6. EL TEMA DE LA RELACIÓN ENTRE MACRONIVELES Y MICRONIVELES, O ENTRE ESTRUCTURAS Y AGENTES, EN LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA

 

Toda ciencia debe necesariamente encarar el problema de las relaciones entre microniveles y macroniveles, o sea, entre la parte (por ejemplo, el individuo y el todo (por ejemplo, la sociedad). Este problema reviste particular seriedad en la ciencia social (véase, vg. Knorr-Cetina y Cicourel 1981; Alexander et al. 1987). Los dos intentos clásicos de resolver (o eludir) este problema son el individualismo y el holismo, cada uno de los cuales presenta a su vez un aspecto ontológico y otro metodológico (véase, vg., Krimerman 1969; O'Neill 1973; Bunge 1979, 1995). Los holistas sostienen que el individuo es un peón de la sociedad, y por ello prefieren el enfoque descendente (o sea, del macronivel hacia el micronivel), de modo que son macrorreduccionistas. En cambio, los individualistas sostienen que todo acontecer social es resultado de actor individuales, y por tanto prefieren el enfoque ascendente (o sea, del micronivel hacia el macronivel), de modo que son microrreduccionistas. Mientras que Marx y Durkheim fueron en gran medida holistas, Weber y Schutz fueron predominantemente individualistas.

Con todo, puede alegarse que el holismo y el individualismo son tipos ideales. Por ejemplo, Marx no negó, sino que, al revés, realzó la acción individual (aunque concertada), particularmente cuando ésta tendía a modificar el orden social existente. Hasta los individualistas más radicales reconocen que el individuo tiende a comportarse de modo diferente en distintas situaciones sociales, pero no por ello intentan siquiera analizar el concepto macrosociológico de una situación en términos de actos individuales.

En síntesis, un especialista en ciencias sociales no puede ser, en la práctica, ni holista ni individualista en todos los casos. Ya sea que tenga o no conciencia de ello, todo hombre de ciencia es sistemista, es decir, se trata de alguien que estudia los sistemas sociales -como por ejemplo, las comunidades científicas- y la forma en que éstos son originados, conservados, reformados, revolucionados o desmantelados por medio de acciones individuales, así como la manera en que las mismas son a su vez condicionadas (y en particular, estimuladas o inhibidas) por la estructura social. El sistemista reconoce las distinciones y relaciones entre micro y macroniveles, y acepta la legitimidad de algunas reducciones (ascendentes o descendentes), pero a la vez destaca los límites que se oponen a la reducción, originados en el hecho mismo de que los sistemas sociales están compuestos de individuos y las acciones de éstos serán condicionadas por el medio ambiente social (véase Bunge 1979, cap. 5; 1985b, cap. 4; 1995, 1996, 1998).

¿Cuál es la posición de las distintas escuelas de la sociología de la ciencia respecto del trilema individualismo-holismo-sistemismo? Evidentemente, Marx y Engels, en sus enunciados generales, eran holistas (recuérdese la sección 2), pero cuando juzgaban a algún hombre de ciencia en particular, al cual profesaban respeto, como Ricardo o Darwin, no lo trataban como a un mero portavoz de la burguesía ni afirmaban que sus ideas hubieran estado integradas con elementos de la infraestructura material. En cuanto a los hombres de ciencia marxistas occidentales, como por ejemplo Bernal, eran todavía menos holistas que Marx y Engels, pues no negaban la creatividad individual ni pretendían que todo enunciado científico tuviera contenido social. Se caracterizaban por destacar la influencia del contexto sobre el contenido social, sin desconocer la distinción entre uno y otro (véase la sección 3).

En cuanto a Merton, si bien se trata de un funcionalista-estructuralista, y por tanto, en cierto modo, de un holista, sus contribuciones y las de sus discípulos a la sociología de la ciencia no pueden catalogarse ni como holistas, ni como individualistas. En realidad, todas ellas tratan de hombres de ciencia a título individual, o de equipos de éstos que comparten una misma ética y un mismo fondo de conocimientos. Dado que esas contribuciones se refieren a individuos en el marco de una sociedad, así como a los insumos y productos sociales (en particular, económicos e ideológicos) de la labor desarrollada por hombres de ciencia individuales o por equipos de investigación, establecen vínculos entre macro y microniveles, en vez de intentar macrorreducciones (característica del holismo) o microrreducciones (inherentes al individualismo). En resumen, la escuela mertoniana de sociología de la ciencia puede caracterizarse como sistemista, aunque no puede asegurarse en modo alguno que el propio Merton hubiere de aceptar esta caracterización.

Pero, ¿qué decir de la nueva sociología de la ciencia? Pues bien, por unida que ésta se presente en otros aspectos, está dividida en cuanto al tema de los micro y macroniveles. Mientras que una minoría de sus cultores, particularmente los etnometodólogos, es individualista, la mayoría, y en especial los partidarios del "nuevo programa", es colectivista o, al menos, cripto-holista. En contraste con otras ramas de la sociología, no parece haber sistemistas entre los secuaces de la nueva sociología de la ciencia -mala señal-.

La principal filosofía en la cual se funda la etnometodología es la fenomenología, escuela fundamentalmente subjetivista y por ende individualista. Husserl, padre de la misma, exigía que el sujeto se contemplase a sí mismo para observar el flujo de su propia conciencia, y que colocase la realidad "entre paréntesis", o sea, que hiciese de cuenta como si no existiera. Además, de conformidad con esta doctrina, el sujeto se crea su propia realidad en torno a sí, particularmente su propia realidad cotidiana o Lebenswelt. Es cierto que posteriormente (en 1931) Husserl encomendó esta tarea a "comunidades intersubjetivas de individuos". Pero aun así la idea básica es que la realidad carece por entero de existencia autónoma. El mundo real es "inseparable de la subjetividad trascendental", y además, constituye "una idea in finita, relacionada con infinidad de experiencias armoniosamente combinadas" (Husserl 1960, 62; las itálicas son del original). Es por ello que la fenomenología encarna "el más extremo contraste con las ciencias en el sentido hasta ahora aceptado de ciencias positivas, 'objetivas"' (Husserl [1931] 1960, 30; las bastardillas son del original).

En síntesis, el propio Husserl destacó que la fenomenología implica un enérgico rechazo del realismo gnoseológico peculiar de la ciencia y la tecnología y que caracteriza también la obra de los fundadores de la sociología. ¿Es realmente necesario explicar por qué una disciplina que ni siquiera intenta proporcionar una concepción objetiva de la realidad no puede ser considerada como científica por más que se otorgue esa denominación?

Berger y Luckmann (1967) -a la zaga de Schutz ([1932, 1967), quien siguió a Husserl, que a su vez siguió a Dilthey, seguidor por su parte de Kant y de Hegel- escriben, por lo tanto, sobre la construcción de la realidad, y no sobre el estudio de la misma (véase Outhwaite 1986, con respecto al linaje de la sociología fenomenológica), lo mismo que Harold Garfinkel (1967) y otros miembros de la escuela etnometodológica. Pero si bien los padrinos putativos de la etnometodología son el Husserl tardío y hasta el propio Heidegger, sucede que, a diferencia de estos filósofos, los etnometodólogos no son aprioristas, sino que efectúan investigaciones empíricas, aunque éstas se refieran a minucias. Es indudable que Husserl y Heidegger, quienes despreciaban la ciencia, habrían desaprobado enérgicamente dichas investigaciones empíricas por más que se hubieran deleitado con la jerga hermética que las acompaña.

La etnometodología se opone al externalismo radical porque, en su mayoría, los partidarios de éste dan por supuesta la realidad del mundo exterior, considerando además todos ellos que el individuo es por entero producto de su medio ambiente social. Este rechazo del externalismo sería acertado si no ignorase por completo la existencia de los grandes sistemas sociales y de las principales cuestiones de la sociedad, y si fuera acompañado por un estudio en profundidad de las actividades peculiares de los hombres de ciencia a título individual y de los equipos que ellos integran. Lamentablemente no es así.

En verdad, lo característico de los estudios etnometodológicos es el registro (en cintas magnetofónicas o de video) de minucias relativas a las actividades de la vida cotidiana (es decir, de lo familiar, no de lo extraordinario) y la asignación arbitraria a los sujetos o actores de un "sistema general de significado" otorgado por éstos a cada nueva situación que van enfrentando -en cuyo proceso el término clave, "significado" (o su equivalente pragmático, "interpretación") queda sin definir, conforme a la tradición de Dilthey y de Weber-.

Aquel etnometodólogo que estudia la ciencia sólo se interesa en los "objetos mundanos" (por ejemplo, los instrumentos de medición) que los hombres de ciencia utilizan en su "práctica concretada" (¿podría haber acaso una práctica no concretada?) y en los signos que emplean al hablar y al escribir, y no en las ideas científicas que confieren "significado" a dicha práctica y a las interacciones de los propios hombres de ciencia. Y no puede interesarse en ellas, porque no las entiende. El etnometodólogo es un forastero, y por ello, un externalista metodológico, aunque no ontológico. Tampoco se interesa en la acción recíproca entre ciencia y tecnología ni en las limitaciones y oportunidades que presentan la industria y el Estado. Volveremos a referirnos a la etnometodología en la sección 7.

Y sin embargo, muchos de los partidarios de la nueva sociología de la ciencia son holistas. Para ellos, el grupo precede y domina al individuo, y es quien concibe y aun quien profesa todas las creencias. Pero la tesis de que los sistemas de creencias pueden imputarse a grupos de la sociedad, y en particular a las clases sociales, tropieza con dos dificultades. Una de ellas, como lo destacara Barnes (1977), miembro fundador de la nueva sociología de la ciencia, es que pudo comprobarse que las creencias que al parecer eran las indicadas racionalmente por los intereses de una clase resultaban, con molesta frecuencia, comunes entre los miembros de otra; que las creencias dominantes de una clase eran a veces extraordinariamente reacias a una formulación racionalmente inteligible en términos de cualquier versión plausible de intereses objetivos; y a veces se encontraba en una clase tal diversidad de creencias y de pensamientos que era imposible proceder a un análisis para verificar las formas dominantes (pág. 45).

Para sintetizar, ocurre que las clases sociales no son ideológicamente homogéneas. Pero esto loo sabíamos mucho antes de que apareciera la nueva sociología de la ciencia. Por ejemplo, sabíamos que la Revolución Francesa, cuyo carácter burgués era reconocido, fue en parte efecto de los escritos y la acción de muchas personas que pertenecían a las categorías menos encumbradas de la nobleza o del clero. El caso de la Revolución Rusa fue análogo: entre sus promotores hubo numerosos integrantes de las clases privilegiadas, entre ellos, Lenin y Trotsky. Además, es dudoso que cualquier revolución sea posible a menos que se produzca una división en el seno de la clase dominante.

Sin embargo, la principal dificultad que presentan las tesis holísticas en cuanto a la atribución de las creencias reside en su presunción de que éstas pueden ser profesadas por grupos sociales, y no meramente por sus miembros. Pero una creencia es un estado o proceso mental, y por lo tanto sólo puede ser concebida, nutrida, sostenida o abandonada por una mente individual, o mejor dicho, por un cerebro. De modo que la atribución de creencias a grupos sociales sólo puede tener lugar en aras de la brevedad; por ejemplo, la expresión "el grupo social X profesa la creencia Y" debería interpretarse como una forma resumida de expresar: "Todos (o la mayoría de) los miembros (adultos) de X creen en Y". Éste es, desde luego, uno de los dogmas válidos del individualismo metodológico.)

Como hemos visto en la sección 5, Fleck ( [1935] 1979) fue quizás el primero en afirmar que "las comunidades de pensamiento", y no los individuos, construyen la ciencia, y no sólo ésta, sino también los hechos, como por ejemplo, la infección sifilítica. (La idea de que sólo las personas, naturales o sobrenaturales, crean los hechos, es, por supuesto, mucho más antigua. Recuérdese no sólo a George Berkeley, sino también a Ernst Mach y a Edouard Le Roy, el filósofo convencionalista a quien se debe la famosa frase le savant crée le fait). Según Fleck, cada Denkkollectiv tiene su propio Denkstil, y los diversos estilos de pensamiento son -como algunos dirían hoy- mutuamente "inconmensurables".

¿Cómo llegó Fleck a concebir estas ideas? Probablemente tomó su principio básico del marxismo, que por ese entonces era bastante popular en Europa. ¿Y cómo llegó a confirmarlas? Concentrando su estudio en la historia de la prueba de Wasserman para descubrir los casos de sífilis, y, aun dentro de este tema, limitándose únicamente a un par de casos de trabajo en equipo de índole relativamente rutinaria, a ignorando por completo la labor individual. No comprendió que, si bien los descubrimientos y las invenciones pueden ser anónimos y están expuestos a las influencias de la sociedad, nunca son colectivos por la sencilla razón de que se trata de procesos mentales, que sólo ocurren en cerebros de individuos. Quien pasé por alto la mente individual será incapaz de explicar la creatividad y, en consecuencia, de responder a preguntas elementales por el estilo de "aunque muchos contemporáneos de X conocían los mismos datos relevantes y compartían los mismos intereses en los mismos problemas que X, ¿por qué fue únicamente X quien descubrió Y?"

Muchos cultores de la nueva sociología de la ciencia comparten el holismo de Fleck. Por ejemplo, Bloor (1976) escribe acerca del "conocimiento de la sociedad", entendido como una "visión colectiva" (pág. 12). Y Latour (1983) sostiene que no hay diferencia entre lo que llama microactores y macroactores, o entre el interior y el exterior de un laboratorio. Basa esta tesis en el examen de los famosos experimentos sobre el ántrax efectuados por Pasteur en 1881. Las puertas del laboratorio de Pasteur estaban abiertas al público, y él mismo fue a una granja a ejecutar un experimento sobre el terreno. Al obrar de esa manera, borró el límite entre los hombres de ciencia y el público. Después de todo, “la creencia en la 'cientificidad' de la ciencia ha desaparecido” (pág. 142).

Pero apenas se ha procedido a negar la distinción entre el interior y el exterior, ésta vuelve a ser afirmada. Al estudiar el bacilo del ántrax en su laboratorio, Pasteur pudo "dominarlo", mientras que afuera, sobre el terreno, ese microorganismo era difícil de investigar y de manipular, por ser invisible y hallarse mezclado con otros muchos microbios (pág. 147). Además, pasando por alto los vínculos entre la ciencia de la microbiología, la tecnología de la concepción, manipulación y utilización de las vacunas, la industria respectiva y la campaña de educación efectuada por higienistas y docentes, Latour sacó en conclusión que "Pasteur modifica activamente La sociedad de su época, y lo hace en forma directa que no indirecta, mediante el desplazamiento de algunos de sus actores más importantes [a saber, los veterinarios]" (pág. 156, itálicas del original). Y luego dio el salto inductivo: el laboratorio "genera novísimos factores de poder" (pág. 160) y por ello constituye un potente y directo agente de transformación social, de ahí el modesto título del artículo: "Dadme un laboratorio y levantaré el mundo". Curiosa sociología ésta, que ignora tres eslabones de la cadena mediante la cual el hombre de ciencia en tanto que individuo se relaciona con la sociedad general, a saber, la comunidad científica, la industria y el Estado.

Para concluir esta sección, cabe destacar que el individualismo no es procedente en la sociología de la ciencia porque reduce a un mínimo o llega hasta a ignorar la existencia misma de los sistemas sociales (por ejemplo, las comunidades científicas y las universidades) a los que pertenecen los hombres de ciencia en tanto que individuos, y por ello no puede explicar el peculiar comportamiento de esas personas como miembros de dichos sistemas. Tampoco es procedente el holismo, porque reduce a un mínimo y hasta ignora la iniciativa, creatividad, dedicación y valor moral de los individuos, y concibe a los hombres de ciencia como asalariados que trabajan con un horario de oficina, incapaces de experimentar curiosidad, dudas, y pasiones. Tanto el holismo como el individualismo son unilaterales, y por tanto empobrecedores, y la oscilación entre uno y otro, que afecta por igual a los etnometodologistas y a los partidarios del "programa fuerte", es indicio de confusión. Por mi parte, sostengo que el enfoque correcto para abordar todos los problemas en cualquier ciencia social es el enfoque sistémico, que induce a estudiar las formas en que las personas se vinculan entre sí para constituir o para cambiar sistemas sociales, y las modalidades en que éstos funcionan a interactúan en el seno de la sociedad general.