POSTSCRIPTUM

 

Los científicos no suelen tener tiempo ni paciencia para corregir los disparates de los seudocientíficos y de los enemigos de la ciencia (o "tecnociencia", como la llaman quienes ignoran la diferencia entre la búsqueda de la verdad y la búsqueda de la utilidad). Es así que, durante más de dos décadas, los constructivistas-relativistas pudieron macanear impunemente y encaramarse en cátedras universitarias y consejos editoriales.

Eventualmente, la reacción vino de golpe y vigorosa. La primera fue el presente trabajo, publicado entre 1991 y 1992. En seguida después golpeó el embriólogo Lewis Wolpert en su delicioso libro The Unnatural Nature of Science (Faber and Faber, 1992). Poco después apareció Higher Superstition, del biólogo Paul R. Gross y el matemático Norman Levitt (Johns Hopkins University Press, 1994). El mismo año se publicó el volumen colectivo Le relativisme est-il résistible?, compilado por el sociólogo Raymond Boudon y el filósofo Maurice Clavelin (Presses Universitaires de France, 1994 ). El año siguiente la New York Academy of Sciences celebró un gran congreso, sobre el tema The Flight from Science and Reason, dedicado a poner en evidencia al enemigo. Las actas de este animadísimo congreso constituyen el grueso volumen 775 de los Annals of the New York Academy of Sciences (New York, 1996). Raymond Boudon volvió sobre el tema en Le Juste et le vrai (Fayard, 1995). Yo he hecho lo propio en Finding Philosophy in Social Science (Yale University Press, 1996) y Social Science under Debate (University of Toronto Press, 1998).

A la hora de escribir este P.S., el enemigo sigue socavando las universidades y debilitando el apoyo del público a la investigación básica, en alianza tácita con el movimiento neoliberal, que sostiene que el Estado sólo debe subvencionar las investigaciones técnicas (como si el avance técnico fuese sostenible sin investigaciones básicas).

Sin embargo, las críticas citadas han hecho alguna mella, a consecuencia de lo cual el enemigo está ahora a la defensiva. Por ejemplo, Bruno Latour ha reconocido recientemente que se le había ido la mano al negar la existencia autónoma de la naturaleza. Pero el daño que han hecho los constructivistas-relativistas a toda una generación es irreversible. Esos cerebros han sido incapacitados para buscar la verdad, a incluso para admitir que alguien pueda buscarla y encontrarla.

Cometen un error los científicos que menosprecian a los charlatanes, porque éstos llegan a un público mucho más amplio que aquéllos. Por ejemplo, los medios de difusión de masas publican a menudo relatos de presuntas experiencias paranormales y sobrenaturales, mientras que rara vez publican críticas a tales experiencias. Y las facultades de humanidades están llenas de docentes que repiten dogmas irracionalistas y anticientíficos, sin molestarse por ofrecer argumentos. No debiera de extrañar que, llegadas a posiciones de poder, las víctimas de este oscurantismo se conviertan en victimarios empeñados en desmantelar los institutos de investigación científica y en degradar la enseñanza de la ciencia, al punto de pretender eliminar la biología evolutiva, ignorar la psicología biológica y marginar las ciencias sociales auténticas.

Si toleramos que el vecino críe cuervos, no nos quejemos cuando éstos nos saquen los ojos. Una cosa es tolerar toda búsqueda de la verdad, por heterodoxa que sea. Otra cosa es tolerar, en el recinto académico, a quienes no toleran la búsqueda de la verdad porque niegan que ésta sea posible o deseable. La libertad de opinión es sagrada. Pero, como todo derecho, la libertad de opinión conlleva una responsabilidad. En este caso, esta es la de examinar y fundamentar las opiniones. En casa y en la calle, cualquier opinión es tolerable. En el recinto académico, sólo es tolerable la opinión discutible racionalmente y susceptible de ser fundamentada. Lo demás es estafa.

 

Montréal, primavera de 1998