Carnap, Rudolph (1931): “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje”, en Erkenntnis, 2. 219-241 (Fragmentos seleccionados).




Desde los escépticos griegos hasta los empiristas del siglo XIX ha habido muchos adversarios de la metafísica. Las críticas formuladas han sido de muy diversa índole, Muchos han declarado la doctrina de la metafísica falsa, porque contradice al conocimiento empírico. Otros la han tenido únicamente por incierta, porque su problemática trasciende los límites del conocimiento humano. Muchos antimetafísicos han declarado inútil el ocuparse de cuestiones metafísicas; se pueda o no responder a ellas, en todo caso es innecesario el preocuparnos de ellas. Dediquémonos totalmente a la tarea que cada día presenta al hombre empeñado en la acción.
El desarrollo de la lógica moderna ha hecho posible dar una respuesta nueva y más precisa al problema de la validez y de la justificación de la metafísica. Las investigaciones de la “lógica aplicada" o de la “teoría del conocimiento” que se proponen aclarar por medio del análisis lógico el contenido cognoscitivo de las proposiciones científicas, y con ello la significación de las palabras que se usan en las proposiciones, conduce a un resultado positivo y a otro negativo. El resultado positivo se ha elaborado en el dominio de la ciencia empírica; se aclaran los conceptos particulares de las diversas ramas de la ciencia; se hace ver su conexión formal-lógica y epistemológica. En el dominio de la metafísica (incluida la filosofía de los valores y la ciencia normativa), el análisis lógico conduce al resultado negativo de que las pretendidas proposiciones de ese dominio son completamente sin sentido. Con esto se ha alcanzado una superación radical de la metafísica, que no había sido posible todavía desde los anteriores puntos de vista antimetafísicos.
Un lenguaje consta de un vocabulario y una sintaxis, es decir, de una colección de palabras que tienen una significación, y de reglas de la formación de las proposiciones; esas reglas indican cómo se pueden formar las proposiciones con las diversas clases de palabras. Según eso, hay dos clases de seudoproposiciones: o contiene la proposición una palabra de la cual erróneamente se ha supuesto que tiene un significado, o las palabras que entran tienen significado, pero están dispuestas en una manera opuesta a la sintaxis, de suerte que no llegan a formar un sentido completo. Veremos con ejemplos que ambas clases de seudoproposiciones tienen lugar en la metafísica. Después examinaremos qué razones hay para nuestra afirmación de que toda la metafísica consiste en tales seudoproposiciones.

La significación de una palabra.
¿En qué consiste, pues, el significado de una palabra? ¿Qué estipulaciones hay que hacer respecto a una palabra para que tenga un significado? (No importa para nuestras investigaciones si tales estipulaciones se formulan explícitamente, como en el caso de algunas palabras y símbolos de la ciencia moderna, o si se conviene en ellas tácitamente, como es el caso de la mayoría de las palabras de los idiomas tradicionales.) En primer lugar, hay que fijar la sintaxis de la palabra, es decir, su modo de entrar a formar parte de la forma más simple de proposición en que puede entrar; llamamos a esa forma de proposición su sentencia elemental. La forma elemental de proposición para la palabra “piedra” es, v.g.: “X es una piedra”; en las proposiciones de esa forma, el lugar de X lo ocupa alguna designación proveniente de la categoría de las cosas, por ejemplo, “este diamante”, “esta manzana”. En segundo lugar, la proposición elemental P de la palabra en cuestión debe responder a las siguientes preguntas o cuestiones, que podemos formular de diferentes maneras:
1. ¿De qué proposiciones es P derivable, y cuáles son derivables de P?
2. ¿Bajo qué condiciones será P verdadera, y bajo cuáles falsa?
3. ¿Cómo se puede verificar a P?
4. ¿ Qué sentido tiene?
La formulación n-1 es la formulación correcta; la n.2 se ajusta a la fraseología de la lógica; .la n.3, a la fraseología de la teoría del conocimiento; la n.4, a la de la filosofía (feno-menología). Wittgenstein ha afirmado que la n.2 expresa lo que los filósofos quieren decir con la n.4: el sentido de una proposición está en su criterio de verdad; la n-1 es la formulación “metalógica”; una exposición detallada de la metalógica como teoría de la sintaxis y del sentido, es decir, de las relaciones de la deductibilidad, se hará más adelante...
Para nuestro propósito podemos dejar a un lado completamente las cuestiones sobre el contenido y la forma de las proposiciones primarias (proposiciones de protocolo), que no han encontrado todavía una respuesta definitiva. En la teoría del conocimiento se suele decir que las proposiciones primarias hacen referencia a “lo dado”; pero no hay unanimidad en la cuestión de qué es lo dado. A veces se adopta el punto de vista de que las proposiciones sobre lo dado hablan de las cualidades más simples del sentido y del sentimiento (por ejemplo, “caliente”, “azul”, “alegría”, etc.); otros se inclinan a pensar que las proposiciones primarias se refieren a las vivencias de conjunto y a las relaciones de semejanza entre ellas; otra opinión cree que aun las sentencias primarias hablan de las cosas. Independientemente de esta diversidad de opiniones, es cierto que una serie o conjunto de palabras tiene sentido sólo si están fijadas sus relaciones de derivabilidad de las sentencias de protocolo, cualquiera que sea el carácter de éstas; y también, que una palabra tiene significación sólo si las proposiciones en que entran son reducibles a proposiciones de protocolo.
Como la significación de una palabra está determinada por su criterio de aplicación (en otros términos: por las relaciones de derivabilidad de su proposición elemental, por las condiciones de su verdad, por el método de su verificación), en la estipulación del criterio no se puede decretar lo que se quisiera que la palabra “signifique”. Para que la palabra adquiera una significación precisa, no se debe dar menos que el criterio de aplicación; pero, por otra parte, no se debe dar más que el criterio, porque en éste ya está todo lo demás determinado. En el criterio está implícitamente contenida la significación, no queda más que explicitarla.
Supongamos, a modo de ilustración, que alguien inventa la palabra “belin”, y que afirme o sostiene que hay cosas que son “belin” y cosas que no son “belin”. Para llegar a saber la significación de <esa palabra, le preguntamos por su criterio de aplicación: ¿cómo puede uno cerciorarse en un caso concreto de si una cosa determinada es “belin” o no? Supongamos que no obtenemos de él ninguna respuesta: no hay, dice, ninguna señal empírica de la “belinidad”. En ese caso tendremos por ilegítimo el uso de esa palabra. Si el que emplea la palabra sostiene, con todo, que se dan cosas que son “belin” y cosas que no lo son, sólo que queda como eterno misterio para la débil y limitada inteligencia del hombre qué cosas son “belin”, consideraremos todo eso como una palabrería. Pero tal, vez él nos asegura que, a pesar de todo, él quiere significar algo con la palabra “belin”. Con eso nos enteramos tan sólo del hecho psicológico de que él asocia algunas representaciones a esa palabra. Pero con eso la palabra no adquiere ninguna significación. Si no se fija ningún criterio para la aplicación de la nueva palabra, entonces las proposiciones en que entra no dicen nada, no son más que seudoproposiciones.

Resumamos brevemente el resultado de nuestro análisis. Sea “a” una palabra, y “P (a)” la proposición elemental en que aquélla entra. La condición suficiente y necesaria para que “a” tenga una significación puede ser dada en cada una de las siguientes formulaciones, que en el fondo dicen lo mismo:
1. Los criterios empíricos para “a” son conocidos.
2. Ha sido estipulado de qué sentencias de protocolo “P (a)” puede ser derivada.
3. Están fijadas las condiciones de verdad para “P (a)”.
4, Se conoce el método de verificación de “P (a)”.

Palabras metafísicas sin significado.
Muchas palabras de la metafísica es cosa patente que no satisfacen las condiciones que acabamos de señalar, y que, por lo tanto, están privadas de significado.
Tomemos como ejemplo el término metafísico principio (en el sentido de principio del ser, y no de principio de conocimiento o axioma). Diversos metafísicos responden a la pregunta de cuál es el (supremo) “principio del mundo” (o de “las cosas”, “del ser”, “del ente”); v.g. : el agua, el número, la forma, el movimiento, la vida, el espíritu, la idea, el inconsciente, la actividad, el bien y otras cosas por el estilo. Para averiguar la significación que tiene la palabra “principio” en esta cuestión metafísica, debemos preguntar a los metafísicos bajo qué condiciones una proposición de la forma “X es el principio de Y” será verdadera y bajo qué condiciones será falsa; con otras palabras: preguntamos por el criterio de aplicación y por la definición de la palabra “principio”. El metafísico responde aproximadamente así: “X es principio de Y” significa que “Y procede de X”, “el ser ((existencia) de Y se funda en X”, “Y existe por (en virtud de) X”, y cosas parecidas. Pero esas palabras son ambiguas y vagas.

Con frecuencia tienen una significación clara; por ejemplo, decimos de una cosa o de un proceso Y que “procede de” X cuando observamos que cosas o procesos de la clase X van seguidos con frecuencia o siempre de las cosas o procesos Y (conexión o relación causal en el sentido de una sucesión legal). Pero el metafísico nos dice que él no quiere decir esa relación empírica observable; porque entonces sus tesis metafísicas serían meras proposiciones empíricas de la misma índole que las de la física. La palabra “proceder” no debe tener aquí la significación de una relación de secuencia temporal y de condición que ordinariamente tiene. Sin embargo, no se indica el criterio para ninguna otra significación. Consiguientemente, la pretendida significación “metafísica” que tendría la palabra en contraposición con la significación empírica, no existe en absoluto.

Si reflexionamos sobre la significación original de la palabra “principium” (y del correspondiente término griego arch), advertimos que se da el mismo proceso. Se le ha privado a la palabra expresamente de su primitivo significado de “comienzo”; ya no debe significar lo primero temporalmente, sino lo primero en otro aspecto, específicamente metafísico. Pero no se indican los criterios para ese “aspecto metafísico”. En ambos casos, pues, se ha privado al término de su primitiva significación, sin que se le haya dado una nueva: queda la palabra como una cáscara vacía. A partir de un período primero de plenitud de significado, le estaban conectadas por asociación diversas imágenes; éstas, a su vez, se asocian con nuevas imágenes y sentimientos en el nuevo contexto de su uso. Pero la palabra no tiene con eso una significación; y sin ella sigue mientras no se puede señalar ningún método para su verificación.

Otro ejemplo es la palabra “Dios”. En esta palabra debemos distinguir, prescindiendo de las variantes de su uso dentro de cada dominio, el uso lingüístico en tres diferentes casos o períodos históricos, que, sin embargo, se interfieren temporalmente. En su uso mitológico, la palabra tiene una clara significación. Se designan a veces con esta palabra (y con las palabras paralelas de otras lenguas) seres corporales que tienen su trono en el Olimpo, en el cielo, o en los infiernos, y que están dotados de poder, sabiduría, bondad y felicidad en mayor o menor grado. Algunas veces designa también seres espirituales, que no tienen, es verdad, cuerpo humano, pero que se manifiestan, no obstante, en las cosas y procesos del mundo visible y son por eso verificables empíricamente. En el uso metafísico, por el contrario, designa la palabra “Dios” algo sobreempírico. Se la ha despojado expresamente a la palabra de la significación de un ser corporal y de un ser espiritual inmanente en lo corporal. Y como no se le da ninguna nueva significación, viene a ser una palabra sin significación. Cierto que, frecuentemente, parece como si se diese a la palabra “Dios” un sentido también en la metafísica. Pero las definiciones que se dan, se revelan después de una más atenta consideración como seudodefiniciones; conducen, o a combinaciones de palabras lógicamente inadmisibles (de las que trataremos luego), o a otras palabras metafísicas (v.g.: “fundamento primero o primordial”, “el Absoluto”, “lo Incondicionado”, “lo Independiente”, lo Autónomo” y parecidos), pero en ningún caso a las condiciones de verdad de su proposición elemental. En esta palabra no se cumple ni siquiera la primera regla o exigencia de la lógica, a saber, la exigencia de determinar su sintaxis, es decir, la forma en que aparece o entra en la proposición elemental. La proposición elemental debía aquí tener la forma: “X es un Dios”; pero el metafísico, o rechaza de plano esta forma sin sustituirle otra, o, si la acepta, no indica las categorías sintácticas de las variables X. (Categorías son, por ejemplo; cuerpos, propiedades de las cosas, relaciones entre los cuerpos, números, etc.).
Lo mismo que los dos ejemplos que hemos examinado de “principio” y “Dios”, son la mayoría de los demás términos específicos metafísicos, términos desprovistos de significación, como, por ejemplo: “Idea”, “lo Absoluto”, “lo Incondicionado”, “lo Infinito”, “el Ser ente”, “el No-ente”, “la cosa en sí”, “el espíritu absoluto”, “el espíritu objetivo”, “la Esencia”, “Ser en sí”, “ser en sí y para sí”, “emanación”, “manifestación”, “articulación”, “el yo”, “el No-yo”, etc. Con estos términos, la situación es la misma que en la palabra “belin”, en el ejemplo antes fabricado. El metafísico nos dice que no se pueden especificar las condiciones empíricas de la verdad; si, además, añade que, no obstante, quiere significar algo en esa palabra, sabemos que con eso se alude a imágenes y sentimientos que la acompañan, pero que no le confieren significación alguna. Las presuntas proposiciones metafísicas que contienen tales palabras, no tienen ningún sentido, no dicen nada, son puras seudoproposiciones. Más tarde exploraremos su origen histórico.

El sentido de una proposición.
Hasta ahora hemos considerado las proposiciones que contienen una palabra desprovista de significación, Pero se da todavía una segunda clase de seudoproposiciones. Son las que constan de palabras que tienen significación, pero que están dispuestas entre sí de tal manera que no llegan a formar ningún sentido. La sintaxis de un idioma especifica qué combinaciones de palabras son admisibles y cuáles no. La sintaxis gramatical del lenguaje natural no realiza en todos los casos la tarea de eliminar las combinaciones sin sentido de las palabras...
El hecho de que el lenguaje natural permite la formación de series de palabras sin sentido sin que se violen las reglas de la gramática, está indicando que la sintaxis gramatical es, desde el punto de vista lógico, insuficiente. Si la sintaxis gramatical correspondiese exactamente a la sintaxis lógica, no podría Originarse ninguna seudoproposición. Si la sintaxis gramatical distinguiese, no sólo las clases de palabras, de sustantivos, adjetivos, verbos y conjunciones, sino, además, dentro de cada una de esas clases, las distinciones ulteriores lógicamente indispensables, no se podrían formar seudoproposiciones. Si se subdividiesen, por ejemplo, los nombres en diversas clases de palabras que designasen proposiciones de los cuerpos, de los números, etc., entonces las palabras “general” y “número primo” pertenecerían a clases distintas de palabras, y sería tan incorrecto lingüísticamente como “César es y”. En un lenguaje construido correctamente, todas las palabras sin sentido son, por lo tanto, del tipo del ejemplo: “César es y”. Quedarían eliminadas automáticamente por la gramáti.ca.

Carencia de sentido de toda metafísica.
Después de haber verificado que muchas proposiciones metafísicas no tienen sentido, surge la cuestión de si tal vez no se da un núcleo de proposiciones con sentido en metafísica que subsistirían después de la eliminación de las que carecen de él. Ciertamente, de los resultados que hemos obtenido hasta ahora se podría llegar a la opinión de que en metafísica hay muchos peligros de caer en afirmaciones sin sentido, y que, por lo tanto, si uno quiere dedicarse a hacer metafísica, debe poner sumo cuidado en evitar dichos peligros. Pero, en realidad, la situación es tal, que no se puede dar ninguna proposición con sentido en metafísica. Esto se sigue de la tarea que la metafísica se propone, porque pretende encontrar y formular un conocimiento que no es accesible a la ciencia empírica. Hemos visto antes que el sentido de una proposición descansa en el método de su verificación. Una proposición afirma únicamente lo que es verificable con respecto a ella. Por lo tanto, una proposición, si de hecho afirma algo, puede únicamente afirmar un hecho empírico. Algo que, en principio, esté más allá de lo experimentable, no podrá ni ser afirmado, ni pensado, ni preguntado.

Las proposiciones con sentido se dividen en las siguientes clases: en primer lugar se dan proposiciones que, en virtud de su sola forma, son ya verdaderas (“tautologías”, según Wittgenstein; corresponden aproximadamente a los “juicios analíticos” de Kant); no dicen nada sobre la realidad. A esa clase pertenecen las fórmulas de la lógica y de la matemática, no son ellas mismas proposiciones o aserciones sobre realidad, sino que sirven para la transformación de dichas aserciones. En segundo lugar se dan las negaciones de esas proposiciones (contradicciones): son contradictorias en sí mismas; por lo tanto, en virtud de su forma, falsas.
Para las restantes proposiciones, la decisión sobre su verdad o su falsedad está en las proposiciones de protocolo; son, pues (verdaderas o falsas), proposiciones de experiencia o empíricas y pertenecen al dominio de la ciencia empírica. Una proposición que se quiera formar sin que pertenezca a ninguna de esas clases, resultará automáticamente sin sentido. Como la metafísica no quiere ni asentar proposiciones analíticas ni ir a parar al dominio de la ciencia empírica, se ve obligada, o a emplear palabras para las cuales no se indica ningún criterio, y que, por lo mismo, están vacías de sentido, o a combinar palabras que tienen sentido, de tal manera que no resulte ni una proposición analítica (o contradictoria) ni una proposición empírica. En ambos casos, el resultado inevitable son seudoproposiciones.

El análisis lógico pronuncia, pues, el veredicto sobre la carencia de sentido de todo presunto conocimiento que pretenda ir por encima a por detrás de la experiencia. Ese veredicto alcanza ante todo a toda metafísica especulativa, a todo presunto conocimiento por el pensar puro de la intuición pura que pretende poder pasarse sin la experiencia. Pero también alcanza el veredicto a aquella clase de metafísica que, partiendo de la experiencia, aspira a conocer lo que trasciende la experiencia por medio de especiales inferencias (v,gr.: la tesis neo-vitalista de una “entelequia” que influye en los procesos orgánicos, pero que no se puede entender “en términos de la física”; la cuestión de la “esencia de la relación causal”, que sobrepasa la constatación de ciertas regularidades de sucesión; lo que se dice de “la cosa en sí”). Vale además ese juicio para toda filosofía de los valores y de las normas, para toda ética y estética como disciplina normativa. Porque la validez objetiva de un valor o de una norma no se puede verificar ni deducir de proposiciones empíricas; no se puede, por lo tanto, enunciar o formular en absoluto (en una proposición que tenga sentido) aun según la manera de ver de los filósofos de los valores. Con otras palabras: o se dan criterios empíricos para el uso de los términos “bello” y “bueno” y demás predicados que se usan en las ciencias normativas, o no. En el primer caso, una proposición que contenga tales predicados se convierte en un juicio, de hecho, empírico, y no es un juicio de valor; en el segundo caso, es una seudoproposición; una proposición que expone un juicio de valor, no se puede formar en absoluto.

Finalmente, el veredicto alcanza también a aquellas tendencias metafísicas que desacertadamente se suelen designar como movimientos epistemológicos, a saber, realismo (en cuanto pretende decir algo más que el resultado empírico de que los procesos muestran una cierta regularidad, que hace posible el empleo del método inductivo) y sus contrarios: el idealismo, el solipsismo, el fenomenalismo y el positivismo (en el sentido primitivo).
Pero, entonces, ¿qué le queda a la filosofía, si todas las proposiciones que afirman algo son de naturaleza empírica y pertenecen a la ciencia de lo fáctico? Lo que queda no son proposiciones ni ninguna teoría o sistema, sino tan sólo un método, a saber, el del análisis lógico. En la precedente exposición hemos ilustrado el uso, en su aspecto negativo, de ese método; sirve para eliminar las palabras sin significación, las seudoproposiciones sin sentido. En su uso positivo sirve para aclarar los conceptos y proposiciones que tienen sentido, para poner los fundamentos lógicos de la ciencia real y de la matemática. La aplicación negativa del método es necesaria e importante en la actual situación histórica. Pero aun en la práctica del momento presente es más fructuosa la aplicación positiva; pero no podemos aquí entrar en su exposición en detalle. La tarea indicada del análisis lógico, la investigación de los fundamentos lógicos, es lo que entendemos por “filosofía científica”, en contraposición a la metafísica.

La metafísica como expresión de una actitud emotiva ante la vida.
Nuestra afirmación de que las proposiciones de la metafísica son completamente sin sentido, que no afirman nada, producirá, aun en aquellos que racionalmente asientan a nuestros resultados, un penoso sentimiento de extrañeza: ¿Cómo tantos hombres de todos los tiempos y naciones, y entre ellos cabezas eminentes, han podido emplear tantos esfuerzos, tanto ardor en la metafísica, si ésta no consiste más que en meras palabras yuxtapuestas sin sentido? ¿Y sería comprensible que tales obras ejerzan hasta el día de hoy una influencia tan grande en los lectores y oyentes, si no contienen, no ya errores, pero ni siquiera absolutamente nada? Estos reparos son justificados por cuantos la metafísica contiene de hecho algo; sólo que eso no es un contenido teórico. Las seudoproposiciones de la metafísica no sirven para describir situaciones objetivas: ni existentes (entonces serían proposiciones verdaderas) ni no existentes (entonces serían al menos proposiciones falsas); sirven para la expresión de la actitud emotiva ante la vida.
Tal vez tengamos que asumir que es el mito de donde la metafísica se ha originado...

¿Cuál es, pues, el papel o misión histórica de la metafísica? Tal vez podamos ver en ella un sustituto de la teología en el nivel del pensar sistemático, conceptual. Las (presuntas) fuentes sobrenaturales del conocimiento teológico son aquí sustituidas por las fuentes naturales y (presuntas) transempíricas del conocimiento. Sin embargo, a una consideración más atenta, se puede reconocer a través del atuendo, mil veces cambiado, el mismo contenido que en el mito: hallarnos que también la metafísica responde a la necesidad de dar expresión a la actitud emotiva ante la vida, el ademán o postura emocional y volitiva ante el mundo que le rodea, ante sus semejantes, ante las tareas o empresas a que se dedica, ante >los infortunios que le afectan. Esa actitud se exterioriza, la mayor parte de las veces, de una manera inconsciente, en todo lo que el hombre hace y dice: refleja, queda grabada en los rasgos de su rostro, y aun tal vez en su mismo talante.

Ahora bien, muchos hombres experimentan la necesidad de configurar, además y por encima de esas manifestaciones, una especial expresión para su actitud ante la vida, en la cual se hace ésta visible de una manera más sucinta y penetrante. Si esos hombres están dotados de talento artístico, encuentran en la formación de la obra de arte el modo de expresarse. Muchos escritores (v.gr., Dilthey y sus discípulos) han hecho ver con claridad el modo como se manifiesta la actitud ante la vida en el estilo e índole de la obra de arte. En este punto se usa a menudo la expresión "concepción del mundo" (Weltanschauung); nosotros preferimos evitarla, a causa de su ambigüedad, que difumina la diferencia entre actitud ante la vida y teoría, que para muchos análisis es decisiva. Para nuestra exposición, lo esencial aquí es que el arte es el medio de expresión adecuado para la actitud ante la vida; la metafísica, en cambio, un medio inadecuado.

Naturalmente, de por sí no habría nada que objetar contra el empleo de cualquier medio de expresión. Pero en la metafísica la situación es ésta: que, por la forma que presenta su obra, aparenta ser algo que no es. Esa forma es la de un sistema de proposiciones que se hallan unidas en relaciones de premisas y conclusiones; por lo tanto, la forma de una teoría. Con ello se da la falsa impresión de un contenido teórico, cuando, en realidad, como hemos visto, no se da tal contenido. No sólo el lector, sino el mismo metafísico, es víctima de esa ilusión de creer que las proposiciones metafísicas dicen algo, describen situaciones reales.

El metafísico cree moverse en el terreno o dominio en el que tiene lugar la verdad y la falsedad. Pero, en realidad, no ha afirmado nada, sino solamente ha dado expresión a algo, como un artista. El que el metafísico se halle envuelto en esa ilusión, no lo podemos inferir, sin más, del solo hecho de que escoge o toma al ‘lenguaje como medio de expresión, y a las proposiciones afirmativas como formas de expresión, porque eso mismo hace el poeta lírico, sin que por eso sea víctima de esa ilusión. Pero el metafísico aduce argumentos para probar sus proposiciones, reclama asentimiento a su contenido, polemiza con los metafísicos de otras tendencias, tratando de refutar sus proposiciones en sus escritos. En cambio, el poeta lírico no se esfuerza por refutar en su poema las proposiciones de otros poetas, pues sabe que se mueve en el terreno del arte, y no en el de la teoría...

Nuestra presunción de que la metafísica es un sustitutivo, aunque inadecuado, del arte, parece confirmarse además por el hecho de que el metafísico quizá en más alto grado de talento artístico, Nietzsche, es el que menos ha incurrido en tal confusión. Una gran parte de su producción tiene predominantemente contenido empírico; se trata, v.gr., de análisis históricos de determinados fenómenos artísticos, o de un análisis histórico-psicológico de la moral. Sin embargo, en la obra en que él expresa con la máxima fuerza lo que los demás expresan en la metafísica o en la ética, a saber, en el Zarathustra, no escoge la engañosa forma teórica, sino claramente la forma del arte, de la poesía.