9. CRIPTOCONDUCTISMO Y PRAGMATISMO DECLARADO

 

Está de moda denigrar al positivismo, y la nueva sociología de la ciencia se dedica con fruición a este deporte. Pero resulta que hay dos claves de antipositivismo: el ilustrado y el oscurantista. El primero ataca las limitaciones del positivismo y trata de superarlas, particularmente en cuanto a su adhesión al empirismo, su metafísica fenomenista, y su desdén por la teoría. En cambio, el antipositivismo oscurantista critica los aspectos más válidos del positivismo: su amor (no correspondido) por la ciencia y la matemática, su claridad conceptual y su empleo de métodos formales; su exigencia de pruebas y, naturalmente, su crítica del oscurantismo.

Es de lamentar que la mayoría de los estudiosos de la sociedad y de los filósofos de las ciencias sociales que rechazan el positivismo haya adoptado una concepción oscurantista. Muchos de ellos lo hacen porque Green que es lo mismo que la ciencia natural. Lukács ([1923] 1971), uno de los héroes de Mannheim, fue de los primeros en identificar el positivismo con la ciencia natural y en escribir vehementes denuncias contra uno y otra. Irónicamente, la mayoría de los cultores de la nueva sociología de la ciencia es positivista, dado que se pasan gran pare del tiempo recopilando informaciones que no pueden asimilar por falta de teoría. Ello se aplica en particular a los etnometodólogos.

Estos especialistas graban en cinta magnetofónica o de video "las prácticas detalladas y observables que constituyen la encarnación misma de los hechos sociales ordinarios, como por ejemplo, el turno del servicio a personas en espera de ser atendidas, el orden de sucesión en las conversaciones, y el método de una conducta hábilmente concretada e improvisada (Lynch, Livingston y Garfinkel 1983, 206). Sus datos son las huellas audibles o visibles dejadas por personas que, según se supone, actúan con ciertos objetivos y de manera inteligente. Ésta es la única pista que pueden seguir pues, al faltarles el conocimiento especializado propio del hombre de ciencia, no pueden entender cuáles son los fines que animan a este último, a saber, sus problemas y ambiciones, sus principios, valores y métodos, sus conjeturas, planes y decisiones -en fin, todo el proceso que se desarrolla bajo su bóveda craneana-.

¿En qué difieren los procedimientos del etnometodólogo de los del empirista radical, y en particular de los del psicólogo conductista? Sólo en que el primero padece de una desordenada predilección por los filósofos notoriamente opacos como Husserl y Heidegger, quienes se caracterizaban, uno y otro, por su menosprecio de la ciencia (véase, por ejemplo, Husserl [1931] 1960, secciones 3-5, sobre la oposición entre "ciencia auténtica" [o sea, la fenomenología] y la ciencia a secas, y Heidegger [1953] 1987, cap. 1, respecto de la posición subordinada de la ciencia en relación con la filosofía y la poesía).

¿,Cuáles son los descubrimientos de los estudios sobre la actividad científica efectuados por los etnometodólogos? Fundamentalmente, dos (que aparecen resumidos en Lynch et al., 1983). Uno de ellos es que en la investigación va implicado "algo más" que cuanto pueda formularse pasta en el más detallado de los manuales de instrucciones. Este "algo más" es por supuesto el conjunto de suposiciones tácitas y de fragmentos y porciones de conocimientos prácticos o de procedimiento, todo ello tan familiar para los psicólogos, filósofos a ingenieros.

El otro "descubrimiento" es que, por elemental que sea un experimento científico, no puede llevarse a cabo sin un mínimo de teoría -lo cual explica que un estudiante de química parcialmente paralítico pueda efectuar sus tareas de laboratorio con ayuda de un estudiante de etnometodología libre de impedimentos para esas labores, que actúe como reemplazante suyo en las manipulaciones-. Pero ¿acaso no lo sabíamos ya hace tiempo, por lo menos aquellos de nosotros que contábamos con una formación científica? Ninguno de los dos descubrimientos mencionados es una novedad, y en ambos casos el filósofo de la ciencia podría haber facilitado el elemento básico que se le escapa al etnometodólogo, a saber, la respuesta que debe darse a la siguiente pregunta: ¿Cuáles son, precisamente, las suposiciones explícitas y tácitas que condicionan un experimento dado?

El constructivismo y el relativismo epistemológicos implican el convencionalismo y el instrumentalismo. La variedad especial de convencionalismo favorita de la nueva sociología de la ciencia puede llamarse convencionalismo social por cuanto se combina con el externalismo radical. Si todas las culturas son equivalentes, si ninguna es superior a otra, y si no existen siquiera diferentes clases de conocimientos (como por ejemplo, el científico y el ideológico), entonces la adopción de cualquier idea en particular es asunto de convención social y de utilidad para una comunidad dada.

El convencionalismo social sostiene, en especial, que "el uso apropiado [por ejemplo, de términos clasificatorios] es un uso acordado" y que "diferentes redes [conceptuales] son válidas por igual en cuanto a la posibilidad de justificación racional'. Todos los sistemas de cultura verbal tienen fundamentos racionales igualmente válidos" (Barnes 1983, 33, itálicas del original). Barnes llega a estas conclusiones luego de haber examinado las formas en que los diferentes pueblos carentes de escritura clasifican a los animales, y a partir de su lectura de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein (1953), obra que por cierto sólo se refiere al lenguaje ordinario.

Barnes generaliza, extendiendo a todos los conocimientos, incluidos los matemáticos, científicos y tecnológicos, los elementos que cree haber descubierto en las obras publicadas sobre el conocimiento ordinario primitivo. (Durkheim y Mauss [1903]1968, quienes fueron de los primeros en observar que las clasificaciones primitivas reflejan la estructura social de la tribu, particularmente en el caso del totemismo, no incurrieron en el error de Barnes.)

Barnes no se molesta en averiguar en qué forma clasifican los sistematistas o los químicos contemporáneos, ni cómo construyen y verifican sus teorías los físicos. Puede presumirse que no le haría mella siquiera la objeción de que proposiciones como "las ballenas son peces" o "hay brujas" son falsas y eso es todo. Ello no es sorprendente, pues todos los antropólogos relativistas son, en materia epistemológica, relativistas, convencionalistas y subjetivistas. (Véase, por ejemplo, Schweder 1986, 172: dado que la creencia en brujas influye sobre el comportamiento, las mismas "son, en cierto sentido, que tiene su importancia, reales y objetivas".) Al parecer, el pensamiento mágico ha hecho presa de quienes debían estudiarlo científicamente. ¿Habrá que deducir que han sido embrujados?

El convencionalismo social, progenie de las bases del externalismo con el constructivismo, implica el instrumentalismo o el pragmatismo.

Esto lo comprendió Durkheim en sus últimos años, cuando en su último libro, publicado póstumamente (1972), se retractó del realismo de su obra fundamental, Les régles de la méthode sociologique, en la cual encontramos el siguiente pasaje, que no requiere comentario:

"Si el objetivo del pensamiento fuera simplemente `reproducir' la realidad, sería esclavo de las cosas; estaría encadenado a la realidad. No tendría otro papel que ‘copiar’ en forma servil la realidad que tiene ante sí. Para que el pensamiento pueda ser liberado, debe convertirse en creador de su propio objeto; y la única forma de alcanzar esa meta es acordarle una realidad que él mismo debe crear o construir. Consiguientemente, el pensamiento tiene por finalidad no la reproducción de una realidad dada, sino la construcción de una realidad futura. De ahí que el valor de las ideas ya no pueda evaluarse con referencia a los objetos, sino que deba ser determinado por su grado de utilidad, por su carácter más o menos ‘ventajoso’” (Durkheim 1972, 251, itálicas del original).

No es sorprendente que el instrumentalismo o pragmatismo sea el dogma central de la nueva sociología de la ciencia. Por ejemplo, Barnes (1977) declara que el conocimiento es "activamente desarrollado y modificado en respuesta a contingencias prácticas" (pág. 2). Los problemas y los distintos aspectos del quehacer teórico no entran en el campo de atención del pragmatismo. Latour y Woolgar (1979) sostienen que "la observación de Heidegger según la cual ‘Gedanke ist Handwerh’ (‘el pensamiento es trabajo artesanal’) es una máxima útil" (pág. 171). En otros pasajes, ridiculizan las ideas en general, así como los "relatos según los cuales las mentes poseen ideas". Según ellos, las investigaciones de laboratorio no tendrían nada de particular, y no habría ninguna diferencia fundamental entre las actividades de los investigadores y las de sus informantes. "La única distinción es que los primeros tienen laboratorios" (pág. 257). Y Knorr-Cetina sostiene que "si hay un principio que al parecer rige las actividades del laboratorio, éste es la preocupación de los hombres de ciencia de hacer ‘que todo salga bien', es decir, una pauta para alcanzar el éxito, más bien que la verdad" (pág. 7). Como buena constructivista, esta autora combina el pragmatismo con el subjetivismo y, recurriendo a una frase de Nelson Goodman (1978), afirma que la investigación científica es "una forma de fabricar mundos" (Know-Cetina 1983).

Como Monsieur Jourdain, quien no estaba enterado de que había hablado en prosa toda su vida, los proponentes de la nueva sociología de la ciencia han vuelto a inventar el concepto pragmatista de William James, que identificaba la verdad con la eficiencia (o con el valor monetario). De este modo, Bloor (1976) declara que puede prescindirse de la noción realista de la verdad de hecho como adecuación de las ideas con la realidad: "Es difícil advertir qué es lo que podría perderse con su ausencia" (pág. 35). Lo que interesa en una teoría es que "funcione" (sin que por ello aclare exactamente en qué consiste el "funcionamiento" de una teoría).

La verdad es que toda prueba conceptual o empírica (observacional o experimental) de una hipótesis es una prueba de su verdad, sean cuales fueren su credibilidad o su utilidad potencial. Si la hipótesis sale airosa de las pruebas, declaramos que es (suficientemente) verdadera (pro tempore). Después de ello, la hipótesis en cuestión podrá ser sometida a otros debates, pruebas o aplicaciones. O sea, que la verdad precede a la "convención social", y no a la inversa.

Los cultores de la nueva sociología de la ciencia también han reinventado la idea operacionalista de Bridgman, que reduce el significado de un concepto a un conjunto de operaciones de laboratorio. De esta manera, como dice Latour (1988), "negamos significado a toda descripción que no retrate el trabajo de instalar laboratorios, mecanismos de inscripción, redes de operaciones conectadas entre sí; siempre relacionamos la palabra `realidad' con pruebas específicas dentro de laboratorios específicos y de redes de interconexión específicas que midan la resistencia de ciertos actuantes" (pág. 26; las itálicas son del original). Claro está que desde este punto de vista carecen de sentido tanto la matemática como la totalidad de las ciencias teóricas (en particular, la física, la química, la biología, la psicología y la sociología teóricas). Pero aplicando ese criterio ocurre lo mismo con la nueva sociología de la ciencia, pues ésta no hace trabajos de laboratorio, con excepción de visitas ocasionales a alguno de ellos.

El instrumentalismo o pragmatismo no "funciona" respecto de la ciencia, porque las teorías v experimentos científicos tienden a construir versiones del mundo real dotadas de máxima coherencia, verdad y profundidad. De lo contrario, no valdría la pena verificar o perfeccionar tales versiones. Sólo las teorías, diseños y planes tecnológicos se ponen a prueba para constatar su eficiencia, es decir, su efectividad, y a la vez su bajo costo, escaso riesgo, y beneficio apreciable. Pero si bien la tecnología es pragmática, en el sentido de que persigue el éxito práctico más bien que el cognoscitivo, el pragmatismo no proporciona una imagen fiel de la tecnología moderna, que se nutre de la investigación desinteresada. A diferencia del "trabajo artesanal" precientífico, la tecnología moderna sólo puede "funcionar" si en su base científica implícita hay algún elemento de verdad. Debe reconocerse que, ocasionalmente, se designan artefactos o procesos basados en escasos conocimientos científicos, pero en tiempos modernos sólo la máquina de vapor y el aeroplano son ejemplos importantes de esta fórmula; en términos generales, si la invención es eficiente a importante, ella misma suscitará la investigación científica que terminará por legitimar su diseño.

Pero sucede también que, siendo el pragmatismo incompatible con el racionalismo, en cambio congenia con el intuicionismo y con formas todavía más extremas del irracionalismo como ser el existencialismo. Y no es sorprendente que la nueva sociología de la ciencia contenga algunas tesis intuicionistas. Por ejemplo, sostiene que los hombres de ciencia no proceden racionalmente, críticamente, ni objetivamente, sino que están guiados por los paradigmas y modas culturales en vigor -incluido el prejuicio de clase- y por analogías y metáforas (sobre el particular, véanse las citas apropiadas de las obras de Thomas S. Kuhn 1962, Mary Hesse 1980, y Richard Rorty 1979).

Ahora bien, es cierto que ningún esfuerzo científico puede ser fructuoso sin el auxilio de intuiciones de diversas clases. La información y el rigor no son suficientes para "descubrir" nuevos problemas, hipótesis, diseños experimentales, o métodos. Pero la intuición es impotente sin la lógica, del mismo modo que la razón -salvo en el caso de la matemática- es impotente si no se efectúan observaciones o experimentos. El hombre de ciencia creador se las ingenia para combinar estos tres factores (véase Bunge 1996). De modo que el intuicionismo es una filosofía de la ciencia inadecuada, igual que el racionalismo radical y el empirismo radical. Y de todas las variedades de intuicionismo, la fenomenología es la peor, por cuanto postula la existencia de la Wesensschau, es decir, la capacidad de "ver" esencias en forma directa a inmediata, que exime al fenomenólogo de la pesada tarea de construir teorías, en particular modelos matemáticos, y de someterlas a pruebas de todas clases.

En síntesis, la nueva sociología de la ciencia padece de conductismo y de pragmatismo. Como sabemos gracias a la historia de la psicología, el primero es garantía de superficialidad psicológica, por cuanto pasa por alto los procesos mentales, y, a fortiori, no investiga sus mecanismos neurales (véase, por ejemplo, Bunge y Ardila 1987). En cuanto al pragmatismo, sabemos, como nos lo enseña la filosofía de la ciencia, que no puede explicar la investigación científica, por cuanto minimiza el papel de la teoría a identifica el significado con la operacionalidad y la verdad con la eficiencia. Por ello no es de extrañar que la nueva sociología de la ciencia se caracterice por su superficialidad, como veremos a continuación.