http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Descartes/Descartes-Solipsismo.htm

Solipsismo

Tesis filosófica según la cual sólo se puede garantizar la existencia de uno mismo puesto que la existencia de cualquier otro ser es dudable o infundada.

      Ningún filósofo se atrevió a defender este punto de vista tan radical, ni, por supuesto, Descartes. Hay que tener cuidado con este cuestión ya que en el ejercicio de la duda metódica hay un momento en el que Descartes parece abrazar este punto de vista: tras dudar de la existencia de los cuerpos y de las mentes Descartes descubre que existe él mismo como ser pensante, pero no sabe aún si existe alguien más –cae por lo tanto en el solipsismo–, pero inmediatamente intenta mostrarse a sí mismo que no está solo, y lo hace precisamente demostrando que, además, existe Dios. Finalmente cree estar convencido también de que la bondad de Dios garantiza la creencia en la existencia de las cosas físicas y de las otras mentes, superando de este modo la duda metódica y eliminando definitivamente la “soledad radical” a la que le había conducido dicha duda.


http://www.ucm.es/info/solidarios/ccs/articulos/pto_politico/solipsismo.htm

11 de septiembre de 2000

Solipsismo

Eduardo Dermardirossian*


Es el solipsismo la doctrina que tiene por verdadera la proposición: sólo yo existo. Las cosas, los hechos, las ideas y demás, no tienen existencia por sí mismas. Existen tan solo si yo las pienso. El hombre, la vida y todo el universo no tienen existencia por sí mismos, sino que resultan ser una percepción mía. Esta concepción, sostenida mas o menos radicalmente, ha asomado de tanto en tanto a lo largo de la historia de la filosofía. O, lo que es decir lo mismo, a lo largo de la historia del hombre. 

Y confieso que en mis primeros escarceos por los territorios de la metafísica, algunas veces me he visto tentado a examinar las cosas desde esta óptica. Pero es éste un asunto del que no voy a ocuparme ahora. Solamente diré, sí, que frecuentemente me ha asaltado la idea de considerar la existencia humana como un sueño soñado por Dios, donde los seres soñados se corporizan con una verosimilitud acorde con la condición del Soñador. Se trataría, así, de una suerte de solipsismo divino, terreno fértil para la elucubración filosófica y para la ficción literaria. Pero dejemos pronto estas disgresiones y vamos ya a las cosas humanas. 

Tiempos éstos de creciente exacerbación del egoísmo a la vez que de deificación del dinero, vale la pena examinar la conducta del hombre de este fin de siglo a la luz de la doctrina solipsista. Mirar y ver cómo crece el afán de poseerlo todo, con indisimulado desdén por la suerte del prójimo. Llegar a legitimar la desdicha del otro como resultado inevitable pero justo de una competencia enaltecida como virtud, parece ser la característica que define nuestro tiempo. Ya nada es obsceno porque sólo yo existo. 

Comoquiera que miremos el asunto, veremos que el otro no existe en el mundo de quien de una u otra manera participa de esta concepción. El otro no existe. Ni siquiera existe aquel otro de quien se dice que soy su delegado o mandatario y cuyo bien debería ser objeto de mis acciones. Y como, entonces, sólo yo existo, procuro edificar el mundo a mi medida y para complacer mis apetencias. 

Lo otro, los otros hombres incluidos, son nada más que una ideación mía. Si me tengo por un hombre sensible, serán un pensamiento afligente, cuyo dolor quizás procure mitigar de algún modo. Pero en cualquier caso, el dolor también será mío, con lo cual lo que haya mitigado lo será en mi beneficio. 

Bien sé que el solipsismo como filosofía no discurre exactamente por senderos tan impiadosos. Pero he querido utilizarlo con alguna licencia –mas no con ligereza- para poder explicar lo que me parece es el modo que el hombre de este tiempo tiene de relacionarse con sus semejantes y con las cosas cuya posesión le es deseable. Sé también de tantos hombres y mujeres de diferentes condiciones y creencias que son ajenos a estas execrables conductas. Pero habrá que decir que estos últimos no son quienes trazan los rumbos de los acontecimientos del fin de nuestro siglo. Y quien quiera ver en esto una opinión escéptica tendrá razón, pero con la advertencia de que esta visión está referida al tiempo histórico presente, con lo cual podemos los hombres acariciar la esperanza de un cambio que nos redima. Porque sólo hay belleza cuando creo que verdaderamente tú también existes. Y entonces, para que así sea, tendré que ser solidario. La historia, ciertamente, no ha llegado a su fin. 

Las sociedades marchan, por necesidad biológica, hacia su preservación, lo que las obliga a encontrar mecanismos que superen el aislamiento pernicioso de sus integrantes. Doctrinas y sistemas enteros, aplicados a lo largo de la historia humana, han mudado y también han caído en aras de esa preservación. Por tanto, creo que ningún escepticismo puede matar la esperanza en un futuro mas prometedor. Y en esto el hombre tiene algo que hacer.

* Escritor argentino