1. Rudolf Carnap: observable y teórico 


Una de las distinciones más importantes entre dos tipos de leyes de la ciencia es la distinción entre las que podrían llamarse (no hay una terminología aceptada en general) leyes empíricas y leyes teóricas. Leyes empíricas son las que pueden ser confirmadas directamente mediante observaciones empíricas. A menudo se utiliza el término «observable» para designar un fenómeno que puede ser observado directamente; de modo que puede decirse que las leyes empíricas son leyes acerca de observables.


En este punto debemos hacer una advertencia. Los filósofos y los científicos utilizan de manera muy diferente los términos «observable» e «inobservable». Para un filósofo, «observable» tiene un sentido más estrecho. Se aplica a propiedades como «azul», «duro», «caliente», etc. Son propiedades que se perciben directamente a través de los sentidos. Para el físico, la palabra tiene un sentido mucho más amplio. Incluye a toda magnitud cuantitativa que pueda ser medida de una manera relativamente simple y directa. Un filósofo no consideraría una temperatura de 80º C, por ejemplo, o un peso de 45 kilos como un observable, porque no hay percepción sensorial directa de tales magnitudes. Para un físico, ambos son observables porque se los puede medir de una manera muy simple. El objeto que se quiere pesar es colocado en una balanza de platillos. La temperatura se mide con un termómetro. El físico no diría que la masa de una molécula, y menos aún la de un electrón, es algo observable, porque en este caso los procedimientos de medición son mucho más complicados e indirectos. Pero a las magnitudes que pueden ser determinadas mediante procedimientos relativamente simples -la longitud con una regla, el tiempo con un reloj o la frecuencia de ondas luminosas con un espectómetro- las llaman observables.


Un filósofo podría objetar que no se observa realmente la intensidad de una corriente eléctrica. Sólo se observa la posición de un indicador. Se introdujo un amperímetro en el circuito y se observó que la aguja señalaba la marca 5,3. Ciertamente, no se observó la intensidad de la corriente, sino que se la infirió a partir de lo observado.

El físico respondería que esto es verdad, pero que la inferencia no era muy complicada. El procedimiento de medición es tan simple y tan bien fundado que no puede dudarse de que el amperímetro brinda una medición exacta de la intensidad de la corriente. Por ello se la incluye entre los observables.


Aquí no se trata de quién utiliza el término «observable» de la manera correcta o adecuada. Hay un continuo que comienza con observaciones sensoriales directas y pasa a métodos de observación enormemente complejos e indirectos. Obviamente, no puede trazarse una línea divisoria tajante en este continuo; es una cuestión de grado. Un filósofo está seguro que el sonido de la voz de su mujer proveniente del otro lado de la habitación es un observable. Pero supongamos que la oye en el teléfono. ¿Es o no un observable su voz? Un físico, ciertamente, diría que cuando mira algo a través de un microscopio común está haciendo una observación directa. ¿Sucede lo mismo cuando mira a través de un microscopio electrónico? ¿Observa la trayectoria de una partícula cuando ve el rastro que deja en una cámara de burbujas? En general, el físico habla de observables en un sentido muy amplio, comparado con el estrecho sentido que da el filósofo a la palabra, pero, en ambos casos, la línea de separación entre lo observable y lo inobservable es muy arbitraria. Es conveniente recordar esto cuando se encuentran estos términos en los libros de los filósofos o los científicos. Cada autor establece el límite donde le resulta más conveniente, según su punto de vista y no hay ninguna razón por la cual no deba gozar de este privilegio.


Las leyes empíricas, en mi terminología, son las que contienen términos directamente observables por los sentidos o medibles mediante técnicas relativamente simples. A veces, estas leyes reciben el nombre de generalizaciones empíricas, para recordar que se las obtiene mediante la generalización de los resultados de las observaciones y mediciones. No sólo incluyen leyes cualitativamente simples (como «todos los cuervos son negros»), sino también leyes cuantitativas que surgen de mediciones simples. Las leyes que relacionan la presión, el volumen y la temperatura de los gases son de este tipo. La ley de Ohm, que vincula la diferencia de potencial eléctrico, la resistencia y la intensidad de la corriente, es otro ejemplo conocido. El científico realiza repetidas mediciones, halla ciertas regularidades y las expresa en una ley. Estas son las leyes empíricas. Como indicamos en capítulos anteriores, se las usa para explicar hechos observados y para predecir sucesos futuros observables.


No hay un nombre comúnmente aceptado para designar el segundo tipo de leyes, a las que yo llamo leyes teóricas. A veces se las llama leyes abstractas o hipotéticas. «Hipotéticas» quizás no es un nombre adecuado porque sugiere que la distinción entre los dos tipos de leyes se basa en el grado en el cual las leyes están confirmadas. Pero una ley empírica, si es una hipótesis de ensayo confirmada solamente en escasa medida, seguiría siendo una ley empírica aunque pudiera decirse que es hipotética. Una ley teórica no se distingue de una ley empírica por el hecho de que no esté bien establecida, sino por el hecho de que contiene términos de un tipo diferente. Los términos de una ley teórica no se refieren a observables aun cuando se adopte el significado amplio que da el físico a lo que puede ser observado. Son leyes acerca de entidades tales como moléculas, átomos, electrones, protones, campos electromagnéticos, etc., que no pueden ser medidas de manera simple y directa.

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Fundamentación lógica de la física, Sudamericana, Buenos Aires1969, p. 299-301.

Textos de Diccionario Herder de filosofía

 

 

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2. Rudolf Carnap: inducción y probabilidad 



¿Qué justificación tenemos para pasar de la observación directa de los hechos a una ley que expresa ciertas regularidades de la naturaleza? Este problema es llamado, en la terminología tradicional, «el problema de la inducción».

A menudo se contrapone la inducción a la deducción diciendo que ésta va de lo general a lo específico o singular, mientras que la inducción recorre el camino inverso, va de lo singular a lo general. Pero ésta es una simplificación engañosa. En la deducción hay tipos de inferencia distintos de los que pasan de lo general a lo específico; y en la inducción también hay muchos tipos de inferencia. La distinción tradicional también es engañosa porque sugiere que la inducción y la deducción son simplemente dos ramas de un solo tipo de lógica. La famosa obra de John Stuart Mill, Sistema de Lógica, contiene una extensa descripción de lo que él llamaba «lógica inductiva» y formula diversos cánones del procedimiento inductivo. En la actualidad, somos más renuentes a usar la expresión «inferencia inductiva». Si se la usa, debemos comprender que se refiere a un tipo de inferencia que difiere fundamentalmente de la deducción.


En la lógica deductiva, la inferencia conduce de un conjunto de premisas a una conclusión que es tan cierta como las premisas. Si hay razones para creer en las premisas, se tienen razones igualmente válidas para creer en la conclusión que se desprende lógicamente de ellas. Si las premisas son verdaderas, la conclusión no puede ser falsa. Con respecto a la inducción, la situación es muy diferente. La verdad de una conclusión inductiva nunca es segura. Con esto no quiero decir solamente que la conclusión no puede ser segura porque se base en premisas que es imposible conocer con certeza. Aunque las premisas sean verdaderas y la inferencia sea una inferencia inductiva válida, la conclusión puede ser falsa. Lo más que podemos decir es que, con respecto a las premisas dadas, la conclusión tiene un cierto grado de probabilidad. La lógica inductiva nos enseña a calcular el valor de esta probabilidad. [...]


Hace un momento planteé la cuestión de si es posible expresar en forma cuantitativa el grado de confirmación de una ley (o de un enunciado singular que predecimos mediante la ley). Si así fuera, en lugar de decir que una ley está «bien fundada» y que otra ley «se basa en elementos de juicio endebles», podríamos decir que la primera ley tiene, por ejemplo, un grado de confirmación de 0,8, mientras que el grado de confirmación de la segunda ley es de sólo 0,2, Esta cuestión ha sido muy debatida. Mi propia opinión es que tal procedimiento es legítimo y que lo que he llamado «grado de confirmación» es idéntico a la probabilidad lógica. [...]


Pero es mi creencia que hay dos tipos fundamentales diferentes de probabilidad, y los distingo llamando a uno «probabilidad inductiva» y al otro «probabilidad lógica». [...] Por no realizar esta distinción surgen enormes confusiones en libros sobre filosofía de la ciencia y en declaraciones de los mismos científicos. En lugar de «probabilidad lógica» a veces uso la expresión «probabilidad inductiva», porque, en mi concepción, éste es el tipo de probabilidad al que se alude cuando hacemos una inferencia inductiva. Por «inferencia inductiva» entiendo, no sólo la inferencia de hechos a leyes. Sino también toda inferencia que sea «no demostrativa», esto es, una inferencia tal que la conclusión no se desprende con necesidad lógica cuando se admite la verdad de las premisas. Tales inferencias deben ser expresadas en grados de lo que yo llamo «probabilidad lógica» o «probabilidad inductiva»

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Fundamentación lógica de la física, Sudamericana, Buenos Aires 1969, p. 35-39.