WITTGENSTEIN

 
Investigaciones filosóficas.
Parte I, 106-126, 132, 133, 255

En Wittgenstein: Investigaciones filosóficas. Editorial Crítica.

 

106. Aquí es difícil mantener, por así decirlo, la cabeza despejada —ver que tenemos que permanecer en las cosas del pensamiento cotidiano y no caer en el extravío de que nos parezca que tendríamos que describir sutilezas extremas que, sin embargo, en absoluto podríamos describir con nuestros medios. Nos parece como si debiéramos reparar con nuestros dedos una tela de araña.
107. Cuanto más de cerca examinamos el lenguaje efectivo, más grande se vuelve el conflicto entre él y nuestra exigencia. (La pureza cristalina de la lógica no me era dada como resultado; sino que era una exigencia). El conflicto se vuelve insoportable; la exigencia amenaza ahora convertirse en algo vacío. —Vamos a parar a terreno helado en donde falta la fricción y así las condiciones son en cierto sentido ideales, pero también por eso mismo no podemos avanzar. Queremos avanzar; por ello necesitamos la fricción. ¡Vuelta a terreno áspero!
108. Reconocemos que lo que llamamos “proposición” y “lenguaje” no es la unidad formal que imaginé, sino que es la familia de estructuras más o menos emparentadas entre sí. ¿Pero en qué se convierte ahora la lógica? Su rigor parece deshacerse. —¿Pero no desaparece enteramente por eso?— ¿Pues cómo puede la lógica perder su vigor? Naturalmente, no porque se le rebaje algo de su vigor.—El prejuicio de la pureza cristalina sólo puede apartarse dándole la vuelta a todo nuestro examen. (Podría decirse: Ha de dársele la vuelta al examen, pero sobre nuestra necesidad real como gozne).
La filosofía de la lógica no habla de oraciones y palabras en ningún sentido distinto de aquel en que lo hacemos en la vida ordinaria cuando decimos, por ejemplo, “aquí hay escrita una oración china” o “no, esto sólo tiene el aspecto de escritura, pero es un ornamento”, etc.
Hablamos del fenómeno espacial y temporal del lenguaje; no de una aberración inespacial e intemporal. (Nota al margen: Sólo es posible interesarse por un fenómeno en una variedad de maneras). Pero hablamos de él como de las piezas de ajedrez al dar reglas para ellas, no al describir sus propiedades físicas.
La pregunta “¿Qué es realmente una palabra?” es análoga a “¿Qué es una pieza de ajedrez?”.
109. Era cierto que nuestras consideraciones no podían ser consideradas científicas. La experiencia “de que se puede pensar esto o aquello, en contra de nuestros prejuicios” —sea lo que fuere lo que esto pueda querer decir— no podría interesarnos. (La concepción neumática del pensamiento). Y no podemos proponer teoría ninguna. No puede haber nada hipotético en nuestras consideraciones. Toda explicación tiene que desaparecer y sólo la descripción ha de ocupar su lugar. Y esta descripción recibe su luz, esto es, su finalidad, de los problemas filosóficos. Éstos no son ciertamente empíricos, sino que se resuelven observando el funcionamiento de nuestro lenguaje, y justamente de manera que éste se reconozca, a pesar de una inclinación a malentenderlo. Los problemas se resuelven no aduciendo nueva experiencia, sino compilando lo ya conocido. La filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio de nuestro lenguaje.
110. “El lenguaje (o el pensamiento) es algo singular” —esto se revela como una superstición (¡no error!) producida ella misma por ilusiones gramaticales.
Y el énfasis recae ahora sobre esas ilusiones, sobre los problemas.
111. Los problemas que surgen de una mala interpretación de nuestras formas lingüísticas tienen el carácter de lo profundo. Son profundas inquietudes; se enraízan tan profundamente en nosotros como las formas de nuestro lenguaje, y su significado es tan grande como la importancia de nuestro lenguaje. —Preguntémonos: ¿Por qué sentimos como profundo un chiste gramatical? (Y ésa es por cierto la profundidad filosófica.)
112. Un símil absorbido en las formas de nuestro lenguaje produce una falsa apariencia; nos inquieta: “¡Pues no es así!” —decimos. “¡Pero tiene que ser así!”
113. “Pues es así—” me digo una y otra vez. Siento como si hubiera de captar la esencia de la cosa con sólo fijar mi mirada con absoluta nitidez en ese hecho, con sólo poder enfocarlo bien.
114. Tract. log. phil. (4.5): “La forma general de la proposición es: Las cosas están así y asá”.—Ésta es una proposición del tipo de las que uno se repite innumerables veces. Se cree seguir una y otra vez la naturaleza y se va sólo a lo largo de la forma por medio de la cual la examinamos.
115. Una figura nos tuvo cautivos. Y no podíamos salir, pues reside en nuestro lenguaje y éste parece repetírnosla inexorablemente.
116. Cuando los filósofos usan una palabra—”conocimiento”, “ser”, “objeto”, “yo”, “proposición”, “nombre”— y tratan de captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje en el que tiene su tierra natal?
Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano.
117. Se me dice: “¿Entiendes, pues, esta expresión? Pues bien —la uso con el significado que tú sabes”—. Como si el significado fuera una atmósfera que la palabra conlleva y asumiera en todo tipo de empleo.
Si, por ejemplo, alguien dice que la oración “Esto está aquí” (a la vez que apunta a un objeto que hay delante de sí) tiene sentido para él, entonces podría él preguntarse bajo qué especiales circunstancias se emplea efectivamente esta oración. Es en éstas en las que tiene sentido.
118. ¿De dónde saca nuestro examen su importancia puesto que sólo parece destruir todo lo interesante, es decir, todo lo grande e importante? (Todo edificio en cierto modo; dejando sólo pedazos de piedra y escombros). Pero son sólo castillos en el aire los que destruimos, y dejamos libre la base del lenguaje sobre la que se asientan.
119. Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algún que otro simple sinsentido y de los chichones que el entendimiento se ha hecho al chocar con los límites del lenguaje. Éstos, los chichones, nos hacen reconocer el valor de ese descubrimiento.
120. Cuando hablo de lenguaje (palabra, oración, etc.), tengo que hablar el lenguaje de cada día. ¿Es este lenguaje acaso demasiado basto, material, para lo que deseamos decir? ¿Y cómo ha de construirse entonces otro?— ¡Y qué extraño que podamos efectuar con el nuestro algo en absoluto!
El que en mis explicaciones que conciernen al lenguaje ya tenga que aplicar el lenguaje entero (no uno más o menos preparatorio, provisional) muestra ya que sólo puedo aducir exterioridades acerca del lenguaje.
Sí, pero ¿cómo pueden entonces satisfacernos estos argumentos? —Bueno, tus preguntas ya estaban también formuladas en este lenguaje; ¡tuvieron que ser expresadas en este lenguaje si había algo que preguntar!
Y tus escrúpulos son malentendidos.
Tus preguntas se refieren a palabras; así que he de hablar de palabras.
Se dice: no importa la palabra, sino su significado; y se piensa con ello en el significado como en una cosa de la índole de la palabra, aunque diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado. La moneda y la vaca que se puede comprar con ella. (Pero por otra parte: la moneda y su utilidad).
121. Pudiera pensarse: si la filosofía habla del uso de la palabra “filosofía” entonces tiene que haber una filosofía de segundo orden. Pero no es así; sino que el caso se corresponde con el de la ortografía, que también tiene que ver con la palabra “ortografía” sin ser entonces de segundo orden.
122. Una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras. —A nuestra gramática le falta visión sinóptica.— La representación sinóptica produce la comprensión que consiste en “ver conexiones”. De ahí la importancia de encontrar y de inventar casos intermedios.
El concepto de representación sinóptica es de fundamental significación para nosotros. Designa nuestra forma de representación, el modo en que vemos las cosas. (¿Es esto una Weltanschaung?)
123. Un problema filosófico tiene la forma: “No sé salir del atolladero”.
124. La filosofía no puede en modo alguno interferir con el uso efectivo del lenguaje; puede, a la postre, solamente describirlo.
Pues no puede tampoco fundamentarlo.
Deja todo como está.
Deja también la matemática como está y ningún descubrimiento matemático puede hacerla avanzar. Un “problema eminente de lógica matemática” es para nosotros un problema de matemáticas como cualquier otro.
125. No es cosa de la filosofía resolver una contradicción por medio de un descubrimiento matemático, lógico-matemático, sino hacer visible sinópticamente el estado de la matemática que nos inquieta, el estado anterior a la solución de la contradicción. (Y no se trata con ello de quitar del camino una dificultad.)
El hecho fundamental es aquí: que establecemos reglas, una técnica, para un juego, y que entonces, cuando seguimos las reglas, no marchan las cosas como habíamos supuesto. Que, por tanto, nos enredamos, por así decirlo, en nuestras propias reglas.
Este enredarse en nuestras reglas es lo que queremos entender, es decir, ver sinópticamente.
Ello arroja luz sobre nuestro concepto de significar. Pues en estos casos las cosas resultan de modo distinto de lo que habíamos significado, previsto. Decimos justamente, cuando, por ejemplo, se presenta la contradicción: “Yo no significaba esto”.
El estado civil de la contradicción, o su estado en el mundo civil: ése es el problema filosófico.
126. La filosofía expone meramente todo y no explica ni deduce nada. —Puesto que todo yace abiertamente, no hay nada que explicar. Pues lo que acaso esté oculto, no nos interesa.
Se podría llamar también “filosofía” a lo que es posible antes de todos los nuevos descubrimientos e invenciones.

132. Queremos establecer un orden en nuestro conocimiento del uso del lenguaje: un orden para una finalidad determinada; uno de los muchos órdenes posibles; no el orden. Con esta finalidad siempre estaremos resaltando constantemente distinciones que nuestras formas lingüísticas ordinarias fácilmente dejan pasar por alto. De ahí pudiera sacarse la impresión de que consideramos que nuestra tarea es la reforma del lenguaje.
Una reforma semejante para determinadas finalidades prácticas, el mejoramiento de nuestra terminología para evitar malentendidos en el uso práctico, es perfectamente posible. Pero éstos no son casos con los que hemos de habérnoslas. Las confusiones que nos ocupan surgen, por así decirlo, cuando el lenguaje marcha en el vacío, cuando no trabaja.
133. No queremos refinar o complementar de maneras inauditas el sistema de reglas para el empleo de nuestras palabras.
Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente.
El descubrimiento auténtico es el que me hace capaz de dejar de filosofar cuando quiero. —Aquel que lleva la filosofía al descanso, de modo que ya no se fustigue más con preguntas que la ponen a ella misma en cuestión. —En cambio, se muestra ahora un método con ejemplos y la serie de estos ejemplos puede romperse. —Se resuelven problemas (se apartan dificultades), no un único problema.
No hay un único método en filosofía, si bien hay realmente métodos, como diferentes terapias.

255. El filósofo trata una pregunta como una enfermedad.