Hegenberg, Leónidas (1979): Introducción a la Filosofía de la Ciencia. Barcelona: Herder. Pp. 183-204.

 

1. Preliminares.

Contrastando con el notable progreso que ha llevado a las ciencias naturales a su avanzada fase actual, un conjunto de leyes comparable al que aparecen en tales ciencias -con amplio poder explicativo y predictivo-, sólo muy recientemente ha comenzado a desarrollarse en las ciencias sociales y está, todavía, en plena fase de organización. Hay estudiosos competentes que incluso consideran que es difícil lograr en un futuro próximo una teoría empíricamente fundamentada y que permita explicar, mediante un conjunto de hipótesis coherentemente integradas, la inmensa variedad de fenómenos sociales. Tales estudiosos admiten generalmente, que  en las ciencias humanas ha sido siempre poco frecuente un acuerdo análogo al que predomina entre los que cultivan las ciencias naturales, relativo a los hechos, las explicaciones y los métodos de investigación propios de sus áreas de trabajo. Hay entre los especialistas, profundas divergencias que los separan no sólo en cuestiones metodológicas, sino también -lo cual es más grave- en cuestiones substanciales. Esta falta de unidad facilita la crítica a las investigaciones sociales -especialmente a las que toman como ideal científico al patrón de la física-, y su consideración, en la mejor de las hipótesis, como ciencias primitivas y rudimentarias. No hay que preocuparse por los títulos honoríficos, cosa que parece ser “ciencia” para aquellos que niegan a las investigaciones sociales un carácter científico. Las generalizaciones a propósito de los fenómenos sociales, tales como se presentan comúnmente, son de un alcance restringido, poseen una formulación imprecisa, y su aceptabilidad fáctica depende de un gran número de factores y de excepciones. Reconociendo todo esto, lo que importa verdaderamente es advertir -con independencia intelectual- que tales generalizaciones no parecen diferir mucho de las que tienen su origen en las ciencias naturales. Importa también, una vez comprobada la similitud, echar algo de luz en ciertos puntos metodológicos  básicos y en la estructura de la explicación que adoptan las ciencias sociales.

Ya está esbozado, pues, el camino a seguir: trataremos, en primer lugar, de examinar hasta qué punto son válidas las opiniones de aquellos que suelen resaltar el que las ciencias sociales están dominadas por dificultades específicas (¡e insuperables!); después, intentaremos verificar si de hecho hay razones para suponer que las explicaciones de las ciencias sociales sean diferentes de las que son comunes en otros campos.

2. ¿Por qué carecen de leyes las ciencias sociales?

Son numerosas las razones aducidas como responsables por la ausencia, en las ciencias sociales, tanto de leyes generales capaces de proporcionar explicaciones sistemáticas, como de teorías que permitan predicciones seguras. Esas razones pueden clasificarse en dos grupos, tratados separadamente a continuación. Se tienen, entonces, las razones relativas a la “experimentación precaria” y las razones que tienen en cuenta la “complejidad de factores” del análisis social.

a) La experimentación precaria.

Se llama experimento controlado a aquel en el cual es posible manejar (aunque sea dentro de determinados y estrechos límites) ciertos elementos de la situación (las “variables” o “factores” de la situación) considerados como relevantes en el acontecimiento del fenómeno examinado. Variando algunos factores (en los casos “perfectos”, un factor), el experimentador puede enjuiciar los efectos que tales variaciones ejercen sobre el fenómeno, descubriendo las relaciones de dependencia existentes entre las variables, y entre éstas y el fenómeno en cuestión.

En las investigaciones sociales muy pocas veces el experimento puede ser controlado de acuerdo a estas características, porque el científico no posee, a no ser excepcionalmente, el poder de introducir modificaciones en los asuntos que le interesa investigar. Se plantean entonces dos problemas importantes a los que cabe dedicar atención:

a) ¿ Es indispensable, de hecho, el experimento controlado para la obtención de leyes y de resultados fácticos?

b) ¿En realidad, hay que dejar de lado la posibilidad de llevar a cabo procesos controlados en ciencias sociales?

Es innegable que la posibilidad de realizar experimentos controlados representa un avance sustancial en los estudios científicos. Quizá la química y la genética no hubiesen alcanzado el estudio en el que se encuentran si no fuese por la experimentación sistemática. Sin embargo, conviene no sobrestimar el papel del experimento controlado. La astronomía, p. ej., considerada como ciencia altamente desarrollada, célebre ya en el siglo XVIII por la estabilidad que confería a sus descubrimientos y por la precisión de sus vaticinios no debió su desarrollo prodigioso al manejo experimental de los cuerpos celestes. La geología y la embriología, aunque hasta hace muy poco no permitiesen experimentos controlados, lograron llegar a poseer gran número de leyes bien fundamentadas. Los ejemplos atestiguan que no es la ausencia de experimentación como se podría imaginar, un obstáculo insuperable para el avance de una ciencia. Con todo, hay que reconocer que siempre se hace indispensable una investigación controlada, en el sentido de que (aunque el fenómeno no pueda ser reproducido a voluntad por el investigador, del mismo modo que el astrónomo no “crea” eclipses a su gusto) debe existir una atención deliberada con relación al análisis del fenómeno que se manifiesta de modo más o menos uniforme en diversas ocasiones (de forma semejante a la atención prestada a cada uno de los eclipses que aparezcan eventualmente), centrándose sobre los caracteres comunes y sobre aquellos que, estén presentes o no lo estén, pueden indicar que tienen relevancia dentro del acaecer del fenómeno, a lo largo de las diferentes veces en que se manifiesta.

En cuanto al segundo problema, cabe desde ya destacar que la experimentación es mucho más viable en las ciencias sociales de lo que normalmente se supone. Hay que recordar que ya han creado “satisfacciones de laboratorios” muy parecidas a las que existen en las ciencias físicas. Consisten en construir una situación artificial semejante a las “reales”, que se hayan comprobado en la vida social. A título de ejemplo, téngase presente un estudio de la influencia que ejerce en el ánimo de los electores el conocimiento que se tenga de la religión profesada por un candidato a un puesto ejecutivo. Para este estudio fueron creados algunos clubes electorales, cuyos miembros no se conociesen mutuamente. En unos, se indicó la religión del candidato; en otros, se omitió tal información. EI análisis de los resultados reveló que gran parte de los electores se dejó influir por el informe dado sobre la religión de los futuros dirigentes, votando según las preferencias religiosas. Existen también experimentos más “amplios”, con sistemas sociales en miniatura introducidos en el interior de determinadas comunidades, por ejemplo, sistemas “democráticos” o “dictatoria­les” implantados en grupos de obreros de las diversas secciones de una factoría industrial, cuyo proceso ha sido ampliamente estudiado. En términos todavía más genéricos, es posible examinar fenómenos como las migraciones, las actitudes de los grupos minoritarios en determinadas sociedades, la variación de los índices, etc. Las técnicas de análisis y los problemas que surgen en cada caso son muy diversos, pero incluso así los requisitos de una investigación controlada se satisfacen de modo bastante razonable.

b) La complejidad de los factores.

Es preciso, antes que nada, recordar que “complejidad” es un término vago y que asuntos considerados como complicados, antes de descubrir un modo eficaz de tratarlos, se vuelven “simples” después del hallazgo de una técnica de abordaje adecuada. Aunque haya que admitir que los problemas sociales son complejos, no es verdad que sean, en general, más complejos que los problemas físicos, para los cuáles se ha obtenido ya un número de leyes. Sucede que en las ciencias naturales se ha llegado a una terminología convenientemente precisa, indicando cada término una clase de objetos muy homogéneos en cuanto a una serie de rasgos considerados como notables. A ello se opone, en ciencias sociales, una utilización de los términos basada con frecuencia en el significado que esos términos poseen dentro del lenguaje cotidiano, con todas las perjudiciales connotaciones que cada uno arrastra consigo al ser empleado de esta forma. Decir “rojo”, p. ej., en física, es vincular el término a una longitud de onda; emplearlo en ciencias sociales es implicar, junto con aquello que se afirme en primer término, un matiz ideológico comunista o algo similar. Por tanto, se impone, como tarea preliminar simplificadora de los estudios sociales, la construcción de un vocabulario más preciso que permita identificar la complejidad del asunto para no confundirla con una “complejidad”, nacida del mal empleo de los términos.

No obstante, no ha sido por causa de mala utilización de los vocablos por lo que las ciencias sociales han sido consideradas como complejas. Se han señalado importantes razones para ello, algunas de las cuales, merecen ser destacadas a continuación.

3. La subjetividad en las investigaciones sociales.

La más notable de entre las causas comúnmente señaladas de la imposibilidad de alcanzar, en las ciencias sociales, un estadio “legalista”,  con leyes bien precisadas, es el subjetivismo que padecería toda investigación referente al hombre.

Se dice que el estudio de las ciencias sociales presupone familiaridad con la psicología (puesto que la conducta humana está orientada por factores psicológicos), y familiaridad con los objetivos y valores que impregnan cualquier acción. Ahora bien, disposiciones, motivos, valores y objetivos no se someten a la inspección sensorial, no pueden conocerse por medio de los procedimientos usuales al tratar de cosas manifiestamente observables, exigiendo -como se suele decir- una “experiencia objetiva” para que puedan ser determinados. El investigador en las ciencias sociales está obligado, pues, a interpretar los materiales de su estudio por medio de una identificación ideal de sí mismo con los actores de los procesos que analiza.

Estas opiniones llegan a la exageración de considerar vana la tentativa de hacer un estudio objetivo de ciencias sociales, mereciendo por este motivo un análisis más detenido.

Resulta innegable que la conducta humana frecuentemente está orientada hacia un fin que alcanzar, y también que cuando una conducta se hace “explícita” y es “explicada” por quien la adoptó, en la explicación se mencionan muchos factores “subjetivos” (psicológicos). Pero esto no significa que sea imprescindible postular exclusivamente estados psicológicos para explicar una conducta, cosa que limitaría la investigación de forma inconveniente,  ya que es evidente también que las ciencias sociales no emplean solamente distinciones que se refieran a estados psicológicos. Por ej., para estudiar la adopción de ciertas reglas de conducta es lícito suponer que la sociedad las adopte forzada por factores completamente objetivos, como la manera de cultivar la tierra, almacenar los alimentos, permutarlos, el modo de vestir, cara a los recursos disponibles, etc. El behaviorismo fue implantado en las investigaciones sociales justamente porque se deseaba desterrar de tales investigaciones las conclusiones vagas y nada merecedoras de crédito que la introspección venía trayendo. Junto al análisis “comprensivo” de los estados mentales, se colocó el análisis “objetivo” de los datos visibles -manifiestos, públicos- del comportamiento. Se aprecia fácilmente que esta tiene sus ventajas. De hecho, seguir en la anterior actitud equivaldría a decir que un psiquiatra sería capaz de conocer las enfermedades mentales solamente si las pudiese recrear en sí mismo, es decir, si él también fuese demente. En último término, el médico puede dar razón de los estados mentales de sus pacientes mediante la investigación de las actitudes “públicas” de éstos, sin necesidad de estar aquejado él mismo  por las enfermedades del cliente para poder “comprenderlas”.

Hay que admitir, en cambio, que a las ciencias sociales cabe “comprender” fenómenos sociales en término de ciertas “catego­rías significativas”, de modo que no se pueda eliminar la noción de “estados subjetivos” de los sujetos humanos envueltos en los fenómenos. ¿Querría decir tal cosa que en las explicaciones surgiría una “lógica” diversa de la que se emplea en el estudio de las ciencias naturales? No son pocos los que afirman eso.

Una explicación “significativa” -que tenga en cuenta los motivos humanos, ajenos a los procesos naturales- tendría una estructura más “fina”, capaz de ser analizada como lo hacemos a continuación. Imagínese que dentro de determinadas condiciones sociales S, ocurre un fenómeno F, suponiendo que los individuos en S participen de F. Los individuos están dotados de ciertos estados subjetivos, vinculados a S y a F, y designados por Es  y Ef  respectivamente. Se aduce que existe una relación entre Es  y Ef  relación que estamos en condiciones de comprender.

Y se aduce también que precisamente la comprensión que logramos de las relaciones que subsisten entre Es  y Ef  “ilumina” el fenómeno F y nos capacita para entender que acontezca en las condiciones S. Estamos en situación, entonces, de dar una “buena” explicación, puesto que no se limitará a una simple sucesión de hechos observados y porque implica las manifestaciones subjetivas con las que nos familiarizamos al considerar nuestros propios estados afectivos.

Las explicaciones “significativas” se apoyan en la suposición de que ciertos individuos específicos están en determinado estado psicológico (en un momento dado), y también en la suposición de que los diversos estados se relacionan entre sí y con algunos tipos de comportamiento visible, externo. Ahora bien, es necesario tener alguna evidencia a propósito de tales suposiciones, a menos que se desee transformar las explicaciones en un ejercicio imaginativo. No es fácil, en verdad, corroborar hipótesis referentes a acciones o actitudes de otras personas. Pero lo importante es notar que no será gracias a la introspección -otorgando validez a nuestros propios estados anímicos y a sus manifestaciones posibles- por lo que poseeremos las evidencias favorables para analizar el comportamiento ajeno. En el mejor de los casos, la introspección  podrá sugerir algunas vías de investigación, pero no nos proporcionará el tipo de certeza que justifica la adopción de las conclusiones como  indiscutibles. Las conjeturas no son lo mismo que los hechos. La suposición de que, frente a unas condiciones específicas, nosotros actuaríamos de una manera determinada, no quiere decir que otra persona fuese a actuar de forma. análoga. No es cierto en absoluto que las experiencias personales se pueden transferir a situaciones que nos sean ajenas.

Volviendo a algo que ya hemos mencionado, ¿sería incapaz un historiador de estudiar a Napoleón sin tener mentalidad de guerrero?, ¿sería incapaz un sociólogo reposado de examinar fenómenos relacionados con las orgías? La evidencia fáctica disponible atestigua que los estados mentales de los investigadores no necesitan identificarse con los estados psicológicos en tela de juicio para que el estudio tenga importancia. Si un Modigliani o un Poe reflejan en sus creaciones muchas de las angustias que padecieron, es rara la ocasión en la cual un científico, por poseer una estructura psicológica T, haya estudiado mejor los asuntos emparentados con T. El propio arte nos muestra ejemplos de creadores muy equilibrados que tratan con agudeza temas más o menos apartados de sus experiencias personales. En efecto, el conocimiento que se formula en proposiciones nada tiene que ver con sensaciones, imágenes o sentimientos, y no resulta de ninguna “inefable comunión” con los fenómenos estudiados o con la reproducción del asunto que se examina gracias a una experiencia directa. El conocimiento es una representación simbólica de aspectos del asunto que se investiga; es producto de los procesos que deliberadamente establecen relaciones entre algunos caracteres de la materia en cuestión, de forma que la presencia de ciertos aspectos característicos pueden ser indicativa de la presencia de otros; para tener alguna utilidad, exige también que las afirmaciones sean verificables por las observaciones (sensoriales) de cualquiera que se disponga a hacerlas.

Aquel aparente “refinamiento” que se mencionó antes, propio de las explicaciones significativas, es por tanto engañoso. Imaginemos, para ilustrar el esquema al que se hizo referencia, que el fenómeno F observado sea la fuga de un individuo ante una turba exaltada, caracterizable como condición S. Es cierto que el individuo, en la situación en que se encuentra, esta sometido a ciertos estados subjetivos Ef  (miedo, por ejemplo) y que la multitud presenta, a su vez, una especie de “estado” Es  (deseo de violencia, agresividad, o algo parecido). Ahora bien, no es preciso suponer que nosotros hayamos pasado por una experiencia análoga para saber que el hombre que huye de la muchedumbre encolerizada tiene temor de ser agredido. No es preciso que asociemos, en nuestro espíritu, y por la fuerza de nuestras experiencias, el miedo al hecho de la masa humana exaltada, con lo cual el fenómeno de la huida se vuelva “comprensible”. Tampoco es preciso que estemos familiarizados con nuestros propios estados afectivos y así podamos explicar “mejor” el temor del individuo. Podemos explicar la huida sin necesidad de recrear su angustia en nosotros, de forma similar a como explicamos que la temperatura de un trozo de cobre está en aumento porque sus moléculas se mueven con velocidad creciente. El conocimiento que se tiene en ambos casos depende del comportamiento exterior, de la evidencia obtenida por medio de la observación de datos “objetivos”. En el caso del individuo que huye y en el caso del metal que se calienta, la lógica no difiere. La imputación de “estados interiores” (temor, velocidad de las moléculas) es fruto del análisis de hechos objetivos. Se puede admitir que una “comprensión simpática”, es decir, una comprensión que se manifiesta en virtud de cierta coincidencia de los estados anímicos en juego, tenga influencia en el origen de las explicaciones y de las hipótesis que emplea el científico social. Si, por ejemplo, en el curso de una excavación en Grecia se encuentra una porcelana china, sólo cabrá preguntar al conocedor -que ya apreció la diferencia existente entre las manifestaciones artísticas orientales y las occidentales- de qué manera pudo llegar la pieza encontrada al lugar en el que fue descubierta. No cabe preguntarle al lego en la materia, que no distingue la diversidad de las creaciones artísticas, que no “experimentó” la diferencia entre una porcelana china y un vaso griego. Para un paracaidista que todavía recuerde lo que sintió en su primer salto, será más fácil sugerir una explicación para el “vértigo de las alturas” que un amigo siente al inclinarse hacia fuera de balcón a gran altura, que para la persona que por primera vez se da cuenta de la existencia del fenómeno. Pero si se da la posibilidad de que la “comprensión simpática” oriente la elección de una hipótesis explicativa, la validez de la explicación  no tiene relación con estados afectivos ni con situaciones subjetivas. La validez de la explicación se establece con los mismos criterios que se emplean en las ciencias naturales.

4- La cuestión de los valores.

Resulta común suponer que la actividad del científico está desligada de intereses humanos, de los valores que el hombre aprecia. Esta actitud, se dice, no puede ser adoptada por el investigador social. En primer lugar, porque presta atención a fenómenos a los cuales atribuye una “significación cultural”, de modo que ya en la elección del tema aparece una orientación valorativa. Con todo, esa objeción no tiene el menor interés, porque cualquier persona que se ocupe de una rama del saber cualquiera, estudia sus temas invocando -para estudiarlos- motivos análogos en cualquier sector de la investigación. En pocas palabras, en cualquier ciencia el investigador se deja guiar por sus intereses al seleccionar el tema de su especialización.

La segunda razón habitualmente presentada para decir que los estudios sociales se bañan en las aguas del valor es la de que, al adoptar normas que separan lo bueno y lo malo, el investigador ya poseería una noción implícita respecto a lo que es un “orden social deseable”, con la cual sus análisis estarían fatalmente dominadas por sus opiniones. De hecho, la intromisión de los valores en investigaciones sociales se produce frecuentemente, y es tal vez difícil evitarlo. Pero dificultad no es sinónimo de imposibilidad, y ya se ha procurado identificar los preconceptos originados por cuestiones de valor, con el fin de reducir al mínimo su influencia distorsionante. Sea como fuere, si bien es verdad que todavía no se ha logrado llegar al estadio de indiferencia con respecto a los valores, propio de la ciencia natural, esto no quiere decir que no se pueda en ciencias sociales obtener un conocimiento digno de crédito. La actitud más sensata que cabe adoptar, la actitud que el estudioso de las cuestiones sociales tiene la posibilidad de asumir, está sintetizada de una manera interesante por Passmore. Antes que nada, cabe separar los problemas en tres grandes categorías: técnicos, teóricos y de acción. Los teóricos se abordan por medio de hipótesis, observaciones, verificando lo que sucede en último término. Los problemas de la acción no son tan manejables. En este caso no hay forma de saber si una solución propuesta es correcta o no. Si preguntásemos a un grupo de científicos sobre la conveniencia de la abolición de las clases sociales, algunos opinarían que deben ser abolidas, y otros que no. Y puede ser que los dos grupos estén perfectamente de acuerdo con relación a las consecuencias de la abolición de las clases, sosteniendo -pongamos por caso- que esto llevaría a una disminución de la explotación del hombre por el hombre y a una disminución de la variedad cultural. El acuerdo en cuanto a las consecuencias no impide la discrepancia, como es obvio, pues a un grupo interesado no le importará tanto la disminución de la explotación, más valorada por el otro grupo. Las acciones sin lugar a dudas, se verifican a la luz de los hechos, pero no pueden ser deducidas de éstos. Por eso, los problemas relativos a las acciones no podrán ser discutidos sin en ellos no aparece un elemento teórico. Discutir la “política” que haya que adoptar es hacer aserciones comprobables a propósito de su carácter y de sus secuencias, y eso es lo que puede hacer el estudioso de la sociedad. Los problemas de carácter técnico son ya de un tipo diverso. Habría la posibilidad de caracterizarlos por medio de esta pregunta: “¿Cómo construir algo dentro de tales o cuales especificaciones?” Quizá se los pueda imaginar como problemas teóricos particularizados. Hay que tener cuidado de no confundir las cuestiones técnicas con cuestiones de acción, dada la similitud de sus formulaciones.

A pesar de todo, el hombre esta irreparablemente preocupado por cuestiones de valor, por los problemas de la acción. Una sociología o una psicología que relegase al olvido todas las cuestiones axiológicas sería algo trivial y sin interés. Tiene que aparecer el valor en las ciencias sociales si es que éstas desean, precisamente, dar al hombre un análisis de los problemas que encuentra, ya que entre estos problemas está, fatalmente, la cuestión del valor. Lo que cabe hacer es no permitir que el estudio se transforme en una política para la acción, de forma que el científico se convierta en activista de las derroteros sociales que hay que seguir. Una teoría social, aun cuando considere los valores, debe llegar al estado de neutralidad que adopta la física. La física no nos dice si debemos construir un puente sobre el canal o bien proseguir usando transbordadores -no se ocupa del “debe ser” sino de lo que es-. Del mismo modo, las ciencias sociales no pueden dejar de lado las valores, a no ser que se decida ignorar así un aspecto verdaderamente importante de la vida del hombre. Pero al analizar sus problemas teóricos y técnicos, debe procurar alcanzar la misma neutralidad de la física en lo que concierne al “deber ser”.

5. Las leyes sociales.

Es lícito considerar -por lo menos para tener un punto de partida en el análisis de las leyes sociales- que las hipótesis que se formulen se distribuyen  en tres niveles. En un primer nivel se sitúan los hechos generales que pueden ser autentificados. Por ej., “Los cosacos del Don son excelentes jinetes”, “Los tibetanos están habituados a vivir a grandes alturas” etc. Rara vez estos enunciados son tenidos por leyes, porque incluso realizando una lista de ellos, esa lista sería poco adecuada para caracterizar la ciencia. No obstante esto, sin embargo, los enunciados de este tipo pueden ser importantísimos. En ciencias sociales con cierta frecuencia se aceptan hechos generales sin la debida autenticación, con resultados desastrosos. Así, se dice comúnmente: “Los árabes son perezosos”, “Los chinos son trabajadores”, “Los escoceses son tacaños”, “Los asesinos están enfermos”, “Los ebrios beben para olvidar sus penas”, y afirmaciones análogas, que pocas veces se corroboran con seguridad (comparable a la que tiene, p. ej., el enunciado “El cobre es un conductor térmico”).

El segundo tipo de ley es el de las secuencias empíricas o estadísticas. Sirvan de ejemplos: “El exceso de azúcar perjudica a la dentadura”, “Las personas de edad ven a distancia con mayor dificultad que los jóvenes”, “Quien no estudia cuando es joven se convierte en un analfabeto”, pudiéndose probablemente añadir ahí una gran parte de los refranes populares. Estos enunciados reflejan la comprobación, en un gran número de casos, de que las causas mencionadas producen los efectos indicados.

Tales leyes tampoco son satisfactorias. En general, se establecen buscando un vínculo más genérico que una sus elementos -un proceso químico en el ejemplo del azúcar y la caries, una observación de orden estadístico que muestre que un porcentaje mínimo de los que no estudian en su juventud logrará hacerlo en la edad adulta, en el tercer ejemplo, y así sucesivamente-. En ciencias sociales, otra vez ciertos prejuicios nos llevan a hallar correlaciones que confirman puntos de vista ya establecidos, olvidando las que eventualmente puedan refutar el punto de vista adoptado. Según el feliz ejemplo de Cohen, si los alumnos de una universidad obtienen galardones, la universidad los cita en sus listas de honor; si van a la cárcel, la universidad se declara exenta de responsabilidades. Pero es innegable, con todo, que el esfuerzo coronado por el  éxito de muchos especialistas ha permitido la obtención de un apreciable número de leyes sociales de este segundo tipo. El tercer tipo de ley (las leyes propiamente dichas: empíricas y teóricas) busca establecer una relación abstracta y universal, en los moldes a los que se hizo alusión anteriormente. Que existan en las ciencias sociales, lo atestiguan tanto los investigadores que trabajan por obtenerlas, como el relativo éxito de la empresa en muchos casos. Las teorías correspondientes al tercer tipo de leyes que acabamos de citar, aunque resultan raras en el terreno social, pocas veces se establecen con seguridad y aceptabilidad. Sin embargo, se van dando pasos en esa dirección, y es indiscutible que el segundo tipo de ley es extremadamente común en el campo de las ciencias humanas. A los que niegan la posibilidad de llegar a leyes y teorías en el área de lo social  y lo físico -tema que abordaremos a continuación.

Un astrónomo no puede determinar, utilizando las leyes de Newton, la posición de un astro el día de Navidad de 1984. Además de las leyes, necesita datos con respeto a la posición, velocidad y masa  de algunos cuerpos celestes -las denominadas “condiciones iniciales”. Sucede aproximadamente lo mismo en el terreno social. Aunque existiese, pongamos por caso, una ley que rigiese la guerra entre los pueblos, sería impracticable preverla, dada la ausencia de ciertos elementos “iniciales”(el número de soldados de cada país, el estado de su ejército, su potencial bélico, etc.). La falta de tales datos iniciales dificultan la obtención de leyes, cosa que es particularmente visible en el caso de la historia. En resumidas cuentas, la ley determina un tipo de vinculación entre acontecimientos o condiciones. Si ignorásemos por completo las condiciones iniciales, es difícil llegar a un estadio deductivo, con teorías amplias que engloben un número considerable de leyes. Esta no significa que haya que sucumbir ante la dificultad, desistiendo de obtener leyes sociales. Sería lo mismo que obligar a un especialista en geofísica (que estudie las erupciones volcánicas, los terremotos, las inundaciones y la previsión del tiempo), ya que no puede prever los sucesos que estudia, a abandonar sus investigaciones, sus intentos de explicación de los fenómenos en cuestión.

Como tarea preliminar, se hace preciso también en las ciencias sociales obtener datos, fijarlos de modo sistemático, a la luz de las hipótesis sugeridas para generalizaciones estadísticas provenientes de la propia investigación que se realice en los asuntos pertinentes, o incluso a la luz de hipótesis “aventuradas” que permitan explicar los hechos observados y para las cuales se lograrán evidencias, más tarde. Sin la preocupación de indicar normas para la acción, evitando que el análisis degenere en un intento de justificación de posiciones previamente asumidas, es conveniente fijar con más nitidez los problemas teóricos y técnicos que plantea la vida social, estudiarlas con minuciosidad y tratar de solucionarlos por medio de hipótesis generales.

La leyes psicológicas (que traten del comportamiento individual) se contrastarán con las leyes histórico-sociales (que se ocupan de los grupos de individuos, naciones, clases sociales, culturas, etc.). Aquéllas cabe compararlas a las leyes microscópicas (similares a las que estudian el comportamiento de las moléculas de un gas), y éstas, a las leyes macroscópicas (leyes de los gases, p. ej.). Se han formulado ya innumerables leyes microscópicas en las ciencias sociales; están apareciendo ahora las macroscópicas. Tienen el carácter de generalizaciones estadísticas, cabiendo considerar, por ej., como leyes razonablemente asentadas ya, y posibles de una verificación empírica, los enunciados como:

l. La organización tribal precede al comienzo del Estado (lo confirman: la antigua Grecia, la antigua China, los estados germánicos de la edad media).

2. El arte individual está precedido por el arte popular anónimo (arte individual en la Grecia del siglo VI y del siglo V a.C., el Renacimiento).

3. La admiración “imparcial” hacia los grandes personajes con ideas fuera de lo corriente está precedida  por la admiración y culto “parcial” de personas cuyas ideas estén más “próximas” al “sentimiento” de un pueblo en una época dada.

Estos ejemplos ilustran la forma a la que tenderían las leyes históricas y sociales, y el tipo de evidencias favorables que las podría justificar. Como la experimentación es aquí problemática, la manera de llegar a tales leyes es el estudio comparativo de países y culturas. La predicción es la prueba de la validez de la leyes. En los casos en cuestión, la predicción tiene un carácter especial; consiste en averiguar si una regularidad histórica (obtenida al comparar diversas culturas) se confirma en otras (preferiblemente “independientes”, en el sentido de que no hayan sufrido la influencia de las culturas anteriormente examinadas). Pueden buscarse generalizaciones, teniendo éstas, en general, y como ya se subrayó, un carácter estadístico. Lo que importa destacar es que las generalizaciones (las teorías, en último término) son indispensables.