13. CONCLUSIÓN

 

Hay dos posibles variedades de crítica de la sociología del conocimiento, y en particular, de la sociología de la ciencia, a saber, la destructiva y la constructiva. La primera, patrocinada por la mayoría de los estudiosos clásicos de la ciencia (en particular, Karl R. Popper), niega la posibilidad misma y la utilidad de la sociología de la ciencia, a insiste en mantener una perspectiva internalista radical. Esta opinión es falsa porque, en realidad, el conocimiento -y en particular, la investigación científica- no puede separarse del cerebro que conoce o de su sociedad: el ser que actúa como sujeto de la operación cognoscitiva está inmerso en un medio ambiente natural y social.

El externalismo es, por supuesto, una reacción extrema contra el internalismo. En la mayoría de sus aspectos, esta reacción exagera al mantener la distinción clásica entre lo constitutivo o cognitivo y lo contingente o social, para terminar sosteniendo (sin pruebas) que lo segundo determina lo primero, a incluso que lo cognitivo es lo contingente con distinto envoltorio lingüístico, una vez despojado de todas las "modalidades" o referencias a las opiniones y actos del hombre de ciencia (Latour y Woolgar 1979). Esta tesis le ahorra al estudioso de la ciencia de nuevo estilo el trabajo de estudiar las ideas científicas y los diseños experimentales, de modo que en rigor nunca llega a adquirir un conocimiento íntimo de ningún proyecto de investigación: en vez de ello, lo que hace es observar la ciencia desde lejos, como si fuera un periodista o un administrador.

A la inversa, en otro aspecto, la nueva sociología de la ciencia no va lo bastante lejos cuando se trata de investigar las circunstancias sociales de la investigación científica, pues en la mayoría de los casos limita su interés al examen de lo que llama "procedimientos de contabilidad local" (Krohn 1980; Collins 1983), por ejemplo ciertos laboratorios en particular, como si el lugar concreto de que se trata tuviera mayor importancia que los rasgos genéricos de la investigación científica y la estructura de la sociedad en general (véase Gieryn 1982). A este respecto, la nueva sociología de la ciencia implica una regresión, comparada con la sociología de la ciencia marxista 

Como resultado de tal perspectiva lugareña (enfocada sobre el lugar físico), la nueva sociología de la ciencia no ha llegado siquiera a estudiar cuestiones no locales, y temas de primera importancia, como 1) la deliberada escasez de los fondos dedicados a las investigaciones en materia de ciencias sociales por los gobiernos conservadores de Estados Unidos, y a la investigación científica en general por el gobierno conservador de Gran Bretaña; 2) la actual decadencia del comunismo epistémico, que se concreta en la aversión cada vez mayor, por parte de los hombres de ciencia experimentales, a intercambiar datos, ideas y materiales, a causa de la competencia exacerbada y de las presiones comerciales (Marshall 1990); 3) la creciente frecuencia de reivindicaciones exageradas y el descaro de la publicidad, así como el número cada vez mayor de casos de fraude y de plagio, particularmente en las ciencias biomédicas, como resultado de la implacable competencia para conseguir subsidios y empleos; 4) la declinación del número de hombres de ciencia y de estudiantes de ciencias nativos en Estados Unidos y en Gran Bretaña, a raíz del filisteísmo fomentado por la suma de todos los factores antedichos, más el predominio de un ambiente antiintelectual; y 5) la prosperidad de las doctrinas y movimientos anti y seudocientíficos y el concomitante resurgimiento de filosofías irracionalistas en todos los países industrializados, tanto del Oeste como del Este.

Si la nueva sociología de la ciencia no ha llegado a encarar esos problemas es precisamente porque forma parte de los mismos. Más aún, ha venido criticando lo que llama el "mito de la ciencia". En cambio, son principalmente personas ajenas a la profesión sociológica, en particular miembros de las redacciones de Science y Nature, y colaboradores de The Skeptical Inquirer, quienes han venido siguiendo de cerca y analizando las mencionadas tendencias. En suma, la nueva sociología de la ciencia denuncia la política y la ideología allí donde no las hay, a saber, en el contenido de la ciencia, tanto formal como factual, mientras que no llega siquiera a advertirlas justamente donde estorban su desarrollo.

¿Cómo puede explicarse el surgimiento de la nueva sociología de la ciencia? Un sociólogo de la ciencia podría sentir la tentación de explicarla como un efecto "perverso" del rápido incremento en la demanda de estudiantes para el grupo de materias denominado "Ciencia, Tecnología y Sociedad", que acompañó el súbito auge de la ciencia y la tecnología durante el período de posguerra a partir de 1945. Hubo de pronto demasiadas oportunidades de empleo, que los posibles candidatos no deseaban perderse, como podría haber ocurrido si se hubiesen ampliado los cursos de estudios científicos que en épocas anteriores se habrían considerado necesarios para convertirse en un serio estudioso de la ciencia. El externalismo proporcionó la excusa perfecta para no molestarse en abordar la ciencia como un órgano de conocimiento.

¿Pero por qué tuvo que abrirse paso, durante los decenios de 1960 y 1970, una tendencia subjetivista (constructivista) y relativista, que además no alberga ningún respeto por la ciencia? A mi entender, este acontecimiento, y la paralela reanimación de las filosofías antirrealistas a irracionalistas, pueden explicarse en términos externalistas, de la siguiente forma: la nueva sociología de la ciencia nació juntamente y en acción recíproca con las revueltas estudiantiles de Estados Unidos y Europa Occidental, que culminaron en los sucesos de mayo de 1968. Los rebeldes en cuestión no sólo lucharon contra la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam (una vez que el Gobierno empezó a llamarlos a filas), sino que se alzaron contra el "establecimiento" en general, y, en Europa Occidental, contra la rígida jerarquía universitaria en particular.

Extraviados por Marcuse, Habermas y otros "teóricos críticos", aquellos jóvenes, cuyas buenas intenciones no hay razón de poner en duda, interpretaron la ciencia y la tecnología como ideología del "establecimiento". En consecuencia, culparon a ambas (pues las confundían entre sí) de los pecados de ciertos políticos y dirigentes del mundo de los negocios, principalmente belicismo, degradación ambiental, explotación económica, y hasta opresión política.

Pero como la gente tiene que creer en algo, muchos de aquellos revoltosos abrazaron doctrinas irracionalistas, como el misticismo oriental, el existencialismo, el ocultismo, el escepticismo radical, y, especialmente, el anarquismo epistemológico, en torno al lema popular de "anything goes" ("todo vale"), acuñado a su debido tiempo por el filósofo Paul K. Feyerabend (1975).

A su vez, la adopción de estas doctrinas anticientíficas alejó a muchos jóvenes del estudio de la ciencia y la tecnología y los indujo a abrazar concepciones no científicas de los estudios sociológicos, históricos y filosóficos de dichas disciplinas. El desastroso estado actual del alfabetismo científico y la disminución del número de estudiantes de ciencias y de ingeniería son en parte resultado de la revuelta contra el "mito de la ciencia", pues quienes temen, odian o desprecian la ciencia o la tecnología no se molestan en estudiarlas (véase Bunge 1989). Otro resultado de la revuelta contra la ciencia es la aparición de la nueva sociología de la ciencia, y, en general, la reciente cosecha de estudios sociales constructivistas, relativistas a irracionalistas (véase, como ejemplo representativo, Fiske y Schweder 1986).

Para recapitular, hasta mediados del decenio de 1960 la ciencia era generalmente caracterizada por un conjunto de rigurosas normas y por un ethos propio. Desde entonces, un número creciente de estudiosos de la ciencia han venido proclamando que ésta es un mito y, desde luego, en sus propios trabajos se han negado a aplicar esas normas y a observar esa ética. El resultado ha sido una versión totalmente grotesca de la ciencia, que puede dar lugar a las siguientes moralejas:

Si quieres saber algo de la ciencia, empieza por estudiarla.

Si ignoras la filosofía, terminarás por reinventar alguna mala filosofía.

Y si todo vale, entonces no vale gran cosa.