Paul Kammerer: el oscuro suicidio del «sucesor» de Darwin
ISRAEL
VIANA isra_viana / VIANA
Día
31/10/2013 - 13.17h
Paul Kammerer,
considerado el biólogo más brillante del mundo en 1926, fue acusado de realizar
uno los grandes fraudes de la historia de la ciencia con tinta china
Paul Kammerer se suicidió en 1926 sin
confesar su fraude científico
Aunque su
nombre y sus trabajos cayeron en el más absoluto olvido durante años, lo cierto
es que Paul Kammerer fue considerado, en la
década de 1920, el biólogo más brillante del mundo. Una especie de héroe
mundial de la ciencia que llegó a ser bautizado por «The
New York Times» como el «sucesor de Darwin», por sus estudios sobre la
teoría de las experiencias heredadas. Un prestigió que disfrutó hasta que, en
1926, la revista «Nature» publicó un artículo
acusándole de haber adulterado con simple tinta china el ejemplar de «sapo
partero» con el que se empeñó en demostrar al mundo sus teorías evolucionistas.
Nacido en
el seno de una familia acomodada de Viena, Kammerer
se interesó desde joven por las teorías de la evolución expuestas por Jean-Baptiste Lanmark (1744-1829) un siglo antes. El naturalista
francés sostenía que los rasgos adquiridos durante la experiencia de la vida
eran heredados por los descendientes.
Aunque
las teorías de Lanmark fueron rebatidas por Darwin en 1859, Kammerer se vio tan
atraído por ellas que intentar refutar al autor de «El origen de la especies»
se convirtió en el «leitmotive» de su vida. Y no dudó
para ello en llevar a cabo toda serie de experimentos con animales, que fueron
considerados como «excéntricos» y «absurdos» por otros científicos respetables.
De la mantis religiosa a la salamandra
Los
primeros fueron con mantis religiosa, pero no funcionaron. Lo intentó
después con dos tipos de salamandras, en las que pudo comprobar como los cambios
en las manchas de la piel, que les había inducido mediante fuertes cambios de
su hábitat, eran transmitidos a los hijos. Y fue más allá con un «tritón proteus», un anfibio totalmente ciego que habita en
cuevas, a cuyos descendientes fue capaz de devolver la visión, después de
exponer a varias generaciones a una luz roja.
Estos
sorprendentes resultados le consagraron como el biólogo evolucionista más
importante de su época, como demuestraba una reseña
de 1923 en la revista española «Nuestro Tiempo». A pesar de los cual, no
pudo deshacerse de las críticas de los seguidores de Darwin, por lo que decidió
emprender una demostración más compleja y contundente.
Para este
desafío escogió el «sapo partero», al que quiso obligar a reproducirse en
el agua, aunque no era su hábitat habitual. Para ello sometió a seis
generaciones de este batracio a una vida sexual submarina, hasta que pudo
comprobar que, en la época de celos, los machos desarrollaban en las patas unas
protuberancias oscuras que aumentaban en cada generación.
Kammerer no pudo disfrutar de su éxito, porque, a raíz de
la crisis de la posguerra, en 1923, la Universidad de Viene le cerró su
laboratorio. Arruinado, el prestigioso biólogo austriaco cogió algunos de sus
sapos, los metió en frascos de formol y recorrió medio mundo dando rentables
conferencias, explotando esa romántica imagen de científico centro europeo
encerrado durante días en su laboratorio, hasta el punto de que, durante su
visita a Estados Unidos, se convirtió en una especie de héroe de la ciencia al
que los periódicos ensalzaban por sus descubrimientos.
Pero la
vergüenza y el escándalo llegaron un 7 de agosto de 1926, cuando la
revista «Nature» publicaba un artículo
incriminatorio del Doctor Noble, que acusaba a Kammerer
de ser un farsante. Al parecer, Noble probaba que las protuberancias oscuras de
los sapos parteros de Kammerer habían sido formadas
artificialmente, inyectando tinta china debajo de la piel de los batracios.
No todos
los investigadores aceptaron tal acusación por lo cutre que resultaba. Y
además, decenas de biólogos habían dado por buenos sus experimentos.
Pero, cuando finalmente se demostró, el propio Kammerer
declaró que, si había tinta en sus ejemplares, él no era quien la había
inyectado.
Sin
embrago, la tarde del 23 de septiembre de 1926, el prestigioso biólogo acusado
de uno de los mayores fraudes de
la historia de la ciencia, ascendió solo a las colinas Teresianas en los
alrededores de Viena y se pegó un tiro en la cabeza.
Teorías conspiratorias
Aunque el
suicidio se entendió como una confesión de la farsa científica, algunos adeptos
llegaron a asegurar que Kammerer, en una situación
económica difícil, estuvo a punto de aceptar una propuesta del gobierno
soviético para crear un instituto de investigación en Moscú. Y que esto, unido
a alguno de sus fracasos amorosos, le llevó a cometer semejante tropelía, pero
nunca como una confesión del fraude en sí.
«Fue manipulado por los que odiaban que la teoría
de Lanmarck pudiera ser válida»
El
novelista, ensayista e historiador Arthur Koestler llegó a
asegurar en 1971, en una de sus obras, que el «sapo partero de Kammerer había sido enviado a Inglaterra como muestra de
las características adquiridas, y allí fue manipulado por biólogos
pro-darwinianos, que detestaban la posibilidad de que la teoría de Lanmarck pudiera ser válida».
Kammerer se
suicidó sin confesar y sus
investigaciones quedaron para siempre entre los grandes fraudes de la historia
de la ciencia.