Teoría filosófica (gnoseológica) de la ciencia

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Identidad analítica / Identidad sintética /
Juicios analíticos / Juicios sintéticos
 

La mayor parte de quienes tratan el asunto de la distinción análisis/síntesis dan como primitivo el «concepto de analítico». Lo sintético (igual a no analítico) aparece como derivado: así Bunge. ¿Por qué no al revés? Desde un planteamiento dialéctico de la cuestión, habría que decir que los juicios sintéticos son los juicios originarios; y que el concepto de juicio analítico es tan sólo un concepto límite (como pueda serlo, en Geometría, el concepto de «distancia cero»). Por ejemplo, la propuesta de definición de analiticidad de U. Moulines supone un «paso al límite» en el género de la identidad del sistema de axiomas; pues decir que una proposición p es analítica en T cuando la eliminación de p determine la de T es tanto como decir que p es idéntica (como parte) al todo T, y esto sólo puede admitirse en el límite. De otro modo: los juicios analíticos no existen, como tampoco existe la identidad analítica. Además, si existiesen, serían superfluos («paradoja del análisis»). Los juicios analíticos sólo existen intencionalmente como juicios-límites (p = p es un juicio intencionalmente analítico); esto explicaría que los candidatos a juicios analíticos no siempre tengan la misma evidencia, por lo que, en el plano lingüístico-psicológico, podrían considerarse la clase vacía o algo parecido (y es lo que habría advertido Quine, o Putnam, o Piaget). Pero nosotros no sostenemos que, en el plano lógico, los juicios analíticos no existan; decimos que existen sólo como un límite dialéctico de los juicios sintéticos. Todo juicio es, según esto, sintético; y lo es por su génesis (porque requiere la síntesis algorítmica de operaciones) y sólo, en el plano de la estructura, puede darse, como caso límite, ideal, el concepto de un juicio analítico. Los ejemplos concretos de juicios analíticos tomados del lenguaje (natural o formalizado) –por ejemplo, los juicios que utiliza Putnam: «el soltero es un hombre no casado» y e=1/2mv²– resultan ser siempre sintéticos en el plano lógico. Porque el «lenguaje natural» no por serlo deja de proceder por medio de operaciones lógicas (si B = casado y A = soltero, habrá que suponer clases del tipo C = A È B; sólo en ese marco cabe construir la relación A=–B, «los solteros no son casados», que ya es algorítmico-sintética); y, para el caso del ejemplo del lenguaje formalizado, e no se refiere, en Mecánica, como si fuera una definición nominal (gramatical) sólo a 1/2mv², sino también a otros contextos empíricos, operatorios (no lingüísticos) o estructurales (por ejemplo: mc²), lo que el propio Putnam reconoce.

No sólo en razón de su exclusividad (porque aleguemos la posibilidad de citar ejemplos de identidades no reflexivas, por tanto, no analíticas, sino sintéticas). Si reconociésemos simplemente la posibilidad de la identidad analítica (A=A) y, a su lado, la posibilidad de una identidad sintética, habríamos roto la idea de identidad, puesto que en un caso estaríamos aplicando la reflexividad como contenido necesario suyo, y en el otro caso la estaríamos retirando. Lo que tenemos que poner en tela de juicio, por tanto, es la idea misma de reflexividad, y, en consecuencia, de la concepción de la identidad por la reflexividad absoluta o simple. Esta es una idea metafísica. No se trata de negar todo significado a la reflexividad. Se trata de negar que esta propiedad pueda ponerse, como una propiedad más, al lado de otras (por ejemplo, al lado de la simetría o al de la transitividad). La reflexividad sería una propiedad límite, un desarrollo dialéctico, construido. En la medida en que la reflexividad conduzca a la identidad analítica, habrá que reconocer que también la identidad analítica es, de algún modo, sintética, es decir, una identidad no inmediata, sino resultado de una síntesis algorítmica. No por ello, la expresión «identidad sintética» habría de considerarse como redundante. Simplemente habrá que distinguir, por ejemplo, la perspectiva genética y la perspectiva estructural. Genéticamente, la identidad analítica sería el resultado sintético de operaciones de paso al límite, como ocurre con el caso de la clase vacía Æ : tampoco (suponemos) puede introducirse Æ simultáneamente y al lado de clases no vacías tales como A, B, C; habrá que introducir Æ en virtud de que, por ejemplo, dadas las clases A, B, C, así como también la operación ∩ (por ejemplo), A ∩ B = C, y la posibilidad de las clases A, D, disyuntas (sin ningún elemento común), la operación A ∩ D sólo será posible supuesta la clase Æ = A ∩ D. Estructuralmente (por tanto, intencionalmente), la identidad analítica se nos ofrece como la relación simple de un término «consigo mismo» (en el sentido de la sustancia, autos). Este es, sin duda, un límite contradictorio (como lo es la clase Æ , considerada en sí misma, o la relación de «distancia 0»). Sin embargo, este límite puede ser utilizado como límite revertido, lo que nos permitirá, por ejemplo, ver en la identidad sintética la misma conjunción de unidades isológicas y sinalógicas entre las partes de un todo complejo (no simple), que, en su límite analítico, alcanzaría el grado de fusión plena. En este sentido, habría que decir que la idea de identidad sintética (a diferencia de la igualdad), envuelve siempre, de algún modo, a la identidad sustancial (autos). La identidad sintética, por tanto, no se nos da como desligada de la identidad analítica, puesto que es su límite revertido, a través de la sustancialidad. Pero esto equivale a dudar de que podamos hablar siquiera de identidades analíticas y de reflexividad absoluta. En rigor, lo que llamamos reflexividad absoluta no lo es tal: la reflexividad está siempre mediada por una relación diádica no reflexiva; A=A sólo es «reflexivo» intencionalmente, a través de su límite contradictorio; pues, de hecho, esa fórmula no ejercita la reflexividad, sino que, a lo sumo, expresa la congruencia de forma (la superponibilidad que, a su vez, implica el desdoblamiento).

Ahora bien, si toda identidad es sintética, la propia identidad lógica formal I(x,y), deberá serlo; dicho de otro modo, tendremos que comenzar por prescindir de la reflexividad para definir la identidad. La identidad sintética contiene siempre una identidad sustancial; sustancial, pero no simple o inmediata, sino establecida a través de predicados que acaso ni siquiera tienen identidad esencial. Tal es el caso de la identidad entre los predicados «estrella de la mañana» y «estrella de la tarde», que son predicados por relación a un sujeto x (cuyo campo de variabilidad sean los fenómenos puntuales celestes). Además son predicados distintos (y, por cierto, son predicados adjuntivos, no subjuntivos); no son idénticos, pero (como decía Carnap) tienen la misma referencia, a saber, Venus. Sin embargo, esta referencia no puede suponerse dada, puesto que es «sustancia» que hay que construir entre los fenómenos; en ningún caso, la identidad se establece como «relación de la estrella consigo misma», pero tampoco como relación entre dos nombres; esta relación sólo alcanza sentido precisamente cuando, pidiendo el principio, se supone ya dada la sustancia de referencia.

La identidad esencial, por sí sola, nos remite a la igualdad (no decimos que el triángulo equilátero tiene tres lados idénticos, sino iguales). La igualdad es propiedad de relaciones; por tanto, la igualdad es originariamente algo extrínseco al sujeto término de la relación, a quien se supone dado; incluso es una relación entre dos identidades sustanciales diversas: la relación de igualdad entre el jarrón A y el jarrón B del mismo molde, desaparece cuando el B se rompe, aunque el A permanezca intacto. Pero la identidad sintética no es propiamente relación entre dos sustancias, sino entre las partes de la misma sustancia, o entre las partes y la sustancia que las envuelve (la finalidad biológica que muchos naturalistas constatan en el organismo adaptado a su medio puede proponerse como un tipo de identidad sintética). En este sentido la identidad no es relación primaria o extrínseca al sujeto, sino que puede considerarse constituida, como relación trascendental (que no es una relación originaria; sólo es relación en sentido dialéctico). La identidad, por tanto, incluye la identidad sustancial, y no excluye la identidad esencial. Cuando se dice que la forma de un cráneo es idéntica –no sólo igual– a la de otro, es porque estamos sugiriendo una identidad sustancial, a través de un antecesor común –sustancialmente– a ambos: eadem quorum sustantia; aequalis quorum quantitatis, &c. (Santo Tomás, Metafísica, libr. v, lect. 11, initio). De todos modos, la identidad sustancial no excluye la esencial; al lado de una misma sustancia (que sólo metafísicamente puede considerarse como simple) pueden darse identidades esenciales entre sus partes: en el esqueleto de un vertebrado, la unidad entre las cabezas de sus fémures y sus acetábulos respectivos, es sinalógica; sin embargo, el par de fémures-acetábulos va referido al mismo organismo, con identidad sustancial, a la vez, tienen la misma morfología, es decir, tienen identidad esencial o de forma. [424]

{TCC 155-160 / → TCC 148-180}

 
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Pelayo García Sierra · Biblioteca Filosofía en español · http://filosofia.org/filomat

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