OBJETIVIDAD E INTERSUBJETIVIDAD VS INOBJETIVIDAD

 

En Padrón, J. (1992): Aspectos Diferenciales de la Investigación Educativa. Caracas: USR.

 

           

Resulta inevitable, a la hora de definir las orientaciones generales de un estudio como éste, abordar la difícil cuestión de las relaciones entre el sujeto y el objeto de conocimiento. Sin entrar en la exposi­ción de las distintas posturas existentes al respecto, lo más conve­niente para definir los criterios de este trabajo es ubicar el asunto de la subjetividad/objetividad al lado de otros asuntos que reducen la definición de posiciones a sus aspectos más relevantes.

            En primer lugar, si se asocia este tema con el de «interioridad» y «exterioridad» (lo mismo que hace Abbagnano, 1986:867,516), saltan a la vista ciertas tendencias tales como la introspección, el espiritualis­mo, el psicologismo y, en general, todas aquéllas que privilegian la o­rientación del conocimiento hacia el sujeto en cuanto conciencia indi­vidual o en cuanto espacio de «interioridad», al lado de otras tenden­cias (a las que se apega el enfoque de este estudio) que ponen por de­lante la relación «exterior» SUJETO-OBJETO. Al respecto resultan suma­mente descriptivas las palabras de los siguientes autores, en el prime­ro de los cuales se evidencia el expansivo eco que tienen actualmente, en las ciencias sociales, las más variadas propuestas interioristas y antianalíticas; los otros dos, en cambio, son importantes clásicos den­tro de la lógica y la metodología de la ciencia:

«La Ciencia (...) ha de creer que ella versa sobre cosas (átomos o insectos octópodos, por ejemplo)  que a su vez no versan sobre nada (no son sujetos[subrayado nuestro]), de modo que, cuando formas toscas y primitivas de la física toman como objeto poblaciones de una región del globo (...), no podrán hacer con éxito nada de eso (es decir, con estilo que pueda elevar el estudio a la dignidad científica) si no es en la medida en que consiguen hacer de esos temas verdaderos objetos mudos, y  sólo así medibles y contables; cualquier asomo de subjetividad en sus objetos acarrearía de inmediato que el propio lenguaje de ese estudio quedase ta­chado de subjetivo y no científico (subrayado nuestro). Y, sin embargo, la concepción despreveni­da de la Ciencia (vista a su vez desde fuera, como objeto), muestra (subrayado nuestro) que, donde­quiera que aparece un átomo, allí estoy YO (en cuanto que yo precisamente, objetivado, soy también un átomo), y los problemas que al estatuto o dinámica del átomo se les presenta, (sic), son los mis­mos que se le presentan a la dinámica y estatuto de quien está razonando sobre el átomo»

(García-Calvo, 1988:96).

 

«No se confunda la verdad de una proposición con su ser pensada. (...) Una proposición no deja de ser verdadera en cuanto yo no la pienso más, así como el sol no deja de existir cuando yo cierro los o­jos»

(Frege, 1982:24)                                         

 

«Una de las razones fundamentales  que explican el erróneo  enfoque subjetivo del conocimiento es la sensación de que un libro no es nada sin un lector: sólo si es  entendido es realmente un libro;  de lo  contrario no es más que un papel con manchas negras. Este punto de vista es erróneo en muchos aspectos. Un nido de avispas sigue siendo un nido de avispas aún después de abandonado, aunque no se utilice ya nunca  más como un nido.  Un nido de pájaros  sigue siéndolo aunque nunca haya sido habitado. De un modo semejante, un libro sigue siendo tal (cierto tipo de producto) aunque no se lea nunca (como puede ocurrir perfectamente hoy en día)».

(Popper, 1982:114)

 

Antes de pasar a una segunda asociación, nótese que esta diferencia «interioridad/exterioridad» tiene que ver con lo que se concibe como espacio-objeto específico de investigación y no con las condiciones o naturaleza del objeto investigado. O sea, la diferencia está en que, mientras la primera de esas dos tendencias privilegia la conciencia del sujeto investigador por encima del espacio-objeto, la segunda invierte ese orden; pero no quiere decir que ésta última se niegue a investigar hechos sociales o psicológicos o de conciencia ni que haga caso omiso, necesariamente, de los factores psicológicos, sociales o históricos que subyacen al objeto estudiado. El enfoque que se asume en este estudio, por el contrario, es que también los hechos humanos pueden ser conocidos cientificamente, buscando obtener de ellos una representación que se adecue más a esos hechos que a lo que ocurre en la propia conciencia individual del sujeto cognoscente. No es que se nieguen los datos provenientes de su experiencia personal ni de la experiencia de los demás, sino que tales datos, lo mismo que cualquier otro dato, quedarán expresados sólo dentro de los límites de una RELACIÓN EXTERNA al espacio de conciencia individual, a través de ciertos recursos metodológicos sis­temáticos.                      

            En consecuencia, de acuerdo a esta primera asociación, el concepto de objetividad que se elige aquí no se opone al concepto de subjetividad (ni tiene que ver con él). Propiamente, a lo que se opone es a un cierto concepto que se podría designar como ‘INOBJETIVIDAD’. En efecto, si la objetividad se asocia a la externalización (en el sentido de orientarse hacia el OBJETO en una relación externa al sujeto) y si, por su parte, la internalización desvía o desplaza la trayectoria del conocimiento desde el objeto específico hasta la conciencia del sujeto (lo cual significa que desaparece el OBJETO y desaparece, por tanto, todo conocimiento), entonces es evidente que el concepto de objetividad no se opone al de subjetividad sino al de INOBJETIVIDAD (ya que el conocimiento SUBJETIVO es conocimiento subjetivo de un objeto).

            En segundo lugar, conviene asociar el problema de las relaciones sujeto-objeto de conocimiento con el binomio «Especulativo» versus «Comprobable». Esta diferencia se refiere a dos tipos extremos de lenguaje, a dos definidas formas polares de expresar un objeto o realidad. Como ya se sabe, las palabras (y, en general, los signos de un lenguaje) tienen la propiedad de relacionarse con objetos o realidades. Desde el punto de vista de quien oye o lee o decodifica un lenguaje, esa rela­ción entre palabras y cosas puede variar en distancia o proximidad. Pa­ra un analfabeta, por ejemplo, habrá una total distancia entre los sig­nos gráficos y sus realidades asociadas, mientras que para un erudito esa distancia será mínima, en condiciones normales. Pero, aún dentro de estas mismas condiciones normales, siempre podrá haber diferencias de proximidad entre palabras y cosas con respecto a unos mismos oyentes, lectores o decodificadores. Cuando se dice, por ejemplo, «está llovien­do», la distancia entre la frase y su realidad asociada suele ser míni­ma. Pero esa distancia suele ser mucho mayor cuando se dice «el cielo llora». De este modo, la forma de expresar una realidad conduce a que ésta sea captada por los demás en diferente medida de rapidez, preci­sión y comodidad, siempre en virtud del grado de proximidad o distancia que quede establecido entre lenguaje y realidad y siempre dentro de la relación de quienes codifican el lenguaje y de quienes lo decodifican. El lenguaje especulativo, precisamente, suele caracterizarse por elevar al máximo esa medida de distancia, ya que, en un primer tipo de casos, está mucho más orientado a realidades que sólo existen, en su más sig­nificativa configuración, en la conciencia del sujeto que se expresa, antes que a las realidades que están a la vista de los demás; en un se­gundo tipo de casos, ocurre que la realidad expresada constituye una o­riginal explicación de aquella versión ordinaria de la realidad que es­tá a la vista de los demás, pero la forma de expresar tal explicación no contiene mecanismos para establecer las necesarias conexiones entre una y otra versión. En ambos tipos de casos, lo que sucede es que entre los interlocutores no hay un acuerdo esencial en torno a las conexiones de proximidad o distancia entre lenguaje y realidad. En la práctica, se trata del mismo ejemplo del analfabeta y el erudito, antes citado:

 

«En los razonamientos especulativos no se elaboran ni se utilizan  métodos teóricos y lógico-matemá-icos que permitan dar explicaciones y pronósticoscientíficos inequívocos y empiricamente comprobables. Por ello, los resultados de los razonamientos especulativos no se pueden considerar conocimientos en sentido estricto.  En los sistemas de razonamiento especulativo no es posible establecer diferencias entre explicación real y buen deseo, entre predicción y profecía, entre predicción y fe. Las explicaciones y predicciones se aceptan o refu­tan sólo subjetivamente.»

(AA.VV, 1978:215).

 

Nótese, antes de terminar esta breve descripción, que lo especulati­vo no va inmediatamente conectado a una forma de lenguaje ni se reduce sólo a ella. Más bien se trata de una actitud de conocimiento o de una posición ante la realidad, lo cual se liga a un cierto tipo de pensa­miento y, finalmente, a una clase de lenguajes. Más en el fondo, lo que aquí se asume es una correspondencia entre los conceptos de interiorización, inobjetividad y especulación. A título de definiciones previas, se concibe aquí, en suma, como la suplantación del conocimiento del ob­jeto por la estructuración de contenidos de conciencia, lo cual podría equivaler a la elaboración de ficciones, pero no en función estética o recreativa, sino, probablemente (ver Reboul, 1986), en función ideológica o de dominación social (imposición de realidades convenientes y proscripción del conocimiento cuando éste pone en riesgo tales conve­niencias). Una muestra típica de lenguaje especulativo puede verse en el siguiente pasaje de una autora cuando intenta ‘definir’ los concep­tos de finitud, infinitud y transfinitud, términos usuales en Matemáti­ca, en una obra que declara ser una «Terminología científico-social» (en Reyes, 1988):

 

«El pensar de la transfinitud es un pensar de re­conciliación que abandonando el sueño -pesadilla- de las totalidades (...) asume la belleza de una tragicidad sagrada: ese luminoso temor de los seres emergiendo un segundo -un eterno- antes de desapa­recer. Esa alteridad del diferir sin fin en que se estremece lo mismo sin ser nunca aún. Esa gracia gratuita de lo que brota y se oculta en quiebras de plenitud, en destellos de persistencia y variación rumorosa... muriendo en resurrecciones multidimen­sionales, sin necesidad de cambiar de mundo. Esa complejidad caleidoscópica de las implicaciones mágicas, de las razones danzando transparencias dia­mantinas... esas geometrías, esas arquitecturas mu­sicales... ligereza grávida... risa... Somos en el vértice abismático de un despliegue de belleza: el de los concretos inagotables del ser, del tiempo» (p. 422)

 

            En el otro extremo está el modo «comprobable» (que es también parte de la concepción llamada «analítica»). Ante lo especulativo, caracteri­zado por interponer máximas distancias entre lenguaje y realidad, el lenguaje comprobable se caracteriza por querer garantizar la mayor pro­ximidad posible entre lenguaje y realidad asociada. Los términos «ato­mismo lógico», «empirismo lógico», «lenguaje fisicalista», etc. (véanse referencias sistemáticas de fuentes originales y exposiciones didácti­cas en Echeverría, 1989), además de nombres clásicos como Wittgesntein, Russell y Carnap, entre otros, marcaron historia en lo que, de allí en adelante, se conoció como «concepción analítica de la ciencia». La base de todo estuvo en fijar las condiciones más estrictas posibles para re­ferirse a la realidad, sobre la base de ciertos ideales epistemológicos como el de conocimiento positivo (requisitos y niveles de aproximación del lenguaje a la realidad; reglas de correspondencia entre la reali­dad, el lenguaje observacional y el teórico...), el de la unificación de la ciencia (el lenguaje lógico y el matemático como único sistema de signos -universalmente compartido- para referirse a la realidad...), etc. Lo más importante de todo esto es quizás, a título ilustrativo, el hecho de que, para la concepción analítica, toda expresión de la reali­dad debe ser traducible, al menos sustancialmente, a fórmulas lógico-matemáticas y ubicable dentro de un nivel jerárquico de generalidad o cobertura con respecto a la clase de hechos concretos y particulares que está expresando.

            Como punto intermedio entre ambos extremos podrían considerarse mu­chas situaciones del lenguaje cotidiano. Frases sumamente frecuentes como «¿entiendes?», «¿me explico?», «¿quedó claro?», «¿te convencis­te?», etc., evidencian mecanismos de aproximación entre el lenguaje y las cosas, dentro de lo que podría ser el conocimiento ordinario, muy particularizado. Los casos de sistemas instructivos para manejo de e­quipos, uso de instalaciones o servicios y para desempeños individua­les, por nombrar sólo algunos casos, están también en este punto inter­medio. Por encima de dicho punto y antes de tocar el extremo del ato­mismo lógico, es posible concebir trabajos sistemáticos -empíricos y teóricos- que constituyan obtenciones de conocimiento en mayor o menor medida. Las semiformalizaciones antes mencionadas, por ejemplo, perte­necen a este espacio, igual que aquellos trabajos que, encaminados a dilucidar inte­rrogantes y sometidos a un sistema de ordenamiento, se a­poyen sólo en conceptos univocamente utilizados y en otros estrictamen­te definidos con anterioridad. En este espacio de expresión pretende situarse el presente estudio. Y, una vez más, a través de esta segunda asociación, el asunto de las relaciones sujeto-objeto queda reducido a un binomio en el cual, de un lado, los conceptos de interiorización y especulación se engloban dentro del concepto de INOBJETIVIDAD, mien­tras, de otro la­do, los conceptos de externalización y analiticidad (o 'semianaliticidad’, como podría llamarse para los efectos de mayor fle­xibilidad antes expresados) se engloban bajo el concepto de OBJETIVIDAD (que, como ya se dijo, es distinta a aquélla otra que se opone a SUBJETIVIDAD, en su sentido clásico).

            En tercer y último lugar, resulta productivo examinar el problema de las relaciones sujeto-objeto a la luz del par conceptual «individualización/socialización», tomado más del campo de la filosofía moral y po­lítica que de la propia epistemología, pero con importantes aplica­cio­nes en ésta, como se verá ahora. De entrada, esta asociación mostra­rá cómo los términos «subjetivo-objetivo» pueden no tener nada que ver di­rectamente con la fidelidad a una referencia ontológica separada o con el criterio de una realidad externa independiente, sino, más bien, con la medida de PLURALISMO (más allá de los límites de la conciencia de UN individuo y hacia las dimensiones de un conglomerado sociocultu­ral) con el cual se plantee la relación de conocimiento frente a la realidad. Un buen punto de partida se halla en Kant, 1959: «Los juicios son subjetivos, cuando las representa­ciones se refieren sólo a una conciencia en un su­jeto y se identifican en él, o son objetivos cuando están ligados en una conciencia en forma genérica, esto es, necesariamente».

            Para este autor, «objetivo» es lo que resulta VALIDO PARA TODOS, mientras que «subjetivo» es lo que sólo vale dentro de la conciencia estrictamente individual. Dentro de la postura racionalista, la aclara­toria fue expresamente manifestada por Poincaré, 1948:91: 

   

 «Una realidad completamente independiente del espíritu que la concibe, la ve o la siente, es una imposibilidad. Un  mundo  externo en este sentido, aunque existiera, nos sería inaccesible. Pero lo que denominamos realidad objetiva es, en último a­nálisis, lo que es común a pluralidad de seres pen­santes y podría ser común a todos».

 

            Max Weber, 1973:29, había ya de­clarado que «la verdad científica es la que es válida para todos los que buscan la verdad». El mismo Popper, 1985, ya desde el año 1934 había utilizado profusamente el término «in­tersubjetividad» para con­textualizar el OBJETO dentro de una rela­ción de conocimiento que tiene su otro término en un SUJETO SOCIAL:

 

«El empleo que  hago de los términos  'objetivo’  y 'subjetivo’  no es muy distinto del kantiano.  Kant utiliza la palabra `objetivo’ para indicar que el conocimiento científico ha de ser justificable, in­dependientemente de los caprichos de nadie: una justificación es `objetiva’ si en principio puede ser contrastada y comprendida por cualquier persona (subrayado nuestro). (...) Ahora bien, yo sostengo que las teorías científicas no son nunca enteramen­te justificables o verificables, pero que son, no obstante, contrastables. Diré, por tanto, que la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubje­tivamente».

(Popper, 1985:43)                 

 

            Desde este punto de vista (al menos por referencia al racionalismo),puede apreciarse un total malentendido en las interpretaciones que, dentro de la esfera de las ciencias sociales, en particular la Educa­ción, se han hecho acerca del concepto de objetividad. Por ejemplo, en las típicas explicaciones de la diferencia entre investigaciones «cua­litativas/cuantitativas» (Alvira, 1983) -diferencia que resulta absolu­tamente espúrea e insostenible (véanse argumentos en Ibáñez, 1988:218-233)- se alude a menudo a la objetividad entendida como criterio vincu­lado a una realidad ontologicamente independiente. Véanse, sólo como muestras informales, las siguientes exposiciones:

«Existen dos epistemologías diferentes en las Ciencias Sociales.

1. De acuerdo con la tradición realista, por lo ge­neral orientada cuantitativamente, el mundo «de fuera» puede ser descrito tal como «realmente es».

2. Según el otro punto de vista, aquello que apren­demos acerca del mundo está filtrado a través de nuestros sentidos»

(Husén, 1988:51)                     

 

«No es fácil clasificar las distintas formas empíricas de investigar, y casi siempre las categorías resultantes no son excluyentes. (...) De Miguel o­frece después en este mismo libro otra categoriza­ción según distintos criterios:                  

1. El primer criterio diferenciador puede ser el de la lógica de justificación que se emplea, si es el acuerdo entre investigadores o el dato ‘exter­no’(...)  

2. El segundo gran criterio diferenciador es ‘obje­tividad’ en contraposición al no distanciamiento del investigador del objeto investigado (valores, ideología, investigación participante, etc).

3. El tercer gran criterio diferenciador es el de la naturaleza de los datos, cuantitativo-numéricos  o cualitativos.»                                           

(Dendaluce, 1988:24)                                      

 

            Respecto a ese tipo de clasificaciones, basadas en una acepción tan estrecha del término «objetividad», conviene anotar, de paso, que, fue­ra de las versiones de lo que se llamó «realismo ingenuo», han sido tan escasas y tan débiles las posiciones que han abogado por el carác­ter ontologicamente independiente de la realidad en cuanto objeto de cono­cimiento, que dificilmente se justifica hoy en día una clasifica­ción de las investigaciones educativas en atención a ese criterio.

            Así, pues, relacionando este problema epistemológico con los concep­tos de individualización y socialización, la relación de conocimiento sigue estando planteada entre un sujeto y un objeto, sin añadir otros elementos ya que, dando razón a Keller, 1988:47, «la comprobación siem­pre la hacen unos sujetos y nunca un intersujeto». Sólo que, de a­cuerdo a este concepto de objetividad, el sujeto de esa relación no es, en mo­do alguno, una conciencia individual, sino un sujeto socializado («Nuestro Conocimiento», como lo llama Popper, 1985:93, dentro de la concepción analítica, o el «nosotros» frente al «yo», como lo explica Goldmann 1972:14, dentro de la concepción socio-historicista). Ahora bien, la base de esa intersubjetividad, esto es, aquello que intersecta a los individuos y que los constituye en sujeto plural de conocimiento es, necesariamente, el acuerdo o el «consenso» de Habermas, 1988. Pero tal acuerdo comienza con un método y con un lenguaje reconocidos y va­lidados dentro del espacio de socialización. Las formas de operar sobre el conocimiento (los métodos) deben ser validadas por el sujeto plural y las formas de expresar esa relación de conocimiento (el lenguaje) de­ben ser inequivocamente reconocidas por él. Los métodos y lenguajes que carezcan de una referencia situada fuera de la conciencia individual serán, también en este sentido, INOBJETIVOS. Así, una vez más, el con­cepto de objetividad no se opone al de subjetividad (ya que hay una IN­TERSUBJETIVIDAD necesaria), sino al de inobjetividad, es decir, nueva­mente, a la propiedad de carecer de referencias fuera del espacio de la conciencia individual.

            Pero, al mismo tiempo, el hecho de que métodos y lenguajes sean la base del acuerdo intersubjetivo no significa que cada uno de los cono­cimientos particulares producidos dentro de tal acuerdo o espacio in­tersubjetivo sean en sí mismos, necesariamente, exitosos e igualmente valiosos. Lo único que esos métodos y lenguajes compartidos garantizan es la posibilidad de someter a discusión cada caso y de decidir su éxi­to relativo o valor provisional (relativo y provisional, en el sentido no sólo de que los acuerdos cambian, sino también de que las discusio­nes pueden repetirse en oportunidades siguientes y de que pueden surgir casos más plausibles). Y éste es, precisamente, el sentido de la pala­bra «Crítica» y «Contrastabilidad» en el seno de la epistemología ra­cionalista a la que se acoge este trabajo: la OBJETIVIDAD, opuesta a la INOBJETIVIDAD y conectada con la INTERSUBJETIVIDAD, viene a ser, a la postre, SUSCEPTIBILIDAD DE CRITICA y CONTRASTABILIDAD, gracias a refe­rencias situadas fuera de la conciencia individual en términos de méto­dos y lenguajes (Ziman, 1981, por cierto, utiliza los conceptos de «co­sensibilidad» y «consensualidad» para referirse, respectivamente, a la susceptibilidad de crítica y a las bases de consenso del conocimien­to científico; siguiendo estos conceptos, y dentro de esta tercera asocia­ción, puede decirse que la objetividad queda aquí aplicada al pensa­miento que se hace «cosensible» y «consensual» a través de los métodos y lenguajes).

            Con estas tres asociaciones que se acaban de hacer con respecto al problema de las relaciones sujeto-objeto, el término objetividad queda suficientemente aclarado a la luz de otras diferencias. Se ha intentado de ese modo, entre otras cosas, limpiar esa discusión de ciertas mixti­ficaciones que en nada contribuyen a establecer un acuerdo amplio, tal como aquéllas referidas al asunto hegeliano de si la realidad existe en sí misma o si es construida por la mente humana, etc.