En: Beveridge, W. I. B. (1966): El Arte de la Investigación Científica. Caracas: UCV.


EJEMPLOS DE DESCUBRIMIENTOS EN LOS CUALES INTERVINO LA CASUALIDAD

1. No fue un físico sino un fisiólogo, Luigi Galvani, quien descubrió la corriente eléctrica. El había disecado una rana y la dejó sobre una mesa cerca de una máquina eléctrica. Cuando Galvani se apartó por un mo­mento, alguien tocó los nervios de la pata con un escalpelo y observó que ello provocaba la contracción de los músculos de la pata. Una tercera persona observó que lo mismo sucedía al producirse una chispa en la máquina eléctrica. Este extraño fenómeno atrajo la atención de Galvani quien lo investigó y prosiguió hasta descubrir la corriente  eléctrica.

 

2. En 1822, al final de una de sus clases, el físico danés Oersted, colocó por casualidad encima y paralelo de una aguja magnética, un alambre el cual estaba conectado por ambos extremos a una pila voltaica. Al principio mantuvo el alambre perpendicular a la aguja, sin que pasara nada, pero cuando por casualidad colocó el alambre horizontal y paralelo a la aguja, ésta cambiaba de posición. Inmediatamente Oersted invirtió la corriente y encontró que la aguja se desviaba hacia la dirección opuesta. De este modo, y por simple coincidencia, se descubrió la relación entre la electricidad y el magnetismo, la cual abrió el camino para la invención del dínamo por Faraday. Al referirse a este hallazgo fue cuando Pasteur acuñó su famosa frase: "En el campo de la observación la casualidad sólo favorece a las mentes preparadas". La civilización moderna, tal vez, debe más al descubrimiento de la inducción electromagnética que a cualquier otro descubrimiento.

 

3. Cuando von Roentgen descubrió los rayos X, se hallaba experimentando con descargas eléctricas en alto vacío y utilizaba cianuro de platino y bario, con el objeto de visualizar los rayos invisibles, pero no había pensado acerca de la posibilidad de que tales rayos fueran capaces de penetrar los materiales opacos. Notó por accidente que el cianuro de platino y bario que se encontraba en una mesa de trabajo cerca del tubo de vacío se convertía en fluorescente, aun cuando un papel negro lo separaba del tubo. Más tarde, él decía: "Encontré por accidente que los rayos penetraban el papel negro".

 

4. Cuando W. H. Perkin tenía sólo dieciocho años de edad, trató de producir quinina oxidando el alil ortotoluidina por el dicromato de potasio. Fracasó; sin embargo, pensó que sería interesante ver lo que pasaba cuando una base más simple se trataba con el mismo oxidante. Para esto escogió el sulfato de anilina y logró pro­ducir de esta manera el primer colorante de la anilina. Pero la casualidad jugó un papel mucho más importante de lo que indican los simples hechos anotados: de no haber sido que su anilina contenía para-toluidina como impureza, la reacción jamás habría ocurrido.

5. Durante la primera mitad del siglo XIX se creía firmemente que los animales eran incapaces de sintetizar carbohidratos, grasas o proteínas, todos los cua­les debían ser obtenidos en sus dietas preformadas en las plantas. Se creía que todos estos compuestos orgánicos eran sintetizados en las plantas y que los animales sólo eran capaces de romperlos. Claude Bernard se dedicó a investigar el metabolismo del azúcar, tratando de encontrar especialmente en qué parte éste era roto. Alimentó un perro con una dieta muy rica en azúcar y entonces exa­minó la sangre que salía del hígado, tratando de ver si el azúcar había sido descompuesta en este órgano. En­contró un alto contenido de azúcar y entonces, muy inte­ligentemente, llevó a cabo un experimento similar, pero con un perro alimentado con una dieta sin azúcar. Sor­presivamente, también encontró un alto contenido de azúcar en la sangre hepática del animal de control. Inmedia­tamente se dio cuenta que, aun en contra de todas las ideas prevalentes, el hígado, probablemente producía azúcar a partir de algo que no lo era. Desde este momento, llevó a cabo una serie de experimentos exhaustivos, los cuales establecieron firmemente la actividad glicogénica del hígado. Este descubrimiento se debió, en principio, al hecho de que Bernard era extremadamente minucioso al controlar cada etapa de sus descubrimientos y, luego, a su habilidad para reconocer la importancia de un resultado que no estaba de acuerdo con las ideas en boga y per­sistir en la pista obtenida de este modo.

6. Con el objeto de asustar a los rateros, se acostumbraba en el Medoc cubrir los postes que sostienen los viñedos con una mezcla de cal y sulfato de cobre. Millardest notó que aquellas hojas de las plantas que eran cubiertas accidentalmente con esta mezcla, no eran atacadas por los hongos. El llevó más lejos esta pista hasta lograr descubrir el valor del caldo bórdeles para proteger los árboles frutales y los viñedos de muchas enfermeda­des causadas por los hongos.

7. La propiedad de la formalina para privar de toxicidad a las toxinas sin afectar su poder antigé-nico, fue descubierto por casualidad por Ramón, cuando añadía antiséptico a los cultivos bacterianos con el objeto de preservarlos.

8. Las circunstancias que condujeron al des­cubrimiento de la penicilina, son ampliamente conocidas. Fleming, se hallaba trabajando con algunas placas de cul­tivo de estafilococo, las cuales había abierto varias veces y, como acontece en estas ocasiones, se habían contaminado. El notó que las colonias de estafilococo que se encon­traban alrededor de una colonia particular, morían. La mayoría de los bacteriólogos no habrían prestado mucha atención a este hecho, ya que sabían desde hace tiempo que algunas bacterias interferían con el crecimiento de otras; sin embargo, Fleming vio la posible significación de esta observación y la prosiguió hasta descubrir la peni­cilina, aun cuando su desarrollo ulterior como un agente terapéutico, fue debido al trabajo subsecuente de sir Howard Florey. El elemento casualidad en este descubri­miento es más notable al darnos cuenta que ese hongo, en particular, no es muy común y, más aún, que la búsqueda exhaustiva de otros antibióticos no ha logrado pro­ducir hasta la fecha nada tan efectivo como la penicilina. Es muy interesante notar que este descubrimiento, proba­blemente, no se habría efectuado, de no ser por el hecho de que Fleming trabajaba bajo condiciones "desfavora­bles" en un viejo edificio, donde había mucho polvo y, por lo tanto, facilidades para las contaminaciones.


9. J. Ungar encontró que la adición de áci­do para-amino-benzoico (paba) al medio de cultivo, au­mentaba ligeramente la acción de la penicilina sobre cier­tas bacterias. El no explicó por qué había intentado esto, pero parece ser que se debió al hecho de que era cono­cido que el ácido para-amino-benzoico era un factor esen­cial de crecimiento para las bacterias. Más tarde, Greiff, Pinkerton y Moragues, probaron la misma sustancia para ver si ella podía aumentar el poco efecto inhibitorio que la penicilina tenía contra la ricketsia del tifus. Hallaron que el paba por sí solo poseía una notable acción quimio-terapéutica en contra de este microorganismo. "El resul­tado fue completamente inesperado", comentaron. Como resultado de este trabajo, el ácido para-amino-benzoico fue reconocido como un valioso agente quimioterapéutico para este grupo de fiebres, contra las cuales no se había encon­trado nada efectivo hasta entonces.
En el capítulo que trata sobre la hipótesis, ya he descrito cómo el salvarsán y la sulfanilamida fueron des­cubiertos prosiguiendo una hipótesis que no era correcta. Otro par de drogas quimioterapéuticas igualmente famo­sas llegaron a descubrirse, sólo por el caso de hallarse co­mo impurezas en otras sustancias que se estaban compro­bando. La historia de estos dos últimos descubrimientos me ha sido contada por algunos científicos que estuvieron íntimamente relacionados con el trabajo, pero se me ha pedido que no la publique, ya que puede ser que otros miembros del equipo no deseen hacer pública la manera cómo se llevó a cabo el descubrimiento. Sir Lionel Whit-by me ha relatado una historia de una naturaleza ligera­mente diferente. El llevaba a cabo un experimento con la sulfapiridina, en el cual a ratones inoculados con neu­mococos les era administrada la droga durante el día pero no por la noche. Sir Lionel había ido a una comida y antes de regresar a su casa, pasó por el Laboratorio con el objeto de observar a los ratones, y mientras se encon­traba allí, les administró una dosis extra de la droga. Estos ratones resistieron al neumococo mucho mejor que todos los ratones anteriores. No fue sino hasta una se­mana más tarde cuando sir Lionel se dio cuenta que esa dosis extra de la medianoche había sido la responsable de los excelentes resultados obtenidos. A partir de ese momento, el tratamiento con las sulfas, tanto para rato­nes como para hombres, fue administrado de día y de noche, con muchos mejores resultados que los del mé­todo anterior.

10. Durante mis investigaciones sobre la mo­rriña de las ovejas, traté varias veces de preparar un me­dio en el cual creciera el agente infeccioso. La razón me indicaba utilizar el suero de oveja en el medio y los re­sultados eran siempre negativos. Finalmente logré obte­ner un resultado positivo, y al repasar mis notas, vi que en el medio empleado se había utilizado suero de caballo en lugar del de oveja, debido a que este último se había agotado temporalmente. Con este indicio, fue fácil aislar y demostrar el agente causal de enfermedad, un micro­organismo que crece en la presencia de suero de caballo, ¡pero no de oveja! La casualidad condujo hacia un descu­brimiento cuando la razón indicaba una dirección opuesta.

11. El descubrimiento de que el virus de la in­fluenza humana es capaz de infectar al hurón, fue un punto importante en el estudio de las enfermedades res­piratorias humanas. Cuando se planificó una investigación sobre influenza, los hurones fueron incluidos dentro de una larga lista de animales a los cuales se trataría de in­fectar tarde o temprano. Sin embargo, algún tiempo antes de lo que se planeaba, se informó que una colonia de hurones sufría de una enfermedad que parecía ser la mis­ma influenza que entonces afectaba a sus cuidadores. Debido a esta evidencia circunstancial, se experimentó de inmediato con ellos y se halló que eran susceptibles a la influenza. Más tarde se supo que la idea que había lle­vado a utilizar los hurones era errada, ya que la enfer­medad que había ocurrido en la colonia no era influenza ¡sino moquillo!

12. Un grupo de bacteriólogos ingleses desarro­lló un método efectivo para esterilizar el aire, mediante vaporizaciones de una solución de hexilresorcinol en pro-pilen-glicol. Ellos llevaron a cabo una extensa investiga­ción, probando diversas mezclas. Esta comprobó ser la mejor; el glicol fue escogido simplemente como un ve­hículo apropiado para el desinfectante hexilresorcinol. Es­te trabajo despertó un interés considerable, ya que abría la posibilidad de prevenir la diseminación de las enfer­medades trasmitidas por el aire. Cuando otros investiga­dores se interesaron en el trabajo, hallaron que la efecti­vidad de la mezcla no se debía al hexil-resorcinol, sino al glicol. Subsecuentemente, se demostró que los glicoles eran una de las mejores sustancias para la desinfección del aire. En este trabajo, fueron introducidos sólo como sol­ventes de otros desinfectantes a los cuales se creía más activos, y en un principio ni siquiera se sospechó que ellos mismos pudieran tener ninguna acción desinfectante.

13. En la Estación Experimental de Rotham-sted, se efectuaron experimentos con el objeto de proteger plantas contra los insectos; entre los varios compuestos utilizados, se usó el ácido bórico y se notó que las plantas tratadas con esta sustancia se desarrollaban mucho mejor que el resto. La investigación de Davidson y Warington demostró que esto se debía a que las plantas requerían boro. Anteriormente, no se sabía que el boro fuera im­portante en la nutrición vegetal y aún por algún tiempo después del descubrimiento se creyó que esta deficiencia sólo tenía un interés académico. Más tarde, sin embargo, se encontró que algunas enfermedades de considerable im­portancia económica eran una simple manifestación de de­ficiencia de boro.

14. El descubrimiento de los herbicidas selecti­vos se produjo inesperadamente, al efectuar estudios de los nodulos bacterianos de las raíces del trébol y de esti­mulantes del crecimiento de las plantas. Se encontró que esos nodulos bacterianos ejercían su acción deformante sobre los pelos de la raíz mediante la secreción de cierta sustancia. Pero cuando Nutman, Thorton y Quastel pro­baron la acción de esta sustancia sobre diversas plantas, se sorprendieron al encontrar que la misma prevenía la ger­minación y el crecimiento. Más aún, ellos hallaron que esta acción era selectiva, siendo mucho mayor en contra de las plantas dicotiledóneas, entre las cuales están incluidas la mayoría de las malas hierbas o cizaña y menor contra las plantas monocotiledóneas, las cuales incluyen los di­versos pastos y cereales. Entonces ensayaron diversos com­puestos relacionados y hallaron algunos que son de gran valor en la agricultura actual como herbicidas selectivos.

15. Algunos científicos que trabajaban en la técnica de la preservación de alimentos, trataban de pro­longar "la vida" de la carne refrigerada, reemplazando el aire por anhídrido carbónico, el cual se sabía que tenía un efecto inhibitorio sobre el crecimiento de los micro­organismos de la putrefacción. Se encontró que el anhí­drido carbónico a las altas concentraciones utilizadas cau­saba decoloración de la carne, y la idea fue abandonada. Algún tiempo más tarde, los científicos del mismo labo­ratorio, investigaban un método de refrigeración, en el cual estaba incluido la introducción de anhídrido carbó­nico en los cuartos donde se almacenaban los alimentos, y se llevaron a cabo observaciones para ver si el gas tenía o impartía algún efecto indeseable. Hallaron que la carne no sólo no se decoloraba sino, aún más, que en concen­traciones relativamente bajas de anhídrido carbónico se conservaba en buenas condiciones durante mucho más tiempo que el ordinario. A partir de esta observación, se desarrolló el proceso de "conservación en gas" de la carne, en el cual se utiliza una concentración de 10 a 12 por ciento de dióxido de carbono. En esta concentración el gas prolonga efectivamente la "vida" de la carne refrigerada sin causar decoloración.

16. Me encontraba investigando una enferme­dad de los genitales de las ovejas, enfermedad esta de curso muy prolongado y la cual se creía ser incurable, excepto por métodos quirúrgicos radicales. Algunas ovejas enfer­mas fueron enviadas desde el campo al laboratorio para llevar a cabo las investigaciones, pero fui sorprendido por el hecho de que todas ellas sanaban espontáneamente a los pocos días de su llegada. Al principio se pensó que los casos enviados no eran típicos, pero más tarde se demostró que la abstinencia autoimpuesta por las ovejas cuando se encuentran en un medio extraño, había curado la en­fermedad. De este modo fue como se halló que esta enfer­medad, refractaria a otras formas de tratamiento, podía ser curada en la mayoría de los casos por este simple ex­pediente.

17. La coloración para las bacterias ácido-resis­tentes fue descubierta por Paul Ehrlich al dejar algunas preparaciones sobre una estufa, la cual luego fue encen­dida por alguien, inadvertidamente. El calor de la estufa, fue justo el requerido para hacer que esas bacterias de cubierta cérea tomaran el colorante. Roberto Koch dijo: "Debemos sólo a esta circunstancia, el que la búsqueda del bacilo tuberculoso en el esputo, se haya convertido en una costumbre generalizada" {Paul Ehrlich, por M. Marquardt, 1949. Heinemann, Londres).

18. El doctor A. S. Parkes cuenta la siguiente historia acerca de cómo él y sus colegas efectuaron el im­portante descubrimiento de que la presencia del glicerol permite preservar células vivas a bajas temperaturas por mucho tiempo.
"En el otoño de 1948 mis colegas doctora Audrey Smith y el señor C. Polge, trataban de reproducir los re­sultados obtenidos por Schaffner, Henderson y Card (1941) al usar soluciones de levulosa para proteger es­permatozoides de gallo contra los efectos de la congelación y descongelación. Sus esfuerzos fueron poco fructí­feros y en espera de nuevas ideas, varias de las soluciones fueron conservadas en la cava. Algunos meses más tarde se reanudó el trabajo con el mismo material, obteniéndo­se resultados negativos con todas las soluciones, excep­to una, la cual preservaba la motilidad de los espermato­zoides conservados a —79 °C. Este curioso resultado su­girió que los cambios químicos de la levulosa —posible­mente causados por el gran crecimiento de hongos que había ocurrido durante el almacenamiento—, habían pro­ducido una sustancia la cual poseía el poder de proteger a esas células contra los efectos de congelamiento y descongelamiento. Sin embargo, las pruebas posteriores de­mostraron que esa misteriosa solución no solamente no contenía azúcares poco comunes, sino que no conte­nía ningún tipo de azúcar. Mientras tanto, otras prue­bas biológicas demostraron que después del congela­miento y descongelamiento no sólo se preservaba la mo­tilidad, sino también el poder fertilizante. Llegado a este punto, se entregó al doctor Elliot la pequeña cantidad so­brante de solución (10-15 mi.) para ser analizada. Elliot informó que la solución contenía glicerol, agua y cierta cantidad de proteína. Fue entonces cuando nos dimos cuen­ta de que la solución de albúmina de Mayer que había sido utilizada al mismo tiempo que las soluciones de levu­losa para efectuar estudios morfológicos de espermatozoi­des, también había sido conservada junto con ellas en Ia cava. Obviamente, había habido alguna confusión en los diversos frascos, aunque nunca supimos exactamente lo que había sucedido. Las pruebas con este nuevo material muy pronto demostraron que la albúmina no desempeñaba nin­gún papel en el efecto protector, y entonces todo nuestro trabajo se concentró en estudiar los efectos del glicerol como agente protector de las células vivas en contra de los efectos de las bajas temperaturas".

19. En una comunicación personal, el doctor A. V. Nalvandov ha dado a conocer la intrigante histo­ria de cómo él descubrió el simple método para mante­ner vivos los pollos después de habérseles removido qui­rúrgicamente la glándula pituitaria (hipofisectomía).
"En 1940 me interesé en los efectos de la hipofisectomía en los pollos. Aun después de haber logrado domi­nar la técnica quirúrgica, mis aves morían y a las pocas semanas de la operación ninguna había sobrevivido. Ni la terapia de reemplazo ni ninguna de las otras precaucio­nes adoptadas fue de ayuda, y estaba a punto de aceptar la opinión de A. S. Parkes y R. T. Hill, de que los po­llos hipofisectomizados simplemente no podían vivir. Me resigné a efectuar sólo unos pocos experimentos sencillos y a abandonar por completo el proyecto, cuando de pronto hallé que el 98 por ciento del grupo de aves hipofisecto-mizadas sobrevivió por tres semanas, y un gran número hasta por seis meses. La única explicación que pude en­contrar fue que mi técnica había mejorado con la práctica. Entonces, cuando estaba listo para comenzar un experimento en gran escala, las aves de nuevo comenzaron a morir y al cabo de una semana aquellas, recientemente operadas, como las que habían sobrevivido por varios meses, habían muerto. Este resultado por supuesto, iba en contra de mi eficacia quirúrgica. Sin embargo, continué con el proyecto, ya que sabía que las aves podían vivir bajo algunas circunstancias, las cuales yo desconocía. Por este tiempo, tuve un segundo período feliz, durante el cual la mortalidad fue, de nuevo, muy baja; pero, a pesar del cuidadoso aná­lisis de todos los protocolos (posibilidad de enfermedad y algunos otros factores que fueron considerados y elimi­nados), no se encontró ninguna explicación. Ustedes pue­den imaginarse cuan desalentador era sentirse incapaz de aprovechar algo que, obviamente, poseía un efecto profundo sobre la habilidad de esos animales para resistir la operación. Una noche, regresaba a mi casa de una fiesta por una vía que pasa cerca del laboratorio y a pesar de ser las dos de la madrugada, había luces encendidas en el cuarto de los animales. Pensé que tal vez un estudiante descuidado las había dejado as! y, por lo tanto, decidí apagarlas. Varias noches después observé que las luces estaban encendidas de nuevo. Al inquirir, se descubrió que un cuidador suplente, quien estaba encargado de asegu­rarse que todas las ventanas y puertas del edificio queda­ban cerradas durante la noche, prefería dejar encendidas las luces del cuarto de los animales, para, de este modo, poder encontrar más fácilmente la puerta de salida (ya que los conmutadores estaban lejos de la puerta). La compro­bación posterior demostró que los dos períodos de sobre­vivencia coincidían con los períodos de trabajo del guar­dián suplente. Experimentos llevados a cabo bajo severo control, muy pronto demostraron que todos los pollos hi-pofisectomizados mantenidos en la oscuridad morían, mien­tras que aquellos iluminados durante dos períodos de una hora cada uno por noche, vivían indefinidamente. La ex­plicación fue que las aves mantenidas en la oscuridad no comían y desarrollaban una hipoglicemia de la cual no se recuperaban, mientras aquellas mantenidas bajo iluminación comían lo suficiente para prevenir esta hipoglicemia. A partir de ese momento, no hemos tenido ningún problema para mantener las aves hipofisectomizadas por todo el tiempo que se desee".