En: http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/sevilla/unidad/ponenc_zorraquino.htm
Gramática del discurso. Los
llamados marcadores del discurso
M.ª Antonia Martín
Zorraquino. Universidad de Zaragoza
(1) Evidentemente, este niño necesita gafas.
(2) Claro, teniendo usted tanto dinero, todas las muchachas se enamorarán de usted.
(3) Aquí estoy. Bueno, ¿qué me cuentas?
(4) Y... ¿quién se va a tomar este heladito?
(5) Juan no va a París. O sea que no tiene dinero.
(6) Hombre, a mí, Zaragoza me encanta.
(7) En definitiva, no me compra usted el campo.
Esta clase de trabajos no es exclusiva del ámbito hispánico. Puede hablarse
de que existe una parcela de investigación que se ocupa de elementos análogos a
los que mencionamos, en el dominio germánico (Partikelforschung), en el
inglés (discourse markers, pragmatic connectives, conjunctive expressions...),
en el francés (connecteurs dans le discours), etc. Los trabajos
aludidos reflejan el interés creciente de los investigadores por describir
fenómenos lingüísticos regularizables, que desbordan el marco del estudio de la
oración y de sus constituyentes y que afectan a formas de expresión lingüística
de muy diversa índole: las que se emplean para construir el texto —o aún mejor,
textos—; las que ponen de manifiesto la actitud o el conocimiento, creencias,
etc., del hablante en relación con lo que enuncia o con lo enunciado, con el
destinatario de su mensaje o con la situación —extralingüística— de
comunicación; las que configuran el diálogo, la conversación y otras
manifestaciones de lo que suele llamarse «interacción comunicativa», etc. Los
«marcadores del discurso» aparecen, así, como unidades o elementos que se
estudian desde perspectivas teóricas muy distintas dentro de los estudios
lingüísticos actuales: la lingüística del texto; la lingüística de la
enunciación; el análisis del discurso; la etnografía de la comunicación y el
análisis de la conversación, por ejemplo. Cada una de esas tendencias no
presenta un estatuto homogéneo (el objeto y los postulados teóricos que se
emplean en la descripción pueden variar en función del autor, la tradición
académica, etc.). Algunas de esas orientaciones científicas se incluyen en la
pragmática lingüística o pragmalingüística.
Por ejemplo, H. Parret (1990: 190-193) considera que, en los países de tradición
francófona, la pragmatique linguistique recubre cuatro direcciones de
investigación: la enunciación, la argumentación, la polifonía discursiva y el
análisis de la conversación. Hay que decir, por otra parte, que también en el
seno de la lingüística funcional y en el de la gramática generativa, que amplían
su objeto para dar cabida a entidades jerárquicamente superiores a la oración,
no faltan contribuciones relacionadas con los «marcadores del discurso».
A mi juicio, las razones por las que el tema que nos ocupa resulta de interés
especial para la investigación gramatical del español en un futuro inmediato son
las siguientes:
1.° Se trata de unidades cuyo estatuto lingüístico queda, en gran parte (a pesar de que contamos ya con trabajos muy interesantes y valiosos), por dilucidar: ¿qué clases de palabras reflejan? (¿son adverbios?; ¿son conjunciones?; ¿son interjecciones?); ¿qué tipo o tipos de función desempeñan?; ¿cuál es su forma de significar?; ¿cómo pueden describirse —con referencia a qué factores— las condiciones que regulan su uso en el discurso?
2.° Nos hallamos ante entidades que son susceptibles de funcionar dentro de los límites de la oración y que, tras sufrir modificaciones que afectan a su morfología, a su distribución sintáctica y a su contenido, pueden operar en un marco trans- o extra-oracional:(8) Está muy claro que me haces trampas.
(9) Claro, me haces trampas.
(10) ¿Cómo lo ves?
—Muy claro. (Lo veo muy claro).
(11a) ¿Dónde estás?
—*Claro.
(11b) ¿Viene Juan?
—Claro.
El estudio de los «marcadores del discurso» puede ser de gran utilidad para la sintaxis de la oración (sobre todo, para la llamada sintaxis de la oración compuesta y para el análisis de las modalidades oracionales), toda vez que el español no parece contener partículas exclusivamente «de discurso» o «de texto».
3.° En tercer lugar, la investigación sobre los «marcadores del discurso» se ofrece como una parcela importante del estudio del código oral del español. (El profesor Narbona tratará precisamente de la situación presente y futura de los estudios de toda esa área).
En fin, como intentaré mostrar en la última parte de mi exposición, la
investigación sobre los «marcadores del discurso» resulta muy sugestiva por el
interés que sus resultados pueden aportar para otras disciplinas relacionadas
con la lingüística o para otras perspectivas del análisis lingüístico —como la
diacrónica—.
En síntesis, el objeto de estudio se manifiesta, en este caso, con implicaciones
que apuntan a la organización de la oración y a la organización del texto; y,
por ello, a la expresión de relaciones en el enunciado y a la expresión
de relaciones entre el hablante, como enunciador, y el proceso
enunciativo. Su propia idiosincrasia convierte, pues, a este tema en un dominio
de interés para metodologías gramaticales dispares.
2. Pasaré, a
continuación, a ofrecer un balance de lo que me parecen logros más claros del
estudio de los «marcadores del discurso» en español y de lo que considero
aspectos peor resueltos, más complejos, en su investigación.
2.1. No faltan observaciones interesantes sobre algunas de las
unidades a las que aludimos en tratados gramaticales muy anteriores a las
publicaciones recientes. Tal vez sea la obra de Gregorio Garcés, Fundamento
del vigor y elegancia de la lengua castellana expuesto en el propio y vario uso
de sus partículas, impreso en 1791 y con una nueva edición, más citada, en
1885 (Garcés, 1791; cf. Girón Alconchel, 1990: 16, y Casado Velarde, 1991: 87-88
y n. 3), la que puede considerarse primera contribución de interés para el tema.
Tanto Salvá como Bello son conscientes de que algunos adverbios (adyacentes
verbales) y ciertas conjunciones ven modificados su estatuto morfológico y su
distribución sintagmática, así como sus contenidos, para convertirse en unidades
extra- o trans-oracionales, con valor enunciativo o pragmático (aunque ninguno
de los gramáticos utilice, por supuesto, esos términos); uno y otro ofrecen, de
hecho, análisis muy finos para voces como bien, ya, pues, sí (que), así,
entonces, hasta, ni siquiera, pero, ahora bien, ahora pues, así es que, conque
e incluso y (Salvá, 1988: 500 y sigs.; Bello, 1981: cap. L; para
referencias sobre otras gramáticas, vid. Martín Zorraquino, 1991 b). El
apartado dedicado a las interjecciones en los tratados gramaticales también
resulta una buena fuente para el acopio de materiales (cf., sobre todo, Salvá,
1988, vol. I: 290-291; Real Academia Española, 1973: §§ 1.7; 3.1.4 y 3.2.4;
Alcina/Blecua, 1975: 825-826). (Son útiles especialmente, por supuesto, las
monografías dedicadas a estas entidades lingüísticas: vid. Almela, ²1985,
y Martínez Álvarez, 1990). Algunos repertorios lexicográficos presentan una
descripción muy provechosa de las propiedades morfológicas y distribucionales de
muchas de las unidades aludidas, así como de sus sentidos y de los mecanismos
que regulan su uso (vid., sobre todo, desde una perspectiva sincrónica,
Cuervo, 1953; Moliner, 1966, y Seco, 81981).
Puede considerarse el capítulo XXIV del Curso Superior de Sintaxis
Española de Samuel Gili Gaya (1970: 325-331) el primer esbozo de un
planteamiento sistemático del análisis de unidades que expresan relaciones que
exceden los límites de la sintaxis oracional en español (el autor lo titula «Más
allá de la oración. Enlaces extraoracionales»). Conviene recordar que Gili no
sólo se ocupa de ese procedimiento como forma de expresión de lo que él denomina
«la coherencia textual»: trata también de la «repetición», la «anáfora» y la
«elipsis», y el «ritmo» (presentando, por cierto, coincidencias llamativas con
los recursos de cohesión textual que propondrán Halliday / Hasan, 1976, y que H.
Mederos Martín aplicará al español, dentro del marco teórico de estos autores,
en 1988).
En el planteamiento de Gili Gaya se esbozan algunos de los avances que implica
la descripción de los «marcadores del discurso» pero se pueden descubrir también
los aspectos más complejos de su caracterización. El autor determina una serie
de unidades nuevas («los enlaces extraoracionales»), que coinciden en su
estructura morfológica o composicional —su invariabilidad (en ese sentido, todas
son partículas)— y en su función «discursiva» («dar coherencia textual»). Dichas
unidades difieren, sin embargo, en su distribución sintagmática (algunas van
obligatoriamente entre pausas: no obstante; otras, no: y); en su
combinabilidad interna (algunas pueden combinarse entre sí: y ni aun
siquiera; otras no: * sin embargo en consecuencia / cp.: y sin
embargo) y, sobre todo, en el tipo de sentido que expresan. La propia
clasificación que Gili Gaya ofrece de esos sentidos revela una combinación
heterogénea de valores significativos: Gili distingue enlaces continuativos
frente a restrictivos (adversativos). Entre los primeros se incluyen
unidades que refuerzan la coordinación (afirmativa y negativa), unidades
que expresan consecuencia o inferencia (en consecuencia, etc.) y unidades
ilativas (pues). Junto a factores de orden lógico —coordinación y
consecuencia—, se tienen en cuenta otros de orden psicológico o modal: la
inferencia —Gili indica, por otra parte, que las interjecciones pueden ser
también «enlaces extraoracionales»— y aun nociones de tipo «informativo» (se
habla de unidades que refuerzan la coordinación, por ejemplo).
El dominio de los «enlaces extraoracionales» o «marcadores del discurso» se
convierte, así, en un conjunto extraordinariamente complejo: por la
heterogeneidad de las unidades que lo integran, de una parte, pero, sobre todo,
por lo difícil que resulta determinar algunos de los sentidos o «funciones
pragmáticas» que se supone que aquéllas expresan o cumplen. Para empezar, la
noción de «coherencia» no se define.
2.2. A pesar de todas las
dificultades señaladas, las contribuciones recientes sobre los «marcadores del
discurso» han supuesto un enriquecimiento considerable para la descripción del
español.
2.2.1. Se destacan, en primer lugar, los trabajos que tratan de
índices o marcadores de «modalidad». La bibliografía es especialmente rica para
los adverbios en -mente de incidencia oracional («atributos oracionales»,
según Alarcos). Dentro de este dominio, por ejemplo, las contribuciones de
Barrenechea, 1979; Kovacci, 1986, y Fuentes Rodríguez, 1991, representan una
línea de progresión en torno a la descripción de unidades que cumplen función
pragmática de «aserción» (en distintos grados) y de actitud emocional (Martín
Zorraquino, 1991c también puede considerarse una contribución en el mismo
sentido). Estos trabajos son una muestra bien representativa de los aspectos que
quedan más claramente resueltos en esta clase de estudios y de cuáles, en
cambio, aparecen como más problemáticos: se desvelan las propiedades
combinatorias de las unidades implicadas, lo que permite caracterizarlas cada
vez mejor, pero la interpretación de la cualidad de las funciones pragmáticas
que se supone cumplen no resulta, en ningún caso, totalmente convincente.
Aunque no aborden directamente el estudio de los «marcadores del discurso», las
contribuciones sobre la modalidad de la frase pueden proporcionar datos muy
interesantes sobre aquéllos. Resultan, así, excelentes los análisis de algunas
unidades que expresan negación, en Bosque, 1980, y Hernández Paricio, 1985 (para
las oraciones interrogativas, vid. Fernández-Ramírez, 1959; Bosque,
1982).
Los trabajos que se refieren a la modalidad imperativa afectan a un tipo de
marcadores que se hallan en la frontera de lo que se denomina «interacción
comunicativa», que tiende a constituirse como dominio específico.
2.2.2. A los «marcadores del discurso» a los que acabamos de
aludir se les llama en algunos casos «ordenadores del discurso oral» (Narbona,
1989: 82). En este grupo podemos destacar las aportaciones de Lorenzo (1966:
84-96); H. Haverkate (1979, 1980, 1984); J. Ortega Olivares (1985 y 1986),
Molina Redondo (1987) —en el fondo, también Mariner, 1981— y Martín Zorraquino
(1990 y 1991 a). Los conjuntos de datos que ofrecen las monografías que tratan
del español coloquial son, en este ámbito del máximo interés (Beinhauer,³1978;
Steel, 1985; Vigara Tauste, 1987 y 199 l). Parece que todos los «marcadores»
incluidos en este campo podrían definirse en relación con nociones como
«destinatario», «función conativa», «función fática», «referencia
metalingüística», etc. De hecho, algunos autores franceses subclasifican a los
«marcadores» incluidos en este grupo como «marcadores fáticos» (los que usa el
hablante para asegurarse de que su interlocutor lo escucha) y «marcadores de
recepción» (los que usa el receptor en relación con quien le habla)
(Kerbrat-Orecchioni, 1990: 18). Pero las cosas no son tan simples. De hecho, uno
de los trabajos más representativos de la Partikelforschung (Weydt,
1969) pone de relieve que todos los «marcadores del discurso» son más
frecuentes en el discurso oral que en el escrito. Benveniste (1974) diría que
ello se debe precisamente al hecho de que es en el diálogo, en la «interacción
verbal», donde el hablante puede apropiarse verdaderamente del aparato formal de
la enunciación: manifestarse como un yo que se dirige a un tú y que se introduce
en el discurso. La modalidad, como manifestación de la subjetividad —la
actitud del hablante ante lo que dice, ante lo que se ha dicho, etc.— no es,
pues, ajena a la interacción verbal (Kerbrat-Orecchioni, 1970).
2.2.3. Un tercer grupo notable de trabajos sobre «marcadores»
estaría representado por las contribuciones que se han centrado más
estrictamente en la planificación del discurso (cf. Alcina/Blecua, 1975,
«ordenadores del discurso»: 884-886, y «ordenadores léxicos del discurso»;
1138-1150). En este dominio destacan las monografías de C. Fuentes Rodríguez
(1987a) y de H. Mederos Martín (1988). La primera ofrece un corpus impresionante
de unidades. Los dos autores se basan en el concepto de conjunction como
procedimiento de cohesión textual (inspirado en Halliday-Hasan, 1976) (con
tentaciones más eclecticistas en el caso de Fuentes —todo hay que decirlo). Se
trata de unidades que expresan relaciones, en principio, de tipo lógico:
adición, oposición, causalidad (Fuentes Rodríguez); de carácter aditivo,
adversativo, causal, temporal y continuativo (H. Mederos Martín). Fuentes
Rodríguez dedica, de otro lado, un capítulo a los «marcadores de equivalencia y
de inclusión». De los «operadores intradiscursivos de equivalencia» (es
decir, esto es, o sea y a saber) se ocupa también, en un trabajo
excelente, M. Casado Velarde (1991).
Los estudios que se incluyen en este grupo analizan unidades que funcionan como
adverbios oracionales (por consiguiente) o como conjunciones (y),
pero, según tratan de mostrar los autores ingleses en quienes se inspiran,
dichas conjunciones no funcionan en el nivel textual del mismo modo que en el
oracional (y, por ejemplo, sería marcador de una «coordinación cohesiva»,
con propiedades distintas de las de la estructural —no sería, pues, un
conector—, posición con la que vendría a coincidir Bello, por ejemplo, quien al
tratar, precisamente de y, según se ha señalado arriba, observa que esa
voz «se adverbializa» en contextos donde no une propiamente proposiciones).
Por otra parte, en lo que se refiere a los valores de contenido, tampoco puede
hablarse de «objetividad», por ejemplo, para el modo de significar de las
unidades que nos ocupan. Todas ellas son susceptibles de manifestar matices
subjetivos que apuntan al hablante y a su uso de la lengua (cf. Fuentes
Rodríguez, 1987b; Herrero, 1987; Portolés Lázaro, 1989, y Girón Alconchel,
1990).
2.3. Una dificultad
importante a la hora de ponderar las líneas más aconsejables de investigación
futura en el campo de los «marcadores del discurso» en español viene determinada
por la heterogeneidad de los marcos teóricos en los que se inscriben los
estudiosos de esas unidades. De hecho, la pluralidad de términos con que se las
designa es un indicio, a veces, de las preferencias metodológicas de sus
autores. «Operadores pragmáticos» puede remitir a Weinreich (Barrenechea, 1969),
pero también a Stubbs, 1987; «marcadores del discurso» puede hacer pensar en
preferencias por el «Discourse Analysis» (Schiffrin, 1987) —no es el caso en la
presente comunicación—; «conector argumentativo» (Portolés, 1989) remite a una
de las direcciones que hoy se destacan en la pragmática lingüística de los
países francófonos (cf. Ducrot et al., 1980, entre otros muchos
títulos), etc.
Los componentes o niveles que configuran la descripción lingüística en los
distintos modelos no coinciden. Nociones como «modalidad», «presuposición»,
«cohesión», «conexión cohesiva», «argumentación», «escala argumentativa», etc.,
no son intercambiables y, además, tienen su propio marco de referencia teórica
—no siempre claro, francamente—.
El papel que se asigna a lo pragmático en todos ellos no es, de otra parte, el
mismo (integrado en la semántica, por ejemplo, o superpuesto a ella). Las cosas
se complican todavía más si en algunos trabajos se combinan nociones procedentes
de modelos distintos.
Si comparamos, por ejemplo, el estado actual de la investigación de los
«marcadores del discurso» en español con los resultados de la
Partikelforschung alemana, las diferencias son muy importantes. No sólo en
cuanto al volumen de trabajos, ni al número de lenguas analizadas y comparadas o
contrastadas con el alemán, sino, sobre todo, en lo que se refiere a la
programación —implícita— de las cuestiones que deben dilucidarse y a la
jerarquía o relevancia relativa que éstas tienen (cf. Weydt, 1969, 1983, 1989;
cf. Helbig, 1988, y Helbig / Helbig, 1990). En parte, ese programa viene
esbozado o señalado en la Textlinguistik de E. Coseriu (Coseriu, 1980),
que orientó ya bastante el primer trabajo de Weydt.
Para el alemán se ha hecho un gran esfuerzo descriptivo en el terreno empírico,
de carácter semasiológico: Helbig, 1988, y Helbig / Helbig, 1990 (también
Weydt/Entschel, en Weydt, 1983: 3-24) han confeccionado «diccionarios» de
partículas discursivas, incluyendo información sobre las propiedades
suprasegmentales, la configuración morfológica, las propiedades
distribucionales, el conjunto de sentidos de cada unidad, así como sus usos más
frecuentes. En muchos casos los autores incluyen referencias sobre las
diferencias entre el valor «intraoracional» y el valor «discursivo» de una
palabra (su estatuto como adverbio verbal, por ejemplo, y el que presenta como
Modalwort). Pero además y, sobre todo, los autores han hecho un
esfuerzo verdaderamente interesante por intentar caracterizar la clase semántica
de la que cada unidad es representativa, subcategorizándola por medio de un
conjunto de rasgos semánticos —para los autores— predefinidos (Helbig / Helbig,
1990: 47-71).
Para el español, aun tratándose de una lengua tipológicamente mucho menos rica
en «partículas» que el alemán, el ahondar en una investigación de carácter
semasiológico parece más fructífero que el pretender trabajar en una dirección
«onomasiológica» orientada hacia la determinación de funciones pragmáticas, cuyo
estatuto se establece de forma intuitiva y deja muchas veces insatisfecho al
lector. Con todo, la reunión de pequeños grupos de partículas que alternan
paradigmáticamente es también muy interesante, y compatible con el análisis
semasiológico indicado (Barrenechea, 1969; Fuentes, 1987a, y Casado Velarde,
1991 constituyen buenos ejemplos al respecto).
Otro conjunto de aspectos sobre los que vale la pena reflexionar es el que
afecta a la clasificación componencial y distribucional de las partículas
discursivas: el análisis de la estructura interna de cada unidad; las
propiedades distribucionales específicas de cada elemento, todo ello para
intentar determinar el tipo o tipos de clases de palabras que reflejan los
llamados «marcadores del discurso» (cf. al respecto el interesante trabajo de
Álvarez Menéndez, 1988, donde se deslindan dos tipos de funciones para las
unidades que nos ocupan: la de «atributo oracional» y la de «incidente
oracional»). (Vid. también, para las clases de partículas, Bosque, 1990,
cap. 10.) (Sobre la defensa del término «partícula» para caracterizar, como
clase de palabra, a todas las unidades que nos ocupan —la oposición entre puntos
de vista de Zwicky y Christidis—, vid. Martín Zorraquino, 1991b).
Siempre en el dominio de la sintagmática, es interesante también analizar los
conjuntos combinatorios en que entran las partículas. Muchas de éstas no se
presentan aisladas sino en grupos que llegan a formar conjuntos de una cierta
regularidad en el decurso (pues sí, pues no, pues bueno, claro que sí, claro
que no, claro que... pero) (cf. Marconot, 1988 para mais). Este tipo
de regularidades están en relación con una organización o planificación de los
«marcadores del discurso» en el seno de lo que podríamos llamar bajtinianamente
«géneros del discurso». De hecho, algún autor ha puesto en relación el uso de
alguna partícula en español con una cierta forma de organizar el discurso;
Spitzer distingue, así, un que «narrativo» (Spitzer, 1942).
Más difícil resulta ofrecer orientaciones sobre el esbozo de funciones
pragmáticas que puedan asignarse a los marcadores que nos ocupan. Coseriu, 1980,
aconseja comenzar por oposiciones como «acuerdo» vs. «desacuerdo». Casado
Velarde, 1991, tras analizar el microconjunto de partículas que analiza sugiere
un tipo de función pragmática para ellas (la «explicación»). Se trata de un
terreno en el que los límites resultan borrosos y donde la intuición puede
fácilmente ampliar y estrechar el cerco sin pruebas claramente verificables. Con
todo, para cuestiones relacionadas con este tema, pueden ser útiles las
observaciones de Dik, 1981: 168-169. Aquí, por otra parte, juega un papel
esencial la relación que se establezca entre semántica y pragmática en el modelo
descriptivo.
En todo caso, el español se encuentra en una posición privilegiada para abordar
cualquier estudio relacionado con el análisis de los marcadores discursivos.
Cuenta desde hace mucho tiempo, y gracias a la existencia del Proyecto para
el estudio de la norma culta de las grandes ciudades hispánicas, con
abundantes materiales representativos del habla oral (Lope Blanch, 1986), lo que
no es frecuente en otros ámbitos lingüísticos.
3. Para terminar,
quisiera destacar otros aspectos en la investigación de los «marcadores del
discurso», cuyo desarrollo puede ser interesante en un futuro próximo.
3.1. En primer lugar, y dentro del ámbito del español, puede
ser muy sugestivo el estudio diacrónico de los «marcadores del discurso». Y no
se trata tanto de incluirlos en una parcela de la morfología histórica cuanto en
la sintaxis histórica del discurso (una Textlinguistik histórica, por
ejemplo, siguiendo los presupuestos de E. Coseriu). Podríamos recordar ahora las
observaciones tan atractivas que destaca Bosque, 1990 (capítulo 10) en torno a
la recategorización de algunas unidades que han pasado a ser adverbios,
preposiciones o conjunciones en nuestra lengua, a partir de participios activos
o pasivos, estatuto que reflejaban en la lengua clásica (serían los casos de
salvos = salvo, exceptos... = excepto, mediantes... = mediante, puestos...=
puesto que).
Algunos «marcadores del discurso», como claro o bueno, por ejemplo, han
pasado a configurarse como tales no tanto por una pura transposición
adjetivo...= adverbio, sino a través de la fijación de valores pragmáticos
que son el resultado de una evolución semántico-sintáctica consistente en la
reducción sintáctica —y en la especialización significativa— de fórmulas o de
construcciones atributivas en las que dichas unidades aparecen junto a un verbo
en tercera persona del singular o en primera persona del singular, del tipo
está claro para mí, claro está para mí, lo tengo claro, bueno está, etc.,
con las que el hablante expresa creencias, opiniones, actitudes en relación con
la experiencia, o con lo que, en general, podríamos llamar el «mundo en el que
vive». Se trataría de fenómenos que pondrían de manifiesto algo destacado ya en
estudios recientes sobre la evolución semántica, que Reyes (1990: 99) sintetiza
muy bien: «los significados tienden a subjetivizarse: pasan de ser
descripciones externas a ser descripciones internas, en las cuales
se manifiesta el punto de vista (opinión, percepción, actitud) del hablante. De
acuerdo con esta dirección de cambio, los significados más tardíos configuran un
mundo constituido no sólo por objetos y por estados de cosas, sino por valores y
por relaciones lingüísticas creadas por el lenguaje mismo en el proceso de
codificar los contenidos de conciencia».
3.2. El estudio de los «marcadores del discurso» tiene especial
interés, por otra parte, para la lingüística contrastiva. Sobre todo, si
consideramos el impresionante número de contribuciones que existen ya sobre
unidades análogas en lenguas diversísimas: un material empírico de veras
extraordinario en los estudios lingüísticos (cf. Portolés, 1989, y Weydt, 1989).
En el marco de esta lingüística contrastiva, las partículas como «marcadores
discursivos» se presentan como unidades especialmente interesantes para
establecer afinidades entre lenguas, es decir, constituyen conjuntos de
fenómenos lingüísticos suficientemente diferenciadores y característicos como
para contribuir a la determinación de tipologías lingüísticas (cf. Weydt, 1969;
Benveniste, 1974, cap. IV; Coseriu, 1980).
La lingüística contrastiva puede permitir apreciar, por otra parte, fenómenos
que, de no ser por la comparación entre lenguas, pasarían, quizá, desapercibidos
al estudioso (cf. por ejemplo: fr. aucunement, autrement, premièrement,
deuxièmement, totalement / esp. *ningunamente, *otramente, primeramente,
*segundamente, totalmente).
3.3. La dialectología y la sociolingüística ofrecen también
perspectivas de interés para el estudio de las partículas. Las observaciones de
Bourdieu (1983: 29 y 59) para el inglés pueden servir de guía para el análisis
del español. Los «marcadores del discurso», en español, pueden ser sintomáticos
de rasgos diatópicos, diastráticos y diafásicos (cf. Gili Gaya, lo 1970, cap.
cit.). De hecho, ciertas partículas modales —ciertas formas de aserción o de
acuerdo, por ejemplo— son características de algunos dialectos hispánicos (and.
digo; esp. Am. ¿cómo no?). Otros marcadores son mucho más
propios de un código escrito que de un código oral (por consiguiente /
pues) y otros, en fin, presentan un uso en co-variación con factores sociales
(cf. López Morales 1989: 113-118).
3.4. En fin, en una reunión científica para cuya organización
ha tenido un papel tan importante el Instituto Cervantes, no quiero dejar de
destacar que los «marcadores discursivos» constituyen también un aspecto
problemático e interesante en la enseñanza de una lengua como segunda lengua o
lengua extranjera. Los llamados enfoques «comunicativos» dan mucha importancia a
la lengua oral. En ese sentido, la investigación sobre los «marcadores del
discurso» en español puede resultar muy útil, dado el retraso evidente —cada vez
menor, es verdad— que la didáctica del español a extranjeros presenta en
relación con otras lenguas de cultura.
Referencias bibliográficas