§ 1. La idea es el objeto del pensamiento.
Puesto que todo hombre es consciente para sí mismo de que piensa, y siendo
aquello en que su mente se ocupa, mientras está pensando, las ideas que están
allí, no hay duda de que los hombres tienen en su mente varias ideas, tales
como las expresadas por las palabras blancura, dureza, dulzura, pensar, moción,
hombre, elefante, ejército, ebriedad y otras. Resulta, entonces, que lo primero
que debe averiguarse es cómo llega a tenerlas. Ya sé que es doctrina recibida
que los hombres tienen ideas innatas y ciertos caracteres originarios impresos
en la mente desde el primer momento de su ser. Semejante opinión ha sido ya
examinada por mí con detenimiento, y supongo que cuanto tengo dicho en el libro
anterior será mucho más fácilmente admitido una vez que haya mostrado de dónde
puede tomar el entendimiento todas las ideas que tiene, y por qué vías y
grados pueden penetrar en la mente, para lo cual invocaré la observación y la
experiencia de cada quien.
§ 2. Todas las ideas vienen de la sensación o de la
reflexión. Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un
papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a
tenerlas? ¿De dónde se hace la mente con ese prodigioso cúmulo, que la activa
e ilimitada imaginación del hombre ha pintado en ella, en una variedad casi
infinita? ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del conocimiento? A
esto contesto con una sola palabra: de la experiencia; he allí el fundamento de
todo nuestro conocimiento, y de allí es de donde en última instancia se
deriva. Las observaciones que hacemos acerca de los objetos sensibles externos o
acerca de las operaciones internas de nuestra mente, que percibimos, y sobre las
cuales reflexionamos nosotros mismos, es lo que provee a nuestro entendimiento
de todos los materiales del pensar. Esta son las dos fuentes del conocimiento de
donde dimanan todas las ideas que tenemos o que podamos naturalmente tener.
§ 3. Los objetos de la sensación, uno de los orígenes
de las ideas. En primer lugar, nuestros sentidos, que tienen trato con
objetos sensibles particulares, transmiten respectivas y distintas percepciones
de cosas a la mente, según los variados modos en que esos objetos los afectan,
y es así como llegamos a poseer esas ideas que tenemos del amarillo, del
blanco, del calor, del frío, de lo blando, de lo duro, de lo amargo, de lo
dulce, y de todas aquellas que llamamos cualidades sensibles. Cuando digo que
eso es lo que los sentidos transmiten a la mente, quiero decir que ellos
transmiten desde los objetos externos a la mente lo que en ella produce aquellas
percepciones. A esta gran fuente que origina el mayor número de las ideas que
tenemos, puesto que dependen totalmente de nuestros sentidos y de ellos son
transmitidas al entendimiento, la llamo sensación.
§ 4. Las operaciones de nuestra mente, el otro origen de
las ideas. Pero, en segundo lugar, la otra fuente de donde la
experiencia provee de ideas al entendimiento es la percepción de las
operaciones interiores de nuestra propia mente al estar ocupada en las ideas que
tiene; las cuales operaciones, cuando el alma reflexiona sobre ellas y las
considera, proveen al entendimiento de otra serie de ideas que no podrían
haberse derivado de cosas externas: tales son las ideas de percepción, de
pensar, de dudar, de creer, de razonar, de conocer, de querer y de todas las
diferentes actividades de nuestras propias mentes, de las cuales, puesto que
tenemos de ellas conciencia y podemos observarlas en nosotros mismos, recibimos
en nuestro entendimiento ideas tan distintas como recibimos de los cuerpos que
afectan a nuestros sentidos. Esta fuente de ideas la tiene todo hombre en sí
mismo, y aunque no es un sentido, ya que no tiene nada que ver con objetos
externos, con todo se parece mucho y puede llamársele con propiedad sentido
interno. Pero, así como a la otra la llamé sensación, a ésta la llamo
reflexión, porque las ideas que ofrece son sólo aquellas que la mente consigue
al reflexionar sobre sus propias operaciones dentro de sí misma. Por lo tanto,
en lo que sigue de este discurso, quiero que se entienda por reflexión esa
advertencia que hace la mente de sus propias operaciones y de los modos de
ellas, y en razón de los cuales llega el entendimiento a tener ideas acerca de
tales operaciones. Estas dos fuentes, digo, a saber: las cosas externas
materiales, como objetos de sensación, y las operaciones internas de nuestra
propia mente, como objetos de reflexión, son, para mí, los únicos orígenes
de donde todas nuestras ideas proceden inicialmente. Aquí empleo el término
“operaciones” en un sentido amplio para significar, no tan sólo las
acciones de la mente respecto a sus ideas, sino ciertas pasiones que algunas
veces surgen de ellas, tales como la satisfacción o el desasosiego que
cualquier idea pueda provocar.
§ 5. Todas nuestras ideas son o de la una o de la otra
clase. Me parece que el entendimiento no tiene el menor vislumbre de
alguna idea que no sea de las que recibe de unos de esos dos orígenes. Los
objetos externos proveen a la mente de ideas de cualidades sensibles, que son
todas esas diferentes percepciones que producen en nosotros: y la mente provee
al entendimiento con ideas de sus propias operaciones. Si hacemos una revisión
completa de todas estas ideas y de sus distintos modos, combinaciones y
relaciones, veremos que contienen toda la suma de nuestras ideas, y que nada
tenemos en la mente que no proceda de una de esas dos vías. Examine cualquiera
sus propios pensamientos y hurgue a fondo en su propio entendimiento, y que me
diga, después, si todas las ideas originales que tiene allí no son de las que
corresponden a objetos de sus sentidos, o a operaciones de su mente,
consideradas como objetos de su reflexión. Por más grande que se imagine el cúmulo
de los conocimientos alojados allí, verá, si lo considera con rigor, que en su
mente no hay más ideas que las que han sido impresas por conducto de una de
esas dos vías, aunque, quizá, combinadas y ampliadas por el entendimiento con
una variedad infinita, como veremos más adelante.
§ 1. La verdad y la falsedad pertenecen propiamente a
las proposiciones. Aunque, hablando con propiedad, la verdad y la
falsedad sólo pertenecen a las proposiciones, sin embargo, frecuentemente se
dice de las ideas que son verdaderas o falsas, porque ¿qué palabras hay que no
se usen con gran latitud, y con alguna desviación de su significación estricta
y propia?, si bien creo, que, cuando se dice de las ideas mismas que son
verdaderas o falsas, todavía hay alguna secreta o tácita proposición que es
el fundamento de esa manera de decir, como veremos, si examinamos las ocasiones
particulares en que acontece que así se las denomine. Encontraremos, en esas
ocasiones, alguna clase de afirmación o de negación, que es la razón de
aquella denominación. Porque como nuestras ideas no son sino meras apariencias
o percepciones en nuestra mente, no más se puede con propiedad y llaneza decir
de ellas que son verdaderas o falsas, que pueda decirse de un mero nombre de
alguna cosa que es verdadero o falso.
§ 2. La verdad metafísica contiene una proposición tácita.
Sin duda, tanto de las ideas como de las palabras se puede decir que son
verdaderas en un sentido metafísico de la palabra verdad, así como de todas
las cosas, que existen de cualquier modo, se dice que son verdaderas; es decir,
que realmente son tal como existen. Aunque en las cosas que se dicen verdaderas,
aun en ese sentido, hay, quizá, una secreta referencia a nuestras ideas, vistas
como el patrón de esa verdad, lo cual equivale a una proposición mental, aun
cuando habitualmente no se repare en ella.
§ 3. Ninguna idea, en cuanto apariencia en la mente, es
verdadera o falsa. Empero, no es en ese sentido metafísico de la verdad
en el que aquí inquirimos, cuando examinamos si nuestras ideas son capaces de
ser verdaderas o falsas, sino en la aceptación más común de esas palabras.
Esto aclarado, digo que, como las ideas en nuestra mente sólo son otras tantas
percepciones o apariencias en ella, ninguna es falsa. Así, la idea de un
centauro no contiene más falsedad, cuando aparece en nuestra mente, que la que
pueda contener el nombre de centauro cuando se pronuncia por nuestros labios, o
cuando se escribe en papel. Porque, como la verdad y la falsedad consisten
siempre en alguna afirmación o negación, mental o verbal, ninguna de nuestras
ideas son capaces de ser falsas antes de que la mente pronuncie algún juicio
sobre ellas, es decir, afirme o niegue algo de ellas.
§ 4. Las ideas, en cuanto referidas a algo, pueden ser
verdaderas o falsas. Siempre que la mente refiera cualquiera de sus
ideas a cualquier cosa extraña a ellas, entonces son capaces de ser llamadas
verdaderas o falsas. Porque, en semejante referencia, la mente hace una suposición
tácita acerca de su conformidad con aquella cosa; la cual suposición, según
sea verdadera o falsa, así serán denominadas las ideas mismas. Los casos más
usuales en que acontece eso son los siguientes:
§ 5. Las ideas de otros hombres, la existencia real y las
supuestas esencias reales son aquello a lo que los hombres usualmente refieren
sus ideas. Primero, cuando la mente supone que alguna de sus ideas es
conforme a la que hay en la mente de otros hombres, designada por el mismo
nombre común; cuando, por ejemplo, la mente pretende o juzga que sus ideas de
la justicia, de la temperancia, de la religión, son las mismas que aquellas a
las cuales otros hombres dan esos nombres.
Segundo, cuando la mente supone que una idea que tiene en sí
misma es conforme a una existencia real. Así, las ideas de un hombre y de un
centauro, en cuanto se supongan ser las ideas de substancias reales, son
verdadera la una y falsa la otra, puesto que la una es conforme a lo que
realmente ha existido, mientras que la otra no.
Tercero, cuando la mente refiere cualquiera de sus ideas a esa
constitución real y esencia de una cosa de donde dependen todas sus
propiedades; y en este caso, la mayor parte de nuestras ideas de las
substancias, si no todas, son falsas.
§ 6. La causa de semejantes referencias. Éstas
son unas suposiciones que con mucha facilidad se inclina la mente a hacer,
tocante a sus propias ideas. Sin embargo, si examinamos la cuestión, veremos
que principalmente, ya que no totalmente, las hace respecto a sus ideas
complejas abstractas. Porque, como la mente tiene una natural tendencia hacia el
conocimiento, y como descubre que si procediera deteniéndose tan sólo en las
cosas particulares sus progresos serían muy lentos y su trabajo inacabable, por
lo tanto, para hacer más corto su camino hacia el conocimiento, y para lograr
que cada una de sus percepciones sea más comprensiva, lo primero que hace, como
base para facilitar la ampliación de sus conocimientos, ya sea contemplando las
cosas mismas que desea conocer, ya sea conversando con otros acerca de esas
cosas, es ligarlas en haces, y de ese modo reducirlas a ciertas clases, con el
fin de que el conocimiento que adquiera acerca de cualquiera de esas cosas, lo
pueda, así, extender con certidumbre a todas las demás cosas de esa clase, y
de ese modo pueda avanzar con pasos mayores en el conocimiento, que es su gran
negocio. Tal es, como lo he mostrado en otra parte, la razón por la cual
reunimos las cosas, reduciéndolas a géneros y especies, a tipos y clases, en
ideas comprensivas a las cuales les anexamos ciertos nombres.
§ 7. El nombre supone una esencia. Por lo tanto,
si miramos con esmero los movimientos de la mente, y observamos el camino que
habitualmente toma en su marcha hacia el conocimiento, veremos, me parece, que
una vez que la mente ha adquirido una idea, ya por vía de la contemplación, ya
por vía de comunicación con otros, idea que estima le puede ser útil, lo
primero que hace es abstraerla y en seguida ponerle un nombre, y de ese modo la
deposita en su almacén, la memoria, como conteniendo la esencia de esa clase de
cosa, de cuya esencia aquel nombre es siempre su señal o etiqueta. De aquí
acontece lo que con frecuencia podemos observar que, cuando alguien ve una cosa
nueva de una especie que no conoce de inmediato pregunta qué cosa es ésa, no
inquiriendo en esa pregunta sino por el nombre; como si el nombre llevase
consigo el conocimiento de la especie de la cosa, o de su esencia, de la cual
efectivamente se emplea como su señal, y generalmente se supone que la lleva
anexa.
§ 8. Los hombres suponen que sus ideas deben corresponder
a las cosas y al significado de los nombres. Pero, como esta idea
abstracta es algo en la mente, situado entre la cosa que existe y el nombre que
se le ha dado, es en nuestras ideas en lo que consiste tanto la rectitud de
nuestro conocimiento como la propiedad o inteligibilidad de nuestro hablar. Y de
allí resulta que los hombres tengan tanta seguridad en suponer que las ideas
abstractas que tienen en la mente son tales que se conforman con las cosas que
existen fuera de ellos, y a las cuales refieren dichas ideas, y que también son
las mismas ideas a las cuales los nombres que les dan pertenecen según el uso y
la propiedad del idioma. Porque, faltando esa doble conformidad de sus ideas,
advierten que piensan equivocadamente acerca de las cosas en sí mismas, y que
hablan de ellas ininteligiblemente a los otros hombres.
§ 9. Las ideas simples pueden ser falsas en referencia a
otras que llevan el mismo nombre, pero son las ideas menos aptas para ser
falsas. En primer lugar, pues, digo que cuando la verdad de nuestras
ideas se juzga por la conformidad que guarden con las ideas que tienen otros
hombres, y que comúnmente se significan por el mismo nombre, puede cualquiera
de ellas ser falsa. Sin embargo, las ideas simples son, de todas, las menos
aptas para equívocos de ese modo, porque un hombre puede fácilmente conocer,
por sus sentidos y por la cotidiana observación, cuáles son las ideas simples
significadas por sus varios nombres de uso común, ya que esos nombres son pocos
en número, y tales que si hay alguna duda o error acerca de ellos, es fácil
rectificarlos por medio de los objetos a que remiten. Por eso, rara vez alguien
se equivoca en los nombres de ideas simples, aplicando, por ejemplo, el nombre
rojo a la idea de verde, o el nombre dulce a la idea de amargo. Mucho menos fácil
aún es que los hombres confundan los nombres de las ideas pertenecientes a
diversos sentidos, y que llamen a un color con el nombre de un sabor, etc.; de
donde resulta evidente que las ideas simples que se denominan por algún nombre
son por lo común las mismas ideas que los otros tienen y significan cuando
emplean los mismos nombres.
§ 10. Las ideas de los modos mixtos son las más aptas
para ser falsas en ese sentido. Las ideas complejas son mucho más aptas
para ser falsas a ese respecto; y las ideas complejas de los modos mixtos, mucho
más que las ideas de las substancias, porque en las substancias (especialmente
aquellas a las cuales se aplican nombres comunes y oriundos de cualquier
idioma), algunas notables cualidades sensibles, que de ordinario sirven para
distinguir una clase de otra, fácilmente impiden, a quienes se esmeran en el
uso de las palabras, aplicarlas a clases de substancias a las cuales no
pertenecen en absoluto. Pero, por lo que toca a los modos mixtos, andamos mucho
más inciertos, ya que no es tan fácil determinar, acerca de diversas acciones,
si han de ser llamadas justicia o crueldad, liberalidad o prodigalidad. Así
que, al referir nuestras ideas a las de otros hombres, ideas denominadas por los
mismos nombres, puede ser que las nuestras sean falsas, y que la idea en nuestra
mente, que expresamos con el nombre de justicia, quizá sea una idea que debiera
tener otro nombre.
§ 11. O por lo menos a pensarse como falsas.
Pero, ya sea o no que nuestras ideas de los modos mixtos sean más susceptibles
que cualesquiera otras a ser diferentes de aquellas de los otros hombres, que
estén señaladas por un mismo nombre, esto por lo menos es seguro: que esta
clase de falsedad se atribuye mucho más comúnmente a nuestras ideas de los
modos mixtos, que a cualesquiera otras. Cuando se piensa que un hombre tiene una
idea falsa de la justicia, de la gratitud o de la fama, no es por ninguna otra
razón, sino porque su idea no está de acuerdo con las ideas que cada uno de
esos nombres significan en la mente de otros hombres.
§ 12. ¿Por qué? La razón de eso me parece ser
ésta: que, como las ideas abstractas de los modos mixtos son combinaciones
voluntarias de una colección precisa de ideas simples, y como, por eso, la
esencia de cada especie se forja solamente por los hombres, de manera que de esa
esencia carecemos de todo patrón sensible que exista en alguna parte, salvo el
nombre mismo, o la definición de ese nombre, no tenemos ninguna otra cosa a la
cual referir estas nuestras ideas de los modos mixtos, como a un patrón que
sirva para conformarlas, sino a las ideas de quienes se piensa que usan esos
nombres en su significado más propio; de manera que, según nuestras ideas se
conformen o difieran de aquéllas, pasan por ser verdaderas o falsas. Y baste
esto por lo que toca a la verdad y a la falsedad de nuestras ideas en referencia
a sus nombres.
§ 13. En cuanto referidas a las existencias reales,
ninguna de nuestras ideas puede ser falsa, salvo las de substancias. En
segundo lugar, en cuanto a la verdad o falsedad de nuestras ideas en relación a
la existencia real de las cosas, cuando es ésta lo que se pone como patrón de
su verdad, ninguna de ellas puede llamarse falsa, sino tan sólo las ideas
complejas de las substancias.
§ 14. Primero, las ideas simples no pueden ser falsas a
ese respecto y por qué. Primero, como nuestras ideas simples son
meramente esas percepciones, que Dios nos ha dispuesto a recibir, y ha dado
poder a los objetos externos para que las produzcan en nosotros, de acuerdo con
las leyes y las vías establecidas en razón de su sabiduría y bondad, aunque
incomprensibles para nosotros, resulta que la verdad de tales ideas no consiste
en nada más que en semejantes apariencias, tal como se producen en nosotros. Y
necesariamente tienen que estar de acuerdo con aquellos poderes con que Dios ha
dotado a los cuerpos externos, pues de otro modo no se podrían producir en
nosotros. De manera que, en cuanto que son respuesta a esos poderes, dichas
ideas son lo que deben ser: ideas verdaderas. Y tampoco esas ideas se hacen
acreedoras a la imputación de falsas, si la mente juzga (como creo que acontece
en la mayoría de los hombres) que esas ideas están en las cosas mismas;
porque, como Dios en su sabiduría las estableció como señales para distinguir
las cosas a fin de que podamos discernir una cosa de otra y de que, de ese modo,
podamos elegir cualquiera de ellas para nuestro uso según haya ocasión, en
nada altera la naturaleza de nuestras ideas simples que pensemos que la idea de
azul está en la violeta misma, o que pensemos que sólo está en nuestra mente,
y que no hay en la violeta sino el poder de producir esa idea, por la textura de
sus partes, al reflejar de una cierta manera las partículas de luz. Porque,
como una tal textura en el objeto, gracias a una uniforme y constante operación,
produce en nosotros mismos la idea de azul, eso basta para hacernos distinguir
por la vista ese objeto de las demás cosas, sea que esa marca distintiva, según
realmente está en la violeta, sólo sea una textura peculiar de sus partes, o
bien que sea ese color mismo, cuya idea (que está en nosotros) es una semejanza
exacta. Y es esa apariencia la que igualmente hace que se le dé el nombre de
azul, sea que ese color exista realmente o que tan sólo la peculiar textura de
la violeta baste para causar en nosotros esa idea, porque el nombre de azul no
denota propiamente otra cosa, sino esa marca distintiva que está en la violeta,
sólo discernible por la vista, sea lo que fuere en lo que consista, ya que está
más allá de nuestras capacidades conocer esto con distinción, y quizá sería
de menos utilidad para nosotros, si tuviéramos facultades para semejante
discernimiento.
§ 15. Y eso a pesar de que la idea de azul que tuviera un
hombre fuese diferente a la de otro hombre. Tampoco podría imputarse
falsedad a nuestras ideas simples, si las cosas estuvieran ordenadas de modo que
por la diferente estructura de nuestros órganos un mismo objeto produjera, al
mismo tiempo, diferentes ideas en las mentes de diversos hombres. Por ejemplo,
que la idea que produjera una violeta en la mente de un hombre por conducto de
su vista fuese la misma idea producida en la mente de otro hombre por una caléndula,
y viceversa. Porque, como esto no podría jamás saberse, ya que la mente de un
hombre no podría pasar al cuerpo del otro, a fin de percibir qué apariencias
se producían por esos órganos, ni las ideas así formadas, ni los nombres que
las denotan tendrían confusión alguna, ni habría falsedad en las unas y en
los otros; porque, como todas las cosas que tuvieran la misma textura de una
violeta producirían de un modo constante la idea que uno de esos hombres
denominaría azul, y aquellas que tuvieran la textura de una caléndula producirían
de un modo constante la idea que constantemente ha denominado amarillo fueren
cuales fueren las apariencias que tuviere en su mente, podría distinguir con
igual constancia, por su uso, las cosas que tuvieran esas apariencias, y podría
también entender y dar a entender esas distinciones señaladas por las palabras
azul y amarillo, como si las ideas en su mente, recibidas de esas dos flores,
fueran exactamente las mismas que las ideas recibidas por la mente de otros
hombres. Sin embargo, yo me inclino mucho a pensar que las ideas sensibles
producidas por cualquier objeto en la mente de diferentes hombres son, por lo
común, muy cercana e indiscerniblemente parecidas. Me parece que son muchas las
razones que se podrían ofrecer en favor de esa opinión; pero como es cosa
ajena a mi asunto no quiero molestar a mi lector con ellas, sino tan sólo
advertirle que la suposición contraria, caso de poderse probar, es de tan poca
utilidad, ya para el adelanto de nuestros conocimientos, ya para la comodidad de
la vida, que no hace falta molestarnos en examinarla.
§ 16. Las ideas simples, a ese respecto (con relación a
las cosas exteriores), no son falsas, y por qué. De cuanto se ha dicho
tocante a nuestras ideas simples, me parece evidente que nuestras ideas simples
no pueden, ninguna de ellas, ser falsas con respecto a las cosas que existen
fuera de nosotros. Porque, como la verdad de esas apariencias o percepciones en
nuestra mente no consiste, como se ha dicho, sino en su responder a los poderes
de los objetos externos para producir por medio de nuestros sentidos semejantes
apariencias, y como cada una de ellas es, de hecho, en la mente conforme al
poder que la produjo, al cual únicamente representa, no puede ser falsa por ese
motivo, o en cuanto referida a semejante modelo. Azul o amarillo, amargo o
dulce, son ideas que jamás pueden ser falsas; esas percepciones en la mente son
justamente tales cuales son: respuestas a los poderes que Dios ha establecido
para producirlas, de manera que son verdaderamente lo que son, y lo que se ha
intentado que sean. Ciertamente, es posible que los nombres se apliquen mal;
pero eso, a este respecto, no acarrea ninguna falsedad en la idea, como es el
caso de un hombre ignorante de la lengua inglesa, que llame purple (púrpura) al
scarlet (escarlata).
§ 17. Segundo, los modos no son falsos. En
segundo lugar, tampoco pueden ser falsas nuestras ideas complejas de los modos,
con referencia a la esencia de cualquier cosa realmente existente. Porque
cualquier idea compleja que tenga de cualquier modo no hace ninguna referencia a
ningún modelo existente y hecho por la naturaleza. No se supone que contenga en
sí ningunas otras ideas de las que tiene, ni que represente nada que no sea
semejante complejo de ideas como el que representa. Así, cuando tengo la idea
de una tal acción de un hombre, que se abstiene de procurarse el alimento, la
bebida, la ropa y demás necesidades de la vida, según sus riquezas y su
hacienda pueden suficientemente proporcionarle y su estado social requiere, no
tengo ninguna idea falsa, sino una idea tal que representa una acción, ya sea
como la descubro, ya sea como la imagino, de manera que, por eso, no es
susceptible ni de verdad, ni de falsedad. Pero cuando a esa acción le doy el
nombre de frugalidad o de virtud, entonces puede ya decirse que es una idea
falsa, si de ese modo se supone que esté de acuerdo con aquella idea a la que,
propiamente hablando, pertenece el nombre de frugalidad, o que se conforme con
aquella ley que es el patrón de la virtud y del vicio.
§ 18. Tercero, cuándo las ideas de las substancias son
falsas. Como nuestras ideas complejas de las substancias quedan todas
referidas a modelos en las cosas mismas, pueden ser falsas. Que tales ideas sean
todas falsas cuando se las mira como las representaciones de las esencias
desconocidas de las cosas es tan evidente que no hace falta decir nada acerca de
ello. Por lo tanto, no me ocuparé en esa suposición quimérica, y las
consideraré como colecciones de ideas simples en la mente, sacadas de
combinaciones de ideas simples que constantemente existen juntas en las cosas, y
de cuyos modelos se supone son copias; y en esta referencia de dichas ideas a la
existencia de las cosas, son ideas falsas: 1) cuando reúnen ideas simples que
no tienen unión en la existencia real de las cosas; como cuando a la forma y
tamaño que existen juntos en un caballo, se une, en la misma idea compleja, la
capacidad de ladrar como un perro; las cuales tres ideas, como quiera que se
junten en la mente para formar una idea, nunca se dan unidas en la naturaleza, y
por eso a esta idea se puede llamar una idea falsa de un caballo. 2) Las ideas
de las substancias, a este respecto, también son falsas cuando, de cualquier
colección de ideas simples que en efecto existan siempre juntas, se separa, por
una negación directa, cualquier otra idea simple que constantemente se halla
unida a aquéllas. Así, si a la extensión, a la solidez, a la fusibilidad, a
la peculiar pesantez y al color amarillo del oro, cualquiera junta en su
pensamiento la negación de un mayor grado de fijeza que la que hay en el plomo
o el cobre, puede decirse que esa persona tiene una idea compleja falsa, del
mismo modo que cuando junta a esas otras ideas simples la idea de una fijeza
perfecta y absoluta. Porque, en ambos casos, como la idea compleja de oro está
formada de unas ideas simples que en la naturaleza no están reunidas, puede
decirse que es falsa. Empero, si de esa su idea compleja deja afuera
completamente la idea de fijeza, sin que efectivamente la junte o la separe del
resto en su mente, entonces me parece que se debe mirar más bien como una idea
inadecuada e imperfecta, que no como falsa; porque si bien no contiene todas las
ideas simples que están juntas en la naturaleza, de todos modos no reúne
ningunas ideas, sino las que realmente existen juntas.
§ 19. La verdad y la falsedad suponen siempre la afirmación
o la negación. Aun cuando, condescendiendo con la manera común de
hablar, he mostrado en qué sentido y sobre qué fundamento pueden llamarse
algunas veces verdaderas o falsas nuestras ideas, sin embargo, con tal de que
miremos un poco más de cerca el asunto en todos los casos en que una idea se
dice verdadera o falsa, es a partir de algún juicio que hace la mente, o que se
supone que hace, de donde se dice que es verdadera o falsa. Porque, como la
verdad o la falsedad nunca están sin alguna afirmación o negación, expresa o
tácita, sólo se encuentran allí donde se unen o separan signos, según el
acuerdo o desacuerdo respecto a las cosas que significan. Los signos que
principalmente empleamos son ideas o palabras, con los cuales hacemos
proposiciones mentales o verbales. La verdad consiste en unir o en separar esos
representantes, según que las cosas que representan estén, en sí mismas, de
acuerdo o no; y la falsedad consiste en lo contrario, como más adelante se
mostrará más plenamente.
§ 20. En sí mismas, las ideas no son ni verdaderas ni
falsas. Por lo tanto, de toda idea que tengamos en la mente, conforme o
no a la existencia de las cosas, o a otras ideas en la mente de otros hombres,
no podrá por sólo eso, decirse que es falsa. Porque estas representaciones, si
solamente contienen lo que realmente existe en las cosas externas, no pueden ser
consideradas falsas, puesto que son representaciones exactas de algo. Ni
tampoco, si contienen algo diferente a la realidad de las cosas, puede decirse
propiamente que sean representaciones o ideas falsas de las cosas que no
representan, sino que el equívoco y la falsedad tiene lugar:
§ 21. 1) Cuando se juzga que están de acuerdo con la
idea de otro hombre, sin estarlo. Primero, cuando teniendo la mente una
idea, juzga y concluye que es la misma que otra idea en la mente de otros
hombres, significada por el mismo nombre, o que está de acuerdo con la
significación o definición comúnmente recibida de esa palabra, si, en efecto,
no hay tal acuerdo; equívoco, el más usual respecto a los modos mixtos, aunque
otras ideas también pueden incurrir en él.
§ 22. 2) Cuando se juzga que están de acuerdo con la
existencia real, sin estarlo. Segundo, cuando teniendo la mente una idea
completa formada de una colección de ideas simples, tales como la naturaleza
nunca junta, juzga la mente que su idea está de acuerdo con una especie de
criaturas realmente existente; como cuando reúne la pesantez del estaño al
color, a la fusibilidad y a la fijeza del oro.
§ 23. 3) Cuando se juzgan ser adecuadas, sin serlo. Tercero,
cuando en su idea compleja la mente ha unido un cierto número de ideas simples
que en efecto existen juntas en alguna clase de criaturas, pero al mismo tiempo
ha dejado fuera otras ideas igualmente inseparables, y juzga que esa su idea es
una idea completa perfecta de una clase de cosas, cuando en realidad no lo es.
Así, por ejemplo, habiendo juntando las ideas de substancia, de amarillo, de
maleable, de muy pesado y de fusible, la mente toma esa idea compleja como una
idea completa del oro, cuando, sin embargo, la fijeza peculiar del oro y su
solubilidad en agua regia son tan inseparables de aquellas otras ideas o
cualidades de dicho cuerpo, como éstas lo son las unas de las otras.
§ 24. 4) Cuando se juzga que representan la esencia real.
Cuarto, aún mayor es el equívoco cuando yo juzgo que esta idea compleja
contiene en sí misma la esencia real de cualquier cuerpo existente, puesto que
lo más que contiene es solamente algunas pocas de esas propiedades que fluyen
de su esencia y constitución. Y digo solamente algunas pocas de esas
propiedades, porque, como esas propiedades consisten, en su mayoría, en poderes
activos y pasivos que tiene el cuerpo respecto de otras cosas, todas las
propiedades de un cuerpo que vulgarmente son conocidas y de las cuales
usualmente se forman las ideas complejas de las clases de cosas no son sino muy
pocas en comparación con lo que un hombre que la haya de diversos modos probado
y examinado conoce acerca de esa precisa clase de cosas; y todas las que pueda
conocer el hombre más experto no son sino pocas en comparación con las que en
realidad se hallan en ese cuerpo, y que dependen de su constitución interna o
esencial. La esencia de un triángulo es muy limitada: consiste en muy pocas
ideas; tres líneas que cierran un espacio componen esa esencia. Pero las
propiedades que fluyen de esa esencia son más de las que fácilmente pueden
conocerse o enumerarse. Así me imagino que acontece respecto a las substancias:
sus esencias reales quedan comprendidas entre límites estrechos, aunque las
propiedades que fluyen de esa interna constitución son un sinfín.
§ 25. Cuándo son falsas las ideas. Para
concluir, como el hombre no tiene noción alguna de ninguna cosa fuera de él,
sino por la idea que tenga de ella en su mente (la cual idea el hombre tiene
poder para llamarla por el nombre que le venga en gana), puede, ciertamente,
forjarse una idea que ni responda a la realidad de las cosas, ni vaya de acuerdo
con las ideas comúnmente significadas por las palabras de otros hombres, pero
no puede hacerse una idea equivocada o falsa de una cosa que no conoce de otro
modo que no sea por la idea que tiene de ella. Por ejemplo, cuando formo la idea
de las piernas, los brazos y el cuerpo de un hombre, y le junto la cabeza y el
pescuezo de un caballo, no forjo una idea falsa de nada, porque no representa
nada que esté fuera de mí. Pero cuando la llamo hombre o tártaro, e imagino
que representa a algún ser real fuera de mí, o bien, que es la misma idea que
otros llaman por el mismo nombre, entonces, en ambos casos, puedo errar. Y es,
con semejante motivo, como viene a decirse que es una idea falsa, aun cuando, en
efecto, la falsedad no radica en la idea, sino en esa proposición mental tácita
en que se le atribuye a la idea una conformidad o semejanza que no tiene. Pero,
de todos modos, si habiendo forjado esa idea en mi mente, sin pensar que la
existencia o el nombre de hombre o de tártaro le pertenecen, me empeño en
llamarla hombre o tártaro, con justicia se podrá pensar que soy fantástico en
esa dotación de nombre, pero no que sea erróneo mi juicio, ni que la idea sea
en modo alguno falsa.
§ 26. Con más propiedad pueden llamarse las ideas
correctas o equivocadas. Acerca de todo este asunto pienso que nuestras
ideas, en cuanto las considera la mente con referencia al significado propio de
sus nombres, o bien con referencia a la realidad de las cosas, muy aptamente
pueden llamarse ideas correctas o equivocadas, según que se conformen, o no, a
aquellos modelos a los cuales quedan referidas. Pero si alguien prefiere
llamarlas verdaderas o falsas es justo que se use de la libertad que todos
tenemos de llamar las cosas por los nombres que nos parezca mejor; aunque, en
propiedad de habla, me parece que verdad y falsedad son nombres que apenas les
convienen, salvo en cuanto que, de un modo u otro, las ideas contienen
virtualmente alguna proposición mental. Las ideas que están en la mente de un
hombre, consideradas simplemente, no pueden estar equivocadas a no ser las ideas
complejas en las cuales estén mezcladas partes incompatibles. Todas las demás
ideas son, en sí mismas, correctas, y el conocimiento acerca de ellas es un
conocimiento correcto y verdadero; pero cuando venimos a referirlas a cualquier
cosa como sus modelos y arquetipos, entonces son capaces de ser equivocadas en
la medida que desacuerden con dichos arquetipos.