En Padrón, J. (1996): Análisis del Discurso e Investigación Social. Caracas: USR.

 

 

Texto Académico y Texto retórico

 

Como tópico adicional, incluimos aquí esta sección orientada a comparar el texto académico con los textos típicamente producidos en el contexto de las relaciones de dominación en una sociedad. El tema viene al caso por la siguiente razón: en el centro del debate epistemológico actual está la acusación de que la ciencia ha estado al servicio de las clases dominantes y, por tanto, de que el discurso científico es objetable desde el punto de vista de una “praxis liberadora” y de una “teoría crítica” de la sociedad. En otro sentido, desde la óptica de las posturas filosóficas que propugnan una separación metodológica entre ciencias “de la Naturaleza” y “del Espíritu” se ha propuesto también un rechazo a los discursos de base lógica, típicos de la ciencia normal, y un cambio hacia el discurso libre de prescripciones, orientado a explotar la fecundidad del lenguaje literario o ensayístico y a permitir la expresión de las más hondas vivencias y de los más íntimos estados de conciencia. Estas propuestas parecen ir asociadas a una especial visión del rol del investigador, de acuerdo a la cual se hacen muy borrosos sus límites con respecto a los roles del poeta, del psicoterapeuta, del predicador, del activista o interventor social..., y aun del político.

Estas posturas traen consigo el importante problema de la eliminación de las reglas o referencias de validación para el discurso, con lo cual cualquiera podría, en principio, decir cualquier cosa sin importar el valor de lo dicho (ya que no existirían referencias de validación). Pero esto no sería lo más grave. Peor aun es que tras esa aparente anarquía se esconden los personalismos, las autocracias y los caprichos de quienes tengan el control: el valor de un discurso dependerá entonces de que éste coincida con los criterios personales y circunstanciales de los dominantes. Eliminar las reglas y las referencias es estrictamente equivalente a aceptar los caprichos de quien propone que ellas sean eliminadas.

Estas dificultades hacen que el discurso libre de prescripciones esté, precisamente, del lado de la dominación y que en sí mismo sea también un discurso dominante. Así lo demuestra, entre otras cosas, el extraordinario parecido entre el lenguaje de la persuasión (en el plano político, por ejemplo) y el lenguaje que suele ser usado en los medios académicos como oposición al discurso científico y como modelo de ciertos “paradigmas emergentes”. En lo que sigue intentaremos profundizar en estas correspondencias.

INFORMACIÓN BÁSICA

Veamos, muy brevemente, los rasgos más importantes del discurso retórico, atendiendo a los mismos niveles de análisis que hemos venido manejando hasta ahora.

Desde un punto de vista pragmático, el macro-acto primordial de este tipo de discurso consiste en Persuadir. De allí en adelante, es imaginable cualquier secuencia de meso/micro-actos que ayude al propósito de persuadir, pero en general puede decirse que todos los actos subordinados tienden a impactar las esferas del ánimo, la afectividad, el apasionamiento, la motivación, etc., pero no la esfera de la racionalidad, que es donde podrían descubrirse las manipulaciones y las conveniencias de quien persuade. Así, al conocimiento se prefiere el apasionamiento; a la razón, el ánimo; a la conciencia, la inconsciencia; a lo objetivo, lo subjetivo; a la precisión, la fascinación; a lo expresable, lo inefable; y a la transparencia, el misterio.

Hay una célebre anécdota que ilustra patentemente esta orientación pragmática: se cuenta que un famoso publicista pasó una vez por delante de un ciego limosnero y, no teniendo monedas en sus bolsillos, le dijo: “Amigo, no puedo darle nada, pero voy a colaborar con Ud. de todos modos”. Acto seguido tomó el cartón del ciego, donde se leía “tengan compasión de este pobre ciego”,  escribió algo al dorso y se marchó. Desde ese mismo momento el ciego empezó a notar cada vez más generosidad en las limosnas, hasta un momento en que las monedas prácticamente llovían sobre su viejo sombrero. Una semana después, el publicista volvió a pasar por el mismo sitio y, conversando con el ciego, éste le dijo agradecido: “Señor, es Ud. un verdadero mago. Me ha dado mucho más que una limosna. ¿Qué fue lo que Ud. hizo?”. “Muy simple -respondió el publicista- en lugar del letrero que Ud. tenía, que decía tengan compasión de este pobre ciego, yo escribí: Señoras, señores, ha llegado la primavera. ¡Yo no la veré!”. La anécdota resulta ilustrativa porque las dos versiones del cartón del ciego equivalen a las diferencias entre conocimiento y apasionamiento, antes mencionadas. Dentro de este mismo nivel pragmático, la predefinición más importante del discurso retórico son los intereses y las conveniencias del persuasor. En general, el acto de habla retórico implica una incompatibilidad entre acciones, la del hablante y la del oyente, de tal modo que el primero diseña su acción discursiva con el objeto de que la re-acción del oyente se sume o se haga compatible con sus propios intereses o conveniencias de acción (recuérdese la fábula de la zorra y el cuervo).

Desde un ángulo semántico, el discurso retórico presenta abundantes rasgos típicos. El más sobresaliente de ellos es la desproporcionada ampulosidad del léxico en relación con la poca información que contiene. Rosemblat (1978: 220) XE "Rosemblat, A.  (1978): La Educación en Venezuela. Caracas: Monte Avila."  decía al respecto:

Hay personas cultas, o más o menos cultas, que huyen sistemáticamente de la expresión sencilla. Ya Juan de Mairena se burlaba de esa propensión. Algunos periodistas podrán escribir: "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa". Pero a él le parecía más poético de otro modo: "lo que pasa en la calle". Creo que es de Juan Ramón Jiménez el precepto siguiente: "Si puedes decir pájaro, no digas ave". Y si es de él, de su severo código literario, este otro: "Todo el que escriba so el sauz sea colgado en el acto bajo el sauce". La afectación suele ser mal pegadizo de maestros y profesores: ¿no es significativo que pedante sea un derivado despectivo de pedagogo?

Esta ampulosidad o grandilocuencia tiene el poder de ocultar los significados evaluables y se estructura según dos mecanismos semánticos: uno consiste, como critica Rosemblat, en seleccionar términos rebuscados y de escaso uso (como el famoso caso de las “hallacas multisápidas” de Betancourt). El otro mecanismo es el del circunloquio, es decir, sobreabundar en palabras. Una de las mejores ilustraciones de este mecanismo se halla en Popper (1984), quien realiza un ejercicio de simplificación de un texto de Habermas, ejercicio que transcribimos a continuación:

 

TEXTO DE HABERMAS

VERSION SIMPLIFICADA

La totalidad social no llega a ninguna vida por sí misma, por encima de los elementos que ella une y de los cuales ella misma se compone

La sociedad consiste en conexiones sociales.

 

Ella se produce y reproduce a sí misma a través de sus elementos individuales.

 

Estas diferentes conexiones de algún modo producen la sociedad.

 

Ya no sigue siendo posible separar esta totalidad de la vida, de la cooperación y del antagonismo de sus elementos

 

Entre esas conexiones se hallan la cooperación y el antagonismo. Y, dado que (como se afirmó antes), la sociedad consiste de esas conexiones,  la  misma  no puede ser separada de ellas.

 

Adorno concibe la sociedad en términos de categorías, las cuales no niegan su procedencia de la lógica de Hegel.

 

Adorno usa una terminología que recuerda a Hegel.

 

 

El ve la sociedad como una totalidad en sentido estrictamente dialéctico, que prohíbe la comprensión del todo en términos de la afirmación de que éste es más que la suma de sus partes.

 

Esa es la razón por la cual él no afirma que el todo es más que la suma de sus partes.

 

Ni tampoco la totalidad es una clase cuyos parámetros lógicos puedan ser determinados mediante un amalgamiento de todos los elementos constituyentes.

 

Ni tampoco la totalidad es una clase de elementos.

 

Las teorías son esquemas de ordenamiento que podemos construir como querramos, dentro de un marco de trabajo sintácticamente limitante.

 

Las teorías deberían ser construidas sin reglas gramaticales. Aparte de eso, uno puede decir allí cualquier cosa que a uno le guste.

 

Estas teorías prueban su utilidad en algún dominio particular de objetos si satisfacen su diversidad real.

 

Las teorías pueden ser aplicadas a un campo específico, mientras resulten aplicables.

Dentro de esta ampulosidad y rimbombancia, son frecuentes ciertas palabras ‘efervescentes’, ligadas a la sensibilidad de las masas y a los grandes ideales de las sociedades[1]: libertad, justicia, transformación, revolución, cambio, “inves­tigación clandestina”, etc. Obsérvese el siguiente ejemplo:

 

La aportación habermasiana tiene la virtud de poner de manifiesto la dimensión comunicativa del ser humano, y que este estudio ha intentado demostrar en su implicación para la metafisica tomista, haciéndolo más en concordancia con la noción de sujeto absoluto, según se entiende en el cristianismo, es decir, en términos de una trinidad de personas, asumiendo,  como lo dicho anteriormente, de un modo existencial -y no meramente formal- el contenido del modelo emancipatorio-comunicativo habermasiano. Se puede decir que las nociones de emancipación y comunicación representan, para la metafísica clásica, una nueva óptica desde la cual se puede consider la noción de sujeto absoluto, es decir, menos en términos de Primer Motor, Causa Incausada, Causa Limitada y más en términos de predicados como personal, dialogal, comunitario, comunicativo, emancipatorio y complementario. Según estas consideraciones, la Santísima Trinidad -como paradigma del discurso transparente- emerge como el ejemplar de la emancipación metafisica, el fundamento regio de la búsqueda humana de la libertad, verdad y justicia perfectas. (Subrayados nuestros)

 

            Otro rasgo semántico de los textos retóricos es la metáfora y la figura literaria, lo cual constituye un recurso básico para desviar el discurso de la esfera de la racionalidad a la esfera de la afectividad y la sensibilidad. En Gauquelin (1976 XE "Gauquelin, M.  (1976): El Mecanismo de la persuasión. Bilbao: Mensajero." : 80-81), que fue un divulgado manual para persuasores, se lee lo siguiente:

 

El éxito del orador nos ha parecido muchas veces más ligado a su presentación, a su habilidad en manejar la efectividad e igualmente a la calidad de su expresión verbal que al contenido puramente racional de su discurso. Podríamos decir que cuando uno se dirige a un grupo y, sobre todo, a un grupo importante, la manera de hablar, el tono en que se expresa tienen casi más importancia que las palabras. Una parte de los discursos del magnífico orador que era De Gaulle no es legible pero no por ello desencadenaba menos entusiasmo en la multitud. Aunque no son éstos los únicos factores, el arte de la fórmula afectiva y la elocución inimitable juegan ciertamente un papel muy importante. Los escépticos pueden recordar el discurso pronunciado en Fécamp, que comenzó aproximadamente con estas palabras: “Saludo a Fécamp, puerto de mar y que piensa seguir siéndolo...” Insistimos mucho en este tema porque constituye uno de los  escollos desconocidos en los que tienen peligro de estrellarse tentativas de persuasión perfectamente elaboradas. Muchos oradores se preocupan sobre todo y de modo desproporcionado del contenido del discurso. Son los mismos que caerán con frecuencia en la trampa del lenguaje racional. Toda su atención está centrada en no olvidar nada (lo que les Ileva a exponer un número demasiado grande de ideas que los oyentes no podrán asimilar ni memorizar) y en encadenar lógicamente los argumentos. De este modo subyugado por su propio discurso, el orador se aparta del auditorio y termina, de algún modo, por hablar para sí mismo (subrayados nuestros).

 

            En módulos anteriores hemos ya presentado muestras de este tipo de texto que, siendo de origen académico, adopta mecanismos retóricos (por ejemplo, las muestras b2 y c5, del Módulo 1). Adicionalmente, obsérvese el metaforismo en el siguiente pasaje de Feyerabend (1974: p. 137):

 

Podemos hacer que la ciencia pase, de ser una matrona inflexible y exigente, a ser una atractiva y condescendiente cortesana que intente anticiparse a cada deseo de su amante. Desde luego, es asunto nuestro elegir entre un dragón o una gatita como compañía. Hasta ahora la humanidad parece haber preferido la segunda alternativa: cuanto más sólido, bien definido y espléndido es el edificio erigido por el entendimiento, más imperioso es el deseo de la vida por escapar de él hacia la libertad.

            Otros mecanismos específicos del texto retórico son la redundancia, la trivialidad y los pseudoconceptos. Por redundancia entendemos la repetición de información, pero no con función de refuerzo o énfasis, sino con función efectista sobre el destinatario. Ejemplos típicos son expresiones como “nues­tra primerísima prioridad”, “una alternativa diferente en Edu­cación Superior”, etc. El siguiente texto es una muestra particular:

 

La visión foucaultiana del discurso es asumida en este trabajo. La formación histórica es una relación entre lo visible y lo decible. Lo visible son las relaciones de poder y se dan en el espacio, mientras que lo decible corresponde a las formas enunciativas, estas constituyen discurso; es decir, el enunciado es considerado la condición material de todo discurso, o de todo concepto, lo que significa que sobre el enunciado se construyen los conceptos.

 

La trivialidad, en cambio, consiste en emitir afirmaciones que no añaden nada a la solución de un problema o que resultan absolutamente obvias como para ser incorporadas al tratamiento de un problema. Ejemplos ya conocidos son: “la sociedad es un complejo de múltiples determinaciones” (en la cual no llega a definirse el término sociedad) o “conocimiento es poder” (cosa que ya saben desde los guías turísticos y los ‘asesores’ hasta los chantajistas y ‘los mejores alumnos del salón’, pero que no resuelve ningún problema epistemológico) o “el conocimiento, en tanto entendimiento inteligente, resulta ser la acción y el efecto de conocer”, o “el todo es mayor que la suma de sus partes”, etc.

Los pseudoconceptos son constructos verbales orientados a crear expectativas y actitudes convenientes, pero que no corresponden a ninguna entidad en el mundo real (técnicamente conocidos como vacíos referenciales). Ejemplos son las expresiones “Autoinstrucción” y “Autoaprendi­zaje”, que ya hemos analizado en el primer módulo, y “Apren­der a aprender”, que analizamos en este mismo módulo. En el mundo político y gubernamental, las palabras “democracia”, “libertad”, “pueblo”, etc. adquieren muchas veces la categoría de pseudoconceptos.

Finalmente, la ambigüedad semántica parece ser la materia prima de todo discurso retórico y lo que más estructuralmente tipifica esa clase de lenguaje. Aunque no todo texto ambiguo es necesariamente, sólo por eso, un texto retórico, lo contrario sí es definitivamente característico: no hay texto retórico que no sea ambiguo. Esto no ocurre sólo a nivel de práctica ideológica, sino también a nivel de prescripción: muchos recomiendan la ambigüedad y se sienten satisfechos en ese terreno, aduciendo unas veces que a la libertad de pensamiento no se le debe exigir precisión y, otras, que la precisión es imposible desde el momento en que la realidad es producto de la misma mente[2]. Guba (1991: p. 17), por ejemplo, sostiene que la ambigüedad es útil para que cada quien pueda captar las posibles implicaciones de un término. Textualmente, dice lo siguiente, a propósito de la ambigüedad de la palabra paradigma:

 

Algunos consideran que la falta de claridad en esa definición es algo inconveniente. Pero yo creo que es importante dejar el término en ese limbo problemático en que se halla, ya que entonces será posible irlo moldeando a medida que mejore nuestra comprensión de sus múltiples implicaciones (“Some persons view that lack of clear definition as an unfortunate state of affairs. But I beleive that it is important to leave the term in such a problematic limbo, because it is then possible to reshape it as our understanding of its many implications improves”).

 

Pasando ahora a una rápida revisión de sus aspectos sintácticos, el discurso retórico puede recurrir, entre otras cosas, a los juegos de palabras, entendidos como permutaciones, sustituciones, rimas y, en general, manipulaciones en la secuencia de palabras, con el único objeto de producir efectos pragmáticos, sin correspondientes efectos en la esfera racional. Ejemplos. “He aquí la crisis de la razón y la razón de la crisis”, “Educastradores”, “Somos hombres en cuanto nos hacemos hombres”, “Somos lo que somos por ser lo que somos todos”, etc. En instancias de la política y la publicidad, sobre todo en materia de slogans, es donde más abundan los juegos de palabras. En la época de Eisenhower fue célebre el “I like Ike” y, durante el nazismo, el “Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer!” (recuérdense, en Venezuela, los casos de “Pierderúa” y “Calderrota”, entre otros). Como dice Reboul (1986), el juego de palabras “hace surgir, como por milagro, un parentesco entre el significante y el significado, parentesco que se impone tanto más cuanto que no se lo había buscado. La rima aparece como una razón (...). La fuerza de la fórmula proviene de que hace resaltar, como una chispa, un sentido que no se esperaba y que desarma el pensamiento” (p. 127). Podríamos añadir, además, que en este tipo de sintaxis retórica va frecuentemente escondida una trampa lingüística (como el caso de “aprender a aprender”, visto antes y que también constituye un juego de palabras). En EUA, por ejemplo, fue famoso el slogan educativo “We teach children, not subjects”, donde la trampa lingüística consiste en pretender una sustitución entre dos términos sintácticamente complementarios y no equivalentes (“children” es un objeto indirecto o un ‘dativo’, que define el beneficiario de la acción “teach”,  mientras que “subjects” es un objeto directo, un ‘acusativo’, que define el objeto de esa misma acción; por tanto no son intercambiables). Hay que anotar, sin embargo, que no todo discurso retórico utiliza estos juegos sintácticos pragmáticamente orientados y que en los medios académicos no son, afortunadamente, el rasgo más caracterizador.

El distintivo más sobresaliente en la instancia del análisis físico puede verse apenas en el caso del medio cara-a-cara y está dado por los juegos fonéticos, especialmente por la entonación, la modulación y el volumen de voz. El principio, en este sentido, es que a menor relevancia de los contenidos (o sea, a menor interés semántico), mayor énfasis de la voz (mayor esfuerzo fonético). En efecto, cuando el contenido semántico del acto de habla es suficientemente pertinente, relevante y preciso por sí mismo, en esa misma medida resultan innecesarios los trucos de voz y los artificios fonético-gestuales. Pero, evidentemente, si tenemos muy poco o nada que decir o si lo importante es encubrir información, entonces resultan necesarios tales artificios. De hecho, no en vano los mítines políticos, las arengas, los discursos de ocasión, la publicidad televisiva y las predicaciones religiosas constituyen los mejores ejemplos de artificio fonético-gestual, ya que lo importante es mover masas e impactar el ánimo. En los medios académicos, el manejo de la voz del discurso retórico suele ser bastante menos descarado que, por ejemplo, en los medios políticos o publicitarios, pero aun así es perceptible, sobre todo en términos de variaciones de intensidad de voz y en aquellos casos en que el texto se orienta más al proselitismo que a la contrastación y crítica.

Para terminar, es importante una observación de carácter pragmático: hay un criterio según el cual las clases de texto van asociadas a contextos típicos, tal como hemos visto en módulos anteriores. Hablamos así de textos publicitario, militar, religioso, político y académico, por ejemplo, en cuanto productos de las interacciones en los contextos publicitario, militar..., y académico, respectivamente. Los contextos típicos son, entonces, situaciones o clases características de interacción, ligadas siempre a datos institucionales y, casi siempre, a datos espacio-temporales. Pues bien, cuando hablamos de texto retórico no se está utilizando ese mismo criterio y, en lugar de un contexto espacio-temporal, lo que se destaca es un marco de conveniencias e intereses. Es por eso que la retórica puede darse en cualquiera de los contextos anteriores, pudiendo haber, por ejemplo, textos académicos retóricos y textos académicos no retóricos (e, incluso, textos publicitarios no retóricos). Los conceptos de dominación y retórica aluden a algo que atraviesa todo el conjunto de contextos.

 

 

LECTURA COMPLEMENTARIA

               Como complemento a la información anterior, proponemos la lectura de un pasaje de Reboul (1986), que destaca algunos aspectos de interés en las relaciones entre texto académico y texto ideológico.

 

 

Reboul, Olivier (1986): “¿Qué es un discurso racional?”, en Lenguaje e Ideología. México: FCE. Pp. 207-218

 

 

¿En qué condiciones es racional un discurso? Aclaro que el problema no se limita al discurso científico. Un texto administrativo, jurídico, filosófico, ético, etc., también debe ser racional.

1. La primera condición es, por supuesto, que el discurso sea coherente. Esto quiere decir: a) que no haya ninguna contradicción entre sus enunciados o en uno de sus enunciados; b) que el conjunto del discurso sea pertinente es decir apropiado al tema que trata.

2. La segunda condición es que el discurso sea inteligible en todas sus partes. En efecto, antes de saber si es verdadero o falso, importa saber lo que quiere decir. Que un discurso sea inteligible no quiere decir que sea fácil de entender, sino que sea posible comprenderlo, analizarlo del comienzo al fin. La inteligibilidad implica tres condiciones: a) que todos los términos utilizados pertenezcan al código lexical común, o si no que los términos nuevos sean definidos tomando en cuenta ese código; concretamente, el lector debe poder encontrar todas las palabras en el diccionario; y si el autor emplea un neologismo, debe definirlo con base en palabras que figuren en el diccionario; b) que los enunciados estén desprovistos de ambigüedad; tanto de ambigüedades que se refieren al léxico como las que provienen de la sintaxis; c) en fin, que el lazo entre las proposiciones sea lógico, que se sepa nítidamente si una es explicación de la otra o su consecuencia, etc. Si el discurso no cumple con estas exigencias, deja de ser un medio de comunicación, deja de ser racional.

3. La tercera condición es que el discurso sea crítico más exactamente autocrítico. Claro que no empleo este término en el sentido marxista, esto es, la denuncia pública de las desviaciones de la conducta propia con relación a la línea del partido. Digo que un discurso es autocrítico cuando enuncia sus presupuestos como tales, o permite conocerlos; dicho de otro modo, cuando él mismo precisa si es una certeza, una probabilidad, un hecho comprobado, una hipótesis, una convención, etc. Así se ofrece el discurso al libre examen. Sin este último criterio, un discurso puede ser coherente y claro, pero no será más racional que el de un paranoico.

Se dirá que mi definición excluye otros tipos de discurso, como el poético o el religioso. No es así. Mi definición sólo excluye la aspiración última que pudieran tener de ser discursos racionales.

¿El discurso ideológico es racional? La respuesta no es fácil. Debe ser racional para convencer, pero irracional para vencer. Esta situación ambigua es la que necesitamos comprender ahora.

Coherencia e incoherencia del discurso ideológico

Ciertos autores consideran que una ideología por fuerza debe ser coherente. Y éste es, por lo demás, un rasgo inherente a su definición, lo que la distingue de los mitos y de las religiones. Sin embargo, esta coherencia, aunque se haga palpable, puede no ser necesariamente real, pues nada garantiza que el poder que utiliza la ideología sea coherente en sus fundamentos y objetivos.

En el discurso ideológico, las incoherencias pueden ser imputadas a los propios términos. ¿Estamos seguros de que una expresión como “partido único” no es una contradicción en sus términos? Si se admite que la voluntad y la conciencia son propias del individuo, ¿se puede hablar sin contradicción de “voluntad del pueblo” y de “conciencia de las masas”? La incoherencia puede ser también propia del discurso global. Tomemos dos ejemplos precisos: el discurso de los jacobinos y el de Vichy.

El discurso jacobino era universalista, sobre todo en Robespierre, quien proclamaba que Francia renunciaba a toda conquista y respetaría la libertad de todos los pueblos. Mejor aún: pretendía ayudarlos a liberarse, los quería liberar. Pero este "mejor aún" precisamente, es un "mejor" enemigo de lo bueno. Al exportarse, la "nación" se convierte en dominación y las "repúblicas hermanas" serán sólo satélites de Francia. Otro resbalón: después de haber estatuido el principio de la "libre adhesión" de los pueblos vecinos (Niza, Saboya) a Francia, los revolucionarios implantaron otro principio, el de las “fronteras naturales”, que hacía pasar el concepto de seguridad militar por encima del consentimiento de los pueblos anexados. En fin, el centralismo jacobino, en nombre de la "República una e indivisible", destruyó todos los particularismos de los países componentes de la nación, especialmente los lingüísticos; de ahí la "división" de Francia en "departamentos", que abolió las provincias.

Robert Paxton (E. 1973) ha mostrado las incoherencias de la ideología de Vichy, a pesar de estar fuertemente estructurada. Era coherente sólo en virtud de lo que rechazaba: el parlamentarismo, la lucha de clases, el internacionalismo, la igualdad, el individualismo, el colectivismo. Pero no ya en lo que afirmaba. Algunos vichistas, eran conservadores tradicionales, otros pretendían ser tradicionales, otros pretendían ser “hombres nuevos”, adeptos a una “tercera vía” entre el capitalismo y el comunismo. Otros predicaban el retorno a la tierra y la restauración del artesanado; había, por último, algunos francamente tenócratas, que propendían a la división del trabajo, la industrialización, el dirigismo estatal. En cuanto a los medios, estaban por un lado los partidarios de las técnicas de persuasión: propaganda educación, movimientos de juventud; y por el otro “los partidarios de un régimen policial y de tribunales inflexibles”. En resumen, si bien todos los vichistas querían un "Estado fuerte", muchos estaban en desacuerdo con el "estatismo" del régimen, con su intervencionismo económico, su centralización; sus veleidades de enrolar a la juventud, muy mal vistos por los católicos, aun los más fieles al régimen.

Se dirá que estas contradicciones se generaron en el hecho de que el vichismo se componía de varias ideologías diferentes. Se podría responder: un solo poder; una sola ideología. Esta mezcla de tecnología y de imágenes de Epinal (ciudad a orillas del Mosela, capital del departamento de los Vosgos, famosa por su basílica), de racionalidad y de mística, sería fácil de descubrir también en otras ideologías, a pesar de que eran también muy estructuradas, como el stalinismo, el fascismo, el izquierdismo.

Más que nada, puede pensarse que todas las ideologías, como discursos del poder, reposan sobre una contradicción última. Para tratar de convencernos, el poder se dirige a nuestra razón y nos trata como iguales, respetando nuestra libertad de elección, pues lo que quiere es obtener nuestro acuerdo. Pero si hacemos uso de nuestra razón de modo diferente que él, y de nuestra libertad para estar en desacuerdo con él, el poder queda amenazado en lo que tiene de más íntimo y sagrado: su legitimidad. Falto de razones, debe entonces recurrir coacción, o a la manipulación de los espíritus.

Ahora bien, si toda ideología comporta incoherencia, el discurso que expone tiene por función enmascararlas. El discurso fascista las disimulaba apelando a la autoridad del jefe, que "siempre tiene razón", e insistiendo en "la acción", "lo vivido", la "comunidad". El stalinismo y el maoísmo invocaban la “dialéctica”, que volatiliza las contradicciones molestas. Más genéricamente, merced a las imprecisiones de su discurso, una ideología, cualquiera que sea, oculta sus contradicciones.

Claridad y oscuridad del discurso ideológico

Es, en efecto, la falta de claridad la que disimula mejor las incoherencias parciales de una ideología; una falta de claridad que se puede distinguir en tres niveles: conceptos, juicios, razonamientos.

Los conceptos de una ideología se expresan por palabras o por sintagmas que, como hemos visto durante todo este estudio, son con frecuencia sumarios y cargados de connotación. Resulta de ello que los juicios son ambiguos, susceptibles de varias interpretaciones. Lo más grave no es la falta de claridad de las fórmulas y de las palabras, sino la ilusión de claridad que dan a sus receptores por el simple hecho de que para ellos resultan familiares. Sucede así que un discurso ideológico es en general intraducible. Aclaro: aun en su propia lengua, pues es muy posible que exista en una lengua extranjera un subcódigo equivalente al de la ideología que se quiere traducir.

¿Qué ocurre con el comunismo, que pretende ser racional y al mismo tiempo científico? Un autor marxista de la RDA, Georg Klaus, ha tratado de establecer una oposición entre la propaganda de los regímenes burgueses y la de los países socialistas, oposición tanto más interesante para nosotros cuanto que el autor la sitúa en el nivel de la lengua misma: Una política y una agitación fundadas científicamente no emplearían más que términos para los cuales es posible una reducción (...) y en los cuales la univocidad semántica es predominante, excluyendo aquellos a los que no puede agregarse ninguna operación (Pécheux, 1975, p. 261).

Así, si no se utilizan más que términos traducibles y sin ambigüedad, la propaganda comunista expresa “el ser” (Wesen) y no “la apariencia” (Schein). Sin duda debe recurrir a “una cierta retórica al servicio de la verdad” a un “ceremonial” (p. 262) , más aptos para movilizar a las masas que una teoría lógica y rigurosa. Queda claro, comenta Michel Pêcheux, que su discurso es “operatorio”, en el sentido de ofrece: La posibilidad constante de una verificación y de un control de "las cosas mismas" (Testmittel) a través de la captación de múltiples acciones de retorno (en el sentido cibernético de retroacción), las cuales, según G. Klaus, caracterizan al conjunto de las prácticas socialistas (p. 263).

Si logro desentrañar este galimatías, saco en conclusión que una propaganda que recurre a procedimientos irracionales, lingüísticos o de otra naturaleza, puede no ser ideológica. Está al servicio de la verdad en la medida en que sus receptores puedan analizar su mensaje y confrontarlo con la realidad, aportando luego su punto de vista. ¿Pero de qué realidad se trata para Klaus? Este "ser", que se opone a la "apariencia” no se conoce, según él, más que sobre la base del materialismo histórico (p. 261). Dicho de otro modo, los receptores de la propaganda socialista pueden siempre tratar de saber más; y lo que "sabrán" será siempre y únicamente materialismo histórico. Por último, la propaganda socialista, por oposición a las otras, es una pedagogía. El autor lo dice expresamente: “Esta lucha reviste en definitiva la forma de lo pedagógico” (ibid, p. 262).

Aquí tocamos, me parece, uno de los aspectos esenciales del comunismo. Es un poder “diferente”; un poder que no es sólo político, militar, jurídico, económico, sino también y en primer término pedagógico. El poder comunista, en efecto, siempre ha tenido como mira esencial y como práctica predominante la educación de las masas, con las dos características de toda educación pública: el monopolio de la transmisión y el carácter supuestamente científico de lo que difunde. Las preguntas que puedan plantear los ciudadanos o los militantes de base, las objeciones que puedan formular, son la prueba de "que no todo está todavía claro en su espíritu", que es preciso explicarles mucho más lo que el partido ha determinado gracias a su ciencia de la historia. Y si los alumnos se niegan a comprender, es preciso sancionarlos, en bien del interés general y del suyo propio. En la URSS como en China, los campos de concentración se Ilaman "campos de reeducación por el trabajo". Cuando China invadió a Vietnam en 1979, fue "para darle una lección".

Estos términos no tienen nada de metafóricos. El poder comunista, al afirmarse como pedagógico, no dice que lo es. Y la propaganda comunista no tiene nada de desleal. Cuando Thorez lanzó en 1936 su llamado a los católicos, empleó ciertos términos bastante vagos y menos claros que conmovedores; pero es perfectamente posible traducirlos al lenguaje del comunismo, y mostrar que “aplastados por las mismas preocupaciones” tenía la significación de explotado y solidario.

La propaganda del comunismo es sólo la forma exterior de una pedagogía que puede ser siempre sustituida. Pero la pedagogía ¿no es acaso en su especie la forma más insidiosa de ideología? Se puede admitir -digo “se puede” porque algunos no lo admiten- que el poder docente es legítimo cuando se trata de educar a los niños. Pero erigirse en educadores de las masas, decidir por ellas el contenido y los métodos de lo que se les enseña, imponerles su educador y su educación, ¿no es tratarlas como niños?

La petición del principio

En cuanto al lazo lógico entre las proposiciones, que constituye el razonamiento propiamente dicho, ocurre con mucha frecuencia que es lógico solamente en apariencia, y que en realidad es sofístico. Recordaré aquí algunos de estos seudo-razonamientos.

La falsa tautología, como "una mujer es una mujer", donde el referente de los dos términos es el mismo, pero su sentido no: la mujer sujeto es una persona del sexo femenino; la mujer predicado es el conjunto de caracteres que "se" atribuyen a la mujer -fragilidad, inconstancia, etc.-, donde "se" es la ideología llamada sexista. La falsa causalidad: post hoc, ergo propter hoc (consecutivo, por lo tanto consecuencia). La alternativa falaz, que opone dos términos como si hubiera intermedio posible. El silogismo incorrecto, del tipo: “Los nazis rechazaban la lucha de clases. Usted rechaza la lucha de clases. Por lo tanto ...” La extrapolación, que va de lo particular a lo universal: por haberse comprobado ciertas violaciones cometidas por los emigrantes, se afirma que los emigrantes están "naturalmente inclinados a la violación"; la ambigüedad de "los" se presta admirablemente a este género de sofisma.

De hecho, todos estos seudorrazonamientos son útiles, pero no indispensables para el discurso ideológico. Existe por el contrario una falta de lógica que le es de alguna manera consustancial, sin la cual el discurso no sería ideológico. Se podría concebir, en efecto, un discurso que fuera coherente y claro y al mismo tiempo perfectamente ideológico, es decir, al servicio de un poder. Es que el discurso ideológico se apoya necesariamente sobre un presupuesto que no cuestiona. Cuando este presupuesto no es sólo el de una frase sino el de un razonamiento completo, yo lo llamo petición de principio.

La petición de principio es lo propio de un razonamiento (explicación, prueba, demostración) que puede ser perfectamente correcto, pero que se apoya sobre premisas que se pretenden evidentes, cuando es esto lo que queda por demostrar. Sea el caso de esta afirmación de Stalin: la libertad para varios partidos no puede existir más que en una sociedad formada por clases antagónicas, cuyos intereses son recíprocamente hostiles e irreconciliables... En la URSS no hay lugar más que para un solo partido (en Deutscher, E. 1953, p. 460).

El razonamiento es elíptico. Si lo restableciéramos en toda su integridad, advertiríamos que reposa sobre dos peticiones de principio:

1. Al ser todo partido el instrumento de los intereses de una clase en una sociedad donde las clases son antagónicas, una sociedad sin clases antagónicas no puede tener varios partidos.

2. La URSS es una sociedad sin clases antagónicas, o al menos sus antagonismos son conciliables.

A lo cual se puede responder:

1. Que una sociedad sin clases antagónicas puede admitir “la libertad para varios partidos”; o bien, en efecto, estos partidos estarán espontáneamente de acuerdo con lo esencial, y su pluralidad no conspirará contra la unidad; o bien no es así, y entonces ésta será la prueba de que la ausencia de antagonismos de clase no impide los conflictos sociales, conflictos que son ocultados, pero no suprimidos, por la falta de libertad.

2. Que la represión violenta en la URSS de Stalin probaba justamente que la Revolución no había suprimido los conflictos; por ejemplo entre obreros y campesinos, entre pueblo y burocracia, entre nacionalidades.

El razonamiento de José Stalin sigue estando vigente en muchos de los países llamados socialistas, donde presta los mismos servicios: sofocar la libertad de expresión y de asociación, suprimir el derecho de huelga, e incluso el derecho en general.

En su Vocabulario de la filosofía, A. Lalande distingue dos casos de petición de principio: 1) Se toma por aceptada, "bajo una forma un poco diferente", la tesis que se trata de demostrar; pero esta sustitución no es posible más que por un juego de prestidigitación verbal. Así se ve en el razonamiento de aquel dictador de un país "socialista" africano: “No puede haber contradicción entre nosotros y el pueblo” (“nosotros” es él mismo). ¿Por qué? Porque “nosotros encarnamos la voluntad del pueblo”. Toda oposición al dictador es por lo tanto oposición al pueblo, y debe ser sancionada como tal. 2) Se apoya en un principio, sin haber demostrado que la relación que éste enuncia es verdadera en todos los casos. También aquí la falla lógica sólo es posible gracias a la imprecisión del lenguaje, que permite la confusión entre “todos” y “algunos”: “Los judíos son comerciantes” (¿todos o algunos?).

Es, pues, el lenguaje, en sus estructuras de superficie, el que hace aceptable la petición de principio. La facilidad con que se repiten lemas o clichés hace que se los tome por verdades. Queda claro que estas fórmulas rituales y encantatorias extraen su fuerza de estereotipos, o pasiones colectivas, que ellas expresan y refuerzan. El hitlerismo se apoyaba en un antisemitismo muy real, al que pretendía darle un contenido científico.

El colonialismo reposaba sobre la convicción casi unánime de la superioridad cultural de Europa, identificada con la “civilización”; un economista, Charles Gide, legitimaba así el acaparamiento de tierras y recursos naturales por el  colonizador: “Expropiación por causa de utilidad mundial”.

La petición de principio es lo que nos permite ver mejor la relación entre el discurso ideológico y el discurso religioso. Un discurso religioso, ya sea historia santa, profecía, homilía, plegaria o exposición dogmática, reposa por definición sobre un acto de fe. También el discurso ideológico, pero éste lo disimula por su forma, de apariencia racional. Sin esta simulación, la petición de principio aparecería como tal es decir como inaceptable.

Es preciso distinguir, sin embargo, entre los diferentes tipos de ideologías. El fascismo proclamaba deliberadamente el carácter místico de su doctrina: Credere, obbedire, combattere, era el eslogan de Mussolini. Y Goebbels escribió en su Combate por Berlín: Porque los compañeros del partido han sido formados en un dogmatismo unitario e inquebrantable (in einer einheitlichen und festen Dogmatik erzogen), son capaces de afrontar todas las trampas del enemigo (E. 1942, p. 48).

Se podría argüir que el fascismo no es una ideología, puesto que le falta uno de los caracteres esenciales de toda ideología, que es su pretensión de racionalidad. Y sin embargo sí: el fascismo exige a las masas que obedezcan y crean, pero en una doctrina que afirma que es racional, de la cual es depositario del poder, y que no hay necesidad de enseñar. El fascismo nos dice: la verdad es incomprensible. Dice: otros la comprenden por usted. Después de todo la ciencia, la técnica, la medicina ¿no hablan con el mismo lenguaje cuando se dirigen a las masas?

El discurso comunista, fundamentalmente pedagógico, siempre ha pretendido ser racional y antirreligioso. La palabra “dogmatismo” con franqueza es peyorativa en él, así como la expresión “culto de la personalidad”, aparecida en 1956 con la desestalinización; pero no es menos cierto que los comunistas hablan de “marxismo ortodoxo”, y los maoístas han retomado por su cuenta el tema evangélico del "hombre nuevo"; falta saber si el poder tiene el derecho, o aun la posibilidad, de “hacer” hombres nuevos.

En nuestras democracias occidentales, el discurso político está decididamente separado del discurso religioso, pues se dice objetivo y funcional. Pero ¿lo es en realidad? Ciertos términos, técnicos en apariencia, expresan de hecho verdaderos dogmas que no se pueden cuestionar sin provocar un escándalo, sin "blasfemar". Blasfemia era la de los que, en 1974, pregonaban el “crecimiento cero”; blasfemia la que comete quien cuestiona “el imperativo categórico de crear empleos”.  Como si la creación de puestos de trabajo (léase: industriales) fuese la única solución del problema del desempleo; como sino se pudiera superar el drama reduciendo las horas trabajo, o creando empleos “culturales”: educativos, artísticos, deportivos, etc., de una utilidad sin duda superior. La pregunta merece, en todo caso, plantearse. Pero ¿se puede plantear sin cometer sacrilegio?

En el razonamiento ideológico, la petición de principio no sólo es frecuente, sino inevitable. Ella constituye la intervención subrepticia del poder en el discurso que lo legitima. En la base de todo razonamiento ideológico, hay pues una petición de principio sin la cual no sería ya ideológico: el carácter sagrado del poder al que sirve.

Los análisis que preceden derivan de nuestra definición de la ideología: un pensamiento al servicio de un poder, que disimula su función bajo una apariencia de racionalidad.

Ahora bien, por el hecho mismo de que debe recurrir a la razón ¿no lleva toda ideología en sí misma su propia contradicción? Al dar a los hombres la posibilidad de razonar, ¿no les da la posibilidad de transgredir los límites de su espacio de racionalidad, de pensar sin fórmulas prefabricadas y sin prejuicios? ¿De pensar, a secas?


 

[1] Es notorio el poder que ejercen sobre el público ciertas palabras culturalmente cargadas. En Reboul (1986: 31) aparece un fragmento de un carta de Mandesltam: “La palabra ‘revolución’ está provista de una fuerza tan grandiosa, que no se entiende por qué nuestros amos tuvieron necesidad de cárceles y de ejecuciones masivas”. Al respecto, comenta el autor: “Como en la magia, las palabras no tienen ningún sentido: tienen poder. Un poder inversamente proporcional a su sentido” (p. 32).

 

[2] Algunos, en esta línea de pensamiento, han llegado a justificar su propia retórica aduciendo una supuesta “retórica de la ciencia”. Parece ser el caso de quien legitima sus propias deficiencias endosándoselas también a los demás. La substancial diferencia entre la retórica común y los lenguajes precisos es que aquí pre-existe un cuerpo de reglas y de referencias de validación, mientras que allá no existe ninguno. En ese sentido, la retórica es solipsista.