En:
http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/sevilla/unidad/ponenc_caguilar.htm
Perspectiva de la sintaxis histórica
española: el análisis de los textos
Rafael Cano
Aguilar. Universidad de Sevilla
0. La Sintaxis histórica del español ha sido, como la de casi todas las
lenguas románicas, mucho más Sintaxis «evolutiva» que «reconstructiva»: se ha
intentado perseguir el desarrollo, a lo largo de épocas más o menos amplias, de
determinados fenómenos, de construcciones características, o bien la
constitución de tales o cuales sistemas gramaticales así como de sus
aplicaciones concretas, etc.; por el contrario, la reconstrucción de etapas
pretéritas ha sido una labor apenas emprendida1, por
razones tanto generales (la dificultad de reconstrucción en Sintaxis, lo que
motivó su práctica exclusión del comparatismo decimonónico) como particulares
(la «protolengua» es aquí bien conocida, incluso en sus variedades sociales y
temporales).
Naturalmente, para llevar a cabo esas investigaciones en que se intenta dar
cuenta de cómo nacen, se extienden, se implantan (o no) las innovaciones la
Sintaxis histórica, al igual que las demás disciplinas diacrónicas, ha de
basarse en los textos, en los documentos escritos, únicos que nos
conservan de manera directa las formas lingüísticas de los tiempos pasados. En
este aspecto, la Sintaxis histórica es más exigente que, por ejemplo, la
Fonología, y también que la Morfología o la Lexicología: estas últimas pueden
conformarse con fragmentos, incluso con formas («palabras») aisladas, en las que
pueden ejemplificar la presencia, ausencia o cambio de grafías (con sus
implicaciones fónicas), de elementos de la estructura morfemática, así como la
existencia de la misma palabra en cuestión. Frente a ello, la Sintaxis exige
productos más amplios para poder comprobar el funcionamiento de los elementos (intra)oracionales,
sus combinaciones, la constitución de unidades superiores (períodos, parágrafos,
etc.) y los modos de construcción de éstas, etc. A la Sintaxis no le bastan
inscripciones rotas o términos que han sobrevivido, como topónimos o como formas
comunes, a las distintas capas lingüísticas asentadas en un espacio: necesita
textos, unidades comunicativas de la mayor extensión posible, y sólo con
ellos podrá desarrollar adecuadamente su actividad. De ahí que la Sintaxis
histórica sólo pueda cumplir adecuadamente su actividad en los ámbitos
lingüísticos de fuerte tradición escritural: por ello, se desarrolló en la
Lingüística románica, mientras que el indoeuropeísmo tuvo que acercarse a
períodos históricos mucho más recientes para poder incorporarla a su bagaje de
disciplinas.
1. Ahora bien, la Sintaxis histórica románica ha sido una Sintaxis
«sobre» los textos, pero apenas una Sintaxis «de» los textos. Es decir, los
textos han sido utilizados como fuente de datos, como espacios en los que se
comprobaban fenómenos Y de los que se partía para establecer sistemas,
estructuras, esquemas de evolución, etc. de los diversos sectores y elementos
del entramado lingüístico. Pero raras veces la Sintaxis tomó como objeto básico
al texto, para intentar descifrar sus esquemas básicos de constitución y los
modos en que tales esquemas pudieron variar a lo largo de la historia, total o
parcial, de una lengua.
Es posible que tal sesgo de la investigación histórico-sintáctica tenga que ver
con la absoluta necesidad que ésta tiene de los textos escritos y con el hecho
de que la mayoría de éstos pertenezcan a lo que se suele denominar como
«literatura» (concepto no delimitado aún, pero fácil de entender y manejar). La
sujeción al texto escrito parece alejar así a la Sintaxis (no sólo a la
histórica, claro es) de la lengua hablada, del hecho lingüístico «vivo» y
«real»: esta visión romántica subyace incluso en los historicistas, para quienes
la evolución lingüística, esencia misma del lenguaje (cambiar es lo «natural» en
la lengua), sólo puede darse en el habla popular, al sobrepasar los estrechos y
arbitrarios corsés impuestos por la lengua culta, literaria y normativa; a la
vez, dicha concepción enlaza perfectamente con la tradición saussureana, en la
que la primacía de lo oral sobre lo escrito llega a ser casi un axioma de la
teoría. Por otro lado, al ser «literaria» la lengua de la mayoría de los textos
escritos de que la Sintaxis histórica podía disponer cabía el riesgo de que la
Sintaxis se confundiera con el estudio de la Literatura, diluyéndose así como un
componente más de la Retórica, la Poética o la Estilística.
1.1. Para tratar de solucionar el
«problema» de la literariedad casi exclusiva de los corpora sintácticos se han
tomado, básicamente, dos direcciones: por una parte, se ha tratado de realzar la
excelencia de la lengua literaria, no sólo como producto estético, sino como
objeto de la investigación lingüística, aludiendo a que lleva a su culminación,
o inicia, las tendencias existentes en el habla2,
así como la mayor facilidad con que manifiesta determinados elementos del cambio
lingüístico (problemas de préstamo, interferencia y traducción, factores
expresivos y estéticos, insuficiencias del sistema existente, etc.)3.
Lo más frecuente, sin embargo, ha sido dirigir los afanes analíticos a textos de
los que se supone un mayor alejamiento de los patrones literarios y una mayor
proximidad a la lengua coloquial y común: se han primado así textos
estéticamente menos conseguidos, diálogos (teatrales o no), coplas y poemas
«marginales», cartas, actas de juicios, documentos notariales, etc., en el
intento de llegar por medio de ellos al lenguaje «natural» y «común» de épocas
pasadas; más recientemente, se han añadido transcripciones históricas de
discurso hablado efectivamente emitido, así como los discursos ficticios
modélicos de los textos didácticos para enseñanza del idioma a extranjeros
(actividad antigua también en lo referente al español), en los que, dado su
objetivo, parece primar una cierta reproducción realista (pero ¿hasta qué
punto?) de los diálogos orales y de los contextos en que se producen4.
1.2. Hay, sin embargo, en estas pretensiones un cierto desenfoque, y ello
aun sin tener en cuenta la ceguera que puede ser el no resignarse a reconocer
que los textos literarios constituyen casi el único material con que puede
contar la Sintaxis histórica. En primer lugar, no ha de olvidarse que la lengua
«literaria» es ante todo «lengua», es decir, producto y elemento como el que más
de la actividad lingüística humana (y en el ámbito geográfico y cultural en que
nos movemos parece consustancial, además de llegar a todos los hablantes, bien
por la lectura propia o por la audición de lecturas ajenas). Pero la lengua
literaria, como producto de una actividad especialmente consciente, pone en
marcha mecanismos y potencialidades de la lengua que para la mayoría de los
hablantes pueden quedar en estado latente; en sintaxis, especialmente, la
innovación y creación se ha dado de forma muy notable en ella, a la vez que pone
de manifiesto las posibilidades o necesidades de la evolución.
Al mismo tiempo, los otros tipos de textos pueden ser extraordinariamente
informativos para otros sectores de la lengua, pero en la configuración
sintáctica suelen ser mucho más pobres, rígidos y reiterativos. No hay que
olvidar, por otra parte, que esa lengua escrita, por el mero hecho de pertenecer
a la escritura, y de integrarse por tanto en la tradición culta (escritura y
«cultura» han funcionado, y funcionan aún, como sinónimos), presenta unos moldes
configurativos que la alejan de la lengua hablada: ya A. Varvaro señaló que «la
diferencia entre scripta y dialecto vivo no es la distancia entre la
lengua hablada y la literaria porque es inherente a cualquier tipo de uso
escrito, incluso al más ajeno a la intención artística. La scripta
obedece siempre a una tradición y es siempre más calculada que el habla;
cualquier escriba ha pasado por una educación que le ha dado un gusto
lingüístico habitualmente conservador y contrario a todo lo que es local»5.
La confusión quizá más grave a la hora de determinar el grado de proximidad a lo
«oral» de los textos es la identificación como elementos caracterizadores de
«oralidad» de las incorrecciones o errores en la estructuración sintáctica: es
decir, la habitual igualación entre «literario» y «culto» y entre «oral» y
«vulgar» o «descuidado»6, que si bien tiene ciertas
bases razonables en que apoyarse puede llevar, como de hecho ha ocurrido, a
creer más próximo a la lengua hablada lo que no es sino mala escritura (sin que
eso llegue a asemejarse a la oralidad habitual). Naturalmente, ello tiene que
ver con la falta de criterios claros con los que definir adecuadamente la
«oralidad» (además, por supuesto, de su modo de emisión), lo que hace casi
imposible determinar en forma exacta el grado de cercanía a lo «oral» que puedan
presentar determinados textos escritos. Koch y Oesterreicher7
han señalado diez parámetros en este sentido, todos de carácter gradual:
publicidad, saber previo compartido, participación emocional, interrelación
entre acto comunicativo y situación, relación con lo diferido, proximidad física
de los participantes en el acto de comunicación, cooperación, «dialogicidad»,
espontaneidad, fijación temática; salvo en el primero, la mayor intensidad de
estos factores en el acto comunicativo es lo que caracterizaría al discurso
oral. En último término, es el grado de «anclaje» en la situación histórica
específica del acto comunicativo lo que se supone diferencia lo hablado de lo
escrito (si bien en forma gradual, no como dicotomía absoluta); incluso,
especulan estos lingüistas (aunque al final no la acepten) con la sustitución de
esta diferencia por la de «lengua de la proximidad» vs. «lengua de la
distancia»8.
Más claros parecen los sectores de la lengua donde tal diferenciación ha de ser
buscada. En el subsistema sintáctico se han señalado, aparte de algunos hechos
propios de lenguas determinadas, la segmentación del enunciado y la posición
respectiva de esos segmentos (en especial, en lo que se refiere a la perspectiva
funcional de la frase: tema/rema, etc.), tipos y estructuras frásicas, formas de
la abreviación (elipsis, formas pro, etc.), modos de «errores», modalización.
Sin embargo, los estudios concretos de este tipo desarrollados hasta ahora
dentro del ámbito de las lenguas románicas siguen siendo muy escasos.
2. Creemos, pues, que carece por
completo de sentido científico, no ya el lamentar la imposibilidad de disponer
de textos orales de épocas pretéritas, sino también la búsqueda obsesiva de
fragmentos escritos que nos acerquen a la oralidad pasada, al menos sin haber
determinado previamente en qué hemos de basarnos para delimitar ésta. Lo que
pensamos puede salvar a la Sintaxis histórica de esta situación casi
esquizofrénica (sólo se puede utilizar lo escrito, pero se reniega de ello y se
busca en lo escrito algo que no es la escritura) es, precisamente, la
consideración de los textos como tales textos, es decir, como actos
comunicativos plenos.
La orientación «textual» de algunas corrientes de la Lingüística actual (lo que
los alemanes denominan Textlinguistik), unida a los estudios
pragmático-lingüísticos y a la teoría de la enunciación, además del renovado
interés de los gramáticos por la sintaxis del coloquio, ha vuelto de nuevo a
hacer descender a la ciencia del lenguaje del cielo abstracto de los sistemas,
las estructuras y los esquemas a la compleja y conflictiva realidad terrenal de
la actividad comunicativa con todos sus haces de factores componentes (en otra
dirección no hemos de olvidar la proliferación de teorías y análisis
sociolingüísticos, íntimamente unidos a la eclosión de la llamada «lingüística
de la variación»). En suma, la Lingüística parece empeñada en desentrañar las
constantes de la parole saussureana como tal parole (no sólo como
base para construir sobre ella el edificio de la langue).
En este ámbito ideológico el concepto, renovado, de texto adquiere una
importancia crucial. El texto se concibe como el producto en que se manifiesta
el proceso comunicativo, la (inter)actuación lingüística de los participantes en
ese proceso (con papeles, como se sabe, intercambiables), en situaciones que
pueden ser muy variadas, y con intenciones significativas que son también de lo
más dispar, y que por lo general van más allá de la simple transmisión de
información, de contenidos «referenciales». El texto puede ser único o dividirse
en sub-textos, y un texto puede contener otros textos; el emisor puede
desdoblarse en muchos (las «voces» de los relatos, como es sabido, pueden ser
variadas)9, y en los textos pueden reproducirse los
actos comunicativos ordinarios (los «diálogos» y «coloquios», más o menos
ficticios, de la Literatura); en los textos las actitudes comunicativas pueden
ser igualmente de lo más diverso (narración, comentario, etc.), y las
intenciones significadoras pueden organizarse en estructuras a veces
extraordinariamente complicadas. Todo ello (y mucho más) se configura en los
modos lingüísticos utilizados: selecciona y organiza las unidades de la lengua
para conseguir el fin (o los fines) comunicativos propuestos. Esos fines son los
que justifican la elección de tales o cuales elementos de la lengua, y es en ese
texto y su contexto donde los elementos lingüísticos, dotados de ciertas «guías
de uso» (lo que otros llaman sus valores paradigmáticos), adquieren su pleno
valor, por haber sido elegidos ellos y no otros (selección paradigmática) y por
haber sido combinado con tales otros (relación sintagmática).
2.1. Naturalmente, en todo esto la configuración sintáctica tiene un papel
fundamental. La sintaxis del texto (mejor dicho, las sintaxis del texto o
textos) es, precisamente, la forma en que se estructura ese material
significador, pero ella misma es también significadora, tanto en lo que se
refiere a la utilización de tales o cuales signos gramaticales (determinantes,
tiempos verbales, elementos de relación, categorías gramaticales de los lexemas
utilizados) como en la elección de tipos de estructuración (oraciones de
distintas clases, o estructuras no oracionales, etc.), en los papeles
(«funciones») que se distribuyen en esas estructuras, en el orden que presentan
los elementos en cuestión... Empleando unos términos quizá algo gastados,
podríamos decir que la sintaxis de un texto es, a la vez, su «cuerpo» y su
«alma», y en la coherencia de los elementos empleados, así como en la cohesión
con que están trabados, se llega a la naturaleza del texto en cuestión, a la vez
que se puede determinar el éxito o no, la adecuación o no, de ese producto
comunicativo.
Al mismo tiempo, es en la progresión textual donde los valores sistemáticos de
las unidades lingüísticas (en todos sus niveles) se hacen presentes y adquieren
su pleno sentido. Sólo en los textos podemos «ver» cómo funcionan los elementos
que constituyen la lengua, más allá del mero comprobar, o ejemplificar, los
paradigmas hipotetizados, que en ocasiones se revelan ineficaces para dar cuenta
de la riqueza textual: piénsese, por ejemplo, en cómo la construcción textual de
los períodos supraoracionales, con todos los valores que las distintas uniones
van incorporando, pone en cuestión los esquemas admitidos de coordinación vs.
subordinación (y los tipos de una y otra), con sus valores supuestamente
«propios».
2.2. ¿Cuál puede y debe ser el
papel de la Sintaxis histórica en este renovado (no «nuevo» completamente)
entramado teórico que intenta dar cuenta de la actividad lingüística?
Evidentemente, no estamos propugnando, de ninguna forma, que se abandonen los
esfuerzos para describir el establecimiento y evolución de los esquemas
sintácticos, el funcionamiento de las unidades, etc. a lo largo de la historia
del idioma. Tanto más sería absurda esta pretensión cuanto que poco conocemos
aún de muchos de los problemas (hechos y explicaciones) que constituyen esa
historia de la sintaxis del español aún por escribir en buena parte.
Creemos más bien que la Sintaxis histórica del español ha de incorporar
plenamente la visión «textualista» que hemos esbozado más arriba. Ello debe
realizarse de dos maneras: por un lado, ahondando en la relevancia que para la
Sintaxis histórica tradicional han tenido siempre los textos fuentes de datos y
los contextos en que esos datos se hallaban, a la hora de investigar en los
procesos evolutivos objeto de análisis. Por otra parte, la Sintaxis histórica
debe encararse con los modos en que fueron modificándose los procedimientos de
construcción textual.
2.2.1. La consideración atenta del mundo textual en que se desenvuelve la
unidad lingüística objeto de estudio no es nueva en Sintaxis histórica. Si
recordamos el magistral estudio de Amado Alonso sobre el artículo español10,
o alguno de los dedicados por Rafael Lapesa a la misma cuestión11,
o el que, desde una perspectiva teórica distinta, pero con idéntica preocupación
por la realidad discursiva, llevó a cabo Jean-Claude Chevalier sobre la
oposición medieval cantara/avía cantado12,
no es precisamente falta de atención a la realidad textual lo que hallamos. En
este sentido, se ha aludido recientemente, no ya a la muy conocida
despreocupación de la Sintaxis histórica por la teoría lingüística13,
sino en especial al hecho de que esta disciplina de la Lingüística diacrónica,
al contar con materiales «defectuosos», se ve forzada a analizarlos
exhaustivamente (por ejemplo, desde una perspectiva cuantitativa), llegando a
«modelar» el desarrollo sintáctico en términos de las condiciones reales de uso
del lenguaje (y, por tanto, de cambio de éste)14.
De esta forma, la atención del investigador debe ir, no sólo a hallar a lo largo
de las múltiples manifestaciones textuales un valor constante, una «invariante»
de contenido y distribución, que defina a las unidades lingüísticas dentro de
una red de unidades en mutua «interdefinición» (según los postulados del
estructuralismo clásico, presentes también en su versión «generativa»), sino
sobre todo a determinar para qué sirven en los textos las unidades, qué hacen
los autores de textos con ellas al buscar tales o cuales efectos de
significación, qué sentido otorga su presencia al conjunto, y cómo todo ello se
ha ido modificando a lo largo de la Historia. En algunos casos, esos valores
«paradigmáticos» sentirán menos los efectos de su contexto: piénsese, por
ejemplo, en el género o en el número, muchas veces meros elementos informativos
o de puro valor gramatical interno, o en los regímenes preposicionales, que,
tanto si aportan una significación estricta como si son meros índices de
relación gramatical, más o menos intercambiables, difícilmente deben tal cosa al
valor del texto en que se presentan; pero la mayoría de las unidades y de los
procesos del lenguaje (determinación, tiempos y modos verbales, reduplicaciones
pronominales, orden de elementos, etc.) adquieren sus valores precisamente en el
juego de sentidos dado en el texto: fuera de éste, las etiquetas que
tradicionalmente se les otorgan (por ejemplo, «actual»/«virtual», «imperfectivo
durativo», «irreal», etc.) no suelen aclararnos muchas veces el por qué de su
presencia en el texto, las consecuencias significativas que ésta acarrea. En
suma: más que ir en busca de los valores paradigmáticos de las unidades en
cuanto tales, hay que intentar desentrañar cómo han ido evolucionando sus modos
de utilización en la confección textual.
2.2.2. Mucho menos desarrollada ha
sido la otra vía que proponemos para la Sintaxis histórica «textual»: la
consideración del texto como unidad de comunicación, en función de cuyo valor (o
valores) han de ser considerados todos los elementos lingüísticos que lo
componen, y muy especialmente los de carácter sintáctico. No se ha esbozado aún
siquiera una historia de los procedimientos de construcción lingüística,
sintáctica, de los textos en español, que no sea una historia de los estilos,
vistos desde el ángulo del analista literario.
Algo de esta dirección estaba implícita en los trabajos que hace años emprendió
Badía Margarit, con el objetivo de determinar los modos específicos de
construcción de la prosa alfonsí, destacando rasgos tales como la obsesión por
la ilación, el empleo de la hipotaxis oracional, el ensanchamiento de la
expresión respecto de sus modelos y el afán de precisión, todo lo cual no es
sino manifestaciones diversas de un único deseo de construir un texto dotado de
fuerte cohesión interna, y coherente en todos sus extremos. Tales rasgos
destacaban aún más cuando se oponían a los modos lingüísticos que, para
construir su propia coherencia, utilizaba un texto de naturaleza discursiva tan
diferente como el Poema de Mio Cid15.
Lamentablemente, dichos estudios (y cualesquiera otros de naturaleza semejante)
quedaron interrumpidos.
En esta dirección de la Sintaxis histórica que creemos necesaria el analista lo
será, ante todo, de textos; sólo en una segunda fase podrán establecerse las
constantes históricas que definan la evolución en este sentido del español.
Partiendo del texto como unidad de sentido (todo lo compleja que se quiera),
habrá que establecer su organización sintáctica global, los modos y ordenación
en que se presentan los períodos oracionales, la cohesión que se establece entre
ellos (gramatical, por medio de ilativos, anáforas pronominales, referencias
internas), la modificación de los esquemas globales en función de los tipos de
discurso (narrativo, comentador, dialógico), la elección, entre otros de los
tiempos verbales16, el sentido de la distribución
de los miembros del discurso entre las distintas funciones oracionales, etc.
Todo ello habrá de realizarse sobre el fondo histórico del texto: las
transferencias de formas entre textos de una época o una tradición cultural y de
sentido (algo que va más allá del mero préstamo sintáctico, si es entre lenguas
diferentes, y que hoy algunos denominan, en otro ámbito, intertextualidad),
la coexistencia de modos distintos, su suerte en la historia posterior...
Ahora bien, hemos de ser muy conscientes de que en esta búsqueda de los moldes
que conforman los diversos tipos de texto y las formas de lenguaje que los
constituyen, los textos antiguos iban gobernados en buena parte por las guías y
preceptos en que consistía la Retórica. Ésta era un complejo, pero
ordenado, conjunto de instrucciones para la confección de textos que determinaba
desde la elección de los contenidos transmisibles y sus partes (inventio),
a su ordenación (dispositio) y a su configuración lingüística
(elocutio), dentro de la cual, aparte de figuras y tropos, se hallaba un
capítulo especial dedicado a la ordenación sintáctica del texto, la
compositio. No puede, en absoluto, desdeñarse ni desconocer la importancia
de la Retórica en la realización de los textos: formaba parte del aprendizaje de
todo hombre culto, quien había de aprender sus preceptos y además componer
distintos tipos de textos en función de ellos (los ejercicios retóricos o
progymnasta). Hemos de tener todo esto en cuenta para entender muchas
veces por qué los textos están construidos de determinada manera y no de otra, y
también los cambios en la orientación de la construcción textual (en otra
perspectiva, los cambios estilísticos) pueden deberse a cambios en las teorías
retóricas dominantes. La Retórica, en fin, no limitaba su actuación al discurso
de las capas cultas de la sociedad (aunque «culto» era todo el que supiera leer
y escribir); sus modelos, por medio de la audición de la literatura (desde los
que oían a juglares o clérigos leer sus poemas en la Edad Media a los
espectadores del teatro clásico), llegaban a toda la sociedad, y cuando se
aprendía a escribir, se aprendía, además, cómo debían escribirse tales o cuales
tipos de texto, por ejemplo las cartas, de forma que ni siquiera las que nos
puedan parecer más toscas (por ejemplo, las que mandaban los emigrantes
sevillanos desde el Nuevo Mundo) están libres de su presencia. Sintaxis
histórica y Retórica tienen, pues, un largo y, creemos, fecundo camino conjunto
ante sí.
3. Para la labor que proponemos
cualquier texto es válido. En primer lugar, quizá, los más conocidos, no sólo
por ello sino porque suelen ser lo más conseguidos. Pero en archivos y
bibliotecas hay multitud de textos que esperan ser analizados. Muchos de ellos
estarán sujetos a patrones muy rígidos y serán por tanto, reiterativos. Otros,
por el contrario, podrán ofrecernos modos diversos de construcción textual,
diferentes de los consagrados por la tradición literaria. En todo caso, a través
de un seguimiento coherente, en la cronología, de tales textos es como podremos
hallar los modos en que fue progresando la construcción del discurso en lengua
española. Por último, no hemos de olvidar que el analista sintáctico no ha de
buscar tanto las excelencias estéticas y el carácter señero de los textos que
analiza: en esta vía de la investigación sintáctico-histórica que proponemos su
objetivo han de ser los patrones comunes de la construcción textual en las
diferentes etapas de la historia de la lengua, los cambios que se han producido
y los períodos y subperíodos definidos por tales patrones.
Notas:
-
Hay, no obstante, intentos recientes:
el más notable es el de R. de DARDEL. Esquisse structurale des
subordonnats conjonctionnels en roman commun, Génève, Droz, 1983.
-
Véase R. LAPESA, «Sobre problemas y
métodos de una Sintaxis histórica», Homenaje a Xavier Zubiri, Madrid,
1970, 201-213.
-
Véase mi estudio. «Perspectivas de la
Sintaxis histórica española», Anuario de Letras, XXIX, 1991, págs.
53-81.
-
G. HOLTUS/W. SCHWEICKARD, «Zum Stand
der Erfoschung der historischen Dimension gesprochener Sprache in der
Romania», Zeitschrift für Romanische Philologie, 1991, 107, 5/ 6,
págs. 547-574.
-
Historia, problemas y métodos de la
lingüística románica (trad. de A. M.ª Mussons), Barcelona, Sirmio, 1988,
pág. 230.
-
Véanse los intentos de delimitación de
la Sintaxis coloquial llevados a cabo por A. Narbona, especialmente en:
«Sintaxis coloquial: problemas y métodos», en Sintaxis española: nuevos y
viejos enfoques, Barcelona, Ariel, 1989, págs. 149-169 (también en
«Problemas de sintaxis coloquial andaluza», íbid., págs. 171-203).
-
Cito por HOLTUS/SCHWEICKARD, págs.
553-555.
-
Art. cit., págs. 567-568.
-
Citemos sólo, en el plano literariol a
Óscar TACCA, Las voces de la novela, 2.ª ed., Madrid, Gredos,
1978.
-
«Estilística y gramática del artículo
en español», en Estudios lingüísticos. Temas Españoles, 3.ª ed.,
Madrid, Gredos, 1974, págs. 125-160.
-
Es difícil elegir entre los suyos, tan
numerosos. Podríamos citar: «Dos estudios sobre la actualización del
sustantivo en español», Boletín de la Comisión Permanente, Madrid,
1976, págs. 1-3 1.
-
«Du plus-que-parfait», Cahiers de
Linguistique Hispanique Médiévale, 9,1984, pàgs. 5-47.
-
Sobre este punto he reflexionado en
varios trabajos: «Perspectivas » (véase 3); «Problemas metodológicos en
Sintaxis histórica española», Congreso sobre el estudio del español,
Salamanca (en prensa); «Teoría lingüística y Sintaxis histórica española»,
Revista Argentina de Letras (en prensa).
-
D. WANNER, «Historical Syntax and Old
Spanish Text Files», en Linguistic Studies in Medieval Spanish (ed.
by. R. Harris-Northall & Th. D. Cravens), Madison, 199 1, págs. 165-189.
-
«La frase de la Primera Crónica
General en relación con sus fuentes latinas», Revista de Filología
Española, XLII, 1958-59, págs. 179-210; «Dos tipos de lengua cara a
cara», Studía Philologica... Dámaso A lonso, 1, Madrid, 1960, págs.
115 -139.