En Padrón, José (1992): "Reseña Histórica de los Procesos de Investigación", en Aspectos Diferenciales de la Investigación Educativa. Caracas: USR

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DEL CONOCIMIENTO ORDINARIO AL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Puede constatarse que el ser humano desarrolla, al lado de acciones espontáneas e irreflexivas, acciones intencionales o premeditadas y que éstas tienden a mejorar cualitativamente en términos de eficacia y eficiencia. Se ha determinado (Roca i Balasch, 1989) que la base de estas acciones (aquello que, precisamente, conduce a ese progreso cualitativo) es una especie de capacidad o función según la cual el ser humano elabora representaciones abstractas (mentales) del mundo circundante, lo cual permite, entre otras cosas, evaluar las acciones cumplidas y proponer nuevas ejecuciones:

Lo cognoscitivo, como evento mental, aparece muy pronto en la especie humana. La oralidad, el recuento de sucesos y la comunicación verbal primitiva ya hacen pensar que más allá del acto comunicativo en sí mismo había algo que lo controlaba (...). Desde que el hombre puede pensar se hace bífido: emerge la conciencia de sí y de cuanto le rodea (Navarro, 1989:2-3).

Las evidencias empíricas de esta capacidad o función de elaborar representaciones abstractas del mundo circundante (Cognición) están en todos aquellos hechos o manifestaciones a los que suele hacerse referencia bajo términos tales como "memoria", "comprensión", "reconocimiento de patrones", etc., hechos que han constituido la base observacional de numerosísimos estudios en Psicología, Neurofisiología, Neurolingüística, etc. La asociación antes mencionada entre acción intencional y cognición tiene evidencias en conceptos tanto de orden empírico -relativos al lenguaje y al conocimiento ordinario- como de orden teórico ("saber / hacer", "teoría / praxis", "competencia / ejecución"...).

De manera especial, la expresión "resolver problemas" o "solución de problemas" implica una referencia a los hechos de cognición como base para la acción intencional (entre muchos otros, véase Puente, 1989). Todo esto lleva a un primer enunciado descriptivo:

(i) LAS ACCIONES INTENCIONALES DE LOS SERES HUMANOS SE FUNDAN EN REPRESENTACIONES ABSTRACTAS (MENTALES) DE LA REALIDAD SOBRE LA CUAL ELLOS ACTÚAN.

Como se sugirió arriba, estas representaciones abstractas (Conocimientos, de aquí en adelante) tienden sistemáticamente a influir en el mejoramiento cualitativo de las acciones intencionales, de tal modo que a mayor grado de elaboración de conocimientos en los individuos tiende a suceder una mayor efectividad de sus acciones intencionales:

El comportamiento animal tiende a unas superaciones (ampliación del medio ambiente y aumento de los poderes del organismo) que dan lugar a la creatividad de las conductas cognoscitivas humanas, INCREMENTANDO ESE COMPORTAMIENTO (subrayado nuestro). (...) Esto conduce a un estadio mejor en comparación con el estadio de partida y todo ello porque el mecanismo autorregulador ha permitido mejorarlo. LLamo, pues, "equilibración incrementante" a este progreso en la equilibración (Piaget, 1981: 19,33).

Por tanto, el ser humano ha puesto especial empeño en dotarse de conocimientos cada vez más elaborados, buscando de esa manera incrementar la efectividad de sus acciones. Esto resulta particularmente observable cuando el ser humano se ubica en situaciones de grupo, en contextos sociales, cuando surgen las acciones intencionales colectivas con sus mecanismos de coordinación y control, aquéllas que tienden a repetirse bajo pautas reconocidas en dependencia de una función colectiva que se considera conveniente. Así, ante la necesidad de este tipo de acciones (que puede llamarse acción socializada sistemática), se genera también, como base para su mejoramiento cualitativo, un tipo de conocimiento estrictamente correspondiente, que puede llamarse conocimiento socializado sistemático (compartido y reproducible). Esto supone un proceso de producción de conocimientos, es decir, un tipo particular de acciones intencionales encaminadas a obtener datos cognitivos o representaciones abstractas que sustenten todas las demás acciones. Llama la atención, entonces, esa estrecha vinculación entre conocimiento y acción: el primero, en cuanto dato obtenido, elaboración final o producto, está en la base de toda acción intencional (incluyendo la de producir conocimientos); y ésta, a su vez, en cuanto "ampliación del medio y aumento de los poderes del organismo" (v. supra), retroalimenta los conocimientos que la soportan.

Cuando, por ejemplo, el hombre primitivo se proponía cazar, disponía previamente (había ido construyendo) de un conjunto de representaciones abstractas acerca de la zona en que incursionaba, acerca del tipo de presas y de su comportamiento, etc., en atención a lo cual fabricaba sus instrumentos de cacería, ordenaba reglas de acción, las ejecutaba, las ponía a prueba... y, finalmente, reajustaba sus conocimientos anteriores en esquemas más ricos que luego servirían de base a nuevas cacerías cada vez más efectivas y así, sucesivamente. En algún momento debió transmitir esos conocimientos a sus hijos, por ejemplo, o debió compartirlos con sus compañeros de faena. En el momento en que la acción se tornó colectiva debió hacerse también coordinada, controlada, reproducible, es decir, sistemática. En correspondencia, también el conocimiento de base de la nueva acción debió hacerse igualmente organizado, creíble, confiable y comunicable. Fueron así surgiendo los sistemas primitivos de conocimiento organizado, en torno a las diferentes actividades humanas: los mitos, las creencias, las explicaciones del mundo natural. Fueron también surgiendo los procesos de producción de este tipo de conocimientos socializados, como una acción diferenciada y cada vez más intencional. Por tanto, fueron naciendo, de alguna manera, ciertos métodos de descubrimiento, invención, construcción mental y comprobación que se revelaban más efectivos que otros en la medida en que sus resultados fuesen más apreciables, esto es, en la medida en que el conocimiento logrado a través de ellos fuese más confiable, seguro y transmisible: las "artes y oficios", así como las "técnicas" (tal como se conciben en Bunge, 1985a:683-709, y García-Bacca, 1977:456-468, siguiendo los respectivos conceptos aristotélicos) pertenecen a esa temprana etapa. En diferentes autores se hallan referencias a la relación conocimiento-acción desde un punto de vista evolutivo. Apartando las referencias estrictamente teóricas acerca de la evolución del conocimiento (como la "epistemología genética" de Piaget, 1975), de la técnica (como la de "proyección de los órganos" de E. Kapp expuesta en Rapp, 1981), etc., la mayoría de las descripciones históricas coinciden, más o menos, en lo siguiente:

El pensamiento indiferenciado es el que aborda la realidad. Que es geométrico, por ejemplo, si su finalidad práctica consiste en determinar la extensión de un área de terreno que un rey egipcio concede a uno de sus vasallos y la delimitación de ésta con respecto a las demás tierras. Que es aritmético, cuando se hace necesario censar o contar un rebaño, en el cual contar es la forma aplicada de la abstracción basada en la correspondencia cuantitativa (...). El camino pasa por el "método" -si es que así se le puede llamar- de ensayos y errores. Este método de ensayos y errores es quizás el primero en desbrozar el terreno de la ciencia primitiva. Sus logros y desaciertos se transmiten por tradición oral en forma de preceptos plagados de supersticiones y mitos. El mito y la superstición que acompañan a estos preceptos eran también en definitiva formas de explicación de los fenómenos naturales y suplían la necesidad humana de dar respuesta a fenómenos que, de otra manera, hubieran permanecido en el campo del misterio. Esta necesidad de darse una explicación, aún imaginativa, como en el caso del mito, consiste en reflejar la naturaleza o dibujarla con el pensamiento, la abstracción y la formación de conceptos (AA.VV, 1978: 14).

La relación acción-conocimiento, en un enfoque descriptivo, queda sometida, según ya se sugirió, a varios grados de socialización y sistematización, desde lo más individual y desorganizado hasta lo más colectivo y organizado. La que se ubica en este último extremo es la que interesa para este estudio y será tratada más adelante. Por ahora, sólo para efectos de clarificar su diferencia, conviene aludir al conocimiento no socializado y no sistemático, en general llamado "ordinario" o "vulgar" y también "empírico-espontáneo" (AA.VV, 1978:163-169) o de "sentido común" (Popper, 1982:41-105), etc.
El conocimiento individual, en concreto, constituye uno de los objetos centrales de interés de la Psicología, en cuanto conjunto de representaciones ordenadas o "estructuras cognitivas" (Ausubel, 1968) específicamente vinculadas al desarrollo y comportamiento del individuo como tal. Su relación con el conocimiento socializado sistemático se plantea, a nivel de discusión filosófica, en su papel o función como fuente de datos y como criterio de validación (empirismo, subjetivismo, etc.; véase Hume, 1962, por ejemplo). Sus más claras evidencias o manifestaciones se dan en los contenidos lingüísticos del habla ordinaria cotidiana y, más indirectamente, en las acciones típicas de cada individuo, las cuales, como ya se dijo, implican una base cognitiva que eventualmente puede ser expresada mediante las acciones. Las especulaciones y opiniones pertenecen específicamente a la esfera del conocimiento individual, en tanto que son proposiciones no sometidas a contrastación y carentes de garantía de confiabilidad (recuérdense las descripciones de los antiguos griegos en torno a "doxa" y "episteme" o, entre muchas otras, la ilustración que ofrecen Cohen/Nagel, 1976:9-12, acerca de la "tenacidad", la "autoridad" y la "intuición").

Pero ocurre que el conocimiento individual, por vía del lenguaje y la interacción social, puede extenderse hasta grupos y grandes comunidades. Manteniendo esencialmente sus mismas características originales, puede llegar a ser compartido hasta tal punto que se convierte en un bien sociocultural. Los conceptos de "Artes y Oficios" y "Técnica" (Bunge, 1985a), así como el concepto ordinario de "sabiduría popular", remiten a evidencias de este hecho. Se expresan, al respecto, dos áreas del conocimiento socializado no sistemático: el área de los "oficios prácticos" (Ziman, 1980) o de la "Práctica" (García-Bacca, 1977) y el área constituida por la tradición y el saber popular. Mientras la primera tiene referencias ontológicas (casi siempre instrumentales), la segunda suele tener referencias axiológicas y éticas. La primera se caracteriza, además, por un ámbito muy concreto y restringido de referencia, sin una clara separación entre conocimiento e instrumentación y sin alcance explicativo ni generalizante (AA.VV, 1978). La segunda, se distingue por un ámbito de referencia demasiado extenso e indiferenciado, así como por su bajo grado de organización y de contrastabilidad. Los refranes y proverbios son evidencias de este tipo de conocimiento (considérense ciertos pares de refranes como "el que madruga coge agua clara" vs. "no por mucho madrugar amanece más temprano").

Al lado de este tipo de conocimiento no sistemático (tanto individual como socializado), ha habido otro tipo de conocimiento que tiende a progresar hasta los mayores grados de socialización y sistematización, haciéndose cada vez más perfectible (como ocurre con toda acción intencional, según se dijo antes: "equilibración incrementante") y llegando a los procesos de la `Ciencia' (véase en Bunge, 1985a, el concepto de "teorías profundas" vs. "poco profundas" o el de "teorías formalizadas" vs. "no formalizadas", etc., con lo cual el mismo concepto de ciencia queda ubicado en un continuum).
Resulta muy difícil, desde un punto de vista empírico de común aceptación, establecer el límite entre "Ciencia" y "No-Ciencia". De hecho, el famoso problema de la "demarcación" (bien sea entre ciencia y metafísica, entre "doxa" y "episteme", entre "interpretatio naturae" y "anticipatio mentis", etc.) sigue estando lejos de una solución unánime. Lo más que se puede hacer, para efectos simplemente descriptivos, es registrar una clase de conocimientos que se distingue, muy en general (sin pretender la especificidad), por trascender al individuo, por pretender garantizar la efectividad de las acciones colectivas, por diferenciar expresamente entre su producto (representaciones cognitivas) y sus operaciones de producción (procesos, métodos y lenguajes) y por estar organizado de tal modo que revele el funcionamiento de clases universales de hechos reales.

Este tipo de conocimientos parece haber ido evolucionando a partir de la "práctica" y la "técnica", definiéndose cada vez más como una acción diferenciada y específica que se esforzaba particularmente por proveer mecanismos de validación o contrastación (garantías), ya que, al pretender fundamentar las acciones socializadas sistemáticas, se esperaban de ella resultados confiables y seguros. Numerosos documentos dan cuenta de esta evolución (entre otros, Mason, 1986; Pasolini, 1976; Bernal, 1979; Ziman, 1980; AAVV, 1978; Piaget/García, 1982..., hasta la célebre obra de Santon, 1927).