o no influencia en la forma de votar de la gente, puede ser o bien animándolos a actuar de acuerdo con ella (el---efectodel ganador" [band-wagon effectD, o bien en desacuerdo (el "efecto del perdedor" [under-dog effect». Si el científico social intenta tener en cuenta estos efectos, puede confiar en tener éxito únicamente cuando son iguales. Si hace sólo predicciones condicionales que no tengan en cuenta las reacciones para la predicción, las condiciones iniciales no se cumplirán. Esto es, una vez que intenta influir en el resultado de una predicción, no puede ya probar su confiabilidad.

 Finalmente, si nos hacemos la pregunta: ¿es realmente posible la ciencia social?, debemos formular nuestra respuesta en forma de reconocer por completo los problemas en los que no hay duda, pero al mismo tiempo reconocer los objetivos de la empresa total. La naturaleza humana presenta realmente algunas dificultades formidables para cualquiera que intente explicarlas, ya no digamos predecirlas. Sin embargo, tanto la explicación como la predicción se cuentan entre los objetivos legítimos de la ciencia social, al igual que lo son para la ciencia natural, y está más allá de toda discusión que ya existe un bloque sustancial de literatura que abarca, en términos generales, todos los criterios normales del conocimiento científico. Aunque todavía quedan demasiados ejemplos de literatura científica social pomposa, vaga y ambigua -en la que la comprensión lograda y transmitida puede no ser más profunda y confiable que la de los juicios tradicionales de sentido común propios de la sabiduría popular-, debe decirse que esa falta de claridad es, sin lugar a duda, el monopolio de los científicos sociales. Hay mucho de cierto cuando se dice que las áreas de vaguedad (más en los datos que en el estilo de la literatura) siempre presentarán dificultades especiales para los científicos sociales, pero teniendo en cuenta esto, parece razonable esperar que las áreas problemáticas continuarán exigiendo análisis responsables, y que como resultado de ello podemos esperar una expansión continua del conocimiento auténtico.

 

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