Ewing, A. C. (1994): Realismo. En Urmson, J. O. (1994): Enciclopedia Concisa de Filosofía y Filósofos. Madrid: Cátedra. Pp. 341-343.

REALISMO fue un término usado por primera vez para representar la concepción de que los universales tienen un ser real independientemente de ser pensados, o bien trascendiendo los particulares, como mantenía Platón, o bien al menos en los particulares, como mantenía Aristóteles. Pero actualmente el término se usa más comúnmente para significar la creencia de que los objetos físicos existen independientemente de la experiencia, cuando esta doctrina es expuesta filosóficamente. Desde luego esta concepción fue siempre mantenida extensamente, pero fue desarrollada y defendida con detalle principalmente después del principio de este siglo como reacción contra el «idealismo». La escuela específicamente «realista» que se comprometió en esta empresa fue primariamente inglesa y americana. Sus miembros más importantes fueron Russell, G. E. Moore y C. D. Broad. La escuela ha tenido numerosas ramificaciones bajo la influencia de sus investigaciones lógicas V del pensamiento de Wittgenstein, pero aquí sólo podemos hablar de ella en la medida en que se interesó por los problemas específicos del realismo y siguió siendo realista.

El idealismo se ha apoyado en dos tipos principales de argumento. El primero afirmaba mostrar que la existencia de objetos físicos independientes era inconcebible porque no podríamos separar el concepto de un objeto físico del concepto de una conciencia con relación a la cual éste existía. Esta afirmación se basaba en la creencia de que cualquier cualidad comúnmente adscrita a los objetos físicos implica una referencia a la sensación, y en argumentos generales que concluyen que sólo podemos conocer lo relativo a la mente. Moore redujo la primera creencia a una confusión entre «sensación», en tanto que significando el acto de sentir y «sensación» en tanto que significando lo que es sentido; en un sentido debe ser mental, en el otro no necesita serlo. Contra el último los realistas instaron que conocer, lejos de implicar que el objeto conocido es esencialmente relativo al conocimiento de él, implica, por el contrario, que es independiente de ser conocido. También se atacó a la teoría «interna» de las relaciones, de la que se había deducido que no podían existir dos cosas relacionadas si eran aparte de la relación, y se insistía en que algunas relaciones y en particular la relación de conocer no necesitaban guardar diferencia interna para con sus términos. La tendencia bastante fácil de los idealistas a descartar ciertos aspectos de la experiencia por irreales también fue criticada, dedicándose mucha atención a los problemas de la infinitud sobre cuya base el tiempo y el espacio habían sido declarados meras apariencias. Aquí se podía utilizar el trabajo lógico de Russell en Principia Mathematica, donde mostraba cómo se puede manejar el concepto de infinitud de manera autoconsistente e inteligible en las matemáticas. La teoría de la coherencia de la verdad también fue atacada en favor de una concepción que encontraba la definición de verdad en correspondencia con una realidad independiente y que al discutir los criterios de verdad concedía más peso a la experiencia que a la coherencia de un sistema. La concepción racionalista del conocimiento y de la realidad adoptada por la mayoría de los idealistas fue rechazada, y posteriormente la escuela se trasladó en su totalidad a la doctrina de que en el mundo real no hay conexiones lógicas y que todo razonamiento a priori es esencialmente lingüístico. Sin embargo, se debe subrayar que estas concepciones no están conectadas necesariamente con el realismo sobre los objetos físicos más que con el idealismo.

El segundo tipo de argumentos en favor del idealismo fue el negativo de que no podemos justificar la creencia en las cosas físicas independientes ni aun suponiendo que esa creencia no sea autocontradictoria. Se encontró que este objetivo era más difícil de cumplir, y se adoptaron dos líneas de respuesta bastantes distintas. Algunos realistas arguyeron que el idealismo es inevitable si partimos de la teoría «representativa» de la percepción, según la cual nunca percibimos los objetos físicos directamente, sino que sólo percibimos siempre algo mental o al menos dependiente de la mente («datos sensibles»). En consecuencia, divergiendo de casi todos los filósofos anteriores, intentaron mantener una teoría directa de la percepción. La principal dificultad al respecto reside en la ocurrencia de la «ilusión». Para dar cuenta de ésta se abandonó el supuesto usual de la teoría representativa de que si percibimos algo directamente debemos percibirlo como es, y se utilizaron una serie de expedientes ingeniosos. Unos pocos realistas adoptaron concepciones más paradójicas afirmando que no era absurdo considerar que estaban incluidos en el mundo externo real muchos de los fenómenos que ordinariamente son estigmatizados como ilusiones. Russell, por ejemplo, en El conocimiento del mundo externo sugirió que las cosas físicas no tienen, como se supone ordinariamente, una sola forma, sino que comprenden todas las formas diferentes que se pudieran ver desde todos los puntos de vista, y que todas existen objetivamente. No mantuvo esta hipótesis mucho tiempo, pero sigue siendo una posibilidad a considerar el que las propiedades espaciales pudieran ser bien objetivas y no obstante relativas de algún modo al punto desde el que son consideradas (comparemos «izquierda» y «derecha»), y también, como sugirió asimismo, que aun cuando no sean percibidas directamente, pueden consistir en grupos de entidades como los datos sensibles que percibimos directamente. Sin embargo, el concepto de datos sensibles ha sido atacado muy ampliamente en tiempos recientes sobre la base de que normalmente no experimentamos, por ejemplo, meras manchas de color, sino que desde el principio experimentamos objetos físicos, crítica ésta que había sido anticipada por muchos idealistas. Una teoría popular de nuestros días es la de que la distinción entre la teoría directa y la teoría representativa de la percepción es meramente una distinción de lenguaje. Se dice que ambas están de acuerdo en los hechos empíricos cuando, por ejemplo, percibimos un objeto redondo como si fuera elíptico, lo que podemos expresar diciendo, o bien que percibimos datos sensibles elípticos producidos por un objeto redondo, o bien simplemente que el objeto es redondo, pero parece elíptico. En ese caso, la palabra «datos sensibles» no representará las entidades existentes, como ocurría con los anteriores pensadores.

Otros realistas conservaron la teoría representativa, pero intentaron justificar la creencia en cosas físicas independientes como lo que proporciona la mejor explicación causal de nuestra experiencia y es susceptible de una verificación adecuada por la cumplimentación constante de las predicciones hechas sobre el supuesto de que es verdadera.

Una distinción que podría servir de arma de doble filo fue introducida, empero, por Moore en 1925, siendo ampliamente adoptada en su país. Mantenía que podemos conocer con certeza que nuestras proposiciones del sentido común sobre los objetos físicos son verdaderas, pero que es una cuestión filosófica difícil cómo puedan ser analizadas, y mencionaba, entre los modos posibles de análisis, aquél

según el cual los enunciados sobre objetos físicos son reducidos a enunciados sobre los datos sensibles que percibimos en ciertas condiciones. Este análisis fue muy ampliamente adoptado por los filósofos que se hallaban bajo la influencia de la tradición Russell-Moore, pero esta concepción ya no puede ser considerada realismo. Por otro lado, como evitaban la metafísica, estos filósofos no serían llamados usualmente idealistas. Sin embargo, aún más recientemente ha habido una marcada reacción contra tales concepciones. En adición a las objeciones contra la posibilidad de llevar a cabo el análisis propuesto en cualquier caso dado sin presuponer algunas proposiciones de objetos físicos independientes, se le condena por estar basado en el concepto supuestamente desacreditado de que los datos sensibles son entidades últimas. Esto va acompañado de la tendencia a insistir en que debemos aceptar como un hecho que tenemos cierto conocimiento de las cosas físicas, aun cuando no podamos decir mucho sobre la cuestión de cómo tenemos el conocimiento. Comúnmente ya no se cree que sea tarea del filósofo criticar aquellas creencias que no podemos dejar de mantener en la vida práctica, sino más bien tratar este hecho como si él mismo fuera una garantía de su verdad. Tal perspectiva es apoyada por el argumento de que las mismas palabras que utiliza el idealista o el escéptico al criticar la noción de materia se derivan de la experiencia de las mismas cosas criticadas y por una tendencia a tratar la mente más que la materia como el concepto que requiere más análisis y justificación. Se mantiene que la tarea de la filosofía es interpretar el lenguaje del sentido común y no reformarlo o sustituirlo.

Sin embargo, el realismo como tal es compatible con una inmensa variedad de doctrinas. Por ejemplo, en él no hay nada que excluya el teísmo, y la gran mayoría de los teístas de hecho también han sido realistas, aunque la escuela realista específica de la primera mitad del siglo XX que se ha ocupado especialmente del problema de los objetos físicos no siente simpatía en ninguna medida hacia los argumentos metafísicos en favor del teísmo. La teoría del conocimiento que acompaña al realismo de manera natural, dado que éste insiste en la independencia del objeto conocido, sugiere una teoría objetiva de la ética, de la cual fue Moore uno de los defensores más extremados, pero la tendencia empirista de esta escuela se ha pronunciado en su totalidad contra tales concepciones, y todavía más contra una teoría platónica de los universales como algo que subsiste independientemente, por la que Russell, por ejemplo se inclinó en su primer período. La atmósfera de realismo ha sido hostil a la formación de teorías filosóficas generales sobre el cosmos. A menos que consideremos que Whitehead qua metafísico es realista, lo cual resulta dudoso, Alexander (1859-1938) proporciona la única excepción de gran importancia.