RACIONALISMO

Ferrater-Mora (1994): Diccionario de Filosofía. Vol. 4. Barcelona: Ariel (pp.2982-2985)

 

 

El vocablo ‘racionalismo’ puede entenderse de tres modos:

1) Como designación de la teoría según la cual la razón, equiparada con el pensar o la facultad pensante, es superior a la emoción y a la voluntad; tenemos entonces un «raciona­lismo psicológico». 2) Como nombre de la doctrina para la cual el único órgano adecuado o completo de conocimiento es la razón, de modo que todo conocimiento (verdadero) tiene origen racional; se habla en tal caso de «racionalismo epistemológico» o «racionalismo gnoseológico». 3) Como expresión de la teoría que afirma que la realidad es, en último término, de carácter racional, nos las habemos así con el «racionalismo metafísico».  El racionalismo psicológico suele oponerse al emocionalismo y al voluntarismo y a veces se identifica con el intelectualismo. El racionalismo gnoseológico se opone o contrapone al empirismo o, en ocasiones, al intuicionismo. El racionalismo metafísico se opone en ocasiones al realismo (entendido como «realismo empírico») y a veces -con más frecuencia- al irracionalismo. Las tres significaciones mencionadas de ‘racionalismo’ se han combinado con frecuencia; algunos autores han admitido el racionalismo psicológico y gnoseológico por haber previamente sostenido un racionalismo metafísico; otros han partido del racionalismo gnoseológico y han concluido de él el racionalismo metafísico y el psicológico; otros han tomado el racionalismo psicológico como punto de partida para derivar de él el racionalismo gnoseológico y el metafísico. Sin embargo, es posible admitir uno de los citados tipos de racionalismo sin por ello adherirse a cualquiera de los restantes. Además, es posible sostener una forma de racionalismo sin oponerse a algunas de las tendencias que grosso modo hemos considerado hostiles a la tendencia (o tendencias) racionalista. Ejemplo de esta última posibilidad la tenemos en el empirismo moderno. En una gran medida, en efecto, los empiristas modernos -especialmente los grandes empiristas ingleses: Locke, Hume y otros-, aunque suelen combatir el llamado «racionalismo continental» -de Descartes, Leibniz, etc.-, no por esto dejan de ser racionalistas, cuando menos desde el punto de vista del método usado en sus respectivas filosofías. Por tal motivo se ha preferido definir el racionalismo no como el mero y simple uso de la razón, sino como el abuso de ella. En particular, y en especial durante la época moderna, se ha tendido a considerar el racionalismo como una tendencia común a todas las grandes corrientes filosóficas; lo que ha sucedido es que algunas de éstas han acogido ciertos rasgos del racionalismo metafísico, en tanto que otras se han limitado al racionalismo gnoseológico.

Muy influyente ha sido el racionalismo -especialmente el metafísico- en la filosofía clásica griega. En algunos casos (como en Parménides) ha alcanzado caracteres extremos, pues la afirmación de la supuesta racionalidad completa de lo real ha exigido la negación de cuanto no sea completamente transparente al pensamiento racional (y aun al pensamiento racional basado en el principio ontológico de identidad). El movimiento ha sido denunciado por ello como no existente; para Parménides, en efecto, sólo es predicable («decible», «enunciable») el ser inmóvil, indivisible y único, que satisface todas las condiciones de la plena racionalidad.  En otros casos (como en Platón) se ha «atenuado» esta exigencia de completa racionalidad (metafísica y gnoseológica), dándose cabida en el sistema del conocimiento a los «fenómenos» y considerándose las «opiniones» como legítimos saberes. Pero puesto que, aunque legítimas, las «opiniones» son insuficientes desde el punto de vista de un saber completo, el racionalismo parmenidiano ha vuelto a surgir como un postulado difícil de evitar. Si la realidad verdadera es lo inteligible, y lo inteligible es racional, la verdad, el ser y la racionalidad serán lo mismo, o cuando menos serán tres aspectos de una misma manera de ser. Contra estas tendencias racionalistas, extremas o atenuadas, se erigieron en la Antigüedad numerosas doctrinas de carácter empirista. En algunas de éstas (como en Aristóteles y muchos peripatéticos), el componente racionalista es todavía muy fuerte, tendiéndose a un equilibrio entre racionalismo y empirismo; en otras (como en los empiristas stricto sensu y en los escépticos, epicúreos de la escuela de Filodemo de Gadara, etc.) el racionalismo desaparece casi por completo. Hay que observar que en numerosas tendencias racionalistas antiguas, el racionalismo no se opone al intuicionismo (en la teoría del conocimiento), por cuanto se supone que la razón perfecta es equivalente a la perfecta y completa intuición. En varias corrientes, el racionalismo se integra con tendencias místicas, las cuales son consideradas como la culminación del proceso del conocimiento racional.

Las corrientes citadas subsistieron durante la Edad Media, aun cuando resultaron notablemente modificadas por la distinta posición de los problemas. La contraposición entre la razón y la fe y los frecuentes intentos para encontrar un equilibrio entre ambas alteraron substancialmente las características del racionalismo medieval. Ser racionalista no significó forzosamente, durante la Edad Media, admitir que toda la realidad -y en particular la realidad suma o Dios- fuera racional en tanto que completamente transparente a la razón humana. Se podía, pues, ser racionalista en cosmología y no en teología. Se podía considerar el racionalismo como la actitud de confianza en la razón humana con la ayuda de Dios. Se podía admitir el racionalismo como tendencia susceptible -o no susceptible- de integrarse dentro del sistema de las verdades de la fe, etc. Al mismo tiempo se podía considerar el racionalismo como una posición en la teoría del conocimiento, en cuyo caso se contraponía al empirismo. Frecuente fue sobre todo contraponer el racionalismo platónico con el empirismo aristotélico, y aun aceptar este último como punto de partida para desembocar en el primero; en una versión modificada del mismo.

El impulso dado al conocimiento racional por Descartes y el cartesianismo, y la gran influencia ejercida por esta tendencia durante la época moderna, ha conducido a algunos historiadores a identificar la filosofía moderna con el racionalismo y a suponer que tal filosofía constituye el mayor intento jamás realizado con el fin de racionalizar completamente la realidad. Algunos intérpretes (como Francisco Romero) señalan que semejante racionalización corre pareja con una inmanentización» de lo real y con el propósito de reducir la realidad a la idealidad. Ejemplos son, según Romero, Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz y Wolff (e inclusive Hegel). Sin embargo, hay en las citadas filosofías otros muchos elementos junto al racionalismo. Además, no obstante la confianza en la razón antes aludida que opera asimismo en los autores usualmente calificados de empiristas, hay que tener en cuenta el gran trabajo realizado por éstos con el fin de examinar la función de los elementos no estrictamente racionales en el conocimiento (y, por extensión, en la realidad conocida). Finalmente, la teoría de la razón elaborada por muchos autores modernos -declaradamente racionalistas o no- es generalmente más compleja que la desarrollada por las filosofías antiguas y medievales, de modo que puede concluirse que si ha imperado el racionalismo ha sido porque previamente se han extendido las posibilidades de la razón. Además, debe distinguirse cuidadosamente entre varias formas de racionalismo en la época moderna. Por un lado, entre los ya mencionados racionalismo metafísico y gnoseológico (el último de los cuales va siendo el predominante). Por otro lado, entre el racionalismo del siglo XVII y del siglo XVIII. A este último respecto conviene citar la justa observación de E. Cassirer: «Aunque coincidamos sistemática y objetivamente con determinadas grandes metas de la filosofía ‘ilustrada’, la palabra ‘razón’ ha perdido para nosotros su simplicidad y su significación unívoca. Apenas si podemos emplearla sin que visualicemos vivamente su historia y constantemente nos estemos dando cuenta de cuán fuerte ha sido el cambio de significado que ha experimentado en el curso de esta historia» (Filosofía de la Ilustración, trad. esp., 1943, página 20). Por eso podemos entender que mientras en el siglo XVII el racionalismo era la expresión de un supuesto metafísico y a la vez religioso, por el cual se hace de Dios la suprema garantía de las verdades racionales y, por consiguiente, el apoyo último de un universo concebido como inteligible, el siglo XVIII entiende la razón como un instrumento mediante el cual el hombre podrá disolver la oscuridad que lo rodea; la razón del siglo XVIII es a la vez una actitud epistemológica que integra la experiencia y una norma para la acción moral y social. A esta distinción entre dos tipos de racionalismo moderno puede agregarse la forma que asumió el racionalismo en Hegel y varias tendencias evolucionistas del siglo XIX; en todas ellas se intenta ampliar el racionalismo hasta incluir la posibilidad de explicación de la evolución y hasta de la historia.

Durante los siglos XIX y XX se han producido muchos equívocos en torno a la significación de ‘racionalismo’ por no precisarse suficientemente el sentido del término. Ciertos autores que se han declarado fervientemente empiristas y positivistas han elogiado asimismo el racionalismo, pero ello ha sido porque han entendido éste como una tendencia opuesta al irracionalismo, al «intuicionismo» o a la «mera fe». Otros autores han combatido el racionalismo en nombre de lo irracional, de lo histórico, de lo «concreto», pero sin por ello abandonar mucho de lo que ha constituido la tradición racionalista. Muy común entre los autores más conocedores de la historia de la filosofía ha sido el combatir el racionalismo «clásico» (especialmente en su forma moderna) y el intentar integrar la razón con elementos que usualmente se consideran contrapuestos a ella (la vida, la historia, lo concreto, etc.). Ello ha dado origen a diversos modos de entender ‘razón’ a los que nos hemos referido en el artículo RAZÓN (Tipos DE).  Los motivos por los cuales se ha rechazado, o puesto entre paréntesis, el racionalismo «clásico» sin por ello rechazar por entero el «racionalismo» han sido varios. Algunos (como Husserl) han indicado que el racionalismo clásico moderno es naturalista y «objetivista»; olvida el «espíritu en sí y por sí», fundamento inclusive de toda comprensión de la naturaleza, pues el mundo es obra del espíritu o realización espiritual (geistige Leistung). otros han señalado que el racionalismo clásico moderno es demasiado «estático» o «estatista» y no tiene en cuenta los factores «funcionales», «dinámicos», etc. Se han propuesto con ello diversas formas nuevas de racionalismo a algunas de las cuales hemos hecho alusión en el artículo NEORRACIONALISMO. En todo caso, hay acuerdo bastante general en no admitir el racionalismo «simplificado» de la tradición racionalista (la suposición, por ejemplo, de que toda la realidad puede reducirse a ciertas «naturalezas simples» y de que éstas son enteramente accesibles al análisis racional clásico).

En esta oposición al racionalismo clásico coinciden varias tendencias contemporáneas; así, no sólo el irracionalismo, existencialismo y otras tendencias declaradamente opuestas al racionalismo moderno, sino también el empirismo, positivismo, «analitismo», etc., que se consideran a sí mismas, en última instancia, como fieles a la tradición racionalista. Puede decirse, por lo tanto, que en la época actual surge un nuevo concepto (o diversos nuevos conceptos) del racionalismo. Uno de los más extendidos ha sido el llamado «racionalismo crítico» de Popper, que ha sido desarrollado y sistematizado sobre todo por Hans Albert.