Carnap, Rudolph (1931): “La superación de la metafísica por medio del
análisis lógico del lenguaje”, en Erkenntnis, 2. 219-241 (Fragmentos
seleccionados).
Desde los escépticos griegos hasta los empiristas del siglo XIX ha habido muchos
adversarios de la metafísica. Las críticas formuladas han sido de muy diversa
índole, Muchos han declarado la doctrina de la metafísica falsa, porque
contradice al conocimiento empírico. Otros la han tenido únicamente por
incierta, porque su problemática trasciende los límites del conocimiento humano.
Muchos antimetafísicos han declarado inútil el ocuparse de cuestiones
metafísicas; se pueda o no responder a ellas, en todo caso es innecesario el
preocuparnos de ellas. Dediquémonos totalmente a la tarea que cada día presenta
al hombre empeñado en la acción.
El desarrollo de la lógica moderna ha hecho posible dar una respuesta nueva y
más precisa al problema de la validez y de la justificación de la metafísica.
Las investigaciones de la “lógica aplicada" o de la “teoría del conocimiento”
que se proponen aclarar por medio del análisis lógico el contenido cognoscitivo
de las proposiciones científicas, y con ello la significación de las palabras
que se usan en las proposiciones, conduce a un resultado positivo y a otro
negativo. El resultado positivo se ha elaborado en el dominio de la ciencia
empírica; se aclaran los conceptos particulares de las diversas ramas de la
ciencia; se hace ver su conexión formal-lógica y epistemológica. En el dominio
de la metafísica (incluida la filosofía de los valores y la ciencia normativa),
el análisis lógico conduce al resultado negativo de que las pretendidas
proposiciones de ese dominio son completamente sin sentido. Con esto se ha
alcanzado una superación radical de la metafísica, que no había sido posible
todavía desde los anteriores puntos de vista antimetafísicos.
Un lenguaje consta de un vocabulario y una sintaxis, es decir, de una colección
de palabras que tienen una significación, y de reglas de la formación de las
proposiciones; esas reglas indican cómo se pueden formar las proposiciones con
las diversas clases de palabras. Según eso, hay dos clases de seudoproposiciones:
o contiene la proposición una palabra de la cual erróneamente se ha supuesto que
tiene un significado, o las palabras que entran tienen significado, pero están
dispuestas en una manera opuesta a la sintaxis, de suerte que no llegan a formar
un sentido completo. Veremos con ejemplos que ambas clases de seudoproposiciones
tienen lugar en la metafísica. Después examinaremos qué razones hay para nuestra
afirmación de que toda la metafísica consiste en tales seudoproposiciones.
La significación de una palabra.
¿En qué consiste, pues, el significado de una palabra? ¿Qué estipulaciones hay
que hacer respecto a una palabra para que tenga un significado? (No importa para
nuestras investigaciones si tales estipulaciones se formulan explícitamente,
como en el caso de algunas palabras y símbolos de la ciencia moderna, o si se
conviene en ellas tácitamente, como es el caso de la mayoría de las palabras de
los idiomas tradicionales.) En primer lugar, hay que fijar la sintaxis de la
palabra, es decir, su modo de entrar a formar parte de la forma más simple de
proposición en que puede entrar; llamamos a esa forma de proposición su
sentencia elemental. La forma elemental de proposición para la palabra “piedra”
es, v.g.: “X es una piedra”; en las proposiciones de esa forma, el lugar de X lo
ocupa alguna designación proveniente de la categoría de las cosas, por ejemplo,
“este diamante”, “esta manzana”. En segundo lugar, la proposición elemental P de
la palabra en cuestión debe responder a las siguientes preguntas o cuestiones,
que podemos formular de diferentes maneras:
1. ¿De qué proposiciones es P derivable, y cuáles son derivables de P?
2. ¿Bajo qué condiciones será P verdadera, y bajo cuáles falsa?
3. ¿Cómo se puede verificar a P?
4. ¿ Qué sentido tiene?
La formulación n-1 es la formulación correcta; la n.2 se ajusta a la fraseología
de la lógica; .la n.3, a la fraseología de la teoría del conocimiento; la n.4, a
la de la filosofía (feno-menología). Wittgenstein ha afirmado que la n.2 expresa
lo que los filósofos quieren decir con la n.4: el sentido de una proposición
está en su criterio de verdad; la n-1 es la formulación “metalógica”; una
exposición detallada de la metalógica como teoría de la sintaxis y del sentido,
es decir, de las relaciones de la deductibilidad, se hará más adelante...
Para nuestro propósito podemos dejar a un lado completamente las cuestiones
sobre el contenido y la forma de las proposiciones primarias (proposiciones de
protocolo), que no han encontrado todavía una respuesta definitiva. En la teoría
del conocimiento se suele decir que las proposiciones primarias hacen referencia
a “lo dado”; pero no hay unanimidad en la cuestión de qué es lo dado. A veces se
adopta el punto de vista de que las proposiciones sobre lo dado hablan de las
cualidades más simples del sentido y del sentimiento (por ejemplo, “caliente”,
“azul”, “alegría”, etc.); otros se inclinan a pensar que las proposiciones
primarias se refieren a las vivencias de conjunto y a las relaciones de
semejanza entre ellas; otra opinión cree que aun las sentencias primarias hablan
de las cosas. Independientemente de esta diversidad de opiniones, es cierto que
una serie o conjunto de palabras tiene sentido sólo si están fijadas sus
relaciones de derivabilidad de las sentencias de protocolo, cualquiera que sea
el carácter de éstas; y también, que una palabra tiene significación sólo si las
proposiciones en que entran son reducibles a proposiciones de protocolo.
Como la significación de una palabra está determinada por su criterio de
aplicación (en otros términos: por las relaciones de derivabilidad de su
proposición elemental, por las condiciones de su verdad, por el método de su
verificación), en la estipulación del criterio no se puede decretar lo que se
quisiera que la palabra “signifique”. Para que la palabra adquiera una
significación precisa, no se debe dar menos que el criterio de aplicación; pero,
por otra parte, no se debe dar más que el criterio, porque en éste ya está todo
lo demás determinado. En el criterio está implícitamente contenida la
significación, no queda más que explicitarla.
Supongamos, a modo de ilustración, que alguien inventa la palabra “belin”, y que
afirme o sostiene que hay cosas que son “belin” y cosas que no son “belin”. Para
llegar a saber la significación de <esa palabra, le preguntamos por su criterio
de aplicación: ¿cómo puede uno cerciorarse en un caso concreto de si una cosa
determinada es “belin” o no? Supongamos que no obtenemos de él ninguna
respuesta: no hay, dice, ninguna señal empírica de la “belinidad”. En ese caso
tendremos por ilegítimo el uso de esa palabra. Si el que emplea la palabra
sostiene, con todo, que se dan cosas que son “belin” y cosas que no lo son, sólo
que queda como eterno misterio para la débil y limitada inteligencia del hombre
qué cosas son “belin”, consideraremos todo eso como una palabrería. Pero tal,
vez él nos asegura que, a pesar de todo, él quiere significar algo con la
palabra “belin”. Con eso nos enteramos tan sólo del hecho psicológico de que él
asocia algunas representaciones a esa palabra. Pero con eso la palabra no
adquiere ninguna significación. Si no se fija ningún criterio para la aplicación
de la nueva palabra, entonces las proposiciones en que entra no dicen nada, no
son más que seudoproposiciones.
Resumamos brevemente el resultado de nuestro análisis. Sea “a” una palabra, y “P
(a)” la proposición elemental en que aquélla entra. La condición suficiente y
necesaria para que “a” tenga una significación puede ser dada en cada una de las
siguientes formulaciones, que en el fondo dicen lo mismo:
1. Los criterios empíricos para “a” son conocidos.
2. Ha sido estipulado de qué sentencias de protocolo “P (a)” puede ser derivada.
3. Están fijadas las condiciones de verdad para “P (a)”.
4, Se conoce el método de verificación de “P (a)”.
Palabras metafísicas sin significado.
Muchas palabras de la metafísica es cosa patente que no satisfacen las
condiciones que acabamos de señalar, y que, por lo tanto, están privadas de
significado.
Tomemos como ejemplo el término metafísico principio (en el sentido de principio
del ser, y no de principio de conocimiento o axioma). Diversos metafísicos
responden a la pregunta de cuál es el (supremo) “principio del mundo” (o de “las
cosas”, “del ser”, “del ente”); v.g. : el agua, el número, la forma, el
movimiento, la vida, el espíritu, la idea, el inconsciente, la actividad, el
bien y otras cosas por el estilo. Para averiguar la significación que tiene la
palabra “principio” en esta cuestión metafísica, debemos preguntar a los
metafísicos bajo qué condiciones una proposición de la forma “X es el principio
de Y” será verdadera y bajo qué condiciones será falsa; con otras palabras:
preguntamos por el criterio de aplicación y por la definición de la palabra
“principio”. El metafísico responde aproximadamente así: “X es principio de Y”
significa que “Y procede de X”, “el ser ((existencia) de Y se funda en X”, “Y
existe por (en virtud de) X”, y cosas parecidas. Pero esas palabras son ambiguas
y vagas.
Con frecuencia tienen una significación clara; por ejemplo, decimos de una cosa
o de un proceso Y que “procede de” X cuando observamos que cosas o procesos de
la clase X van seguidos con frecuencia o siempre de las cosas o procesos Y
(conexión o relación causal en el sentido de una sucesión legal). Pero el
metafísico nos dice que él no quiere decir esa relación empírica observable;
porque entonces sus tesis metafísicas serían meras proposiciones empíricas de la
misma índole que las de la física. La palabra “proceder” no debe tener aquí la
significación de una relación de secuencia temporal y de condición que
ordinariamente tiene. Sin embargo, no se indica el criterio para ninguna otra
significación. Consiguientemente, la pretendida significación “metafísica” que
tendría la palabra en contraposición con la significación empírica, no existe en
absoluto.
Si reflexionamos sobre la significación original de la palabra “principium” (y
del correspondiente término griego arch), advertimos que se da el mismo proceso.
Se le ha privado a la palabra expresamente de su primitivo significado de
“comienzo”; ya no debe significar lo primero temporalmente, sino lo primero en
otro aspecto, específicamente metafísico. Pero no se indican los criterios para
ese “aspecto metafísico”. En ambos casos, pues, se ha privado al término de su
primitiva significación, sin que se le haya dado una nueva: queda la palabra
como una cáscara vacía. A partir de un período primero de plenitud de
significado, le estaban conectadas por asociación diversas imágenes; éstas, a su
vez, se asocian con nuevas imágenes y sentimientos en el nuevo contexto de su
uso. Pero la palabra no tiene con eso una significación; y sin ella sigue
mientras no se puede señalar ningún método para su verificación.
Otro ejemplo es la palabra “Dios”. En esta palabra debemos distinguir,
prescindiendo de las variantes de su uso dentro de cada dominio, el uso
lingüístico en tres diferentes casos o períodos históricos, que, sin embargo, se
interfieren temporalmente. En su uso mitológico, la palabra tiene una clara
significación. Se designan a veces con esta palabra (y con las palabras
paralelas de otras lenguas) seres corporales que tienen su trono en el Olimpo,
en el cielo, o en los infiernos, y que están dotados de poder, sabiduría, bondad
y felicidad en mayor o menor grado. Algunas veces designa también seres
espirituales, que no tienen, es verdad, cuerpo humano, pero que se manifiestan,
no obstante, en las cosas y procesos del mundo visible y son por eso
verificables empíricamente. En el uso metafísico, por el contrario, designa la
palabra “Dios” algo sobreempírico. Se la ha despojado expresamente a la palabra
de la significación de un ser corporal y de un ser espiritual inmanente en lo
corporal. Y como no se le da ninguna nueva significación, viene a ser una
palabra sin significación. Cierto que, frecuentemente, parece como si se diese a
la palabra “Dios” un sentido también en la metafísica. Pero las definiciones que
se dan, se revelan después de una más atenta consideración como
seudodefiniciones; conducen, o a combinaciones de palabras lógicamente
inadmisibles (de las que trataremos luego), o a otras palabras metafísicas
(v.g.: “fundamento primero o primordial”, “el Absoluto”, “lo Incondicionado”,
“lo Independiente”, lo Autónomo” y parecidos), pero en ningún caso a las
condiciones de verdad de su proposición elemental. En esta palabra no se cumple
ni siquiera la primera regla o exigencia de la lógica, a saber, la exigencia de
determinar su sintaxis, es decir, la forma en que aparece o entra en la
proposición elemental. La proposición elemental debía aquí tener la forma: “X es
un Dios”; pero el metafísico, o rechaza de plano esta forma sin sustituirle
otra, o, si la acepta, no indica las categorías sintácticas de las variables X.
(Categorías son, por ejemplo; cuerpos, propiedades de las cosas, relaciones
entre los cuerpos, números, etc.).
Lo mismo que los dos ejemplos que hemos examinado de “principio” y “Dios”, son
la mayoría de los demás términos específicos metafísicos, términos desprovistos
de significación, como, por ejemplo: “Idea”, “lo Absoluto”, “lo Incondicionado”,
“lo Infinito”, “el Ser ente”, “el No-ente”, “la cosa en sí”, “el espíritu
absoluto”, “el espíritu objetivo”, “la Esencia”, “Ser en sí”, “ser en sí y para
sí”, “emanación”, “manifestación”, “articulación”, “el yo”, “el No-yo”, etc. Con
estos términos, la situación es la misma que en la palabra “belin”, en el
ejemplo antes fabricado. El metafísico nos dice que no se pueden especificar las
condiciones empíricas de la verdad; si, además, añade que, no obstante, quiere
significar algo en esa palabra, sabemos que con eso se alude a imágenes y
sentimientos que la acompañan, pero que no le confieren significación alguna.
Las presuntas proposiciones metafísicas que contienen tales palabras, no tienen
ningún sentido, no dicen nada, son puras seudoproposiciones. Más tarde
exploraremos su origen histórico.
El sentido de una proposición.
Hasta ahora hemos considerado las proposiciones que contienen una palabra
desprovista de significación, Pero se da todavía una segunda clase de
seudoproposiciones. Son las que constan de palabras que tienen significación,
pero que están dispuestas entre sí de tal manera que no llegan a formar ningún
sentido. La sintaxis de un idioma especifica qué combinaciones de palabras son
admisibles y cuáles no. La sintaxis gramatical del lenguaje natural no realiza
en todos los casos la tarea de eliminar las combinaciones sin sentido de las
palabras...
El hecho de que el lenguaje natural permite la formación de series de palabras
sin sentido sin que se violen las reglas de la gramática, está indicando que la
sintaxis gramatical es, desde el punto de vista lógico, insuficiente. Si la
sintaxis gramatical correspondiese exactamente a la sintaxis lógica, no podría
Originarse ninguna seudoproposición. Si la sintaxis gramatical distinguiese, no
sólo las clases de palabras, de sustantivos, adjetivos, verbos y conjunciones,
sino, además, dentro de cada una de esas clases, las distinciones ulteriores
lógicamente indispensables, no se podrían formar seudoproposiciones. Si se
subdividiesen, por ejemplo, los nombres en diversas clases de palabras que
designasen proposiciones de los cuerpos, de los números, etc., entonces las
palabras “general” y “número primo” pertenecerían a clases distintas de
palabras, y sería tan incorrecto lingüísticamente como “César es y”. En un
lenguaje construido correctamente, todas las palabras sin sentido son, por lo
tanto, del tipo del ejemplo: “César es y”. Quedarían eliminadas automáticamente
por la gramáti.ca.
Carencia de sentido de toda metafísica.
Después de haber verificado que muchas proposiciones metafísicas no tienen
sentido, surge la cuestión de si tal vez no se da un núcleo de proposiciones con
sentido en metafísica que subsistirían después de la eliminación de las que
carecen de él. Ciertamente, de los resultados que hemos obtenido hasta ahora se
podría llegar a la opinión de que en metafísica hay muchos peligros de caer en
afirmaciones sin sentido, y que, por lo tanto, si uno quiere dedicarse a hacer
metafísica, debe poner sumo cuidado en evitar dichos peligros. Pero, en
realidad, la situación es tal, que no se puede dar ninguna proposición con
sentido en metafísica. Esto se sigue de la tarea que la metafísica se propone,
porque pretende encontrar y formular un conocimiento que no es accesible a la
ciencia empírica. Hemos visto antes que el sentido de una proposición descansa
en el método de su verificación. Una proposición afirma únicamente lo que es
verificable con respecto a ella. Por lo tanto, una proposición, si de hecho
afirma algo, puede únicamente afirmar un hecho empírico. Algo que, en principio,
esté más allá de lo experimentable, no podrá ni ser afirmado, ni pensado, ni
preguntado.
Las proposiciones con sentido se dividen en las siguientes clases: en primer
lugar se dan proposiciones que, en virtud de su sola forma, son ya verdaderas
(“tautologías”, según Wittgenstein; corresponden aproximadamente a los “juicios
analíticos” de Kant); no dicen nada sobre la realidad. A esa clase pertenecen
las fórmulas de la lógica y de la matemática, no son ellas mismas proposiciones
o aserciones sobre realidad, sino que sirven para la transformación de dichas
aserciones. En segundo lugar se dan las negaciones de esas proposiciones
(contradicciones): son contradictorias en sí mismas; por lo tanto, en virtud de
su forma, falsas.
Para las restantes proposiciones, la decisión sobre su verdad o su falsedad está
en las proposiciones de protocolo; son, pues (verdaderas o falsas),
proposiciones de experiencia o empíricas y pertenecen al dominio de la ciencia
empírica. Una proposición que se quiera formar sin que pertenezca a ninguna de
esas clases, resultará automáticamente sin sentido. Como la metafísica no quiere
ni asentar proposiciones analíticas ni ir a parar al dominio de la ciencia
empírica, se ve obligada, o a emplear palabras para las cuales no se indica
ningún criterio, y que, por lo mismo, están vacías de sentido, o a combinar
palabras que tienen sentido, de tal manera que no resulte ni una proposición
analítica (o contradictoria) ni una proposición empírica. En ambos casos, el
resultado inevitable son seudoproposiciones.
El análisis lógico pronuncia, pues, el veredicto sobre la carencia de sentido de
todo presunto conocimiento que pretenda ir por encima a por detrás de la
experiencia. Ese veredicto alcanza ante todo a toda metafísica especulativa, a
todo presunto conocimiento por el pensar puro de la intuición pura que pretende
poder pasarse sin la experiencia. Pero también alcanza el veredicto a aquella
clase de metafísica que, partiendo de la experiencia, aspira a conocer lo que
trasciende la experiencia por medio de especiales inferencias (v,gr.: la tesis
neo-vitalista de una “entelequia” que influye en los procesos orgánicos, pero
que no se puede entender “en términos de la física”; la cuestión de la “esencia
de la relación causal”, que sobrepasa la constatación de ciertas regularidades
de sucesión; lo que se dice de “la cosa en sí”). Vale además ese juicio para
toda filosofía de los valores y de las normas, para toda ética y estética como
disciplina normativa. Porque la validez objetiva de un valor o de una norma no
se puede verificar ni deducir de proposiciones empíricas; no se puede, por lo
tanto, enunciar o formular en absoluto (en una proposición que tenga sentido)
aun según la manera de ver de los filósofos de los valores. Con otras palabras:
o se dan criterios empíricos para el uso de los términos “bello” y “bueno” y
demás predicados que se usan en las ciencias normativas, o no. En el primer
caso, una proposición que contenga tales predicados se convierte en un juicio,
de hecho, empírico, y no es un juicio de valor; en el segundo caso, es una
seudoproposición; una proposición que expone un juicio de valor, no se puede
formar en absoluto.
Finalmente, el veredicto alcanza también a aquellas tendencias metafísicas que
desacertadamente se suelen designar como movimientos epistemológicos, a saber,
realismo (en cuanto pretende decir algo más que el resultado empírico de que los
procesos muestran una cierta regularidad, que hace posible el empleo del método
inductivo) y sus contrarios: el idealismo, el solipsismo, el fenomenalismo y el
positivismo (en el sentido primitivo).
Pero, entonces, ¿qué le queda a la filosofía, si todas las proposiciones que
afirman algo son de naturaleza empírica y pertenecen a la ciencia de lo fáctico?
Lo que queda no son proposiciones ni ninguna teoría o sistema, sino tan sólo un
método, a saber, el del análisis lógico. En la precedente exposición hemos
ilustrado el uso, en su aspecto negativo, de ese método; sirve para eliminar las
palabras sin significación, las seudoproposiciones sin sentido. En su uso
positivo sirve para aclarar los conceptos y proposiciones que tienen sentido,
para poner los fundamentos lógicos de la ciencia real y de la matemática. La
aplicación negativa del método es necesaria e importante en la actual situación
histórica. Pero aun en la práctica del momento presente es más fructuosa la
aplicación positiva; pero no podemos aquí entrar en su exposición en detalle. La
tarea indicada del análisis lógico, la investigación de los fundamentos lógicos,
es lo que entendemos por “filosofía científica”, en contraposición a la
metafísica.
La metafísica como expresión de una actitud emotiva ante la vida.
Nuestra afirmación de que las proposiciones de la metafísica son completamente
sin sentido, que no afirman nada, producirá, aun en aquellos que racionalmente
asientan a nuestros resultados, un penoso sentimiento de extrañeza: ¿Cómo tantos
hombres de todos los tiempos y naciones, y entre ellos cabezas eminentes, han
podido emplear tantos esfuerzos, tanto ardor en la metafísica, si ésta no
consiste más que en meras palabras yuxtapuestas sin sentido? ¿Y sería
comprensible que tales obras ejerzan hasta el día de hoy una influencia tan
grande en los lectores y oyentes, si no contienen, no ya errores, pero ni
siquiera absolutamente nada? Estos reparos son justificados por cuantos la
metafísica contiene de hecho algo; sólo que eso no es un contenido teórico. Las
seudoproposiciones de la metafísica no sirven para describir situaciones
objetivas: ni existentes (entonces serían proposiciones verdaderas) ni no
existentes (entonces serían al menos proposiciones falsas); sirven para la
expresión de la actitud emotiva ante la vida.
Tal vez tengamos que asumir que es el mito de donde la metafísica se ha
originado...
¿Cuál es, pues, el papel o misión histórica de la metafísica? Tal vez podamos
ver en ella un sustituto de la teología en el nivel del pensar sistemático,
conceptual. Las (presuntas) fuentes sobrenaturales del conocimiento teológico
son aquí sustituidas por las fuentes naturales y (presuntas) transempíricas del
conocimiento. Sin embargo, a una consideración más atenta, se puede reconocer a
través del atuendo, mil veces cambiado, el mismo contenido que en el mito:
hallarnos que también la metafísica responde a la necesidad de dar expresión a
la actitud emotiva ante la vida, el ademán o postura emocional y volitiva ante
el mundo que le rodea, ante sus semejantes, ante las tareas o empresas a que se
dedica, ante >los infortunios que le afectan. Esa actitud se exterioriza, la
mayor parte de las veces, de una manera inconsciente, en todo lo que el hombre
hace y dice: refleja, queda grabada en los rasgos de su rostro, y aun tal vez en
su mismo talante.
Ahora bien, muchos hombres experimentan la necesidad de configurar, además y por
encima de esas manifestaciones, una especial expresión para su actitud ante la
vida, en la cual se hace ésta visible de una manera más sucinta y penetrante. Si
esos hombres están dotados de talento artístico, encuentran en la formación de
la obra de arte el modo de expresarse. Muchos escritores (v.gr., Dilthey y sus
discípulos) han hecho ver con claridad el modo como se manifiesta la actitud
ante la vida en el estilo e índole de la obra de arte. En este punto se usa a
menudo la expresión "concepción del mundo" (Weltanschauung); nosotros preferimos
evitarla, a causa de su ambigüedad, que difumina la diferencia entre actitud
ante la vida y teoría, que para muchos análisis es decisiva. Para nuestra
exposición, lo esencial aquí es que el arte es el medio de expresión adecuado
para la actitud ante la vida; la metafísica, en cambio, un medio inadecuado.
Naturalmente, de por sí no habría nada que objetar contra el empleo de cualquier
medio de expresión. Pero en la metafísica la situación es ésta: que, por la
forma que presenta su obra, aparenta ser algo que no es. Esa forma es la de un
sistema de proposiciones que se hallan unidas en relaciones de premisas y
conclusiones; por lo tanto, la forma de una teoría. Con ello se da la falsa
impresión de un contenido teórico, cuando, en realidad, como hemos visto, no se
da tal contenido. No sólo el lector, sino el mismo metafísico, es víctima de esa
ilusión de creer que las proposiciones metafísicas dicen algo, describen
situaciones reales.
El metafísico cree moverse en el terreno o dominio en el que tiene lugar la
verdad y la falsedad. Pero, en realidad, no ha afirmado nada, sino solamente ha
dado expresión a algo, como un artista. El que el metafísico se halle envuelto
en esa ilusión, no lo podemos inferir, sin más, del solo hecho de que escoge o
toma al ‘lenguaje como medio de expresión, y a las proposiciones afirmativas
como formas de expresión, porque eso mismo hace el poeta lírico, sin que por eso
sea víctima de esa ilusión. Pero el metafísico aduce argumentos para probar sus
proposiciones, reclama asentimiento a su contenido, polemiza con los metafísicos
de otras tendencias, tratando de refutar sus proposiciones en sus escritos. En
cambio, el poeta lírico no se esfuerza por refutar en su poema las proposiciones
de otros poetas, pues sabe que se mueve en el terreno del arte, y no en el de la
teoría...
Nuestra presunción de que la metafísica es un sustitutivo, aunque inadecuado,
del arte, parece confirmarse además por el hecho de que el metafísico quizá en
más alto grado de talento artístico, Nietzsche, es el que menos ha incurrido en
tal confusión. Una gran parte de su producción tiene predominantemente contenido
empírico; se trata, v.gr., de análisis históricos de determinados fenómenos
artísticos, o de un análisis histórico-psicológico de la moral. Sin embargo, en
la obra en que él expresa con la máxima fuerza lo que los demás expresan en la
metafísica o en la ética, a saber, en el Zarathustra, no escoge la engañosa
forma teórica, sino claramente la forma del arte, de la poesía.