http://webdeptos.uma.es/filosofia/profes/Promiso.htm
Los compromisos del realismo cientÍfico.*
Antonio
J. Diéguez Lucena
Universidad
de Málaga
I.
LAS MODALIDADES DEL REALISMO
El
realismo científico se ha convertido en las dos últimas décadas en uno de
los temas más discutidos en la filosofía de la ciencia y, sin embargo, no
parece haber un acuerdo amplio sobre qué es lo que debe entenderse bajo dicha
denominación. Defensores y detractores efectúan a veces afirmaciones tan
diferentes de lo que el realismo científico cabalmente propone que el diálogo
entre ellos pierde a menudo todo su sentido. Pese a la imposibilidad de
encontrar una caracterización que pueda satisfacer a todos, creo que el
realismo científico, en sus diferentes variantes, ha intentado responder
fundamentalmente a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la relación que guardan
nuestras teorías científicas con el mundo? Esto, por lo pronto, marca ya una
diferencia notable entre el realismo científico y el realismo metafísico
tradicional. En efecto, no se trata de dilucidar la naturaleza ontológica del
mundo, ni su carácter primario o independiente frente al espíritu o la
mente; se trata más bien de averiguar cuál es la mejor manera de interpretar
las teorías científicas a la luz de los objetivos y los resultados
alcanzados por la ciencia a lo largo de su historia, bien que para ello sea
necesario presuponer ciertas condiciones en el mundo y en nuestro acceso
cognitivo a él.
Para
responder a esta cuestión, los defensores del realismo científico han
desplegado argumentos diversos que ponen de manifiesto el grado mayor o menor
de compromiso que cada uno de ellos mantiene sobre los aspectos particulares
en que éste ha sido analizado. En un intento de recoger, aunque sólo sea
parcialmente, estos matices diferenciales, propongo desglosar el realismo
científico en cinco tesis principales:
1)
Realismo ontológico. Las entidades
teóricas postuladas por las teorías científicas bien establecidas existen
(aunque pueda haber excepciones ocasionales). Dicho en otras palabras: los términos
teóricos típicamente refieren. Al realismo ontológico se oponen el instrumentalismo
sobre entidades (las entidades teóricas son meros recursos predictivos) y
el constructivismo social (las
entidades teóricas son construidas socialmente).
2)
Realismo epistemológico. Las teorías
científicas nos proporcionan un conocimiento adecuado, aunque perfectible, de
la realidad tal como ésta es con independencia de nuestros procesos
cognitivos. Al realismo epistemológico se oponen el fenomenismo
(las teorías científicas sólo tratan de fenómenos observables) y el idealismo
epistemológico (las teorías científicas versan sobre una realidad hecha
por la mente).
3)
Realismo teórico. Las teorías
científicas son susceptibles de verdad o falsedad. Al realismo teórico se
opone el instrumentalismo teórico
(las teorías científicas son instrumentos de cálculo, útiles o inútiles,
empíricamente adecuadas o inadecuadas, pero no verdaderas o falsas).
4)
Realismo semántico. Las teorías
científicas son verdaderas o falsas en función de su correspondencia con la
realidad. Al realismo semántico se oponen el pragmatismo
(la verdad o falsedad de las teorías han de entenderse en relación con las
actividades cognitivas humanas), el coherentismo
(la verdad o la falsedad de las teorías no significa otra cosa que su
coherencia con un sistema previamente aceptado de creencias o de teorías) y
el relativismo (la verdad o la
falsedad de las teorías son relativas a los contextos en los que éstas
surgen).
5)
Realismo progresivo. La ciencia
progresa teniendo como meta la verdad. Las nuevas teorías contienen más
verdad y/o menos falsedad que las anteriores. Al realismo progresivo se opone
lo que, a falta de nombre mejor, cabe llamar antirrealismo
sobre el progreso (el progreso en la ciencia no puede ser establecido como
un acercamiento creciente a la verdad).1
Estas
cinco tesis no tienen por qué ser aceptadas conjuntamente y, de hecho, sólo
la filosofía de algunos realistas fuertes como Karl Popper y Mario Bunge
encajaría con todas. Lo más frecuente es que los defensores del realismo
asuman sólo algunas de ellas, como es el caso de Ian Hacking o de Ronald
Giere, o que si las aceptan en su totalidad, lo hagan de forma muy matizada,
como sucede con Ilkka Niiniluoto. No obstante, no todas las combinaciones
parecen posibles. Entre estas tesis realistas existen relaciones de orden que
obligan a aceptar algunas si es que se aceptan otras determinadas.
Así
por ejemplo, el realismo epistemológico presupone el realismo ontológico. No
tiene sentido creer que las teorías científicas nos proporcionan un
conocimiento adecuado (aunque perfectible) de la realidad tal y como es en sí
misma y, al mismo tiempo, negar una referencia objetiva a todos los términos
teóricos de cualquier teoría. Sería incoherente sostener que la teoría de
la relatividad nos dice algo sobre el modo en que realmente está constituido
el Universo mientras que se niega la existencia real de referentes para términos
como espacio-tiempo, masa, energía, etc. Sin embargo, esta relación no se da
a la inversa. El realismo ontológico no exige la aceptación del realismo
epistemológico. Es posible pensar que los términos teóricos tienen una
contrapartida real que los hace ser algo más que instrumentos de cálculo
–contrapartida a la cual se refieren cuando son utilizados por los científicos–,
y considerar a la vez que nunca alcanzamos mediante nuestras teorías un
conocimiento de la realidad tal como es en sí misma, sino sólo tal como nos
llega a través de nuestros lenguajes, esquemas conceptuales, categorías
mentales, instrumentos de medida, etc. El idealismo epistemológico, el
realismo interno de Putnam y cierto tipo de fenomenismo, como el de Niels Bohr
en su interpretación de la teoría cuántica, comparten esta opinión de
claro sabor kantiano. Por lo tanto, podemos escribir:
Realismo
epistemológico ®
Realismo ontológico
Del
mismo modo, el realismo semántico exige, como resulta obvio, la aceptación
del realismo teórico, pero no al contrario. Un realista semántico sostiene
que las teorías científicas son (aproximadamente) verdaderas o falsas, y en
esto coincide con el realista teórico, pero entiende además que esa verdad o
falsedad significa que las teorías se corresponden o no en un cierto grado
con el mundo. En cambio, un pragmatista como Dummett o como Putnam, un
relativista como Kuhn, o un coherentista como Neurath, admitirán la atribución
de verdad o falsedad a las teorías científicas, pero no las entenderán como
una correspondencia o falta de correspondencia entre el contenido de las teorías
y la realidad objetiva. Gráficamente:
Realismo
semántico ®
Realismo teórico
También
el realismo progresivo presupone el realismo teórico, sin que suceda a la
inversa; lo que permite a Kuhn, Laudan y van Fraassen aceptar el realismo teórico
al tiempo que niegan que el acercamiento progresivo a la verdad sea la meta de
la ciencia. Así pues:
Realismo
progresivo ®
Realismo teórico
Por
lo normal, el realismo progresivo va también acompañado del realismo semántico
y del realismo epistemológico, pero no siempre sucede así. Por ejemplo, un
pragmatista como Peirce cree en la convergencia de la investigación científica
hacia una teoría ideal, sin asumir por ello el realismo semántico.
Por
otra parte, el realismo teórico no exige mantener el realismo epistemológico,
como lo muestra el caso de Putnam (y anteriormente el de Kant). E igualmente,
se puede ser un realista semántico –esto es, aceptar que las teorías científicas
son verdaderas o falsas en función de su correspondencia con los hechos–
pero negar al mismo tiempo el realismo ontológico o el epistemológico. En
efecto, cabe pensar que no sea factible en la práctica atribuir ningún grado
de verdad o falsedad a las teorías científicas (aun cuando sean susceptibles
en principio de tal atribución), dado que éstas contienen afirmaciones sobre
entidades no observables cuya supuesta verdad es más prudente dejar en
suspenso, y que, por tanto, debe limitarse todo juicio sobre dichas teorías a
su mayor o menor adecuación empírica, es decir, a su grado de
correspondencia con los fenómenos estrictamente observables. Esto es, por
ejemplo, lo que hace van Fraassen y lo que le lleva a tratar las entidades teóricas
exclusivamente como recursos predictivos de nuevos fenómenos.
Aparte
de ilustrar claramente por qué el realismo científico no debe ser entendido
como una cuestión de todo o nada, hay otro dato importante a destacar en este
entramado de relaciones que se acaba de esbozar. Es fácil constatar que la
posición que se adopte sobre el problema de la verdad en la ciencia es
independiente de la posición que se asuma con respecto al realismo ontológico
y epistemológico. Esto es algo que ha sido suficientemente argumentado por
Michael Devitt, quien termina su libro Realism
and Truth afirmando: “ninguna doctrina de la verdad es en modo alguno
constitutiva del realismo”.2
En lo dicho antes se confirma que, en efecto, ninguna de las tres tesis
realistas que incluyen el concepto de verdad (realismo teórico, realismo semántico
y realismo progresivo) exige la previa aceptación del realismo ontológico y
del epistemológico, que constituyen, por decirlo así, la base del realismo
científico. Se puede, por tanto, ser antirrealista y defender que la verdad
cumple un papel importante en la ciencia –tal es el caso de muchos
pragmatistas. Mientras que, por otro lado, se puede ser un realista ontológico
y epistemológico sin que ello determine el compromiso que pueda adquirirse
con respecto a una determinada concepción de la verdad. De hecho, la
independencia relativa entre los aspectos ontológicos y epistemológicos del
realismo y la creencia en que las teorías científicas pueden aproximarse a
la verdad ha sido plasmada de forma concreta en la obra de varios autores,
principalmente Ian Hacking, Nancy Cartwright, Rom Harré y Ronald Giere. Todos
ellos han defendido, con diferentes matices, un realismo desligado del
concepto de verdad.3
II.
¿Es el realismo científico una hipótesis
empírica?
Entre
los tópicos centrales en el debate sobre el realismo científico está la
propuesta de algunos (Richard Boyd (1984) y Michael Devitt (1984), por
ejemplo) de entenderlo como una hipótesis científica equiparable a cualquier
otra hipótesis perteneciente a la ciencia, en especial en lo que se refiere a
su capacidad para ser contrastado empíricamente. De acuerdo con ello, el
realismo científico pretendería describir el modo en que proceden los científicos
en la elaboración, interpretación y evaluación de teorías y, por lo tanto,
debería someterse a una contrastación empírica a partir de los datos
proporcionados por la historia de la ciencia y por otras disciplinas metacientíficas.
Estos datos bastarían para confirmarlo o desmentirlo. Sin embargo, creo que
esta propuesta ha de ser tomada con cautela. El análisis de las cinco tesis
realistas que hemos citado pone de manifiesto que el carácter empírico que
puedan tener es variable en cada una de ellas.
En
el realismo ontológico, ese carácter empírico parece, al menos en
principio, una cosa clara. Si se dice que las entidades teóricas postuladas
en una teoría bien establecida existen, parecería natural comprobarlo
acudiendo a la historia de la ciencia y juzgando, a la luz de lo que ahora
pensamos, si en efecto las teorías que estuvieron bien establecidas dada la
evidencia disponible en un momento dado, tenían como referentes entidades
reales. Algunos antirrealistas es esto lo que tienen en mente cuando acuden a
los ejemplos del flogisto, del éter, del calórico y otros casos de
referencia fallida en el pasado, y se preguntan si no sucederá lo mismo con
las entidades postuladas por las teorías vigentes hoy en día. Pero las cosas
son más complejas de lo que esta primera impresión nos deja ver.
En
primer lugar, hay que aclarar que el realismo reconoce sin dificultad que no
todos los términos teóricos utilizados en la ciencia tienen la misma función
epistemológica ni la misma índole semántica. El realismo acepta que no
todos pretenden designar directamente una entidad real. Los hay como 'electrón'
en física que sí parecen hacerlo. Pero los hay también como 'homo
oeconomicus' en economía o 'gas ideal' en física cuya finalidad es más
bien ofrecer modelos heurísticos acerca de realidades mucho más complejas.
Los hay incluso como 'color' y 'sabor', atribuidos como propiedades a los
quarks en la cromodinámica cuántica, que son puramente instrumentales. Y los
hay finalmente como 'inteligencia' en psicología o 'tiempo' en física sobre
los que se discute si hacen una cosa u otra.
Por
otra parte, el realismo científico no implica, pese a lo que escribe Nicholas
Rescher, que “las ideas de nuestra
ciencia de hoy describen correctamente el mobiliario del mundo real”. Ni
obliga a “adoptar categóricamente las implicaciones ontológicas del
teorizar científico precisamente conforme a la configuración propia del
nivel hoy alcanzado”.4
Tampoco pretende reclamar, como le imputa Putnam, la existencia de una sola
descripción verdadera del mundo, situada la modo de un límite asintótico
como meta final pero nunca alcanzable de la investigación.5
Dicho claramente: realismo, falibilismo, pluralismo y perspectivismo no son
doctrinas encontradas. No se ve ninguna razón por la cual el realismo científico
deba llevar a la conclusión de que “hemos comprendido las cosas a la
perfección, de suerte que nuestra
ciencia es la ciencia correcta y
ofrece la "última palabra" definitiva sobre estos problemas”.6
Al entender 'oxígeno', 'fuerza' o 'electrón' como términos que tienen un
correlato real no se presupone desde luego que hemos dicho la última palabra
sobre ellos, ni siquiera que no podamos estar equivocados sobre la existencia
de sus referentes. Significa tan sólo que nuestras teorías, provisionales y
falibles, nos dicen que el mobiliario del mundo es de cierta manera y que
aceptarlas conlleva habitualmente aceptar dicho mobiliario de forma también
provisional y falible.
Incluso
si supusiéramos –algo para lo que la historia de la ciencia no proporciona
motivos– que los casos de inexistencia de las entidades postuladas por las
teorías son los más frecuentes, ello no obligaría al realista a admitir que
las entidades teóricas deben ser consideradas como ficciones útiles antes
que como objetos reales. Tendría que conceder, eso sí, que nuestras teorías
habían fracasado hasta el momento (o en el periodo de tiempo de que se trate)
en lograr su verdadero fin: acceder a la estructura de lo real. Roger Trigg,
por ejemplo, no titubea en declarar: “si alguna vez decidimos que nuestra
ciencia actual auténticamente no representa la naturaleza del mundo, deberíamos
rechazar la ciencia, pero no repudiar el realismo”.7
Al antirrealista le parecerá esto una salida desesperada, ya que en cualquier
situación será siempre mejor abandonar el realismo que la ciencia, pero no
menos desesperada es la hipótesis de partida. El realista aduce que en tal
hipótesis, junto con el realismo nos habremos llevado por delante la ciencia
misma, pero no habremos avanzado un ápice en favor de algún tipo de
antirrealismo. El que un término teórico como 'flogisto' carezca de
referencia real no prueba que la mejor manera de entender su función en la química
del XVIII sea tenerlo por un instrumento predictivo o por una construcción de
los científicos. Para el realista es simplemente un término que fracasó a
la hora de encontrar referente; y la multiplicación de ejemplos no añade
nada al asunto. Paralelamente, tampoco se puede probar el realismo ontológico
haciendo un recuento de las teorías pasadas que acertaron en describir
entidades que hoy consideramos reales, porque eso da por supuesto lo que se
quiere probar: que las entidades referidas son reales y no instrumentos o
construcciones.
No
se trata de negar que las consideraciones empíricas ejerzan algún tipo de
influencia, positiva o negativa, sobre el realismo ontológico o sobre
cualquier otro. Si un análisis histórico consiguiera mostrar que la mayoría
de las términos teóricos de teorías bien establecidas fracasaron en su
referencia, el realismo ontológico quedaría en una posición bastante difícil,
(pero no fuera de juego, pues todavía podría resguardarse en su carácter
normativo y no descriptivo). Afortunadamente para el realismo eso no ha sido
mostrado hasta el momento.
Hay
que insistir, sin embargo, en que no es ésta una vía que al instrumentalista
le favorezca demasiado, porque lo que él afirma no es una cuestión de número.
El instrumentalista no dice que la mayoría de los términos teóricos sean
como 'flogisto', sino que todos los
términos teóricos ('oxígeno' igual que 'flogisto') han de ser entendidos
como herramientas conceptuales, y que ponerse a averiguar si tienen referente
real o no es una tarea equivocada, por carente de sentido, que malinterpreta
su función en el seno de las teorías. Razón por la que al instrumentalista
de nada le valen tampoco los ejemplos de teorías con referencia real que el
realista quiera ponerle por delante. La opción entre el realismo ontológico
y el instrumentalismo (o el constructivismo) determina el modo en que se
interpretarán los hechos. El realista considerará un hecho que 'oxígeno'
–a diferencia de 'flogisto'– es un término que se refiere a una entidad
real, y el instrumentalista pensará que la única diferencia entre ambos está
en que 'flogisto' pertenece a una teoría que ya no nos sirve para explicar
los fenómenos conocidos. Los “hechos” no son los mismos si se los
contempla desde un lado o desde otro, y no hay hechos más elementales o menos
reinterpretables a los que apelar.
En
una situación parecida se encuentra el realismo epistemológico. Como tesis
filosófica general acerca del conocimiento no puede ser probada o refutada
mediante ningún conjunto de datos. Pero también aquí el peso de los hechos
podría ser relevante para tomar una decisión, y dado el rápido crecimiento
de las ciencias cognitivas en las últimas décadas, con más razón que en el
caso anterior. Un realismo epistemológico excesivamente ingenuo (por
excesivamente empirista) que creyera en el “dogma de la inmaculada percepción”
y no diera a la mente cierto papel activo en el proceso de conocimiento; que
la considerara un “espejo de la naturaleza”, en expresión de Rorty, o un
cubo que se llena a través de los sentidos, en la gráfica imagen de Popper,
resultaría imposible de casar con lo que la psicología nos dice sobre los
procesos cognitivos.
Quizás
sean las restantes tesis realistas (realismo teórico, realismo semántico y
realismo progresivo) las que más alejadas parecen estar de posibles apoyos o
contraejemplos empíricos. Las tres se basan en la aceptación de la verdad
como elemento central en la interpretación de las teorías científicas, y la
verdad (su aceptación y su definición) es un asunto en el que los hechos
tienen un papel limitado. ¿Qué diferencia empírica
marcaría el que se atribuyera o dejara de atribuir a nuestras teorías el
predicado semántico 'verdadero'? Excepto, claro está, que algunos individuos
se sentirían más reconfortados en un caso que en otro. ¿Qué hechos variarían,
por ejemplo, para un científico del XIX que creyese que la teoría atómica
era verdadera frente a otro que pensara que sólo era empíricamente adecuada?
¿Y en qué hechos se dejaría apreciar una consecuencia distinta si se dijera
que la verdad debe interpretarse como una relación de las teorías con el
mundo, en vez de como una relación de las teorías con ciertas condiciones
epistémicas, o con otras teorías, o con un contexto de creencias delimitado
por ellas mismas?
De
nuevo aquí hay que insistir en que una relación de casos históricos en que
los científicos hubieran aceptado determinadas teorías sin creer en su
verdad, sino como instrumentos predictivos, no refutaría el realismo teórico
o el semántico, como no refutaba al ontológico. En efecto, es perfectamente
asumible para el realista –tanto como lo pueda ser para el
instrumentalista– el hecho de que los científicos aceptan sus teorías por
muy diversas razones, y entre ellas por su utilidad práctica, con
independencia de lo que piensen sobre su verdad. Es sabido que muchos químicos
del siglo pasado aceptaron la teoría atómica de Dalton a modo de recurso
heurístico y predictivo porque pensaban que el átomo no pasaba de ser una
ficción útil. A comienzos del siglo XX, Max Planck introdujo la noción de
cuanto de acción como un artificio matemático para hacer encajar las
ecuaciones con los resultados experimentales sobre la emisión y absorción de
energía, pero sin creer en principio que la radiación de energía fuera
realmente discontinua. Muchos físicos usan la función de onda como un
instrumento de cálculo y no considerarían adecuado hablar de su verdad o
falsedad, puesto que para ellos no refleja ningún estado real. Un realismo
atento a la historia de la ciencia no negará estos hechos ni otros muchos
similares.
Lo
que el realismo enfatiza, sin embargo, es que no toda teoría es aceptada sólo
por su valor instrumental ni todos los términos teóricos son heurísticos.
Para el realismo, en las ciencias maduras es la regla más que la excepción
que los términos teóricos pretendan referirse a algo real, en ocasiones a
través de un modelo muy idealizado (cualquier modelo es siempre una
idealización), y pretendan tener un valor ontológico y no sólo
instrumental. En tales casos, la aceptación de la teoría a la que pertenecen
suele comportar la creencia en la existencia de las entidades a las que se
refieren. Y en cuanto a los términos teóricos que no designan directamente
entidades supuestamente reales, en la medida en que en el seno de las teorías
establecen relaciones entre los restantes términos, y quedan ellos mismos
integrados en el conjunto, puede decirse que, de manera indirecta, se refieren
a propiedades o relaciones objetivas. Aunque su función sea principalmente
instrumental, modelizan aspectos concretos de la realidad que, en lo esencial,
se consideran similares al modelo.
Cuando,
sin embargo, los científicos aceptan una teoría sin creer en ella, sólo por
su utilidad práctica, todos los términos teóricos son tomados en plano de
igualdad como meros recursos predictivos. Esto ocurre de hecho en la ciencia,
pero el realista cree que la tendencia a largo plazo es que las teorías que
se aceptan sólo por su valor instrumental sean sustituidas por otras cuyas
entidades son tenidas por reales. Una razón para pensar así es que el que
los científicos no suelen sentirse muy satisfechos cuando en un ámbito
determinado de fenómenos cuentan sólo con teorías instrumentales o con
entidades teóricas en cuya existencia en el fondo no creen. Piensa el
realista que en tales circunstancias los científicos se preocupan por
establecer o desechar finalmente la existencia de esas entidades, ya que para
ellos mismos es importante buscar la razón del éxito instrumental de la teoría.
Si “salvar los fenómenos” fuera lo único que les importara ¿por qué
habrían de tomarse tantas molestias, por ejemplo, para detectar el neutrino?
Les debería bastar con postularlo como un recurso teórico sin preocuparse
por su existencia y desecharlo cuando dejara de convenirles. Algunos realistas
van más lejos y mantienen además que ese éxito se debe a que la teoría es
(aproximadamente) verdadera. Pero lo que ningún realista está obligado a
admitir es, como pretende van Fraassen, que toda aceptación de una teoría
por parte de los científicos implique que éstos creen en la verdad literal
de la teoría.8
Una cosa son los motivos que tienen los científicos para aceptar teorías,
que como queda dicho son muy diversos, y otra es la relación que las teorías
científicas mantienen con el mundo. El realismo es una respuesta a esto último.
Finalmente,
el realismo progresivo ha sido rechazado por aquellos que no admiten una
convergencia hacia una meta determinada en la ciencia, y ven en su historia
una sucesión de cambios más o menos discontinuos en los que hay pérdidas y
ganancias en lugar de retención de verdades. Para Kuhn y Feyerabend las
grandes teorías rivales son inconmensurables. Los criterios de estimación
con los que se las juzga, incluidos los criterios con los que determinar qué
ha de ser tenido por verdadero o por falso, son criterios basados en los
deseos, los valores, la ideología y la psicología de los científicos antes
que en la naturaleza de las teorías y en su relación con la evidencia empírica
disponible. Por tanto, cualquier evaluación comparativa entre estas teorías
será deudora de factores externos al contenido de las propias teorías. No
hay, para estos autores, progreso hacia teorías con mayor contenido de
verdad, porque ni siquiera podemos comparar el contenido de las teorías
rivales en términos de verdad objetiva. La verdad es a lo sumo una cuestión
intrateórica. Para Larry Laudan, en cambio, sí que hay criterios objetivos y
neutrales de comparación entre teorías rivales, pero la verdad no es uno de
ellos.9
Al menos no es el más adecuado para construir un modelo racional del progreso
científico. En gran medida con el fin de evitar las conclusiones radicales de
Kuhn y Feyerabend, Laudan prescinde del concepto de verdad en su filosofía y
define la ciencia como una actividad de resolución de problemas. La
racionalidad científica consiste simplemente en elegir teorías que sean cada
vez más efectivas en la resolución de problemas, sin que en ello intervenga
para nada la cuestión de la verdad o la verosimilitud de esas teorías. La
verdad queda eliminada como meta de la ciencia, y el progreso científico es
entendido como un aumento de la efectividad de nuestras teorías en la
resolución de problemas. No hay acumulación de contenido o de poder
explicativo. Unas teorías resuelven unos problemas, otras teorías resuelven
otros, que pueden coincidir parcialmente con los primeros. Lo que el progreso
exige es que las nuevas teorías resuelvan más problemas que las anteriores,
pero no exige que resuelvan todos los que resolvían las anteriores más
algunos otros.
Sin
embargo, tampoco estas críticas contra el realismo progresivo lo contraponen
a un cúmulo de hechos desnudos. Más bien lo sitúan ante diferentes
alternativas globales con las que interpretar el desarrollo de la ciencia.
Alternativas que no carecen ellas mismas de dificultades serias. El realismo
progresivo no enuncia una cuestión empírica, sino semántica. Un supuesto
acercamiento progresivo a la verdad no sería algo a contrastar sin más a
partir de la experiencia.
Como
puede verse, la cuestión de si el realismo científico es una hipótesis empírica
es más compleja de lo que parece. Hilary Putnam hace dos apreciaciones sobre
el carácter empírico del realismo que merece la pena reseñar. La primera es
que el realismo podría ser falso, y la segunda que los hechos son relevantes
para apoyarlo o criticarlo. Ambas cosas le mueven a decir que el realismo es
“como (like)
una hipótesis empírica”, pero añade inmediatamente que eso no significa
que el realismo sea una hipótesis como tal, ni que sea científico en el
sentido de que pertenezca a la ciencia.10
Si eso es lo que se quiere decir cuando se proclama que el realismo científico
es una hipótesis empírica, entonces quizás no haya mucho que discutir,
excepto para poner reparos a ese modo de expresión. En efecto, muchas ideas
filosóficas, incluida la existencia de un Dios bueno y omnipotente, cumplen
los dos requisitos que Putnam señala: podrían ser falsas, y hay hechos
relevantes en su favor o en su contra ¿diremos también de ellas que son como
hipótesis empíricas? Es de notar además que Putnam no dice que el realismo
sea una hipótesis empírica, dice sólo que es parecido
(like). Sin embargo, otros que han
afirmado el carácter empírico del realismo se han expresado con frecuencia
en unos términos que hacen pensar más bien en lo que Putnam con toda razón
niega, a saber, que el realismo científico es científico no tanto porque se
refiera a la ciencia, cuanto porque forma parte de ella, y que su carácter
empírico lo sitúa al lado de cualquier otra hipótesis científica, al menos
en lo que respecta a su modo de validación. Si fuera como dicen éstos, no se
entiende por qué el realismo no ha sido incorporado después de tanto tiempo
al acervo de conocimientos establecidos sobre una sólida base empírica (o
desmentido por la misma), al igual que otras hipótesis científicas, y por qué
esta discusión aún continúa. Resultaría un caso bastante insólito en la
historia de la ciencia.
Por
las razones expuestas, creo que el realismo, como concepción general del
conocimiento científico, es entendido de manera más adecuada en su función
interpretativa que como una hipótesis empírica similar a cualquier hipótesis
científica, y, por tanto, debe ser juzgado en la medida en que es capaz de
proporcionar una visión mejor o peor que sus rivales de nuestra relación
cognitiva con el mundo, y de dotar de sentido y coherencia a los numerosos y
multiformes aspectos de dicha relación. La evidencia empírica tiene, pues,
un papel que cumplir en este juicio, pero no con la preeminencia ni la
intensidad que se le otorga a la hora de contrastar una hipótesis científica.
III.
LA INFERENCIA DE LA MEJOR EXPLICACION
Uno
de los argumentos más plausibles con los que cuenta el realismo científico
en las versiones fuertes –las que aceptan el realismo teórico y el realismo
semántico– sirve para ilustrar lo que venimos diciendo. Se trata del
argumento que Gilbert Harman bautizó como 'inferencia de la mejor explicación'.11
En esencia, la inferencia de la mejor explicación es un tipo de inferencia
abductiva que consiste en lo siguiente: dado un hecho concreto a explicar, si
hay para él varias hipótesis explicativas posibles evidencialmente
equivalentes, pero una de ellas es claramente la mejor en lo que se
refiere a su poder explicativo, es decir, proporciona la explicación más
probable, o la más elegante, o la más profunda, o la más simple, o la menos
rebuscada, o la que mejor coordinación da a los detalles, o la más
comprehensiva, o la más coherente con explicaciones anteriores, etc.,
entonces (en ausencia de otras circunstancias relevantes que pudieran
modificar la decisión) debe aceptarse esa hipótesis en lugar de las otras.
En
la ciencia, este tipo de inferencia es empleada a menudo. Un ejemplo puede
darlo el muy conocido experimento de Rutherford sobre la estructura de los átomos.
En torno a 1910 Ernest Rutherford había observado en su laboratorio de física
que cuando se bombardeaban finas láminas de oro con un haz de partículas a,
que tienen carga positiva, son muy masivas y poseen una gran energía cinética,
la gran mayoría de ellas, como era de esperar, atravesaban la lámina y salían
dispersadas con un pequeño ángulo de inclinación. Pero encontró también,
para su sorpresa, que algunas de ellas rebotaban frontalmente y salían
despedidas hacia atrás. Según sus propias palabras era algo así como si se
disparase con una bala de 15 pulgadas contra un papel de seda y el proyectil
se volviese contra el que dispara. Rutherford pensó que ese efecto de
retroceso debía ser el resultado de una colisión, y que sólo podía
obedecer al hecho de que los átomos de la lámina tenían la mayor parte de
su masa concentrada en un núcleo con carga eléctrica positiva rodeado de
electrones relativamente muy alejados del núcleo. El modelo atómico nuclear
era para Rutherford la mejor explicación del fenómeno de dispersión de las
partículas a,
el cual no sólo carecía de explicación en el modelo atómico entonces
vigente, el de Thomson, sino que era inexplicable.
Esta
misma estructura de argumentación fue la empleada, por citar otro caso
conocido, en 1913 por el químico francés Jean Perrin para establecer más
allá de toda duda razonable la existencia de los átomos. La mejor explicación
del hecho de que mediante trece procedimientos muy diversos se obtuviese
siempre un valor coincidente del número de Avogadro era suponer que las moléculas
y, por ende, los átomos existían realmente.
Este
segundo ejemplo indica que la inferencia de la mejor explicación sirve para
algo más que para encontrar la causa más probable de un fenómeno
particular, como la desviación de las partículas a.
Sirve de igual manera, o al menos eso se pretende, para establecer la
existencia de ciertas entidades teóricas como los átomos, es decir, para
mostrar que ciertos términos teóricos con un papel central en teorías
concretas tienen una referencia genuina. Es un argumento que puede venir así
en ayuda, y muy eficaz por cierto, del realismo ontológico.12
Pero no queda ahí el uso que se hace de él. Como hemos dicho, el mismo
esquema argumentativo ha sido utilizado por algunos realistas no ya para
defender la existencia de esta o aquella entidad teórica concreta, sino para
apoyar directamente el realismo científico. Veamos cómo.
La
ciencia es una actividad sumamente exitosa. Nos permite un manejo asombroso de
los fenómenos naturales que se viene incrementando ininterrumpidamente desde
su nacimiento. Las nuevas teorías tienen más éxito que las anteriores en
ese manejo. Algunas de ellas, como la teoría cuántica, superan en eficacia
predictiva, en exactitud y en aplicaciones prácticas todo lo que hubiera
podido soñar un científico hace apenas cien años. Este aumento de la
eficacia y este éxito sin rival es algo sobre lo que realistas y
antirrealistas coinciden sin problemas. Para los instrumentalistas el éxito
es el objetivo mismo de la elaboración de teorías, el rasgo definitorio del
conocimiento auténtico; pero también un dato último. El realista, sin
embargo, no se contenta con quedarse ahí, en el dato del éxito. Quiere
averiguar además por qué se produce, qué es lo que hace que las teorías
científicas sean tan buenos instrumentos para manejar el mundo. Muchos
realistas creen que la mejor explicación del éxito de las teorías científicas
en su tarea instrumental consiste precisamente en suponer que el mundo es en
realidad (al menos de manera aproximada y sin descartar la posibilidad del
error) como dicen las teorías. Bajo esta forma, la inferencia de la mejor
explicación ha sido llamada también “argumento del milagro”, ya que en
él se considera que si las teorías científicas no fuesen una descripción
verdadera del mundo real, entonces el éxito de la ciencia sería un milagro
incomprensible. Cuando aún era un realista corriente (y creía en la teoría
de la verdad como correspondencia), Putnam fue uno de sus principales
valedores:
“Si
hay tales cosas [electrones, espacio-tiempo curvo, moléculas de ADN],
entonces una explicación natural del éxito de estas teorías es que son informes
parcialmente verdaderos de su comportamiento. Y una explicación natural
del modo en que las teorías científicas se suceden unas a otras –por
ejemplo, el modo en que la Relatividad einsteiniana sucedió a la Gravitación
Universal newtoniana– es que se reemplaza una explicación parcialmente
correcta/parcialmente incorrecta de un objeto teórico –digamos, el campo
gravitatorio, o la estructura métrica del espacio, o ambos– por una
explicación mejor del mismo objeto
u objetos. Pero si estos objetos no existen realmente, entonces es un milagro
que una teoría que habla de acción gravitatoria a distancia prediga con éxito
los fenómenos; es un milagro que
una teoría que habla de espacio-tiempo curvo prediga con éxito los fenómenos;
y el hecho de que las leyes de la teoría anterior sean derivables 'en el límite'
de las leyes de la teoría posterior no tiene significación metodológica”.13
No
es necesario, sin embargo, ser tan terminante para que el argumento funcione.
El instrumentalista puede tener una explicación del éxito que no lo deje
relegado al ámbito de lo providencial. Para beneficio del argumento basta con
que esa explicación sea peor que la del realista. Lo que el realista afirma
no es que la verdad sea la única
explicación del éxito práctico de
una teoría concreta, sino que es la mejor
explicación del éxito generalizado y creciente del conocimiento científico.
El éxito puede ser debido en ocasiones puntuales a otros factores aparte de
la verdad, por ejemplo, al azar. Las causas del éxito de una teoría
determinada pueden variar, y es evidente que ideas equivocadas pueden llevar a
resultados prácticos exitosos. La construcción de las primeras máquinas de
vapor se llevó a cabo sobre la base teórica de que el calor era un fluido
sutil (el calórico) que pasaba de los cuerpos calientes a los cuerpos fríos.
También, como nos recuerda Rescher, los navegantes se orientaron muy bien
durante siglos pensando que las estrellas estaban fijas en la bóveda celeste,
algo que no puede ser considerado hoy ni siquiera como “aproximadamente
verdadero”.14
Por eso el realista precavido no sostiene que del éxito de una teoría se
infiere necesariamente su verdad. No tiene, pues, por qué sentirse abrumado
ante la lista que Laudan presenta con teorías que fueron exitosas en su
tiempo y que después fueron abandonadas como falsas. Lista que incluye, entre
otras, la teoría del flogisto, la teoría del calórico, la teoría de las
fuerzas vitales en fisiología, y la teoría del éter electromagnético.15
Decir que la mejor explicación del éxito de las teorías es su verdad
aproximada no es lo mismo que decir que del éxito de una teoría se infiere
necesariamente su verdad o que los términos principales de una teoría tengan
un referente real. Ahora bien, un éxito prolongado y repetido de una teoría
en situaciones diversas sí es para el realista una señal –por supuesto
falible– de que entre la teoría y la realidad existe algo más que una
adecuación empírica. ¿Por qué si no esta adecuación empírica continuaría
dándose en las situaciones nuevas? Por otro lado, aun cuando una teoría
falsa pueda circunstancialmente tener éxito, es difícil ver cómo el
crecimiento exponencial de la ciencia, así como la coherencia y el apoyo
mutuo de diversas teorías con éxito en ámbitos diferentes, pueda ser
explicado sin recurrir de algún modo al concepto de verdad.
Para
sus partidarios, la fuerza del realismo está en tener un mayor poder
explicativo que sus alternativas rivales. El realista cree que él puede
explicar incluso el éxito temporal de teorías falsas, mientras que para el
instrumentalista todo éxito es un misterio. Así, al mencionado ejemplo de
Rescher, vale oponer las palabras de Smart: “[...] el sistema ptolomeico
puede proporcionar casi las mismas predicciones relativas a los movimientos
aparentes de los planetas que la hipótesis copernicana. De ahí que el
presupuesto de la verdad realista de la hipótesis copernicana explique la
utilidad instrumental de la ptolomeica. Tal explicación de la utilidad
instrumental de determinadas teorías no sería posible si todas
las teorías fuesen consideradas como meramente instrumentales”.16
A
menos que se quiera inventar al maniqueo para darse el placer de refutarlo, se
debe conceder al realismo la mejor forma de sus argumentos y no atribuirle más
cosas que las que en ellos se contengan. Independientemente de los errores o
exageraciones de este o aquel realista, el argumento de la mejor explicación
en esta versión que comentamos se limita a sentar dos premisas, la primera de
las cuales es compartida por el antirrealismo:
a)
Las teorías en las ciencias maduras tienen éxito.
b)
La mejor manera de explicar ese éxito es suponer que la realidad es, de
manera aproximada, como dicen dichas teorías.
La
tesis b) afirma que la hipótesis realista es la que mejor explica el hecho
del éxito, esto es, que el éxito práctico de la ciencia es lo que
razonablemente cabe esperar si se
admite que las entidades teóricas postuladas por las teorías existen
realmente (realismo ontológico), y también que la estructura que las teorías
intentan imponer al mundo encajan con él al menos en sus líneas principales
(realismo epistemológico y semántico). Así pues, lo que se afirma es que de
las múltiples conceptualizaciones que se pueden hacer de la realidad,
cualquiera que sea exitosa, muy posiblemente lo será porque guarda similitud
con el modo de ser de lo real. Debe destacarse ante todo que el realismo no se
presupone como una posición ya establecida y aceptada, sino como una hipótesis
explicativa entre otras posibles. Se parte de su posibilidad y de las
consecuencias que de ello se seguirían. Además, tanto la referencia genuina
como la verdad aproximada, son necesarias para que el argumento se sostenga en
pié. El realismo ontológico por sí sólo no bastaría. Una teoría errónea
y carente de éxito podría contener empero términos con referentes realmente
existentes. La teoría galileana de las mareas, que las atribuía a la suma
nocturna y a la substracción diurna de los movimientos de traslación y
rotación de la Tierra, que en el primer caso tienen la misma dirección y en
el segundo la contraria, es una teoría falsa, sin éxito (predecía una marea
diaria, en lugar de dos), pero con referencia genuina. En la crítica de
Laudan al realismo convergente hay algunos aspectos mal caracterizados contra
los que Laudan arremete como si realmente fueran tesis esenciales del
realismo. Entre ellos está precisamente éste: “La afirmación del realista
de que debemos esperar que las teorías con referencia sean empíricamente
exitosas es simplemente falsa”.17
Tal cosa es, en efecto, una falsedad manifiesta, sólo que el realista no
tiene por qué sostener esa afirmación.
Para
mayor claridad digamos que la inferencia de la mejor explicación no
contiene ni explícita ni implícitamente ninguno de estos otros supuestos:
1.
Una teoría cuyos términos teóricos no refieren no puede tener éxito jamás.
2.
Una teoría cuyos términos teóricos refieren tiene éxito siempre.
3.
El éxito de una teoría justifica su verdad.
Dicho
en pocas palabras, el realista afirma que la referencia genuina de los términos
centrales de una teoría junto con la verdad aproximada es la mejor explicación
de su éxito instrumental. Pero no afirma que el éxito instrumental de una
teoría implique necesariamente la referencia genuina de sus términos o su
verdad.
Aclarado
esto, puede exculparse al realista de la acusación de cometer la falacia de
afirmación del consecuente, es decir, de efectuar el siguiente razonamiento
incorrecto:18
p
es verdadera ®
la aplicación de p tendrá más éxito
que la de sus alternativas falsas p',
p'', etc.
La
aplicación de p tiene más éxito
que sus alternativas.
Por
lo tanto, p es verdadera.
Decir
que A es la mejor explicación de Z no es lo mismo que decir que A implica Z o
que Z implica A. Es simplemente afirmar que cuando se da Z, de todas las
explicaciones posibles (A, B, C, etc.) de Z, la mejor es A. La idea de que A
explica Z mejor que B o C representa una valoración comparativa entre
diversos explanans posibles, pero
no conduce en ningún momento a la tesis de que explicar sea implicar, de que
una explicación de un hecho ha de adoptar necesariamente la forma de una
implicación entre el explanans y
el explanandum. Tras décadas de
discusión sobre los modelos de explicación científica, no hace falta
insistir mucho en que el concepto de implicación es en exceso restringido
para dar cuenta del modo en que funciona la explicación en la ciencia. Sólo
algunas veces encajan las explicaciones científicas con la forma de
argumentaciones en las que el hecho explicado es implicado por las premisas
explicativas. Con mayor razón habrá, pues, que descartar este esquema
estrecho en ámbitos menos formales y rigurosos que la ciencia.
Si
oímos pequeños ruidos por la noche y vemos por la mañana que ha
desaparecido el queso de la despensa, la mejor explicación es suponer la
presencia de un ratón en la casa. Sin embargo, esto no excluye la posibilidad
de que se produzca el ruido y desaparezca el queso sin que haya un ratón
(alguien puede haberse llevado el queso y el ruido puede producirlo el perro
del vecino). Tampoco se excluye la posibilidad de tener un ratón en casa y no
oir ningún ruido ni ver desaparecer el queso. Por lo tanto, ni ruido y
desaparición del queso implica ratón, ni ratón implica ruido y desaparición
del queso. Aún así, se concederá que, dado que se oye ruido y el queso
desaparece, lo más probable es que
tenga un ratón en casa. O si se quiere, la probabilidad de oir ruidos y ver
desaparecer el queso es mayor si se tiene un ratón en casa que si no se
tiene, y por lo tanto, el dato de los ruidos y la desaparición del queso,
proporciona buenas razones para creer que el ratón existe de hecho.
Este
mismo análisis es trasladable al caso de la verdad y el éxito de las teorías.
El realista puede conceder a Laudan que éxito no implica verdad. Puede
reconocer asimismo que la supuesta verdad de una teoría no tiene por qué
conseguir más éxito que la supuesta falsedad de otra. Y con todo ello, el
realista puede sin embargo seguir manteniendo coherentemente que la mejor
explicación del éxito prolongado es la verdad, porque (dadas ciertas
condiciones acompañantes, como la habilidad técnica, los recursos adecuados
o el tiempo suficiente) es probable tener éxito instrumental con teorías
verdaderas. En cambio, si las teorías son totalmente falsas o se proponen al
azar, no es normal esperar que se consigan con ellas resultados apreciables en
el manejo de los fenómenos, aun cuando puedan darse ocasionalmente casos en
que así suceda.
Sin
embargo, ésta no es la única crítica que ha recibido la utilización de la
inferencia de la mejor explicación como argumento en favor del realismo. Se
ha objetado también que cuando se aplica para probar la verdad de las teorías,
el argumento se torna circular. El realista –se dice– no puede lícitamente
concluir la verdad del realismo a partir de la tesis de que el realismo es la
mejor explicación del éxito instrumental de la ciencia porque entonces da
por sentado que la hipótesis que mejor explica unos hechos ha de ser
verdadera, y eso es justamente lo que el antirrealista no acepta. Para el
antirrealista, que algo sea la mejor explicación de un hecho no es garantía
de su verdad. Él niega que la inferencia de la mejor explicación sea una
inferencia legítima cuando se aplica a cosas inobservables. El argumento sólo
sería concluyente para aquellos que ya están previamente convencidos del
realismo, para aquellos que piensan que una buena explicación es una señal
de la verdad en lugar de un informe empíricamente adecuado.19
Van
Fraassen ha formulado esta objeción de manera precisa. Por una parte –aduce
en The Scientifc Image–, la
afirmación realista de que estamos dispuestos a creer que la hipótesis o
teoría que mejor explica una serie de fenómenos es verdadera es ella misma
una hipótesis psicológica que puede ser sustituida por otra rival, a saber:
que estamos dispuestos a creer que la hipótesis o teoría que mejor explica
los fenómenos es empíricamente adecuada, es decir, que los fenómenos
observables son como la teoría dice. Son dos hipótesis posibles, una
realista y la otra antirrealista, y “casos como el del ratón en el
entablado –añade van Fraassen– no pueden proporcionar una evidencia
eficaz entre estas dos hipótesis rivales. Pues el ratón es
una cosa observable; por lo tanto, 'hay un ratón en el entablado' y 'todos lo
fenómenos observables son como si hubiera un ratón en el entablado' son
totalmente equivalentes; cada una implica a la otra (dado lo que sabemos sobre
ratones)”.20
Así pues, según esto, el argumento presupone que una hipótesis que mejor
explica los hechos es, por eso mismo, verdadera; lo cual es ya una concepción
de la explicación peculiar del realismo. La regla de inferencia es
cuestionada, pero lo es a través de la noción de verdad que se encierra tras
ella. Para el antirrealista no hay por qué creer que la hipótesis que mejor
explica ciertos fenómenos es verdadera; basta con creer que es empíricamente
adecuada.
Por
otro lado –continúa van Fraassen en las mismas páginas–, aun si se
aceptara que debemos tomar como verdadera la mejor explicación de un fenómeno,
el argumento necesita una premisa adicional para ser correcto. La inferencia
de la mejor explicación parte de la posesión de un elenco de hipótesis
diferentes para explicar un fenómeno, y de ellas se elige la que proporciona
una explicación mejor que las otras. Ahora bien, ¿cómo han de ser las hipótesis
de ese conjunto inicial? Para el realista deberán ser hipótesis que
expliquen las regularidades observadas (señalando, por ejemplo, una causa
objetiva, aunque quizás no observable, de esas regularidades), pero el
antirrealista se conforma con hipótesis de la forma 'la teoría Ti
es empíricamente adecuada', tomando las regularidades como un hecho bruto y
sin intención de recurrir a nada más allá de las mismas. “Así, el
realista necesitará su especial premisa extra de que toda regularidad
universal en la naturaleza necesita una explicación [...]. Y esta es
justamente la premisa que distingue al realista de sus oponentes”.21
He aquí, pues, el segundo motivo para imputar circularidad a la inferencia de
la mejor explicación. El argumento central del realista, al que van Fraassen
denomina 'argumento final' (ultimate
argument), podría ser escrito así:
Premisa
extra: Toda regularidad necesita explicación [que puede incluir entidades
inobservables].
Premisa
1: [Es una regularidad constatable que] las teorías en las ciencias maduras
tienen éxito.
Premisa
2: La mejor explicación de ese éxito instrumental de las teorías científicas
es suponer que la realidad es, de
manera aproximada, como dicen la teorías.
[Regla
de inferencia abductiva: Si hay una hipótesis que es la que mejor explica una
regularidad, conclúyase esa hipótesis]
luego
La
realidad es, de manera aproximada, como dicen las teorías científicas de las
ciencias maduras [incluyendo las entidades inobservables].
Según
van Fraassen, al aceptar la premisa adicional el realista ya estaría
presuponiendo el realismo, porque la exigencia de buscar explicaciones a las
regularidades factuales da por sentado que tras esas regularidades hay
realmente causas inobservables. En consecuencia, sería circular usar el
argumento para concluir la existencia de dichas causas. El argumento quiere
probar la existencia de entidades inobservables (y de afirmaciones verdaderas
sobre ellas), pero la razón que aduce para ello es que eso permite la mejor
explicación del éxito de la ciencia, y la noción realista de mejor
explicación contiene ya la idea de que tales entidades inobservables existen
y se puede afirmar con verdad cosas sobre ellas.
En
cuanto al éxito de la ciencia, aceptando que reclame él mismo una explicación,
hay, según su criterio, una alternativa mejor que la realista. En la medida
en que facilita la interacción entre el ser humano y su entorno, la ciencia
es un fenómeno biológico. Lo oportuno será entonces explicar en términos
biológicos (darvinistas) la razón de su éxito. Van Fraassen lo aclara con
un ejemplo. El hecho de que el ratón huya del gato puede ser explicado de dos
maneras. Puede decirse que “el ratón percibe
que el gato es su enemigo, y por tanto el ratón corre”. Esta es la
explicación de San Agustín y, como la del realista, implica la adecuación
entre el “pensamiento” del ratón y el mundo. Pero un darvinista dará una
explicación muy diferente. Para él, la pregunta de por qué el ratón huye
de su enemigo el gato es ociosa. Una especie que no se protege de sus enemigos
naturales no sobrevive, por tanto todas las especies que hay lo hacen. Si se
razona del mismo modo con respecto a las teorías científicas, se obtiene una
explicación de su éxito que no necesita recurrir al concepto de verdad:
“El éxito de la ciencia no es un milagro. Ni siquiera es sorprendente para
una mente científica (darvinista). Pues cualquier teoría científica nace a
una vida de feroz competición, en una selva de garras y colmillos
enrojecidos. Sólo las teorías exitosas sobreviven –las que de
hecho se adhieren a las regularidades reales de la naturaleza”.22
Como
se ve, las objeciones de van Fraassen afectan a los diversos usos señalados
del argumento. Todos presupondrían la noción de que la mejor explicación de
un fenómeno ha de ser una hipótesis verdadera. Y todos presupondrían que
las regularidades empíricas (desaparición del queso o de los muebles,
resultados de mediciones experimentales, éxito instrumental de las teorías)
no son regularidades brutas, sino que necesitan una explicación en el sentido
realista. No obstante, en la medida en que el uso que él denomina 'argumento
final' es el más fuerte, será en dicho uso en el que me centraré, pues si
éste se salva de las críticas, será posible también salvar a los otros
menos problemáticos.
Las
réplicas a las objeciones de van Fraassen se han basado en dos líneas de
defensa: 1) la circularidad del argumento o no existe o, si existe, no es
fatal para el argumento, y 2) La explicación del éxito que da van Fraassen
no explica nada en realidad, sobre todo no explica el éxito predictivo de
nuevos fenómenos. Por razones de espacio, aquí sólo me puedo ocupar de la
primera.23
Dentro
de esa primera línea, Peter Lipton ha comparado la circularidad de la que se
acusa a la inferencia de la mejor explicación con la circularidad que desde
Hume se atribuye típicamente a la justificación inductiva de las inferencias
inductivas. Solemos confiar en las inferencias inductivas porque vemos que han
tenido éxito en el pasado y de ahí inferimos que seguirán teniendo éxito
en el futuro. Pero esta inferencia en la que se sustenta nuestra confianza es
ella misma una inferencia inductiva, con lo cual se da por supuesto lo que
queremos probar –que la inducción merece nuestra confianza–, y estamos
incurriendo, por tanto, en una justificación circular, en una petitio
principii. Ahora bien, según Lipton, es difícil dar una caracterización
unívoca de qué sea la circularidad en un argumento. Él considera que la
noción de circularidad es relativa a la audiencia ante la que se exponga el
argumento. Lo que para unos es una argumentación circular para otros puede no
serlo. Así, para alguien que mantenga una actitud escéptica ante la inducción,
su justificación inductiva será una mera falacia; en cambio, para los que
previamente están dispuestos a confiar en la inducción, su justificación
mediante una inferencia de tipo inductivo no es falaz, puesto que “nada hay
de ilegítimo en dar argumentos para creencias que uno ya mantiene”.24
La justificación inductiva de la inducción no convencerá al escéptico,
pero eso no significa, según Lipton, que carezca de valor para los que
aprueban la inducción. Y lo mismo le sucedería a la inferencia de la mejor
explicación, es circular para el antirrealista, pero no para el realista,
quien por tanto la puede usar legítimamente en defensa de su posición.25
La
réplica de Lipton es, en mi opinión, insuficiente, ya que en el mejor de los
casos respondería sólo a la primera de las imputaciones que hace van
Fraassen, no a la segunda. Se puede interpretar, en efecto, que van Fraassen
efectúa contra la inferencia de la mejor explicación la misma crítica que
Hume hiciera contra las inferencias inductivas en general: pretender
justificar la regla de inferencia en la que fundamentan su corrección en una
inferencia del mismo tipo. Es decir, así como los intentos de justificar
inductivamente la regla de inferencia inductiva la están ya presuponiendo de
antemano, se comete el mismo error si se quiere ahora justificar la regla de
inferencia abductiva recurriendo a su éxito en la práctica científica, o
sea, si se la quiere justificar abductivamente. La circularidad aludida es
entonces una circularidad relativa a la justificación
de la inferencia y, por tanto, se puede entender a Lipton cuando replica que
al que la acepta previamente como una forma válida, la acusación no le
impresiona demasiado. No sería inoportuno en este punto traer a colación las
respuestas que los defensores de la inducción han dado reiteradamente a las
tesis de Hume. Por un lado, parece que pedirle a la inducción una justificación,
en el sentido de encontrarle un fundamento firme que garantice su fuerza
demostrativa al modo de las inferencias deductivas –esto es, que establezca
la verdad de las conclusiones dada la verdad de las premisas– es una
exigencia desmedida y fuera de lugar. Por otro lado, si lo que se reclama
cuando se pide una justificación de la inferencia inductiva son sólo buenas
razones para aceptar su validez como modo de inferencia, una razón más que
suficiente es su eficacia en el pasado. Con ello se recurre, bien es verdad, a
un argumento inductivo, pero la circularidad aquí detectable no tiene un carácter
vicioso si no se insiste en exigir que cualquier justificación sea una
justificación última.
No
obstante, caben respuestas más directas y ajustadas a la primera objeción de
van Fraassen. Éste no acepta que una hipótesis que mejor explica unos fenómenos
sea por eso verdadera, sino sólo empíricamente adecuada; y sostiene que, por
ejemplo, en lugar de creer en la verdad de la hipótesis 'Tengo un ratón en
casa', se ha de creer sólo en que todo es como sí tuviera un ratón en casa.
Pero ¿qué ocurre si se procede del mismo modo cuando el argumento se utiliza
para apoyar directamente el realismo? Supongamos que el antirrealista
admitiera la posibilidad de que la mejor explicación del éxito de la ciencia
es el realismo (ontológico, epistemológico y semántico). Eso, según la
argumentación de van Fraassen, no debería llevarlo más que a la conclusión
de que el realismo era empíricamente adecuado, pero no verdadero.26
En otras palabras, lo que el argumento nos debiera conducir a creer no es que
la realidad es, de manera aproximada, como dicen las teorías de las ciencias
maduras, sino que todos los fenómenos observables son como
si la realidad fuera, de manera aproximada, como dicen las teorías de las
ciencias maduras. Sin embargo, al hacer esto, el antirrealista no sólo iría
contra la manera habitual de entender lo que significa ser la conclusión de
una inferencia (inductiva o deductiva) válida, sino que estaría formulando
una tesis bastante peculiar: “el realismo es empíricamente adecuado, pero
no verdadero”. Aún cuando esta afirmación tuviera algún sentido, el
resultado va más en contra del antirrealista que del realista. De hecho,
negar el realismo para sostener después que las apariencias fenoménicas se
estructuran como si hubiera una realidad independiente homóloga es, como ya
enseñó Shimony, hacer al fenomenismo parasitario del realismo.27
El
realista parte de la premisa de que la mejor explicación del éxito de las
teorías es la suposición de que la realidad es como las teorías dicen. Si
el antirrealista concede esta premisa, entonces ya no tiene armas para
descalificar el argumento, porque en tal caso debe admitir que pueda haber
buenas hipótesis explicativas que vayan más allá de lo puramente fenoménico,
y no tiene sentido que lo excluya en la regla de inferencia. Una vez admitidas
las mismas premisas y la validez del argumento, la conclusión ha de ser igual
para todos; aunque, teniendo en cuenta que se trata de un argumento inductivo,
cabe la posibilidad de que las premisas sean verdaderas y no lo sea la
conclusión. Así pues, si se decide a aceptar la verdad de las premisas, el
antirrealista se priva de la única salida que le quedaba para mantener la
circularidad.
Sin
embargo, la circularidad que van Fraassen le imputa en segundo lugar a la
inferencia de la mejor explicación es de una clase diferente y menos
excusable en caso de ser cierta. Es una
circularidad en el argumento propiamente dicho, no en su justificación como
modo de inferencia. Según nos dice, el argumento quiere establecer una
conclusión que ya se da por supuesta en las premisas. En otras palabras, no
rechaza en este caso la inferencia de la mejor explicación porque se
justifique a su vez mediante una inferencia de la mejor explicación. La
rechaza porque el contenido de la inferencia es circular. Está claro que no
se le puede aplicar ahora la misma estrategia de defensa que a los argumentos
inductivos en general. De lo contrario, cualquier petitio
principii estaría en el mismo caso.
Como
ya vimos, la circularidad imputada consiste en aceptar entre las hipótesis
explicativas posibles algunas que, por incluir entidades inobservables, ya
presuponen el realismo. Lo ilegítimo sería, por tanto, introducir una
realidad inobservable detrás de los fenómenos, dando por sentada y no
problemática la pretensión de que el argumento sirve para establecer
explicaciones transfenoménicas de regularidades fenoménicas. Para el
realista esas regularidades reclaman efectivamente una explicación, mientras
que para el antirrealista no hay nada que explicar: hay que tomarlas como son.
Ahora bien, ¿hace realmente circular al argumento la pretensión del
realista? Yo creo que no.
El
antirrealista está en su derecho de parar la petición de explicaciones una
vez que se alcanzan determinadas regularidades fenoménicas, aunque
ciertamente es una exigencia bastante difícil de cumplir, pues el propio van
Fraassen se siente obligado a dar una explicación del éxito de la ciencia.
Es verdad que lo hace como si fuera una concesión provisional a las
pretensiones realistas, como para mostrar que puede vencerle en su mismo
terreno, pero luego se toma el trabajo en nota a pié de página de defender
su explicación frente a las objeciones.
Al
reclamar una explicación de las regularidades fenoménicas, el realista deja
abiertas posibilidades que el antirrealista niega, pero ciertamente está en
su derecho de hacerlo. Esas posibilidades incluyen la postulación de la
existencia de entidades inobservables. Sin embargo, es importante notar que el
realista parte en su argumento de la mera
posibilidad de tal cosa. Entre otras hipótesis explicativas posibles, el
realista cuenta con algunas en las que el antirrealista no está dispuesto a
seguirle porque introducen entidades inobservables. En un caso típico, el
argumento acepta la posibilidad de estas hipótesis explicativas, sostiene
además que una de ellas es la mejor entre las otras alternativas igualmente
posibles, y concluye que debe ser aceptada como verdadera. Desde este punto de
vista no hay circularidad alguna. Se parte de la posibilidad de una hipótesis
para concluir su verdad. La circularidad habría estado en partir de la verdad
de una hipótesis para concluirla sin más. Dicho de otro modo, el argumento
de la mejor explicación no presupone la verdad del realismo, sino la
posibilidad de que sea verdadero; no lo da desde el principio como admitido,
sino sólo como alternativa a considerar.
4.
CONCLUSIONES
'Realismo
científico' es una denominación ambigua y hasta cierto punto difusa que ha
englobado posiciones muy diferentes (e. g. Putnam y Bunge) y que ha recibido
interpretaciones diversas. Para centrar la discusión, aquí hemos entendido
que designa un cierto modo de concebir la relación entre las teorías
científicas y la realidad. Una vez desglosado en varias tesis, hemos
mostrado que éstas no han sido, ni tienen por qué ser, aceptadas en bloque.
Sobre todo, hay que saber que la opinión que se adopte acerca del problema de
la verdad (si es o no un objetivo de la ciencia, y si lo es, cómo
entenderla), no compromete necesariamente en lo que se piense acerca de la
existencia de las entidades teóricas y de la independencia de la realidad con
respecto a nuestros procesos cognitivos. Algunas de estas tesis que integran
el realismo tienen un carácter más empírico que otras. Todas, sin embargo,
se entienden mejor como principios interpretativos, teniendo siempre presente
que las consideraciones empíricas, aunque relevantes para enjuiciarlas, no
pueden servir como evidencia para la validación o refutación de ninguna de
ellas. Dicho de otro modo, el realismo científico no pertenece a la ciencia
empírica. No es propiamente una teoría científica sobre la ciencia, puesto
que versa sobre la mejor manera de interpretar nuestros conceptos y teorías
científicos, lo cual no es una cuestión empírica. Tal como se lo entiende
habitualmente, pertenece a la filosofía de la ciencia; pero como otras muchas
doctrinas filosóficas, no carece de consecuencias empíricas que lo puedan
presentar con un grado mayor o menor de plausibilidad. El estudio de
cuestiones empíricas, tales como el tipo de procesos mentales que conducen a
la elaboración de teorías, los procedimientos institucionalizados o
relativamente improvisados por los que los científicos consiguen el acuerdo
sobre la aceptación de éstas, o la función de adaptación al medio que el
conocimiento científico pueda cumplir, son sin duda pertinentes y hasta
relevantes en la evaluación de cualquier teoría epistemológica. No es
posible hoy una epistemología fundamentada exclusivamente en la metafísica.
Pero también hay que decir que, al menos por el momento, la idea de una
epistemología completamente naturalizada, esto es, convertida ella misma en
una ciencia, es sólo un proyecto incipiente.
La
inferencia de la mejor explicación es quizá el arma más poderosa con la que
cuenta el realismo; lo que explica que sea tan criticada por los
antirrealistas. No obstante, adecuadamente formulada, puede escapar de las
objeciones más fuertes presentadas hasta el momento. La inferencia de la
mejor explicación no comete la falacia de afirmación del consecuente (objeción
que suelen hacer contra toda inferencia inductiva aquellos que se dejan
seducir por el maximalismo deductivista). Tampoco es una petitio
principii cuando se la usa explícitamente para argumentar en favor del
realismo. Se trata de un modo de inferencia ampliamente usado en la vida
cotidiana y con un más que notable historial en la investigación científica.
No es razonable descalificarla sólo porque el realista ha hecho uso de ella
en favor de su concepción de la ciencia. Por lo normal aceptamos una hipótesis
(dejemos de lado si la consideramos además verdadera) cuando es la mejor
explicación de una serie de fenómenos. ¿Por qué ese procedimiento
inferencial debería ser recusado cuando el realista lo emplea para explicar
la serie de éxitos pasados y presentes de determinadas teorías? La respuesta
del realista es que la verdad aproximada de las teorías explicaría muy bien
dicho fenómeno del éxito y concluye que debe aceptarse la hipótesis de que
nuestras mejores teorías son aproximadamente verdaderas o, si se quiere, que
la realidad es, de manera aproximada, como dicen las teorías de las ciencias
maduras.
Ciertamente,
el uso de la inferencia para concluir la existencia de entidades inobservables
(electrones, genes, quarks, agujeros negros) cuando éstas permiten explicar
causalmente una variedad de fenómenos, está mejor asentado y tiene mejor
historial que el uso de la inferencia en su forma de “argumento final”
para explicar el éxito de las teorías científicas. Esto ha llevado a Nancy
Cartwright a distinguir entre la “inferencia de la causa más probable”,
que iría de efectos concretos a causas concretas, y la inferencia de la mejor
explicación propiamente dicha; y a aceptar la primera pero no la segunda.28
Mientras la inferencia de la causa más probable apoyaría sólo el realismo
ontológico, la inferencia de la mejor explicación en su forma de
“argumento final”, se dirige especialmente a sustentar el realismo semántico.
Coincido en que la primera posee más solidez que la segunda, pero encuentro
también que las críticas dirigidas contra la segunda son rebatibles y que el
realismo tiene razón al sostener que no tenemos mejor explicación del éxito
de la ciencia que la de suponer la verdad aproximada de nuestras teorías.
El
realismo prudente no identifica el éxito de una teoría con su verdad, ni
defiende que el éxito implique verdad o la verdad éxito. Tampoco afirma que
una teoría cuyos términos centrales refieren será una teoría exitosa. Es
evidente que ha habido teorías con éxito temporal que luego se han desechado
porque eran falsas o porque postulaban entidades inexistentes. También ha
habido teorías que postulaban entidades aceptadas hoy como existentes y que
tuvieron durante un tiempo menos éxito que sus rivales, como fue el caso del
atomismo frente a la teoría de las afinidades electivas en la química del
XVIII. Lo que el realismo sostiene es que entre las otras posibilidades (el
azar, la falsedad, la providencia divina, la armonía preestablecida, la dura
competencia por conseguir la aceptación, etc.), la verdad aproximada de una
teoría y la referencia genuina de sus principales términos teóricos es la
que mejor explica su éxito instrumental duradero. El antirrealista tiene la
salida de decir que, en realidad, el éxito de las teorías científicas no
requiere explicación porque es el resultado inevitable del propio proceso de
selección de teorías. Pero eso es ya en sí mismo una explicación
alternativa a la del realista, sólo que mucho más problemática y menos
convincente.
Desde
el punto de vista psicológico resultaría bastante extraño el agrado y la
sorpresa que causa un nuevo descubrimiento científico si el éxito de
nuestras teorías fuera un dato último o el producto natural de la rivalidad
entre teorías. En numerosas ocasiones los científicos que han participado en
grandes descubrimientos o han conseguido unificar bajo los mismos principios
fenómenos muy dispares describen su experiencia como la de quien ha
conseguido arrancar algún secreto al Universo. No se entendería tampoco por
qué los científicos no suelen quedarse satisfechos con teorías que
funcionan bien pero de las que no saben la razón de su éxito. Finalmente
–devolviendo el envite al antirrealista–, si bien algunas teorías con
referencia genuina tuvieron durante un tiempo menos éxito que sus rivales, y
supuesto que la adecuación empírica o la eficacia predictiva fuera lo único
que importara, no se explica por qué en ocasiones se aceptaron dichas teorías
antes de que superaran a las rivales en éxito predictivo, como ocurrió en el
caso de la teoría copernicana frente a la ptolemaica. En tales ocasiones
parece muy claro que la ontología de la teoría se puso por encima de su
exactitud para salvar las apariencias.
El
realista puede coherentemente defender el realismo ontológico y el epistemológico
sin defender al mismo tiempo el semántico. No obstante, en el argumento de la
mejor explicación se encuentra un buen modo de unir estas diversas
modalidades, ya que al aceptar que la realidad es aproximadamente como dicen
las teorías científicas, se acepta implícitamente que las entidades teóricas
postuladas por las teorías existen realmente y que la estructura que las teorías
intentan imponer al mundo encajan con él en sus líneas principales.
El
antirrealismo, que ya en el debate sobre los fundamentos de la teoría cuántica
había mostrado su tendencia a buscar posiciones mínimamente comprometidas
desde el punto de vista ontológico para poder hacerlas permanentes, pone de
nuevo de manifiesto esta tendencia al atajar la pretensión realista de
encontrar una explicación del eficaz funcionamiento de la ciencia. Sin
embargo, si entre los objetivos de la ciencia está mejorar nuestra comprensión
del mundo, no nos podemos dar por contentos aceptando sólo un conjunto de
ecuaciones que funcionan bien pero sobre cuyo significado nos está vedado
indagar.
Notas
*
El presente trabajo es un adelanto de algunas de las cuestiones que analizo en
el libro Realismo científico, que
será publicado próximamente por la Universidad de Málaga.
1.
Para otras posibles clasificaciones, a las cuales debe parcialmente la que
ofrezco, remito al lector a Moulines (1991), cap. II, 2, Haack (1987),
Niiniluoto (1987), pp. 154-155 y González (1993).
2.
Devitt (1984), p. 227.
3.
Cf. Hacking (1983), Cartwright (1983), Harré (1986) y Giere (1988).
4.
Rescher (1994), p. 186.
5.
Cf. Putnam (1978), p. 123 y (1990), p. 30.
6.
Rescher (1994), p. 185.
7.
R. Trigg (1989), p. XX. Más adelante
(p. 187) explica: “Si se dice que nuestras teorías fracasan en su intento
de referirse a entidades particulares porque esas entidades no existen de
hecho, eso puede refutar las teorías, pero apoya
(upholds) al realismo. Si el
realismo es falso, no es posible concebir la comprobación de las teorías en
contraste con la realidad, pues la realidad sería entonces sólo lo que las
teorías dicen que es. En otras palabras, el destino del realismo no puede
decidirse por el 'éxito' o el 'fracaso' en la ciencia, puesto que el sentido
normal de estos términos presupone el realismo”.
8.
Cf. van Fraassen (1980), p. 8.
9.
Cf. Laudan (1977), cap. 4.
10.
Cf. Putnam (1978), pp. 78-79.
11.
Cf. Harman (1965).
12.
Nancy Cartwright prefiere llamar a estos dos usos del argumento
"inferencia de la causa más probable". Lo hace así para poner de
relieve que en ellos no se infiere la verdad de leyes de esquemas explicativos
generales, sino causas concretas. Como ahora diremos, otros usos del argumento
no se conforman con eso y dan un paso que Nancy Cartwright no está dispuesta
a dar. Cf.
Cartwright (1983), pp. 82-85.
13.
Putnam (1978), p. 19.
14.
Cf. Rescher (1987), pp. 65-66.
15.
Cf. Laudan (1984), p. 231.
16.
J. J. C. Smart (1975), p. 118.
17.
Laudan (1984), p. 223.
18.
Cf., por ejemplo, Rescher (1987), p. 66.
19.
Cf. Fine (1986), pp. 114 y ss., Laudan (1984), pp. 242-3, y Lipton (1991), pp.
158-168.
20.
Van Fraassen (1980), p. 21.
21.
Van Fraassen (1980), p. 21.
22.
Van Fraassen (1980), p. 26.
23.
Para reconstruir la segunda línea de defensa remito al lector a Musgrave
(1985) y Ursúa (1993), cap. II.
24.
Lipton (1991), p. 164.
25.
En lo esencial, ésta es también la réplica de R. Boyd (1984), pp. 72-73.
26.
Es esa la objeción primera de van Fraassen (1980), p. 20 y también la de
Fine (1986), p. 114.
27.
Cf. A. Shimony (1976), p. 573.
28.
Cf. Cartwright (1983), pp. 82-85.
Referencias
BOYD,
R. N. (1984) “The Current Status of Scientific Realism”, en J. Leplin
(ed), Scientific Realism, Berkeley:
University of California Press.
CARTWRIGHT,
N. (1983), How the Laws of Physics Lie,
Oxford: Clarendon Press.
DEVITT,
M. (1984), Realism and Truth,
Oxford: Blackwell.
FINE,
A. (1986), The Shaky Game. Einstein
Realism and the Quantum Theory, Chicago: The University of Chicago Press.
GIERE,
R. (1988), Explaining Science. A
Cognitive Approach, Chicago: The University of Chicago Press.
GONZÁLEZ,
W. (1993), “El realismo y sus variedades: El debate actual sobre las bases
filosóficas de la ciencia”, en A. Carreras (ed), Conocimiento,
ciencia y realidad, Zaragoza: Mira Editores.
HAACK,
S. (1987), “Realism”, Synthese,
73, pp. 275-299.
HACKING,
I. (1983), Representing and Intervening,
Cambridge: Cambridge University Press.
HARMAN,
G. H. (1965), “Inference to the Best Explanation”, Philosophical
Review, 74, pp. 88-95.
HARRÉ,
R. (1986), Varieties of Realism,
Oxford: Blackwell.
LAUDAN,
L. (1977) Progress and its Problems,
Berkeley: University of California Press.
–– (1984), “A Confutation of Convergent Realism”, en J. Leplin
(ed), Scientific Realism, Berkeley:
Unversity of California Press, pp. 218-249.
LIPTON,
P. (1991), Inference to the Best
Explanation, London: Routledge.
MOULINES,
U. (1991), Pluralidad y recursión.
Estudios epistemológicos, Madrid: Alianza.
MUSGRAVE,
A. (1985), “Realism versus Constructive Empiricism”, en P. M. Churchland y
C. A. Hooker (eds), Images of Science,
Chicago: The University of Chicago Press, pp. 197-221.
NIINILUOTO,
I. (1987) “Progress, Realism, and Verisimilitude”, en P. Weingartner y G.
Schurz (eds), Logic, Philosophy of
Science and Epistemology. Proceedings of the 11th International Wittgenstein
Symposium, Wien: Hölder-Pichler.
PUTNAM,
H. (1978), Meaning and the Moral
Sciences, London: Routledge & Kegan Paul.
–– (1990), Realism with a
Human Face, Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
RESCHER,
N. (1987), Scientific Realism. A
Critical Reappraisal, Dordrecht:
Reidel.
–– (1994), Los límites de
la ciencia, trad. L. Rodríguez Duplá, Madrid: Tecnos. (1ª ed. en inglés
en 1984).
SHIMONY,
A. (1976), “Comments on two Epistemological Theses of Thomas Kuhn”, en R.
S. Cohen, P. K. Feyerabend y M. W. Wartofsky (eds), Essays
in Memory of Imre Lakatos, Dordrecht: Reidel, pp. 569-588.
SMART,
J. J. C. (1975), Entre ciencia y
filosofía, trad. Esperanza Guisán, Madrid: Tecnos.
TRIGG,
R. (1989), Reality at Risk. A Defence
of Realism in Philosophy and the Sciences, 2ª ed. London:
Harvester.
URSÚA,
N. (1993), Cerebro y conocimiento: Un
enfoque evolucionista, Barcelona: Anthropos.
VAN
FRAASSEN, B. C. (1980), The Scientific
Image, Oxford: Clarendon Press.