TESIS A FAVOR DEL ANARQUISMO

 

 

 

Feyerabend, Paul (1973), en ¿Por qué no Platón? Madrid. Tecnos. Pp. 9-16.

 

 

 

Al anarquismo que está contra el orden establecido le gustaría destruir ese orden o evadirse de él. Los anarquistas políticos están en contra de las instituciones políticas; los anarquistas confesionales están, en algunos casos, contra el orden material, probablemente porque ven el mundo como un dominio inferior del ser y quieren mantener su vida lejos de su influencia. Ambos grupos tienen ideas dogmáticas acerca de lo que es verdadero, bueno y valioso para la humanidad.

Por ejemplo después de la Ilustración, el anarquismo político estuvo marcado por la fe en la ciencia y en la luz natural de la razón. Supóngase que ya no hay más límites: la luz natural de la razón sabrá hasta dónde se puede llegar. Supóngase que ya no hay métodos de educación e instrucción: los hombres se educarán e instruirán por sí mismos. Supóngase que ya no hay instituciones políticas: los hombres se reunirán en grupos que reflejen sus tendencias naturales, convirtiéndose así en parte de una vida armoniosa (no alineada).

Hasta cierto punto, la fe en la ciencia está justificada por el papel verdaderamente revolucionario que desempeñó en los siglos XVII y XVIII. Los anarquistas predicaban la destrucción y, mientras, los científicos rebatían por completo la imagen armónica del mundo de siglos anteriores, superaban un “saber” estéril, transformaban las condiciones sociales y conseguían ensamblar cada vez con mayor perfección los elementos de un saber nuevo acerca de lo que es al mismo tiempo verdadero y bueno para la humanidad.

En la actualidad esta aceptación ingenua y, hasta cierto punto, infantil de la ciencia (que se puede rastrear incluso en autores de izquierdas tan “progresistas" como Althusser) se ha visto amenazada por dos descubrimientos; en primer lugar, porque la ciencia ha pasado de ser una necesidad filosófica a convertirse en un negocio, y, en segundo lugar, a causa de ciertos descubrimientos que afectan al status de los hechos y las teorías científicas. La ciencia del siglo XX ha renunciado a toda pretensión filosófica y ha pasado a ser un gran negocio. Ya no constituye una amenaza para la sociedad, sino que es uno de sus puntales más firmes. Se dejan de lado todo tipo de consideraciones humanitarias, así como cualquier idea de progreso que suponga algo más que una mera reforma local . Tener un buen sueldo, estar en buenas relaciones con el jefe y con los colegas con los que uno tiene que ver de una manera más directa: éstos son los objetivos primordiales de los hombres-hormiga que ponen todo su empeño en solucionar problema insignificantes, pero que fuera de su ámbito de competencia son incapaces de entender el nexo entre las cosas. Supongamos que alguien da un gran paso hacia adelante: irremisiblemente se hará de ello una estaca con la que someter a golpes a la humanidad.

Además, se ha podido comprobar que la ciencia no proporciona ninguna prueba sólida y que tanto sus teorías como sus aserciones de tipo práctico son hipótesis que a menudo no sólo son parcialmente falsas, sino incluso totalmente erróneas, ya que hacen afirmaciones sobre cosas que jamás han existido. De acuerdo con esta interpretación, que procede de John Stuart Mill (en su De la libertad) y cuyos representantes contemporáneos más relevantes son Karl Popper y Helmut Spinner, la ciencia es un conjunto de alternativas rivales. La concepción “reconocida” en un momento dado es aquella que aventaja a las demás, ya sea debido a algún truco, ya sea debido a un mérito real. Hay revoluciones en las que ninguna piedra queda sin remover, ningún principio sin transformar, ningún hecho que no sea puesto en duda.

Con su desagradable modelo de educación y sus resultados indignos de confianza, la ciencia ha dejado de ser un aliado de los anarquistas y se ha convertido en un problema. EI anarquismo epistemológico soluciona este problema en la medida en que supera los elementos dogmáticos de las formas anteriores de anarquismo.

El anarquismo epistemológico se diferencia tanto del escepticismo como del anarquismo político (o confesional). Mientras que el escéptico o bien considera que todas las opiniones son igualmente buenas o igualmente malas, o bien se abstiene de hacer un juicio de este tipo, el anarquismo epistemológico no tiene inconveniente alguno en pronunciarse a favor de las tesis más banales o insolentes. Mientras que al anarquista político le gustaría acabar con una determinada forma de vida, el anarquista epistemológico puede, incluso, llegar a defenderla, ya que nunca permanece eternamente ni a favor ni en contra de ninguna institución ni de ninguna ideología.

Lo mismo que el dadaísta (al que se parece en muchos aspectos) el anarquista no sólo “no tiene ningún programa, sino que está en contra de todos los programas”, aunque eventualmente puede llegar a convertirse en un acérrimo defensor ora del statu quo, ora de sus detractores. “Para ser un auténtico dadaísta hay que ser a la vez un antidadaísta. “ Sus objetivos pueden permanecer invariables o bien cambiar, sea por efecto de una argumentación, sea por aburrimiento o simplemente porque quiere impresionar. Con una determinada meta a la vista, el anarquista puede intentar conseguirla él solo o con ayuda de grupos organizados; en este empeño puede apelar a la razón o a la emoción, puede decidirse por el uso o no de la violencia. Su pasatiempo favorito consiste en confundir a loa racionalistas inventando los argumentados más imponentes para las doctrinas más disparatadas. No hay opinión alguna, por “absurda” o “inmoral” que parezca, que el anarquista no tome en consideración y no tenga en cuenta a la hora de actuar, ni ningún método que considere imprescindible. Lo único que el anarquista rechaza de lleno son las normas generales, las leyes universales, las concepciones absolutas acerca, por ejemplo, de la “Verdad”, la “Justicia”, la “Integridad” y las conductas que estas actitudes conllevan, aunque no niega que a menudo es una buena táctica el comportarse como si hubiera tales leyes (tales normas, tales concepciones) y uno creyera en ellas. Quizá reproche al anarquista confesional su rechazo de la ciencia, del sentido común y del mundo material que ambos intentan comprender- quizá incluso supere a cualquier premio Nobel en su defensa sin reservas de la ciencia pura. Detrás de todos estos desafueros se esconde la convicción de que el hombre dejará de ser esclavo y alcanzará al fin una dignidad que sea algo o más que un ejercicio de prudente conformismo, cuando sea capaz de abandonar sus convicciones más fundamentales, incluso aquellas que presuntamente hacen de él un hombre. Hans Ritcher escribe:

E1 reconocimiento de que razón y antirrazón, sentido y sin sentido, determinación y azar, conciencia e inconsciencia [y yo añadiría humanismo y antihumanismo] se pertenecen mutuamente como elementos necesarios del Todo, éste era el mensaje primordial de Dadá.

EI anarquista epistemológico podría perfectamente suscribir lo anterior, aunque él nunca llegaría a construir una frase tan complicada.

Una vez que ha formulado su doctrina, el anarquista puede intentar venderla (aunque también es posible que prefiera conservarla para sí, porque considere que hasta las ideas más hermosas se estropean y desgastan en cuanto se ponen en circulación). El anarquista orientará la venta de acuerdo con el público al que se dirija. Frente a un público de científicos y filósofos de la ciencia formulará una serie de afirmaciones ordenadas que les convenzan de que aquellos logros científicos que ellos más aprecian se han conseguido de una manera anárquica. Frente a un público de este tipo su éxito será más rápido si utiliza medios propagandísticos, es decir, que a la vez que argumenta intentará probar históricamente que no hay ninguna normativa metodológica que no suponga aquí o allá un obstáculo para la ciencia, y que, al contrario, no hay ningún movimiento “irracional” que en circunstancias apropiadas no constituya un estímulo.

Los hombres y la naturaleza son seres veleidosos que no se pueden aprehender ni comprender si de antemano se les impone ciertas limitaciones. El anarquista buscará apoyo en declaraciones de grandes científicos, como, por ejemplo, las siguientes palabras de Einstein:

Las condiciones externas, que los hechos de la experiencia imponen al científico, no le obligan, sin embargo, en la construcción de su sistema conceptual, a circunscribirse a un único sistema epistemológico. Por esto, a los ojos de un epistemólogo sistemático aparecerá como un oportunista sin escrúpulos.

EI anarquista aprovechará hasta el máximo esta propaganda e intentará convencer a su público de que la única norma de la que se puede decir sin remordimientos que no está en contradicción con los pasos que un científico tiene que dar para poder avanzar en su ámbito de trabajo, es que todo es posible.

Imre Lakatos no está de acuerdo con esto. Admite que las metodologías vigentes están en contradicción absoluta con la praxis científica, pero cree que hay leyes que son lo bastante abiertas como para permitir el progreso de la ciencia pero que al mismo tiempo tienen un substrato suficiente como para permitir sobrevivir a la razón. Estas leyes que se refieren a programas de investigación y no a teorías individuales evalúan el progreso interno de un programa, no su imagen externa, a lo largo de un determinado espacio de tiempo, comparándolo con el desarrollo de otros programas rivales y no sólo por referencia a sí mismo. Un programa de investigación se considera “progresivo” cuando formula pronósticos que se van corroborando y que, por lo tanto, conducen al descubrimiento de hechos nuevos; se considera “regresivo” cuando no es capaz de formular pronósticos de este tipo y sólo sirve para absorber el material descubierto con ayuda de otros programas rivales. Lo que hacen las leyes es juzgar los programas de investigación y no aconsejar al científico sobre lo que debe hacer. Por ejemplo, no hay ninguna regla que obligue a un científico a abandonar un programa de investigación regresivo, y está bien que así sea, porque un programa regresivo puede regenerarse y llegar a situarse en cabeza. (Se dieron desarrollos de este tipo en el caso del atomismo, del provisional estadio final del mundo, de la rotación de la Tierra. Todos estos programas de investigación progresaron de distinta manera y degeneraron también de diversas formas pero todos ellos constituyen hoy firmes componentes de la ciencia.) Es “racional” seguir de cerca un programa de investigación también en su fase regresiva aun cuando un programa rival le haya superado. De aquí que entre la metodología de Lakatos y el “todo es posible” de los anarquistas no haya una diferencia racional, aunque sí existe una diferencia considerable desde un punto de vista retórico. Por ejemplo, Lakatos critica con frecuencia programas de investigación en fase regresiva y reclama que se suspenda el apoyo a dichos programas. Sus leyes admiten la crítica y aprueban la acción, pero no las fomentan ya que al mismo tiempo admiten lo contrario: nos permiten exaltar tales programas de investigación y apoyarlos con todos los medios de que podamos disponer.

A menudo Lakatos dice que esta exaltación es irracional. Y para ello apela a leyes que no son las suyas propias, por ejemplo a algunas leyes que se infieren del sentido común. En la medida en que combina el sentido común (que es independiente de sus leyes) con la metodología de los programas de investigación utiliza la credibilidad intuitiva del sentido común para apoyar los programas de investigación e infiltrar en un cerebro constreñido al racionalismo ideas sobre el anarquismo. En esto tiene más éxito que yo, pues es sencillamente imposible que los racionalistas acepten el anarquismo cuando se les conduce abiertamente a él. Sin embargo, un día descubrirán que han sido atacados y tomados por sorpresa; ese día estarán preparados para el anarquismo.

Lakatos tampoco ha podido revelar ningún giro “irracional” en Kuhn, cuando -según Lakatos- se refugia en la “psicología del proletariado”. Las revoluciones conducen a conflictos entre escuelas rivales. Una escuela quiere mantener el programa ortodoxo mientras que la otra desea abandonarlo. Las leyes recomendadas por la metodología de los programas de investigación admiten, tal y como acabamos de ver, las dos posibilidades. Por lo tanto, está claro que la lucha entre escuelas concurrentes es una lucha por el poder. En última instancia Kuhn -tal y como éste es presentado por Lakatos- tiene razón.

Lakatos no ha demostrado que la ciencia aristotélica, la magia o la brujería sean inferiores a la ciencia moderna. En su crítica a la ciencia aristotélica (y otras “pseudo-ciencias”) Lakatos ha aplicado sus propias normas. ¿Cómo ha llegado a estas normas?

Mediante la reconstrucción racional de la ciencia de “los últimos doscientos años”. Por consiguiente, si Lakatos mide la ciencia aristotélica con sus propias normas esto significa que está comparando la ciencia aristotélica con la ciencia moderna de “los últimos doscientos años”. Pero esta comparación sólo puede conducir a una auténtica valoración en el caso de que se demuestre que la ciencia actual es mejor que la ciencia aristotélica; es decir, se tiene que demostrar: a) que persigue objetivos mejores, b) que alcanza dichos objetivos de una manera más efectiva que sus rivales. Sin embargo, Lakatos no ha mostrado en ninguna parte que los objetivos de la ciencia actual (progreso con ayuda de “ideas con capacidad predictiva”) sean mejores que los de la ciencia aristotélica (incorporación de nuevos hechos en el nexo firme de una teoría subyacente, “acumulación” de fenómenos) y que pueden alcanzarse de una manera más efectiva. Si seguimos a Lakatos resulta claro que el caso ciencia contra brujería (por poner un ejemplo) todavía no está decidido. Conclusión: ni la ciencia ni la metodología de los programas de investigación proporcionan argumentos contra el anarquismo. Ni Lakatos ni ningún otro han demostrado que la ciencia es mejor que la brujería y que procede de una manera racional. La elección a favor de la ciencia se basa en nuestras preferencias no en argumentos; preferencias y no argumentos son los que nos conducen a dar determinados pasos dentro de la ciencia (lo que no significa que estas decisiones tomadas sobre la base de preferencias no aparezcan envueltas y completamente cubiertas de argumentos, de la misma manera que un buen trozo de carne puede aparecer rodeado y completamente cubierto de mosca ). No hay motivo alguno para sentirse desalentado por este resultado. Al fin y al cabo la ciencia es un producto nuestro y no nuestro soberano; ergo debería ser un súbdito y no el tirano de nuestros deseos.