10. EL ORDINARISMO
Uno de los principales dogmas
de la nueva sociología de la ciencia es que el conocimiento científico no
tiene nada de peculiar, y menos aún de extraordinario: es tan sólo una
"construcción social" más, otro "escenario político". ¿Qué
puede esperarse de investigaciones efectuadas sobre la base de esta presunción,
a la cual denominaré "ordinarismo"? ¿Podemos esperar acaso que nos
enseñe lo que distingue a la ciencia de los demás sectores del quehacer
humano, como la técnica, la ideología, la industria o la política, y de qué
modo participa en una acción recíproca con ellos? Es obvio que no, pues la
nueva sociología de la ciencia niega tal diferencia, y por tanto la posibilidad
misma de tal interacción. ¿Podemos quizás esperar que la nueva sociología de
la ciencia descubra los factores sociales que estimulan, y los que inhiben el
progreso de la ciencia? Desde luego que no, pues sostiene que los factores
sociales mismos son construcciones, y en particular, construcciones científicas.
Tampoco podemos esperar que descubra ninguna otra cosa que exista en el mundo
exterior, por la sencilla razón de que ese mundo es inexistente. Si tomamos al
pie de la letra lo que afirma el constructivismo, sólo podemos esperar que nos
proporcione lo que él mismo hace. Y si tomamos al pie de la letra el
relativismo, no podemos esperar que nos suministre algo mejor que fábulas.
Entonces, ¿por qué deberíamos creer en lo que puede decirnos la nueva
sociología de la ciencia?
Francis Bacon, que no es uno
de los héroes de esta tendencia, creía haber dado con un conjunto de reglas
mediante las cuales personas corrientes -y bastaría, en rigor, con unas pocas
docenas de éstas- podrían efectuar descubrimientos científicos por sí
mismas. Los partidarios de la nueva sociología de la ciencia (v.g. Knorr-Cetina
1981; Latour 1983) están de acuerdo con el abuelo del positivismo, y van aun más
lejos que él, al aseverar que en la ciencia no hay nada de especial, "nada
que revista cualidad cognoscitiva alguna". Para citar a Latour (1983):
"E1 hecho científico es producido por personas comunes, ordinarias, en ámbitos
corrientes, que no están vinculadas entre sí por ninguna norma ni forma de
comunicación, pero que trabajan con dispositivos inscriptores" (pág.
162). No tiene importancia lo que las inscripciones signifiquen ni cómo se
verifique su contenido para cerciorarse de su coherencia y de su veracidad: lo
único que interesa es la "tecnología de la inscripción (escritura, enseñanza,
impresión, dispositivos registradores)". Como dice Feyerabend, "en el
laboratorio todo vale, excepto los dispositivos de inscripción y los
documentos" (Latour 1983,161).
La concepción
constructivista-relativista de la investigación científica es una versión
sociologizada de la tesis de Bacon, según la cual los hombres de ciencia sólo
se ocupan de compilar (o mejor dicho, construir) datos, de hacer inscripciones,
de "negociar" entre sí, y de modificar sus “reglas" (hasta sus
"reglas para ver") en formas misteriosas (véase, por ejemplo,
Collins, 1983). Por algún motivo ignoto, el descubrimiento de problemas, la
concepción de hipótesis, el diseño de experimentos y las comprobaciones de la
verdad no figuran para nada en el "modelo wittgensteiniano/fenomenológico/kuhniano
de la actividad científica", como lo llama Collins (1983).
Dado que la nueva sociología
de la ciencia es externalista y pragmatista, no presta atención a las teorías
científicas o bien, en caso de hacerlo, las toma por cúmulos de inscripciones
que pueden someterse a "análisis semiótico", como lo ha hecho Latour
(1988) con la relatividad especial. Y, al pasar por alto o interpretar mal las
teorías científicas, no proporciona una descripción adecuada (verdadera) de
las operaciones de laboratorio, todas las cuales suponen en realidad alguna teoría,
hasta el punto de que hay algunas que tienen precisamente por objeto poner a
prueba determinadas teorías.
Así es como Latour y Woolgar
(1979) y Knorr-Cetina (1981) creen que el rasgo esencial del trabajo de
laboratorio es la manipulación de artefactos. Al hacerlo, los hombres de
ciencia, según estos autores, no descubrirían ni inventarían nada (ni
siquiera los instrumentos mismos) sino que tan sólo adquirirían y acumularían
"nuevas calificaciones para la manipulación de objetos"; en
particular, objetos de laboratorio (Knorr-Cetina 1981; Latour 1983). Pero en
realidad, la manipulación de los instrumentos de laboratorio queda
frecuentemente a cargo de técnicos, y hasta de dispositivos automáticos,
siendo así que los instrumentos no son sino medios con que se cuenta para
adquirir conocimientos objetivos acerca del mundo. Cuando los medios son sistemáticamente
confundidos con los fines, algo anda muy mal en este planeta, y no sólo en lo
que incumbe a la moral, sino también en todos los demás aspectos.
Podría entonces suponerse,
aplicando esta visión operacionalista de la labor científica, que Newton no se
dedicó a investigar el movimiento de los cuerpos (o sea, los referentes de la
mecánica) sino que se ocupaba de manipular instrumentos de medición -lo cual,
lamentablemente, no le interesaba-. Y que, por más introvertido que fuera,
estaba en realidad inmerso en "negociaciones" con Leibniz y con los
cartesianos. Podría también presumirse que su victoria final sobre uno y otros
fue resultado de su habilidad para maniobrar más eficazmente que sus rivales, o
sea, de haber sido mejor político que ellos. Análogamente, habría que
imaginar que Crick y Watson se pasaron el tiempo en Cambridge efectuando
mediciones (cosa que en realidad nunca hicieron) y "negociando" con
Rosalind Franklin y otros cristalógrafos, así como con Linus Pauling por
intermedio del hijo de éste, pese a lo cual siempre creyeron que estaban
tratando de descubrir la composición y estructura del material genético. De
haber conocido el programa constructivista/relativista se habrían enterado de
lo que en realidad estaban haciendo. En efecto, si uno quiere librarse de sus
ilusiones vanas, basta con que se haga tratar por un terapeuta de la ciencia.
Los partidarios de la nueva
sociología de la ciencia proclaman repetidamente que, lejos de descuidar el
"contenido técnico" de los proyectos científicos que estudian, lo
que hacen es proporcionar "descripciones detalladas de los 'tornillos y las
tuercas' de la actividad científica" (Pinch 1985, 3). Esto lo consiguen,
no ya sometiéndose al dilatado proceso de un aprendizaje científico normal,
sino visitando laboratorios científicos. De esta manera Pinch (1985) nos cuenta
que se "familiarizó" con el intrincado problema de los neutrinos
solares "mediante una visita al lugar del experimento" [es decir, el
que venía dirigiendo Raymond Davis, donde pasó "unos días conversando
con los integrantes del grupo de investigadores que lo realizaban, y 'observándolos"'
(pág. 5). Para proceder así no es necesario contar con ninguna preparación sólida
en materia de física teórica o experimental, sino que basta con tener el tupé
de hacerse invitar a visitar un laboratorio, a la vez que poseer suficiente
dominio del idioma natural como para entender la versión popularizada que el
anfitrión tenga la gentileza de proporcionar al audaz explorador.
Evidentemente, aunque a esto se le dé el nombre de observación participativa,
en realidad es tan sólo un vistazo desde la galería.
Lo cierto es que para
participar efectivamente en un proyecto científico, desempeñando cualquier
papel que no sea el de un técnico de laboratorio corriente, es necesario
entender el problema que se está investigando. Por ejemplo, para entender el
llamado "problema de los neutrinos solares", es preciso leer las
complejas fórmulas matemáticas del flujo de neutrinos. Y para entender el diseño
del experimento, es indispensable dominar, entre otras cosas, el principio de
detección de neutrinos que se está utilizando, lo cual exige conocer elementos
bastante complejos de física atómica teórica. De lo contrario, no es posible
entender el problema, consistente en la explicación de la discrepancia entre
los datos de las mediciones y el cálculo teórico, y mucho menos exponerlo.
Debe reconocerse que Pinch ha conseguido popularizar acertadamente toda esta
cuestión, pero sin haber podido explicar los "resortes y engranajes"
del caso, porque para ello habría necesitado poseer conocimientos sumamente
especializados. Después de todo, la ciencia no es asunto tan ordinario.
Irónicamente, ocurre que el
análisis de Pinch constituye, con excepción de algunos comentarios marginales,
una exposición completamente epistemológica y por tanto internalista de la
forma en que se interpretan los datos de la observación a la luz de las teorías
-lo cual, lamentablemente, se reduce a un análisis superficial, pues sólo
menciona algunas de las teorías implicadas en el proyecto, sin analizar ninguna
de ellas-. Pinch pretende haber esbozado una integración teórica de
descubrimientos mediante estudios de casos en términos de dos conceptos
supuestamente novedosos: la externalidad y el contexto evidencial. Lo que
denomina "externalidad" o "externalización de la observación"
es la "cadena de interpretaciones en que se incurre al efectuar una
observación". Sostiene, con razón, que los resultados empíricos deben
poder "verse" mediante la aplicación de las teorías, pero no intenta
siquiera mostrar cómo se realiza esa "interpretación" mediante
fragmentos de teoría e hipótesis indicadoras (véase al respecto Bunge 1978,
1983b).
En cuanto al "contexto
evidencial de observación", sólo se trata de un nombre erróneo del propósito
de una observación. ¿Es que ésta se efectúa para descubrir nuevos hechos,
para averiguar nuevos datos que han de insertarse en un cálculo teórico, para
probar una teoría, o para verificar los resultados de otra observación? En
resumen, Pinch ha estado reinventando precisamente aquella filosofía de la
ciencia que él y sus compañeros de armas han venido denunciando, con tanta
vehemencia, como infiel al saber científico. Pero, por desconfiar de la lógica,
no han podido construir una filosofía de la ciencia clara y coherente.
El cultor de la nueva
sociología de la ciencia no se molesta en aprender el idioma de la tribu que
pretende estudiar. Una o dos veces en su vida visita un laboratorio de biología
sin saber nada de la materia, escribe sobre la sociología de la matemática sin
haber estudiado esta ciencia, y así por el estilo, constituyéndose en un
observador desde la galería digamos premalinowskiano, más bien que en
un genuino observador participante, si bien pretende contar con un método rápido
a infalible para adquirir competencia natural en cualquier ciencia, o sea, para
dominar tanto las reglas tácitas como las explícitas de cualquier
"juego" científico. La receta es la siguiente: "La mejor forma
de adquirir el conocimiento tácito es el trato directo" con los hombres de
ciencia, sea cual fuere su especialidad (Collins 1983, 92).
Sin embargo, Collins (1983)
admite que "el método de la plena participación rara vez puede alcanzarse
(sic) en la práctica... pero una serie de entrevistas en profundidad puede
constituir un sustituto aceptable" (pág. 93). Vale decir, que para dominar
un sector de investigación no es necesario en absoluto haberlo estudiado, y
menos todavía emprender investigaciones originales: basta con proceder a un
breve reportaje de periodismo científico.
No es de extrañar que los
sociólogos de la ciencia persuadidos de que la investigación científica es un
quehacer ordinario hagan descubrimientos que también lo son. En realidad, lo
que descubren efectivamente es que la investigación científica no se
desarrolla de modo aislado, sino en medio de una red de colaboración social;
que cada miembro de un equipo de investigación intercambia con los demás una
cantidad de informaciones, preguntas, evaluaciones, propuestas, y otras
comunicaciones; que los hombres de ciencia formulan proposiciones de diferentes
clases (por ejemplo, provisionales y asertivas); que permanentemente unas
categorías se van transformando en otras, y que "el destino de lo que
decimos y hacemos está en manos del usuario ulterior" (Latour 1987, 29).
Junto a esta sarta de lugares
comunes, damos también con egregios dislates, como las afirmaciones de que toda
proposición tiene contenido social; que "una proposición se convierte en
un hecho" cuando "es liberada de las circunstancias en que fue
producida" (Latour y Woolgar 1979); que la realidad es construida y
"desconstruida" del mismo modo que un texto literario; que "según
se ha demostrado, todo el proceso de construcción de los hechos puede
explicarse dentro de un marco de referencia sociológico" (Latour 1980,
53); que hasta la noción de contradicción, así como las operaciones de
calibración de instrumentos y de análisis estadístico, pueden y deben ser
construidas en términos sociológicos (Collins 1983, 101); que "las
inferencias de lo general a lo particular tienen en realidad carácter
inductivo" (Barnes 1982, 101), y así sucesivamente.