Padrón, José (1992): Interpretaciones Históricas del Conocimiento Científico. Caracas: USR
La Posición Racionalista frente al Empirismo Inductivo
Ya
desde las primeras declaraciones del Círculo de Viena, había críticas de corte
racionalista a las tesis empírico-inductivas de esa escuela y aún a las
posteriores revisiones de la “Received View”, antes mencionada. De hecho,
el más importante representante de estas críticas, el filósofo austríaco Karl
Popper, publica una obra fundamental, su famosa “Lógica de la Investigación
Científica”, apenas en 1934, cuando las tesis de Viena se hallaban en pleno
desarrollo. Pero es sólo desde 1960 cuando realmente se divulgan y adquieren
fuerza estas críticas racionalistas, hasta llegar un momento en que se imponen
muy por encima de todos los enfoques precedentes. Aunque no fue precisamente en
el sector de las Ciencias Sociales donde el racionalismo del siglo XX tuvo su
mejor acogida (y mucho menos en la Educación, donde ha pasado casi
inadvertido), sí logró dominar cómodamente en el terreno de las investigaciones
tecnológicas, de las ciencias “duras” o “pesadas” y en algunos
ámbitos tradicionalmente humanísticos como la Economía y la Lingüística (que,
por cierto, luego de haber sido antes áreas especulativas y después
disciplinas taxonómicas o descriptivas, se convirtieron, bajo el modelo
racionalista, en ciencias teóricas, explicativas, de alto nivel metodológico e
instrumental).
Es cierto que después de haberse impuesto esta posición racionalista
surgieron numerosas reacciones contrarias, como las que se mencionan más
adelante, aparte de las propias revisiones y modificaciones ubicadas dentro del
mismo enfoque. Pero también es cierto que aún la versión original perdura
actualmente en amplios sectores de la investigación científica y de los
ambientes académicos internacionales (un simple ejemplo está en las cartas,
ponencias y discusiones publicadas en Hamburger, 1989).
Desde cierto punto de vista, en esta corriente de oposición
racionalista al empirismo inductivo se pueden agrupar interpretaciones
epistemológicas no del todo coincidentes entre sí, pero que muestran, en
conjunto, un trasfondo coherente de acuerdos elementales suficientes para
definir una misma orientación de la investigación científica. En ese eje se
pueden situar, entre otras, las propuestas de Bachelard, Popper, Braithwaite,
Lakatos y Bunge. Sin hablar de las discrepancias filosóficas, algunas
importantes, entre estos autores, debe tomarse en cuenta una diferencia
histórica fundamental entre ellos y es que cada uno asume sus posiciones bajo
la motivación de propuestas particulares que son distintas entre sí, cada una de
las cuales es asumida por cada autor como referencia específica de impugnación o
de modificación. Popper, por ejemplo, está esencialmente orientado a impugnar
la concepción empírico-inductiva concentrada en el Círculo de Viena, sin
prestar mucho interés a otros enfoques; Lakatos, en cambio, se interesa en
adecuar las tesis de Popper a ciertas exigencias evidenciadas por otras
críticas; Bunge, por su parte, enfrenta referencias bastante generales, que van
desde las dificultades surgidas de Popper y del seno del mismo racionalismo,
pasando por las objeciones al empirismo inductivo, hasta la impugnación a las
nuevas versiones del subjetivismo, psicologismo e idealismo de estos años
recientes. Por tanto, no todos estos autores pueden evaluarse bajo un mismo
criterio sin considerar las referencias específicas que motivan los
planteamientos de cada caso. De acuerdo a esto, ciertas expresiones muy
frecuentes en los textos de filosofía de la ciencia evidencian esas referencias
específicas: “falsacionismo” popperiano, “racionalismo aplicado”
de Bachelard, “falsacionismo metodológico refinado” de Lakatos,
“convencionalismo” de Poincaré y Duhem, etc. Muy en general, y tomando los
planteamientos de Popper como base de exposición, las tesis elementales de
esta corriente pueden sintetizarse en lo siguiente:
-EL CRITERIO DE DEMARCACION:
lo que diferencia a la ciencia de otros tipos de conocimiento es su posibilidad
sistemática de ser RECHAZADA por los datos de la realidad. A diferencia del
enfoque empírico-inductivo, según el cual un enunciado es científico en la
medida en que su VERACIDAD pueda ser confirmada por la experiencia, en el
enfoque racionalista de Popper y sus seguidores, un enunciado será científico
en la medida en que más se arriesgue o se exponga a una confrontación que
evidencie su FALSEDAD. Según esta posición, la ciencia se distingue de otros
conocimientos por ser “falsable” (y no “verificable”), es decir,
porque contiene mecanismos orientados a determinar su posible falsedad. La base
de este criterio está en la misma crítica al empirismo y al inductivismo: por
más que un enunciado se corresponda fielmente con miles de millones de casos de
la realidad, en principio nada impide que de pronto aparezca un caso
contradictorio. Si, por ejemplo, observamos millones de cuervos y observamos,
además, que todos son negros, no hay razón lógica para concluir en que todo
cuervo es necesariamente negro, ya que siempre cabe la posibilidad de que
aparezca alguno de otro color. Y, dado que el conjunto completo de todos los
casos posibles escapa a la observación del ser humano, nunca será posible
VERIFICAR o comprobar la verdad de un enunciado como “todos los cuervos son
negros”. Pero, en cambio, sí será siempre posible determinar su FALSEDAD,
para lo cual bastará un solo caso en que no se cumpla la ley. Por tanto, el
conocimiento científico no persigue demostrar su veracidad, sino exponerse a
cualquier caso que evidencie su falsedad. Así, todo enunciado científico podrá
ser mantenido sólo provisionalmente (aún cuando transcurran siglos), mientras
no aparezca un caso que lo contradiga (es decir, jamás podrá ser decisivamente
VERIFICADO); pero, en cambio, sí podrá ser refutado y desechado definitivamente
apenas surja un dato que lo niegue. En síntesis, los enunciados científicos se
distinguen justamente por estar siempre expuestos a pruebas de FALSEDAD. De
esta forma, el “falsacionismo” viene a ser el criterio de demarcación
entre ciencia y no-ciencia y, por tanto, es la magnitud de su “contenido de
falsedad” lo que hace más o menos científico a un conocimiento dado. De lo
anterior se infiere que la meta de la ciencia y de la investigación jamás podrá
ser la CERTEZA objetiva, la cual no existe, sino, más bien, la “verosimilitud”,
o sea, el grado en que un enunciado sea capaz de salir ileso de las pruebas de
falsación y de prevalecer ante otros enunciados competidores por su mayor
capacidad de cobertura ante los datos de la experiencia. A diferencia del
positivismo lógico, el racionalismo desecha el concepto de “verdad objetiva
e inmutable”, acepta la relatividad del conocimiento científico, admite los
factores sociales e intersubjetivos que condicionan su validez y, tal vez lo
más importante, plantea su carácter de CORRECTIBILIDAD sobre la base de
constantes procesos de falsación ante los hechos y ante otras opciones de
conocimiento. Así, y de acuerdo a esta interpretación, mientras el conocimiento
especulativo idealista (los discursos retóricos, por ejemplo, o políticos,
religiosos, subjetivistas, psicologistas, etc.) se vale de subterfugios para
evadir su confrontación con la experiencia y para escapar a toda evidencia de
falsedad, el conocimiento científico se valida, por encima de todo, en sus
posibilidades de error. Desde este ángulo queda plenamente aceptado y
justificado el hecho de que sea en la ciencia, precisamente, donde se descubra
la mayor cantidad de errores del conocimiento humano, ya que otros tipos de
conocimientos evaden las confrontaciones o riesgos y esconden sus debilidades.
Como contraparte, es también en la ciencia donde se halla el mayor número de
rectificaciones y evoluciones, mientras otros tipos de conocimiento permanecen
estancados e improductivos.
Aún dentro del mismo racionalismo, sin embargo, este criterio de
falsación no es, ni mucho menos, compartido unánimemente como base de
demarcación del conocimiento científico, aunque sigue vigente hoy en día en
muchos sectores académicos. Ha habido propuestas diferentes: a Bunge
(1985a:33), por ejemplo, parece bastarle la condición mínima de “contrastabilidad”
de los enunciados sistemáticamente derivados de hipótesis; Lakatos situó la
referencia de falsación en teorías rivales y no en los hechos de la experiencia;
más recientemente, el matemático René Thom (el de la “Teoría de las
Catástrofes)” propuso, como condición, la capacidad para “reducir”
descripciones empíricas (Hamburger, 1989:72). Pero, más allá de las propuestas,
el criterio de demarcación sigue siendo un problema no resuelto entre los
racionalistas actuales. Una posición bastante generalizada y sumamente flexible
consiste en admitir que cada disciplina determina sus propios y específicos
criterios de demarcación en función de sus posibilidades DEDUCTIVAS.
-CARACTER TEORICO-DEDUCTIVO DEL CONOCIMIENTO:
como se sugirió antes en el ejemplo de los cuervos negros, el racionalismo de
este siglo declara inválido el conocimiento construido mediante generalización
de casos particulares (la famosa “crítica a la inducción”) y concebido
como simple descripción o sistematización de regularidades detectadas en los
hechos estudiados (al estilo del estructuralismo de mediados de siglo, por
ejemplo, o de ciertas versiones del conductismo). No obstante el esforzado e
ingenioso aparato de la Lógica Inductiva elaborado por Carnap en el Círculo de
Viena, la interpretación racionalista hace una impugnación implacable al
concepto inductivo del conocimiento científico y a los métodos de investigación
derivados de dicho concepto. A pesar de que en los sectores más amplios se
admite la inducción probabilística como opción operativa y estratégica de apoyo
a la investigación, la característica fundamental y más específica del
racionalismo en cualquier versión es, definitivamente, la concepción teórica
del conocimiento, en términos de capacidad de EXPLICACION predictiva y
retrodictiva, sustentada en una vía DEDUCTIVA estrictamente controlada por
formas lógico-matemáticas. En tal sentido, y en términos muy simples, el
conocimiento en torno a cualquier conjunto problemático de datos empíricos
empieza por “conjeturas” muy amplias y arriesgadas a partir de las cuales
puedan ir derivándose progresivamente las explicaciones más específicas de la
realidad problemática. Finalmente, como ya se dijo, si éstas últimas
explicaciones no resultan negadas por los hechos, las conjeturas iniciales junto
con todo el sistema de derivaciones podrán quedar en pie de manera provisional,
hasta tanto no surja un hecho incompatible o una nueva teoría más potente. De
lo contrario, si apenas un solo dato empírico resulta opuesto a las derivaciones
específicas, la teoría deberá abandonarse por inadecuada o FALSA. De acuerdo a
esto, el conocimiento científico es sinónimo de conocimiento teórico producido
bajo sistemas deductivos, con capacidad para ir más allá de las respuestas a
cómo son los hechos, tras respuestas a sus causas y porqués, de modo que pueda
explicarse cada uno de los hechos, pasados y futuros, que pertenecen a una misma
clase, independientemente de las circunstancias espacio-temporales. Así, en
lugar del concepto de “ciencia empírica” (producida a partir de los
datos fácticos), el racionalismo postula el concepto de “ciencia teórica de
base empírica” (producida a partir de hipótesis amplias y confrontada con
los hechos).
-REALISMO CRITICO: como se vio antes, el empirismo inductivo de Viena reaccionó contra toda forma de idealismo (según el cual todo conocimiento se desvía de los hechos objetivos para convertirse en representaciones condicionadas por los esquemas mentales del sujeto y dependientes más de sus estructuras personales y socioculturales que de las estructuras ontológicas del objeto). Como respuesta asoció entonces el concepto de objetividad total al concepto de ciencia. En sus versiones más radicales, esta respuesta constituyó lo que se ha llamado el “realismo ingenuo”. Sin embargo, esta postura se fue ampliando con el tiempo. Para la época de las primeras voces del racionalismo, y como rechazo tanto al idealismo como al realismo ingenuo, se adoptó el concepto de “realismo crítico”, según el cual no es válido identificar el conocimiento o la percepción con los objetos estudiados o percibidos, como si hubiera una estricta correspondencia, de donde se deriva la necesidad de someter a “crítica” los productos de la investigación, con la intención de profundizar en las diferencias entre resultados objetivos y resultados subjetivos. Popper (1985:43), por ejemplo, desde el principio sostenía que “la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que puedan contrastarse intersubjetivamente”, refiriéndose a la “regulación racional mutua por medio del debate crítico”. A pesar de las frecuentes acusaciones de ‘ahistoricismo’ y ‘positivismo’, al proponer el concepto de “intersubjetividad” asociado a la negación del concepto de “certeza” y a los conceptos de “verosimilitud” y “grados de corroboración”, el racionalismo toma sus distancias con respecto al auténtico positivismo y prevé las condiciones sociocontextuales de validación del conocimiento (por supuesto, mucho menos elaboradas en Popper que en Lakatos y menos en éste que en las recientes versiones del “enfoque estructural”, mencionado más adelante).