En Bunge, M. (1989): La Investigación Científica. Madrid: Ariel. (717, ss.)

 

 

LA OBSERVACIÓN

 

 

La observación es el procedimiento empírico básico. Tanto la medición cuanto el experimento suponen observación, mientras que ésta se realiza sin precisión cuantitativa (o sea, sin medición) y sin cambiar deliberadamente los valores de ciertas variables (o sea, sin experimentación). El objeto de la observación es, naturalmente, un hecho actual; el producto de un acto de observación es un dato, o sea, una proposición singular o existencial que exprese algunos rasgos del resultado de la acción de observar. Se ofrece, pues, un orden natural para nuestro estudio: el orden hecho-observación-dato. Nuestra discusión se terminará con un examen de la función de la observación en la ciencia.

 

Hecho

La ciencia factual se dedica por definición a averiguar y entender hechos. Pero ¿qué es un hecho? O, mejor formulado, ¿qué significa la palabra `hecho'? Adoptaremos la convicción lingüística que consiste en llamar hecho a cualquier cosa que sea, o de que se trate, como, por ejemplo, todo aquello de lo que se sepa o se suponga -con algún fundamento- que pertenece a la realidad. De acuerdo con ese criterio son hechos, por ejemplo, este libro y el acto de leerlo; en cambio no son hechos las ideas expresadas en él: las ideas se convierten en hechos gracias exclusivamente al hecho de ser pensadas a impresas.

Solemos distinguir entre los hechos las siguientes clases: acaecimiento o acontecimiento, proceso, fenómeno y sistema. El acaecimiento, suceso, acontecimiento, etc., es cualquier cosa que tiene lugar en el espacio-tiempo y que, por alguna razón, se considera en algún respecto como una unidad; además cubre un lapso breve. (Un acaecimiento puntual, sin extensión en el espacio-tiempo, es una construcción teorética sin contrapartida real). Son ejemplos de acaecimientos un relámpago de luz y la ocurrencia = "relampagueo"- de una idea. Desde un punto de vista epistemológico los acaecimientos pueden considerarse como los elementos a base de los cuales damos razón de procesos, o como los complejos que podemos analizar como confluencias de procesos. En la ciencia los acaecimientos desempeñan dos papeles: tomados como unidades en un nivel superior, se convierten en los objetos del análisis propio de un nivel inferior o más profundo.

 

¿Existen acaecimientos inanalizables, esto es, hechos últimos a base de los cuales haya que explicar todos los demás y que- no puedan concebirse ellos mismos como objeto de ulteriores análisis más profundos? Según una determinada escuela, acaecimientos como el salto cuántico que se produce cuando un átomo emite un quantum de luz son ulteriormente analizables. No podemos discutir aquí esta cuestión en detalle, pero, como filósofos cautos, deberíamos conjeturar que de nuestra incapacidad para analizar un acaecimiento empírica o teoréticamente no puede inferirse con seguridad que el acaecimiento mismo sea atómico en sentido etimológico, o sea, irreducible. La imposibilidad de analizarlo puede deberse a nuestros instrumentos de análisis, ya los instrumentos empíricos, ya los conceptuales, cosa que ha ocurrido muchísimas veces en la historia de la ciencia. Es posible que haya acaecimientos elementales, o sea, realmente inanalizables; pero, si los hay, no podremos saberlo jamás: por eso debemos intentar siempre analizarlos, y considerar que es siempre demasiado pronto para admitir como definitiva nuestra derrota en ese intento.

 

Un proceso es una secuencia temporalmente ordenada de acaecimientos, tal que cada miembro de la secuencia toma parte en la determinación de] miembro siguiente. Según esto, la secuencia de llamadas telefónicas que recibimos durante la semana no es un proceso propiamente dicho, al menos generalmente, pero sí que lo es la secuencia de acaecimientos que empieza por una llamada telefónica al médico y termina con el pago de sus honorarios. Si se analizan con la suficiente profundidad, la mayoría de los acontecimientos resultan procesos. Así, por ejemplo, un rayo de luz consiste en la emisión (por una gran colección de átomos, en tiempos ligeramente diferentes y al azar) de grupos de ondas que se propagan a una velocidad finita. No es tarea fácil la de precisar los procesos presentes en la maraña de los acaecimientos. Rara vez da la experiencia un proceso: en la ciencia al menos, la mayor parte de los procesos se formulan hipotéticamente. Así, por ejemplo, no se ve empíricamente la evolución de las estrellas, sino que hay que imaginar modelos de tal evolución y contrastarlos luego por el procedimiento de registrar a interpretar acaecimientos como las huellas dejadas por la luz de las estrellas en placas fotográficas.

Un fenómeno es un acaecimiento o un proceso tal como aparece a algún sujeto humano. es un hecho perceptible, una ocurrencia sensible o una cadena de ellas. La rabia o la cólera no es un fenómeno más que para el sujeto que sufre un acceso de cólera; pero, en cambio, algunos de los acaecimientos somáticos que acompañan a un acceso de cólera -algunos actos de comportamiento- son fenómenos. Los hechos pueden darse en el mundo externo, pero los fenómenos son siempre, por así decirlo, en la intersección del mundo externo con un sujeto conocedor (Fig. 12.1).

 

 

No puede haber fenómenos o apariencias sin un sujeto sensible que se sitúe en una adecuada posición de observación. Un mismo acaecimiento (hecho objetivo) puede aparecer de modos diferentes a observadores diferentes, aunque éstos se encuentren equipados con los mismos artificios de observación (cfr. Secc. 6.5). Ésta es una de las razones por las cuales las leyes fundamentales de la ciencia no se refieren a fenómenos, sino a redes de hechos objetivos. El uso de `fenómeno' no es, empero, coherente: en la literatura científica `fenómeno' se, toma a menudo como sinónimo de 'hecho', igual que en el lenguaje ordinario 'hecho' se confunde frecuentemente con 'verdad'.

 

(Hay, desde luego, una vieja cuestión filosófica al respecto: la de si tenemos acceso a algo que no sea fenoménico, o sea, que no se presente por sí mismo a nuestra sensibilidad. Si no se admite más planteamiento que el estrictamente empírico, entonces es obvio que sólo los fenómenos se considerarán cognoscibles: tal es la tesis del fenomenismo- o fenomenalismo. Pero si se admite que también el pensamiento desempeña un papel en el conocimiento, además de la vista, el olfato, el tacto, etc., entonces puede ensayarse una gnoseología más ambiciosa, una gnoseología que suponga que la realidad -incluyendo la experimental- es cognoscible, aunque sólo sea parcial y gradualmente: ésta es la tesis de las varias clases de realismo. Según el fenomenismo, el objetivo de la ciencia es coleccionar, describir y sistematizar de modo económico los fenómenos, sin inventar objetos diafenoménicos o trasobservacionales. El realismo, por el contrario, sostiene que la experiencia no es una instancia última, sino que tiene que explicarse a base de un mundo mucho más amplio, aunque sólo cognoscible indirectamente: el conjunto de todos los existentes. Para el realismo la experiencia es una clase de hechos: cada experiencia singular es un acaecimiento que ocurre en el sujeto conocedor, el cual se considera a su vez como un sistema concreto que tiene expectativas y un acervo de conocimiento con dos consecuencias: la deformación y el enriquecimiento de la experiencia. Según eso el realismo estimulará la invención de teorías que rebasen la sistematización de los datos experienciales y requieran consiguientemente ingeniosos procedimientos de contrastación. Hemos visto en varios lugares, especialmente en las Secciones 5.9, 8.4 y 8.5, que la ciencia presupone una epistemología realista y va cumpliendo gradualmente el programa de ésta.)

 

Por último, llamaremos entidades o cosas físicas a los entes concretos, con el fin de distinguirlos de objetos conceptuales como las teorías. Una onda de luz es una cosa concreta, y también lo es una comunidad humana, pero una teoría de una u otra cosa es un sistema conceptual. La palabra `sistema' es filosóficamente más neutral que `cosa', la cual denota en la mayoría de los casos un sistema dotado de masa y acaso táctilmente perceptible; consideramos natural el decir que un campo de fuerzas es un sistema, pero nos resistiríamos a llamarlo también cosa. Por otra parte, al llamar a todos los existentes 'sistemas concretos’, estamos afirmando tácitamente -de acuerdo con una sospecha que cada vez se refuerza más en todos los terrenos de la ciencia- que no hay entidades simples, sin estructura. Esa es una hipótesis programática que ha resultado fecunda en el pasado, porque ha estimulado la búsqueda de complejidades ocultas tras las apariencias simples. Tengamos, pues, en claro que al adoptar la convención de que los protagonistas de los acaecimientos deben llamarse sistemas concretos, estamos haciendo una hipótesis ontológica que trasciende el alcance de las ciencias especiales.

 

Los acaecimientos y los procesos son lo que ocurre a, en y entre cosas concretas. (Dejamos aquí sin considerar la doctrina metafísica según la cual las cosas no son más que conjuntos de acaecimientos, pues esa doctrina no tiene raíz científica). Los acaecimientos, los procesos, los fenómenos y las cosas concretas son, pues, los hechos; o, por mejor decir, los incluiremos dentro de la extensión del concepto de hecho. Los hechos son, a su vez, una clase de objetos. Un objeto es, en efecto, todo lo que es o puede ser tema del pensamiento o de la acción. Las cosas y sus propiedades son objetos; también los conceptos y sus combinaciones (por ejemplo, proposiciones) son objetos, pero de otra clase: a menudo se les llama objetos ideales. Los hechos, el tema de la ciencia factual, son objetos de otra clase: se les puede llamar objetos concretos.

 

¿Qué decir de las propiedades físicas, como el peso, y de las relaciones, como la subordinación jerárquica? ¿Debemos contarlos como objetos materiales o como objetos ideales? Si optamos por lo primero, nos vemos obligados a concluir que las propiedades y las relaciones pueden existir por sí mismas, aparte de cualquier sistema concreto y de sus cambios (acaecimientos y procesos); y también que pueden existir sistemas concretos desprovistos de toda propiedad. Pero ambas conclusiones discrepan de la ciencia, la cual se ocupa de hallar las propiedades de sistemas concretos y las relaciones entre ellos, y, a un nivel de abstracción más alto, se dedica a investigar también las relaciones entre propiedades y relaciones. Y si incluimos las propiedades y las relaciones entre los objetos ideales, entonces nos vemos constreñidos a la hipótesis de que los objetos concretos tienen componentes ideales, las "formas" del arcaico hilemorfismo. Por ser ideales, esas propiedades y relaciones no serían, además, susceptibles de examen empírico, lo que haría a la ciencia factual no-empírica.

 

Entonces, si no pueden clasificarse ni como objetos materiales ni como objetos ideales, ¿qué son las propiedades y relaciones físicas? La solución más sencilla a esa cuestión consiste en declarar que no existen: pero entonces volveríamos a tener cosas sin propiedades y acaecimientos sin relaciones entre ellos, lo que quiere decir que nos encontraríamos en un callejón sin salida a la hora de explicar nuestros éxitos en el descubrimiento de leyes. No parece, pues, que este planteamiento tenga salida, porque no hay ni propiedades ni relaciones aparte de los sistemas y de sus cambios. Esa reflexión indica la vía razonable del pensamiento por lo que hace a este problema. Empezar por recordar que lo que por de pronto existe son ciertos sistemas con propiedades y relaciones. Entidades sin propiedades serían incognoscibles, y, por tanto, la hipótesis de su existencia sería insusceptible de contrastación; y relaciones y propiedades sin arraigo en sistemas nos son desconocidas; aun más, toda teoría factual refiere a sistemas concretos y a sus propiedades y relaciones (cfr. Secc. 7.2). En resolución: las propiedades y relaciones de cocas concretas tienen tan escasa existencia autónoma como las ideas. Pero estas últimas, como son obra nuestra, pueden pensarse independientemente de los correspondientes procesos cerebrales, y por esta razón podemos considerarlas como una especial clase de objetos: en ultima instancia, las ideas existen porque alguien las piensa, con lo que no hay razón para pensarlas fuera de todo sistema material, aunque una idea sea un proceso cerebral.

 

¿Y qué decir acerca de los hechos posibles, pero no actuales? ¿Dónde colocarlos? La pregunta misma es en este caso capciosa: desde el momento en que los llamamos "hechos posibles" estamos admitiéndolos como una subclase de hechos, o sea, estamos suponiendo tácitamente que el conjunto de los hechos es la unión de los hechos actuales y los hechos -posibles. Hasta aquí, pues, la cuestión es puramente verbal. Pero se convierte en problema epistemológico en cuanto preguntamos si la ciencia se limita a las actualidades o trata también de los posibles. Bastan un vistazo a cualquier ciencia para convencerse de que lo último es el caso. Así, por ejemplo, el genetista estudia la clase de todas las informaciones que pueden transmitirse (sin distorsiones o con ellas) por los organismos a su descendencia, y estima la probabilidad de que una información codificada de ese tipo se transmita efectivamente, o sea, la probabilidad de que se actualice cualquier posibilidad dada. Análogamente, cuando el científico aplicado estima decisiones posibles utiliza conocimiento sobre hechos actuales y supuestos acerca de hechos posibles, por ejemplo, acerca de posibles acciones de su oponente (la naturaleza, el competidor, el enemigo). El que un acaecimiento sea posible o no lo sea depende de las leyes de la naturaleza: puede decirse de éstas, metafóricamente, que ponen constricciones a la posibilidad. Pero el que se actualice o no una posibilidad admitida por las leyes de la naturaleza depende del concreto estado del sistema de que se trate (o sea, de sus condiciones iniciales y/o límite, por ejemplo). Así, es posible que tina pareja sana dé nacimiento a un niño de dos cabezas: las leyes de la genética no prohíben ese acaecimiento, aunque le atribuyen una probabilidad muy baja. Pero el que una pareja sana dada engendre realmente un tal monstruo depende de las circunstancias concretas que se dieron durante la impregnación.

 

Hasta el momento nos hemos ocupado de las varias clases de hechos; vamos a echar ahora un vistazo a los hechos en relación con el sujeto conocedor. Podemos producir hechos deliberada o involuntariamente, y podemos también formularlos hipotéticamente. Las incidencias cotidianas nos son en parte dadas, y en parte las hacemos nosotros; el científico experimental averigua más hechos, el teórico formula hipótesis sobre ellos y los explica, y el técnico elabora recetas para la producción económica y para la evitación de los hechos que tienen valor practico (positivo o negativo, respectivamente). La ciencia se interesa por todos ellos, pero sobre todo por los hechos no-ordinarios, o sea, por los hechos que no se encuentran al alcance del lego, sino que requieren instrumentos especiales, empíricos o conceptuales. Así, por ejemplo, la caída del granizo en nuestro tejado no interesará especialmente al meteorólogo, el cual puede, en cambio, interesarse por la formación de nubes de granizo en general, proceso cuyos detalles no son directamente observables, sino que tienen que formularse hipotéticamente (o inferirse, como también suele decirse). El hallazgo y la elaboración de hechos no-ordinarios es de particular interés para el científico porque no es una cuestión puramente empírica, sino que supone hipótesis, teorías a instrumentos proyectados con la ayuda de tales ideas.

 

Lo dado al científico es muy pocas veces el hecho mismo: generalmente, el científico presenta él mismo alguna evidencia en favor o en contra de la conjetura de que ha ocurrido o puede ocurrir un determinado conjunto de hechos. Así, el meteorólogo no observa la formación de cristales de hielo allá arriba, del mismo modo que tampoco el historiador observa el proceso social del que habla. Lo observable suele ser una pequeña fracción de los hechos que constituyen el objeto de una investigación; los hechos o fenómenos observables no son más que documentos que sugieren o confirman la existencia tras ellos de hechos más interesantes. Los hechos son como los icebergs: su mayor parte está oculta bajo la superficie de la experiencia inmediata, la cual es a menudo muy diversa de los hechos a los que apunta. (Hace mucho tiempo que se notó que lo perceptible no es sino una parte de lo existente, y que muchos fenómenos se originan en acaecimientos imperceptibles. En los primeros días del pensamiento hipotético se identificó lo indivisible frecuentemente con lo sobrenatural a inescrutable. Fue un mérito de los físicos-filósofos jonios el indicar que lo invisible es natural, y que es escrutable a través de sus efectos. Lo que los atomistas griegos no consiguieron fue controlar lo invisible actuando sobre ello y contrastando así efectivamente las hipótesis sobre lo no-perceptible: éste es un logro del hombre moderno.) La porción sumergida de los hechos tiene que ponerse hipotéticamente y, para poder contrastar tales hipótesis, hay que añadirles relaciones determinadas entre lo observado y lo inobservado, relaciones por las cuales lo observado pueda considerarse como evidencia en favor o en contra de lo hipotético y no visto, de modo que lo no-visto pueda explicar lo que vemos. Esas relaciones están representadas por las hipótesis y las teorías. No podemos evitarlas si queremos acercarnos más a los hechos; nuestra única preocupación al respecto tiene que ser el evitar hipótesis infundadas e íncontrastables (cfr. cap. 5). En la ciencia factual la teoría y la experiencia se interpenetran, no están separadas, y sólo la teoría puede llevarnos más allá de las apariencias, hacia el núcleo de la realidad.

 

Consideremos, por último, algunos equívocos y algunas paradojas centradas en torno del término 'hecho'. En primer lugar, obsérvese la ambigüedad de la expresión 'es un hecho'. Si decimos `Es un hecho que la Tierra gira alrededor del Sol' podemos estar pensando (i) en la hipótesis "La Tierra gira alrededor del Sol" o (ii) en el hecho al que refiere esa hipótesis. La ambigüedad no es peligrosa mientras la expresión 'es un hecho' no se utilice como expediente retórico para ocultar una hipótesis disfrazándola de dato. Pero, en general deberíamos abstenernos de usar el giro 'es un hecho', y preferir las locuciones más claramente honestas `afirmamos', o 'suponemos', según el caso.

 

En segundo lugar, algunos filósofos han llamado con consciente intención hechos a todas las proposiciones factuales singulares. Con esta maniobra verbal el problema de la verdad factual, o sea, el problema de la estimación de las proposiciones factuales por medio de criterios de la verdad, se elude sin resolverlo. Además surgen unos cuantos rompecabezas paradójicos. Por ejemplo, hay que admitir entonces hechos negativos, hechos alternativos y hechos generales: si algo no ocurre se llama a ese "algo" un hecho negativo; si quedan abiertas dos posibilidades, la actitud descrita mueve a hablar de un hecho alternativo; y si se presenta un conjunto de hechos de la misma clase esos filósofos los llamarán colectivamente hecho general. Pero todo eso es confuso y equívoco: lleva a confundir los hechos con las ideas acerca de los hechos. Y esta distinción arraiga en sanas reglas del uso lingüístico según las cuales (i) el nombre hecho se da a existentes y cambios "positivos" (aunque no necesariamente actuales) exclusivamente, (ii) la negación se atribuye a fórmulas, no a la realidad, y análogamente (iii) la generalidad se predica de ciertas fórmulas. (Ese hablar de hechos negativos, alternativos o generales puede a veces ser algo más que grosería verbal: puede ser consecuencia de una doctrina filosófica. Así, por ejemplo, algunos sistemas de metafísica hindúes parecen postular la existencia de hechos negativos; la epistemología ingenua del reflejo y la doctrina del isomorfismo entre el lenguaje y la realidad exigen también hechos negativos. Efectivamente: si toda proposición refleja algún aspecto del mundo, entontes una proposición negativa tiene que reflejar un hecho negativo, una proposición general tiene que reflejar un hecho general, una contradicción tiene que reflejar fuerzas en conflicto, etc. Los materialistas, los hegelianos, el primer Wittgenstein y, en algún memento, Russell han sostenido análogas tesis. Nosotros nos abstendremos de reificar operaciones lógicas como la negación, la disyunción o alternativa y la generalización).

 

En tercer lugar, una significación o un sentido se atribuyen a menudo a hechos, literal (lo cual puede ser peligroso) o metafóricamente (lo cual es en cambio inocente). Así por ejemplo, podemos decir 'Un gas se enfría por expansión, lo que significa que el gas pierde energía térmica al superar cualquier resistencia, externa o interna, que se oponga a su libre expansión'. La palabra `significa' puede y debe evitarse en un enunciado come el anterior: se puede sustituir ventajosamente por expresiones come `se debe a', o `se explica por la hipótesis de'. Cuando un físico escribe descuidadamente que 'el hecho x significa y' no está pensando que los hechos puedan significar nada en sentido literal. En cambio, los filósofos tradicionales se han preguntado a menudo cuál es la significación de la existencia humana, o de la historia humana, etc. Eso es también un lapsus, aunque enormemente peligroso: la cuestión era en realidad cuál era la finalidad de ciertos acaecimientos y procesos, cuál era el plan maestro oculto. Por eso la pregunta '¿Cuál es la significación de x?' daba por supuesto que x tenia un "sentido", en el sentido de finalidad, de tal modo que la presencia de x "tenía sentido" en alguna imagen antropocéntrica o teísta. Nosotros evitaremos estos errores atendiendo a la regla lingüística según la cual sólo los signos artificiales pueden significar: los hechos no pueden significar. (Sobre el concepto de significación cfr. Secc. 2.2.).

 

Una cuarta confusión se produce por la expresión ‘demostración de hechos', que no es infrecuente entre los científicos. Un hecho, come la hipnosis, por ejemplo, puede mostrarse, puede hacerse aparecer, y puede hacerse plausible una hipótesis sobre un hecho determinado; pero sólo los teoremas pueden demostrarse, esto es, argüirse concluyentemente. Si se pudieran demostrar en sentido literal los hechos, ellos serían verdaderos, y su ausencia sería falsa (o sea, serían falsos los correspondientes "hechos negativos"), lo cual sería una quinta confusión. Pero no hay hechos verdaderos, desde luego, sine sólo exposiciones de hechos, verdaderas o falsas. Si todo lo que significa la frase 'demostración de hechos' es su presentación, exhibición o despliegue, ¿por que no decirlo correctamente?

 

Otra, la quinta expresión confusa, es `hecho científico’. Esta locución significa corrientemente un hecho cuya ocurrencia se averigua, certifica o controla por medios científicos. En este sentido la hipnosis es un "hecho científico" y no lo es la telepatía. La expresión, aunque muy corriente, debe evitarse, porque los hechos son susceptibles de tratamiento científico, pero ellos por sí mismos no sólo no pueden ser científicos, sine que son analfabetos. Los hechos no son ni científicos ni acientíficos: simplemente son. Lo que puede ser científico o acientífico es el pensamiento, las ideas y procedimientos, no sus objetos.

 

Esto nos bastará como introducción lingüística al estudio de la fuente más elemental del conocimiento: la observación de hechos.

 

Observabilidad

 

La observación propiamente dicha puede caracterizarse como una per­cepción intencionada e ilustrada: intencionada o deliberada porque se hace con un objetivo determinado; ilustrada porque va guiada de algún modo por un cuerpo de conocimiento. El objeto de la observación es un hecho del mundo interno o externo del observador. En particular, el objeto externo puede consistir en una serie de señales en un papel: la lectura, que supone a la vez visión e interpretación, es efectivamente un caso típico de observación. Si el hecho ocurre en el observador, puede ser necesaria la introspección, porque un observador externo no consigue observar más que los actos de comportamiento que acompañan a un hecho interno. Pero ya sea interno o externo, el objeto tiene que ser perceptible para que podamos hablar de observación directa. Convendremos en usar el término `obser­vación' en un sentido estricto de observación directa. La "observación" de choques moleculares o de los sentimientos de otras personas es indi­recta: es una inferencia hipotética que se sirve de datos de observación y ,de hipótesis. En el mejor de los casos puede entenderse como una obser­vación indirecta.

No hay observación pura, es decir, observación sin objeto observado, del mismo modo que tampoco la hay sin observador, humano o no. Cuando alguien dice 'x está observando' quiere decir que hay al menos un objeto (actual o posible), y, que está siendo observado por x, o sea: "($ y) (x es un sujeto & y es un sistema concreto & x observa y)". Esto puede genera­lizarse a toda experiencia: la experiencia no es un objeto autosubsistente, sino una cierta transacción entre dos o más sistemas concretos, uno por lo menos de los cuales es el organismo que experimenta. La experiencia es siempre de alguien y de algo. Por eso los enunciados de experiencia son de la forma “x experiencia y”, y no simplemente “x experiencia”. Había que dejar establecido este punto elemental a causa de la doctrina que afirma que la física moderna no trata de objetos físicos, sino de experiencias puras.

La observación de un acaecimiento, como el paso de una muchacha o el clic de un contador Geiger, no es un percepto aislado y en bruto, sino un haz de sensaciones instantáneas, recuerdos y acaso expectativas de acaecimientos semejantes. Hábitos y creencias enlazan el percepto dado con recuerdos de la experiencia pasada y expectativas de acaecimientos futuros. Ningún percepto tiene lugar en el vacío: si así fuera seríamos incapaces de discriminar entre las observaciones, por no hablar ya de interpretarlas. A diferencia de la sensación en bruto, la observación es selectiva e interpretativa: es selectiva porque tiene una finalidad, porque es intencionada, y es interpretativa porque es ilustrada. Sentados tranqui­lamente ante la mesa de un café en una terraza soleada, recibimos una serie de impresiones que no nos preocupamos ni de ordenar ni de interpretar, porque no tenemos más intención que la de disfrutar de esas experiencias mismas. En cambio, si nos encontramos sentados ante el tablero de control de un microscopio electrónico, con la intención de estudiar la estructura de ciertas vesículas celulares, seleccionaremos precisa y exclusivamente los perceptos que supongamos relevantes para nuestro objetivo, y los integraremos en nuestro conocimiento especializado. (Nues­tro objetivo es, naturalmente, conseguir información relevante abundante y precisa. El acento recae en la relevancia: el exceso de detalle, si es irre­levante, puede resultar tan molesto en la ciencia como en la vida cotidiana. El naturalista aficionado registrará montones de hechos que despreciará el biólogo profesional en su trabajo de campo; en cambio, este último recogerá unas pocas observaciones esenciales que en gran parte habrán pasado inadvertidas al observador sin entrenamiento, por falta de un ob­jetivo determinado; pues ese objetivo no puede venir dado sino por un sistema conceptual.) Además, al mismo tiempo interpretaremos‑ lo que estamos viendo, o parte de ello: lo que parece al lego una mera mancha oscura puede ser una vesícula según la interpretación del especialista en morfología. Y claro que esa interpretación puede ser errada, es decir, que el resultado de nuestra observación puede ser falso. Pero, en cualquier caso, la interpretación es algo más que inevitable en la observación: es conveniente, porque .tenemos que interpretar lo que percibimos, si es que queremos hacer una selección de objetos perceptuales relevantes para nuestras ideas y nuestros objetivos. Si no tenemos ideas ni objetivos, no podremos registrar nada, o bien tendremos que registrar todo lo que cae dentro de nuestro horizonte perceptual: pero ambas cosas serán indife­rentes desde el punto de vista de la ciencia.

En la observación podemos distinguir el acto de su producto. Pero el producto de un acto de observación no es sino el último eslabón de un proceso complejo. Ese proceso puede analizarse en los siguientes pasos: (i) tomar conciencia del objeto, (ii) reconocer el objeto a grandes rasgos y (iii) describir el objeto. El primer estadio es la presentación del objeto, o sea, su percepción por el observador. Por ejemplo, un astrónomo ve una mancha de luz al dirigir el telescopio en una determinada dirección (con la expectativa de ver algo interesante). En general: El sujeto w tiene la percepción x de un objeto y en las circunstancias z. La naturaleza del objeto está aún por precisar. El segundo estadio es la interpretación preli­minar de lo que ha percibido el sujeto: así se determina a grandes rasgos la naturaleza del objeto percibido. Por ejemplo, el astrónomo interpreta la mancha luminosa que ha visto como una llama que surge de la corona solar (puede incluso sentirla como una amenaza, cosa que indudablemente es). En general: El sujeto w propone una interpretación v de la percep­ción x como causada por el objeto y en las circunstancias z. El objeto queda, pues, identificado en alguna medida. El tercer estadio es la descripción: toda proposición de la misma es un dato, y, por el momento, en bruto.

Por ejemplo, el astrónomo describe con un lenguaje más o menos técnico lo que ha visto e interpretado, o sea, lo que ha «leído» con la ayuda de su telescopio. Se abstiene de describir sus propias experiencias (salvo que tenga algo de poeta o loco) y enuncia lo que a su entender es una expo­sición objetiva de su observación. Al dar esa exposición excluirá sus senti­mientos y utilizará algunos términos técnicos, cada uno de los cuales designa un especial concepto teorético o empírico. En general: El su­jeto w construye la descripción (imagen, representación) u del objeto y, que causa la percepción x en w en las circunstancias x, y w construye u sobre la base de su interpretación preliminar v y con la ayuda del conoci­miento previo explícito t. Esta descripción final o conjunto de datos puede ser a su vez material en bruto para el astrónomo teórico, el cual suminis­trará una interpretación teorética de ese material en bruto, o sea, una interpretación más profunda y detallada que la dada por el observador; pop ejemplo, el teórico puede interpretar la llama solar como resultado de una reacción termonuclear.

El lego puede fallar en los tres estadios: puede no llegar ni a ver lo que perciben los entrenados ojos del especialista. Y, aunque vea el objeto, puede no reconocerlo, porque el reconocimiento o interpretación preliminar es la inserción de algo en un marco preexistente, y si le falta ese marco, el observador se encuentra en un callejón sin salida. Por último, aun reco­nociendo correctamente el objeto, el lego puede ser incapaz de describirlo cuidadosa y adecuadamente y, a fortiori, de proponer una interpretación teorética del mismo. A la inversa, el especialista puede leer" demasiado en lo que percibe. (Hasta Leonardo da Vine¡, el mejor observador de su época, pintaba no sólo lo que veía, sino también lo que había aprendido en los libros: por ejemplo, trazó el esquema de un segundo canal uretral por el cual debía pasar el alma al embrión durante la concepción.) Dicho brevemente: la observación científica es un modo refinado de aprehender el mundo perceptible y de poner a prueba nuestras ideas sobre el mismo: está influenciada por el conocimiento científico y, por tanto, puede ser indirecta igual que directa, y precisa o errada; pero, como sus resultados son públicos, puede controlarse y corregirse mediante el trabajo de un especialista calificado.

En el proceso de observación, antes de que sus resultados se recojan en algún informe, pueden reconocerse esencialmente cinco elementos: el objeto de la observación, el sujeto u observador (incluyendo, como es natural, sus percepciones), las circunstancias de la observación (o medio ambiente del objeto y el sujeto), los medios de observación (sentidos, ins­trumentos auxiliares y procedimientos), y el cuerpo de conocimiento en el cual se encuentran relacionados los anteriores elementos. Los medios de observación y el cuerpo de conocimiento relevante pueden agruparse bajo el nombre de instrumentos de observación (concretos y conceptuales), lo cual nos deja con cuatro elementos. (Son medios para el observador, pero no para el proyectista de instrumentos, ni para el teórico.) Los enunciados de observación tiene según eso la forma: w observa x bajo y con la ayu­da de z'.

Hasta el momento hemos considerado la observación actual; dilucidemos ahora el concepto de observabilidad. En una primera aproximación pode­mos estipular que un hecho es observable sólo si existen por lo menos un sujeto, un conjunto de circunstancias y un conjunto de instrumentos de observación, de tal modo que el hecho pueda aparecer al sujeto armado de esos instrumentos y bajo dichas circunstancias. Esta dilucidación de­pende del concepto psicológico de apariencia y es, por tanto, insatisfac­toria: deberíamos excluir la posibilidad de que los fantasmas se conside­raran observables por el mero hecho de que alguien declare de buena fe que se le han aparecido. O sea: deberíamos especificar qué es objetiva­mente observable. Se da un primer paso en esta dirección sustituyendo el observador humano por un instrumento físico de registro, como una má­quina fotográfica o un termómetro. Por eso estipularemos que x es obser­vable sólo si existe por lo menos un instrumento registrador x, un conjunto de circunstancias y y un conjunto de instrumentos de observación z, de tal modo que w pueda registrar x bajo y con la ayuda de z. Con eso no hemos eliminado el sujeto, sino más bien la posibilidad de algunas de las ilusiones perceptuales de éste; pero el sujeto no está eliminado, porque alguien tiene que hacer la interpretación de las señales recogidas por la registradora física. Esta última puede estar dotada de un procedimiento de cifrado y descifrado que le permita hacer ella misma la interpretación, pero tampoco eso eliminaría al observador de carne y hueso, que obraría al menos como proyectista o constructor del aparato. Las registradoras físicas, automáticas o no, no sustituyen al operador humano, aunque faci­litan su trabajo, y hacen que sus resultados sean públicos y estén menos sujetos a fluctuaciones imprevisibles e indeseables, con lo que son más precisos y de fiar. Pero todo lo que hemos hecho hasta el momento ha sido añadir al observador humano un expediente de control público. En cual­quier caso, la existencia del aparato de observación, de los instrumentos adicionales y de las circunstancias es necesaria para que el hecho en cues­tión sea observado: como no es suficiente, no garantiza que sea observado: por eso escribimos `x es observable sólo si...', y no a la inversa. (Es una condición física de la observabilidad de algún rasgo de un sistema con­creto el que éste entre en interacción con un instrumento de observación. Ahora bien, el sistema registrador puede no ser suficientemente sensible: dicho de otro modo, la interacción puede no ser lo suficientemente fuerte para superar el umbral peculiar al aparato, por encima del cual éste res­ponde al estímulo. En este caso el objeto será inobservable con los instru­mentos en cuestión, y se presentará el problema técnico de proyectar y construir un aparato más sensible.)

Acabamos de insistir en el carácter público o intersubjetivo de los resultados de la observación científica, condición necesaria para que sea objetiva la ciencia. (Pero no condición suficiente, sin embargo: se sabe que han ocurrido ilusiones perceptivas colectivas y, cosa más común, errores unánimes debidos al uso de teorías erróneas. En cualquier caso, la inter­subjetividad no coincide con la objetividad, pero es una condición de ésta.) El carácter público de la observación científica se expresa frecuentemente en forma de regla: una regla que afirma que los resultados de la obser­vación tienen que ser reproducibles por otros especialistas en condiciones análogas. Pero esa regla es demasiado exigente, porque excluye todos los hechos no repetitivos. La explosión de una estrella nova, la erupción de un volcán, un acaecimiento político o una crisis emotiva pueden no ser reproducibles a voluntad y, consiguientemente, su observación puede ser irreproducible. Por tanto, todo lo que debemos exigir es que observa­dores calificados tienen que poder obtener resultados observacionales de la misma clase (por ejemplo, erupciones volcánicas) y que, de no ser ello así, los resultados iniciales deben mantenerse en suspenso. La duplicación o repetición exacta es deseable, pero no siempre posible. Y en cualquier caso tampoco es la garantía absoluta de la objetividad: observadores inde­pendientes pueden obtener las mismas observaciones erróneas por el hecho de emplear el mismo equipo inadecuado o las mismas falsas hipótesis. No hay garantías. de la observación precisa: lo más que podemos hacer es multiplicar los controles, o sea, los procedimientos empíricos y teoréticos de detección y corrección de errores de observación.

¿Cómo se relacionan la observación y la existencia física (realidad)? Se han propuesto ‑o podrían proponerse‑ unas cuantas doctrinas, que, resumidamente, son:

Doctrina 1. La observabilidad es necesaria para la existencia física, o sea, si una cosa existe, es observable, o, lo que es lo mismo: si algo es inobservable, entonces no existe. Esta doctrina es demasiado estrecha y constrictiva, porque anula la existencia de lo que no hemos sido capaces de concebir como observable. Y, en último término, la observabilidad no es una propiedad intrínseca de las cosas, sino una compleja propiedad rela­cional que incluye nuestro equipo cognoscitivo, el cual está sin duda condicionado históricamente.

Doctrina 2. La existencia física es necesaria para la observabilidad, o sea, si algo es observable, entonces existe; o lo que es lo mismo: si algo es inexistente, entonces es inobservable. Esta doctrina es demasiado amplia, porque admite la existencia de todo lo que pueda concebirse como obser­vable. Basta un poco de imaginación para construir instrumentos y condi­ciones en las cuales resultaría observable la cosa más fantasmagórica.

Doctrina 3. La existencia física es necesaria y suficiente para la obser­vabilidad, o sea, una cosa es observable si y sólo si existe. Esta doctrina es falsa, porque es la afirmación conjunta de las doctrinas 1 y 2, cada una de las cuales, como hemos visto, es falsa.

Doctrina 4. La observación actual es necesaria para la existencia física, o sea, si una cosa existe, entonces es actualmente observada. Esta doctrina es aún más rigurosa que la doctrina 1, y hay que rechazarla a fortiori.

Doctrina 5. La existencia física es necesaria para la observación actual, o sea, si algo es observado, entonces existe. Si se toma literalmente, esta doctrina admite y sanciona la inferencia de la existencia física a partir de la observación, sin dar lugar a la posibilidad de la observación errónea. Todo lo que puede inferirse de la observación actual de x es la plausibi­lidad de la hipótesis de que x existe efectivamente: partiendo de informes favorables de observación '`concluimos" una proposición sobre el valor veritativo de otra proposición que tiene el rango de hipótesis si x resulta no ser directamente observable. Pero todo esto puede recogerse sin mo­dificar el núcleo de la doctrina 5, sino considerando simplemente como rectificables tanto los informes de observación cuanto los supuestos de exis­tencia. Adoptaremos entonces la siguiente versión de la doctrina 5 sobre la relación entre la observación y la realidad:

Doctrina 6. Si una cosa se observa efectivamente con la ayuda de ins­trumentos empíricos y conceptuales adecuados, entonces puede adelantarse provisionalmente la hipótesis de su existencia física. Si alguien piensa que esta doctrina es excesivamente cauta, le recordaremos que de hecho se han observado muchas veces demonios, fantasmas, platillos volantes, etc., lo cual no ha bastado para confirmar la hipótesis de que existan. Podemos llamar a estos casos percepciones insanas, o inferencias erróneas a partir de percepciones sanas, como queramos: pero en todo caso fueron obser­vaciones. Y en vez de resistirnos a concederles ese nombre, debemos re­cordar que la observación, y en especial la científica, está muy lejos de ser una relación puramente física entre dos sistemas, el objeto y el sistema observador: la observación es un proceso en el cual desempeñan un papel decisivo los hábitos, las expectativas, las habilidades prácticas y el cono­cimiento científico de que disponga el observador, si no durante el registro efectivo de las impresiones, que puede automatizarse, sí durante el planea­miento de la observación y durante la interpretación de su producto. Ade­más, los informes de observación no se aceptan, por así decirlo, a tenor de su valor facial, sino que se comparan con otros informes de la misma clase y se analizan a la luz de teorías para ver si son posibles. Como dijimos antes, la observación científica es percepción intencionada e ilustrada, es una operación selectiva e interpretativa en la cual las ideas tienen al menos tanto peso como las impresiones sensibles: eso es precisamente lo que hace que la observación científica sea relevante para el conocimiento conceptual y que, al mismo tiempo, constituya una fuente de error. La compensación es que los errores de observación pueden en principio detectarse, que no son la roca sólida sobre la cual se construye el conocimiento científico, sino un componente cambiante del mismo: la observación científica es tan falible y tan rectificable o corregible como la teoría científica, con la cual, por lo demás, está en constante interacción.

El papel de las ideas en la observación es especialmente manifiesto en el caso de los objetos indirectamente observables, o sea, en el caso de infe­rencia desde el síntoma a la causa por medio de hipótesis. La rotación de un anemómetro informa acerca de la velocidad del viento, que es en sí misma inobservable; el clic de un contador informa acerca del paso de un rayo cósmico; la anomalía del movimiento de un astro informa acerca de la posible existencia de planetas que estén perturbando su trayectoria; el rubor informa acerca de la presencia de emociones de cierto tipo; etcétera.

En todos esos casos, en cada uno de ellos, un acaecimiento o propiedad física se considera como síntoma o signo natural de otro objeto, el cual está oculto a la percepción directa. El hallar indicios u objetificadores de cosas ocultas, de propiedades o acaecimientos ocultos, es una importante tarea de la ciencia, una tarea anterior sistemáticamente a la observación, la cual, a su vez, somete a prueba la conjetura de que esos objetos directa­mente observables son en realidad manifestaciones de otros. Puede decirse que una propiedad observable es un índice fiable de otra propiedad sólo si existe una relación determinada y constante entre ambas, de tal modo que todo cambio observable de la primera pueda interpretarse como, o atribuirse a, un cambio determinado de la segunda. La propiedad cuya existencia o cuyo valor se infieren de este modo se llama propiedad indirec­tamente observable. La observación indirecta no es, pues, posible sino a través y por medio de la teoría. Cuanto más precisa sea la teoría, tanto más precisa será esa inferencia. Ésta es una de las razones que hacen estimar altamente las teorías matemáticas, pues en este caso las relaciones toman formas muy precisas. (En la sección siguiente se habla más de esto.)

La dependencia de la observabilidad respecto de la teoría suscita cues­tiones de interés. He aquí una de ellas: ¿Con qué certeza podemos con­cluir que una determinada propiedad transempírica es observable o inob­servable en principio? Si se declara observable a una propiedad ‑quiere decirse: indirectamente observable‑ y fracasan los esfuerzos hechos por observarla, es posible que la situación permita aprender algo. En cambio, si se la declara inobservable por principio, se habrán reprimido por anti­cipado líneas enteras de investigación. Por ejemplo, hasta hace pocos años se enseñaba que los átomos serían siempre invisibles, pese al rendimiento de los microscopios electrónicos más potentes. Afortunadamente, E. W. Müller (1951) puso en duda esa afirmación y, manejando un microscopio fónico a baja temperatura, obtuvo fotografías de átomos singulares; con­siguió incluso ver desprenderse un átomo tras otro del retículo cristalino. Se trata, ciertamente, de observación indirecta, pero así es la mayor parte de la observación científica.

En la anterior discusión hemos aceptado como base la llamada teoría causal de la percepción. Según ella nuestras percepciones no son nunca espontáneas ni casuales sino que están producidas según leyes por objetos extraperceptuales, situados dentro o fuera de nuestro cuerpo. Consideramos que esta hipótesis está satisfactoriamente corroborada por la psicología, aunque hay que dejar hueco a un pequeño componente casual ("mido"), sobre todo porque hoy sabemos que ese componente afecta incluso al aparato registrador más perfecto. La teoría causal de la percepción pre­supone a su vez la hipótesis filosófica (ontológica) de que hay hechos obje­tivos, de que estos hechos son ontológicamente previos a los hechos expe­rienciales, y de que todo fenómeno es un hecho que aparece a un sujeto. Según eso, los fenómenos son lo primario por lo que hace al conocimiento, pero no ontológicamente: tenemos que partir de los fenómenos y las ideas si deseamos saber algo acerca del mundo externo, pero la realidad es autosuficiente y es el objeto de nuestra investigación. Consideramos que esta tesis está a la vez presupuesta y corroborada por la investigación cien­tífica. Baste con mencionar dos apoyos científicos de la hipótesis de la primacía del hecho objetivo sobre el fenómeno. Primero: una de las enseñanzas epistemológicas de la teoría de la relatividad es que las leyes de los hechos son absolutas (o sea, independientes de todo marco de referencia, y particularmente de todo observador), mientras que los hechos observables (fenómenos) son relativos al marco de referencia adoptado en cada caso. (Cfr. Secc. 6.5.) Segundo: nunca buscamos leyes de los fenómenos, porque no hay tales leyes: la apariencia no tiene estructura; el flujo de la expe­riencia constituye una serie temporal al azar; por tanto, los esquemas o estructuras se buscan y encuentran más allá de la apariencia, en una rea­lidad que se supone allí, pero tiene que afirmarse por hipótesis, puesto que no puede percibirse directamente. Dicho de otro modo: la ciencia misma ha destronado los fenómenos e instalado en su lugar los hechos objetivos, generalmente imperceptibles, y sus estructuras invisibles. Los fenómenos son ontológicamente derivados, por muy primarios que sean epistemológicamente como suministradores de los problemas y de la evi­dencia. La observación es, pues, una puerta grande hacia el hecho y la ley, los objetos de la investigación científica. Por eso el concepto de observación no puede considerarse como un concepto primitivo a base del cual deba dilucidarse todo lo demás: por el contrario, la observación debe analizarse como proceso complejo que tiene lugar en todos los niveles atravesados por el hombre.

Nuestra tarea inmediata será el análisis algo más detallado de la obser­vación indirecta.

 

Datos y Evidencia

 

Las ideas que expresan el resultado de una fase de observaciones son un conjunto de datos. Un dato es una proposición singular o existencial como, por ejemplo, "Se inyectó a la rata # 13 1 mg de nicotina el primer día. Supongamos que ponemos la rata # 13 bajo observación y que descubrimos que ha desarrollado un cáncer de pulmón. Podemos entonces formular el siguiente informe de observación: "La rata # 13 desarrolló un cáncer de pulmón unos 20 días después de administrársele una dosis de 1 mg de nicotina". Llamaremos también a eso dato, aunque no se ha derivado de la observación directa: esa proposición ha requerido, en efecto, la previa disección del animal y un análisis microscópico de sus tejidas pulmonares. El cáncer de pulmón puede haberse conjeturado a partir de ciertos síntomas perceptibles, pero esa hipótesis se contrastó en cualquier caso luego con la ayuda del microscopio y de un cuerpo de conocimiento relativo a las células cancerosas. Incluso el dato inicial sobre la inyección de nicotina suponía ya algún conocimiento que rebasaba la experiencia inmediata: el experimentador no decía que hubiera inyectado una porción del contenido de una ampolla con la etiqueta `Nicotina', sino que cargaba con el riesgo de suponer que la etiqueta estaba correctamente puesta, supuesto que habría podido refutarse por un análisis químico. Si el experimentador hubiera escrito: `Llené una jeringuilla con una solución de algo que parecía nicotina, luego cogí lo que me pareció ser la. rata # 13 y le hundí lo que me pareció ser la aguja', habría retratado un fragmento de su flujo privado experiencial; pero entonces nadie -salvo, acaso, su psiquiatra- se habría interesado por su informe, el cual sin duda habría sido un dato, pero desde luego no un dato científico.

 

Hay varias razones para no considerar datos científicos los informes sobre la experiencia privada. Primero, porque se supone que el experimentador informa acerca de hechos objetivos (referencia objetiva). Segundo, porque sus experiencias personales son irrelevantes para esos hechos objetivos. (Pueden ser de interés para la psicología en la medida en que puedan relacionarse con y controlarse par hechos objetivos del comportamiento o de acaecimientos fisiológicos.) Tercero, porque se supone que sus informes han de ser controlables por sus colegas (publicidad, control público), mientras que sus experiencias personales no son fáciles de poner a- prueba. Cuarto, porque se supone que los datos del científico van cargados de interpretación (cfr. Secc. 12.2) y hasta que están formulados, en parte al menos, en un lenguaje teorético (cfr. Secc. 8.4). Si no se exigiera de los datos científicos una referencia objetiva, un control público y un mínimo de interpretación a base de teorías aceptadas, podrían inventarse arbitrariamente y serían irrelevantes para las ideas que se supone sostienen o arruinan. Consiguientemente, los llamados datos sensibles no son datos científicos. Las percepciones puras (si es que eso existe) no son los sillares de la ciencia, sino un problema propiamente psicológico: la ciencia -con la psicología incluida- empieza con las interrogaciones del especialista y con la formulación de conjeturas, no por la sensibilidad. Dicho con pocas palabras: la ciencia se interesa por datos impersonales que se refieren a hechas objetivos (aunque acaso hipotéticos) y, además, por mayor exigencia, sólo par aquellos que puedan "tener sentido" en algún cuerpo de conocimiento; lo que quiere decir, aún más condensadamente, que la ciencia sólo se interesa por datos sistematizables.

 

Otra peculiaridad de los datos científicos es que, pese a la etimología de la palabra `dató, no son nada dado, sino que hay que producirlos, y muchas veces laboriosamente. Los objetos físicos de cierta clase -los cuerpos perceptibles y algunos de sus cambios- se nos dan como tales, esto es, como objetos físicos. Así, por ejemplo, son perceptibles las ondas sonoras de determinadas características, pero no se perciben como ondas: la naturaleza ondulatoria del sonido es una hipótesis y, por tanto, los datos referentes a longitud y amplitud de una onda sonora no expresan hechos de experiencia (fenómenos). Como objetos de conocimiento, los objetos físicos se reconstruyen como resultado del trabajo humano y sobre la base de (i) su apariencia, (ii) su manipulación por nosotros y (iii) nuestra invención y subsiguiente contrastación de modelos de los mismos. (El fenomenismo ha subrayado el primer aspecto; el pragmatismo ha exagerado el segundo, y el idealismo la primera parte del tercero: cada una de esas filosofías se ha limitado a ver una parte de la entera verdad.) Los objetos del conocimiento no se sitúan gratuitamente y ya confeccionados en nuestros sentidos o en nuestra inteligencia, sino que son productos constructivos de unos y otra, y los datos son a la vez el resultado y el material en bruto de esa construcción.

 

Con eso no queremos negar la existencia de hechos objetivos. Los hechos -al menos la mayoría de ellos- existen por sí mismos. Pero para apresarlos, para convertirlos en objetos del conocimiento, el científico puede verse obligado a usar medios muy retorcidos, todos los cuales suponen el uso de ideas a cuyo respecto no puede (o no debería) estar completamente seguro. Consideremos al físico que desea estudiar el comportamiento de los electrones en un metal, o al historiador que se propone reconstruir el comportamiento de los sumerios. Ninguno de esos hechos, esquemas o estructuras, es accesible a los sentidos: todo lo que hay es un conjunto de datos (información física, documentos históricos) que, si se sitúan sobre el fondo del conocimiento especializado, pueden sugerir (psicológica, no lógicamente) ciertas hipótesis que es necesario contrastar buscando más datos. Estos otros datos, una vez producidos ("recogidos"), serán evidencia en favor o en contra de la hipótesis en cuestión. (Obsérvese que el método del físico es el mismo del historiador; difieren sólo por la especial técnica usada por cada uno para producir datos y por la potencia de sus modelos teoréticos.)

 

Los empiristas, como Bacon y Comte, y los intuicionistas, como Bergson y Husserl, han postulado la recolección de datos sin previa formulación de hipótesis o supuestos: de este modo se recogerían datos "puros" y "duros", sobre los cuales no habrían desteñido las ideas y que, por esa razón, serían de completa garantía. Pero el hecho es que . nadie se pone a buscar nada -datos, en este caso- sin tener presente un abanico de posibilidades sobre las propiedades de lo que está buscando. Hasta los animales subhumanos buscan en base a un trasfondo de expectativas. Si no fuera así, (i) no se reconocería la cosa buscada al encontrarla (lo que quiere decir que no se encontraría nunca), y (ii) no sabríamos cómo practicar esa operación de búsqueda. Cuanto más ignora uno el aspecto del objeto buscado, tanto más tiene que ejercitar la imaginación; y cuanto más sabe uno acerca de dicho objeto, de tantas más hipótesis dispone en principio para orientar la búsqueda. Tomemos como ejemplo la búsqueda radioastronómica de señales de posibles civilizaciones extraterrestres: nadie habría sabido lo que había que buscar si no se hubieran formulado supuestos determinados respecto de seres extraterrestres inteligentes, capaces de comunicarse en todo caso mediante señales de radio (primera consecuencia para la búsqueda: usar radiotelescopios; respecto del hecho de que esos seres pueden estar en 

gravitación alrededor de cualquier estrella (segunda consecuencia: registrar todo el cielo), etcétera. Es claro que esos supuestos pueden ser falsos; pero si no se formularan, no tendríamos ni esperanza de producir alguna vez evidencia empírica respecto de seres racionales extraterrestres.

 

Toda evidencia es un dato, pero no todo dato es una evidencia. El carácter evidencial de un dato no es una propiedad intrínseca suya. Son evidencias los datos que son relevantes para alguna idea. Por ejemplo: la teoría atómica nos lleva a sospechar que las partículas cargadas que atraviesan una placa fotográfica pueden dejar una huella en ella. Si efectivamente hallamos tales trazas en el examen microscópico, las interpretamos como efectos producidos por partículas cargadas, y así obtenemos evidencia de una nueva clase en favor de la teoría atómica. Esta teoría predice, pues, su propia evidencia, una evidencia, incluso, que no puede dar apoyo a las teorías de la materia como continuo. Análogamente se interpreta un fósil como resto de un organismo extinguido y, por añadidura, como resto de un organismo extinguido perteneciente con probabilidad a una especie extinguida: esta interpretación se hace a base de la teoría de la evolución. A su vez, consideramos todo hallazgo de fósiles como relevante para la teoría de la evolución. Admitimos que un dato constituye una evidencia en favor de una teoría y atribuimos entonces credibilidad a ésta porque ella explica o hasta predice esa evidencia. (Sin duda esa situación constituye un círculo: convalidamos el dato por la teoría y la teoría por el dato, lo cual es como si un acusado designara él mismo a su juez. La confirmación empírica es circular (cfr. segundo problema 8.4.10), razón por la cual no tiene valor por sí misma. Cuando una teoría no se confirma más que por la clase de evidencia que ella misma sugiere, esa confirmación carece de valor. Para tener algún peso, la confirmación empírica tiene que complementarse con la satisfacción de otras condiciones más, principalmente la continua incompatibilidad de la teoría con el cuerpo o torso de la ciencia. Es perfectamente posible idear un montón de teorías acerca de los fantasmas y confirmarlas empíricamente con declaraciones de psicóticos, charlatanes y hasta científicos jubilados: pero es imposible hacer cuadrar esas teorías con el resto de la ciencia.)

 

"Evidencia" es, pues, un concepto complejo: tiene que ponerse en relación con las particulares hipótesis para las cuales es relevante, y con el trasfondo de conocimiento -que esa menudo un conjunto de fragmentos de teorías- T en base al cual sostenemos que el dato es una evidencia relevante para la hipótesis. Por tanto, la expresión `El dato e es una evidencia relevante para la hipótesis h' es una expresión incompleta. Debería sustituirse por esta otra: `En base a la teoría -o fondo de conocimiento T, el dato e es una evidencia relevante para la hipótesis h'. El concepto de evidencia tiene, pues, la estructura de una relación triádica o ternaria. Dicho de otro modo: toda evidencia es relativa a alguna hipótesis en virtud de un cuerpo de conocimiento teorético: ninguna evidencia es absoluta y ninguna evidencia es anterior a toda teoría. Por ejemplo: la desviación observada de una aguja magnética en la proximidad de un circuito eléctrico (dato e) favorece la hipótesis h1 de que la electricidad está fluyendo por el circuito, pero lo hace en base a la teoría TI según la cual las corrientes eléctricas producen campos magnéticos que entran a su vez en interacción con los campos de las agujas magnéticas. Pero ese mismo dato e favorece como evidencia la hipótesis, rival de la anterior, h2, que dijera que se ha colocado cerca algún gran imán, y ese apoyo se basaría en la teoría T2 que enseña que los imanes pueden entrar en interacción unos con otros. (Cfr. fig. 12.3.)

 

 

El dato en cuestión es, pues, ambiguo, y sólo mediante una comprobación independiente de hl y h2 -o sea, mediante una contrastación independiente de e- podremos llegar a una decisión entre las dos hipótesis rivales, al menos de un modo que nos satisfaga provisionalmente. O sea: hará falta nueva evidencia para estimar la anterior. Ningún dato, pues, es por sí mismo una evidencia, sino que puede convertirse en una evidencia una vez interpretado con la ayuda de alguna teoría, y con la misma facilidad puede ser destronado de su status, arrastrado por el hundimiento de la teoría misma.

 

Antes de llevar a cabo una observación con la finalidad de producir cuiden«a, hay que decir qué clase de datos se considerarán como evidencias. De no hacerlo así se abrirá camino a intentos deshonestos de salvar teorías ineptas, así como observaciones y controversias estériles. Por ejemplo: un psicólogo científico no aceptará, como evidencia en favor de una teoría, informes puramente introspectivos que son, naturalmente, incontrolables, como no sea para formular preguntas e inventar hipótesis que puedan luego contrastarse por medio de datos objetivos. Adoptemos, pues, la siguiente Regla: La clase de datos que deben contar como evidencia tiene que precisarse por anticipado, antes de la observación y sobre la base de la teoría. No hace falta decir que tanto los datos cuanto la teoría tienen que ser científicos para que la evidencia sea aceptable. Por esta razón los datos que se presentan como evidencia en favor de la hipótesis del conocimiento profético son inaceptables: ni los datos son científicos (de acuerdo con los criterios sentados al principio de esta sección) ni es científica la hipótesis (de acuerdo con los requisitos establecidos en la Secc. 5.7). Siempre que un científico obtiene datos que parecen incompatibles con una teoría bien corroborada intenta reproducir esos datos, en vez de anular alegremente datos o teoría. Si resulta imposible reproducir los datos, entonces el científico, los dará de lado, por sospechosos de error sistemático. Y en cualquier caso, se repitan los datos o no, el científico intentará explicar la anomalía -legalizarla- aplicándole hipótesis o teorías, o construyendo las necesarias, que puedan contrastarse independientemente, o sea, que pueden compararse con datos distintos de los anómalos. Una de las dificultades de los supuestos datos anómalos de los parapsicólogos es que éstos m disponen de teoría alguna para explicarlos: por eso los parapsicólogos no saben cómo sistematizar esos datos ni qué valor tienen. Los datos de la parapsicología no son datos empíricos, y menos aún evidencias, porque no hay en la parapsicología nada preciso para someter a contrastación, ninguna plena hipótesis o teoría. Y cuando no hay teoría, no puede haber evidencia relevante para ella.

 

¿Existen datos últimos, esto es, proposiciones singulares o existenciales que no necesiten apoyo empírico ni teorético? Algunas escuelas filosóficas, señaladamente el fenomenismo y el intuicionismo, han afirmado que ciertos enunciados factuales se sostienen por sí mismos, ya porque son expresión directa de datos sensibles (supuestamente irrectificables), ya porque son autoevidentes (evidentemente verdaderos). Así se dice, por ejemplo, que un enunciado de observación como `Esto es verde' es un dato último de dicha especie: sería según ese punto de vista una proposición singular auto-suficiente (sin necesidad de ningún trasfondo de conocimiento) y definitivo (irrectificable, incorregible). Pero la psicología enseña que la percepción del color se aprende y puede ser falsa. Tampoco salen mejor librados los informes acerca de la experiencia interna: no son más ciertos que los informes acerca de hechos objetivos, sino menos interesantes y menos fáciles de contrastar; por tanto, menos sujetos a contrastaciones efectivas. Supongamos que alguien sostiene que ha tenido una experiencia insólita. Otro observador intenta repetir la observación y no consigue confirmar el primer informe. Este segundo observador puede preguntarse si d primero tuvo realmente esa experiencia, o si realmente interpretó bien lo que experimentaba. Incluso puede intentar una refutación del primer informe por razones teoréticas, mostrando que es incompatible con el mejor conocimiento establecido. El primer observador puede seguir sosteniendo que su experiencia fue interna, e incluso que el conocimiento disponible es irrelevante para ella. En este caso será imposible refutar su afirmación por el momento. Y, cosa aún peor, esa afirmación irrefutable se archivará y olvidará en la práctica, porque no sirve a ninguna finalidad científica. Para ser científicos, los datos no tienen que ser irrefutables, sino contrastables, y pueden dejarse en el aire si no los justifica ninguna teoría. En conclusión: la ciencia no conoce datos últimos; no hay sino datos que, en un determinado estadio de la investigación, no se analizan ni controlan ulteriormente y se usan como evidencia relevante para ciertas hipótesis y teorías. En un estadio posterior egos mismos datos pueden someterse a examen crítico. Muchas evidencias son prácticamente concluyentes por la simple razón de que en algún momento tenemos que tomar decisiones; pero esas decisiones no son arbitrarias, y ninguna evidencia es nunca concluyente y final en sentido teorético. Los datos científicos no son más duros ni más permanentes que las hipótesis y las teorías con cuya ayuda se producen, ni que las ideas que ellos sostienen o refutan. Decretar que datos de un determinado tipo son datos últimos sería lo mismo que imponer un dogma peligroso: un dogma que, desde luego, va en contra de la práctica científica.

 

De hecho, lejos de aceptarse por su valor facial o declarado, los informes de observación se criban con un cedazo teorético. En primer lugar, se examinan críticamente en busca de errores de observación. Hay normas de observación que toda disciplina establece con la ayuda de teorías sustantivas, y hay normas de corrección de datos observacionales, las cuales se establecen con teorías sustantivas y, a la vez, con la ayuda de la teoría general de los errores de observación (la cual es una teoría metodológica. que se incluye en la estadística matemática). En segundo lugar, los datos se universalizan o norman según criterios o standards generales. Así, por ejemplo, las mediciones de longitud se "reducen" a la temperatura y la presión normales o convencionales, para eliminar' las contingentes condiciones locales. Un dato como "La línea roja más brillante del espectro del cadmio medida en Austin, Texas, por el profesor Doe mientras se asesinaba al presidente Kennedy tenía tantos o cuantos angstroms de longitud" es sin duda precisa, pero, por un lado, contiene información redundante y, por otro, no menciona los valores de la temperatura y la presión. El dato en bruto puede contener cualquier información, pero el dato refinado no tiene que comunicar más que información relevante y de uso universal; esto se consigue podando el dato en bruto y refiriéndolo a una condición normal (convencional), como 15°C y 76 cm de mercurio. Por lo demás, no se trata de maximizar la información empírica, sino de optimizar la precisión y la relevancia de la información universal, de la información que puede ser conseguida por toda persona competente en el correspondiente campo, y también mejorada o corregida. En tercer lugar, siempre que se buscan datos como promedios o dispersiones en torno de promedios -como es el caso en la medición cuantitativa- los datos en bruto tienen que someterse a reducción: la información final es en realidad una construción a partir de los datos en bruto.

 

Siempre se pierde alguna información en el proceso de examen crítico, normalización y reducción de los datos en bruto. Consiguientemente, dado un conjunto de datos refinados -o sea, de datos elaborados ya a través de un examen crítico, una universalización y una reducción-, no puede recuperase el conjunto inicial de datos en bruto, que era mucho más considerable: el refinamiento de datos es un proceso irreversible. Es difícil que nadie lamente esa pérdida de información en bruto, porque los datos son medios y no fines: lo que nos interesa es la sistematización de datos para descubrir en ellos estructuras, y esto no puede hacerse sin eliminar el «ruido» por el proceso de poda que acabamos de describir (cfr. Figura 12.4).

 

 

La sistematización de los datos refinados puede hacerse de diversos modos, según la naturaleza de los datos y la finalidad perseguida. Los datos pueden disponerse en gráficos (diagramas, etc.), histogramas (distribuciones), etc. Ninguna de esa técnicas de sistematización sustituirá, desde luego, la teoría: los conjuntos ordenados de datos refinados no son ni más ni menos que alimento para el planteamiento de problemas, la teorización o la estimación de hipótesis y teorías. Pero la función de los datos en el conjunto de la investigación merece una sección propia.

 

Funciones

 

La mayoría de los constructores de sistemas metafísicos, desde Platón y Aristóteles, pasando por Descartes y Leibniz, hasta Hegel y Hartmann, han pretendido que tenían un conocimiento a priori de la realidad, o sea, que poseían un conocimiento factual independiente de la experiencia controlada. Esos autores dejaron siempre a la ciencia la pesada tarea de averiguar los detalles de ese conocimiento, pero sostenían, sin prueba alguna, que la esencia del mismo era asequible mediante una especial intuición (intuicionismo) o por la mera razón (racionalismo), y, en cualquier caso, sin la ayuda de la extrospección y el experimento. Esos sistemas han fracasado de un modo definitivo: no se trata sólo de que no aportaran verdad factual sino, además, de que, por su mal planteamiento de los problemas, los métodos y los objetivos, no podían nunca colocarse en el lugar de la ciencia, que es teórica y empírica siempre y a la vez.

 

El fracaso del apriorismo ha sido siempre un estímulo para el aposteriorismo, o sea para la gnoseología empirista según la cual la sola experiencia y, en particular, la experiencia orientada por fines y controlada, puede suministrar conocimiento factual. Los filósofos empiristas del pasado se han esforzado eficazmente por difundir la idea de que la recolección y la sistematización de datos son fines en sí mismos. Pero hemos visto en varios lugares que ésa es una imagen de la protociencia, no de la ciencia, de tal modo que el puro aposteriorismo es una filosofía de la ciencia tan falsa como el puro apriorismo.

 

*El aposteriorismo se expresa a veces diciendo que, en última instancia, el conocimiento factual se condensa en descripciones de estado, cada una de las cuales es un conjunto de proposiciones singulares que describen, agotándolo, el estado de una parte finita del cosmos, o, más bien, del universo de la experiencia. El examen de un ejemplo nos mostrará la dimensión precisa de esa idea. Imaginemos un universo que consista simplemente en tres cosas sin estructuras que puedan disponerse linealmente en un espacio no métrico, de tal modo que lo único interesante sean sus posiciones respectivas. Hay 1.2.3.= 3! = 6 modos en los cuales disponer los constituyentes de nuestro microuniverso. Cada uno de esos estados posibles de nuestro universo imaginario puede describirse por un enunciado del tipo "La cosa 1 está en n, la cosa 2 en p, la cosa 3 en q". A su vez, cada una de esas descripciones de estados posibles de nuestro microuniverso se compone de tres proposiciones. Si adoptamos números para identificar posiciones, podemos escribir esquemáticamente esas proposiciones atómicas en la forma “La cosa m está en n", siendo m y n números (ordinales). Aún más brevemente: hagamos que ‘Pmn' designe el enunciado "La cosa m está en n". Con esta notación, el estado 231 podría describirse mediante la conjunción "P21 & P32 & P13". Hay en total 32 = 9 proposiciones de esa clase. Para N objetos diferentes habrá N2 proposiciones atómicas por medio de las cuales pueden formarse 1.2.3..., = N = N! proposiciones complejas, cada una de las cuales describa un estado. Estas N2 proposiciones atómicas pueden disponerse en una tabla cuadrada o matriz que recoja todos los elementos informativos posibles respecto del universo ficticio, la matriz [Pmn], tabla a la que puede darse el pomposo nombre de matriz de estado universal.

 

Pero, todo eso carece de interés práctico y teorético. Carece de interés práctico porque la tarea de llevar a cabo una descripción total de alguna parte del mundo no tiene perspectiva alguna. Baste con recordar que sólo para 10 cosas simples (sin estructura) que puedan disponerse linealmente el número de estados posibles es 10! = 3.628.800. Además, es imposible obtener un elemento de interés en una descripción de estado actual o posible sin contar con algunas teorías, porque la mayoría de los hechos no son

 

observables más que indirectamente (cfr. Seccs. 12.2 y 12.3). Si el objeto de interés resulta ser atómico o subatómico, entonces el valor de la observación (indirecta) es incluso menor, porque no hay masa de información empírica que baste para determinar unívocamente el estado de tal sistema: de hecho, no hay más que una relación de probabilidad entre cualquier estado y cualquier conjunto dado de valores (indirectamente) observables de las micropropiedades (por ejemplo, el momento) del sistema. A la inversa, si se "conoce" el estado de un sistema (o sea, si ese estado se toma como supuesto), y se "observa" efectivamente varias veces cualquier propiedad P del sistema, entonces todo lo que podemos inferir es (i) que cualquier,elemento de un determinado conjunto infinito de valores de P puede presentarse como dato, y (ii) cualquiera de esos valores se presentará con una determinada probabilidad que, si el supuesto es verdadero, no discrepará mucho de la frecuencia fáctica observada. Dicho brevemente: en el paso de los sistemas atómicos no hay conjunto de observaciones que baste para determinar unívocamente una descripción de estado, descripciones que se formulan (en este caso) en lenguaje teorético, no empírico. Baste eso sobre la imposibilidad de conseguir un inventario total del universo. Por lo que hace a la falta de interés teorético de la empresa, ella se manifiesta claramente en cuanto se considera que ni siquiera de una matriz de estado completa podría inferirse nada, pues una tal matriz tampoco pasaría de ser un compendio de informaciones laxas y sueltas. La ciencia aspira a leyes y a sistemas de leyes (teorías), no a colecciones de piezas de información sueltas. (Un conjunto de relaciones entre los varios elementos, Pmn, de la matriz de estado universal, o un conjunto de enunciados sobre su evolución en el tiempo, constituirían una teoría: pero ésa es precisamente la fiera que quería evitar el empirismo con su planteamiento mediante descripciones de estado.) La insistencia en las descripciones de estado no es más que un resto del estadio preteorético de la ciencia, de cuando el objetivo de la investigación parecía ser la acumulación de observaciones que no resolvían problemas ni se explicaban por teorías. Esa filosofía de tendero ha quedado repasada hasta en la ciencia de las decisiones y el comportamiento, en la que ya se construyen hoy teorías matemáticas.

 

Podemos llamar datismo a la creencia en que toda pieza de conocimiento científico es un conjunto de datos. El datismo se parece al dadaísmo, la doctrina según la cual las teorías tienen que ser las sistematizaciones más sencillas (más económicas) de los datos: si no hay más conocimiento que el empírico y éste consiste en un conjunto de datos, entonces es absurdo organizar esos datos de modo complejo. El datismo y el dadaísmo son el núcleo del empirismo estricto, filosofía incongruentemente profesada por numerosos teóricos y subyacente a muchos planes de investigación. Esa filosofía anima a la ciega acumulación de información superficial, lo cual no lleva a ninguna parte porque no arranca de ningún fecundo punto de partida y, además, se produce en un vacío de ideas. Esta clase de laborioso tanteo en las tinieblas queda ejemplificada del mejor modo por aquel profesor que alimentaba a sus perros con todo lo que encontraba en la tienda, sin despreciar los detergentes de diversas complicaciones, y luego medía cuidadosamente el volumen de jugo gástrico que recogía mediante fístulas practicadas en el estómago de los animales. Un trabajo sin objetivos como es ése puede consumir tanta energía humana y tanto instrumental como una auténtica pieza de investigación desencadenada por un problema de verdadero interés suscitado en el marco de un cuerpo de ideas y destinado a someter a prueba algunas de ellas. Puede incluso ser un fraude costoso y, cosa aún más condenable, puede desorientar a innumerables hombres de talento haciéndoles creer que la investigación científica consiste en observar lo que sea por el mero gusto de observar, y no en preguntar, pensar y poner a prueba empírica y teoréticamente lo pensado para descubrir estructuras generales. Ninguna filosofía idealista, por extremada que sea, puede frenar el progreso científico tan radicalmente como esa línea de investigación sin ideas que se considera científica simplemente porque, según la dominante filosofía de la ciencia, los hechos cuidadosamente registrados son todo lo que importa y las ideas científicas no son más que sumarios de hechos o cómodos instrumentos para establecer vínculos entre hechos. Lo que se ahorra absteniéndose de teorizar y de elaborar una teoría de la ciencia concorde con la investigación progresada se pierde muchas veces en forma de investigación ciega.

 

El datismo y el dadismo se encuentran también tras la preferencia por lo que se llama ciencia en grande, que consiste en enormes proyectos que utilizan grandes masas de trabajadores e instrumentales científicos y aspiran a conseguir montañas de datos. No hay duda de que esa ciencia "al por mayor" (o sea, de mucho gasto) es necesaria y hasta admirable: ¿quién puede no admirar esas amplias y disciplinadas masas de investigadores que recogen y elaboran laboriosa y pacientemente miles de millones de datos, con la esperanza de que algún teórico podrá entenderlos alguna vez? La ciencia "al por mayor", big science, es necesaria siempre que no anule la ciencia "al detal" la cual suministra a la otra problemas y teorías, y a la cual hay que suministrar, a la inversa, los datos para que lleguen algún día a tener sentido. La "ciencia al por mayor" es ciencia menor comparada con la ciencia "al detal" y, por tanto, sería mortal que la ciencia "al por mayor" terminara por eliminar a su madre y maestra. Para evitar esa catástrofe es necesario elaborar una filosofía de la ciencia que no caiga en ninguno de los dos extremos del apriorismo y aposteriorismo, y que ponga las operaciones y los registros de observación en el lugar que merecen.

 

Un empirista contemporáneo admitirá sin duda que la observación no es la única tarea de la ciencia, pero seguirá sosteniendo que toda la ciencia se basa de un modo u otro en datos sensibles o información perceptual recogida mediante la observación, la medición y el experimento. Puede además sostener que esa base perceptual es inconmovible, por lo que merece realmente el nombre de base. Está, en efecto, muy difundida la opinión de que los datos sensibles son básicos en sentido psicológico y en sentido lógico, o sea, que son efectivamente anteriores a las ideas y que todas las construcciones (conceptos teoréticos, hipótesis y teorías) se destilan de un modo u otro de la observación. Pero esa opinión es errónea, tanto desde el punto de vista psicológico cuanto desde el punto de vista lógico. En primer lugar, los datos de los sentidos van frecuentemente precedidos por expectativas nacidas de creencias más o menos vagas; aún más: lo que posibilita los datos sensibles como tales datos es una actitud expectante y alerta, sobre todo en el caso de la experiencia. En segundo lugar, los datos sensibles de los científicos son en sí mismos irrelevantes para la ciencia: la observación y el experimento científicos son en sí mismos irrelevantes para la ciencia: la observación y el experimento científicos no recogen datos sensibles, sino datos objetivos y controlables formulados en un lenguaje impersonal. En tercer lugar, ningún dato es objeto de búsqueda, y aún menos de uso, fuera de algún cuerpo de conocimiento: no hay datos científicos espontáneamente dados, ni colecciones espontáneas de datos puros sobre los. cuales pueda fundarse una ciencia nueva aislada del conocimiento anterior. En cuarto lugar, las construcciones teoréticas se inventan o crean, no se destilan (no se inducen) a partir de datos sensibles, precisamente porque rebasan los datos. En quinto lugar, sólo la teoría puede convertir ciertos datos en evidencias relativas a objetos inobservables. En resolución: los datos de los sentidos no son fundamentación psicológica ni lógica de la ciencia. Aún más: no existe ninguna fundamentación de la ciencia que sea absoluta e incorregible; por tanto, todos los fundamentalismos deben rechazarse en metaciencia.

 

Como a menudo ocurre con los extremos, el apriorismo metafísico y el aposteriorismo positivista ignoran cada uno un lado de la moneda: el conocimiento científico ha sido siempre resultado de la interacción de la razón con la experiencia. En particular, la. observación, el tipo más simple de experiencia científica, no es ni más ni menos que una componente de la investigación científica. En efecto, las funciones de observación en la ciencia. factual son: (i) suministrar información, (ii) producir problemas sobre los datos, y (iii) contrastar hipótesis concebidas para resolver dichos problemas. Ninguna de esas funciones es una finalidad por sí misma: el desideratum último es el descubrimiento de estructuras, y éstas se representan por teorías que la observación puede contribuir a contrastar. La observación es, pues, insuficiente: si necesitamos un conocimiento factual profundo y preciso, tenemos que pasar a la medición y al experimento siempre que ello sea posible. Pero esto merece capítulos aparte.