PLATÓN
Menón, 79a7-82b2 Sócrates:
Porque habiéndote yo pedido hace poco que no partieras ni hicieras pedazos
la virtud y habiéndote dado ejemplos de cómo había que contestar, no has
hecho caso de eso, y me estás diciendo que virtud es ser capaz de procurarse
los bienes con justicia; ¿pero afirmas que ésta es una parte de la virtud?
Menón: Sí.
Sócrates: Por tanto, resulta de lo que tú admites que
el hacer lo que se hace con una parte de la virtud, eso es la virtud; puesto que
afirmas que la justicia es una parte de la virtud, y lo mismo cada una de esas
cosas. Ahora bien, ¿qué quiero decir con esto? Que habiéndote yo pedido que
me hables de la virtud en su conjunto, tú, por una parte, estás muy lejos de
decirme lo que es y, por otra, afirmas que toda acción es virtud siempre que se
haga con una parte de la virtud, como si ya hubieras explicado qué es la virtud
en general y por ello fuera yo a reconocerla aunque tú la despedaces en
fragmentos. De modo que hace falta, a mi parecer, repetirte desde el principio
la misma pregunta: Querido Menón, ¿qué es la virtud, si con una parte de la
virtud toda acción va a ser virtud? Porque decir eso es decir que toda acción
con justicia es virtud. ¿O no te parece que hace falta repetir la misma
pregunta, sino que crees que alguien sabe lo que es una parte de la virtud sin
saber lo que es ella misma?
Menón: Me parece que no.
Sócrates: Porque, por otra parte, si te acuerdas, cuando
hace poco te contesté yo acerca de la figura, rechazábamos ese tipo de
respuesta; a saber, la que pretende responder mediante aquello que aún es
objeto de investigación y sobre lo cual no hay todavía acuerdo.
Menón: Y hacíamos bien en rechazarla, Sócrates.
Sócrates: Por tanto, excelente amigo, no creas tú
tampoco que, mientras se está aún investigando qué es la virtud en su
conjunto, vas tú, contestando por medio de partes de ella, a ponerle a nadie en
claro la virtud, o cualquier otra cosa con este mismo tipo de definición, sino
que de nuevo habrá que hacer la misma pregunta: ¿Qué es esa virtud de la que
así hablas en tu definición? ¿O te parece que no tiene valor lo que estoy
diciendo?
Menón: Me parece que tienes razón.
Sócrates: Responde entonces otra vez desde el principio:
¿Qué afirmas que es la virtud, tú y tu amigo?
Menón: Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de
conocerte que tú no haces otra cosa que confundirte tú y confundir a los demás;
y ahora, según a mí me parece, me estás hechizando y embrujando y encantando
por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión. Y del todo me parece, si
se puede también bromear un poco, que eres parecidísimo, tanto en la figura
como en lo demás, al torpedo, ese ancho pez marino. Y en efecto, este pez, a
quienquiera que se le acerca y le toca, lo hace entorpecerse, y una cosa así me
parece que ahora me has hecho tú; porque verdaderamente yo, tanto de alma como
de cuerpo, estoy entorpecido, y no sé qué contestarte. Y, sin embargo, mil
veces sobre la virtud he pronunciado muchos discursos y delante de mucha gente,
y muy bien, según a mí me parecía; pero ahora ni siquiera qué es puedo en
absoluto decir. Y me parece que haces bien en no querer embarcarte ni viajar
fuera de aquí; porque si siendo extranjero en otro país hicieras tales cosas,
quizá te detuvieran por mago.
Sócrates: Eres astuto, Menón, y por poco me engañas.
Menón: ¿Y eso por qué, Sócrates?
Sócrates: Ya sé por qué motivo has hecho conmigo esa
comparación.
Menón: ¿Y por qué motivo crees?
Sócrates: Para que a mi vez haga yo otra contigo. Pero
yo sé de todos los hermosos que les gusta que les comparen (puesto que les
conviene: bellas creo que son también, en efecto, las imágenes de los bellos);
y no te voy a devolver la comparación. Y por mi parte, si el torpedo, estando
él mismo entorpecido, es como hace que los demás se entorpezcan, me parezco a
él; pero si no, no. Porque no es teniendo yo claridad como induzco a confusión
a los otros, sino que es estando yo en mayor confusión que nadie como hago que
lo estén los otros. Y así, ahora, acerca de la virtud, qué es yo desde luego
no lo sé; tú, sin embargo, quizá sí lo sabías antes de ponerte en contacto
conmigo, y ahora, en cambio, parece como si no lo supieras. Aun así estoy
decidido a considerar e investigar contigo qué es.
Menón: ¿Y de qué manera vas a investigar, Sócrates, lo que
no sabes en absoluto qué es? Porque, ¿qué es lo que, de entre cosas que no
sabes, vas a proponerte como tema de investigación? O, aun en el caso favorable
de que lo descubras, ¿cómo vas a saber que es precisamente lo que tú no sabías?
Sócrates: Ya entiendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das
cuenta del argumento polémico que nos traes, a saber, que no es posible para el
hombre investigar ni lo que sabe ni lo que no sabe? Pues ni sería capaz de
investigar lo que sabe, puesto que lo sabe, y ninguna necesidad tiene un hombre
así de investigación, ni lo que no sabe, puesto que ni siquiera sabe qué es
lo que va a investigar.
Menón: ¿No te parece que es un espléndido argumento, Sócrates?
Sócrates: No.
Menón: ¿Podrías decir por qué?
Sócrates: Sí; porque se lo he oído a hombres y mujeres
sabios en las cosas divinas.
Menón: ¿Y qué es lo que dicen?
Sócrates: La verdad, a mi parecer, y bien dicha.
Menón: ¿Qué es, y quiénes la dicen?
Sócrates: Los que la dicen son cuantos sacerdotes y
sacerdotisas se preocupan de ser capaces de dar explicación del objeto de su
ministerio. Pero también lo dice Píndaro y otros muchos de entre los poetas,
cuantos son divinos. En cuanto a lo que dicen, es lo siguiente: y fíjate en si
te parece que dicen la verdad. Pues afirman que el alma del hombre es inmortal,
y que unas veces termina de vivir (a lo que llaman morir), y otras vuelve a
existir, pero que jamás perece; y que por eso es necesario vivir con la máxima
santidad toda la vida;
porque aquellos que a Proserpina hayan pagado el precio de su
antiguo pecado,
al sol de arriba a los nueve años devuelve de nuevo las almas
de ellos,
de las que reyes ilustres y desbordantes de fuerza y en sabiduría
los más grandes hombres saldrán;
y para el tiempo restante, héroes santos los llaman los
hombres.
Y ocurre así que, siendo el alma inmortal, y habiendo nacido
muchas veces y habiendo visto tanto lo de aquí como lo del Hades y todas las
cosas, no hay nada que no tenga aprendido; con lo que no es de extrañar que
también sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz ella de recordar lo
que desde luego ya antes sabía. Pues siendo, en efecto, la naturaleza entera
homogénea, y habiéndolo aprendido todo el alma, nada impide que quien recuerda
una sola cosa (y a esto llaman aprendizaje los hombres) descubra él mismo todas
las demás, si es hombre valeroso y no se cansa de investigar. Porque el
investigar y el aprender, por consiguiente, no son en absoluto otra cosa que
reminiscencia. De ningún modo, por tanto, hay que aceptar el argumento polémico
ese; porque mientras ése nos haría pasivos y es para los hombres blandos para
quien es agradable de escuchar, este otro en cambio nos hace activos y amantes
de la investigación; y es porque confío en que es verdadero por lo que deseo
investigar contigo qué es la virtud.
Menón: Sí, Sócrates; pero, ¿qué quieres decir con
eso de que no aprendemos, sino que lo que llamamos aprendizaje es reminiscencia?
¿Podrías enseñarme que eso es así?
Sócrates: Ya antes te dije, Menón, que eres astuto, y
ahora me preguntas si puedo enseñarte yo, que afirmo que no hay enseñanza,
sino recuerdo, para que inmediatamente me ponga yo en manifiesta contradicción
conmigo mismo.
Menón: No, por Zeus, Sócrates, no lo he dicho con esa
intención, sino por hábito; ahora bien, si de algún modo puedes mostrarme que
es como dices, muéstramelo.
Sócrates: Pues no es fácil; y, sin embargo, estoy
dispuesto a esforzarme por ti. Pero llámame de entre esos muchos criados tuyos
a uno, al que quieras, para hacértelo comprender en él.
Platón: Menón, 79a7-82b2