En: http://www.uv.es/metode/anuario2000/13_2000.html
Einstein: el hombre y el genio
Una revisión de su perfil humano
por José A. de Azcárraga,
Catedrático de Física Teórica de la UVEG y miembro del IFIC
La reciente
publicación en español de una antigua recopilación de las ideas de Einstein (A.
Einstein: Mis ideas y opiniones, Bon Ton 2000) sobre cuestiones sociales,
políticas y sobre la ciencia en general da pie a trazar unos pocos aspectos de
su perfil humano, ya que sus contribuciones a la física son sobradamente
conocidas. Ningún científico ha gozado de una fama tan universal como la suya.
Preguntado una vez por su profesión, respondió sin titubear: “modelo masculino”,
aludiendo a la atención que le dedicaban los fotógrafos. Cierto es que sólo unos
pocos entre los millones que le rindieron tributo comprendían la transcendencia
de sus descubrimientos y que muchos de sus admiradores, atraídos sólo por lo
misterioso, hubieran quedado decepcionados de haberlos entendido.
--- EINSTEIN Y EL JUDAÍSMO
El hecho de ser judío fue un factor determinante en la vida de Einstein. Parece
ser que recibió el nombre de Abraham en su circuncisión, nombre que sus padres
cambiaron después por el de Albert por comenzar por la misma letra. Aunque su
familia no ocultaba su judaísmo, tampoco era particularmente observante de sus
tradiciones y Einstein, de niño, fue incluso a un colegio católico. Su primera
identificación con su condición judaica fue en Praga: en aquella época, la del
emperador Francisco José, un profesor universitario debía pertenecer a algún
credo –aunque sólo fuera para poder realizar adecuadamente el juramento de
lealtad– y, forzado a ello, Einstein se declaró entonces judío. Pero fue en
Alemania donde descubrió claramente su identidad: “Cuando vivía en Suiza no me
di cuenta de mi judaísmo; todo cambió cuando me trasladé a Berlín.” El judaísmo
de Einstein, no obstante, estaba basado más en su carácter ético que en un fondo
religioso: “Para mí, el judaísmo está casi exclusivamente relacionado con la
actitud moral ante la vida.” Y es que éste –en opinión de Einstein– “no es un
credo: el Dios judío es simplemente la negación de la superstición, un resultado
imaginario de su eliminación”. Por lo que se refiere a sus propias creencias,
Einstein afirmaba: “Creo en el Dios de Espinoza que se manifiesta en la armonía
ordenada de todo lo que existe, no en un Dios que se preocupa con el destino y
las acciones de los seres humanos.” “No creo en el libre albedrío. Las palabras
de Schopenhauer ‘el hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede decidir qué
es lo que quiere’ me acompañan en todas las situaciones de mi vida y me
reconcilian con las acciones de los demás… Esta conciencia de la falta de
libertad me impide tomar a mis congéneres y a mí mismo demasiado en serio…” “A
mí me basta (…) con el conocimiento (…) de la mínima parte de la Razón que se
manifiesta en la Naturaleza.”
Como consecuencia de su identificación con el pueblo judío durante su estancia
en Berlín, Einstein se hizo, tras algunas dudas iniciales, ferviente sionista a
partir de 1919. Distinguiendo –de modo ciertamente algo sutil– entre
nacionalismo y sionismo, afirmó: “Soy contrario al nacionalismo pero estoy a
favor del sionismo.” Conforme su fama fue aumentando, su vinculación a la causa
sionista fue cada vez mayor. Su apoyo a la creación de la Universidad Hebrea,
por ejemplo, fue decisivo: en el viaje a los Estados Unidos de 1921 acompañó a
Chaim Weizmann con objeto de recabar fondos para esa universidad.
Su apoyo a la causa judía –aunque sus opiniones sobre el sionismo no fueran
siempre compartidas por los judíos de Palestina– motivó que a la muerte de
Weizmann (que era un químico de prestigio) en 1952, Ben Gurion sugiriera a
Einstein como siguiente presidente de Israel. Einstein declinó el ofrecimiento
(que, de aceptar, hubiera contado con la segura aprobación del Knesset) que le
fue transmitido por Abba Eban, entonces embajador en EEUU. “Conozco algo sobre
la Naturaleza, pero prácticamente nada sobre los hombres”, afirmó, estableciendo
así un criterio que, de aplicarse, dejaría a un buen número de estados sin su
cabeza visible. Cabe preguntarse, como me comentó en una ocasión el entonces
presidente de Israel, Dr. Navón, las consecuencias que hubiera tenido para
Israel de aceptar la oferta.
--- EINSTEIN Y EL PACIFISMO
Einstein fue toda su vida un pacifista convencido. Desde sus tiempos escolares
en el Luitpold Gymnasium, el militarismo le resultaba odioso: “El que se siente
en condiciones de marchar con placer, codo con codo, al son de la música
marcial, ha recibido un cerebro grande sólo por equivocación, puesto que le
hubiera bastado con la médula espinal. ” Al comienzo de la Primera Guerra
Mundial, por ejemplo, rehusó tener nada que ver con el “Manifiesto al Mundo
Civilizado” en el que 93 intelectuales alemanes trataban de alguna forma de
justificar la actitud alemana (Planck, el iniciador de la física cuántica, cuyo
centenario se cumplió el 14-XII-2000, fue uno de los firmantes). El pacifismo de
Einstein, sin embargo, no le impidió sentirse beligerante posteriormente cuando
juzgó en peligro la libertad. Por eso firmó, a instancias de Leo Szilard y en
presencia de Edward Teller, ambos físicos, la fatídica carta que a título
personal envió al presidente Roosevelt el 2 de agosto de 1939. Reproduzco aquí,
por su importancia histórica, los párrafos más significativos:
“Recientes trabajos de E. Fermi y L. Szilard, que me han sido comunicados en
forma manuscrita, me inclinan a pensar que el elemento uranio puede convertirse
en una nueva e importante fuente de energía en el futuro inmediato. Ciertos
aspectos de la situación requieren vigilancia y, si fuera necesario, rápida
actuación por parte de la administración. Creo, por tanto, que mi deber es
llamar su atención sobre los hechos y recomendaciones que siguen.
”En el transcurso de los cuatro últimos meses se ha hecho probable –gracias al
trabajo de Joliot en Francia y Szilard en América– la posibilidad de desatar
reacciones en cadena en una gran masa de uranio, por lo que se generarían vastas
cantidades de energía… Este nuevo fenómeno conduciría también a la construcción
de bombas… Una sola bomba de ese tipo […] podría muy bien destruir un puerto
entero junto con parte del territorio circundante.
”[…] Tengo entendido que Alemania ha suspendido actualmente la venta de uranio
procedente de las minas de Checoslovaquia de las que se ha apoderado. El hecho
[…] podría quizás comprenderse si se tiene en cuenta que el hijo del
subsecretario de Estado alemán, von Weizsäcker, pertenece al Instituto Kaiser
Guillermo de Berlín, donde están siendo repetidas parte de las investigaciones
americanas sobre el uranio.”
La carta no llegó a Roosevelt hasta octubre, quien respondió que juzgaba la
información remitida de gran importancia. Poco después se creaba el Comité
Asesor sobre Uranio; el resto es bien conocido. Lo que es menos conocido es que
también existió “otra” carta: el 24 de abril de 1939, tres meses antes que
Einstein, los científicos de Hamburgo Paul Harteck y Wilhem Groth escribían al
Ministerio de la Guerra alemán un mensaje que incluía este párrafo: “En nuestra
opinión, es probable que los más recientes desarrollos de la física nuclear
hagan posible la producción de un explosivo más poderoso que los convencionales
en muchos órdenes de magnitud.”
Einstein nunca formó parte del Comité Asesor sobre Uranio y, que se sepa, nada
tuvo que ver con el desarrollo del Proyecto Manhattan. Después de la triste
comprobación de la efectividad de la bomba atómica en agosto de 1945 sobre
Hiroshima y Nagasaki(1), diría: “Hubiera preferido ser fontanero.” ¿Demasiado
tarde? Es difícil valorar la responsabilidad de Einstein en la aparición de la
bomba atómica. Es harto probable que sin su carta todo hubiera seguido un curso
semejante; en 1940, por ejemplo, Rudolf Peierls –después Sir Rudolf, entonces
otro huido de Alemania nazi– había alertado a los británicos sobre la posible
viabilidad de un explosivo atómico. El temor de que Alemania lo consiguiera
antes era la preocupación general: la fisión del uranio había sido descubierta
por Hahn y Strassmann en el Instituto Kaiser Guillermo (hoy Instituto Max Planck)
en 1938. De hecho, muchos de los científicos que participaron en el proyecto de
construcción de la bomba atómica trataron sin éxito de detenerlo tras la
rendición alemana(2). Pero, aunque probablemente el eminente físico alemán
Werner Heisenberg había entendido perfectamente las bases para obtener material
fisionable para construir una bomba atómica (el 26 de febrero de 1942 dio una
charla titulada “Fundamentos físicos para obtener energía de la fisión del
uranio”, a la que siguieron otras dos a altos oficiales del ejército alemán el
4-VI-42 y el 6-V-43), los alemanes no estuvieron nunca cerca de alcanzarla. Las
grabaciones secretas realizadas en Farm Hall (una casa de campo cerca de
Cambridge), donde los británicos mantuvieron recluidos a Heisenberg, Hahn, von
Weiszäcker, von Laue, Harteck, y otros durante seis meses incluyendo agosto de
1945, muestran el asombro de los científicos alemanes ante las noticias de la
bomba de Hiroshima, al darse cuenta de que habían estado muy por detrás de los
aliados.
Después de la guerra, Einstein afirmó: “Si hubiera sabido que los alemanes no
iban a poder desarrollar la bomba atómica, no hubiera hecho nada por ella.” En
cualquier caso, Einstein dedicó desde entonces toda su influencia y su prestigio
para advertir a la humanidad del riesgo de un holocausto nuclear. Dos días antes
de su muerte firmó un manifiesto(3) promovido por Bertrand Russell dirigido a
todos los científicos del mundo en contra de la guerra que daría origen a las
Conferencias de Pugwash. El manifiesto, publicado después de su muerte,
formulaba esta pregunta: ¿vamos a poner fin a la raza humana o renunciará la
humanidad a la guerra? La idea de que, como Cartago tras la tercera guerra
púnica, la humanidad pudiera desaparecer tras la tercera guerra mundial –“la
cuarta sería con hachas de piedra”, decía– le persiguió hasta su muerte, que
acaeció el 18 de abril de 1955. Cuando Newton murió, sus restos fueron
depositados tras solemnes exequias en la abadía de Westminster junto con los de
los más ilustres hijos del Reino Unido. Por expreso deseo de Einstein, su
funeral fue sencillo e íntimo, y sus cenizas depositadas en algún lugar
desconocido.
--- EINSTEIN, GENIO CIENTÍFICO
Por lo que se refiere a la ciencia y al método científico, Einstein pertenece al
nutrido grupo de físicos (que cuenta con muchos ilustres miembros, como P. A. M.
Dirac o C. N. Yang) que considera que las ideas y las leyes básicas de la
ciencia no pueden extraerse solamente de la experiencia. Lejos queda ya el
célebre hipotheses non fingo de los Principia de Newton, quien
expresaba así su convicción de que los conceptos básicos de su sistema estaban
extraídos de la naturaleza. En contraste, en opinión de Einstein, el físico
teórico está cada vez más obligado a guiarse por consideraciones puramente
matemáticas y formales. Y continúa: “El teórico que sigue ese camino no debe ser
considerado caprichoso, sino que debe permitírsele dar rienda suelta a su
imaginación, ya que no hay otro camino para conseguir el objetivo”. Este
objetivo no lo fija el método científico, aunque proporciona los medios para
conseguirlo. Por supuesto, “una teoría tiene una ventaja muy importante si sus
conceptos básicos e hipótesis fundamentales están próximos a la experiencia”.
Ello confiere una mayor confianza en la teoría, ya que “se requiere mucho menos
tiempo y esfuerzo descartar esa teoría por la experimentación”. Pero, para
Einstein, “conforme aumenta la profundidad de nuestro conocimiento, hay que
abandonar cada vez más estas ventajas en nuestra búsqueda de simplicidad y
uniformidad en los fundamentos de la teoría física”.
¿Dónde radicó la esencia del genio de Einstein? Einstein había manifestado en
ocasiones que su cerebro debería ser utilizado con fines científicos. Durante la
autopsia le fue extraído y, cortado en unas 240 piezas, permaneció durante años
en un jarro en poder del patólogo que se la practicó. En 1985 fue estudiado por
primera vez por neuroanatomistas de la Universidad de Berkeley y, en 1999, la
revista científica The Lancet publicó el primer estudio anatómico detallado por
científicos de la universidad canadiense McMaster. El cerebro de Einstein es de
un peso (1.230 g) ligeramente inferior al promedio, pero no parece haber una
especial relación entre peso del cerebro e inteligencia: por ejemplo, el cerebro
de Anatole France pesaba 1.017 g, y el de Ivan Turgenev 2.012 g. Sin embargo,
los investigadores de McMaster encontraron que los lóbulos parietales,
importantes en el razonamiento espacial y matemático (esencial, por ejemplo, en
la formulación de la teoría de la relatividad), eran más grandes y simétricos en
el cerebro de Einstein que en cerebros de personas de edad parecida. Se encontró
también que la cisura de Silvio y los opérculos parietales estaban prácticamente
ausentes, algo que quizá permitiera una conexión nerviosa más eficaz y, por
tanto, una mayor inteligencia, de acuerdo con ideas que se remontan a Santiago
Ramón y Cajal. Quién sabe; el conocimiento de la base neurobiológica de los
procesos cerebrales que determinan la consciencia y el razonamiento está aún en
su infancia, aunque hay una correlación entre ciertas funciones cognitivas y la
estructura de las áreas del cerebro que median esas funciones. En cualquier
caso, algo sí se sabe, y desde hace milenios: como dijo el propio Einstein, “el
desarrollo mental del individuo y su modo de formar los conceptos depende del
lenguaje hasta un nivel muy elevado… En este sentido, pensamiento y lenguaje
están unidos entre sí”. O, más brevemente: expresarse mal es pensar mal, un
problema mucho más serio, hoy y siempre, de lo que parece.
--- EL UNIVERSO DE EINSTEIN
Prácticamente la totalidad de las grandes ideas de la física moderna
–relatividad, teoría cuántica, cosmología– nacieron en el primer cuarto del
siglo XX. La contribución de Einstein a esas ideas fue mayor que la de cualquier
otro científico. Por ello –y debido a la estructura social del mundo en el que
le tocó vivir– poseyó un público como ningún otro científico ha tenido después y
se solicitaron frecuentemente sus opiniones sobre religión, filosofía, política
y otros temas, opiniones que no fue remiso en emitir e incluso en modificar con
el curso del tiempo. En ninguno de estos campos, sin embargo, realizó ninguna
aportación comparable a las que hizo en el campo de la física, a la que dedicó
lo mejor de su actividad. Sorprende, por ejemplo –y más en un científico– que
entre sus muchas consideraciones sobre la naturaleza humana (hechas pese a
afirmar no conocerla), no haya ninguna alusión a las consecuencias que para esa
naturaleza supone la evolución. De hecho, el nombre de Darwin aparece mencionado
en el libro Mis ideas y opiniones, creo, una sola vez, y marginalmente.
Sus ideas sobre la imperiosa necesidad de “un gobierno mundial” son más propias
de un visionario que de un conocedor de las sociedades humanas. Quizá Einstein
no tuvo oportunidad de leer el 1984 de George Orwell, quien tenía una
visión más realista de los supergobiernos: 1984 se publicó en 1949, sólo
seis años antes de la muerte de Einstein. Su puesto en la historia, sin embargo,
está garantizado por sus contribuciones a la ciencia y por ser, junto con
Newton, uno de los dos físicos más grandes que han existido (Einstein decía,
refiriéndose a Newton, que se había apoyado en los hombros de gigantes). Por
ello, si Einstein viviera hoy, contemplaría con satisfacción cómo la física
moderna ha realizado prometedores avances en el camino de la teoría unificada y
de la geometrización de la naturaleza que tanto buscara él, y cómo otros
ilustres y nobelizados físicos actuales, como C. N. Yang, S. Weinberg y G. ‘t
Hooft, piensan que la teoría cuántica, que nunca le convenció (“Dios no juega a
los dados”, decía), no puede considerarse como definitiva en su forma actual.
Casi un siglo después del annus mirabilis (1905) en el que Einstein hizo
sus descubrimientos más importantes (salvo la relatividad general, que es de
1916) la ciencia continúa explorando el universo de Einstein. Los problemas que
él no pudo resolver determinan, todavía hoy, la frontera del conocimiento. Por
ello, apenas entrados en un nuevo siglo, es conveniente recordar lo que el
propio Einstein afirmó en 1952: “sólo hay unas cuantas personas ilustradas con
una mente lúcida y un buen estilo en cada siglo. Lo que nos ha quedado de su
obra es uno de los tesoros más preciados de la humanidad… No hay nada mejor para
superar la presuntuosidad modernista”.
__________________
1. La bomba que estalló el 6 de Agosto a las 8 h15 m
sobre Hiroshima, de una potencia ridícula comparada con las actuales, produjo
unas 100.000 víctimas, y una cifra bastante menor la de Nagasaki (Truman recibió
este frío despacho tras la explosión de Hiroshima: “Results clear cut
successful in all respects. Visible effects greater than any tests...”) No
fue, sin embargo, el peor bombardeo de la guerra: el siniestro récord
corresponde al “bombardeo estratégico” de Dresde, que fue arrasada el mismo año
por 245 Lancaster de la R.A.F. Las cifras, sin embargo, varían mucho según las
fuentes.
2. Szilard, por ejemplo, que era quien había convencido a Einstein para que
firmara la carta a Roosevelt, escribió informe tras informe para evitar que la
bomba fuera lanzada sobre los japoneses y finalmente sugirió en vano que fuera
“ensayada” ante un panel internacional con representación japonesa de forma que
provocara la rendición del Japón sin pérdida de vidas.
3. Junto con Born, Bridgman, Joliot-Curie, Muller, Pauling, Powell y Yukawa,
todos ellos Nobeles de Física salvo el tercero y quinto (Química) y el cuarto
(Fisiología y Medicina). Firmaron también Infeld, Rotblat y el propio Russell.
Algunas opiniones de Einstein
“Los ideales que han iluminado mi
camino, y que con el paso del tiempo han renovado mi coraje para enfrentar la
vida animosamente, han sido la amabilidad, la belleza y la verdad.”
“Aunque soy un típico solitario en mi vida diaria, mi conciencia de pertenecer a
la invisible comunidad de los que luchan por la verdad, la belleza y la justicia
me ha preservado de sentirme aislado.”
“La experiencia más bella y profunda que un hombre puede tener es el sentimiento
de lo misterioso. Es el principio subyacente de la religión así como de todo
serio emprendimiento en el arte y la ciencia. Aquél que nunca ha tenido esa
experiencia me parece, si no muerto, al menos ciego.”
“En estos tiempos materialistas que vivimos, la única gente profundamente
religiosa son los investigadores científicos serios.”
“Soy un partidario del ideal de la democracia, aunque conozco bien las
debilidades de la forma democrática de gobierno. La igualdad social y la
protección económica del individuo siempre me han parecido importantes
finalidades comunales del estado.”
“Los privilegios basados en la posición o en la propiedad me han parecido
siempre injustos y perniciosos, como también me lo pareció todo culto exagerado
a la personalidad.”
“Es vital para una educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad
de pensamiento crítico independiente, desarrollo que corre graves riesgos si se
le sobrecarga con muchas y variadas disciplinas.”
“Educación es lo que queda cuando se olvida lo que se aprendió en la escuela.”