ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS

 

Filosofía del Lenguaje

Lenguaje Objeto y Meta-Lenguaje

Uso y mención

Proferencias: Signo-Tipo y Signo-Ejemplar

Morfemas, Lexemas, Palabras, Vocables y Expresiones

Oración, Enunciado e Idea

Sintaxis, Semántica y Pragmática

Gramática

Distintos tipos de gramática

Historia de la Gramática

Lenguaje

Formas de abordar el estudio

Comunicación humana y comunicación animal

Fundamentos del lenguaje

Fisiología

Gramática

Semántica

Lingüística

Partes y aspectos de la Lingüística

Los primeros enfoques de la Lingüística

Los Últimos Enfoques de la Lingüística

Semántica

La Perspectiva filosófica

La Persepectiva Lingüística

Semántica General


 

FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Lenguaje-objeto y metalenguaje

Podemos hablar en castellano, en inglés, en japonés o en árabe sobre personas, sobre cualquier tipo de objetos, sobre hechos, sucesos, etc. Pero podemos hablar también en esas lenguas sobre otras lenguas. Así, en una clase de inglés cabe hablar en castellano, por ejemplo, sobre el inglés. Siguiendo una convención terminológica muy extendida, podemos decir que, en ese contexto, el inglés es el lenguaje-objeto -es decir, el lenguaje considerado como objeto que se presenta a nuestra consideración- y el castellano es el metalenguaje -es decir, el lenguaje por medio del cual podemos hablar acerca del lenguaje-objeto- Pero obsérvese que la distinción no es absoluta. En otro contexto, en el de una clase de castellano impartida en Escocia, pongamos por caso, el lenguaje-objeto será el castellano y el metalenguaje será con toda probabilidad el inglés.  De manera que el lenguaje-objeto es la lengua o el lenguaje sobre el que se dicen cosas; el metalenguaje, la lengua en que se las dice, cuando se está hablando sobre una lengua o lenguaje.  No cabe duda de que podemos hablar sobre una lengua utilizando para ello esa misma lengua. La mayoría de las clases de gramática castellana que se dan en el Bachillerato -si no todas- se dan en castellano; es decir, se habla en castellano acerca del castellano. Así pues, en este contexto el castellano es a la vez el lenguaje-objeto y el metalenguaje. Hay algunos autores -por ahora en clara minoría en la literatura filosófica- que prefieren no aplicar esta terminología para este último caso, aconsejando hablar simplemente de uso reflexivo del lenguaje : de que el lenguaje se usa o utiliza, en el caso descrito en último lugar, reflexivamente.

Los dos tipos de situaciones descritas hasta ahora tienen algo en común: en ambos se habla únicamente de lenguas naturales, es decir, de sistemas lingüísticos utilizados por una comunidad de hablantes más o menos grande para su comunicación habitual; de sistemas con una evolución histórica especificable en alguna medida. Sin embargo, éstos no son los únicos sistemas lingüísticos existentes. Entre los varios tipos a considerar son de especial interés para la filosofía los lenguajes artificiales construidos por los lógicos y los matemáticos. Se trata de lenguajes perfectamente definidos, cuya invención y uso se hicieron necesarios para profundizar en la investigación matemática y en otras ramas de la ciencia. Estos lenguajes formales -cuyo primer ejemplo procede del padre de la lógica y la filosofía del lenguaje contemporáneas, G. Frege, a finales del siglo XIX- son utilizados en las investigaciones contemporáneas, entre otras cosas, para describir otros lenguajes, sean éstos, a su vez, naturales o formales. Históricamente, fue a mediados de este siglo cuando empezó a difundirse la terminología «lenguaje-objeto»/ «metalenguaje»: el lenguaje formal en el que se conducían las investigaciones lógicas era el lenguaje-objeto ; el lenguaje que se empleaba para describir ese lenguaje, es decir, para hablar sobre ese lenguaje, era el metalenguaje. Obsérvese que aquí se da una distinción absoluta: hay un determinado lenguaje y hay otro que siempre se utiliza para describir o hablar acerca del primero de los dos.  Es en este contexto donde está plenamente justificado que hablemos de una jerarquía de lenguajes, puesto que, a su vez, puede especificares un nuevo lenguaje para hablar acerca de ese metalenguaje: sería un meta-metalenguaje. Y el proceso puede reiterarse.

Uso y mención 

Nos valemos de nuestra lengua para múltiples finalidades: para informar, preguntar, mandar, pedir, etc. ‘, y así podemos decir, por extensión, que utilizamos las diferentes expresiones lingüísticas (palabras, oraciones y demás) para hacer algunas de estas cosas. Aunque el tema de la referencia será tratado más adelante, no es difícil entender que, muy a menudo, cuando usamos ciertas palabras o secuencias de palabras -por ejemplo, nombres propios-, nos referimos a personas determinadas en determinadas ocasiones ; con otras nos referimos a acciones; con otras, a sucesos, etc. Por ejemplo, no cabe duda de que mediante la oración

(1) Beethoven compuso la sinfonía Pastoral

cabe que informemos a alguien de un hecho que nada tiene que ver con el lenguaje. En esta oración, la palabra primera, ‘Beethoven’, refiere a una determinada persona, a un famoso compositor alemán que vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, hay ocasiones en que se puede utilizar esa misma palabra de un modo muy distinto. Si proferimos la oración (2) Beethoven tiene nueve letras, no nos estamos refiriendo normalmente al célebre músico de Bonn, a la persona que fue discípulo de Haydn y que escribió nueve sinfonías y más de treinta sonatas. No, decimos: no que esa persona tenga nueve letras, sino que su nombre tiene nueve letras. Es obvio, a la vista del caso, que debemos distinguir entre hacer referencia a una persona y hacer referencia al nombre de una persona. Para subrayar esta distinción, hay dos artilugios muy extendidos en la literatura filosófica, uno terminológico y otro gráfico. Cuando emitimos oraciones como (1), se dice que la palabra en cuestión se usa; cuando emitimos oraciones como (2) -en un contexto normal-, decimos que la palabra en cuestión se menciona. También se suele afirmar -aunque seguramente con menor propiedad- que en la oración (1) la palabra en cuestión se usa (o aparece usada), mientras que en la oración (2) se la menciona (o aparece mencionada). Para distinguir gráficamente una cosa de la otra, lo habitual es resaltar de alguna manera la palabra siempre que se la menciona; lo más usual es que se la ponga entre comillas simples o dobles.  Nosotros utilizaremos las comillas simples. Así, en lugar de (2), escribiremos:

(2’) ‘Beethoven’ tiene nueve letras.

Es obvio que la terminología que acabamos de introducir ‘uso’/‘mención’) resulta algo confusa, ya que tanto si emitimos (1) como (2’) estamos utilizando o usando las oraciones en cuestión y las palabras que las componen. Podríamos decir, así pues, que también al utilizar (2’) usamos la palabra ‘Beethoven’. Pero la terminología está tan extendida que es difícil prescindir de ella. Lo importante es que tengamos claro que la palabra ‘usar’ se emplea en dos sentidos diferentes. En un sentido, el más amplio, siempre que emitimos una expresión lingüística la estamos usando, al igual que sus palabras constituyentes. En un sentido más restringido, en el contexto de la dualidad uso/mención, decimos que usamos una palabra si no la empleamos para hacer referencia a sí misma. En caso contrario, decimos que la mencionamos. Pese a lo desafortunado de la terminología ‘uso’/‘mención’, no hay que olvidar lo importante de la distinción que pretende poner de manifiesto. El pasarla por alto ha demostrado ser una constante fuente de confusiones y paradojas.

Proferencias.  Signos-tipo y signos-ejemplar

Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos no paramos de hacer cosas. Nos ponemos nuestra ropa más cómoda, o la más elegante. Limpiamos nuestros zapatos, dándoles lustre. Tomamos café con leche. Apretamos a fondo el acelerador del coche, o pagamos religiosamente nuestro billete de autobús. Hay quien hace todas estas cosas. Pero también hacemos cosas con palabras: narramos los últimos sucesos que nos han pasado o los que les han acontecido a los demás, preguntamos por las últimas novedades cinematográficas, editoriales, musicales. Damos las gracias, insultamos, recomendamos, sugerimos, rogamos, etc. Nuestra conducta verbal es, en términos generales, un aspecto, una parte de nuestra conducta global. El acto consistente en preguntar a qué hora del día de hoy se retransmite un partido de fútbol es tan acto como el de fijar en la pared una reproducción de Vasarely. El que los dos sean actos típicamente humanos no significa, sobra el decirlo, que sean actos de la misma especie. Sin otra información, diríamos que el primero es un acto verbal, mientras que el segundo no lo es. Nos basamos para ello, entre otras cosas, en el hecho de que el primero trae consigo la proferencia de una secuencia de fonemas del castellano y de que, al través de ellos, decimos algo, preguntamos algo.  Por su parte, nada parece haber en el acto de fijar en la pared una reproducción de Vasarely que haga de él un acto del habla, un acto comunicativo. Podría suceder, empero, que yo tuviera un vecino que odiase a muerte a Vasarely, de modo que el mero ver una obra o reproducción de éste constituyese para él un agravio. Si yo sé tal cosa, mi vecino sabe que yo lo sé y, pese a todo, yo colocase en una pared de mi domicilio una reproducción del citado pintor franco-húngaro, a la vista de mi vecino y con una teatralidad ostentosa, se podría decir que con tal acción podría estar agraviándole intencionadamente. Mi acción sería un substitutivo de algo más directo: de decirle, a la cara, por ejemplo, que su amistad me importaba un bledo, que él me desagradaba profundamente, o cualquier otra cosa parecida. Se podría decir que eso era lo que significaba mi acción, que ese era su sentido o significado. Así, puede uno ver, la distinción entre actos verbales y actos no verbales es difícil de trazar sin consideraciones contextuales y sin saber de la intención que guía al agente.

Por proferencia entenderemos en lo sucesivo cualquier acto verbal consistente en la emisión (bien por medio de nuestro aparato fonador, bien por algún medio mecánico) o en la inscripción de un Signo o conjunto de signos. Nos interesa disponer de un concepto como éste por razones muy simples. La comunicación humana es, para empezar, una continuada sucesión, un constante intercambio de proferencias, de actos verbales que se caracterizan por la importante propiedad de ser significativos, de poseer un significado, una clave cuyo conocimiento garantiza su comprensión. La clave de su interpretación puede ser más o menos convencional, más o menos del dominio público; esto no importa demasiado por el momento.  Sin embargo, algo que sí es de suma importancia es distinguir con claridad entre el significado de una proferencia y el significado de la expresión resultante de haber realizado una proferencia. En el primer caso, hablamos de la interpretación de un acto verbal; en el segundo, del significado que posee el resultado de dicho acto, lo cual habitualmente no es sino una secuencia de sonidos o de signos inscritos sobre un pedazo de papel, la pizarra de un aula, etc. Una y otra cosa no tienen por qué coincidir en absoluto.

Llamaremos signo-ejemplar o expresión-ejemplar a la secuencia de fonemas o a la inscripción resultante de una proferencia. (Esta convención terminológica no está muy extendida. Hay quien se vale del término ‘proferencia’ para denotar exactamente lo que nosotros denotamos mediante el término ‘signo-ejemplar’ o ‘expresión-ejemplar’. Esto nos está vetado a nosotros, una vez que hemos distinguido, en el dominio de la conducta verbal, entre actos y resultados de actos). Lo importante de los signos-ejemplar -o, para expresarnos de un modo más natural, de los ejemplares de un signo- es que no hay dos iguales. Cada ejemplar de un signo o de una expresión es único o irrepetible. Por ejemplo, la expresión ‘¿qué hora es?’ se repite una y otra vez en nuestra vida de cada día. Cada vez que se profiere estamos ante un acto verbal diferente, ante una proferencia única. Mi acto de preguntar la hora un cieno día y a una cierta hora es un acto diferente de quien profiere las mismas palabras, aunque sea a la misma hora de ese mismo día. Incluso nuestras respectivas secuencias de sonidos son diferentes: no es sólo que uno y otro tengamos voces distintas; es que se producen (en la mayoría de los casos) en lugares distintos y en momentos de tiempo diferentes. Y el combinar estos dos criterios permite, pues resulta suficiente, no confundir unas y otras. Paralelamente, las diversas instancias de la palabra impresa ‘Beethoven’, aparecidas más arriba (sin importar si están o no entrecomilladas), son todas ellas diferentes: una vez que una máquina ha hecho esto con ellas, nadie podrá repetir ese mismo evento. Es seguro que en el pasado se habrá inscrito un signo parecido en múltiples ocasiones. Y tampoco hay duda de que algo análogo ocurrirá de nuevo en el futuro. Pero jamás se ha tratado, ni se tratará, de los mismos ejemplares. Así, y como consecuencia de que nadie puede llevar a cabo dos veces la misma proferencia, ni ejecutar la proferencia de otra persona, ni ha habido ni hay ni habrá dos muestras del mismo signo o expresión-ejemplar, sino a lo sumo meros duplicados.

Vistas las cosas de este modo, no parecería adecuado decir, por ejemplo, que dos personas que pregunten a otra la hora hagan uso de las mismas palabras, incluso aunque ambas profieran algo como ‘¿qué hora tiene Ud.?’. Y tampoco lo parecería, si afirmásemos que en la palabra ‘Beethoven’ hay sólo siete letras distintas. Sin embargo, esta forma de hablar no es incompatible ni mucho menos con la anterior. Ahora no estamos hablando, en realidad, de ejemplares de letras o de oraciones. Estamos hablando de signos o de expresiones-tipo: de las letras-tipo que constituyen nuestro alfabeto, así como de la oración (interrogativa)-tipo ‘¿qué hora tiene usted?’. Nos estamos refiriendo a los patrones abstractos debajo de los cuales caen una diversidad de ejemplares: todos los ejemplares proferidos de las letras ‘b’, ‘e’, ‘t’, ‘h’, ‘o’, ‘v’ y ‘n’, por un lado; todos los ejemplares proferidos de la oración-ejemplar ‘¿qué hora tiene usted?’.

Puede ahora uno apercibirse de que la palabra ‘signo’, o la palabra ‘expresión’, es ambigua. En ocasiones, nos referimos con ella a lo que hemos llamado ejemplares de un signo; en otras, al signo-tipo. Lo malo del caso no es la ambigüedad en sí, sino los inconvenientes a que da lugar. Las llamadas expresiones indicadoras -pronombres personales, adverbios de lugar y tiempo, formas del tiempo verbal, etc.- constituyen un caso paradigmático del Peligro indicado. Porque se ha llegado a decir de las oraciones que las contienen, como por ejemplo:

(3) Hoy no hace frío,

que pueden ser a la vez verdaderas y falsas; lo primero cuando el tiempo es frío y lo segundo en caso contrario. Admitir una cosa así supone echar por tierra un principio lógico tan elemental como el de tercio excluso de forma absolutamente innecesaria. Y echarlo por tierra por no tener en cuenta precisamente la distinción entre signo-tipo y ejemplar de un signo-tipo). Lo que propiamente es O bien verdadero o bien falso es cada ejemplar de (3) -o bien la idea o pensamiento que dicho ejemplar expresa-, según el tiempo que haga en el día en que se profiere dicho ejemplar. De la oración-tipo, y de su valor de verdad, no hace falta preocuparse, porque en sentido estricto carece de él.

A diferencia de (3), hay oraciones del lenguaje natural, o de parcelas especiales de él, todos cuyos ejemplares se interpretan del mismo modo; y consiguientemente, todos cuyos ejemplares expresan una idea o poseen un significado tal que siempre son o verdaderos o falsos. Eso sucede, por ejemplo, con

(4) 7 + 5 = 12.

A la vista de ellos siente uno la tentación de soslayar la distinción entre ejemplar de una expresión-tipo y la misma expresión-tipo.  Pero hay que recordar, entonces, que no estamos ante la regla general, sino ante lo que puede ser una excepción de entre una larga serie de casos tales. Por lo demás, y para insistir en algo ya dicho, la distinción es neta: los signos-ejemplar son siempre resultados únicos de actos (proferencias) únicos. Los signos-tipo son entidades abstractas a través de las cuales clasificamos y agrupamos cienos ejemplares en virtud de su parecido físico. De aquí que ocasionalmente’ se los haya considerado clases a las cuales pertenecen en calidad de miembros todos los ejemplares de un cieno tipo fonético o visual: a la palabra-tipo ‘Beethoven’, como a la clase de todos los ejemplares resultantes de proferir o de escribir dicha palabra; a la letra-tipo ‘e’, como a la clase de todas las inscripciones o pronunciaciones de una e minúscula; a la oración-tipo ‘Hoy hace frío’, como a la clase cuyos miembros son los ejemplares originados por una proferencia cualquiera de (3).

La dicotomía terminológica ‘expresión-tipo’/‘expresión-ejemplar’ viene ya de antiguo; en concreto del filósofo norteamericano Ch. Peirce. Sin embargo, apenas si se la menciona en tratados escritos originalmente en nuestra lengua. En ocasiones, principalmente al traducir del inglés pares de términos como ‘sign-type’/‘sign-token’, ‘expression-type’/‘expression-token’ o simplemente ‘type’/‘token’, se recurre a los términos castellanos ‘tipo’ y ‘señal’. Este segundo nos parece a nosotros una mala elección en la medida en que ‘señal’ tiene otros usos bien definidos que pueden muy bien entrar en conflicto con el que aquí se le confiere. Nosotros preferimos optar por ‘ejemplar’, y hablar de ejemplares de expresiones-tipo de un modo análogo a cuando uno habla de un buen o representativo ejemplar de una especie animal. Esta elección nos obliga, entonces, a utilizar repetidamente la frase ‘un ejemplar de la expresión-tipo...’ precediendo siempre a la mención de alguna expresión. Para agilizar nuestra exposición en estos casos, suprimiremos siempre (o casi siempre) las palabras ‘la expresión-tipo’ (o bien ‘la oración-tipo’, ‘la palabra-tipo’, etc.), aunque entendiendo que la expresión que se mencione a renglón seguido es un tipo, y no un ejemplar.

Morfemas, lexemas, palabras, vocablos y expresiones.

Como no es posible trazar ninguna frontera sensata entre filosofa del lenguaje y lingüística, introduciremos otras distinciones conceptuales que son moneda corriente en lingüística.  El morfema (o, en otra terminología, formante) se suele definir como la unidad significativa mínima de una lengua. Así, se suele decir que en ‘contábamos’, por ejemplo, hay cuatro morfemas, o más exactamente, cuatro morfos -realizaciones concretas de morfemas- correspondientes a morfemas distintos: ‘cont’, ‘a’, ‘ba’, ‘mos’. El primero es la llamada raíz; ‘a’ es el morfema que revela que se trata de un verbo de la primera conjugación; ‘ba’ es el morfema que indica el tiempo y el modo verbales (pretérito imperfecto de indicativo) ; ‘mos’ es el morfema que indica persona y número.  Las cuatro unidades son significativas en este sentido amplio, no en el sentido de que tengan significado al modo en que ‘cantábamos’ lo tiene.

En rigor, ya lo hemos dicho, no se trataba de morfemas sino de morfos de distintos morfemas. En efecto, el concepto de morfema es bastante abstracto: ‘cont’ y ‘cuent’ son morfos distintos -realizaciones distintas- del mismo morfema (el morfema que constituye la raíz común de ‘contábamos’, ‘conté’, ‘contaré’, ‘cuenta’, ‘cuento’, etc.). Cuando dos o más morfos pertenecen al mismo morfema -como ocurre con ‘cont’ y ‘cuent’- decimos que son alomorfos de ese morfema.

Los morfemas son entidades tan abstractas que, en rigor, no forman parte de las palabras. Las palabras son ciertas secuencias de morfos separadas por lindes. En el lenguaje escrito se representan -todos estamos bien familiarizados con ello- mediante secuencias de letras separadas por espacios en blanco. De modo que ‘contábamos’ es una palabra (o representa en el lenguaje escrito a una palabra). Esta palabra está estrechamente relacionada con otras: ‘contaba’, ‘conté’, ‘cuentas’, ‘contaría’, etc. Todas son formas flexivas de un mismo verbo. Esta clase de palabras así relacionadas (formas flexivas de un mismo verbo, de un mismo nombre, de un mismo adjetivo, etc.) recibe a veces el nombre de ‘vocablo’. Los vocablos Se representan en el diccionario mediante uno de sus elementos: la forma distinguida. Cuando se trata de un verbo esta forma es la de infinitivo, y así encontramos la palabra ‘contar’ en el diccionario. Hay algún lingüista que llama ‘lexemas’ a lo que nosotros llamamos ‘vocablos’, pero, en general, se reserva el término ‘lexema’ para los llamados ‘morfemas léxicos’. Esto presupone una distinción entre morfemas gramaticales y morfemas léxicos. En nuestro ejemplo, la raíz es un morfema léxico. Los demás morfemas son gramaticales.

Hay una palabra muy frecuente en la terminología filosófica del lenguaje: ‘expresión’. Llamaremos ‘expresión’ a cualquier palabra o cadena de palabras. Muchas expresiones, tal y como entendemos aquí esta palabra, no son sino formas (elementos) distintas del mismo vocablo. Así, en la expresión (oracional)

(5) No todos los compositores de sinfonías son románticos,

expresiones como ‘compositores’ y ‘sinfonías’ -entre otras- son formas de vocablos, pero no ocurre lo mismo con las expresiones ‘son románticos’ o ‘todos los compositores de sinfonías’. Por cierto, estas expresiones son de los tipos que más interesan a los filósofos del lenguaje. Tampoco es, obviamente, una forma de vocablo, ni un vocablo, la expresión total, es decir, la oración. En general, puede decirse que la tradición filosófica ha cargado al término ‘expresión’ con un significado funcional. Cómo veremos, las expresiones realmente interesantes para el filósofo del lenguaje son aquéllas que pueden cumplir una determinada función (referencial o predicativa, para poner dos ejemplos).

Oración, enunciado e idea

En la lingüística tradicional se solía definir la oración como la unidad lingüística más pequeña que expresa un pensamiento, lo que traducido a una terminología más moderna significa: una concatenación -o “unión”- de signos lingüísticos que tienen sentido o significado, o que expresan una proposición o idea. Sin embargo, esta concepción es inadecuada en la medida en que no consigue establecer una distinción clara entre oración y oración con significado. A fin de obtener tal cosa, hay que acudir a una consideración de carácter más general: la que diferencia entre el lenguaje como parte de la conducta total humana, por un lado, y el lenguaje como sistema de reglas que subyace a esta conducta, por otro. Según el primer punto de vista, el lenguaje es una sucesión de actos; según el segundo, un conjunto de reglas que nos permiten llevar a cabo esos actos, que los hacen posibles. Considerando el lenguaje natural desde la primera de estas perspectivas, desde un punto de vista conductual, nuestro habitual uso lingüístico es un conjunto de proferencias e inscripciones en definitiva, de emisiones de signos-ejemplar. Pero esta conducta no es una conducta ciega, sino que está sometida a un conjunto altamente estructurado de reglas, que se comparten socialmente y que se transmiten culturalmente. Algunas de estas reglas permiten dividir y clasificar los resultados de las proferencias y de las inscripciones en unidades de diferente carácter. Una de estas unidades es la oración. Al lingüista y al filósofo del lenguaje no sólo le interesan las proferencias, en tanto que acontecimientos físicos irrepetibles. Está también interesado por su clasificación, por los tipos a los cuales pertenecen los signos-ejemplar proferidos (o inscritos), así como por las relaciones que entre ellos se establecen. Desde el punto de vista gramatical, el tipo más interesante, y el que mejor ilustra la consideración de una lengua o lenguaje como sistema, es el de oración; es más, toda una parte de la gramática, la sintaxis, está dedicada a caracterizar una propiedad de las oraciones; la de estar bien formadas. El concepto de oración es, por lo tanto, un concepto teórico, una abstracción que se lleva a cabo sobre estos datos observables que son las proferencias (y las inscripciones). Todas las oraciones son expresiones-tipo, aunque no todas las expresiones-tipo sean oraciones, como hemos visto en el epígrafe anterior.

Hay que advertir que los criterios que nos permiten abstraer oraciones a partir de determinados ejemplares no son criterios semánticos, pues el peso de la tarea no recae en aquello que significan los signos que los componen. Así, por ejemplo,

(6) It is not cold today

significa lo mismo que (3) -en la medida en que dos oraciones de lenguas distintas tengan el mismo significado, es decir, en la medida en que aceptemos un concepto de sinonimia interlingüística, y no sólo intralingüística-; sin embargo, se trata de oraciones que pertenecen a lenguas bien diferentes. Lo mismo vale incluso de oraciones pertenecientes a la misma lengua : la identidad de significado no es un criterio decisorio, pues dos oraciones podrán ser sinónimas sin que por ello sean la misma oración. Lo que sí es en cambio un criterio decisivo es el orden, pues las oraciones (7) y (8)

(7) Los alumnos han entrado de uno en uno

(8) De uno en uno han entrado los alumnos

son diferentes, pese a ser sinónimas -en un sentido de sinonimia a precisar más adelante-; y el único factor responsable de ello parece ser el orden relativo que guardan entre sí las palabras que las componen. Esto es así porque las oraciones son conjuntos ordenados de signos-tipo. Cualquiera que sepa algo de teoría de conjuntos Sabe que un conjunto ordenado de elementos no es igual a otro si tiene los mismos elementos que éste, aunque dispuestos en un orden diferente. Identidad de conjuntos y orden de sus elementos marchan aquí hombro con hombro.

Las oraciones, en tanto que expresiones-tipo, son abstracciones de aquello que tienen en común diferentes ejemplares de expresiones. Lo que se abstrae comúnmente son determinados rasgos físicos, como la entonación, la peculiaridad en la escritura, etc., que desde un punto de vista gramatical-sistemático son de importancia secundaria. Así, si yo escribo nuevamente la oración (4), produzco de nuevo un ejemplar irrepetible de la misma expresión-tipo. Ahora bien, del mismo modo en que el matemático no discrimina en absoluto entre un ejemplar y otro, de cara a la consecución. de los objetivos propios de su labor, tampoco el gramático necesita en ocasiones preocuparse por las peculiaridades de diferentes ejemplares de una misma expresión-tipo. Esto es cierto de oraciones-tipo como (1), (2’), (5), (7) y (8). El caso de (3), y también el de (6), ya hemos dicho que es harina de otro costal.

Vayamos ahora con el concepto de enunciado. Se trata de una noción con la que conviene andarse con precauciones4. El término ‘enunciado’ se aplica a cosas muy distintas según sea el nivel de la gramática -e1 de la sintaxis, el de la semántica o el de la pragmática- en el que se use. (De esta diferencia de niveles nos ocuparemos en el epígrafe próximo.) Desde un punto de vista sintáctico, los enunciados forman un subconjunto propio del conjunto de las oraciones: a saber, el conjunto de las oraciones declarativas o enunciativas. Lo que diferencia, entonces, a un enunciado de una oración interrogativa son las respectivas condiciones determinantes de su buena formación. Desde un punto de vista semántico, su rasgo más característico es que son objetos lingüísticos a los cuales podemos atribuir las propiedades de verdad y falsedad. De un enunciado se puede decir que es o bien verdadero o bien falso. Lo que importa subrayar es que, abordados con las exigencias propias del análisis semántico, los enunciados no son sin más oraciones verdaderas o falsas (e incluso, si se quiere, ni verdaderas ni falsas, ni dotadas tampoco de un valor semántico diferente del de la verdad y la falsedad). Esto podría decirse de oraciones-tipo como (1), (2’), (5), (7) y (8), para simplificar las cosas. Pero resulta a todas luces erróneo generalizar y afirmar tal cosa, por ejemplo, de la oración-tipo (3), sin saber en qué (momento de un) día se profiere cada ejemplar de dicha oración.

En este punto está justificado introducir la distinción entre enunciado e idea. Pues la dificultad considerada ha dado pie fundamentalmente a dos decisiones terminológicas bien distintas; las dos considerablemente extendidas entre los filósofos del lenguaje. La primera de ellas consiste en aplicar el término ‘enunciado’ a la oración-tipo de manas junto con la interpretación que tenga en el contexto de proferencia relevante al caso (es decir, en el momento de tiempo en que se profiere el ejemplar correspondiente, en relación con el hablante que la profirió, etc.). Esta propuesta equivale, en definitiva, a llamar enunciado al ejemplar de la oración-tipo de que se trate, pues sería solo dicho ejemplar lo que sería susceptible de ser verdadero o falso en cada caso. La segunda propuesta consiste en aplicar el término ‘enunciado’, no a la oración-tipo, y tampoco al ejemplar de manas, sino al significado del ejemplar, a la idea o pensamiento que dicho ejemplar expresa en el momento de proferencia y en relación con otra información contextual: el agente de la proferencia, la audiencia de éste en el momento en que el ejemplar fue proferido, etc. Este criterio procede, en la tradición contemporánea de la filosofía del lenguaje, del lógico G. Frege y se caracteriza básicamente por considerar que los predicados de verdad y falsedad son atribuibles a las ideas expresadas por los ejemplares de las oraciones-tipo, y no a éstas mismas, por más que se las conciba de algún modo especial. Hay que avisar de que el concepto de proposición se emplea actualmente en muchas ocasiones como equivalente del de idea o pensamiento, tal y como éstos han sido caracterizados aquí.

Finalmente, y desde un punto de vista pragmático, ‘enunciado’ se aplica sobre todo a cualquier acto (proferencia) por medio del cual uno enuncia algo. Los enunciados resultan ser entonces un subconjunto de las proferencias (y de las inscripciones) o, mejor aún, de los actos de. habla -actos inlocutivos- que uno lleva a cabo por el mero hecho de proferir ciertas secuencias de fonemas. Así, con ‘enunciado’ pasa algo igual que con ‘proferencia’, aunque para este caso se haya acabado con el problema antes de haberle dado tiempo a af1orar a la superficie ; y es que ambos términos manifiestan una clara ambigüedad, pues se aplican tanto a cierto actos como a resultados de esos actos. En lo que al término ‘enunciado’ respecta, en la mayoría de las ocasiones que se presenten en el futuro, o el contexto o comentarios pertinentes aclararán en qué sentido se empleará- El peligro de confusión por razones conceptuales (o terminológicas) no parece ahora cosa inminente.

Sintaxis, semántica y pragmática

Una división terminológica muy extendida y conveniente para el estudio de una lengua natural se debe al norteamericano Ch. Morris (aun cuando, a la larga, proceda también de Ch. Peirce). Este filósofo denomina Semiótica a la investigación general de un sistema de signos cualquiera. Nosotros trataremos solamente de sistemas de signos particulares: las lenguas naturales. Según la terminología de Morris, la Semiótica se divide en tres apartados: sintaxis, semántica y pragmática. En nuestro caso, se trata solamente de la sintaxis, la semántica y la pragmática de lenguas naturales.

La sintaxis de dichas lenguas estudia las diversas combinaciones de signos que dan lugar a combinaciones de ellos que tienen la propiedad de estar bien formadas. (Algunas nociones sintácticas se exponen en el siguiente capítulo, dedicado a las relaciones de la filosofía del lenguaje con la lingüística.) La semántica trata de investigar, de un modo más bien abstracto, de qué tratan los signos; es decir, de las relaciones de los signos con aquello que constituye su interpretación, aunque al margen de los contextos específicos en que los signos son usados por los hablantes. Estos aspectos contextuales relativos al uso de los signos son, sin embargo, el objetivo de estudio de la pragmática. Estas caracterizaciones generales de los términos ‘sintaxis’, ‘semántica’ y ‘pragmática’ no son, sin embargo, fruto de un acuerdo total entre las diversas tendencias de la teoría lingüística y de la filosofía del lenguaje. En particular, el uso que se hace de los términos ‘semántica’ y ‘pragmática’ en la bibliografía dista mucho de ser consistente y claro. Esta situación deriva, en parte, de una mezcla en los acentos puestos por los practicantes de las dos citadas disciplinas y, concretamente, a si se pone en consideraciones de carácter puramente lógico, a si predominan los intereses del lingüista, o a si se infiltran en la cuestión razones filosóficas.

No es éste el lugar para tratar de desenredar la complicada maraña de estas tradiciones, parcialmente en conflicto y parcialmente complementadas. Sin embargo, no podemos pasar por alto el hecho de que la ausencia de una terminología clara contribuye a la confusión general. Por lo tanto, convendrá tener bien presentes algunas observaciones sobre el tema, aunque su sentido sólo se vaya comprendiendo a la par que la lectura de los capítulos subsiguientes.

El término ‘semántica’ se ha venido utilizando de dos modos distintos: los lingüistas tienden a emplearlo para cubrir toda el área del estudio del significado, pero en la práctica la mayoría de sus estudios se han confinado tradicionalmente a la investigación del significado de los lexemas de las diversas lenguas. Por otro lado, no se puede afirmar en absoluto que los estudiosos del lenguaje natural que provienen de los campos de la lógica y de la filosofía sean consistentes en su utilización del término. Encontramos en ellos una oscilación entre el mencionado sentido general (semántica = = teoría del significado) y un sentido notablemente más restringido; el estudio de las relaciones entre el lenguaje y aquello acerca de lo cual podemos hablar mediante el lenguaje, como en la clásica definición de Morris se nos dice. En otra versión más actual, el mismo sentido, la semántica se equipara al estudio de las condiciones veritativas de expresiones, o al análisis de la contribución de la realidad a la verdad o a la falsedad de las expresiones. En este sentido, la semántica es la parte de la teoría del significado que persigue dar cuenta de determinados aspectos del mismo mediante nociones como las de referencia, extensión, intensión, condiciones veritativas, etc. que veremos en posteriores capítulos.  Si reservamos el término ‘semántica’ para este último sentido como, en general, haremos en este libro- y -utilizamos el rótulo .teoría del significado’ para el primero, a la vez que introducimos el de ‘pragmática’ en el sentido al que hemos aludido anteriormente, podemos entonces componer rótulos como ‘teoría semántica del significado’, ‘teoría pragmática del significado’ y ‘teoría semántico-pragmática del significado’ para referirnos, respectivamente, a una teoría que utilice como fundamentales términos (o nociones) semántico(a)s, a una que utilice como fundamentales conceptos pragmáticos y a una que emplee como básicas nociones tanto pragmáticas como semánticas. Los tres tipos de teorías se encuentran en la bibliografía. Incluso hay autores que trataron de dar cuenta de fenómenos pragmáticos en una teoría sintáctico-semántica indiferenciada (como es el caso de G. Lakoff y de algunos otros «semánticos generativos»).  Sin embargo, es difícil, a veces, no caer en la confusión creada sin recurrir a explicaciones prolijas, por lo que se encontrarán ocasionalmente en el presente texto otros usos. Esperamos que en estos casos el contexto aclare la situación.

Los problemas terminológicos derivan también, en parte, de la concentración de las diversas tendencias en áreas distintas de la investigación, pese a que coinciden parcialmente. Así, los lógicos y los filósofos del lenguaje han tendido a ocuparse principalmente de los aspectos composicionales del significado; es decir, han tendido a ocuparse sobre todo del problema de cómo los significados de las expresiones se componen de los significados de sus panes. Los lingüistas, a su vez, se han concentrado mayoritariamente en el estudio del significado de las unidades lingüísticas significativas mínimas y, muy especialmente, de los lexemas. Una dificultad terminológica adicional es que una de las corrientes principales en este campo se denomina análisis componencial, y hay que tener mucho Cuidado en no confundir ‘componencial’ con ‘composicional’, pues ambos adjetivos se aplican a cosas muy diferentes, como acabamos de ver.


 

Gramática

 

Rama de la lingüística que tiene por objeto el estudio de la forma y composición de las palabras (morfofonología), así como de su interrelación dentro de la oración o de la frase (sintaxis. El estudio de la gramática muestra el funcionamiento de las palabras en una lengua.

Distintos tipos de gramática

La primera vez que casi todo el mundo establece contacto con la gramática es en la escuela cuando estudia su propia lengua o al aprender otra, como segunda lengua. Se denomina normativa porque dice cuál es el funcionamiento de las diversas partes de la oración según la norma de cada idioma. Dictamina qué palabras son compatibles entre sí y qué oraciones están bien formadas, de manera que cualquier hablante a través de las reglas gramaticales perciba si emplea bien o mal esa lengua.

Es una forma de enfrentarse a la formación de las palabras, oraciones y frases de un determinado idioma. Ahora bien, existen otras formas de gramática que se interesan por los cambios: cuando se estudian los que ha habido en la formación de las palabras y de las oraciones a lo largo de la historia —por ejemplo, cómo era una determinada palabra o una construcción en el español antiguo o el de el siglo de oro (véase Lengua española)— se aborda el estudio de la gramática histórica. Otros enfoques plantean cuáles son las semejanzas y diferencias que existen entre varias lenguas y se realiza desde una perspectiva de la gramática comparada, que establece las relaciones que hay entre las lenguas al comparar su fonética y las equivalencias en el significado de las palabras; así al buscar formas análogas en las lenguas próximas las gramáticas pueden descubrir qué forma influye de una lengua en otra. Otra posibilidad es investigar cómo se emplean las palabras y qué tipos de oraciones son las adecuadas según sea el contexto social en que se empleen; ése es el objeto de la gramática funcional.

Desde otra perspectiva se describe cómo están organizadas las unidades mínimas con significado que forman las palabras (morfemas) y las que forman las oraciones (constituyentes). A tal enfoque se le denomina gramática descriptiva. Su estudio contiene las formas del idioma actual registradas por los hablantes nativos de una determinada lengua y representada por medio de símbolos escritos. La gramática descriptiva indica qué lenguas —e incluso aquéllas que nunca se han escrito ni registrado por ningún otro procedimiento— tienen una estructura parecida.

Todos estos enfoques de la gramática (normativa, histórica, comparativa, funcional y descriptiva) estudian la morfología y la sintaxis; sólo tratan los aspectos que poseen una estructura. Por lo que constituyen una parte de la lingüística que se distingue de la fonología (estudio de los fonemas) y de la semántica (estudio del significado). Así entendida es la parte organizativa de la lengua.

Se llama gramática generativa transformacional a la fundada por el investigador estadounidense Noam Chomsky. Se trata de un enfoque muy diferente, casi toda una teoría del lenguaje. Los generativistas entienden por lenguaje "el conocimiento que poseen los seres humanos que les permite adquirir cualquier lengua". Es una especie de gramática universal, un estudio analítico de los principios que subyacen en todas las gramáticas humanas.

Historia de la gramática

Quienes iniciaron el estudio de la gramática fueron los griegos que lo hicieron desde una perspectiva filosófica y describieron la estructura de la lengua. Esta tradición pasó a los romanos que tradujeron los términos gramaticales, tanto de las partes de la oración como de los accidentes gramaticales; muchas denominaciones han llegado a nuestros días (como por ejemplo nominativo, singular, neutro). Pero ni los griegos ni los romanos supieron cómo estaban relacionadas las diversas lenguas. El problema se planteó con la gramática comparativa, que fue el enfoque dominante en la lingüística del siglo XIX.

Al parecer, las primeras investigaciones gramaticales del mundo moderno han ido emparejadas con el afán por descifrar las inscripciones y textos antiguos. De ahí que la gramática estuviera ligada a las sociedades que poseían una extensa tradición de textos escritos. La primera gramática que se conoce es la Panini para el sánscrito, una lengua de la India. En ella se mostraba cómo se formaban las palabras y qué parte de las mismas era la que llevaba el significado. Los trabajos de Panini y de otros estudiosos indios sirvieron para interpretar los libros sagrados de los hindúes que se escribieron en sánscrito. Otro pueblo que prestó gran atención a su lengua fueron los árabes, que en la edad media introdujeron en Occidente todo el saber de los filósofos griegos, olvidados hasta que ellos llegaron. Realizaron la traducción de las obras de la antigüedad a su lengua, y en función de su expansión geográfica estuvieron en contacto con otros idiomas desde la cuenca mediterránea hasta Persia en el extremo oriental. Gracias a la convivencia que tuvo lugar en la península Ibérica de las culturas árabe, hebrea y cristiana se desarrolla en Toledo la Escuela de Traductores, donde se copian y traducen importantes obras que así llegaron al conocimiento de Occidente. A lo largo del siglo X, los judíos completaron el inventario léxico del hebreo, conocido como el lexicón, término de origen griego, y asimismo llevaron a cabo lo que hoy se denominaría primer estudio filológico del Antiguo Testamento.

Al gramático griego Dionisio de Tracia se le debe el esfuerzo de elaborar su Arte de la Gramática, primera gramática de su lengua en términos modernos, difundida por los árabes y que ha servido de base a las gramáticas del griego, del latín y de otras lenguas europeas hasta bien entrado el renacimiento. Durante toda la edad media quienes en Europa se dedicaron al estudio conocían, además de sus propias lenguas y el latín, las de los pueblos vecinos con quienes estaban en contacto. Aprovechando esta circunstancia se plantearon de qué forma podía hacerse la comparación entre las lenguas. Con la llegada del renacimiento y su admiración por el mundo clásico se cae en la trampa de pensar que el ideal en los estudios gramaticales consiste en describir cualquier lengua conforme a la estructura que poseían el latín y el griego. Durante los siglos XVI y XVII, lo que se intentó fue determinar qué lengua era la más antigua, dado el conocimiento que de ellas se había adquirido durante la edad media y el renacimiento. Como tuvieron en cuenta su tradición cristiana y por tanto la Biblia, en muchos casos se llegó a la conclusión de que se trataba del hebreo. También se eligieron otras lenguas por circunstancias ajenas a lo lingüístico: ése fue el caso del holandés en el entorno centroeuropeo y muy relacionado con la reforma protestante y la expansión comercial. Durante el siglo XVIII se inician las comparaciones entre las lenguas que culminan con la afirmación de que existe una única lengua, origen de cuantas se hablaban en Europa, Asia y Egipto —la que se llamará más tarde indoeuropeo— hecho que afirmó el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz.

En el siglo XIX los estudiosos desarrollaron un análisis sistemático sobre determinados aspectos de las lenguas, realizados con el modelo que supuso el sánscrito. La guía para elaborar las gramáticas de muchos idiomas europeos, el egipcio y algunos asiáticos, fue la gramática de Panini. A estos estudios ya situados en la comparación de las lenguas relacionadas utilizando la obra de Panini como guía, se les denomina gramática indoeuropea, que es un método para comparar y relacionar las formas de la oración que poseen muchas lenguas.

No obstante, el enfoque renacentista que consiste en describir las lenguas bajo el modelo grecolatino, tardó en desaparecer. No se inició la descripción gramatical de las lenguas dentro de sus propios modelos hasta principios del siglo XX. Bajo esta nueva perspectiva hay que colocar el Manual de las lenguas indígenas americanas (1911) obra del antropólogo Franz Boas y sus colaboradores, así como los trabajos del danés Otto Jespersen, dentro ya de la escuela estructuralista y descriptiva, que publicó Filosofía de la Gramática (1924). La obra de Boas ha sido la base en la que se han inspirado muchas gramáticas descriptivas estadounidenses. La de Jespersen ha sido la precursora de otros enfoques de la teoría lingüística, como por ejemplo la gramática generativa transformacional.

Boas desafío la metodología tradicional de la gramática al estudiar otras lenguas no indoeuropeas y que no tenían testimonios escritos, como las lenguas indias de Estados Unidos (véase Lenguas aborígenes de Estados Unidos y Canadá). Creía que la capacidad humana que es el lenguaje, se organiza en la gramática de cada lengua concreta. Toda gramática descriptiva debería describir las relaciones que se establecen entre las palabras y las oraciones de una lengua, a partir del inventario del que disponen las personas en el lenguaje. Gracias al esfuerzo innovador del trabajo de Boas, la lingüística descriptiva se convirtió en la gramática dominante en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX.

Jespersen, lo mismo que Boas, pensaba que las lenguas había que estudiarlas a partir de las manifestaciones orales de sus hablantes y no de los documentos escritos, porque como ha demostrado Bühler en su Filosofía del lenguaje, la lengua hablada y la escrita representan distintos niveles del lenguaje. Buscaba Jespersen los elementos comunes a todas las lenguas y los clasificó en su teoría de los tres rangos, para encontrar la estructura en la que se organizan, tanto en su forma presente (el conocido por estudio sincrónico) como en su forma a través de la historia (conocido por estudio diacrónico). El análisis descriptivo, representado en estos dos autores, desarrolla unos métodos precisos y científicos, además consigue describir las unidades formales mínimas de cualquier lengua. Como aísla esas unidades y encuentra la estructura que las relaciona, se conoce por gramática estructuralista. Fue concebida en primer lugar por el lingüista suizo Ferdinand de Saussure, que distinguió entre la estructura general que poseen todos los idiomas, y que él denominó lengua con el término francés langue, y las realizaciones concretas de esa estructura que hacen todas las personas cuando hablan, a lo que denominó habla, parole en términos de Saussure. La lengua es el sistema que sostiene cualquier idioma concreto, esto es lo que hablan y entienden los miembros de cualquier comunidad lingüística porque participan de la gramática de ese idioma. El habla es la realización concreta de la lengua, pero en sí misma no es lo que describe la gramática. La gramática estructural concibe cada lengua particular, ya sea el chino, el francés, el español, el swahili o el árabe, como un sistema que tiene varios niveles, cada uno con sus elementos propios —fonemas, morfemas, sintagmas y semantemas, esto es, los elementos mínimos de la fonética, la morfología, la sintaxis y la semántica— y que se interrelacionan en esa gran estructura. Así pues describe y estudia las relaciones que existen en todos los niveles del habla en cada lengua concreta. Y ello esté o no escrito, hablado o grabado en una cinta magnetofónica.

A mitad del siglo XX, Chomsky, que había recibido una formación estructuralista en la escuela de Bloomfield, buscaba la forma de analizar la sintaxis del inglés dentro de los principios estructurales. Su esfuerzo le condujo a concebir la gramática como la teoría de la estructura y no como la descripción de unas oraciones concretas. La entiende como un mecanismo que produce una determinada estructura, que no es sólo de una lengua determinada, sino que pertenece a la competencia, es decir la capacidad que tienen las personas para emitir y entender las oraciones que forman parte de su lengua o de cualquier otra. Su teoría de carácter universal, está relacionada con las de los estudiosos de los siglos XVIII y XIX, quienes estaban buscando la raíz lógica de la gramática, para que fuera la clave que analizara el pensamiento. A esa escuela perteneció el filósofo británico John Stuart Mill, que ya en 1867 creía que las reglas gramaticales de una lengua eran la forma que correspondía al modo en que estaba organizado el pensamiento humano universal.


 

Lenguaje

Medio de comunicación entre los seres humanos por medio de signos orales y escritos que poseen un significado. En un sentido más amplio se entiende por lenguaje cualquier procedimiento que sirva para comunicarse. Algunas escuelas lingüísticas entienden el lenguaje como la capacidad humana que conforma al pensamiento o a la cognición.

Formas de abordar el estudio

Se puede estudiar desde dos puntos de vista: según el uso o según la estructura. El uso se relaciona con otros campos, como la literatura, la comunicación de la información, la enseñanza de idiomas, la sociología, la ciencia política y la psicología. Los estudios sobre el uso del lenguaje tratan sobre lo que dicen las personas, lo que piensan que dicen y lo que significa lo que escriben o hablan para comunicarse. Así se incluye el análisis de los contenidos, la crítica literaria, el estudio del cambio lingüístico y los factores sociales que determinan los comportamientos lingüísticos de quienes forman una comunidad idiomática. También se aborda el estudio de cómo la lengua incide en la conducta humana. Para la crítica literaria el lenguaje está integrado por palabras que, adecuadamente ordenadas, producen una emoción o un razonamiento. Para los lexicógrafos se trata de un repertorio de palabras que tienen un significado, un origen y una historia. Por último, se puede entender el lenguaje como la forma en que las palabras se seleccionan y combinan, y que es inherente a los individuos, a los grupos o a los géneros literarios.

La estructura del lenguaje concierne a la lingüística. Según sea la escuela lingüística que lo aborde, llegará a descripciones diferentes de su uso y su estructura. Quienes lo enfocan como comunicación escrita, tienen interés en la estructura del 'texto' —es decir, de qué forma hay que ordenar las palabras y las oraciones para que constituyan un todo coherente— y les preocupa cómo es posible que una lengua se pueda traducir a otra con exactitud. En el campo de la traducción mecánica, las computadoras se ocupan de la enorme cantidad de información necesaria para llevar a cabo esos estudios. Los lingüistas comparativos lo ven como un medio de comunicación y agrupan e identifican las familias que proceden de un tronco común.

Los estructuralistas dicen que el lenguaje tiene tres niveles organizados jerárquicamente: sonidos, combinaciones de sonidos para formar las palabras y combinaciones de palabras para formar las oraciones y las frases. En el plano fonemático se analizan los sonidos; en el morfemático se describen las combinaciones de sonidos en unidades con significado (los morfemas y sus combinaciones para formar palabras); en el sintagmático el enfoque se centra en las combinaciones de palabras que forman oraciones y frases.

Los generativistas dicen que el lenguaje es el conocimiento inherente de los seres humanos que les permite la competencia lingüística. Estudian dentro del lenguaje la capacidad para adquirir un idioma y su proceso de adquisición.

Comunicación humana y comunicación animal

Si se entiende el lenguaje como un medio de expresión y de comunicación hay que incluir el estudio de los sonidos y los gestos. Como es evidente que los animales emiten sonidos y producen gestos, la pregunta es inmediata: ¿Poseen los animales un lenguaje como los seres humanos? Parece claro que muchas especies animales se comunican entre sí. Sin embargo, parece que la comunicación humana difiere de la animal en siete rasgos que la investigación lingüística ha formulado. 1) El lenguaje humano posee dos sistemas gramaticales independientes aunque interrelacionados: el oral y el gestual. 2) Siempre comunica cosas nuevas. 3) El lenguaje humano distingue entre el contenido y la forma que toma contenido. 4) En la comunicación humana lo que se habla es intercambiable con lo que se escucha. 5) El lenguaje humano se emplea con fines especiales, detrás de lo que se comunica hay una intención. 6) Lo que se comunica puede referirse tanto al pasado como al futuro. (7) Los niños aprenden el lenguaje de los adultos y se transmite de generación en generación.

Investigaciones recientes sobre los primates, demuestran que muchos de estos rasgos no son exclusivamente humanos. No obstante, se puede decir con cierta seguridad que, aunque el lenguaje entendido como sistema de comunicación no sea exclusivamente humano, el lenguaje humano posee características especiales. Los humanos engarzan una serie limitada de unidades gramaticales y de signos separados para formar un conjunto infinito de oraciones que bien pudieran no haber sido oídas, emitidas, leídas, escritas o pensadas con anterioridad. Los niños que todavía no han aprendido gramática establecen sus propias reglas de lenguaje empleando su capacidad lingüística así como los estímulos que reciben de la comunidad lingüística en la que han nacido. Véase también Conducta animal.

Fundamentos del lenguaje

Para que haya lenguaje se requieren ciertos factores: de índole fisiológica (el organismo tiene que ser capaz de emitir sonidos; véase Lenguaje y alteraciones del lenguaje); de índole gramatical (el discurso tiene que poseer una estructura); y de índole semántica (es imprescindible que la mente pueda entender lo que se habla; véase Semántica).

Fisiología

Aunque muchos de los órganos humanos de la fonación tienen otras funciones como la de comer, están tan perfectamente dispuestos para el habla, que el lenguaje humano aparece como el mejor procedimiento de comunicación entre los seres vivos. En el acto de hablar, una corriente de aire sale de los pulmones, se ve modificada por la vibración o no de las cuerdas vocales, el movimiento de la lengua, el paladar blando y los labios; se ve obstruida por los dientes y se la puede obligar a pasar por la cavidad nasal. Las personas que tienen trastornos fisiológicos en el habla, aunque posean un lenguaje, lo que hacen es cambiar el sistema de comunicación, por ejemplo por medio de signos visuales como hacen los sordomudos.

Gramática

Cualquier lenguaje humano tiene una estructura gramatical en la que las unidades fónicas (señalizadoras) se combinan para producir un significado. Las unidades mínimas portadoras de significado son los morfemas. Un morfema puede ser una palabra, pero también puede ser como un prefijo o un sufijo. Por ejemplo en la palabra coexistir hay dos morfemas co- y existir. Las palabras y los morfemas se clasifican según el papel que tengan en la oración. Las clases de morfemas se corresponden con las partes del discurso (como nombres y verbos) pero también con prefijos, sufijos y otros elementos. Los distintos tipos de palabras forman sintagmas que a su vez se combinan para formar unidades mayores —oraciones y párrafos.

Semántica

Por último, en el lenguaje humano es imprescindible que el hablante relacione unos sonidos con un significado y que a su vez ese significado sea percibido y comprendido por otras personas que comparten la misma lengua. Así entendido el proceso de comunicación de los sonidos y sus significados coloca a la gramática en el papel de un mecanismo que enlaza el pensamiento y las ideas con la lengua que las transmite. Cada oración o emisión portadora de significado posee una estructura profunda y otra de superficie. En la de superficie se encuentran las palabras y los elementos de la oración como se dicen y como se interpretan. En la profunda, se encuentran las palabras y los elementos de la oración estructurados gramaticalmente. En este nivel la estructura de la oración es ambigua. Es posible que haya dos estructuras de superficie que signifiquen una sola cosa, como por ejemplo: Juan parece estar contento y parece que Juan está contento. A la vez, una sola estructura de superficie puede tener dos significados, como comer carne puede ser peligroso. En este caso hay dos significados: que sea peligroso para alguien comer carne, y que siempre que se coma carne haya peligro. Las dos interpretaciones de esta oración surgen porque una sola estructura de superficie es el resultado de dos estructuras profundas. Sin embargo, en el otro caso, las dos estructuras de superficie corresponden a una sola estructura profunda.

La comunicación humana es un proceso único que combina la actividad de los órganos del habla, la estructura gramatical y los significados denotados y comprendidos.


 

Lingüística

Ciencia que estudia el lenguaje. Puede centrar su atención en los sonidos, las palabras y la sintaxis de una lengua concreta, en las relaciones existentes entre las lenguas, o en las características comunes a todas ellas. También puede atender los aspectos psicológicos y sociológicos de la comunicación lingüística.

Las lenguas se pueden describir y estudiar desde diversas perspectivas. Tal y como son en un determinado periodo de tiempo, por ejemplo el español de Buenos Aires en la última década del siglo XX: es lo que se denomina estudio sincrónico. En sentido contrario, estudiar los cambios sufridos en su evolución a lo largo del tiempo, es lo que se denomina estudio diacrónico. Buen ejemplo de este tipo de estudio lingüístico lo representa el paso del latín vulgar hasta la aparición de las lenguas románicas. En el siglo XX la lingüística trabaja haciendo compatibles las dos direcciones. En tanto que el siglo XIX centró el estudio del lenguaje en un enfoque diacrónico.

Además cabe estudiar el lenguaje como fin en sí mismo, que constituye el estudio teórico, y como medio para ser aplicado a otras ramas del saber o a técnicas concretas, que es un estudio aplicado. La lingüística teórica elabora modelos que expliquen el funcionamiento del lenguaje, cuáles son sus estructuras y sus componentes. La lingüística aplicada incorpora sus descubrimientos científicos al campo de la enseñanza de idiomas, la elaboración de repertorios léxicos, sintácticos o fonéticos, y la terapia de los trastornos del lenguaje. En los últimos años esa elaboración de repertorios ha tenido su aplicación informática en la traducción automática, iniciada por los rusos en los años cincuenta, y en el reconocimiento de la voz por los ordenadores.

Partes y aspectos de la lingüística

Existen varios enfoques para estudiar y describir las lenguas y los cambios habidos en ellas. De cualquier forma cada uno suele tratar: los sonidos o fonemas de la lengua (Fonética y fonología), la forma de las palabras (morfología y procedimientos de formación de las palabras) y las relaciones de las palabras en la oración y la frase (sintaxis). También se estudia el léxico y el significado de las palabras de una lengua (semántica y lexicografía).

La fonética estudia todos los sonidos de una lengua y cómo se emiten. La fonología estudia e identifica el comportamiento de los sonidos como unidades mínimas de significación en una lengua. Así como los demás elementos llamados suprasegmentales (entonación en el caso del español).

La morfología estudia las unidades portadoras de significación de las lenguas, que se llaman morfemas. Pueden ser raíces (como la española -duc- que da lugar a producir, introducir, reducir, deducir), o palabras aisladas (como gato), o desinencias como las de género, número, conjugación, tiempo verbal, etcétera (como -a, -o, -s, -er, -ré), o prefijos que se añaden a la raíz para crear palabras compuestas (como pro-, intro-, con-, re-), o sufijos derivativos para formar aumentativos (como -ón, -azo), diminutivos (como -ito, -ico), adjetivos (como -tivo), adverbios (como -mente) o las alteraciones fonéticas de las formas verbales en los verbos irregulares (como poder, puedo, pude). En las lenguas flexivas, como en el caso del español o del alemán, la morfología describe las variaciones gramaticales y los accidentes del grupo nominal y del verbo.

La sintaxis estudia las relaciones que se establecen entre los distintos elementos que forman una oración o una frase sin verbo. A la sintaxis le corresponde establecer toda una tipología de las lenguas en función del orden de los elementos básicos sujeto-verbo-objeto, modelo al que pertenece el español.

La semántica es una parte de la lingüística que estudia el significado de las palabras y de las oraciones.

Los primeros enfoques de la lingüística

Desde la antigüedad hasta el siglo XIX ha existido un enfoque filológico de esta ciencia que se aplicaba a la lengua escrita.

En el siglo V a.C. Panini describió y aisló los sonidos y las palabras del sánscrito. Más tarde los griegos y los romanos introdujeron el concepto de categoría gramatical y las definieron. Sin embargo, no establecieron métodos generales de comparación entre las dos lenguas. Durante la edad media, los estudios sobre las lenguas apenas sufrieron mayores cambios que el de escribir las gramáticas de acuerdo con los principios diseñados por los retóricos latinos, y el trabajo más innovador consistente en traducir los antiguos textos religiosos a las lenguas vernáculas, así como traducir del árabe las obras literarias, filosóficas e históricas de la antigüedad grecolatina. Esa labor se llevó a cabo en España en la Escuela de Traductores de Toledo, donde la convivencia de las tres culturas dominantes presentaba unas condiciones privilegiadas, junto a los monasterios que en otros países europeos, sobre todo Italia y Francia, realizaron esa labor. Con eso se sientan las bases si no de la comparación de las lenguas, si del establecimiento de los primeros diccionarios y las primeras gramáticas, todas ellas redactadas sobre el ideal de las lenguas clásicas, consideradas superiores por sus refinados y precisos mecanismos flexivos. Hasta el renacimiento no tiene lugar la elaboración del primer estudio normativo de una lengua vernácula; el trabajo lo realizó Elio Antonio de Nebrija en 1492, que publica su gramática para que la lengua española pueda ser enseñada a otros pueblos.

Con la aparición de la imprenta y de la Reforma de Lutero, se destierra el latín, se divulgan los libros y se redactan numerosos estudios filosóficos para argumentar en favor y en contra de la Reforma. En España, bajo el patrocinio del cardenal Cisneros se redacta la Biblia Políglota Complutense, para fijar la doctrina y llevarla en español al nuevo mundo. Además, tras las huellas de Nebrija, y los erasmistas, Francisco Sánchez de las Brozas, conocido como El Brocense, escribe la Minerva, que será la base para la elaboración de otras gramáticas de la época, como la realizada por la escuela de Port Royal en Francia. En ella, se fijan y definen las partes de la gramática, las categorías gramaticales, las reglas de funcionamiento y lo que debe entenderse como uso correcto del idioma en una época tan cambiante. El Nuevo Mundo y la Reforma cuestionaron el origen focal del ser humano y cuál fue la primera lengua, cómo tuvo lugar su ruptura. Las creencias religiosas dieron explicaciones bíblicas y algunos estudiosos señalaron el hebreo como la primera lengua origen de las demás. Los filósofos nominalistas explican la lengua, como instrumento de transmisión del pensamiento, en los cauces de la lógica y se inicia el estudio del significado de las palabras y su relativismo cultural. Acaba de nacer el pensamiento racionalista, empeñado en refutar la unidad de origen para la especie humana y por tanto de una sola lengua.

Hasta el siglo XVIII en el que los viajeros europeos se ponen en contacto con pueblos distantes, no aparece una respuesta al origen de las lenguas. En esta época se inicia la comparación de las lenguas vivas con las muertas, portadoras de mensajes de otros tiempos. Humboldt, después de sus viajes por América y el Pacífico, formula una teoría general del lenguaje. Para él, el lenguaje es energía; distingue entre materia fónica y conceptual, y forma del lenguaje, que son las palabras y su encadenamiento sintáctico. Tras esos conceptos hubo que esperar un siglo para que Ferdinand de Saussure formulara la teoría del signo lingüístico. Pero a Humboldt se le debe todavía un concepto más: pensaba que cada lengua tiene su propia forma interior y que esa forma está en función de la visión del mundo que tengan sus hablantes; esa herencia la recogió la moderna escuela generativa.

La propuesta de Leibniz sobre el antecedente único y común de las lenguas europeas, asiáticas y egipcia es el estímulo teórico en el que se asientan la filología y la lingüística comparada, cuyo representante español Hervás y Panduro está considerado, justamente, como uno de los fundadores de esa visión.

Hacia fines del siglo XVIII, W. Jones se da cuenta de que existen ciertas similitudes entre el sánscrito, el griego y el latín, pero no pudo desarrollarlo de modo científico, aunque afirmó que tenían un origen común. Fueron el danés Rask y los alemanes Schlegel, Grimm y Bopp quienes lo demostraron al decir que, cuando los sonidos de una lengua corresponden sistemáticamente a otros equivalentes en una lengua distinta, es porque siguen siempre un determinado esquema y porque existen unas correspondencias fonéticas que siempre se cumplen entre lenguas emparentadas. Por ejemplo, las consonantes iniciales pl del latín dan ll en español, se conservan en catalán y son ch en gallego-portugués: las voces latinas plorare y plenum dan llorar y lleno en castellano, plorar y pleno en catalán, chorar y chão en portugués.

Son los primeros neogramáticos, término acuñado en el siglo XIX, quienes dedicaron sus esfuerzos a demostrar las correspondencias fonéticas entre las lenguas y a afirmar que cuando no se produce la correspondencia es porque se trata de un préstamo procedente de otro idioma. Así se explica que si la d- inicial latina corresponde a una t- en las lenguas germánicas, como por ejemplo dentalis del latín, corresponde al inglés tooth y si existe en esta lengua además dental, es porque se trata de un préstamo del latín que entró en inglés en época tardía y por la vía culta. Es el mismo caso de la voz latina cathedra (asiento) que dio la voz popular castellana cadera (lo que se pone en el asiento), cadiera (en aragonés, 'asiento') y luego entró el cultismo cátedra (asiento elevado desde donde enseña un maestro).

El método comparativo descubrió la existencia del cambio sistemático en las lenguas que sirvió para establecer las familias lingüísticas, esto es, los grupos de lenguas que mantienen una relación en función de un origen común o próximo. Así pues, empleando el método comparativo, la lingüística estableció que la familia indoeuropea estaba compuesta por varias subfamilias y ramas. Rask dedicó su atención a las lenguas nórdicas, Grimm a las lenguas germánicas y Friedrich Diez funda la filología románica, gracias a lo cual sabemos que el español es una lengua románica, rama que pertenece a la familia de las lenguas indoeuropeas.

Las correspondencias fonéticas sistemáticas permitieron comparar las distintas formas que tiene una misma lengua en función de las diversas regiones en que se habla y las diversas capas sociales que la emplean. Así se funda la dialectología y la sociolingüística. Se tratan no sólo los cambios fonéticos, sino también las correspondencias sistemáticas del léxico y de la sintaxis. Los estudios históricos, que sin duda funda H. Paul, trabajan desde un punto de vista teórico que hay que calificar de positivista y dentro de estos límites es preciso situar al gran filólogo español Ramón Menéndez Pidal.

El estudio del cambio lingüístico y la clasificación de las lenguas plantea un enfoque filosófico y psicológico. La mejor representación de esta escuela en el estudio del español la ostenta el chileno Rodolfo Lenz, que publicó en 1935 su libro La oración y sus partes.

Los últimos enfoques de la Lingüística

Durante el siglo XX los estudios sobre el lenguaje evolucionan en varias direcciones.

Lingüística estructuralista y descriptiva

La verdadera revolución en la lingüística teórica la produjo Ferdinand de Saussure con la publicación, que hicieron sus discípulos Bally, Frei y Sechehaye, del Curso de Lingüística General, como reacción a los neogramáticos. Expone que la facultad de hablar, el lenguaje, se estructura en un completo sistema de signos, la lengua, que se hace presente en cada una de las realizaciones de los hablantes, el habla. El sistema de signos que es la lengua debe estudiarse dentro de una ciencia general, la semiología, que abarca toda la teoría de los signos. Diseña el signo lingüístico como la unidad de la lengua que tiene dos caras, el significante, esto es, los sonidos y las formas de las palabras, y el significado, lo que esos sonidos y palabras significan dentro y sólo dentro del sistema que es la lengua. Con él se fundamenta la fonología, que otros desarrollarán después.

Mientras en Europa se hace el estudio teórico de la estructura y se realiza su clasificación en el sistema de signos, en Estados Unidos se analizan y aíslan los datos concretos de las lenguas indígenas y del inglés. La labor la inician Franz Boas y Sapir, organizan esos datos y establecen su jerarquía y dependencia. Gracias a la fundamentación del Círculo de Praga, que Sapir conocía bien, descubren unidades mínimas de significación, que son los fonemas y construyen el método de conmutación que las identifica. Esas técnicas estructuralistas serán la base y el fundamento del estructuralismo americano que representa Leonard Bloomfield.

El Círculo de Praga

Su fundador es Trubebetzkoy, príncipe ruso que vive en la ciudad de Praga, muy interesado en el estudio de los sonidos desde una perspectiva diferente. Sus integrantes trabajan en la década de los años treinta del siglo XX y no se interesan por la materia fónica, sino por lo que los sonidos significan dentro del sistema de la lengua; es un trabajo fonológico. Además explican la relación que existe entre lo que se habla y el contexto en el que se produce. Dicen que el estudio del lenguaje tiene que ocuparse de los mensajes que se emiten en el código lingüístico, lo que funda el estudio de la semiología, que apuntara Saussure y que ha tenido tantas repercusiones en el lenguaje de la publicidad o las gramáticas formales que necesitan las máquinas inteligentes. En el campo de la fonología descubren el concepto de los rasgos distintivos, lo que supone la división del sonido en cada uno de sus componentes. Este concepto ha trascendido el ámbito de lo estrictamente fónico y ha sido reelaborado por semantistas, semiólogos y antropólogos.

En el área del español ha sido una de sus escuelas derivadas, la de Copenhague, la que ha dado sustento teórico a los fonólogos Alarcos Llorac, seguidor de las teorías de Hjelmslev y Bröndal y Antonio Quilis, discípulo del danés Bertil Malmbreg, que ha estudiado la situación de las lenguas americanas precolombinas, así como el estadounidense de origen hispano J. Fernández.

Gramática generativa-transformacional

A mediados del siglo XX el lingüista estadounidense Noam Chomsky afirmó que la Lingüística tiene que describir la estructura de las lenguas, lo que supone explicar cómo se entienden e interpretan las oraciones de cualquier idioma. Cree que el proceso es posible porque lo explica la gramática universal (que es una teoría o un modelo del conocimiento lingüístico o competencia). La competencia lingüística supone el conocimiento innato, e incluso inconsciente, que posee cualquier persona y que le permite producir y comprender las oraciones de su lengua, aun en el caso de que alguna no la haya escuchado jamás. Gracias a esto es posible elaborar una gramática para cualquier lengua, que genere todas las oraciones gramaticalmente aceptables y elimine las agramaticales.

Según Chomsky hay unas cuantas reglas gramaticales universales y otras muchas específicas de cada lengua. Tales reglas son las que permiten que los elementos que forman una oración se puedan ordenar de varias maneras (por ejemplo, 'Almudena ha escrito esta novela' y 'Esta novela ha sido escrita por Almudena'). La gramática que disponga de las unidades semánticas subyacentes y las transforme mediante reglas en los elementos de una oración, que se pueden reconocer e interpretar, es una gramática transformacional. Se llama gramática generativa porque genera o produce todas las oraciones aceptables, y transformacional porque emplea las reglas, que se han llamado transformaciones, para transformar o cambiar las unidades subyacentes en lo que cualquier hablante entiende.

Lingüística comparada moderna

Esta escuela se ha ocupado durante el siglo XX de fijar las familias de lenguas en otras áreas a las que no pudo llegar la investigación del siglo XIX, como el continente americano, Nueva Guinea y África. Busca los conceptos universales. Ha renovado la clasificación, sus métodos y los criterios que la apoyan; compara las estructuras sintácticas y las categorías gramaticales (así distingue entre los idiomas que poseen o carecen del género gramatical, que poseen sujeto o poseen tema). Joseph Greenberg y su equipo de investigadores han podido demostrar que los idiomas que poseen un orden sintáctico concreto, también poseen otros rasgos estructurales (como por ejemplo, las lenguas con sujeto-verbo-objeto poseen menor flexión nominal que las que presentan la ordenación sujeto-objeto-verbo, como lo demuestra el español, que pertenece al primer tipo, frente al alemán o el latín, que pertenecen al segundo). Estos estudios intentan descubrir la amplia gama de posibilidades fonéticas, sintácticas y semánticas que existen en todas las lenguas del mundo.

Estudios sociológicos y psicológicos

La psicolingüística es una disciplina a caballo entre la Psicología y la Lingüística. Estudia temas como el proceso por el que un niño adquiere el empleo de su lengua, la emplea y presenta o no determinados trastornos como la afasia; busca los mecanismos neurolingüísticos y trata de las relaciones entre el cerebro y el lenguaje. La sociolingüística estudia el uso del lenguaje en la sociedad: cómo se emplean determinadas reglas del idioma en función de las diferentes situaciones sociales en las que se encuentre el hablante. Por ejemplo, cómo sabe el hablante qué termino emplear para dirigirse a un interlocutor: señor, señora, don X, doctor, o sencillamente y qué situación determina cada uso.

Estudia cómo y por qué cambia la lengua en función de las fuerzas sociales que organicen el cambio. Por ejemplo, la aparición de los igualitarismos políticos impuso el empleo del tu como forma de tratamiento en el español peninsular; a medida que la sociedad se jerarquiza se restituye el empleo de la fórmula de respeto y se consagra la más irrespetuosa, según sea la condición del interlocutor. Eso explica la diferencia de tú, usted, o colega, como elementos de un paradigma para la segunda persona en el español de finales de siglo en el área peninsular, frente al o camarada de los años cincuenta o el y usted de los primeros treinta años de este siglo.


 

SEMÁNTICA

 

Del griego semantikos, 'lo que tiene significado', estudio del significado de los signos lingüísticos, esto es, palabras, expresiones y oraciones. Quienes estudian la semántica tratan de responder a preguntas del tipo "¿Cuál es el significado de X (la palabra)?". Para ello tienen que estudiar qué signos existen y cuáles son los que poseen significación —esto es, qué significan para los hablantes, cómo los designan (es decir, de qué forma se refieren a ideas y cosas), y por último, cómo los interpretan los oyentes—. La finalidad de la semántica es establecer el significado de los signos —lo que significan— dentro del proceso que asigna tales significados.

La semántica se estudia desde una perspectiva filosófica (semántica pura), lingüística (semántica teórica y descriptiva) así como desde un enfoque que se conoce por semántica general. El aspecto filosófico está asentado en el conductismo y se centra en el proceso que establece la significación. El lingüístico estudia los elementos o los rasgos del significado y cómo se relacionan dentro del sistema lingüístico. La semántica general se interesa por el significado, por cómo influye en lo que la gente hace y dice.

 Cada uno de estos enfoques tiene aplicaciones específicas. En función de la semántica descriptiva, la antropología estudia lo que entiende un pueblo por importante desde el punto de vista cultural. La psicología, sustentada por la semántica teórica, estudia qué proceso mental supone la comprensión y cómo identifica la gente la adquisición de un significado (así como un fonema y una estructura sintáctica). El conductismo aplicado a la psicología animal estudia qué especies animales son capaces de emitir mensajes y cómo lo hacen. Quienes se apoyan en la semántica general examinan los distintos valores (o connotaciones) de los signos que supuestamente significan lo mismo, (del tipo 'el manco de Lepanto' y 'el autor del Quijote', para referirse los dos a Cervantes). La crítica literaria, influida por los estudios que distinguen la lengua literaria de la popular, describe cómo las metáforas evocan sentimientos y actitudes, entroncándose también en la semántica general.

La perspectiva filosófica

A finales del siglo XIX, el lingüista francés Jules Alfred Bréal, propuso la "ciencia de las significaciones", avanzando un paso más en los planteamientos del suizo Ferdinand de Saussure, que había investigado de qué forma se vincula el sentido a las expresiones y a los demás signos. En 1910 los filósofos británicos Alfred North Whitehead y Bertrand Russell publicaron los Principia Mathematica, (Principios matemáticos) que ejercieron una gran influencia en el Círculo de Viena, un grupo de filósofos que desarrollaron un estudio filosófico de gran rigor conocido por positivismo lógico. (véase Filosofía analítica y lingüística).

Lógica simbólica

Una de las figuras más destacadas del Círculo de Viena, el filósofo alemán Rudolf Carnap, realizó su más importante contribución a la semántica filosófica cuando desarrolló la lógica simbólica: sistema formal que analiza los signos y lo que designan. El positivismo lógico entiende que el significado es la relación que existe entre las palabras y las cosas, y su estudio tiene un fundamento empírico: puesto que el lenguaje, idealmente, es un reflejo de la realidad, sus signos se vinculan con cosas y hechos. Ahora bien, la lógica simbólica usa una notación matemática para establecer lo que designan los signos, y lo hace de forma más precisa y clara que la lengua también constituye por sí misma un lenguaje, concretamente un metalenguaje (lenguaje técnico formal) que se emplea para hablar de la lengua como si de otro objeto se tratara: la lengua es objeto de un determinado estudio semántico.

Una lengua objeto tiene un hablante (por ejemplo una francesa) que emplea expresiones (como por ejemplo la plume rouge) para designar un significado, (en este caso para indicar una determinada pluma —plume— de color rojo —rouge—. La descripción completa de una lengua objeto se denomina semiótica de esa lengua. La semiótica presenta los siguientes aspectos: 1) un aspecto semántico, en el que reciben designaciones específicas los signos (palabras, expresiones y oraciones); 2) un aspecto pragmático, en el que se indican las relaciones contextuales entre los hablantes y los signos; 3) un aspecto sintáctico, en el que se indican las relaciones formales que existen entre los elementos que conforman un signo (por ejemplo, entre los sonidos que forman una oración).

Cualquier lengua interpretada según la lógica simbólica es una lengua objeto que tiene unas reglas que vinculan los signos a sus designaciones. Cada signo que se interpreta tiene una condición de verdad —una condición que hay que encontrar para que el signo sea verdadero—. El significado de un signo es lo que designa cuando se satisface su condición de verdad. Por ejemplo la expresión o signo la luna es una esfera la comprende cualquiera que sepa español; sin embargo, aunque se comprenda, puede o no ser verdad. La expresión es verdadera si la cosa a la que la expresión o signo se vincula —la luna— es de verdad una esfera. Para determinar los valores de verdad del signo cada cual tendrá que comprobarlo mirando la luna.

Semántica de los actos de habla

La lógica simbólica de la escuela positivista intenta captar el significado a través de la verificación empírica de los signos —es decir, comprobar si la verdad del signo se puede confirmar observando algo en el mundo real—. Este intento de comprender así el significado sólo ha tenido un éxito moderado. El filósofo austriaco nacionalizado británico Ludwig Wittgenstein la abandonó en favor de su filosofía del "lenguaje corriente" donde se afirmaba que la verdad se basa en el lenguaje diario. Puntualizaba que no todos los signos designan cosas que existen en el mundo, ni todos los signos se pueden asociar a valores de verdad. En su enfoque de la semántica filosófica, las reglas del significado se revelan en el uso que se hace de la lengua.

A partir de la filosofía del lenguaje diario la teoría ha desarrollado la semántica de los actos de habla, (donde habla es una realización concreta del lenguaje, según fue definida por Saussure). El filósofo británico J. L. Austin afirma que, cuando una persona dice algo, realiza un acto de habla, o hace algo, como enunciar, predecir o avisar, y su significado es lo que se hace en el acto de hablar por medio de la expresión. Dando un paso más en esta teoría, el estadounidense John R. Searle se centra en la necesidad de relacionar las funciones de los signos o expresiones con su contexto social. Afirma que el habla implica al menos tres tipos de actos: 1) actos locucionarios, cuando se enuncian cosas que tienen cierto sentido o referencia (del tipo la luna es una esfera); 2) actos ilocucionarios, cuando se promete o se ordena algo por medio de viva voz, y 3) actos perlocucionarios, cuando el hablante hace algo al interlocutor mientras habla, como enfurecerlo, consolarlo, prometerle algo o convencerlo de algo. La fuerza ilocucionaria, que reciben los signos —gracias a las acciones implícitas en lo que se dice— expresa las intenciones del hablante. Para conseguirlo, los signos que se empleen tienen que ser adecuados, sinceros y consistentes con las creencias y conducta del hablante, y así mismo tienen que ser reconocibles por el oyente y tener para él significado.

La semántica filosófica estudia la distinción entre la semántica organizada sobre los valores de verdad y la semántica de los actos de habla. Las críticas a esta teoría mantienen que su verdadera función es analizar el significado de la comunicación (como opuesto al significado del lenguaje), y que por consiguiente se convierte en pragmática, es decir, en semiótica, y por tanto relaciona los signos con el conocimiento del mundo que muestran los hablantes y los oyentes, en lugar de relacionar los signos con lo que designan (aspecto semántico) o de establecer las relaciones formales que hay entre los signos (aspecto sintáctico). Quienes realizan esta crítica afirman que la semántica debe limitarse a asignar las interpretaciones que corresponden a los signos, independientemente de quien sea el hablante y el oyente.

Perspectiva lingüística

Básicamente se distinguen dos escuelas: la semántica descriptiva y la teórica.

Semántica descriptiva.

Desde esta perspectiva, las investigaciones se centran en examinar lo que significan los signos en una lengua concreta. Por ejemplo, investigan lo que constituye un nombre, un sintagma nominal, un verbo o un sintagma verbal. En algunas lenguas como el español, el análisis se hace a través de la relación sujeto-predicado. En otras lenguas que no tienen claras las distinciones entre nombres, verbos y preposiciones, se puede decir lo que significan los signos cuando se analiza la estructura de lo que se llaman proposiciones. En este análisis, un signo es un operador que se combina con uno o más argumentos, signos también, —a menudo argumentos nominales (o sintagmas nominales)— o bien relaciona los argumentos nominales con otros elementos de la expresión (como los sintagmas preposicionales o los adverbiales). Por ejemplo, en la expresión: El árbitro señaló falta al delantero, señaló es un operador que relaciona los argumentos 'el árbitro', 'al delantero', con el operador 'falta'.

Tanto si se hace el análisis basándose en la relación sujeto-predicado, como si se realiza partiendo de la proposición, la semántica descriptiva fija las clases de expresiones (o clases de unidades que se pueden sustituir dentro de un mismo signo) y las clases de unidades, que son las partes de la oración, como se llaman tradicionalmente (como nombres y verbos). Así pues las clases que resultan, se definen en términos sintácticos, que además ejercen papeles semánticos; planteado de otra manera, las unidades que constituyen las clases realizan funciones gramaticales específicas, y cuando las realizan, establecen el significado por medio de la predicación, la referencia y las distinciones entre entidades, relaciones y acciones. Por ejemplo 'mojar' pertenece a una determinada clase de expresión que contiene otras unidades como 'modificar' y 'curar', y también pertenece a la parte de la oración que se conoce por verbo, donde forma parte de la subclase operadores que necesitan dos argumentos, uno agente y otro paciente. En La lluvia moja las calles, el papel semántico de 'moja' es el de relacionar dos argumentos nominales ('lluvia' y 'calles'), por lo tanto su papel semántico es el de identificar un tipo de acción. Desgraciadamente no siempre es posible establecer una correlación exacta entre clases semánticas y papeles semánticos. Por ejemplo, 'David' tiene el mismo papel semántico —el de identificar a una persona— en las siguientes oraciones: No nos parece fácil querer a David y  No parece fácil que David nos quiera. Sin embargo el papel sintáctico de 'David' es diferente en las dos oraciones: en la primera 'David' es paciente y receptor de la acción, en la segunda es agente.

La antropología, llamada etnolingüística, se sirve de la semántica lingüística para determinar cómo expresan los signos de una lengua las percepciones y creencias del pueblo que la habla, y esto es lo que se realiza por medio del análisis semántico formal (o análisis de componentes). Se entiende por signo una palabra, con unidad propia en el vocabulario, a la que se llama lexema. El análisis de componentes demuestra la idea de que las categorías lingüísticas influyen o determinan la visión del mundo que tiene un determinado pueblo; esta hipótesis, llamada por algunos "hipótesis de Whorf", la han formulado varios autores y ha sido muy debatida a principios de este siglo por otros autores como Sapir, Vendryes o Menéndez Pidal. En el análisis de componentes, los lexemas que pertenecen al mismo campo de significación, integran el dominio semántico. Éste se caracteriza por una serie de rasgos semánticos distintivos (componentes o constituyentes) que son las unidades mínimas de significado que distinguen a un lexema de otro. Un análisis de este tipo fija, por ejemplo, que en español el dominio semántico de asiento recubre básicamente los lexemas silla, sillón, sofá, banco, taburete y banqueta que se distinguen entre sí por tener o no respaldo, brazos, número de personas que se acomodan en el asiento, y altura de las patas. Pero todos los lexemas tienen en común un componente o rasgo de significación: algo sobre lo que sentarse.

Con el análisis de componentes, los lingüistas esperan poder identificar el conjunto universal de los rasgos semánticos que existen, a partir de los cuales cada lengua construye el suyo propio que la hace distinta de otra. El antropólogo estructuralista francés Claude Lévi-Strauss ha aplicado la hipótesis de los rasgos semánticos universales para analizar los sistemas de mito y parentesco de varias culturas. Demostró que los pueblos organizan sus sociedades e interpretan sus jerarquías en ellas de acuerdo con ciertas reglas, a pesar de las aparentes diferencias que muestran.

Semántica teórica

Esta escuela busca una teoría general del significado dentro de la lengua. Para sus seguidores, llamados generativistas, el significado forma parte del conocimiento o competencia lingüística que todo humano posee. La gramática generativa, como modelo de la competencia lingüística, tiene tres componentes: el fonológico, (sistema de sonidos), el sintáctico y el semántico. Éste ultimo, dado que forma parte de la teoría generativa sobre el significado, se entiende como un sistema de reglas para decidir cómo hay que interpretar los signos susceptibles de interpretación y determina qué signos carecen de interpretación aunque sean expresiones gramaticales. Por ejemplo la frase Los gatos impresionistas pitaron una escalera carece de significado aunque sea una oración aceptable desde el punto de vista de su corrección sintáctica, —no hay reglas que puedan interpretarla porque la frase está semánticamente bloqueada—. Estas mismas reglas también tienen que decidir qué interpretación es la adecuada en algunas oraciones ambiguas como: Tropezó el burro de Sancho que puede tener al menos dos interpretaciones.

La semántica generativa surgió para explicar la capacidad que tiene el hablante para producir y entender expresiones nuevas donde falla la gramática o la sintaxis. Su finalidad es demostrar cómo y por qué una persona, por ejemplo, comprende, en seguida que carece de significado la oración Los gatos impresionistas pitaron una escalera aunque está construida según las reglas de la gramática española; o cómo ese hablante decide en cuanto la oye, qué interpretación da, dentro de las dos posibles, a Tropezó el burro de Sancho.

La semántica generativa desarrolla la hipótesis de que toda la información necesaria para interpretar semánticamente un signo, (generalmente una oración) está en la estructura profunda sintáctica o gramatical de la frase. Esa estructura profunda incluye lexemas (que hay que entender como palabras o unidades del vocabulario que están formadas por rasgos semánticos que se han seleccionado dentro del conjunto universal de los rasgos semánticos). En una estructura superficial (esto es cuando se habla) los lexemas aparecerán como nombres, verbos, adjetivos y otras partes de la oración, es decir, como unidades del vocabulario. Cuando un hablante produce una oración, asigna a los lexemas los papeles semánticos (del tipo sujeto, objeto y predicado); el oyente escucha la oración e interpreta los rasgos semánticos que significan.

Se discute si son distintas la estructura profunda y la interpretación semántica. La mayoría de los generativistas afirman que una gramática debe generar la serie de expresiones bien construidas que sean posibles en cada lengua, y que esa gramática debería asignar la interpretación semántica que corresponda a cada expresión.

Se discute también si la interpretación semántica debe entenderse que está basada en la estructura sintáctica (esto es, procede de la estructura profunda de la oración), o si debe estar basada sólo en la semántica. De acuerdo con Noam Chomsky, el fundador de esta escuela —dentro de una teoría de base sintáctica— puede que la estructura superficial y la profunda determinen conjuntamente la interpretación semántica de una expresión.

Semántica general

Se centra en responder a la cuestión que plantea cómo los pueblos valoran las palabras y cómo influye en su conducta esa valoración. Sus principales representantes son el lingüista estadounidense de origen polaco Alfred Korzybski y el también lingüista y político de la misma nacionalidad S. I. Hayakawa, quienes se esforzaron en alertar a la gente de los peligros que conlleva el tratar las palabras sólo en su condición de signos. Estos autores usan en sus escritos las directrices de la semántica general para invalidar las generalizaciones poco rigurosas, las actitudes rígidas, la finalidad incorrecta y la imprecisión. No obstante, algunos filósofos y lingüistas han criticado la semántica general porque carece de rigor científico, razón por la cual este enfoque ha perdido popularidad.