En: Piaget, Jean (1985): Naturaleza y Métodos de la Epistemología. Buenos Aires: Paidós, pp. 13-60


 

Jean Piaget

LA EPISTEMOLOGÍA Y SUS VARIEDADES

La lógica, la metodología y la teoría del conocimiento, o epistemología, constituyen tres ramas del saber, de las cuales sólo la primera presenta contornos precisos. Pero la tercera tiende cada vez más a delimitar su campo, y si bien la segunda no presenta una unidad orgánica, se reparte en capítulos distintos, de los cuales algunos se subordinan en forma nítida a la primera, en tanto que los otros se vinculan crecientemente a la tercera.

La lógica es, en una primera aproximación, el estudio de las condiciones de la verdad. Ahora bien, el verdadero conocimiento constituye una cierta relación entre un sujeto (a) y un objeto (b). Por ejemplo, decir que "una trucha es un pez" o que "los cuerpos se atraen en razón directa a sus masas, y en razón inversa al cuadrado de su distancia" supone (b) objetos (las truchas, los peces, los cuerpos, sus masas y las distancias) y (s) actividades del sujeto: la actividad de clasificación en el caso del primero de esos dos juicios, y la actividad más compleja de establecer relaciones y después cuantificarlas métricamente, en el caso del segundo juicio. Pero, además, esos juicios hacen intervenir (c) estructuras inherentes a todas las relaciones de conocimiento que unen sujetos (cualquiera que sea el nivel de estos conocimientos) con objetos (cualquiera que sea su variedad, y esto ya a partir de los objetos de la percepción). En este caso, esas estructuras (c) están constituidas por clases y subjunciones de clases (inclusión de una subclase en una clase) en el primero de esos dos juicios, y por relaciones, funciones, números y una métrica espacial en el caso del segundo juicio. Por supuesto, existe un número indefinido de otras estructuras posibles, pero lo esencial, por ahora, consiste en distinguir, en el seno de las relaciones de conocimiento que se establecen entre el sujeto (a) y los objetos (b), ese tercer aspecto constituido por las estructuras o "formas" (c). En efecto, es imposible saber de antemano si estas estructuras o formas pertenecen al sujeto, al objeto, a ambos o tan sólo a su relación (o aun a ninguno de los dos, como ocurriría si se tratara de "ideas" eternas, en el sentido platónico del término, que el sujeto utilizaría cada vez que intentara conocer objetos físicos y sobre todo de formular sus propiedades en un "lenguaje" preciso, pero sin extraer estas "ideas" ni de sí mismo ni de los objetos, contentándose con volver a encontrarlas en el seno del "lenguaje" o de una intuición preestablecida de origen más profundo).

Dada la extrema complejidad de esta relación de conocimiento, la lógica, que en Aristóteles creía todavía alcanzar las actividades del sujeto fa) y las propiedades comunes de los objetos (b), tanto como las estructuras o formas en general (c), ha terminado por especializarse únicamente en el estudio de estas formas (c), sin ocuparse ya en establecer cuáles podrían ser sus relaciones con el sujeto o con los objetos reales {físicos). En consecuencia debemos dar una definción de la lógica: en una segunda aproximación, la lógica es el estudio de las condiciones formales de la verdad. Ahora bien, de esto derivan dos consecuencias importantes.

La primera es que, al estar las "formas" separadas de este modo del sujeto y de los objetos (al menos provisionalmente, es decir, en el estado actual de los conocimientos y abstracción hecha de ciertos indicios que anuncian nuevas conexiones ulteriores), el estudio de las condiciones formales de la verdad se convierte en una investigación puramente normativa. Esto significa que la verdad formal es una cuestión de pura validez deductiva y no de hecho o de experiencia. Por ejemplo, la verdad de "2 + 2 -=4" no es una verdad empírica, pues no la contradice en absoluto el hecho de que cuando yo reúno dos gotas de agua a otras dos no obtengo cuatro, sino una única gran gota que sólo equivale a las "cuatro" primeras en forma muy aproximada, (con pérdida de algunas moléculas, agregación de polvos, modificaciones energéticas, etc., circunstancias que intervienen igualmente cuando la adición 2+2 --4 parece confirmarse de hecho, como en el caso de la reunión de sólidos indeformables). La verdad de 2 + 2 — 4 es una cuestión de simple validez formal, en el sentido de que, una vez construidas y debidamente definidas las nociones de (2), de (4), de (+) y de (=-), se desprende necesariamente que (2 4- 2 = 4), "necesidad" que aparece entonces como resultado de la validez de las deducciones en juego y no ya de la de constataciones de hecho.

La segunda consecuencia de esta definición limitativa de la lógica proviene de que deja subsistir explícitamente un cierto número de problemas fundamentales, que no pertenecen ya al dominio de esa lógica formal, y que hacen intervenir de manera necesaria cuestiones de hecho, además de las cuestiones de validez deductiva: son los problemas de la naturaleza general de las relaciones de conocimiento entre el sujeto y el objeto y los problemas de lo que introduce el sujeto (a) en estas relaciones o que pertenece al objeto (b). Estos últimos problemas abarcan, en particular, la cuestión central de la naturaleza de las estructuras o formas (c), encaradas ahora no ya desde el único punto de vista de su validez formal (lo cual sigue siendo característico de la lógica), sino desde el punto de vista de su posición en relación con las actividades del sujeto (actividades de las cuales estas formas podrían quizá constituir un producto), o con respecto a las propiedades del objeto (pudiendo, eventualmente, estas mismas estructuras mostrarse, por otra parte, como abstraídas de éste).

Estos diversos problemas caracterizan entonces, otra de las grandes disciplinas que habremos de tratar en la presente obra: la teoría del conocimiento o epistemología. Su definición es más difícil de dar que la de la lógica, puesto que, si el conocimiento es una relación entre el sujeto y los objetos, sigue siendo cierto que las condiciones causales de la inteligencia del sujeto interesan más a la piscología que a la epistemología, y que las propiedades del objeto, consideradas en su diversidad y en su detalle, interesan más a las otras ciencias particulares que el mecanismo del conocimiento en general. Por otra parte, si se define la epistemología como el estudio de las condiciones más generales del conocimiento, se desconoce el hecho fundamental de la multiplicidad de las formas de conocimiento, al no ser las condiciones de la verdad exactamente las mismas para un matemático, un físico, un biólogo y un sociólogo. En fin, es esencial recordar que, si la epistemología se preocupa por las condiciones del conocimiento válido, lo cual supone una referencia a la validez normativa en el sentido de la lógica, debe también evaluar las partes respectivas del sujeto y del objeto en la constitución de estos conocimientos válidos, lo cual supone igualmente una referencia a cuestiones de hecho.

-Teniendo en cuenta estas diversas consideraciones, podríamos definir la epistemología, en una primera aproximación, como el estudio de la constitución de los conocimientos válidos, sin olvidar que el término "'constitución" abarca simultáneamente las condiciones de accesión y las condiciones propiamente constitutivas. Para explicar esta definición en sus diversos aspectos, partamos del enunciado que se ha elegido históricamente con mayor frecuencia para formular el problema epistemológico: ¿cómo son posibles las ciencias? Constatamos entonces que:

(1)  Esta definición se refiere, por una parte, ala validez de los conocimientos, lo que implica un aspecto normativo, pero también, por otra parte, a las condiciones de accesión, etc., que dependen de diversas cuestiones de hecho.

(2)  El plural atribuido a la palabra "conocimientos" indica que las condiciones en juego no son necesariamente las mismas para los diversos tipos de conocimiento: comprender cómo es posible la biología, no explica todavía cómo es posible la matemática y recíprocamente.

(3)  El término "accesión" indica que el conocimiento es un proceso (dimensión diacrónica o histórica). Ahora bien, este proceso concierne en forma muy directa a la epistemología. Constituye, por ejemplo, una cuestión epistemológica y no sólo psicológica preguntarse si los entes matemáticos son el objeto de una invención (que implica una parte de creación1 apoyada en las actividades del sujeto) o un simple descubrimiento (que implica que ya' "existían" mucho antes de que se los descubriera).

(4) En cuanto a las condiciones constitutivas, las entendemos simultáneamente como las condiciones formales o experimentales de validez y las condiciones de hecho relativas a los aportes del objeto y a los del sujeto en la estructuración de los conocimientos. El problema central de la epistemología consiste, en efecto, en establecer si el conocimiento se reduce a un mero registro realizado por el sujeto, de datos, ya bien organizados en forma independiente de él, en un mundo exterior (físico o ideal), o si el sujeto interviene de una manera activa en el conocimiento y en la organización de los objetos, como creía Kant; para él las relaciones de causalidad se debían a la deducción racional y las relaciones espacio-temporales se debían a la organización interna de nuestras percepciones, sin que sepamos qué son los objetos, independientemente de nosotros.

Formulemos una acotación anticipatoría de lo que veremos más adelante; para determinar con alguna precisión las "condiciones constitutivas" de los conocimientos y, en especial, las partes correspondientes al sujeto y al objeto en la relación cognoscitiva, es indispensable conocer con antelación la,s "condiciones de accesión" a estos conocimientos. Muy frecuentemente, el papel del sujeto escapa al análisis del conocimiento acabado (como si el sujeto se hubiera retirado de la escena después de haberla montado, al modo de un autor, en vez de permanecer allí, presente, a la manera de un actor), mientras que este papel se impone con evidencia en el curso de los períodos de formación. Este hecho nos llevará a insistir en la importancia de los métodos histórjeo-crítico y genético en epistemología. En último análisis, llegaremos a definir la epistemología, en una segunda aproximación, como el estudio del pasaje de los estados de menor conocimiento a los estados de conocimiento más avanzados. Pero esta definición genética de la epistemología equivale idénticamente a la precedente, tan pronto como se admita que la "constitución de los conocimientos válidos" no está jamás acabada, lo que es muy evidente si nos ubicamos desde el punto de vista de las ciencias tales como se presentan concretamente, puesto que ninguna de ellas (incluidas cada una de las disciplinas matemáticas o lógicas) tiene la pretensión de haber alcanzado un estado definitivo.

Dicho esto, nos falta caracterizar la metodología, que la Encydopédie de la Pléiade quiso incorporar al contenido de este volumen, insertándolo entre la lógica y la epistemología. Este desiderátum es muy significativo y tiende, al mismo tiempo, a recordar que la lógica no es nada sin una lógica aplicada, que la reflexión epistemológica se origina siempre a raíz de las "crisis" de tal o cual ciencia, y que las mismas provienen de una laguna de los métodos anteriores, siendo superadas merced a la invención de nuevos métodos. La lógica no es nada sin una lógica aplicada, puesto que la primera, en sus fases iniciales, se ha encontrado en la situación de un "arte poética" en relación con la poesía: sólo ha legislado el comienzo apoyándose en costumbres anteriores, y si podemos, posteriormente, acusar a estas últimas de "lógica aplicada", constituyeron de hecho la fuente misma de la lógica pura. Esta, una vez provista de sus instrumentos técnicos, originó, naturalmente, generalizaciones independientes de cualquier aplicación, pero el problema central de la lógica de los comienzos del siglo XX sigue siendo, sin embargo, en cierto sentido, un problema metodológico, puesto que se trataba de "fundar" la matemática y de demostrar su no contradicción. En cuanto al papel de las "crisis", esta misma orientación de la lógica contemporánea nos suministra un ejemplo. Cuando, en 1931, Gödel demostró la imposibilidad de establecer la no contradicción de la aritmética por sus propios medios o por medios más débiles (lógicos), la crisis así inaugurada (llamada con frecuencia la "crisis gödeliana") originó de hecho una refundición de los métodos: por una parte, Gentzen pudo probar la no contradicción de la aritmética clásica, pero por medios más "fuertes" (aritmética transfinita). y, por otra parte, se extrajo de estas enseñanzas un método de jerarquización de las estructuras en función de sus respectivas fuerzas,

Pero si el examen de los métodos es fundamental, no se puede considerar la metodología, no obstante, como una rama independiente que posea la misma unidad orgánica que la lógica y la epistemología, precisamente porque al tratar estas dos últimas disciplinas nos encontramos ya, constantemente, ante problemas metodológicos. Entonces, cuando se trata de métodos deductivos, vinculados en este caso con la matemática, su estudio nos remite tarde o temprano a cuestiones de lógica o hasta de epistemología matemática. Y cuando se trata de métodos experimentales, correspondientes a la física, la biología, etc., la historia de su invención, de sus aplicaciones o de su rechazo está muy subordinada a cuestiones epistemológicas o aun de lógica aplicada. Por tal razón, no consagraremos a la metodología una parte separada en el seno de esta obra y sólo nos referiremos a los métodos en cada capítulo específico de lógica o epistemología.

Falta, para terminar esta introducción, situar la lógica y la epistemología (incluida la metodología) en el conjunto de las disciplinas que comúnmente se enseñan, pensando en las fronteras artificiales y perimidas que las tradiciones universitarias introdujeron entre las ciencias y la filosofía. A primera vista parecería que aquí no existe ningún problema, pues para la opinión corriente, es obvio que la lógica y la epistemología forman parte de la filosofía. No parece indispensable, entonces, mostrar en qué aspecto esta clasificación es" errónea y, en especial, por qué este error pesa enormemente sobre la enseñanza e, incluso, sobre el progreso de disciplinas cuyo conocimiento más profundizado sería muy útil a todos los espíritus científicos y a todo hombre honesto (de allí el lugar que les reserva la Encyclopédie de la Pléiade).

Como todas las ciencias, la lógica nació, en primer término, de la filosofía, y adquirió una forma explícita a partir del sistema de Aristóteles. Este, además, escribió una "física", se ocupó exitosamente de biología, etc., pero fue en el terreno de la lógica donde brindó los resultados más válidos, al punto que se ha considerado mucho tiempo la lógica aristotélica como la culminación de esta disciplina, a la vez que como su nacimiento. Pero con los trabajos de los lógicos ingleses del siglo XíX, y sobre todo con el descubrimiento del "álgebra de Boole" se percibieron las íntimas conexiones que existen entre la lógica y el álgebra general. Gracias al empleo de algoritmos cada vez más precisos y relacionados, por otra parte, con el desarrollo de la teoría algebraica de las estructuras, la lógica se ha tomado, pues, inseparable de la matemática. De donde resultan dos consecuencias, de derecho y de hecho. La consecuencia de derecho consiste en que la lógica constituye en la actualidad una disciplina autónoma, por entero independiente de la metafísica, y que presenta todos los caracteres de una ciencia propiamente dicha, con igual razón que la matemática, con la cual interfiere según relaciones cada vez más numerosas. La consecuencia de hedió es que en muchos países, y en la mayoría de los de lengua francesa, los filósofos ignoran la lógica en sus formas modernas y, especialmente en este aspecto, la formación de los estudiantes al nivel del bachillerato es poco menos que nula.

En cuanto a la epistemología, constituyó por mucho tiempo una de las ramas esenciales de la filosofía, en la época en que los grandes filósofos eran simultáneamente creadores científicos, como Descartes o Leibniz, y también teóricos del conocimiento; o bien cuando, sin haber creado nuevas ciencias, habían aprendido a reflexionar en función de las ciencias mismas, como Platón a partir de la matemática, o Kant a partir de Newton. Pero en el estado actual de la diferenciación progresiva del saber, encontramos que las principales novedades epistemológicas nacieron de la reflexión de los espíritus científicos acerca de las condiciones del conocimiento en sus propias disciplinas, sobre todo en ocasión de las crisis que obligaban a una elaboración de principios y métodos. Es así como en los congresos internacionales de los matemáticos se consagró toda una sección al estudio de los "fundamentos de la matemática" y este análisis epistemológico es llevado a cabo por los propios matemáticos, a la manera de H. Poincaré. D. Hilbert y muchos otros. Del mismo modo, los mejores trabajos de epistemología de la física se han debido a los físicos mismos, etc . Existe pues, tanto en epistemología como en lógica, una tendencia separatista frente a la filosofía y no es difícil comprender sus razones.

Si nos remitimos, en efecto, a las indicaciones preliminares que acaban de darse respecto de lo que es la epistemología, constatamos que las tres nociones cardinales que intervienen en el análisis del conocimiento son las de objeto, de. sujeto y de estructuras válidas. Veamos entonces lo que nos proporcionan las ciencias o la filosofía en cada uno de estos tres aspectos.

En primer término la idea de validez se incorpora naturalmente a la lógica, y acabamos de ver que la lógica no pertenece ya a la filosofía. En cuanto a las "estructuras" válidas o se las encara desde el punto de vista de los resultados alcanzados y se trata de estructuras lógico-matemáticas, que dependen de los métodos especiales utilizados para este género de análisis o bien se las considera en su formación, y nos orienta de este modo hacia las actividades del sujeto, lo cual nos lleva a nuestro segundo punto.

El sujeto cognoscente, en segundo lugar, parece constituir el ámbito preferido de la reflexión filosófica, partiendo del cogito cartesiano para terminar en el cogito husserliano, pasando por los caminos más apartados, tales como los de los empiristas ingleses o del bergsonismo. Pero se trata de un hecho histórico sobre el cual nuestros bisnietos llegarán quizás al siguiente epilogo: aun en plena mitad del siglo XX, los filósofos que se ocupaban del sujeto cognoscente no siempre percibieron que existe una psicología científica. Algunos lo señalaron, como Bergson o Husserl, y advirtieron sobre todo los peligros de algunas de sus anticipaciones apresuradas, pero en lugar de comprometerse con ella y contribuir mediante nuevos trabajos experimentales a las rectificaciones necesarias, prefirieron oponer la filosofía a la ciencia naciente, lo cual significaba volver al juego más fácil del manejo de las ideas y retroceder ante el esfuerzo de la elaboración de los hechos.

Ahora bien, el análisis del sujeto cognoscente sólo puede conducir a dos tipos de datos: o bien al descubrimiento de normas, cuya validez afirma el sujeto, o bien al descubrimiento de hechos, bajo la forma de conductas cognoscitivas de procesos mentales. Si se tratara de validez, el análisis lógico sería entonces el único competente y aquí la reflexión filosófica quedaría superada. Si se tratara, en cambio, de hechos, incluido el hecho fundamental de que el sujeto llega siempre a dictarse normas (válidas o no) o a reconocerlas, resultaría evidente, por oirá parte, que la objetividad e incluso la honestidad intelectual imponen reglas de control y una advertencia contra las ilusiones inherentes a la autoobservación. En otras palabras, desde el momento en que se trata de hechos, la experiencia adquirida por las ciencias en todos los dominios y en especial por la psicología científica cuyo objeto propio es precisamente el sujeto en general, incluido el sujeto cognoscente hace obligatoria una confrontación de los resultados, según los métodos colectivos de verificación y prohibe la improvisación individual, en el terreno de los hechos, la reflexión filosófica sólo podría ceder el paso ante el análisis experimental.

Finalmente, en lo que concierne a los objetos, es obvio que para explicar la relación de conocimiento entre un sujeto y una categoría dada de objetos, no basta con establecer lo que de ellos percibe o concibe este sujeto, pues se seguiría corriendo el riesgo de que todo permanezca en relación con este último. Queda por determinar, pues, lo que perciben o conciben los sujetos de todos los niveles, en particular en las diversas etapas de la historia de las ciencias. Dicho de otro modo, para hablar de los objetos del conocimiento, es necesario saber lo que representan para las ciencias, aun cuando se busque demostrar la relatividad o la insuficiencia del conocimiento científico. Aquí resulta indispensable oirá referencia a las ciencias.

Resumiendo, la epistemología, como la lógica, se basa en un análisis de carácter científico, pues la naturaleza misma de los problemas que plantea implica una estrecha coordinación de las investigaciones lógicas, psicológicas y metodológicas, que en la actualidad son todas independientes de la filosofía general. Esta es la razón por la cual el porvenir de la epistemología se ubica, sin duda, mucho más en el terreno de las investigaciones interdisciplinarias especializadas que en el de la reflexión especulativa.

Tal orientación está preñada de consecuencias, teniendo en cuenta el divorcio entre la filosofía y las ciencias que logró introducir la organización universitaria. La solución más simple, en apariencia, consistiría naturalmente en contar con las nuevas generaciones de filósofos, para corregir esta situación en el interior mismo de los estudios filosóficos. Desgraciadamente, se trata de una expresión de deseos un poco candida, apenas se considere la potencia de los factores en juego. Por más inteligente, abierto y dotado de generosidad intelectual que sea un filósofo como individuo, forma parte de un cuerpo social establecido del cual es miembro responsable al mismo tiempo que beneficiario. Se trata, entonces, de un problema de orden esencialmente sociológico: ¿en qué condiciones una clase social o una subcolectividad logran reformarse a sí mismas? Si se piensa que desde los puntos de vista de la opinión pública, de la administración y de las tradiciones universitarias se admite la profesión de filósofo con un respeto in-discutido, que se traduce en el inmenso campo de enseñanzas que se le ha otorgado, sería necesario un verdadero heroísmo para oponer a estas costumbres multiseculares la convicción de una insuficiencia de los métodos filosóficos mismos, en vez de invocar con modestia sus propias limitaciones personales. Por el contrario, las investigaciones logísticas, psicológicas y epistemológicas en sentido estricto no están consagradas por la enseñanza de nivel secundario y sólo se les adjudican algunas pocas cátedras en las facultades, considerándose que cualquier "filósofo" con título de tal puede dominar estos campos. Hay que agregar que en muchos países es justamente en la enseñanza de la filosofía donde se ejerce con mayor facilidad la gerontocracia, gracias a la organización de concursos y pruebas que, como en el caso de la adscripción, culminan en una selección en función de la capacidad expositiva y no. en absoluto, basada en la capacidad de inventiva: una sabia elaboración de los programas, inspirada en las creencias de las generaciones anteriores, canaliza en este aspecto el trabajo de las generaciones en ascenso, durante los años en que deberían poder justamente esbozarse las tendencias innovadoras. Más aún, resulta entonces suficiente con que las ramas poco conocidas por nuestros mayores, como precisamente lo son la logística, la psicología experimental y la epistemología especializada, no sean inscritas en absoluto en los programas de examen, para que las ignorancias rituales no sólo se perpetúen, sino que además se sacralicen.

Nos parece útil y hasta necesario decir estas cosas al comienzo de un tratado de epistemología, lógica y metodología, destinado tanto al público culto como a los que se inician, pues la primera-precaución que hay que tomar al iniciarse en tales materias consiste en discernir las fuentes auténticas y en resistir las ilusiones colectivas. Ahora bien, la ilusión fundamenta] contra la cual nos enfrentamos consiste en la creencia de que se puede hallar la verdad por simple reflexión, sin salir del gabinete de trabajo o de la biblioteca: la verdad sólo se obtiene por deducción, pero mediante algoritmos precisos, o por experiencia, pero con la ayuda de controles precisos. No es la naturaleza de los problemas en juego, sino que son estos algoritmos o estos controles los que diferencian las ciencias de la filosofía. La filosofía positivista quería reducir la filosofía a las ciencias, mediante la supresión de los problemas que superan ciertas fronteras. Nosotros no proponemos supresiones ni fronteras en cuanto a los problemas mismos, los cuales se encuentran indefinidamente abiertos. Pensamos, simplemente, juntamente con la lógica, la psicología y la epistemología contemporáneas, que no se dice nada esencial, en cuanto a la solución, hasta tanto no se hayan suministrado los instrumentos de demostración formal o de verificación experimental necesarios.

LAS GRANDES FORMAS DE LA EPISTEMOLOGÍA

Para la comprensión de los problemas epistemológicos, tales como están planteados hoy, es conveniente proporcionar un cuadro previo e incluso partir de una recapitulación histórica, la cual será breve, pues en el pasado los grandes teóricos del conocimiento fueron grandes filósofos y existen obras importantes consagradas a la historia de la filosofía. Sin embargo, es útil dedicarle algunas páginas, pero en el marco de la perspectiva particular de las relaciones entre la filosofía y las ciencias.

El carácter propio del conocimiento científico consiste en acceder a una cierta objetividad, en el sentido de que mediante el empleo de determinados métodos, sean deductivos (lógico-matemáticos) o experimentales, se produce finalmente entre todos los individuos un acuerdo sobre un sector dado de conocimientos. Digamos, desde el comienzo, que esta objetividad no excluye, en absoluto, la necesidad de una actividad del sujeto en el acto del conocimiento. Pero es menester distinguir dos significaciones o, con más exactitud, dos aspectos de lo que se denomina el sujeto. Hablaremos, por una parte, de un "sujeto epistémico" para designar lo que tienen en común todos los sujetos de un mismo nivel de desarrollo, independientemente de las diferencias individuales. Por ejemplo, las actividades de clasificar, ordenar y enumerar son comunes a todos los adultos normales, de tal manera que la serie de los números enteros es la misma en todos esos individuos (sin que por eso se extraiga necesariamente de los objetos). Hablaremos, por otra parte, de un "sujeto individual" para designar lo que sigue siendo propio de tal o cual individuo; por ejemplo, cada uno puede simbolizar esta serie de números por medio de una imagen mental particular (serie de trazos verticales, escalera, discos apilados, etc.), la cual difiere de un individuo a otro. Lo característico del conocimiento científico es que llega a una objetividad cada vez más profunda por un doble movimiento de adecuación al objeto y de descentralización del sujeto individual en la dirección del sujeto epistémico.

En cambio, un sistema filosófico tiende a expresar la totalidad de la experiencia vivida, lo que es muy legítimo pero plantea un problema totalmente distinto, el cual es quizá menos un problema de conocimiento que de actitud general y de vida. Reflejará, de este modo, tarde o temprano, la personalidad de su autor, así como la ideología de su grupo social, con el cual esta personalidad es solidaría.

Además de los elementos de conocimiento objetivo, en el sentido recién esbozado, implicará necesariamente juicios de valor, que traduzcan el compromiso del yo en su sociedad y su universo. Resumiendo, al tender a abarcar un contenido más rico que el conocimiento científico, pierde objetividad en la misma proporción, de lo cual se infiere la consecuencia práctica de una imposibilidad de realizar en el plano filosófico una concordancia total de los espíritus.

Es natural, en consecuencia, que al intentar analizar el conocimiento en sentido estricto, los grandes teóricos de la epistemología se hayan preguntado, en primer término, cómo es posible la ciencia, lo cual ya es cierto para Platón a propósito de la matemática, o se hayan referido constantemente a las ciencias, tanto para tratar de superarlas por métodos análogos, como para oponérseles, marcando sus limitaciones e intentando abrir otras vías posibles, mediante esta misma crítica. De este modo, un punto de vista que no es artificial en absoluto, sino que se funda en la naturaleza de las cosas, consiste en ver en las diversas teorías del conocimiento el producto de una reflexión sobre las ciencias, resultando las diferentes etapas de la epistemología íntimamente solidarias con el propio progreso de estas ciencias.

En esa perspectiva, clasificaremos las teorías del conocimiento en tres grandes categorías: (1) las que parten de una reflexión sobre las ciencias y tienden a prolongarlas, convirtiéndolas en una teoría general del conocimiento, (2) las que, apoyándose en una crítica de las ciencias, intentan alcanzar un modo de conocimiento distinto del conocimiento científico (en oposición a éste y no ya como su prolongación), y (3) las que permanecen en el marco de una reflexión sobre las ciencias. Es obvio que esta tricotomía está destinada, ante todo, a mostrar que no hay ninguna epistemología independiente de las ciencias. Pero, en sí misma, es más cómoda que exacta, puesto que existen, naturalmente, intermediarios entre estas categorías. Por ejemplo, puede suceder que una epistemología pretenda fundar la matemática, oponiéndose, por otra parte, al "'naturalismo" y por consiguiente a la psicología científica: entre oíros, es el caso de Husserl, que fue matemático y alumno de Weierstrass, pero se opuso a la psicología, esperando encontrar el fundamento de los conocimientos en una fenomenología de la conciencia.

Llamaremos "metacientíficas" las teorías del conocimiento del tipo (1), "paracientíficas" las de (2) y "científicas" a secas las del tipo (3).

VISIÓN ESQUEMÁTICA DE LAS EPISTEMOLOGÍAS METACIENTÍFICAS

Resulta trivial constatar que los nombres más grandes de la historia de la filosofía lo son, al mismo tiempo, de la historia de las ciencias o de la filosofía de las ciencias. Evidentemente, la razón reside en que la epistemología es la fuente más fecunda de la reflexión filosófica y en que las únicas renovaciones posibles de la epistemología se deben a la reflexión sobre las ciencias.

Por razones psicológicas fáciles de determinar, las operaciones lógico-matemáticas se constituyeron en la historia del mismo modo en que se elaboran en el níno mucho antes que la experiencia física, química o biológica.

Estas razones dependen, por una parte, de que tales operaciones lógicas o matemáticas se extraen de las acciones del sujeto (o de su coordinación) efectuadas sobre los objetos y no de los objetos como tales, lo que implica una anterioridad genética de estas operaciones generales, en relación con el conocimiento detallado de los objetos. Por otra parte, la experimentación sobre los objetos no consiste, de ningún modo, en un simple registro de sus propiedades, en el curso del cual el sujeto se limitaría a constatar hechos, sino que supone un conjunto de medidas activas de disociación y de establecimiento de relaciones que implican el empleo constante de las operaciones lógico-matemáticas como instrumentos de análisis. Por ambas razones, la matemática y la lógica se han formado mucho antes de nuestra era, mientras que las ciencias experimentales sólo se desarrollaron en los tiempos modernos.

La epistemología griega nació, con Platón, de una reflexión acerca de la matemática, y con Aristóteles, acerca de la lógica, mientras que hubo que esperar hasta Descartes, Leibniz y, en especial, hasta Kant, para ver el desarrollo de epistemologías que nacieron de la colaboración de la matemática con la experiencia física.

Pero otro conjunto de consideraciones psicológicas explica que se hayan podido utilizar durante tanto tiempo las operaciones lógico-matemáticas sin tomar conciencia de su existencia como operaciones. La introspección sólo constituye, en efecto, un muy pobre instrumento de conocimiento, incluso en el terreno del pensamiento, y tomamos conciencia del resultado de las operaciones de nuestro espíritu mucho antes de descubrir sus estructuras, al igual que. de un modo genera!, nos percatamos del resultado de nuestras acciones mucho antes de percibir sus mecanismos. Estas leyes psicológicas explican que la matemática griega fuera esencialmente "realista" (o, como dijo P. Boutroux, "contemplativa"), es decir, que proyectara en el campo de lo real los resultados de las operaciones, en lugar de reflexionar sobre éstas y manipularlas, en tanto que instrumentos móviles y libres de transformación y combinación. Por esta razón, entre los griegos el álgebra no llegó a constituir una ciencia, aun conociendo varias transformaciones algebraicas, y se dedicaron preferentemente a la geometría. Por tal motivo, también, la primera, sin duda, de sus teorías epistemológicas, consistente en las reflexiones de Pitágoras sobre la naturaleza de los números, demostró ser totalmente "realista": según este gran matemático, los números enteros constituían los elementos de los objetos y de las figuras, como si se tratara, de algún modo, de átomos espaciales, sin la menor sospecha de que estos números podrían ser el resultado de actividades, operaciones o acciones propiamente dichas del sujeto. En efecto, para el realismo el sujeto activo se limita a "contemplar".

Resulta natural, en consecuencia, que la primera de las grandes epistemologías se haya dedicado a la matemática y haya sido realista. Pero el realismo de Platón no está vinculado al mundo sensible, por razones fácilmente reconstituibles. En primer lugar, las figuras geométricas son figuras perfectas, mientras que nuestras percepciones y nuestros dibujos sólo nos suministran aproximaciones dudosas. Subsiguientemente, el realismo pitagórico culminó en una célebre crisis, a partir del descubrimiento de los números irracionales: la diagonal del cuadrado no mantiene con su lado una relación expresable en términos conmensurables. Por último y en especial, todo concepto matemático expresa un conjunto de relaciones necesarias, cuya simple constatación empírica no suministra un fundamento suficiente. Luego, existen Formas o Ideas que no pertenecen al mundo sensible y cuyo origen debe buscarse en otra parte. Ahora bien, sin la noción de un sujeto activo que interviene en el conocimiento y, sobre todo, sin la conciencia del juego de las operaciones, de las cuales resultarían por construcción estas "ideas", sólo queda situar tales Ideas en un universo que difiera de la realidad sensible y en un universo de tal índole que el sujeto, siempre reducido al papel de mero espectador, pueda percibirlas por intuición directa pero inmaterial o reencontrarlas por participación o reminiscencia Ese mundo de las Ideas plantea, entonces, dos problemas: el de su conocimiento posible por un sujeto que no ha intervenido en absoluto en su elaboración y el de sus relaciones con el universo sensible. Carente de un análisis psicológico del sujeto y de una física matemática y experimental, la epistemología platónica, nacida de la reflexión sobre la matemática, constituyó naturalmente una doctrina metacientífica. Pero se sabe suficientemente cuan viva permaneció su inspiración en el pensamiento epistemológico de un gran número de matemáticos. La epistemología platónica proporcionaba, efectivamente, la respuesta más sencilla a un problema cen-tral que ha subsistido mucho después de la toma de conciencia histórica de las operaciones: ¿Cómo explicar que las estructuras lógico-matemáticas se nos resistan, se nos impongan necesariamente y que sus aspectos renovados sin cesar aparezcan como producto de descubrimientos y no de invenciones libres? En otros términos, ¿estas estructuras no existían desde la eternidad, antes que se las descubriera, como América antes de Cristóbal Co-Ion? Para contestar este interrogante hay que recurrir a leyes de organización que rijan estructuras operatorias de conjunto a un nivel más profundo que el de las acciones individuales o aceptar que los entes matemáticos "subsisten" según una forma de existencia más duradera que la existencia sensible. Para quien no está familiarizado con la consideración de los niveles de actividad del sujeto, la solución platónica, reducida a las nociones de entes "subsistentes" e intuiciones que les son afines, resulta con mucho la más atrayente y por esa razón el platonismo reaparece continuamente en las epistemologías matemáticas.

Aristóteles no era matemático y deseaba el retorno a los aspectos cualitativos del sentido común. Pero, en este terreno, descubrió algunos de los capítulos de la lógica, y creyó que abarcaban el conjunto de los razonamientos posibles. Heredero del mismo "realismo" que Platón, no tenía las mismas razones para situar las Ideas en un mundo suprasensible, puesto que los conceptos o clases lógicas se integran con un contenido perceptible. Pero al continuar ignorando las intervenciones de un sujeto cognoscente activo, Aristóteles tenía que atribuir a estas Ideas o Formas una existencia y un papel independiente de! sujeto y el propio sujeto debería estar subordinado a esas Ideas o Formas. Surge de allí la teoría de las Formas inmanentes a los objetos, que determinan sus propiedades y que explican, además, la silogística, gracias a estas jerarquías formales constitutivas de lo real. En cuanto a saber cómo descubre el sujeto estas Formas, le bastaba con invocar el doble proceso de la percepción de los objetos dominados por ellas y de la abstracción a partir -de los datos perceptivos, que permite disociar las Formas de los contenidos. A ello se agrega que las formas, que organizan de tal modo todos los cuerpos, organizan a fortiori los cuerpos vivos y el alma con sus "facultades", lo cual no implica, de ningún modo, el descubrimiento de la actividad del sujeto cognoscente, puesto que conocer sólo equivale a aprehender Formas ya hechas y no a construirlas.

En conclusión, aunque se apoye en un descubrimiento pleno de consecuencias para el porvenir de la ciencia —el descubrimiento de la lógica, cuyo alcance ulterior entrevió Leibniz y cuyas posibilidades desarrollaron las lógicas de los siglos XIX y XX. Aristóteles, en realidad, sólo formuló los lineamientos de las diversas epistemologías del sentido común: el realismo y el empirismo, unidos a una interpretación vitalista de lo innato. Es fácil, entonces, advertir que la relativa pobreza de este resultado, depende contrasta con la fecundidad virtual del punto de partida positivo, depende precisamente de las limitaciones de la lógica aristotélica. Carente de una lógica de las relaciones que completara la de las clases y del silogismo y, particularmente, de un álgebra que hubiera situado al silogismo en una lógica p ropo sido nal más amplia, Aristóteles no llegó a conectar la lógica y la matemática y se encontró, en consecuencia, encerrado en las fronteras de un sentido común cualitativo (lo cual explica, en especial, su "física", tan sorprendentemente cercana a los conceptos espontáneos que se observan actualmente en el desarrollo de las ideas físicas en el niño).

El fin del siglo XVI y XVII señalan, en la historia de la matemática, lo que se podría llamar la toma de conciencia histórica de las operaciones, la cual se manifiesta a través de la actitud denominada por P. Boutroux "sinteticista" (y opuesta a la actitud "contemplativa"), es decir, por el sentir miento de la libertad de las construcciones. El primero de los dos acontecimientos fundamentales, en este aspecto, fue la constitución del álgebra, como disciplina autónoma tan valedera e importante como la geometría: el álgebra no se refiere ya, en efecto, a figuras aplicables a lo real, sino a transformaciones operatorias íntimamente unidas a las operaciones constructivas del sujeto, y a la vez aplicables a una región de lo real más profunda que las figuras del espacio, puesto que se trata de las propias modificaciones, cuyos estados figurativos sólo son, en tal caso, resultantes. El segundo acontecimiento fundamental fue la síntesis del álgebra y la geometría en la "geometría analítica", que constituyó el descubrimiento esencial de Descartes.

Desde entonces, en condiciones de oponerse a la epistemología aristotélica, Descartes funda la epistemología moderna, al destacar por lo menos tres de sus ideas centrales. En primer lugar descubre, por fin, la existencia del sujeto cognoscente, no ya de un sujeto contemplativo, es decir pasivo, sino del sujeto que es fuente de construcciones, el cual inventa al mismo tiempo en el terreno matemático (en vez de "descubrir" simplemente) y estructura el conocimiento físico. En segundo lugar, introduce (en relación directa con su geometría analítica) un paralelismo entre la extensión y el pensamiento, lo cual le permite superar e! matematicismo estático de los antiguos e incorporar el movimiento al campo de las ideas claras y distintas: en relación con Galileo, concibe, de ese modo, una cinemática y una mecánica racionales, donde los movimientos de inercia permiten ia economía de las "formas" aristotélicas. En tercer lugar, generalizando la aplicación posible de la matemática a la física, aun conformándose con una física demasiado pobre, exclusivamente reducida a las nociones de figura y movimiento, proporciona una teoría decisiva de la causalidad, que impregnará ioda la epistemología moderna: la causalidad sólo es la aplicación de la deducción matemática a modelos reales, ¡causa seu ratio! De este modo, la toma de posesión de nuevos instrumentos matemáticos solidaria, en los dos sentidos de esta reciprocidad, con el descubrimiento del cogito o del sujeto cognoscente, renovó los términos del problema epistemológico, superando el realismo de los antiguos.

Al generalizar el álgebra, incorporándole la noción de infinito, Newton y Leibniz inventaron simultáneamente el cálculo de las funciones o análisis infinitesimal, presentido además por Papo y por el único de l.os geómetras griegos (el método de agotamiento de Arquímedes) que lograra construir una teoría física limitada. Por su parte, Newton logró, a partir de esta idea, un progreso decisivo en el terreno de la ciencia física fia gravitación), pero sin intentar la fundación de una nueva epistemología sobre la base de sus descubrimientos (fue Kant quien la explícito). En cuanto a Leibniz, prosiguió simultáneamente la profundización matemática y el desarrollo epistemológico de la misma idea, esencialmente de origen operativo. Al deducir de esta manera el dinamismo a partir de la construcción intelectual y de una construcción susceptible de alcanzar el infinito Leibniz no se orientó en modo alguno hacia un idealismo, porque el análisis infinitesimal era para él, de un modo igualmente fundamental, un instrumento de conquista de la realidad física. Se encaminó, entonces, en la dirección que hubiera podido seguir Aristóteles si hubiera unido a su sentido de lo concreto el espíritu matemático:

El doble sueño de un panlogismo y una mathesis universalis le permitió mantener un equilibrio exacto entre la conquista del objeto y la actividad del sujeto. Respecto de esto último, Leibniz suministró una célebre refutación del empirismo de Locke, al aceptar que no hay nada en la inteligencia que no haya pasado por los sentidos, pero agregando: "excepto la inteligencia misma". ¿Quizás fuera Leibniz demasiado generoso en sus concesiones al papel de los sentidos? ¿O insuficientemente amplio en su interpretación del intelleclus ipse? No obstante, planteó el problema en términos cuyas implicaciones no han sido desarrolladas totalmente hasta hoy.

El empirismo, del cual volveremos a ocupamos, no desencadenó sólo la respuesta de Leibniz. Los análisis de Hume provocaron sobre todo la reacción de Kant. Pero, además de esta fuente, Kant encontró un alimento esencial para su reflexión en el brillante éxito de la gravitación newtoniana. Llegó a plantearse entonces, todavía más profundamente que Descartes y Leibniz, el problema general de comprender cómo es posible la ciencia. En el curso de una revisión de extraordinaria envergadura, referida al conjunto de nuestros instrumentos de conocimiento (desde la percepción hasta las formas más abstractas de la razón dialéctica), se vio llevado a circunscribir las cuestiones en tomo del misterio central de la adecuación de nuestros procedimientos deductivos a la experiencia como tal. Por una parte, en efecto, la ciencia es capaz de deducción, y de una deducción autónoma y necesaria a la vez: enfoca el espacio, el número, las relaciones lógicas, etc., y alcanza una necesidad que no procede de los hechos sino de !a validez formal (en el sentido amplio del término). Por otra parte, la experiencia es indispensable para informarnos sobre los hechos. Ahora bien, el éxito, aun de ciertas construcciones deductivas gigantescas, como la mecánica celeste fundada en la gravitación newtoniana y como el conjunto de las teorías físicas relacionadas con ella, demostraba la existencia de una armonía, incomprensible a primera vista, entre estos instrumentos deductivos autónomos y los datos de la experiencia. Para resolver este problema, Kant logró efectuar (según una comparación que se ha tornado trivial, en el propio terreno de los mecanismos del conocimiento y en consecuencia de las relaciones entre el sujeto y los objetos) una revolución comparable a aquella cuyo éxito había consolidado Copérnico en el campo de los objetos como tales (y, en este caso, de los movimientos de los astros, lo cual precisamente había hecho posible la construcción newtoniana). Kant se liberó definitivamente del "realismo" de las apariencias, para ubicar en el sujeto la fuente no sólo de la necesidad deductiva sino también de las diversas estructuras (espacio, tiempo, causalidad, etc.) que constituyen la objetividad en general y, de ese modo, tornan posible la experiencia. Descubrió, pues, el papel de los marcos a priori y la posibilidad de juicios sintéticos a priori. que se agregan a las simples relaciones lógicas (o juicios analíticos a priori) y son susceptibles de imponer a la percepción -y a la experiencia en general- una estructura compatible con la deducción matemática. Que Kant haya ido. qu¡7á. demasiado lejos en tal dirección, que sus estructuras a priori hayan sido demasiado rígidas e, incluso, que la necesidad a priori no corresponda a marcos preestablecidos, sino sólo a la coherencia interna progresiva de construcciones siempre abiertas y en devenir: todo ello es posible y tendremos la oportunidad de volver con frecuencia sobre esto. Empero, inventó una nueva manera de plantear los problemas epistemológicos, y confirió al sujeto cognoscente (el ipse intellectus de Leibniz) una magnitud insospechada hasta él.

Las grandes epistemologías, cuya existencia acabamos de recordar de modo muy esquemático, consistieron todas en reflexiones sobre ciencias ya parcialmente construidas o inventadas por los propios autores de estas reflexiones subsiguientes. Por otra parte, todas las han superado en mayor p menor medida: pero de allí surgieron, lo cual explica nuestra utilización del término de epistemologías metacientíficas. Nos queda por mencionar dos grandes corrientes de ideas, cuya importancia no es de ninguna manera despreciable para la epistemología contemporánea, pero cuyo nacimiento presenta un aspecto paradójico. Se trata esta vez de epistemologías que a posteriori se pueden relacionar igualmente con ciencias particulares y bien definidas pero que, curiosamente, fueron elaboradas antes de la constitución positiva de tales ciencias y, por así decirlo, anticipándose a ellas. Es cierto que la paradoja se atenúa cuando se agrega que estas ciencias son la psicología (anticipada por el empirismo inglés del siglo XVII al XIX o el sensualismo francés del XVIII) y la sociología (anticipada-por la dialéctica hegeliana) y que se trata de ciencias cuyo triste privilegio consiste en enfocar materias en las cuales todo el mundo se cree competente, comenzando, naturalmente, por los propios filósofos. Si no significara abusar de cierto vocabulario. podríamos denominar "meta-pre-científicas" las epistemologías de las cuales nos ocuparemos ahora. Pero, bajo esta humorada, cree mos percibir una verdad, incluso bastante seria: al querer extraer las lecciones epistemológicas de una ciencia que no existe todavía, se corre el riesgo de que nos contradigan los resultados de esta ciencia, una vez que esté constituida, pues bien, parece que es justamente esto lo que ocurre ahora con el empirismo: los datos actuales acerca de la psicología de la inteligencia hablan mucho más en favor del intellectus ipse al cual Leibniz negaba un origen sensorial, que en favor del empirismo.

Dicho esto, conviene recordar que una vasta corriente del pensamiento epistemológico, representada de modo especial en los países anglosajones, intentó derivar todo conocimiento únicamente de la experiencia, en oposición a la hipótesis de las ideas innatas o a toda interpretación fundada tanto en los universales platónicos o peripatéticos, como en las actividades constructivas del sujeto (en un sentido cartesiano o kantiano). Contrariamente a las epistemologías mencionadas hasta aquí, las doctrinas empiristas se ubican en forma resuelta en el campo de una verificación psicológica posible, puesto que atribuir a todos los conceptos un origen sensorial (como Condillac) o considerar la causalidad como el resultado de asociaciones repetidas (como Hume) implica un control relativamente fácil de instituir, por ejemplo, en el ámbito del desarrollo mental del niño. Ahora bien, los empiristas, aún refiriéndose a una ciencia posible de la observación o de la experimentación psicológicas, se contentaron con observaciones sobre sí mismos, algunas particularmente lúcidas (como el célebre análisis de la visión de Berkeley. quien, por otra parte, se alejó del empirismo en este punto particular: su teoría de la visión hace intervenir de un modo implícito relaciones introducidas por el sujeto para vincular los datos sensoriales táctiles y visuales), pero que en su mayoría siguen siendo algo fragües. Pero si el empirismo de ese modo se refirió, no sin imprudencia, a una ciencia aún no constituida, su argumentación habitual consistió asimismo en invocar ei papel de la experiencia en las ciencias ya constituidas, como la física. Pero, aquí nuevamente, los conceptos utilizados no dieron lugar a controles profundos, pues sólo por un abuso de lenguaje la experimentación esencialmente activa del físico, consistente en disociar los factores e interpretarlos en función de marcos lógico-matemáticos, se compara sin más trámites con la experiencia perceptiva o global del sujeto psicológico en general.

En forma más precisa, si se permite esta analogía, sigue en pie el interrogante de saber si la experimentación (de nivel superior) puede reducirse a la experiencia en bruto (lie nivel inferior) o si, profundizando el análisis, se encuentran ya elementos, a partir de esta experiencia elemental, que anuncian la estructuración y la organización activa, propias de la experimentación.

Finalmente, con Hegel, seria posible verse inducidos a reconocer la existencia de la única gran epistemología que no fuera inspirada por la reflexión sobre las ciencias. Pero, más allá del hecho de que el método dialéctico utilizado por él procede directamente de los aspectos dialécticos de la epistemología kantiana, el acontecimiento fundamental que está en el origen de la dialéctica hegeliana es el examen de la historia (esa novedad característica de! siglo XIX), y en un sentido que ya es netamente sociológico. La sucesión de tesis, antítesis y síntesis que utiliza Hegel para caracterizar el conocimiento en su constitución progresiva, no fue tomada del formalismo lógico, sino de estas ideas en marcha, que implican un desarrollo social histórico. Se puede decir, pues, que Hegel se anticipó a la sociología de una manera análoga a como el empirismo se anticipó a la psicología y, en ciertos aspectos, en forma igualmente positiva, puesto que, si podemos ver en los empiristas anglosajones a los precursores de las modernas teorías del aprendizaje (pensando en autores que, como Hull y otros, continuaron siendo, efectivamente, empiristas), sabemos bien que la dialéctica hegeliana constituyó una de las fuentes del método dialéctico de K. Marx y sus continuadores. Es menester añadir que estos métodos, de origen sociológico, son susceptibles de reflejarse en muchos otros campos, como las epistemologías centradas en las ciencias sociales, pues vuelven a encontrarse problemas análogos en todos los terrenos donde intervengan una historia o un proceso evolutivo, y eso especialmente en psicología genética.

En su conjunto, la visión que acabamos de dar de las grandes formas clásicas de la epistemología, por sumaria que haya sido, basta para mostrarnos la íntima ligazón de la reflexión epistemológica con el progreso de las ciencias mismas, en el transcurso de los siglos pasados. Tal conexión no ha hecho más que afirmarse en los períodos más recientes o contemporáneos, como veremos luego. Pero antes de examinarla, queda por discutir, ahora con más detalle, la situación de las epistemologías que en cambio se opusieron a la primacía del conocimiento científico (lo cual constituye, por otra parte, otra forma de la solidaridad entre la epistemología y la reflexión sobre las ciencias), pues esta discusión no es imprescindible, a modo de contraprueba de lo que acaba de decirse y de lo que seguirá.

LAS EPISTEMOLOGÍAS PARACIENTÍFICAS

Las epistemologías del segundo tipo que trataremos no consisten en reflexiones sobre las condiciones del pensamiento científico, con el fin de alcanzar una teoría más general del conocimiento, sino que se esfuerzan por partir de una crítica esencialmente restrictiva de la ciencia, para fundar fuera de sus fronteras, un conocimiento con una forma diferente.

Tal tendencia es de reciente origen, por lo menos en sus resultados explícitos. Cuando Hume, en un análisis de la causalidad que podría ser considerado como un estudio anticipado de la psicología positiva, desembocó en sus conclusiones escépticas acerca de la ausencia de toda relación objetiva entre la causa y el efecto, las respuestas no consistieron en buscar un fundamento de la causalidad más allá de las fronteras del conocimiento científico. Por una parte, Kant se dedicó a encontrar en el seno del saber físico las condiciones conslitutivas de este saber y a mostrar en la causalidad el resultado, no de la experiencia, sino de las deducciones a priori que la tornan posible. Por otro lado, Maine de Biran intentó descubrir, en el campo de la experiencia psicológica, un ejemplo privilegiado en el que nosotros tuviéramos conciencia de ser causa y conociéramos directamente, además, los efectos de nuestra causalidad e incluso un pasaje sensible entre la causa y el efecto.

Es cierto que. poco después de la crítica kantiana, la propagación de la metafísica que prosiguiera con Fichte, Schelling y Schopenhauer anunció las reacciones ulteriores contra el racionalismo crítico, pero estas sus-lanciaciones del idealismo kantiano no culminaron en la construcción de teorías del conocimiento. En compensación, en el curso de la segunda mitad del siglo XIX y, en especial del siglo XX, los progresos del irraciona-lismo. junto a las resistencias naturales desencadenadas por el desarrollo, no de las ciencias como tales, sino de las metafísicas cientificistas (frecuentemente confundidas con estas últimas) que van tras sus huellas, produjeron la consütnción de importantes corrientes de pensamiento, cuyo resultado consistió en una teoría propiamente dicha del conocimiento, de naturaleza paracientífica.

En la filosofía francesa, la corriente de ideas que va desde F. Ravalsson hasta J. Lachelier y E. Bontroux, para terminar en la epistemología bergsoniana, resulta particularmente significativa en este aspecto. Ese movimiento, originado en forma manifiesta por el deseo de preservar un cierto conjunto de valores sociales y morales contra los peligros de las metafísicas cicntifteistas (materialismo y positivismo dogmáticos), comenzó a traducirse en ensayos metafísicos que intentaban conciliar la ciencia, cuyas limitaciones se trataba entonces de establecer, con ciertos conceptos de valor esencialmente moral: de allí salen la síntesis del determinismo y la finalidad en la interpretación metafísica de la inducción en J. Lachelier y la síntesis del determinismo, la contingencia y la libertad en la obra de E. Bontroux. En consecuencia, tales obras implicaban, por una parte, una crítica de la ciencia, más en un sentido limitativo que constitutivo (en oposición a la crítica kantiana) y, por otra parte, una apertura todavía discreta, si no hacia lo irracional, al menos hacia un simbolismo metafísico con intenciones esencialmente afectivas (pues el pensamiento metafísico constituye un sistema simbólico cuyo análisis psicosociológico está todavía en sus comienzos, con los trabajos de Goldmann, etc., y que representa, en el plano de las ideologías colectivas, el equivalente del pensamiento simbólico individual). Ahora bien, estas dos tendencias solidarías, tanto una como otra, debían conducir a la construcción de una teoría del conocimiento basada simultáneamente en los límites de la ciencia y en los de la razón. Es precisamente lo que realizó H. Bergson en una forma particularmente explícita, basándose en una crítica de la biología y, en especial, de la psicología de su época. Reviste un cierto interés en consecuencia, confrontar las tesis de esta epistemología con los datos actuales de la psicología genética, lo cual nos ayudará, más adelante, a precisar los métodos de la epistemología científica.

La idea central de la epistemología bergsoniana es fue la ciencia se torna cada vez menos objetiva, cada vez más simbólica, a medida que va de lo físico a lo psíquico pasando por lo vital. Luego, teniendo en cuenta que es preciso percibir una cosa de alguna manera para llegar a simbolizarla, habría una intuición de lo psíquico y, de un modo más general, de lo vital, que la inteligencia traspondría y traduciría sin duda, pero que no por eso dejaría de superar la inteligencia. Existiría, en otros términos, una intuición "supraintelectual" o incluso "ultraintelectual" (L'Evolution créatrice 12a. edición, págs. 38S-389). Pero es necesario comprender debidamente que esta "superación" de la inteligencia por la intuición, así como sus prefijos "supra" y "ultra" sólo expresan una simple prolongación (como en las epistemologías que hemos calificado de "metacientíficas"): se trata, en realidad, de una diferencia de naturaleza entre los conocimientos intuitivo, por una parte, y científico o racional, por la otra, por la razón que sigue.

En el marco de las realidades psíquicas y vitales, lo que le aparece a Bergson como sui generis es, sin duda, la duración pura, en oposición al tiempo espacializado de la física, pero sobre todo lo que este devenir involucra como creación: "El tiempo es invención o no es absolutamente nada" (L'Eyohition Créatrice, pág. 369). Por el contrario, lo característico de la inteligencia y de toda la ciencia consistiría en partir del postulado fundamental de que "todo está dado" y razonar "como si la duración careciera de eficacia" (pág. 373). Tal es, en principio, la posición central de la ciencia y la filosofía antiguas, para las cuales "hay más en lo inmóvil que en lo móvil y se pasa, por disminución o atenuación, de la inmutabilidad al devenir" (pág. 342). Pero eso también sigue siendo cierto para la ciencia contemporánea, ya que "si la física moderna se distingue de la antigua por el hecho que considera cualquier instante del tiempo, se basa por completo en una sustitución del tiempo - invención por el tiempo - longitud" (pág. 370). La ciencia reconoce ciertamente un orden temporal y cuenta simultaneidades, pero sin ocuparse "del flujo que va de una a otra" (pág. 365). La prueba de ello reside en que se podrían variar las velocidades, "la rapidez del flujo del universo", sin cambiar en nada "las ecuaciones ni los números que allí figuran" (pág. 365 ; veremos más adelante cuan frágil es esta prueba).

Ahora bien, las causas de esta inadecuación congénita de la inteligencia y de la ciencia para alcanzar el poder esencial de construcción continua y creadora que Bergson atribuye con razón a los procesos vitales y mentales, se remiten al método mismo del conocimiento intelectual. En oposición al conocimiento intuitivo, la inteligencia utiliza un "método cinematográfico" (capítulo IV), es decir que trata de "pensar lo inestable por intermedio de lo estable, lo móvil por medio de lo inmóvil" (pág. 296). Y es así porque "tiene por objeto principal lo sólido inorganizado" (pág. 167) y está orientada, como la propia materia, en sentido inverso al impulso vital: así como !a metafísica bergsoniana imagina la materia como una recaída o una sedimentación del impulso creador, del mismo modo la inteligencia racional y con ella toda la ciencia- aparecería como una especie de solidificación, debida a las exigencias concurrentes de ¡a comunicación verbal y especialmente de la acción sobre los sólidos o incluso como una descomposición (pág. !70) de la conciencia intuitiva, la cual podría trascender algún día estas tareas utilitarias. De ello se infieren los corolarios capitales de la epistemología bergsoniana: "la inteligencia sólo se representa claramente en lo discontinuo" (pág. 168) y "ella sólo se representa claramente la inmovilidad" (pág. 169).

Esa es la sustancia de una epistemología que intentó oponer a la biología científica el vitalismo de Driesch y que quiso, sobre todo, oponer a la psicología científica de su época una simple reflexión filosófica y no nuevos trabajos experimentales que corrigieran mediante hechos el asociacionismo simplista aún en boga entonces. Y, por otra parte, ya muy superado en el momento de las primeras ediciones de L'Evolution créatrice. Sin embargo, Bergson se dedicó a defender dos nociones fundamentales, que compartía sin expresarlo con un gran número de pensadores de este siglo: que la inteligencia está unida a la acción y que ei conocimiento auténtico es una construcción continua, creadora de nuevas estructuras.

Ahora bien, si confrontamos el conjunto de estas tesis con lo que hemos" aprendido desde la psicología genética de la propia inteligencia, podemos sostener que la crítica bergsoniana subsiste de manera integral, y presenta un decisivo interés, tanto por su coherencia como por su aguda lucidez, pero que no se dirige al núcleo formador de la inteligencia racional sino que apunta, en esencia, al otro aspecto del conocimiento intelectual, inseparable del primero pero profundamente distinto en sus destinos genéticos, que llamaremos la "representación de imágenes". En una palabra, Bergson elaboró exitosamente una crítica de la imagen, pero le faltó la operación como tal.

La inteligencia nació de la acción, e incluso, si se quiere, de la acción polarizada en los sólidos inorganizados. Esto implica por cierto aceptémoslo que se forjó de ellos una serie de imágenes discontinuas y estáticas, lo cual se constata con amplitud en ei niño. Pero eso implica sobre todo (cosa que la psicología bergsoniana no advirtió) que existe una lógica inherente a la coordinación de las acciones, sin que esta lógica dependa de las imágenes correspondientes a los objetos sobre los cuales se ejercen tales acciones: por rudimentaria que sea esta lógica de las coordinaciones de acciones, presupone una intervención del orden, relaciones, subsunciones de esquema, en síntesis, toda una estructuración que prolonga por mucho más tiempo la morfogénesis vital (por intermedio de las coordinaciones nerviosas) que resulta del ambiente material.

Ahora bien, esta lógica no contiene de antemano las estructuras cognoscitivas ulteriores, como lo imaginaría un preformismo en que "todo estuviera dado". Se encuentran en el punto de partida de construcciones sucesivas y creadoras, en cuyo decurso la acción se transforma en "operaciones". Estas operaciones y sus relaciones con el modelo inerte e ineficiente que Bergson quería darnos de toda la inteligencia, ¿qué constituyen entonces?

Una operación es ante todo un acto, el cual no "representa", sino que realmente efectúa, una "transformación" en oposición con los dos estados el inicial y el final, cuya transformación modifica el primero para construir el segundo. Tanto si esta transformación se realiza materialmente como si lo hace simbólicamente, se trata en los dos casos de una auténtica transformación. Por ejemplo, transformar un arco en una recta, sumar dos números para obtener uno nuevo o sintetizar un sistema de clases con un encadenamiento de relaciones asimétricas transitivas para conseguir la serie de los números enteros, equivale en estos tres casos a construir nuevas propiedades mediante operaciones simples o complejas, y todo acto completo de inteligencia (es decir, toda solución de un nuevo problema por el sujeto) supone tales transformaciones operatorias.

Pero además de este aspecto operativo del conocimiento (el término operativo abarca el conjunto de las acciones y de las operaciones, desde la acción sensoriomotriz anterior al lenguaje hasta las operaciones más abstractas), es necesario distinguir un aspecto figurativo, el cual abarca las percepciones, la imitación, las imágenes o la representación en imágenes en general, y que enfoca los estados en oposición a las transformaciones como tales; o que intenta representar las transformaciones, pero sólo lo logra en términos de estados y según un símbolo, que es siempre inadecuado. El estudio del desarrollo de la inteligencia en el niño permite poner en evidencia un nivel anterior a la conclusión de las "operaciones"; en tal caso las imágenes sólo son aquí esencialmente estáticas (por ejemplo, un niño aunque acepte que un arco de círculo pueda transformarse en una recta, no llega, en principio, a representarse estados intermedios) y el razonamiento, referido a estos estados sin captar todavía las transformaciones, en este caso fracasa en resolver los problemas más elementales de conservación (un líquido trasvasado de un bocal a un vaso de otra forma no conserva su cantidad, etc.).

Tan pronto se constituyen las operaciones, las imágenes, por el contrario, recaen sobre el aspecto figurativo del pensamiento e introducen en él un cierto dinamismo (imágenes anticipadoras, etc.) pero que no es de ningún modo autónomo y que está constantemente subordinado a los mismos mecanismos operatorios.

Entonces, es evidente que las operaciones como tales, nudo vital del trabajo intelectual, presentan precisamente el conjunto de las características cuyo privilegio Bergson quería atribuir a una intuición "supra" o "ultraintelectual": la capacidad de construcción creadora, el acceso a las transformaciones en oposición a los estados, la movilidad, la continuidad, etc., e incluso una solidaridad con los mecanismos formadores de la vida orgánica (puesto que aparecieron en las estructuras nerviosas y las redes polisinápticas ciertas estructuras que son isomorfas con las de las operaciones lógico-matemáticas). Pero no es menos evidente que la admirable crítica bergsoniana continúa siendo enteramente válida si se percibe en ella una crítica de la representación en imágenes, en oposición a ios mecanismos operatorios. En efecto, es patente que la operación como tal sigue siendo i rre presentable como acto puro (designamos como actos puros un sistema de actividades que, si bien comienzan con aplicaciones a los objetos, terminan por poder desligarse de ellos, como en el caso de la matemática "pura"}: la representación en imágenes comienza captando solamente sus resultados o los estados iniciales y finales para tratar de captar a continuación su proceso. Pero no lo logra jamás por completo y procede precisamente por ese "método cinematográfico", descrito con tanta finura por Bergson, quedando entendido que esta cinematografía no es el método de la inteligencia misma en su núcleo operatorio, sino tan sólo el de la representación, dada en imágenes en su simbolismo que es siempre inadecuado. En una palabra, las antítesis bergsonianas describen únicamente una dualidad de aspectos en el seno de las funciones cognoscitivas y no constituyen en absoluto una crítica de la inteligencia como tal ni aun de la ciencia. En este aspecto, la buscada oposición entre el tiempo físico y la duración psicológica permanece facticia. Por una parte, el tiempo físico no se reduce de ningún modo a un "tiempo-longitud", sino que depende de las velocidades, como lo estableció la teoría de la relatividad, contra la cual Bergson quiso insurgir pues, si se puede decir, esta teoría reencontraba en la realidad física los principales aspectos del tiempo bergsoniano (la pequeña obra Durée et Simultanéité sólo queda como un ejemplo de la imprudencia de los métodos paracientíficos). Por otra parte, la duración psicológica obedece a leyes análogas, y su toma de conocimiento involucra todo un mecanismo operatorio lógico y cualitativo (ordenamiento de los acontecimientos, subsunciones de los intervalos, etc.) exactamente como en todos los otros ámbitos y sin ningún privilegio intuitivo.

La epistemología fenomenológica

La fenomenología culmina, como el bergsonismo, en una especie de intuicionismo, pero con intenciones racionales y que proceden de inspiraciones netamente diferentes, pues derivan en su origen del logicismo de Frege, para orientarse, como éste, contra cualquier "psicologismo" y por último contra cualquier naturalismo. No debemos tratar aquí la fenomenología en general, la cual es una filosofía como cualquier otra, con sus objetivos vitales al mismo tiempo que noéticos. Pero, al haberse formado Husserl en la matemática, el aspecto epistemológico de su doctrina ocupa un gran lugar. Esta epistemología presenta el gran interés de ser paracientífica, en intención y en principio, explícito y proclamado,-pues no sólo se propone superar la ciencia sino duplicarla, completando la psicología científica con una psicología "fenomenológica" y una génesis real con una ideal (o genealogía extratemporal), etcétera.

La idea central de esta epistemología es que existe una intuición de las "esencias", pero que las esencias son inseparables de los fenómenos o de los "hechos" (idées directrices, trad. Ricoeur, 2). El fenómeno nos pone, en efecto, en presencia de "intenciones" (concepto tomado de Brentano y, a través de éste, del tomismo) que llegan en todos los planos a "significaciones". El pasaje del hecho a la esencia se efectuaría, entonces, gracias a un proceso de "reducción" o de conversión que consiste en liberar al sujeto de sus limitaciones "naturales", de tal modo que el sujeto, de su parte o sector del mundo natural, llegue a descubrirse como su fundamento: la reducción fenomenológica consistiría, pues, en una especie de liberación respecto de la naturaleza y del propio cuerpo (Ideen directrices, cap. 1-IV de la sección 1! e "Introducción" del traductor).

En cuanto a las "esencias", a las que se trata de llegar, "existen", hablando con propiedad, y no se reducen a hipótesis o "ficciones" (como lo son los axiomas en una ciencia hjpoteticodeductiva): aunque "multiforme", "la intuición de las esencias es un acto dador originario, y por esta razón constituye lo análogo de la percepción sensible y no de la ficción" {Idees, pág. 78). Tal conocimiento "eidético" (como dice también Husserl) podría compararse a un modelo platónico, pero inmanente a la naturaleza y no radicalmente desprendido de ella.

En el ánimo de Husserl. no habría en ese terreno nada que condujera a quebrantar la legitimidad de las ciencias positivas y Husserl piensa aun en reforzar su poder, suministrándoles un fundamento. Su convicción parece ser que los sabios recurren continua y necesariamente a la intuición de las esencias pero sin dudar de ellas: si la cuestionan, no es función de la propia investigación científica, sino cuando elaboran la filosofía de su ciencia y ceden a las creencias positivistas o empiristas. En cambio, en los 'errenos de la lógica, la psicología científica y la historia de las ciencias, Husserl intenta menos "fundar" que completar esas disciplinas con otras paralelas. Su Origine de la géométrie, más que a la historia real, conduce hacia las "intenciones" inmanentes a una historia "pura" e infinita. En Lógica, intenta alcanzar una "gramática pura" que constituiría el "armazón ideal" de la lógica formal y del lenguaje. En psicología, quiere lograr una teoría de la conciencia como "lo vivido intencional". Ahora bien, aquí se trata claramente de un esfuerzo de doblaje (luego en un sentido "para" y no en un sentido "meta"), puesto que Husserl reconoce la existencia de la psicología científica: debe señalarse que la clasifica (con una intención, además, tanto restrictiva como positiva) entre las ciencias de la naturaleza y no entre las Geisteswissenschaften, por cuanto las primeras corresponden, entre otros, a "los seres vivos con su naturaleza psicofísica y por ende también la fisiológica, la psicológica, etc" (Idees, pág. 16).

La epistemología husserliana pertenece, en uno de sus aspectos, a la gran corriente contemporánea, nacida de la logística, de restitución de los valores lógicos y deductivos y de interpretación "antipsicologista" (lo que no significa antipsicológica: luego volveremos sobre esto). Si sólo se tratara de este aspecto, tal epistemología no diferiría en principio de oirás interpretaciones posibles de la ciencia (de lo que llamaremos, sin prejuzgar por eso su valor, las epistemologías científicas), entendiéndose que las "esencias" se reducirían a los seres lógico-matemáticos y que su vinculación con los entes "naturales" o físico-psicológicos plantea un problema general del cual se ocupan todas las epistemologías.

Pero el otro aspecto de la doctrina es la intención de duplicar las ciencias o algunas de ellas. Y aun el término duplicar resulta muy débil, porque las "esencias" fenomenológicas no se reducen, en absoluto, a las meras entidades formales, sino que constituyen un vasto universo, del cual el mundo "natural" no es sino un pálido reflejo o una emanación muy restringida. De donde resulta que la fenomenología, o ciencia de las esencias, se propone suministrar el análisis detallado de ese universo, y ese análisis duplica entonces un cierto número de disciplinas, algunas formales pero otras genéticas, siendo la situación particularmente chocante para éstas, puesto que la fenomenología piensa poder completarlas por medio de una reconstitución de las génesis ideales. Como lo mostró con profundidad E. Fink (citado por Ricoeur, en págs. XXVIi-XXVIil de la traducción de Idees), la cuestión fundamental para Husserl es diferente de la de Kant. Para éste se trata de comprender de qué manera es posible la ciencia, luego cuál es su validez para una conciencia objetiva posible. Para Husserl, por el contrario, la cuestión consiste en encontrar "el origen del mundo", puesto que las "formas" son al mismo tiempo esencias determinantes. Su epistemología resulta así solidaria con un idealismo, no subjetivo (o psicológico) sino trascendental y, simultáneamente, con una ontología metafísica que no quiere estar separada de las ciencias, sino que pretende reencontrar la unión indisociable de la forma y de la esencia en todo acto de conocimiento, cualquiera que fuere.

En consecuencia, la originalidad de tal doctrina consiste no sólo en relacionar el fenómeno con las esencias sino también en postular, en el plano trascendental, una interacción fundamental entre el sujeto (el "yo puro", obtenido por "reducción") y el objeto (las "esencias"). Al sustituir esta génesis trascendental de las esencias, la génesis real de los conocimientos (de la cual nos ocuparemos en la presente obra) supera la antología realista y estática de Aristóteles, pero procede de ella. El papel fundamental de la "intención" en Husserl, que le permite actuar simultáneamente sobre el carácter normativo (luego trascendentalmente subjetivo) y ontológico de las esencias, se debió a la influencia del R.P. Brentano, el cual a su vez la extrajo del tomismo, desde donde se remonta a las nociones finalistas de la "potencia" y del "acto" aristotélico. El tomismo da una interpretación más realista de la "intención": "El acto inmanente de conocer, nos dice J. Maritaín (Réflexións sur l'intelligence, pág. 53)... consiste en convertirse en el otro en tanto que otro, lo cual es posible 'inmaterialmente', luego de modo intencional; la inteligencia que conoce es 'intencionalmente' la propia naturaleza conocida" (pág. l06, .n. 1 ). Y además: "...al tener la inteligencia presente su objeto en sí,... se une con éste en una unión más intima que cualquier unión concebible dentro del mundo de los cuerpos. ...se conviene en él mismo" (págs. 105-106). El poeta Paul Claudel decía, con mayor crudeza, que el conocimiento es un "co-nacimiento" (Art poétique). Vemos así cómo la "intención", que es un devenir inmaterial, puede conducir, por fusión de la ontología con un idealismo trascendental, a soldar el problema del conocimiento con el de una "génesis ideal" o del "origen del mundo".

Al término de los estudios contenidos en esta obra tendremos que preguntarnos, examinando las grandes comentes de la epistemología contemporánea, si la superación trascendental que propone Husserl repercutió sobre esta epistemología, ya sea suministrándole a la lógica un fundamento válido, ya sea tomando necesaria la duplicación de la psicología científica con una psicología fenómeno lógica. Limitémonos aquí en consecuencia a poner de manifiesto la significación del antipsicologismo husserliano. Comencemos por algunas definiciones:

I - Se llama empirismo epistemológico la doctrina según la cual todo conocimiento provendría de la experiencia externa o interna, siendo la propia experiencia concebida como una lectura o un registro de propiedades ya muy organizadas, ya sea en los objetos (experiencia externa: por ejemplo cuando D'Alembert cree poder educir los números enteros de la sensación de los objetos discontinuos), ya sea en el sujeto (experiencia interna: por ejemplo cuando Helmholtz cree poder extraer la idea de orden de la sucesión de nuestros estados de conciencia, como si estuvieran ordenados por sí mismos, independientemente de toda reconstitución activa).

II - Una ciencia experimental, en cambio, es una ciencia para la cual la experimentación constituye una condición necesaria del saber. Pero ello no significa que esta condición sea suficiente, ya que puede estar combinada con otros procedimientos cognoscitivos, tales como la deducción matemática. Tampoco significa que se interprete la experimentación según el modelo empírico de la experiencia, ya que la experimentación no se reduce nunca a una simple lectura, sino que involucra una parte de estructuración que interviene en las actividades del experimentador y en las interpretaciones de los datos en apariencia más inmediatos.

III - Se infiere de I y II que un experimentador no es necesariamente empirista, aunque pueda adoptar esta epistemología, entre otras. Cuanto más joven es una ciencia experimental, más sus representantes permanecen, en general, próximos al empirismo tradicional, pero el uso de los modelos lógicos y matemáticos conduce de ordinario a disociar la práctica ite la experimentación y la interpretación empirista. como ocurre en el caso de la mayoría de los físicos y de un gran número de psicólogos.

IV - En el caso de la psicología, se agrega a esto un problema especial. La psicología experimental es una de las formas del conocimiento, y constituye el conocimiento propio de los sujetos cognoscentes de formación científica que se llaman "psicólogos". Pero la psicología estudia, por otra parte, la manera en que un sujeto cualquiera, por ejemplo un niño, adquiere sus conocimientos y descubre, por ejemplo, las propiedades del espacio, las estructuras lógicas, el número, etc. El problema, fundamental, reside, entonces, en establecer si esta adquisición de conocimientos se basa sólo en la experiencia o si presupone una parte de organización o estructuración que emana de las actividades del sujeto como tal (luego, del sujeto cualquiera y no ya del sujeto-psicólogo). De esta manera, vemos que sigue siendo muy factible demostrar, precisamente gracias a los métodos experimentales de la psicología, que'la génesis y el desarrollo de los conocimientos no se adecúan al esquema empirista (¡he aquí, nos parece, el resultado más claro de los1 trabajos que proseguimos desde hace cuarenta años sobre la formación de los conocimientos en el niño!).

Si bien históricamente un gran número de psicólogos fueron y siguen siendo empiristas, en todo caso se deduce lógicamente de lo precedente que no es legítimo reducir a priori la psicología experimental (o como también se dice, "empírica") al empirismo epistemológico. Pero es importante insistir en este punto, puesto que esta asimilación ilegítima constituye implícita y con frecuencia explícitamente, la razón misma del antipsicologismo de los fenomenologistas.

V - Falta definir el "psicologismo". Ya insistimos, en la Introducción de la presente obra, en la necesidad de distinguir las cuestiones de validez, único objeto de la lógica, y las cuestiones de hecho, que constituyen el objeto de las constataciones experimentales, Por ejemplo, si se demuestra que cierta teoría T es contradictoria con respecto a cierta proposición p (cuestión de validez formal) de nada serviría invocar el hecho deque la mayor parte de los autores no adviertan allí una contradicción. De modo general, el valor de una norma es independiente de su aplicación de hecho (cosa que saben tanto los moralistas y juristas como los lógicos). Se llamará, pues, "psicologismo" al pasaje ilegítimo de los hechos psicológicos a las normas, tal como la seudoexplicación de una ley lógica (normativa) por una ley psicológica (causal o de hecho). Cierto número de psicólogos se han vuelto efectivamente culpables de psicologismo, del mismo modo que antaño algunos lógicos cayeron en el logicismo o pasaje ílegíti mo de la norma al hecho: de ese modo la noción de las "leyes del pensamiento" encubrió durante mucho tiempo tal confusión, ya sea que ciertas leyes psicológicas fueran invocadas como reglas de lógica, o a la inversa. Pero, ya diferenciados los dos tipos de problemas, resulta claro que recurrir a la psicología no implica necesariamente un "psicologismo".

Precisadas así estas definiciones, se hace posible diferenciar las posiciones de Husserl frente a la psicología y al psicologismo. En principio, es importante recordar que Husserl reconocía la legitimidad de la psicología ;omo una ciencia natural, por cuanto se limita al estudio del sujeto real, en el universo espacio-temporal. Conviene, por otra parte, señalar que en su Philosophie der Arithmetik (1891) así como en un artículo de 1894 (Psychologiscke Studien zur elementare Logik), Husserl utiliza la psicología sin temer el psicologismo. En cambio, en 1894, el fundador del logicismo contemporáneo, G. Frege, publica una crítica de la obra de Husserl y denuncia su psicologismo. De allí data la conversión de Husserl al antipsicologismo y su esfuerzo por superar el dato experimental en la dirección de las esencias y por constituir una psicología "intencional", apta para esta superación.

Las dos cuestiones que se plantean entonces son establecer si Husserl consiguió constituir una epistemología sin recurrir al psicologismo (volveremos sobre esto en las conclusiones de esta obra, en el último volumen) y en qué sentido le reprocha a la psicología experimental su supuesto psicologismo. Ahora bien, se constata que su crítica vuelve ininterrumpidamente a asimilar la psicología en tanto que "ciencia empírica", es decir, experimental, al empirismo epistemológico. En efecto, al examinar las Logische Untersuchungen (2 ed., 1913, traducción francesa, P.U.F., 1958), en que la crítica del psicologismo ocupa la casi totalidad de los "Prolegómenos de la lógica pura" (T.I), advertimos que sostiene constantemente, de modo muy explícito y quizás incluso deliberado, tal asimilación, la cual, sin embargo, se ve contradicha por la existencia de psicólogos que son simultáneamente experimentales y antiempiristas (ver más atrás las definiciones I a III y especialmente IV). Además, vemos pronto a) que los argumentos y ejemplos de Husserl apuntan esencialmente a una cierta psicología, que es el empirismo asociacionista; b) que Husserl reprocha a los psicólogos, entre otras cosas, que se refieran a normas ideales que querrían fundamentar, y c) que discute al psicólogo el derecho de basar la necesidad lógica en las leyes causales, aproximativas o simplemente inductivas. Ahora bien, sobre a) ye) no se puede sino estar enteramente de acuerdo con el. En cuanto al punto b), el mismo círculo vuelve a encontrarse en todos los autores, incluido Husserl, que emplean la lógica para ir atar de fundamentarla, siendo el único medio de evitarlo ya sea, examinar en su desarrollo las actividades de los sujetos exteriores a los investigadores mismos, coordinando estos análisis genéticos con el análisis logístico (ver págs. 106-114), sea recurrir a una pura axiomática, lo cual Husserl rechaza.

Respecto a la influencia ejercida por la fenomenología sobre la psicología misma, hay que distinguir dos etapas. En 1912 se constituyó, bajo el impulso de W. Köhler y de M. Wertheimer, la psicología de la Gestalt, la cual se inspiraba en la idea husserliana, muy válida pero no específicamente fenomenológica, de una superación del idealismo y el realismo en la dirección de una interacción indisociable entre el sujeto y el objeto, pero que también se inspiraba en el antigenetismo de Husserl. Sobre el primer punto, la Gestaltpsychologie desarrolló tesis nuevas, pero en el terreno esencial de esta teoría de la Forma y al completarla, la psicología ulterior se alejó precisamente de las tesis guestálticas. Respecto del segundo punto, la psicología se tornó cada vez más "genética".

Por otra parte, más recientemente, se ha asistido a diversas tentativas para retornar a una psicología de la conciencia, inspiradas simultáneamente en esta resurrección de la "potencia" aristotélica que es el intencionalismo de Brentano (del cual Husserl había tomado la noción de las "intenciones" que alcanzan las esencias eidéticas) y en la Lebenswelt de Husserl, o experiencia vivida del sujeto en lucha con el mundo. De allí nacieron obras como la de Sartre sobre las emociones y la imaginación o de Merleau-Ponty sobre la fenomenología de la percepción, pero que no influyeron en la psicología científica, por superar el nivel de los análisis introspectivos. Más interesante es la distinción, introducida por K. Jaspers en psicopatología, entre la "explicación" causal y ía "comprensión" de las intenciones, valores o normas, pero a condición de reconocer que a toda comprensión de los datos de la conciencia le debe corresponder una explicación genética y estructural y que hay allí dos vías paralelas, cuyos isomorfismos es indispensable buscar. Pero al inspirarse en una perspectiva esencialmente práctica y psicoterapéutica (antes de extraer de ella toda una filosofía del sentido común), Jaspers quiso sustancializar esta distinción de puntos de vista e impulsarla, en convergencia, además, con los trabajos anteriores de Spranger e incluso Dilthey, hasta una oposición de principio que esteriliza en tal caso la investigación, en lugar de fecundarla mediante la unión con las diversas corrientes de la psicología científica.

Pero lo que más llama la atención en esas psicologías, provenientes de la fenomenología, reside en que son cada vez menos específicas, y que nunca se interesaron en lo que hubiera sido necesario describir de cerca, dentro del espíritu de tal sistema: las condiciones de la "reducción" o conversión, etc., en síntesis, la psicología fenomenología que se hubiera esperado acerca de los procesos considerados centrales para el conocimiento en general.

LAS EPISTEMOLOGÍAS CIENTÍFICAS

El termino que empleamos de este modo para designar las epistemologías que trataremos no significa que sean más verdaderas que las anteriores, sino simplemente que se dan por objetivo exclusivo la explicación del conocimiento científico y no encaran más ef conocimiento en general, ya sea porque consideran el conocimiento científico como el único posible ya sea que se especialicen en interpretarlo en sí mismo.

Sólo intentaremos aquí dar un sucinto inventario de las principales tendencias con el único fin de hacer comprender de dónde procede la epistemología contemporánea, en oposición a los grandes sistemas del pasado. Volveremos a ocuparnos, en el capítulo siguiente de los métodos de esta epistemología científica, y por el momento el único problema consiste en la búsqueda de sus fuentes.

En este aspecto, el hecho nuevo es el siguiente. Epistemologías como el platonismo o el kantismo parten de una ciencia ya hecha (la matemática griega t> la teoría newtoniana de la gravitación) y tratan de explicarla en tanto que parece acabada o, al menos, definitiva en sus principios. De donde surge la doble intención de mostrar cómo se volvió posible y de generalizar su alcance epistemológico en una teoría general del conocimiento. Las epistemologías paracientíficas recientemente tratadas, que son de origen más reciente, no creen ya que ninguna ciencia esté terminada, sino que se esfuerzan en señalar por adelantado su limitación, por las razones que hemos visto. Las epistemologías que trataremos se dedican, por el contrarío, a destacar el valor del conocimiento científico, como las grandes doctrinas clásicas, pero con la novedad de que se encuentran en presencia no sólo de una proliferación cada vez más considerable de ciencias, sino además y sobre todo de un devenir imprevisible, que se traduce en la aparición de nuevos principios, en el quebrantamiento de otros, en síntesis, en transformaciones que modifican a cada momento planteamientos de los problemas. El acontecimiento fundamental que caracteriza los trabajos epistemológicos que se van a tratar consiste en que, nacidos de una reflexión, de alguna manera obligada, sobre la evolución de las ciencias, concebidas cada vez más como abiertas y no ya como definitivas, se vuelven progresivamente más interiores a estas ciencias mismas y. en la eventualidad de crisis locales que afecten tal o cual forma de conocimiento científico, hasta son promovidos a veces a la categoría de momentos indispensables, que intervienen en la marcha efectiva de la ciencia: toda la historia de las doctrinas modernas que tienden a elucidar el problema de los fundamentos de la matemática constituye un ejemplo sorprendente de esa incorporación de la epistemología a la ciencia, a tal punto que el análisis de los fundamentos se ha convertido en una de las disciplinas especiales asociadas a la matemática misma.

Se pueden asignar, de tal modo, tres fuentes a las epistemologías que, por tales razones, llamaremos "científicas". La primera es de algún modo de carácter moralizador: ante las transformaciones continuas y en ciertos aspectos inquietantes de las ciencias, algunas epistemologías han querido fijar los principios de éstas, según un sistema de normas 'ne varietur', y en ello consisten esencialmente, nos parece, las tendencias "positivistas", desde la doctrina de Comte hasta el neopositivismo vienes y anglosajón contemporáneos. La segunda fuente fue el interés de ciertos filósofos, que desde Coumot hasta Brunschvicg, Cassirer y muchos otros, buscaron en la filosofía de las ciencias las informaciones que la reflexión especulativa no podía suministrarles acerca de las transformaciones del conocimiento. La tercera fuente, cuya importancia crece progresivamente, es la reflexión de los propios sabios sobre los instrumentos de conocimientos de los cuales disponen sus ciencias, reflexión destinada no a "hacer filosofía" sino a superar las crisis cuando no provienen, simplemente, de divergencias en cuanto a los resultados obtenidos, sino que ponen en juego el valor de los conceptos o principios utilizados para obtenerlos.

Las corrientes positivistas

El procedimiento más sencillo para dominar las cuestiones planteadas por las continuas transformaciones de las ciencias consiste en esforzarse por estabilizarlas, tratando, por una parte, de delimitar sus fronteras contra toda incursión posible de la metafísica y, por la otra, de fijar de una vez por todas los principios y métodos de estas ciencias. Tal es el doble objetivo que se propuso alcanzar Auguste Comte en su Cours de phihsophte positive, cuya influencia fue considerable y todavía se impone, paradójicamente, a numerosos espíritus, a pesar de las desmentidas drásticas que los desarrollos ulteriores de las ciencias infligieron a la doctrina (eso, por otra parte, quizá prueba simplemente que uno se exime de leer a los autores, algunas de cuyas fórmulas sorprendentes son repetidas en forma progresiva, en especial cuando estas fórmulas tienden precisamente a evitar la reflexión). Naturalmente nosotros sólo retendremos del comtismo lo que se refiere a las ciencias propiamente dichas, en oposición a su "síntesis subjetiva" y a su sociología aún totalmente especulativa (¡que constituye un, nuevo ejemplo de la teoría "metaprecientífica"!) aunque el conservadurismo social de Comte, curiosamente combinado con su creencia en el progreso, ejerciera influencia, tal vez, sobre su conservadorismo científico.

El punto de partida del positivismo comtiano y sin duda su premisa esencial consiste en afirmar la existencia de una frontera estable entre la filosofía metafísica y las ciencias, relacionada con la naturaleza misma de problemas respectivos; se podría pensar que esta frontera es móvil, puesto que las ciencias principales han nacido todas de la filosofía, y que la delimitación alude, ante todo, a los métodos: experimentación sistemática y deducción fundada en algoritmos precisos, en lo referente a las ciencias, discusiones de ideas, simple "reflexión" o libre especulación, en lo que respecta a la filosofía. Según el positivismo, por el contrario (incluso en sus formas actuales), existen problemas que son por su naturaleza científicos y que, por consiguiente, exigen (pero por derivación) ciertos métodos propios de solución; y otros problemas, por su naturaleza metafísicos, que serán considerados ya sea como sencillamente insolubles (opinión de Comte), ya sea incluso como desprovistos en sus propios términos de toda significación (positivismo lógico contemporáneo).

Sólo nos queda entonces por caracterizar esta frontera para obtener una imagen exacta y estable de lo que se puede encontrar en su interior, es decir, del conocimiento científico. Para Auguste Comte, dos caracteres principales predominan en tal cuadro: a) la ciencia sólo se ocupa de los fenómenos y no de la "naturaleza de las cosas"; b) la ciencia no conoce sino leyes e ignora el "modo de producción de los fenómenos", o sea la causalidad. El primer punto puede parecer claro, a primera vista, a condición, por supuesto, de no exigir un criterio demasiado preciso para esta delimitación entre lo que se llame fenómeno y lo que se considere como inaccesible, es decir como algo que se disimula bajo el fenómeno... En cuanto al segundo punto constituye de inmediato un problema, puesto que, además de las leyes, la ciencia conoce la deducción de las leyes y puesto que, desde Descartes, Leibniz y Kant, ge denomina "causalidad", precisamente, esta deducción de las leyes, apoyando, además, tales deducciones sobre modelos reales que se exponen entonces a referirse a esta "naturaleza de las cosas" cuyo trato se quiere desterrar. Comte responde en este punto, limitando el papel de la deducción, e imponiendo a los sabios el estudio de esferas de realidad irreductibles entre sí, de modo que no se tenga ya derecho a deducir las leyes químicas a partir de la física, o las leyes biológicas de la físico-química.

Ante tal conjunto de interdicciones o normas restrictivas, basta responder con el simple examen del desarrollo espontáneo de las ciencias después de Auguste Comte. Comenzando por el Tin para remontar en orden inverso la serie de estos imperativos, es evidente, en primer término, que una vez establecido un conjunto de leyes, cualquier ciencia trata de explicarlas causalmente, es decir de encontrar su razón, deduciéndolas, y eso sin ocuparse de ninguna barrera entre las disciplinas: de este modo los propios progresos de la química la conectaron con la física y una ley de equilibrio químico, la ley de la acción de masas, se explica por medio de consideraciones termodinámicas. Por otra parte, es evidente que, para dar una explicación causal, las ciencias más exactas (y precisamente en la medida en que son exactas) apoyan estas deducciones en modelos de realidad, destinados explícitamente a analizar la "producción de los fenómenos" a partir de estructuras situadas por debajo de estos fenómenos. En este aspecto, sin duda la más clara desmentida que se pueda oponer al positivismo lo constituye el triunfo del atomismo, al cual sin embargo había condenado formalmente. ¿Se dirá que el átomo, a su vez, no es sino un conjunto de fenómenos y leyes, y que el error de Comte, por consiguiente, sólo consistía, simplemente, en una falta de anticipación de la posibilidad de estas leyes? Así es, si se quiere, pero resulta evidente que, a su vez, los fenómenos atómicos requieren una explicación causal, y que de una necesidad de este tipo nació la física nuclear. En síntesis, nada más inútil que pretender introducir una frontera estable entre los fenómenos y las realidades subyacentes, reconstruidas deductivamente para explicarlas. En este punto, el fenomenismo metódico de los microfísicos, quienes se atienen por principio a los "observables" por temor a ser víctimas de engañosas analogías con los esquemas macrofísicos, no tiene nada que ver con las interdicciones positivistas, puesto que tales "observables" están vinculados entre sí, a pesar de todo (justamente en la intención de explicarlos) por sistemas de operadores que terminan por explicar no sólo las regularidades estadísticas de estos fenómenos, sino, verdaderamente, su "modo de producción", lo que equivale incluso a superarlos.

De manera general, es inútil pretender establecer barreras entre los fenómenos y los modelos que los desbordan o entre las leyes, por una parte, y las causas, por la otra, reduciéndose éstas a la deducción aplicada a tales modelos. Por consiguiente, resulta ilusorio tratar de oponer las ciencias y la metafísica, por la naturaleza misma de los problemas: sus diferencias sólo se refieren a los métodos empleados y a la manera en que las ciencias llegan a delimitar las cuestiones en lugar de abordarlas en bloque a fin de explicar la experiencia total (incluidos los valores afectivos). Un problema fáctico o de deducción en sí mismo no es filosófico ni científico y adquiere este último carácter en la medida en que está bien delimitado (y especialmente disociado de las cuestiones de valores vitales) en consideración a un tratamiento que implica el empleo de métodos que vuelven posible una objetividad suficiente. Por esta razón ocurre continuamente que un proble­ma inicialmente filosófico pueda ser planteado en términos cientí­ficos. Esto es lo que se ha producido, al comienzo, en el caso de todas las ciencias que, desde la matemática o la física hasta la psicología y la socio­logía, surgieron a'partir de la filosofía por una delimitación de los proble­mas y un afinamiento de los métodos. Pero es también el caso de nuestros días, cada vez que una cuestión clásicamente filosófica, como por ejemplo la del determinismo o el indeterminismo, surge no desde afuera síno en el interior mismo de debates planteados ya sea por conflictos deductivos, ya sea por problemas de hechos. Se sabe así que, en un cierto nivel de la in­vestigación micro física, se advirtió que los hechos "observables" escapa­ban ai determinismo espacio temporal de Laplace de una manera que pare­cía bastante fundamental. Naturalmente, se planteó el problema de esta­blecer si este indeterminismo sólo correspondía a una apariencia o más precisamente a una cierta escala de observación, recubriendo entonces un determinismo subyacente o si, por el contrario, se trataba de un indeter­minismo primario debiendo ser concedido en este caso el determinismo a escala macrofísica como una resultante estadística relativa a esta única es­cala. Louis de Broglie, entre otros, se vio obligado, de modo alternativo, a adoptar una de estas dos soluciones (además en el orden inverso) por razones que no son en absoluto especulativas síno que se refieren a la natu­raleza de las informaciones suministradas sucesivamente por el examen de los hechos, y se encontrarán en otro de los volúmenes que integran esta se­rie sus opiniones actuales, que ha-querido presentar desde un punto de vis­ta epistemológico para nuestros lectores. Del mismo modo, J.L. Destouches ha retomado estos problemas desde un punto de vista meta o epiteórico, construyendo ciertos tipos de físicas de! sujeto, en cuyo seno parece esfumarse cada vez más la frontera entre la ciencia y la filosofía.

Pero, cualquiera que sea el interés suscitado en los filósofos por este rejuvenecimiento técnico de un problema muy antiguo es indispensable subrayar que precisamente cambió de carácter, reapareciendo en el propio seno de los debates entre los físicos. En efecto, en ese terreno adquirió dos caracteres nuevos, cuya manifestación confirma lo que instantánea­mente llamaríamos diferencias de delimitación y de método entre las cues­tiones científicas y filosóficas, en oposición a las diferencias de naturale­za que creía poder invocar Auguste Comte. El primero de los caracteres es un asunto de delimitación: mientras que el problema del determinismo o de la indeterminación era planteado por los filósofos en función del de la libertad (la contingencia de E. Boutroux, por ejemplo), el problema físico del indeterminismo se refiere exclusivamente a la naturaleza de las relaciones de causalidad estricta o estadística y de sus componentes espa­ciales, energéticos, etc. El segundo de estos caracteres es más profunda­mente, un asunto de métodos propiamente dicho: ya no se trata, en efec­to, de reflexiones sin fronteras sino, en forma exclusiva, del cálculo y de la interpretación lógico-matemática de los propios datos de hecho y en el mo­mento en que J.L. Destouches parece franquear los límites del saber posi­tivo en favor de construcciones teóricas de aspecto especulativo lo hace to­davía para disociar los factores o condiciones de este saber y, en especial. para imaginar nuevas lógicas eventualmente más aptas para captar los he­chos más de cerca.

El neopositivismo contemporáneo, nacido del círculo de Viena (con sus dos fuentes particulares, el fenomenismo sensorial de Mach y el logicismo de Schlick, así como la primera parte de la carrera de Wittgenstein) y generalizado en los países anglosajones bajo el nombre de empirismo o positivismo lógicos, señala un progreso evidente respecto de la epistemolo­gía de Auguste Comte: en lo sucesivo, se disocian dos fuentes distintas e incluso heterogéneas de conocimiento, la fuente experimental, supuesta­mente fundada en la percepción, y la fuente lógico-matemática, que depen­de (en el espíritu de esta doctrina) de una sintaxis y una semántica comu­nes a todas las lenguas y por ende de origen semiótico. No entraremos aquí en el detalle de estas tesis, pues se traducen en métodos de análisis que dis­cutiremos en formas más ceñidas a propósito de los métodos de la episte­mología. Por el momento, señalemos que el empirismo lógico, como doc­trina general, conservó el espíritu de conservadurismo científico y el gus­to por las fronteras estables y esencialmente restrictivas que todo positi­vismo quisiera imponer a las ciencias. El empirismo lógico, en particular, pretende mantener una distinción de naturaleza entre los problemas cientí­ficos y los metafísicos, siendo éstos considerados como permaneciendo "sin significación" (sinnlose Satze) por no estar enunciados en términos de formalización lógica o de experiencia en sentido estricto, lo cual permite a estos teóricos, entre otros, rechazar definitivamente (desde su punto de vis­ta) los juicios sintéticos a priori de Kant, al ser todo juicio lógico-matemá­tico (siempre dentro de su perspectiva) necesariamente tautológico, y por ende analítico. Veremos, por el contrario, que el esfuerzo de la epistemo­logía genética consiste en tratar de traducir en términos empíricos cierto número de problemas epistemológicos que superan esos cuadros limita­tivos, lo que conduce, entre otras cosas, a una actitud menos desvalori­zante hacia las corrientes dialécticas, incluidas la ideas, siempre vivas si se las considera más en su espíritu que en la letra, del viejo Emmanuel Kant.

La filosofía de las ciencias

Una filosofía de las ciencias, de la cual la filosofía francesa del siglo XIX puede enorgullecerse mucho más que de los excesos contrarios de Auguste Comte o Lachelier, es la de A.A Cournot, el cual por una visión entonces profética puso en claro la importancia respectiva de las ideas de orden y probabilidad para el porvenir de las ciencias matemáticas y experimentales. Ahora bien, Cournot era un filósofo, pero, contrariamente a la actitud esencialmente conservadora de Comte (recordemos al respecto que Comte no temía impugnar el valor de las consideraciones probabilistas), se interesaba esencialmente en el devenir de las ciencias y trataba de "ver venir" en lugar de frenar. La idea central de Cournot consiste en que la "critica filosófica" tiene todo por ganar si se ejerce en e! propio interior del desarrollo de los diversos tipos de conocimiento científico. En efecto, descubre allí que, independientemente de las demostraciones formales, existe una certeza racional fundada en el orden que la razón establece en el encadenamiento de esos conocimientos. Ahora bien, la idea de orden, que "lleva en sí su justificación o su control" (A.A. Cournot, Essai sur les fondements de nos connaissances et sur les caracteres de la critique philosophique, [1851] reedición 1912, pág. 130) es, por otra parte, correlativa con la noción de azar, o interferencia de las series causales independientes. De ahí los tres niveles que Cournot distingue ya, en plena mitad del siglo XIX, en la jerarquía de los conocimientos: la interpretación probabU, lista, fundamento de la inducción, la demostración formal, producto puro de la lógica, y, entre las dos, el encadenamiento racional, zona de intersección de la naturaleza de las cosas y del orden cuya necesidad se impone a la razón.

Del mismo modo, en la época en que florecía el bergsonismo, L. Brunschvicg, persuadido de que los recientes desarrollos de la matemática se aproximaban más a un devenir creador que al "método cinematográfico" que Bergson atribuía a toda la inteligencia y, correlativamente, convencido de la imposibilidad de reducir esta matemática a la pura lógica, como lo deseaban Russell y Whitehead, se dedicó a destacar los mecanismos del conocimiento matemático en función de su propio desarrollo: de allí su profundo estudio Les Etapes de la philosophie mathématique, el cual subordina esas "etapas" a la de la historia de la matemática para culminar en un análisis de las "raíces" de la verdad aritmética, algebraica y geométrica, en el campo de la psicología del sujeto. Un estudio paralelo, la Expérience humaine et la causatité physique llevó a verificar, en el ámbito de la historia de las nociones físicas (incluso, hasta la teoría de la relatividad), las tesis fundamentales que G. Bachelard, A. Koyré y muchos otros heredaron en distinta medida: intervención necesaria e interpretaciones del sujeto en la organización de la experiencia y de un marco matemático en el descubrimiento mismo del hecho, etc.

Mientras que Brunschivicg desarrollaba en Francia lo que pudo considerarse alternativamente como un idealismo o un cientificismo (volveremos a ocuparnos con más detalles del método, a propósito del análisis histórico-crítico, en el próximo capítulo), E. Cassirer desarrollaba en Alemania un punió de vista paralelo, pero relacionado más claramente con la tradición kantiana (con el neokantismo de la Escuela de Marburgo). Sus trabajos acerca del conocimiento matemático, físico y químico (Substanzbegriff und Funktionsbegñff, 1910), referidos al alcance epistemológico de las teorías einstenianas de la relatividad y a la "filosofía de las forma* simbólicas" (1923) muestran de manera suficiente cómo, para insuflar nueva vida a la más grande de las concepciones epistemológicas clásicas, ei filósofo se ve llevado a reflexionar acerca de las tendencias de las ciencias que le son contemporáneas, condición previa de toda renovación critica. En particular, es sorprendente advertir de qué modo Cassirer, quien aborda juntamente con otros los problemas planteados por la percepción, llegó a discernir en los trabajos de Helmhottz sobre las constancias perceptivas la influencia de sus reflexiones geométricas y de sus utilizaciones de la estructura de "grupo".

Todos los nombres ilustres de la epistemología francesa reciente simbolizan asimismo esta unión necesaria de la filosofía y las ciencias. E. Meyerson, cuya formación fue la de un químico, brindó, desde su primera obra (Identité et réalité, 1907) hasta la última (Du cheminement de la pensée, 1931), una serie ininterrumpida de estudios acerca de las discordancias entre la ciencia real y el positivismo, acerca de la necesidad de la explicación causal y de la deducción, acerca del papel de la identificación en la causalidad y en la deducción misma, idea que compartió con A. Lalande y de la cual éste extrajo una serie de desarrollos originales. G. Bachelard. quien fuera físico antes de enseñar filosofía, con la repercusión que conocemos, suministró al pensamiento físico moderno análisis agudos y particularmente vividos, inspirados en un racionalismo dinámico, que se orienta hacia una dialéctica calcada en las peripecias históricas. A. Koyré, formado en la matemática, se considera como un puro historiador de las ideas, pero sus Euudes galiléennes y muchos otros notables trabajos son subtendidos por una epistemología implícita y no menos vigorosa. Las carreras de A. Lautman y J. Cavaillés, interrumpidas trágicamente, dejaron como legado dos grandes obras de filosofía de la matemática y de la lógica.

La epistemología interior de las ciencias

El aspecto más significativo de la epistemología contemporánea no es, sin embargo, el que acabamos de recordar, puesto que la filosofía de las ciencias debida a los filósofos de oficio prolonga simplemente las grandes tradiciones de la epistemología clásica con un afán más intenso de tecnicismo y, en especial, de perspectiva histórico-crítica. El hecho nuevo, de incalculables consecuencias para el futuro, reside en que la reflexión epistemológica surge cada vez más en el propio seno de las ciencias, no ya porque un creador científico genial, como Descartes o Leibniz, abandone por un tiempo sus trabajos especializados y se dedique a la construcción de una filosofía, sino porque ciertas crisis o conflictos se producen como consecuencia de la marcha interna de las construcciones deductivas o de la interpretación de los datos experimentales y que. para superar estas tradiciones latentes o explícitas, se vuelve necesario someter a una crítica retroactiva los conceptos, métodos o principios utilizados hasta allí, a fin de determinar su valor epistemológico mismo. En tales casos, la crítica epistemológica deja de constituir una simple reflexión sobre la ciencia y se transforma entonces en un instrumento del progreso científico al convertirse en organización interior de los fundamentos y, en especial, en tanto que es elaborada por aquellos mismos que utilizarán estos fundamentos y que saben, por lo tanto, qué necesitan, en lugar de recibirlos de afuera como presentes generosos, pero poco utilizables y a veces engorrosos (¡basta comparar con este fin dos autores contemporáneos como Hilbert y Husserü).

Es preciso, en este aspecto, distinguir algunos matices en las epistemologías construidas por los propios sabios. En efecto, las crisis o conflictos que se acaban de mencionar pueden interesar objetivamente a toda una disciplina, en cuyo caso la reflexión epistemológica a que dan lugar responde, efectivamente, a la descripción que acabamos de esbozar. Pero pueden ser también de naturaleza parcialmente subjetiva, en el sentido de una naturaleza individual, y depender de una contradicción interna, en un creador determinado, entre sus trabajos científicos y la filosofía en la cual cree por otra parte. En esta eventualidad, la epistemología construida es menos interesante para la ciencia aunque, si se tratara de un gran autor, llegaría a relacionar sus conflictos personales con un conflicto latente en los aspectos más generales del pensamiento científico de su tiempo. Un ejemplo típico de esta situación lo brinda la obra epistemológica de P. Duhem, el cual, siendo un gran físico por una parte, pero aristotélico por la otra, se orientó hacia un positivismo nominalista y convención alista que prohíbe a las ciencias la explicación, con el evidente objetivo no de protegerlas contra conceptos metafísicos sin significación sino, por el contrario, de proteger la explicación metafísica contra las incursiones posibles de las ciencias en estos ámbitos reservados. Pero, al ser Duhem esencialmente un gran físico, sus discusiones sobre el conflicto entre el atomismo y el energetismo son de interés más general (sin hablar de que sus contribuciones capitales a la historia de los "Sistemas del mundo"), y atestiguan ya la necesidad de una epistemología interna para elucidar los fundamentos de la física, aun cuando sus interpretaciones hayan sido desmentidas, a continuación, por la doble evolución de la física atómica y la termodinámica.

El nacimiento de una epistemología interna, destinada a elucidar los problemas generales de fundamento, en función de las necesidades espontáneas de la propia ciencia, es particularmente sorprendente en el terreno de la matemática, a tal punto que es cada vez más difícil clasificar un número creciente de trabajos en el campo de la propia matemática o en el de la filosofía de la matemática. La "teoría de los fundamentos", en tal terreno, dejó de constituir, en consecuencia, una "reflexión sobre" la ciencia, para forjar de manera cada vez más deliberada instrumentos técnicos (lógicos y matemáticos a la vez) adheridos a la propia ciencia. Como matemáticos puros, por ejemplo (y no ya como lógicos, cómo A.N. Whitehead y B. Russell en los Principia mathematica), D. Hilbert, P. Bemays y W. Ackermann quisieron demostrar la no contradicción de la aritmética y basar la geometría en una axiomática que proscribiera todo recurso a la intuición. L. E. J. Brouwer, también como matemático puro, quiso, por el contrario, constituir una teoría intuicionista del número, elaborando con este fin las reglas técnicas de un constructivismo que presenta, por cierto, un gran interés epistemológico general, pero que depende también de la matemática como tal. ¡Pero que no se diga, a propósito de estos dos ejemplos típicos, que entonces desplazaron, simplemente, al campo de la ciencia los conflictos de doctrina hasta ese momento propios de los epistemólogos, con toda la contradicción entre las doctrinas que se manifiesta en tales conflictos! En efecto, ya no hay contradicción, precisamente entre las elaboraciones técnicas de Hilbert y las de Brouwer, a diferencia de lo que ocurre entre sus interpretaciones generales: el progreso logrado gracias a la tecnicidad propia de tales trabajos, simultáneamente matemáticos y epistemológicos, consiste por el contrario en haber precisado de manera suficiente las implicaciones lógicas y específicamente logísticas, que corresponden respectivamente a las axiomáticas de Hilbert y al constructivismo intuicionista de Brouwer (puesto que Heyting construyó en rigor una lógica del intuicionismo), para que las bases científicas de tales sistemas ya no sean contradictorias entre sí, sino para que se consideren sin más trámites como pertenecientes a campos y axiomas diferentes. El conflicto subsiste, es obvio, desde el momento en que tales autores se elevan hacia interpretaciones epistemológicas más generales: sin embargo, lo nuevo consiste en que éstas ya no se encuentran suspendidas de simples conceptos reflexivos, sino que están asociadas con estructuras establecidas efectivamente y que contienen desde el comienzo un aspecto epistemológico.

La epistemología matemática desarrollada por los propios matemáticos nació ante todo de los progresos de la logística y de los esfuerzos de los lógicos para reducir las matemáticas a la lógica. Éstas tentativas, debidas esencialmente a Frege y luego a Whitehead y Russell, coincidían en forma natura] con tres especies de tendencias espontáneas de los matemáticos: la tendencia a una axiomati¿ación meramente formal y disociada de la intuición (desde Pasch hasta Tarski o Gödel). la importancia creciente atribuida a la teoría de conjuntos, que concuerda fácilmente con la lógica de las clases, y el desarrollo de teorías cada vez más abstractas, como el álgebra genera), los capítulos más vastos de la topología, etc.

Pero el ideal de la reducción de la matemática a la lógica dio lugar por lo menos a dos corrientes opuestas, una favorable y la otra desfavorable a tal ambición. Entre las tendencias contrarias al reduccionismo, hay que citar ame todo los trabajos epistemológicos de H. Poincaré y F. Gonseth. sin volver a ocuparnos de L.EJ. Brouwer, de quien acabamos de hablar.

La obra de H. Poincaré, que constituye un modelo de epistemología interior a las ciencias, tiene múltiples orígenes. Además de su reacción contra los Principia, fue inspirada por otras dos preocupaciones predominantes. Por una parte, los trabajos particulares de Poincaré sobre la topología y las geometrías no euclidianas lo llevaron a plantearse la cuestión del espacio del mundo real o de las conexiones entre la geometría y la física. Por otra, sus investigaciones de física matemática lo impulsaron a reflexionar acerca de la naturaleza de los principios físicos. De inspiración apriorística en lo concerniente a los problemas más generales (naturaleza del numero, irreductible a la lógica, y papel de la estructura de "grupo" en la constitución del espacio) y convencionalista en cuanto a las otras dos cuestiones, el pensamiento de Poincaré se reveló excepcionalmente sutil y penetrante y lo tomaremos como ejemplo, en el próximo capítulo, de lo que llamaremos el "análisis directo" a propósito de los métodos de la epistemología.

F. Gonseth partió de preocupaciones muy análogas, y aun aceptando en el plano axiomático el método logístico de! cual tanto Brunschvicg como Poincaré desconfiaban, adoptó una posición claramente brunschvicgiana respecto de los caracteres de devenir continuo y apertura permanente, propios del conocimiento científico. Geómetra de formación e inspiración, Gonseth no cree en la posibilidad de ninguna experiencia pura, en el sentido empirista, al ser toda experiencia solidaria con una esquematización orientada hacia la deducción. Pero, de modo recíproco, ninguna deducción puede ser radicalmente depurada respecto de sus lazos intuitivos, permaneciendo éstos solidarios con la experiencia en su esquematización. En consecuencia, el conocimiento científico e incluso el matemático se despliegan en función de diversos "horizontes de realidad" y siempre relativamente a ellos, sin someterse jamás a ningún absoluto ni a priori en cuanto a las normas lógicas ni a posteriori en cuanto a los objetos captados a través de la experiencia. De lo cual se desprende que para Gonseth hay una continuidad fundamental entre las formas más elementales del pensamiento natural y las construcciones lógico-matemáticas cada vez más técnicas, hasta la aromatización misma: su "idoneísmo" o doctrina de la adaptación intelectual progresiva deja así el campo libre a toda investigación psicológica que enfoque la constitución gradual de los conocimientos y este matemático filósofo testimonió en varias oportunidades su simpatía por la epistemología genética.

En lo referente a la tradición de axiomatización logística, dio lugar a numerosos trabajos integrados de diversas maneras a la propia matemática y cuyo punto culminante, en un primer período, fue la constitución del sistema de Hilbert. Ahora bien, las tentativas, ya sea de reducción propiamente dicha de la matemática a la lógica (como tendían a hacerlo los Principia), ya sea, simplemente, de axioma!¡zación destinada a desprender la naturaleza puramente formal y la coherencia interna de las estructuras (como tendía a hacerlo Hilbert), terminaron en un resultado completamente imprevisto al principio y de importancia capital para toda la epistemología de la matemática y no tan sólo para su metodología lógica: es la demostración, proporcionada por K. Gödel en 1931, de la imposibilidad de probar la no contradicción de un sistema por medio de instrumentos que pertenezcan exclusivamente a este sistema o instrumentos más débiles (correspondientes a sus subsistemas). El sueño hilbertiano de demostrar la no contradicción de la aritmética de lo finito sólo mediante instrumentos aritméticos y lógicos demostraba de este modo ser irrealizable. Como lo estableció Gentzen, se puede demostrar perfectamente esta no contradicción apoyándose en la aritmética transfinita, pero en ese caso es la coherencia interna de ésta la que se convierte en problema, etc. De repente, entrevemos las consecuencias múltiples de tal situación, especialmente en cuanto al paralelo posible entre esta apertura de los sistemas hacia arriba y la construcción genética.

La física, por su lado, se vio obligada, por razones muy diferentes pero que se relacionan también con las crisis y conflictos internos de una ciencia en desarrollo continuo, a plantear y resolver problemas epistemológicos mediante instrumentos tomados de las propias ciencias. La causa general de esto fue la profunda transformación de las nociones, producida por el cambio de las escalas de observación. La teoría de la relatividad ya mostró que las intuiciones corrientes correspondientes a nuestra escala (invariantes euclidianas. simultaneidad a distancia, etc.) sólo eran relativas precisamente a esta escala y que, para razonar sobre acontecimientos que se producen a otra escala y en especial cuando intervienen velocidades cercanas a la de la luz, estas intuiciones no se aplican ya a los datos de la experiencia. Pero la crisis se ha generalizado cuando, al descender por debajo de la escala correspondiente al universo de nuestras percepciones ordinarias, se llegó al análisis de los fenómenos microfísicos o intraatómicos: las nociones más habituales, como las de continuos espaciales o temporales, de permanencia del objeto, de causalidad determinista y hasta de objetividad en general fueron cuestionadas de nuevo. En lo que concierne, en particular, a esta última, parece fácil cuando se estudia un fenómeno macrofísico cualquiera, como la caída de un cuerpo en el vacío, tener en cuenta los objetos y las construcciones lógico-matemáticas del sujeto, puesto que, al suprimir la resistencia del aire, no hemos modificado profundamente las propiedades del objeto y nos hemos limitado a disociar factores generalmente no disociables. En cambio, cuando creemos limitarnos a esclarecer un proceso microscópico al proyectar un haz de luz sobre corpúsculos, proyectamos en realidad fotones, cuya escala es comparable con la de los objetos observados y entonces se perturba de modo total el efecto estudiado. De una manera general, en tas fronteras inferiores de nuestra posible acción sobre los fenómenos, se torna cada vez más difícil tener en cuenta esta acción y los mismos objetos, pues no sabemos ya cómo hubiesen sido los fenómenos independientemente de nuestra acción; y como, por otra parte, el corpúsculo no es permanente, sino que puede asumir alternativamente el comportamiento de un haz de ondas o de un objeto localizable, nada podemos deducir apoyándonos sólo en los "observables". Tales situaciones absolutamente nuevas provocaron de una manera por completo espontánea c interior a ta física misma, una serie de discusiones acerca de problemas hasta entonces totalmente extraños a las preocupaciones de los sabios y planteados exclusivamente por los filósofos: posibilidad de un indeterminismo de base o causalidad propiamente probabilista cuyo determinismo macrofísico con causalidad franca (o mecánica) sólo sería una resultante estadística, aportes respectivos del sujeto y del objeto en la producción de fenómenos, estructura lógica bivalente (verdadero o falso) o polivalente, que resulta conveniente para la traducción más fiel de los hechos elementales, generalidad o no de la aplicación de las estructuras espaciales y temporales a los fenómenos, etc.

Al no haber llegado aún la biología a la solución de los problemas mayores que son de su competencia (mecanismo de la evolución, etc.), no ha alcanzado, en consecuencia, el estadio en que se plantearán verosímilmente cuestiones epistemológicas internas más importantes aun que en el dominio propiamente físico. Pero ya se acerca a ello en los campos biofísico y bioquímico y, de modo general, vemos erigirse ya dos tipos de problemas, cuya solidaridad constituye el carácter específico de la epistemología biológica: los unos conciernen a las relaciones entre el sujeto como biólogo y el objeto en tanto que organismo o en tanto que interacciones entre el organismo y el medio; los otros conciernen, por el contrario, a las relaciones entre el sujeto en tanto que organismo (pues la organización vital o fisiológica constituye el punto de partida de la organización mental, es decir del sujeto cognoscente en su forma más general) y el objeto como medio ambiente.

Los problemas del primer tipo prolongan los de la epistemología física, pero bajo una forma provisoriamente atenuada por las razones que se indican de inmediato. Así, L. von Bertalanffy se esforzó en constituir una biología teórica sobre el modelo de la física matemática (Theoretische Biologie, 2 vol. Berlín, 1932 y 1942), lo mismo que una General System Theory y esta tentativa, llena de interés en lo que concierne a la conceptualización de un "organicismo" específico, pero no vitalista, desembocó sobre todo, hasta aquí, en un examen comparativo de las nociones claves y de los métodos. Bertalanffy, por ejemplo, se ocupó de ver en qué se transforma la noción de equilibrio en un sistema abierto como el organismo y habla en este caso de "equilibrio en movimiento continuo" (flow equilibrium). El problema también es el de la matematización posible de ciertas funciones biológicas muy generales (teoría unitaria de Fantappié) y del uso teórico de los modelos lógico-matemáticos. El lógico inglés Woodger se especializó en la axiomática de ciertas leyes biológicas, como las de Mendel pero podemos preguntarnos si llega así hasta las realidades biológicas específicas o sólo hasta un aspecto, común a todas las ciencias, de las aplicaciones del cálculo de probabilidades. Finalmente (y esto se torna cada vez más específico), las discusiones acerca del vitalismo y las interpretaciones mecanicistas o físico-químicas llevaron a preguntarse si nociones como las de finalidad, etc.. expresaban las relaciones objetivas propias del organismo, o permanecían relativas a la subjetividad del biólogo, dependiendo sólo entonces de lo que F. Mainx (en la Encyclopedy of United Science, t. II) llama interpretaciones "parabiológicas".

Pero el problema epistemológico nuevo (y todavía muy poco abordado) que plantea la biología es el de las relaciones entre el organismo y el medio, considerados como marco de las relaciones de conocimiento en general (cuando el propio organismo es el punto de partida del "sujeto" mental y sus adaptaciones al medio constituyen el punto de partida de todo conocimiento). Sin duda, es en este ámbito donde la epistemología biológica desempeñará un papel decisivo en el futuro. Por el momento, nos vemos todavía detenidos por la cuestión fundamental de las "estructuras" del organismo, del cual no conocemos todas las condiciones de formación (independencia completa o dependencia parcial con respecto al medio) ni todos los mecanismos autorreguladores; cuando la teoría general de las estructuras lógico-matemáticas brinde al biólogo modelos suficientemente precisos (geométricos o algebraicos) para decidir acerca del carácter reductible o irreductible de las estructuras orgánicas, se habrá dado un gran paso en el análisis genético de las estructuras de conocimiento.

La psicología y las ciencias humanas experimentales plantean problemas epistemológicos que prolongan los de la biología en los dos puntos de vista precedentes. Por lo que atañe, en primer lugar, a tipos de conocimiento propios de estas ciencias como tales, reencontramos bajo formas más o menos específicas, problemas tales como los de las relaciones entre la deducción y la experiencia y G.G. Granger pudo escribir recientemente toda una obra de epistemología pura acerca del papel de los modelos abstractos y de su formación en tales disciplinas. Pero el aporte más directo de las ciencias psicológicas y sociológicas a la epistemología se refiere al segundo de los dos puntos de vista distinguidos a propósito de la biología; al ser la actividad humana su esfera específica de estudio, llegan a interrogarse de modo necesario acerca de los diversos modos posibles de adquisición de los conocimientos por parte del sujeto en general -el sujeto como niño o adulto medio, como individuo o sujeto socializado, etc.- y este género de investigaciones constituye una de las fuentes fundamentales de esta epistemología contemporánea, nacida de las propias ciencias, en oposición a la epistemología filosófica clásica. Dos ejemplos bastarán para ilustrar esta situación nueva.

El primero lo brinda la psicología del niño, disciplina particular de objeto muy limitado, y de la que hace cincuenta años no se hubiera sospechado la importancia que podía adquirir para la epistemología moderna. Pero, desde el momento en que se percibió que, para adquirir las estructuras lógicas, las nociones de número, espacio, velocidad, tiempo, causalidad, las invariantes físicas, las nociones de azar y probabilidad, etc., el niño no se limitaba, en absoluto, a recibir completamente hechos estos conocimientos por trasmisión educativa y, a falta de toda idea innata, se encontraba en la obligación de elaborarlas paso a paso, según procesos relativamente espontáneos, el modo de construcción de estas estructuras se ha mostrado muy instructivo en sí mismo, desde el punto de vista de los problemas generales de la epistemología.

Veremos, por ejemplo, desde el capítulo siguiente de esta obra, cómo la construcción del número en el niño permite esclarecer algunas de las cuestiones planteadas por H. Poincaré, Russell y Whitehead, cómo la construcción de "grupo", etc. Y, en general, constataremos el papel que asumió la psicogénesis de las nociones en el niño en la epistemología genética.

Un segundo ejemplo instructivo es el de la sociología del conocimiento. Hace mucho tiempo ya que, confirmando los presentimientos algo vagos de Auguste Comte, autores como Durkheim, Lévy-Bruhl y muchos otros fundaron tal estudio sociológico de la razón. Pero a pesar de la idea siempre válida, defendida por Lévy-Bruhl (valedera a pesar tanto de sus exageraciones iniciales como de la retractación póstuma, igualmente demasiado absoluta, de los Carnets), de una evolución de las normas lógicas, esta sociología del conocimiento se limitó por mucho tiempo a insistir sobre el carácter social de la formación de nuestros instrumentos racionales, sin renovar, por lo tanto, el problema de su alcance epistemológico. Con los trabajos del neomarxismo contemporáneo, desde G. Lukacs hasta L. Goldmann, en cambio, nos encontramos ante hipótesis nuevas acerca del valor correspondiente a las diversas formas posibles de pensamiento colectivo; mientras que las ciencias se conciben como el producto de una colaboración que prolonga las técnicas en su adaptación al objeto, el pensamiento metafísico aparece, en cambio, desde este punto de vista, como una especie de producto simbólico de las ideologías o superestructuras, lo cual se corresponde perfectamente con la intencionalidad más o menos velada de sistemas siempre más orientados hacia la defensa de valores vitales o sociales que a la exclusiva búsqueda de lo verdadero. Podemos, pues, esperar todavía numerosos servicios de la epistemología sociológica y tenemos aquí un nuevo ejemplo de estas corrientes epistemológicas espontáneas nacidas del desarrollo de la ciencia misma.

 

BIBLIOGRAFÍA

Bachelard. G.: Le Rationalisme appliqué . París. PUF. Í955. (Hay versión castellana: El racionalismo aplicado. Buenos Aires, Paidós. 1978.)

__________: La Formation de l'esprit scientifique. París, Vrin, 1938. (Hay versión castellana: la formación del espíritu científico. Buenos Aires. Siglo XXI.)

__________: Essai sur la connaissance approchée. París. Vrin. 1928.

Bergson, H.: L'Evolution créative. París. Alean. 1907. (Hay versión castellana: La evolución creadora. Madrid. Espasa. 1973.)

Bertalanffy. L. von: Theoretische Biologie. 1952.

Brunschvicg. L: Les etapes de la philosophie mathematique. París. Alean, 1912. : /.'L'expérience humante el la cattsaliic physique. París. Alean. 1922.

Cassirer, E.: Substanzbegriff und Funktionsbegriff. Berlín. 1910.

Comte. A.: Cours de philosophie positive. París. Ladrante. 1X39-1842.6 vols.

Cournot . A.A.: Essai sur les fondements de nos connaissances et sur les caracteres de la critique philosophique. París, Hachette. 1851 (reed. 1912), 2 vols.

Husserl, E.: Idees directrices pour une phénoménoíogie. Trad. Ricoeur. 1949. : Phüosophie der Arithmetik, Berlín, J891.

Koyré. A.: Eludes galiléennes, París. Hermann, 1939, 3 vols.

Meyerson, E.: Identité et réaiité, Alean, 1907.

___________: De l'explication dans les sciences. París. Payot, 1921,2 vols.

Poincaré, H.: La Science et l'hypothise. París, Flammarion, 1902. (Hay versión castellana: La ciencia y la hipótesis, Madrid, Espasa.) : La Valeur de la science. París, Flammarion, 1905. (Hay versión castellana: h'l valor de la ciencia, Madrid. Espasa.)

Russell, B.: Les Problemas de la philosophie. París. Alean, 1923. (Hay versión castellana: Los problemas de la filosofía, Barcelona, Labor.)

Whitehead, A.N. y Russell, B.: Principia mathematica. Cambridge, 1910-1913,3 vols.

Eludes d'Epistémologie Génétique (bajo la dirección de JeanPiaget). París, PUF, 1956-1966,20 vols.

International Encyclopedia of Unifled Science (Camap, etc.), 1938 sq.