2. EL FLORECIMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA MARXISTA DE LA CIENCIA

 

El historiador y filósofo de la ciencia Boris Hessen ( [1931] 1971) escribió un "verdadero manifiesto de la forma marxista de externalismo en la historia de la ciencia" (Needham 1971, viii). En su ensayo "Las raíces sociales y económicas de los Principia de Newton" (publicado en inglés bajo el título de "The Social and Economic Roots of Newton's Principia"), sostuvo que la obra de Newton era hija de su clase y de su época, y que su trabajo científico fue un intento de resolver problemas tecnológicos creados por el auge del capitalismo. Evidentemente, hay en esta tesis una pequeña porción de verdad: Newton abordó problemas científicos que ni siquiera se habían planteado antes de la era moderna, lo hizo con ayuda de métodos completamente modernos, y el éxito de su obra se explica en parte por su utilidad para la tecnología empleada por la industria capitalista en rápida expansión.

Empero, esto no demuestra que las fórmulas mecánicas de Newton, y menos aún sus contribuciones al cálculo infinitesimal, tuvieran un contenido social. Su mecánica se refería a los cuerpos en movimiento y su matemática a las "fluxiones" (funciones dependientes del tiempo). Asimismo, ¿cómo explicar que Newton fuera el único "hijo de su clase y su época" que produjera esa obra monumental? ¿Por qué hubo sólo un libro como los Principia en vez de haber aparecido millares de otros similares escritos por sendos contemporáneos de Newton? Y por otra parte, si Newton estaba tan interesado en la industria como pretende Hessen, ¿por qué no diseñó ninguna máquina, ni proceso industrial alguno? ¿Por qué fue un físico teórico y matemático, y no un ingeniero? ¿Y por qué la misma clase social produjo tanto al ateo Hobbes como al deísta Newton? ¿No es acaso posible que los cerebros de los distintos individuos, al igual que los grupos sociales, tengan algo que ver con la producción de ideas originales?

El ensayo de Hessen ejerció una enorme influencia. Contribuyó a plasmar la sociología marxista de la ciencia en los países de Europa Occidental, que floreció entre 1935 y 1965, aproximadamente. La revista trimestral estadounidense Science and Society, que sigue publicándose con éxito en la actualidad, fue fundada en 1936. El libro de mayores alcances y más influyente surgido de esta escuela fue el de Bernal (1939): The Social Function of Science, que a criterio de Derek Price (1964) sentó las bases de la sociología de la ciencia. John Desmond Bernal, miembro de la Royal Society, fue un eminente cristalógrafo cuya obra resultaría de importancia decisiva para revelar la composición y la estructura de las proteínas, del ácido desoxirribonucleico y del ácido ribonucleico. Fue todo un precursor en materia de biología molecular, y sus colegas opinaban que sólo su militancia comunista impedía que se le otorgara el Premio Nóbel. Otros hombres de ciencia que colaboraron estrechamente con Bernal y que aportaron contribuciones a esta disciplina fueron los físicos P.M.S. Blacket (laureado con el Premio Nobel) y E.H.S. Burhop y los biólogos J.B.S. Haldane y J. Needham, todos ellos miembros de la Royal Society de Gran Bretaña, así como los matemáticos L. Hogben y H. Levy. (En Goldsmith y Mackay 1964 figura una muestra representativa de la obra de estos investigadores, y en Crowther 1941 una animada reseña con fines de divulgación.)

Es muy interesante observar que Bernal y sus amigos eran sociólogos de la ciencia marxista moderados, y que les interesaba más la política de la ciencia que la sociología académica de la ciencia. Destacaron tanto las condiciones sociales de la investigación científica como los usos y los abusos actuales y potenciales de la ciencia en materia social, pero no pretendieron que la matemática y la ciencia natural tuviesen contenido social. Hoy en día quizás se los clasificaría como internalistas, no como externalistas. Deseaban fervientemente que la ciencia recibiera el debido apoyo en las universidades, y que fuera utilizada como corresponde en la industria, la salud pública y la educación, así como en la defensa de Gran Bretaña contra la agresión nazi. Después de la Segunda Guerra Mundial desarrollaron una vigorosa campaña contra la bomba nuclear.

El principal interés que movía a los primeros sociólogos de la ciencia marxistas era práctico, no teórico. Lo que más les preocupaba eran las aplicaciones de la ciencia, que querían ver orientadas hacia los intereses del pueblo, y la organización de la ciencia y la tecnología. Ninguno de ellos contaba con una formación en materia de ciencias sociales. Eran todos aficionados en este terreno, se dejaron desorientar a menudo por dogmas marxistas, y pocas veces buscaron contraejemplos para poner a prueba sus precipitadas generalizaciones. (Sólo Needham llegó a convertirse en historiador profesional de la ciencia -y lo que es más, en el principal experto en historia de la ciencia y la tecnología chinas- y Price pasó de la física a la sociología y la historia de la ciencia. Pero ni uno ni otro habían sido marxistas ortodoxos.)

Con todo, el "colegio invisible" que rodeaba a Bernal produjo una cantidad de nuevas a importantes aportaciones conceptuales a la sociología de la ciencia; gracias a que sus miembros poseían una rigurosa formación científica, habían efectuado investigaciones originales en las ciencias "duras" y habían participado en la administración del quehacer científico, en su carácter de miembros de departamentos científicos universitarios y, durante la Segunda Guerra Mundial, también en reparticiones del Estado. A diferencia de los partidarios de la nueva sociología de la ciencia, que en el mejor de los casos han pasado un año como visitantes en un laboratorio, se trataba de hombres de ciencia distinguidos que sabían de qué estaban hablando y sobre qué estaban escribiendo, por más que a veces enfocaran sus propias especialidades con la óptica del materialismo dialéctico a histórico, filosofía más bien burda y anticuada.

Aproximadamente en esa misma época, un número apreciable de hombres de ciencia y de filósofos franceses se interesaron en la concepción marxista de la sociología, la historia y la filosofía de la ciencia. Cuando el Frente Popular salió triunfante en las elecciones de 1935, el nuevo gobierno de la República Francesa confió a varios de ellos la misión de organizar la investigación científica, actividad que venía padeciendo serias penurias de recursos materiales y humanos desde tiempos de la Primera Guerra Mundial. Irene Joliot-Curie, Fréderic Joliot y Jean Perrin -los tres laureados con el Premio Nobel-, así como Paul Langevin y otros eminentes hombres de ciencia, participaron en esta tarea. Los hubo a su vez que escribieron una cantidad de libros, en muchos casos publicados por la editorial comunista Éditions Sociales Internationales, la cual, dicho sea en su honor, publicó también antologías anotadas de distintos filósofos clásicos franceses que habían sido ignorados por el establecimiento filosófico -el cual se hallaba entonces, como ahora, en manos de idealistas a irracionalistas-. La principal revista de este grupo, que se editaba mensualmente, era La pensée, cuya publicación fue interrumpida por la ocupación alemana, pero que luego de haber resucitado al finalizar la guerra parece encontrarse ahora en sus postrimerías.

¿Cuál es el saldo de todos esos entusiastas esfuerzos? Muy poca cosa, si se exceptúan ideas generales, hoy aceptadas por casi todo estudioso de la ciencia, a saber, que ésta no funciona en un vacío social, que desempeña una importante función en la sociedad, y que debería asumir otra todavía más importante. La principal contribución de estos trabajadores científicos fue la que aportaron a la política de la ciencia. Pero en lo que se refiere a su propuesta de planificar todas las investigaciones en la misma forma en que se hacía en la URSS, provocaron una reacción contraria. En particular, el distinguido químico Michael Polanyi (1958) destacó la necesidad de la libertad de investigación y de la independencia respecto de toda ideología. Lamentablemente, exageró al mismo tiempo el aspecto tácito e irracional de la investigación científica, al sostener que el conocimiento tácito es superior al explícito. (Con respecto a esta tesis, y en general a la distinción entre el saber cómo y el saber por qué, véase Bunge 1983).