8. EL RELATIVISMO

 

Si no existe ninguna realidad independiente, si el mundo entero es una construcción social, y si los hechos se reducen a proposiciones de cierto tipo, es patente que tampoco hay verdad objetiva alguna. En otras palabras, si no hay "afuera" de nosotros nada que no haya estado antes "adentro", la expresión "correspondencia de las ideas con los hechos" carece de sentido. Y si no hay verdad objetiva, la investigación científica no es una búsqueda de conocimientos verdaderos. O sea, para emplear un eufemismo, que "lo que se considera como verdad puede ser diferente en distintos lugares y en distintos momentos" (Collins 1983, 88). Éste es el principio básico del relativismo epistemológico, que a su vez forma parte integrante del relativismo cultural. (Respecto de la influencia de este último sobre la filosofía contemporánea, véase Jarvie 1984.)

Si el relativismo fuera verdadero, debería haber, por lo menos potencialmente, tantas matemáticas "alternativas" como grupos sociales (o étnicos, o de otra índole), a saber, matemática masculina y femenina, Blanca y negra, occidental y oriental, y así sucesivamente. Según nos lo recuerdan Bloor (1976) y Restivo (1983), ésta fue por cierto una tesis de Oswald Spengler, filósofo de la historia pomposo y oscurantista que tuvo su época de popularidad, y entre quienes la aprobaron se contó Wittgenstein. Pero fue también una tesis favorita de los nazis: así, por ejemplo, mientras que la matemática aria era pare ellos concreta e intuitiva, la matemática judía era abstracta y contraintuitiva.

La falsedad de la tesis sobre las matemáticas "alternativas" puede probarse demostrando que las proposiciones matemáticas no se refieren a nada real (y en particular, a nada social), y que no necesitan justificaciones (ni, en particular, pruebas) que recurran a operaciones empíricas (véase vg. Bunge 1985a, cap. 1). Lo que es cierto es que la matemática no puede florecer en una sociedad atrasada, cuyos miembros carezcan por igual de la instrucción, la motivación y los medios que se necesitan pare poder dedicarse a la más Aura de las ciencias Auras.

También es verdad, aunque quizás eso no les interese a nuestros sociólogos relativistas, que la matemática moderna contiene gran cantidad de teorías matemáticas "alternativas" al mismo tiempo que las "canónicas". Ejemplos de ellas son la lógica intuicionista, las teorías de los conjuntos no convencionales, la aritmética modular, las geometrías no euclidianas y el análisis no estándar. De aquí que la verdad matemática sea relativa, como se sabe desde hace más de un siglo. (Por ejemplo, la igualdad "12 + 1 = 1" es verdadera en la aritmética del reloj, pero falsa en teoría de los números. Otro viejo ejemplo: dentro de un círculo hay un número infinito de paralelas a cualquier recta dada, o sea, de rectas que no se cortan. Y otro más, bien conocido: los elementos de un álgebra de Lie no son asociativos.)

No obstante, toda verdad matemática es relativa a alguna teoría, no a la sociedad. Y cualesquiera desviaciones de las teorías matemáticas canónicas, estándar, o clásicas obedecen al anhelo de generalizar, o sea, de superar las restricciones de teorías anteriores. (Ejemplo: si se omite la operación inversa, un grupo se reduce a un semigrupo, y si se elimina la condición asociativa éste pasa a ser un grupoide.) Todas estas transformaciones son producto de una pura curiosidad intelectual, y no responden a influencias sociales, a necesidades de la industria ni a exigencias ideológicas: son respuestas a problemas conceptuales, no a problemas sociales. Si los problemas matemáticos fueran problemas sociales, estos últimos serían en su gran mayoría solubles, y además, irían resolviéndose a medida que progresa la matemática, lo cual, lamentablemente, es imposible.

La estructura de la sociedad no tiene nada que ver con las matemáticas "desviadas", que no sólo carecen de todo elemento social, sino que se cultivan juntamente con sus homólogas convencionales en una misma comunidad matemática, independientemente de factores económicos o políticos -con excepciones, claro está, como las de sociedades pobres que no pueden costearse actividades de investigación considerables, y las ocasionadas por dictadores que no gustan de ciertas ramas de la matemática-. Así se dio el caso de dos gobiernos provinciales, durante la dictadura militar de 1976-1983 en la República Argentina, que abrazaron inopinadamente el "programa fuerte" al proscribir la matemática moderna (incluido el cálculo vectorial) por considerarla marxista.

El relativismo epistemológico no es, desde luego, ninguna novedad; hace ya mucho tiempo que se sintetizó en una fórmula lapidaria: Veritas filia temporis, o sea, "la verdad es hija de su tiempo". Se trata de una reacción ingenua a la variedad de culturas y a la multiplicidad de puntos de vista divergentes sobre unos mismos hechos. Esta multiplicidad de representaciones del mundo coexistentes o sucesivas inspira escepticismo, particularmente si se comparte la opinión externalista según la cual las circunstancias e intereses sociales determinan y hasta constituyen la totalidad de las proposiciones científicas.

Hace ya mucho tiempo que los filósofos refutaron esos argumentos. La multiplicidad de teorías simultáneas o sucesivas incompatibles entre sí acerca de un mismo dominio factual sólo prueba que la investigación científica no garantiza la verdad instantánea, completa y definitiva. Pero, como lo ponen de relieve las pruebas observacionales y experimentales, es frecuente acertar con hipótesis parcialmente verdaderas. Y, como lo demuestra la historia de la ciencia, si una hipótesis es interesante y suficientemente verdadera, habrá de estimular nuevas investigaciones que podrán a su vez determinar nuevas hipótesis, más verdaderas o más profundas. Lo que vale para las hipótesis y las teorías también es válido, mutatis mutandis, para los diseños experimentales. Después de todo, el progreso científico es una realidad.

En cuanto a la sospecha de que si un proyecto científico ha sido motivado o deformado por intereses materiales o ideológicos no podrá suministrar resultados objetivamente verdaderos, es una muestra de lo que los filósofos denominan falacia genética, según la cual los conocimientos adquiridos han de juzgarse por su certificado de nacimiento (o por su fe de bautismo). (El argumentum ad hominem es un caso especial de la falacia genética.) Una hipótesis, dato o método puede ser correcto (verdadero, en el caso de una proposición) independientemente del motivo de la investigación que lo produjo, así como puede ser falso aunque sea producto de las más puras intenciones. En síntesis, la veracidad de una idea es independiente de su origen y de su utilización, y debe ser verificada por medios estrictamente objetivos. Lo mismo ocurre con el contenido de una idea. Por ejemplo, Durkheim sostuvo que todas las ideas lógicas, en particular la de la inclusión de clase, tienen origen social (y en particular, religioso), pero no pretendió que tuvieran también un contenido de esa índole.

Otra fuente de relativismo, a la cual ya había recurrido Kuhn (1962), es la percepción de figuras ambiguas como las estudiadas por los psicólogos de la Gestalt. Por ejemplo, si en un momento dado veo un rostro humano, que luego me parece un jarrón, ¿qué es lo que realmente estoy viendo, y cómo puedo afirmar que una u otra de ambas percepciones es la correcta? El constructivista replica: "Lo mejor de este ejemplo es que gracias a él podemos advertir cuán necio es preguntar cuál de estas percepciones es la real" (Collins, 1983, 90; las itálicas son del original). Pero, desde luego, una figura ambigua es, por definición, algo que puede interpretarse de dos maneras diferentes, ninguna de las cuales es más verdadera que la otra. La ambigüedad reside en la figura y en su percepción, no en el rostro ni en el jarrón reales.

Collins sugiere que tal ambigüedad afecta a todos los problemas, datos, hipótesis y métodos científicos. Pero ni él ni nadie han presentado prueba alguna de que así ocurre en efecto. Además, todo hombre de ciencia o filósofo de la ciencia sabe perfectamente que la ambigüedad y la vaguedad son fenómenos que ocurren, pero que deben ser corregidos. Todos sabemos que los adivinos prosperan gracias a la ambigüedad, pero ningún estudioso serio de la ciencia ha pretendido jamás que los investigadores científicos deban resignarse a ella.

Si bien los cultores de la nueva sociología de la ciencia no se preocupan mayormente por el concepto de Verdad, les resulta imposible ignorar que todo el mundo puede errar; empero, no definen el concepto de error en términos de desviación de la verdad, como se hace en la teoría de los errores de observación y en la epistemología, sino que sencillamente lo dejan sin definir.

Además, algunos miembros de esa escuela parecen valorar más el error que la verdad. Por ejemplo, Latour (1983) asegura que los hombres de ciencia "puedan cometer todos los errores que quieran, o simplemente más errores que cualesquiera otras personas de `afuera' que no puedan dominar los cambios de escala. Cada error es archivado, conservado, registrado y puesto sucesivamente en condiciones para que pueda volver a leerse con facilidad... Cuando uno ha sumado una serie de errores, es más fuerte que cualquiera a quien no se le hayan permitido tantas equivocaciones" (págs. 164-165). De este modo, el laboratorio "es un dispositivo tecnológico para adquirir más fuerza multiplicando los errores" (pág. 165). Si el lector sospecha que Latour confunde la ciencia con la política, time razón. En efecto, Latour y Woolgar (1979) sostienen que "no se gana gran cosa manteniendo la distinción entre la ‘política’ de la ciencia y su ‘verdad’” (pág. 237). Para resumir: como dirían Hegel y los positivistas jurídicos, la fuerza hace el derecho.

Lo que se sostiene como valedero en el caso de la verdad, también vendría a ser válido en materia de polémicas. Según los relativistas, toda controversia científica es conceptualmente interminable, dado que no existe la verdad objetiva. En consecuencia, "hasta en la más pura de las ciencias, para que se ponga término al debate es necesario darle fin empleando algún método que no suele ser considerado como estrictamente científico" (Collins 1983, 99, itálicas del original). Es decir no hay observaciones ni experimentos decisivos, ni nuevas predicciones, ni pruebas lógicas o matemáticas, ni contraejemplos concluyentes, ni pruebas de coherencia (interna o externa), y así sucesivamente. Sólo puede optarse entre la elección arbitraria del "equipo dominante" o mafia en el poder, y la negociación y la transacción final entre las facciones rivales. De este modo el juego de la ciencia quedaría reducido a una forma de la politiquería.

Los filósofos han hecho frente al relativismo o escepticismo epistemológico con ayuda de argumentos puramente lógicos o bien enumerando algunos de los descubrimientos perdurables de la ciencia, como la teoría heliocéntrica del sistema planetario, la circulación de la sangre, la existencia de campos electromagnéticos, átomos y genes, y la evolución de las especies biológicas. Éstos, al igual que la mayoría de las verdades de la lógica y la matemática, son desde luego algunas de las muchas verdades totales (que no parciales) y eternas establecidas desde comienzos de la era moderna, a despecho de escépticos tan distinguidos como Hume, Engels y Popper.

El sociólogo Tom Bottomore (1956) utilizó precisamente el argumento de los externalistas para refutar el relativismo, afirmando que "si todas las proposiciones están determinadas existencialmente [como solía decir Mannheim] y ninguna es absolutamente verdadera, entonces, esta misma proposición, de ser verdadera, no lo es en forma absoluta, sino que está determinada existencialmente" (pág. 56). Veinte años después, Bloor (1976), al formular el "programa fuerte", creyó haber refutado este argumento mediante la afirmación de que el mismo daba por supuesto que la causación social implica el error (por ejemplo, mediante el sesgo ideológico). Peso no es así, pues el propio Bottomore reconoció, a los fines de la argumentación, que la tesis externalista es verdadera. Sólo hizo hincapié en que, aun siéndolo en realidad, no puede serlo con carácter absoluto, sino únicamente dentro de (o en relación con) una sociedad o un grupo social dados. Y si así ocurre en efecto, ¿por qué deberíamos adherirnos a esa tesis él o yo, que somos miembros de otra tribu? Después de todo, lo único que Bottomore estaba haciendo avant la lettre era aplicar a la sociología de la ciencia externalista el cuarto requisito del "programa fuerte", a saber, la condición de que "en principio, sus modalidades de explicación deberían ser aplicables a la propia sociología" (pág. 14; recuérdese el capítulo 4).

Empero, el relativismo epistemológico no es totalmente falso, sino que contiene un elemento de verdad. Ciertamente, la investigación científica da por supuesto que todas las propositions de fait son en principio falibles y corregibles. EL investigador científico adopta en forma tácita lo que puede llamarse escepticismo metodológico (o moderado) en contraste con el escepticismo sistemático (o radical). Sólo duda cuando hay alguna razón (lógica o empírica) para dudar, y nunca duda de todo a la vez, sino que pondera lo que está en duda basándose en el conjunto de sus conocimientos acumulados. Y no duda de algunos de los propios principios filosóficos que rechaza la nueva sociología de la ciencia, entre ellos el de la existencia independiente del mundo exterior y su inteligibilidad objetiva. De modo que si bien la mayoría de las verdades relativas al mundo probablemente sean tan sólo parciales, no por ello dejan de ser verdades y no meras fábulas (véase Bunge 1991).

Además, las verdades científicas, ya sean totales o parciales, son consideradas como universales, y no como propiedades de tal o cual grupo. No existen ni una ciencia proletaria, ni una ciencia aria, ni una matemática negra, ni una filosofía femenina. Estas entidades pertenecen al dominio de las supercherías políticas o académicas. Es cierto que el saber progresa más en ciertos grupos o sociedades que en otros, pero lo mismo sucede con la superstición.

Si una opinión dada sólo es aceptable para los miembros de algún grupo social, entonces es ideológica, y no científica. Aun en el caso de que una idea se origine dentro de un grupo especial, debe ser universalizable para que pueda considerarse científica. A menos que se acepte este criterio de cientificidad, resulta imposible distinguir a la ciencia de la ideología, la seudociencia, o la anticiencia, lo cual, por supuesto, es una de las aspiraciones de la nueva sociología de la ciencia, como ha de verse en los capítulos 11 y 12 (véase Archer 1987; Siegel 1987; Livingston 1988; y Boudon 1990, 1995, para otras críticas que se han formulado contra el relativismo).