4. EL "PROGRAMA
FUERTE"
Durante los decenios de 1960 y 1970
surgieron en la sociología de la ciencia una cantidad de nuevas corrientes
posmertonianas (véanse, por ejemplo, Knorr-Cetina y Mulkay 1983). Una de las más
articuladas entre ellas es el llamado "programa fuerte", acometido por
Barry Barnes, David Bloor y Steve Shapin, de la Sección de Estudios de la
Ciencia en la Universidad de Edimburgo. Vamos a dedicarle una breve ojeada
preliminar antes de entrar en detalles.
Tanto los sociólogos a historiadores
de la ciencia marxistas occidentales como los mertonianos que trabajaron a
partir de 1930 distinguieron el contenido conceptual de la ciencia de su marco
de referencia social, y sostuvieron que este último influye sobre el primero,
pero sin determinarlo plenamente. Además, eximieron a la matemática y a la
ciencia natural de la acusación de ser ramas del conocimiento ideológicamente
comprometidas. En cambio, la nueva sociología de la ciencia, y en particular el
"programa fuerte", pretenden que todo el conocimiento es moldeado por
la sociedad y que además tiene que ver en alguna forma con ésta, o sea, que
posee un contenido social -por ende, en definitiva, no habría distinción entre
contenido y contexto-.
Esto valdría incluso para la matemática:
"Si la matemática trata del
número y de sus relaciones y si éstas son creaciones y convenciones sociales,
entonces, evidentemente, es de índole social. En sentido indirecto es, por lo
tanto, `referente' a la sociedad. Lo es en el mismo sentido en que Durkheim
sostenía que la religión es referente a la sociedad. La realidad de la cual
trata, al parecer, representa una intelección transfigurada del trabajo social
que se ha invertido en ella" (Bloor 1976, 93).
Y Restivo (1992) asegura que la matemática
es social "por donde quiera que se la mire".
Estas extraordinarias afirmaciones
son, desde luego, meramente programáticas. No se ha desplegado ningún esfuerzo
por reunir pruebas en su favor (en Restivo 1983, 1992, aparece una reseña
completa de las fuentes). Pero no hay necesidad de buscar pruebas positivas
cuando las negativas son tan abrumadoras. Para empezar, la matemática no se
refiere solamente "al número y sus relaciones". Sólo la teoría de
los números se refiere a los números (enteros) o mejor dicho a sistemas de números,
y dicha teoría es una porción bastante reducida de la matemática contemporánea;
ésta, a su vez, contiene muchos sectores' no numéricos, como la lógica, el álgebra
abstracta, la teoría de las categorías y la topología. Sin embargo, ésta es
nada más que una cuestión secundaria, la cual sólo contribuye a sugerir que
nuestro sociólogo de la ciencia no está familiarizado con la disciplina acerca
de la que escribe.
Lo importante es la afirmación de que
toda ciencia, hasta la matemática pura, se refiere a la sociedad. Aunque se
admita el hecho trivial de que la matemática es creación social, en el sentido
de ser construida por personas que se relacionan entre sí y que aprenden unas
de otras, no por ello se deduce que los axiomas, definiciones o teoremas matemáticos
se refieran a la sociedad, y menos aún que la describan. Supongamos, por
ejemplo, que una teoría de la referencia -una rama de la semántica filosófica-
determine cuál es el objeto de un concepto o proposición matemática en
particular; éste es un asunto que no se decide por decreto. Pues bien,
cualquier teoría razonable de la referencia nos dirá que la afirmación
"el número 2 es par" se refiere al número 2, que la declaración
"los paréntesis de Poisson no son asociativos" se refiere a los paréntesis
de Poisson, y que "la derivada de una función lineal es una
constante" se refiere a una función lineal arbitraria (en Bunge 1974,
figura una teoría exacta de la referencia, que se resume en el Apéndice del
presente trabajo).
Si se procede a aplicar una teoría
razonable de la referencia a la matemática de los matemáticos -no a la matemática
imaginada por los partidarios de la nueva sociología de la ciencia se obtendrá
el resultado nada sorprendente de que la teoría de los conjuntos se refiere a
los conjuntos, el álgebra abstracta a los sistemas algebraicos, la topología a
los espacios topológicos, la geometría a las variedades, el análisis a las
funciones, y así sucesivamente. Si la matemática se refiriese a la sociedad,
sería una ciencia social, y por lo tanto: 1) no podría aplicarse a la física,
la química, la biología o la psicología; 2) sería puesta a prueba empíricamente,
lo mismo que en principio deben serlo las hipótesis de la ciencia social; y 3)
la ciencia social propiamente dicha resultaría superflua.
Pero en definitiva, una afirmación de
la forma "x se refiere a y" debe formularse con ayuda de una teoría
de la referencia, y sucede que los sociólogos de la ciencia de la nueva cosecha
no han propuesto ni utilizado ninguna teoría por el estilo, sino que proceden
en un asunto tan decisivo de manera dogmática, y por ende, sin base científica.
Esto es de mal agüero para el "programa fuerte". Pero ha llegado el
momento de referirnos precisamente a él.
David Bloor (1976) propuso los cuatro
principios siguientes del "programa fuerte" en la sociología de la
ciencia:
1. Causalidad. La sociología de la
ciencia debería "ocuparse de las condiciones que originan creencias o
estados de conocimiento"; el conocimiento "emana de la sociedad",
es el "producto de influencias y recursos colectivos, y es peculiar de una
cultura dada".
2. Imparcialidad "con respecto a
la verdad y la falsedad, la racionalidad o la irracionalidad; el éxito o el
fracaso".
3. Simetría con respecto a la
explicación: "Los mismos tipos de causas explicarían, por ejemplo, las
creencias verdaderas y las falsas".
4. Reflexividad: "En principio,
sus pautas de explicación deberían ser aplicables a la sociología
misma".
Limitémonos por el momento a las
siguientes observaciones críticas:
EL análisis causal no es suficiente
y, además, es a veces inadecuado porque 1) se atiene a las condiciones
exteriores, ignorando los motivos y los problemas cognitivos del investigador, o
los atribuye en su totalidad a factores externos, presentando así al
investigador como un mero instrumento y no como un creador, y 2) pasa por alto
el azar, que está presente en todos los casos, tanto dentro como fuera del
cerebro.
La imparcialidad es por supuesto
necesaria mientras no se la interprete como una indiferencia entre la verdad y
el error, como una tolerancia con la anticiencia o la seudociencia, o como una
confusión de éstas con la ciencia, lo cual ya ha sucedido en cuanto a las
tesis de algunos miembros de la escuela respecto al cociente de inteligencia y
la polémica sobre la eugenesia, así como con el pretendido carácter científico
de la parapsicología, de las especulaciones de Velikovsky y de la astrología
(véase la sección 2). Una cosa es la imparcialidad, y otra la despreocupación
por la verdad.
La simetría con respecto a las
explicaciones es obviamente errónea en una perspectiva externalista y
relativista, la cual requiere que los intereses creados disfracen la realidad,
conduciendo más frecuentemente a errores que a verdades. También está
equivocada dentro de la perspectiva clásica, particularmente cuando se la
apareja con el requisito de la causalidad, con lo cual resulta o bien imposible,
o bien fútil distinguir entre las "causas" de la creencia verdadera y
las de la creencia falsa. En uno y otro caso, la sociología de la ciencia vendría
a constituir un mero ejercicio académico en vez de uno de los tres medios a
nuestro alcance para entender la ciencia y fomentar su progreso.
La reflexividad es un requisito
honrado pero suicida. Si se observa el "programa fuerte" a la luz de
sus propias tesis, debe ser interpretado como una respuesta a alguna clase de
intereses no científicos, y por tanto no más fidedigna que una ideología.
Pero de todos modos no parece que este principio haya sido aplicado.
Empero, este programa presenta otro
problema aun más importante, a saber, que su mismo primer principio (la
causalidad) es una petición de principios, en cuanto a determinar si en
realidad las ideas científicas son causadas por circunstancias sociales. ¿No
sería cosa de dejar esta cuestión librada a una investigación sin prejuicios,
o se incurre acaso en ingenuidad al exigir que la nueva sociología de la
ciencia se atenga al ethos científico esbozado por Merton? ¿Qué pasaría
si un psicólogo de la ciencia demostrara que un estímulo social dado evoca la
idea a en la persona A, la idea b en la persona B, y así sucesivamente hasta la
persona N, mientras que no evoca idea alguna en las demás personas que integran
su grupo experimental? (Después de todo, esto es lo que nos induce a esperar la
llamada Ley Cero de la psicología experimental, hasta en el caso de las
ratas.) ¿Y qué sucedería si un antropólogo de la ciencia, especializado en
observar a los investigadores durante sus tareas cotidianas (y entendiendo lo
que hacen sus sujetos de observación), llegara a demostrar que éstos unas
veces son beneficiados y otras se ven estorbados por sus intercambios con
colaboradores y colegas, pero que en cambio toman conciencia de muchos de sus
problemas y conciben gran parte de sus ideas y de sus planes cuando trabajan por
sí solos y en circunstancias inusitadas, como en la proverbial playa de Río de
Janeiro?
Un ideólogo o un político tratan de
demostrar que hay tal o cual situación, mientras que un hombre de ciencia
investiga si en efecto la hay, y procura ser objetivo, aunque por alguna razón
o sinrazón pueda desear que tal cosa ocurra (o que no ocurra). Un programa
ideológico es una profesión de fe y un plan para reforzar y propagar la fe. Un
programa científico es un proyecto de investigación a partir de ciertos
problemas, y no de principios, con excepción de los principios filosóficos
generales subyacentes en toda pesquisa científica -por ejemplo, que el mundo
exterior es real, legal y cognoscible-.