En Díez, José y Moulines, C. Ulises (1999): Fundamentos de Filosofía de la Ciencia. Barcelona: Ariel. Pp. 27-33


Panorama sucinto de la historia de la filosofía de la ciencia

En sentido estricto, la filosofía de la ciencia, como disciplina filosófica específica y sociológicamente identificable, es relativamente joven, se origina en el cambio de siglo y se asienta definitivamente en el período de entreguerras. Sin embargo, en un sentido más amplio, la filosofía de la ciencia es tan antigua como la filosofía misma. Uno de los principales fenómenos objeto de la reflexión filosófica casi desde los inicios de la filosofía es el conocimiento humano. Ahora bien, parece hoy día generalmente admitido que el conocimiento humano encuentra su máxima expresión en el conocimiento científico, el cual, aunque especialmente importante a partir de la Revolución Científica del siglo XVII, ya estaba presente en algunas de sus formas en la Antigüedad (especialmente geometría, astronomía y estática). Este conocimiento científico fue objeto de especial atención en una reflexión de "segundo orden" ya en algunos pensadores griegos, principalmente en Aristóteles. A él se debe la primera concepción del método axiomático en general, como modo de sistematizar el conocimiento científico, concepción que luego fue aplicada (con ligeras variantes) por Euclides a la geometría y por Arquímedes a la estática.

No podemos exponer aquí la historia de la filosofía de la ciencia con mínimo detenimiento, tarea que exigiría por sí misma un tratado de la misma extensión, sí no más, que el presente. Aquí sólo podemos señalar muy someramente los hitos más sobresalientes en el desarrollo de nuestra disciplina (para un estudio más detenido, aunque todavía abreviado, de toda su historia, cf. Losee, 1972; para la historia reciente, cf. p.ej. Brown, 1977 y Echeverría, 1989). Por lo demás, una porción considerable de la evolución de temas, corrientes y autores a partir de la Segunda Guerra Mundial se tratará con detalle, aunque sin pretensiones historiográficas, en diversas partes de esta obra (cf. especialmente caps. 7 a 10 y 12).

El advenimiento de la llamada "Revolución Científica" (no discutiremos aquí la pertinencia o no de esta denominación), fenómeno cultural cuyos inicios pueden fecharse con los trabajos de Simon Stevin en mecánica y Johannes Kepler en astronomía, a principios del siglo XVII, y cuya conclusión puede verse en la síntesis newtoniana al final del mismo siglo, proporcionó pronto material científico suficiente como para que algunos pensadores, ya fueran ellos mismos científicos practicantes o no, se pusieran a reflexionar sobre lo que ellos u otros hacían al hacer ciencia empírica. Las cuestiones de método pasaron al primer plano de esta reflexión, siendo la pregunta fundamental: ¿cuáles son las reglas que determinan el buen método de investigación científica? Por eso podemos caracterizar estos primeros conatos de una reflexión de segundo orden sobre la ciencia como una filosofía principalmente normativísta. El tratado más sistemático, divulgado e influyente de metodología científica en esta época fue el Novum Organon de Francis Bacon, cuya concepción puede considerarse precursora de una curiosa combinación de la metodología inductivista con la hipotético-deductivista en el sentido actual. Bacon no fue en rigor un científico profesional, sino precisamente alguien que hoy día consideraríamos como un especialista en filosofía de la ciencia. Pero también algunos de los grandes campeones de la ciencia del momento dedicaron una porción considerable de su esfuerzo intelectual a la reflexión de segundo orden sobre lo que ellos mismos estaban haciendo. Los dos casos más notables son René Descartes e Isaac Newton, ambos impulsores del método axiomático en física. De manera explícita y sistemática formuló Newton su metodología general bajo el título Regulae Philosophandi (o sea "Reglas para filosofar", donde `filosofar' significa aquí "hacer investigación empírica"), al principio de la Tercera Parte de su obra cumbre, los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Estas Regulae pueden entenderse como un "mini-tratado" de filosofía de la ciencia.

Si la actitud normativista es lo que caracteriza estos primeros conatos de la filosofía de la ciencia en el siglo XVII, en cambio, en el siglo siguiente, cuando la idea general de una ciencia matemático-experimental ya estaba bien establecida, es más bien el punto de vista descriptivista el que predomina en los estudios sobre la ciencia. Ello es particularmente manifiesto en los enciclopedistas, especialmente D'Alembert y Diderot. Se intenta dar aquí una visión sistemática y de conjunto de las diversas disciplinas científicas y sus interrelaciones.

En contra de lo que a veces se supone, no hay una filosofía de la ciencia verdaderamente tal en los empiristas británicos del siglo XVIII. Lo que hay en ellos es una teoría crítica del conocimiento humano en general, la cual tiene implicaciones para la filosofía de la ciencia sólo en la medida en que ciertos temas muy generales de la filosofía de la ciencia son también temas de la teoría del conocimiento (por ejemplo, percepción, causalidad, inducción) y en el sentido de que si se cuestiona toda forma de conocimiento humano, ello obviamente también tiene consecuencias para la forma específicamente científica del mismo. De hecho, las filosofías de Berkeley y Hume no planteaban tesis precisamente constructivas con respecto a la ciencia establecida de su tiempo: Berkeley no creía en la relevancia de la matemática para el conocimiento empírico, y Hume no creía ni en la causalidad ni en la inducción; pero precisamente estos tres elementos, matematización, causalidad e inducción, constituían los pivotes de la síntesis newtoniana (y no sólo de ella).

La filosofía de la ciencia no recibe un nuevo impulso hasta finales del siglo XVIII con la obra de Immanuel Kant. La filosofía trascendental kantiana (especialmente en sus planteamientos de la Crítica de la Razón Pura y los Fundamentos Metafísicos de la Ciencia Natural) representa un hito importante en la "protohistoria" de nuestra disciplina y ello no sólo por su influencia en las discusiones posteriores hasta bien entrado el siglo XX, sino también porque es el primer ejemplo histórico de lo que hemos denominado antes un modelo interpretativo de la ciencia, una metateoría sistemática de las teorías científicas. En efecto, Kant se encuentra ya con dos teorías bien establecidas, la geometría euclídea como teoría del espacio físico y la mecánica newtoniana como teoría del movimiento, y se pregunta por la estructura esencial que "se esconde" detrás de estas teorías; quiere establecer lo que hace comprensible por qué ellas proporcionan conocimiento genuino de la realidad empírica, aun siendo tan altamente abstractas o "ideales". La teoría kantiana de los juicios sintéticos a priori, de las categorías del entendimiento y de las formas puras de la intuición (espacio y tiempo) puede verse como una propuesta de interpretación general de aquello que es esencial en el conocimiento científico, y que está paradigmáticamente contenido en la geometría y la mecánica. La respuesta kantiana en sus rasgos específicos probablemente ya no sea aceptada hoy día por ningún filósofo de la ciencia. Sin embargo, ella marcó la pauta de la discusión de una serie de temas y conceptos que han jugado un papel central en la filosofía de la ciencia de la época contemporánea (relación teoría-experiencia; función de las matemáticas en la ciencia empírica; carácter de las regularidades nómicas; naturaleza de la causalidad, del espacio y del tiempo; ...).

De los filósofos del idealismo alemán posteriores a Kant no puede decirse propiamente que hicieran contribuciones significativas a la filosofía de la ciencia, al menos tal como entendemos ésta hoy en día. Más bien se trató en ellos, sobre todo en Hegel y Schelling, de una filosofía de la naturaleza, es decir, una especulación filosófica directa (de "primer orden") sobre la realidad empírica, basada en sus propios sistemas metafísicos. En realidad, estos filósofos se mostraron muy escépticos, cuando no abiertamente opuestos, al espíritu de la ciencia empírico-matemática moderna, tal como ella se desarrolló a partir del siglo XVII. Con cierta benevolencia, podría verse en sus especulaciones el intento de formular un programa alternativo al de la ciencia moderna, proyecto que al final condujo a un callejón sin salida.

La filosofía de la ciencia como explícita reflexión de segundo orden sobre la ciencia retorna vuelo en la primera mitad del siglo XIX con la obra de Auguste Comte, el fundador del positivismo. Dentro de la clasificación general de enfoques que hemos presentado más arriba cabría considerar el enfoque comtiano como primordialmente descriptivista: se trata de presentar la totalidad de las disciplinas establecidas de su tiempo dentro de un esquema jerárquico general, tanto en perspectiva sincrónica como diacrónica. Ahora bien, de su descripción general de lo que considera el estado de la ciencia de su época, Comte saca también algunas consecuencias normativas acerca de cómo hacer "buena ciencia", que posteriormente iban a tener bastante influencia en los practicantes mismos de algunas disciplinas, como la medicina y las ciencias sociales. Un enfoque parecido puede verse en otro autor de mediados del siglo XIX, John Stuart Mill, en quien, sin embargo, la problemática metodológico-normativa iba a jugar un mayor papel, y a tener una influencia posterior más profunda, que en el caso de Comte.

Los planteamientos kantianos, que habían quedado eclipsados por largo tiempo, retoman con vigor a finales del siglo XIX y principios del XX, con una serie de corrientes, escuelas y autores que, aunque muy distintos entre sí, toman su fuente de inspiración más de Kant que del positivismo inmediatamente anterior, y con ello elaboran enfoques más bien interpretativos (metateóricos) en el sentido apuntado más arriba. Los filósofos de la ciencia más obviamente influidos por Kant fueron, por supuesto, los neokantianos, con Ernst Cassirer a la cabeza, quienes trataron de compaginar del mejor modo posible los principios de la teoría kantiana original con los nuevos desarrollos de las ciencias, especialmente de la física. Pero, además de los neokantianos, a esta época pertenecen una serie de autores que, aun siendo más o menos críticos (a veces radicalmente críticos) de Kant, retomaron las preocupaciones y el modo de encarar los problemas de éste y elaboraron sus propias metateorías en el sentido de modelos acerca de la estructura esencial del conocimiento científico, sobre todo de la física. De esta plétora de enfoques aquí sólo podemos mencionar unos pocos, aquellos que mayor influencia tuvieron en la filosofía de la ciencia posterior: el "pseudo-kantismo" empirista de Hermann von Helmholtz, el convencionalismo de Henri Poincaré, el instrumentalismo de Pierre Duhem, el pragmatismo de Charles S. Peirce y el empirio-criticismo (quizás sería más adecuado calificarlo de "operacionalismo radical") de Ernst Mach. Aunque existen profundas discrepancias entre estos pensadores, tienen, no obstante, un indudable "aire de familia". Por las preocupaciones, intereses y objetivos que comparten, puede considerarse a estos autores uno de los puntales para la formación, en la generación inmediatamente posterior, de la filosofía de la ciencia tal como la entendemos hoy día como disciplina relativamente autónoma. (Otros pensadores importantes en este proceso de gestación de la disciplina, a los que sólo podemos aludir aquí, son Herschel, Whewell, Jevons, Hertz y Campbell).

El otro gran puntal para la constitución de nuestra disciplina fue la lógica moderna, establecida de nuevo cuño por Gottlob Frege en el último cuarto del siglo XIX, y que iba a ser consolidada y propagada por los Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead a principios del siglo XX. Como parte de este otro puntal habría que incluir, en realidad, no sólo la lógica en sentido estricto, sino la filosofía de la lógica y las investigaciones sobre fundamentos de las matemáticas iniciadas en esa época por los propios Frege y Russell, pero no sólo por ellos, sino por muchos otros autores, entre los que cabe mencionar a David Hilbert y Ludwig Wittgenstein.

Sobre estos dos puntales -el del contenido de los temas y planteamientos, debido a los físicos-filósofos de fines del XIX y principios del XX, y el del método, debido a los lógicos y fundamentadores de las matemáticas- se constituye, inmediatamente después de la Primer Guerra Mundial, la nueva disciplina de la filosofía de la ciencia. Ello es obra principalmente (aunque no exclusivamente) de dos grupos de investigadores que iban a causar un impacto duradero y profundo no sólo en el desarrollo de la filosofía de la ciencia, sino en el de la filosofía en general para el resto del siglo: el Círculo de Viena, con Moritz Schlick, Rudolf Carnap y Otto Neurath como figuras señeras, y el Grupo de Berlín, con Hans Reichenbach a la cabeza. En este período, que duró aproximadamente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y al que, de manera bastante laxa, suele subsumirse bajo el epíteto de "positivismo lógico" o "empirismo lógico", se establecieron los temas principales de la filosofía de la ciencia y sobre todo el modo de abordarlos. Por ello puede considerarse esta fase como el período constituyente o "germinal" de la actual filosofía de la ciencia, a pesar de las innumerables y a veces agrias controversias que tuvieron lugar (tanto con los adversarios de la filosofía de la ciencia así entendida como entre los propios representantes de la misma) y de que la casi totalidad de las tesis sustantivas sostenidas entonces (como el verificacionismo, el fenomenalismo, el fisicalismo y el sintactismo) han sido rechazadas posteriormente.

A este período constituyente siguió, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los años sesenta, lo que suele calificarse como período clásico de nuestra disciplina, en el que se acuña y desarrolla lo que se conocerá como la Concepción Heredada (`Received View'). En él se articularon de manera definitiva muchos de los conceptos, problemas y análisis que siguen presuponiéndose hoy día. Además de los ya citados Carnap y Reichenbach, que siguen haciendo aportaciones importantes e influyentes (sobre todo el primero, pues el segundo morirá apenas iniciado este período), los autores más destacados son Karl R. Popper, Carl G. Hempel, Herbert Feigl, Nelson Goodman y Ernest Nagel. El extenso tratado de este último, La Estructura de la Ciencia, de principios de los sesenta, representa la síntesis más completa de la filosofía "clásica" de la ciencia. Por supuesto que, en muchos aspectos, tanto de contenido como de forma, esta filosofía de la ciencia puede considerarse hoy en día como "superada"; no obstante, su trasfondo conceptual y temático está presupuesto, de manera implícita o explícita, en los enfoques posteriores y resulta imprescindible para comprender y valorar cabalmente estos últimos. Ninguna persona seriamente interesada en la filosofía de la ciencia actualmente puede permitirse desconocer los elementos esenciales de las aportaciones de dicho período, aunque sólo sea para "refutarlos". Por lo demás, a pesar de todas las "superaciones" y "refutaciones" posteriores, hay una serie de resultados y conceptos característicos de esta época que pueden considerarse sólidamente establecidos y que no pueden pasarse por alto en un estudio mínimamente completo de la disciplina. Tanto los elementos controvertidos o superados de la filosofía clásica de la ciencia, como los resultados firmemente asentados de la misma, constituyen buena parte del contenido de este libro, especialmente los caps. 3, 7, 8 y 12.

Sobre las contribuciones de los enfoques posteriores a la filosofía clásica de la ciencia nos extenderemos en los capítulos 7, 9, 10, 12 y 13. Aquí indicaremos sucintamente sus rasgos más sobresalientes. Aparte de ciertos desarrollos colaterales, en la filosofía "posclásica" de la ciencia pueden identificarse dos líneas claramente distinguibles: por un lado, la corriente historicista, y por otro, las concepciones llamadas frecuentemente semánticas, aunque quizás sería más propio calificarlas de modeloteóricas o representacionalistas (ninguna de estas denominaciones es completamente apropiada, pero de momento no disponemos de otras mejores; quizás algún futuro historiador de las ideas logre forjar una clasificación más adecuada). Estas dos líneas tienen orígenes y motivaciones muy diferentes, pero no por ello son necesariamente incompatibles; como veremos en diversas partes de esta obra, en el caso de algunos enfoques particulares de una y otra línea (como el kuhniano y el estructuralista) puede hablarse de un acercamiento o principio de síntesis. Por otro lado, e independientemente de su diferente origen e intereses, ambas líneas se caracterizan en buena medida por su vocación de ruptura, por su oposición a una serie de elementos, diferentes en cada caso, considerados esenciales de la concepción clásica. En la corriente historicista, la oposición es mucho más manifiesta y genera abierta polémica; en los enfoques semánticos la oposición es más sutil, pero en algunos de sus aspectos igual de radical, si no más. Sin embargo, y sin negar los elementos reales de crítica profunda presentes en estas nuevas orientaciones, la ruptura es menos drástica de lo que a veces se pretende; los elementos de estas nuevas concepciones que provienen de la etapa clásica son, incluso en el caso de los historicistas, más numerosos y significativos de lo que con frecuencia se piensa, principalmente respecto del ámbito de problemas abordados y de algunos de los conceptos más básicos utilizados para el análisis.

Por lo que a la revuelta historicista se refiere, aunque en las décadas anteriores hay algunos precursores de la crítica historicista a la filosofía clásica de corte "positivista" (principalmente Ludwik Fleck y Michael Polányi), la corriente historicista se hace fuerte como nueva alternativa a partir de los años sesenta, principalmente con los trabajos de Thomas S. Kuhn, Paul K. Feyerabend e Imre Lakatos, entre los que destaca de modo particular La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, aparecido en 1962. Estos trabajos se autoconciben (y así son también interpretados por el público interesado) como una "rebelión" contra la filosofía de la ciencia establecida, tanto en su vertiente "carnapiana" como en la "popperiana". El principal y más explícito reproche que estos autores hacen a la filosofía clásica de la ciencia estriba en que ésta no se tomara la historia de la ciencia en serio y que, en consecuencia, presentara una imagen muy pobre, totalmente inadecuada, de la dinámica del conocimiento científico.

El énfasis puesto en la relevancia de los estudios historiográficos para la filosofía de la ciencia parece ir aunado, en los autores historicistas, con un desprecio total por el uso de métodos formales en nuestra disciplina. Por ello se ha calificado a veces a la filosofía historicista de la ciencia como una filosofía "anti-formalista" por oposición a la filosofía "formalista" clásica. Sin embargo, esta divergencia es menos significativa de lo que puede parecer a primera vista. Por un lado, no todos los autores o enfoques importantes dentro de lo que hemos dado en llamar filosofía clásica de la ciencia hicieron uso sistemático de métodos formales; por ejemplo, dos de los más característicos tratados de dicha filosofía, La lógica de la investigación científica de Popper y La estructura de la ciencia de Nagel (que suelen considerarse como objetivos de ataque por parte de los historicistas), apenas utilizan alguna formalización. Por otro, no todos los autores historicistas se mostraron tajantemente adversos a los métodos formales. Si bien Feyerabend se declara explícita y enfáticamente antiformalista, Kuhn y Lakatos, por su lado, no rechazan por principio la oportunidad de la formalización en ciertos contextos, sino sólo el modo específico en que sus adversarios "clásicos" lo hicieron.

Más significativa es otra divergencia con la filosofía clásica de la ciencia que, aunque planteada de manera más implícita que explícita, iba a resultar a la larga más profunda: los historicistas proponen una noción intuitiva de teoría científica mucho más compleja, que pone de manifiesto el carácter excesivamente simplista del concepto de teoría común tanto a carnapianos como a popperianos (cf. cap. 9); esta innovación es la que se encuentra muchas veces tras polémicas aparentemente centradas en otras cuestiones (cf. cap. 12 §5).

Esta última es también la objeción más fuerte y explícita que hace la otra línea de la nueva filosofía de la ciencia, la de las concepciones semánticas o modeloteóricas: la idea clásica de tomar las teorías científicas simplemente como sistemas axiomáticos de enunciados es demasiado primitiva e inadecuada a la complejidad estructural de las teorías. Con esta crítica general está emparentada otra de carácter más particular, pero no menos importante: la escasa importancia que revisten en la filosofía clásica de la ciencia los estudios de casos, es decir, el análisis y la reconstrucción detallados de ejemplos reales de teorías científicas. Por ello, es característico de las concepciones semánticas (si no de todas, al menos sí de una gran parte de ellas) el haber dedicado una gran porción de sus esfuerzos al análisis muy detallado de teorías concretas, al menos mucho más que la corriente clásica, y también que la historicista.

Esta línea es en parte anterior y en parte posterior a la línea historicista. En realidad, aún menos que la filosofía clásica de la ciencia y que la historicista, puede hablarse aquí de una concepción unitaria. Se trata más bien de una familia muy difusa de enfoques. Sus raíces comunes están en los trabajos de reconstrucción de teorías de Patrick Suppes y sus colaboradores (especialmente Ernest W. Adams) en los años cincuenta y sesenta. Éstos inspiraron la emergencia del estructuralismo metateórico de Joseph D. Sneed y Wolfgang Stegmüller en los años setenta y del empirismo constructivo de Bas van Fraassen en los años ochenta. A esta familia pueden asignarse también los trabajos de Frederick Suppe y Ronald Giere en EE.UU., del grupo polaco alrededor de Marian Przelecki y Ryszard Wójcicki, y los de la Escuela Italiana de Toraldo di Francia y Maria Luisa Dalla Chiara, todos emergentes más o menos por las mismas fechas. A pesar de las considerables diferencias que existen entre estos enfoques en cuanto a intereses, métodos y tesis sustantivas, su "aire de familia" les proviene de que en ellos juega un papel central la idea de que las teorías científicas, más que sistemas de enunciados, consisten en sistemas de modelos, en cuanto que estos últimos son representaciones conceptuales (más o menos idealizadas) de "pedazos" de la realidad empírica (de ahí la denominación semánticas o modeloteóricas o representacionales para estas concepciones). Y, a diferencia de los historicistas, estos enfoques no ven ninguna dificultad en el uso de instrumentos formales en el análisis de las teorías científicas: al contrario, su reproche a la filosofía clásica de la ciencia no es que ésta haya usado (a veces) métodos formales, sino que los utilizados (en lo esencial, la lógica de primer orden) eran demasiado primitivos y por ello inapropiados a la tarea; conviene utilizar porciones "más fuertes" de las ciencias formales: teoría de modelos, teoría de conjuntos, topología, análisis no-estándar, teoría de categorías, etc.

Carecemos todavía de la suficiente perspectiva histórica para presentar una evaluación mínimamente ajustada de los desarrollos en la filosofía general de la ciencia de los últimos años. Concluiremos este breve recuento histórico señalando solamente lo que, al menos a primera vista, parecen ser rasgos notorios de la situación actual. Por un lado, la filosofía historicista de la ciencia parece haber dado todo lo que podía dar de sí, al menos como propuesta de metateorías generales. Ella parece haber desembocado, o bien en una pura historiografía de la ciencia, o bien en un sociologismo radical de corte relativista y frontalmente adverso a cualquier teorización sistemática (que no sea sociológica). En cambio, los enfoques de la familia semanticista han seguido desarrollándose y articulándose como metateorías generales de la ciencia; una tendencia que parece cada vez más fuerte dentro de al menos parte de esa familia estriba en combinar la línea modeloteórica general con conceptos y métodos de las ciencias cognitivas y de programas computacionales de simulación. Asimismo es notoria la proliferación cada vez mayor de estudios de casos, es decir, de interpretaciones y reconstrucciones de teorías particulares de las diversas disciplinas, inspiradas de modo implícito o explícito en las metateorías generales, pero que también pueden llevar a una revisión de estas últimas. Se trata en lo esencial, pues, de un desarrollo acelerado de lo que más arriba hemos caracterizado como filosofía especial de la ciencias, la cual, como hemos advertido, no es tema de este libro.