3. ORÍGENES CIENTÍFICOS:
LA ESCUELA DE MERTON
La principal influencia del
materialismo histórico sobre la historiografía ha sido indirecta, ya que en él
se reconoce uno de los principales orígenes de la escuela francesa de los Annales,
cuyo exponente más conocido fue Fernand Braudel. Los miembros de esa escuela,
en vez de limitarse a repetir consignas marxistas, efectuaron importantes
investigaciones acerca de aspectos materiales (tanto ambientales como económicos)
de distintas sociedades. Análogamente, el principal efecto del marxismo sobre
la sociología de la ciencia fue también aquí indirecto: Marx es uno de los
dos autores más influyentes en la obra de Roberto K. Merton y su escuela -el
otro es Durkheim-. En ambos casos, el marxismo, para poder prestar alguna
utilidad, tuvo que ser aguado y activado (en vez de ser recitado) -aguado, o
sea, despojado de su tesis radical externalista según la cual el marco de
referencia determina el contenido, y activado, es decir, transformado, de retórica,
en investigación-.
Merton, sociólogo que adquirió su
formación como tal en el ámbito universitario, y que ha trabajado en múltiples
aspectos de la sociología -no sólo teórica, sino también empírica-, es el
verdadero fundador de la sociología de la ciencia en tanto que ciencia y como
profesión: sus predecesores habían sido aficionados. Cuando Merton inició su
carrera universitaria, en el decenio de 1930, todos los estudiosos de la
ciencia, con excepción de los marxistas, eran internalistas estrictos. Esto
reza en particular para George Sarton, Alexandre Koyré, Aldo Mieli, Charles
Singer y Albert Butterfield. Es cierto que Sarton se refirió ocasionalmente al
"trasfondo social" de la ciencia, pero no estableció vínculos entre
el mismo y la problemática y la perspectiva general del conocimiento científico.
Además, se opuso vigorosamente a todo intento de explicar en principio la
historia de la ciencia a partir de aspectos sociales o económicos. A su
entender, "tal explicación sería válida, a lo sumo, para trabajadores
rutinarios, pero muy difícilmente para los entusiastas ni para los excéntricos"
(Sarton 1952, l:xiii).
La tesis doctoral de Merton,
presentada en 1935 y publicada tres años después, se intitulaba "Science,
Technology and Society in Seventeenth-Century England" (véase Merton
[1938] 1970). (Las primeras cuatro palabras de este título son actualmente la
denominación de un sector de estudios superiores con reconocimiento oficial.)
La hipótesis central del libro se resume en lo que Merton mismo, con una
arrogancia que por cierto no es característica de su personalidad, denominaría
"la revolución copernicana en la sociología de la ciencia", a saber,
que "no sólo el error o la ilusión o las creencias sin verificar, sino
también el descubrimiento de la verdad, están social a históricamente
condicionados". La hipótesis específica era que la ética puritana había
promovido el florecimiento de la ciencia en Inglaterra (véase la antología de
estudios sobre esta tesis que figura en Cohen 1990).
Ahora bien, un sociólogo
especializado en sociología de la ciencia podría sostener, con razón, que la
idea "estaba en el aire", particularmente si se toman en cuenta tres
experiencias contemporáneas. Una de ellas fue la popularidad del marxismo entre
los intelectuales de Occidente en el decenio de 1930, y la entusiasta recepción
que éstos tributaron a las tesis externalistas radicales formuladas por los
delegados rusos, y en particular por Boris Hessen, en el Congreso Internacional
de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, celebrado en Londres en 1931 (véase
la sección 2). Otra fue el vigoroso apoyo a la investigación científica
proporcionado por el gobierno soviético -antes de que éste emprendiera el
desastroso camino del partinosty (partidismo) y de la caza de brujas en
el ámbito de la ciencia-, apoyo tanto más notable si se recuerda el
subdesarrollo económico de la Unión Soviética y si se lo compara con los míseros
presupuestos do investigación científica que se aplicaban por entonces en países
como Gran Bretaña y Francia. En tercer lugar, el surgimiento de la llamada
"ciencia aria" (Rassenhunde, física alemana, y así por el
estilo) y la persecución contra la llamada "ciencia judía" en la
Alemania nazi, así como, en particular, el papel desempeñado por rectores
universitarios y comparsas políticos, entre ellos Martin Heidegger y Ernst
Krieck, en la formación de la nueva atmósfera antiintelectual (véase, por
ejemplo, Kolnai 1938; Farías 1990).
En 1938 Merton escribió sobre el tema
un brillante ensayo intitulado "Science and the Social Order"
(véase Merton 1973). En él resumía el ethos de la ciencia como
"honradez intelectual, integridad, escepticismo organizado, desinterés,
impersonalidad", todo lo cual era "ultrajado por la sarta de nuevas
convicciones que el Estado nazi pretende imponer en la esfera de la investigación
científica" (pág. 259). No podía adivinar Merton en aquellos tiempos que
la existencia misma de ese ethos sería desafiada treinta años después
por los sociólogos de la ciencia posmertonianos, muchos de los cuales se
consideran izquierdistas y por tanto se sentirían insultados si se les dijera
que, aunque fuese inocentemente, han abrazado una porción principal del credo
nazi, a saber, el desprecio por la ciencia pura y por las ideas en general.
No tendría mayor objeto resumir aquí
las contribuciones de Merton a la sociología de la ciencia porque son bien
conocidas, y porque su prosa, a diferencia de la de tantos sociólogos de la
ciencia de nuevo cuño, es transparente, elegante, y por ello, todo un deleite
para el lector.
Con todo, debemos formular dos
observaciones. Una de ellas es que Merton parece haber sido el primero en
declarar que la ciencia tiene un ethos propio, el cual comprende cuatro
"imperativos institucionales": universalismo, o sea, no-relativismo;
comunismo, es decir, participación sin restricciones en el conocimiento científico;
desinterés, entendido como la exclusión de motivos o restricciones de índole
política o económica; y escepticismo organizado, a saber, rigurosa observancia
de la duda metódica, el libre examen y la comprobación (Merton 1957, 1973).
Este aspecto de la cuestión fue desarrollado más tarde por Bronowski (1959) y
por el autor del presente trabajo (Bunge 1961).
La segunda observación es que la
labor de Merton y estudiosos afines se denominaría actualmente análisis del
discurso: efectivamente, consistía en el análisis de documentos científicos,
especialmente de publicaciones, y casi no implicaba investigación empírica
alguna, fuera de cuestionarios ocasionales. Ninguno de esos hombres de ciencia
tuvo la impertinencia de pasarse un año en un laboratorio científico
contemplando y registrando el comportamiento ostensible y las
"inscripciones" producidas por investigadores cuyos actos no podían
de ningún modo entender, dada su falta de formación especializada (un ejemplo
representativo de esa labor aparece en Barber y Hirsch 1962).
El análisis del discurso, en manos de
estudiosos que entendían correctamente la índole y el objeto de la investigación
científica, produjo una cantidad de obras clásicas, como los artículos de
Merton "Singletons and Multiples in Science" (1961), "The
Matthew Effect in Science" (1968), y, en colaboración con su esposa,
Harriet Zuckerman (1972), "Age, Aging and Age Structure in Science".
Otras valiosas contribuciones
de la misma escuela son "The Case of the FloppyEared Rabbits: An
Instance of Serendipity Gained and Serendipity Lost", por B. Barber y
R.C. Fox (1958), "The Exponential Curve of Science", por D.J.
Price (1956) y "Resistance to Scientific Discovery", por B.
Barber (1961). (Estos trabajos aparecen reunidos en Barber y Hirsch 1962
o en Merton 1973).
En todos estos estudios se daba por
supuesta la unicidad de la ciencia básica, proveniente de su universalismo,
comunismo, desinterés y escepticismo organizado -unicidad que es negada por la
nueva sociología de la ciencia-. No se trata, claro está, de que todos
aquellos estudios fueran impecables. A mi entender, algunos de ellos fueron
excesivamente externalistas, y han minimizado indebidamente la contribución, única
en cada caso, de hombres de ciencia como Arquímedes, Newton, Darwin y Einstein.
Por ejemplo, en su estudio justamente célebre sobre descubrimientos únicos y
simultáneos, Merton (1973) escribía lo siguiente:
"Los hombres de ciencia
geniales son precisamente aquellos cuyos descubrimientos, a la larga, terminarían
por volver a producirse. Y no se trataría de redescubrimientos por
investigadores a título individual, sino por todo un conjunto de hombres de
ciencia. Desde este punto de vista, la persona dotada de genio científico es el
equivalente funcional de un grupo considerable de otros investigadores con
diversos grados de talento" (pág. 366).
¿Pero cómo podemos cerciorarnos de
que así ocurre en efecto? En realidad, no podemos. Sólo sabemos que en muchos
casos la obra de un genio sólo ha sido reconocida al cabo de largo tiempo, y
que en el caso de algunas revelaciones sensacionales, como sucedió en la génesis
de la teoría de los quanta, de la teoría sintética de la evolución, de la
psicología fisiológica y de la biología molecular, equipos enteros de hombres
geniales trabajaron en la edificación de una nueva disciplina. Desde luego, hay
casos -los estudiados por Merton- que confirman esta hipótesis, pero rara vez
se trataba precisamente de descubrimientos científicos trascendentales.