En Reyes, R. (1988): Terminología Científico-Social. Barcelona: Anthropos


FILOSOFÍA -TEORÍA- DE  LA CIENCIA

Andrés Rivadulla

 

La dedicación cada vez más intensa y extensa a la ciencia por parte de los países desarrollados, y la diversidad y especialización crecientes de las disciplinas científicas, nos proporcionan un conocimiento cada vez más profundo del mundo que, aparte de la satisfacción intelectual que ello supone, nos permite un aprovechamiento práctico de indudable importancia para la vida humana, para nuestra felicidad. Los avances en medicina, agricultura, prevención de catástrofes, medios de comunicación, etc. son una referencia cotidiana de cómo una investigación -más o menos orientada, más o menos condicionada- del mundo produce beneficios para la humanidad (desgraciadamente también peligros gravísimos de holocausto nuclear y ecológico que, ¡ojalá!, el triunfo de la razón y la solidaridad puedan algún día hacer desaparecer). Al margen de estos riesgos, demasiado presentes para ser obviados, podemos convenir que la ciencia investiga el mundo por el afán de conocimiento, por la necesidad de satisfacer la curiosidad que estimula lo que nos rodea y lo que no vemos, pero intuimos, y con el objeto de sacar provecho práctico para la vida de nuestra especie y entorno.

Desde un punto de vista filosófico, y en un nivel que nada tiene que ver con la divulgación o el periodismo científicos, la actividad científica misma y sus productos plantean un número considerable de interrogaciones que no interesan primariamente al hombre de ciencia, porque no son preguntas propias de la ciencia real sino de la metaciencia, a saber: las cuestiones que conciernen la definición y clasificación de los conceptos científicos; el problema de los términos teóricos de la ciencia; la naturaleza de las leyes científicas; la estructura lógica, evolución y desplazamiento de las teorías científicas; la contrastación empírica de la hipótesis y teorías y la posibilidad de una lógica inductiva; la lógica de la inferencia estadística; la explicación científica; el progreso científico; la fundamentación del conocimiento; el sentido y la referencia de los términos de la ciencia; la normatividad de la actividad científica; la verdad, etc. Estas cuestiones, y muchas más, que son las que interesan al filósofo o teórico de la ciencia, constituyen las preguntas de carácter metodológico, lógico, epistemológico y semántico que agotan el objeto de la filosofía o teoría de la ciencia, la cual se conforma así como una disciplina de rango metacientífico: mientras la ciencia investiga el mundo, la filosofía (teoría) de la ciencia analiza la ciencia misma. Digamos, entre paréntesis, que filosofía de la ciencia es el término que se emplea en el ámbito anglosajón, y teoría de la ciencia el que se utiliza en el ámbito germánico.

La filosofía de la ciencia da cuenta pues tanto de cuestiones sistemáticas (o sincrónicas) de la actividad científica, como de aspectos históricos (o diacrónicos) de la misma, e.d. del cambio científico. Mas, sobre la naturaleza de la teoría de la ciencia, cabe preguntarse también si ésta es una disciplina empírica dedicada exclusivamente a describir e identificar la estructura lógica de los productos proporcionados por la ciencia y su forma de aplicación a la realidad, o si por el contrario (o también), se encarga de dictar las normas por las que se debe guiar la actividad científica real.

El recurso a la afirmación de que la tarea de la filosofía de la ciencia es la de llevar a cabo una reconstrucción racional de la ciencia, o sea, una explicación del conocimiento científico por medio de conceptos lógicos, epistemológicos y pragmáticos, según opina Wolfgang Stegmüller, no evita la cuestión, ya que toda reconstrucción racional de la ciencia -y lo que se viene haciendo en teoría de la ciencia desde sus orígenes no es sino plantear propuestas de reconstrucción racional del conocimiento científico- o bien se hace desde una perspectiva filosófica determinada, o bien es susceptible de recibir una interpretación filosófica particular. Ahora bien, toda filosofía o teoría acerca de la ciencia comporta siempre una metodología en base a la cual se reconstruye racionalmente la ciencia. Luego, parece difícil negar que, además de descriptiva, la filosofía o teoría de la ciencia, también es de facto una empresa normativa o prescriptiva.

El origen oficial o público de la filosofía actual de la ciencia puede situarse en el Primer Congreso sobre Epistemología de las Ciencias Exactas, celebrado en Praga del 15 al 17 de septiembre de 1929. La propuesta de su celebración fue sugerida por Hans Reichenbach y su organización corrió a cargo de la Sociedad Ernst, Mach de Viena en colaboración con la Sociedad de Filosofía Empírica de Berlín. La invitación a participar en el mismo fue incluida en la invitación a asistir al Quinto Congreso de Físicos y Matemáticos Alemanes, una vez que la Sociedad Alemana de Físicos aceptase la conexión del citado Primer Congreso con el de físicos y matemáticos. Algunas ponencias, como la de Philippe Frank, que también leyó el discurso de apertura: «¿Qué representan las teorías físicas actuales para la teoría general del conocimiento?» y la de Richard von Mises: «Sobre regularidad causal y estadística en la física», fueron presentadas en el Congreso de Físicos y Matemáticos. El hecho pues, por una parte, de la concurrencia de físicos, matemáticos y filósofos en un congreso en el que se discutió sobre la concepción científica del mundo (del Círculo de Viena), sobre probabilidad y causalidad, y sobre cuestiones fundamentales de lógica y matemática -lo que demostraba que en filosofía se estaba produciendo un auténtico cambio de orientación o de rumbo-, y la circunstancia, por otra parte, de que en sucesivos congresos y publicaciones se fuera desarrollando la temática discutida en el Primer Congreso mencionado, hasta formar el cuerpo de cuestiones que hoy constituye -académicamente hablando- la filosofía o teoría de la ciencia, autorizan a considerar justamente situado el origen de esta moderna disciplina. Este hecho no debe hacernos olvidar sin embargo la existencia de una filosofía de la ciencia precedente con concepciones tales como pragmatismo de Ch. S. Peirce y W. James, el convencionalismo de H. Poincaré, el instrumentalismo de P. Duhem, el operacionalismo de P.W. Bridgmann, así como la moderna filosofía de la naturaleza de W. Ostwald y H. Dingler, ni tampoco el que la epistemología del positivismo lógico, una de las dos cunas -la otra la representa cuasi en solitario Karl R. Popper- de la filosofía actual de la ciencia hundiese sus raíces en el empirismo de Locke, Berkeley y Hume, el positivismo de Comte y Mill, el atomismo lógico de Russell y el empiriocriticismo de Mach y Avenarius.

La filosofía de la ciencia nace ya sobre el fondo de una disputa que concierne la esencia misma de la epistemología: frente a la cuestión central del positivismo o empirismo lógico, o neopositivismo: “¿a qué es reducible el conocimiento?”, Karl Popper planteó la siguiente, característica de su posición denominada posteriormente racionalismo crítico: «¿cómo podemos criticar óptimamente nuestras teorías?». Esta divergencia básica determinó también dos actitudes radicalmente opuestas acerca tanto del criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia -el de falsabilidad de Popper frente al neopositivista de verificabilidad en principio-, como principalmente sobre la posibilidad de una lógica inductiva, polémica ésta entre carnapianos y popperianos que aún perdura.

Por otra parte, y ya más recientemente, la orientación diacrónica o histórica de la filosofía de la ciencia también ha dado paso a una gran controversia sobre las formas, métodos y metas del progreso científico. El coloquio internacional sobre Filosofía de la Ciencia, celebrado en Londres en 1965, y cuyas ponencias aparecen recogidas por Imre Lakatos en 1970 en La crítica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975; la publicación por Paul K. Feyerabend en 1970 y 1975 de su Contra el método y Tratado contra el método respectivamente en Barcelona, Ariel, 1975, y Madrid, Tecnos, 1981; la aparición en 1971 de la obra de Joseph D. Sneed: The Logical Structure of Mathematical Physics, Reidel, Dordrecht-Holland, y finalmente el Coloquio sobre la Lógica y Epistemología del Cambio Científico, organizado en Helsinki por la Sociedad Filosófica de Finlandia en 1977, y cuyas ponencias aparecen recogidas en Acta Philosophica Fennica, 1978, han puesto de manifiesto la existencia de la polémica Popper-Kulin-Lakatos acerca del desarrollo científico, del enfrentamiento del anarquismo epistemológico de Feyerabend con Popper, Kuhn y Lakatos, y de la rivalidad de las concepciones realista y estructuralista acerca del progreso científico: controversias que ocupan en gran medida la atención de los teóricos de la ciencia contemporáneos.

La filosofía de la ciencia es en España una disciplina considerablemente nueva, si bien en el ámbito hispanoamericano el argentino Mario Bunge, profesor de la Universidad Mc Gill de Montreal, contribuye desde los años sesenta al desarrollo de la misma manera importante. Entre las obras más modernas sobre o de filosofía de la ciencia publicadas en España por filósofos latinoamericanos y españoles cabría destacar a Mario Bunge, Epistemología, Barcelona, Ariel, 1981: Nicanor Ursua y otros, Filosofía de la Ciencia y Metodología Crítica, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1981; Carlos U. Moulines, Exploraciones Metacientíficas, Madrid, Alianza Editorial, 1982; Jesús Mosterín, Conceptos y teorías en la Ciencia, Madrid, Alianza, 1984; Andrés Rivadulla, Filosofía actual de la Ciencia, Madrid, Editora Nacional, 1984.