En: Padrón, José (2000): La Neosofística y los Nuevos Sofismas, en Cinta de Moebio No. 8. Septiembre 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile.

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  El Triángulo de Odgen-Richards y los 3 Mundos de Popper 

 

Durante el primer cuarto siglo, Odgen y Richards (Odgen, 1972) habían propuesto el siguiente esquema triangular para explicar las relaciones lingüísticas básicas:

 

Según este triángulo, el lenguaje podía explicarse como una interrelación entre un objeto o cosa (vértice C), una noción o representación mental de dicha cosa (vértice A) y un signo asociado a dicha representación (vértice B).

Más tarde, Bühler (1967) plantearía también este esquema triangular, pero, yendo mucho más atrás en la historia, retomaría la definición platónica según la cual "el lenguaje es un organum para comunicar uno a otro algo sobre las cosas". Consciente de que en este pensamiento de Platón estaban también los tres elementos, diseñó el siguiente esquema triangular:

 

Como puede verse, el vértice A, que en Odgen/Richards constituye el sector de la representación mental y del concepto o idea, aquí resulta equivalente al sujeto cognoscente, que es el que elabora los contenidos representacionales. El vértice B, que en el esquema anterior constituye el sector del signo lingüístico o del símbolo (la palabra, por ejemplo), aquí es reinterpretado como el sector que permite el acceso de los demás seres humanos a la propia interioridad del sujeto cognoscente, a las representaciones mentales del individuo, gracias a las posibilidades de los códigos lingüísticos o de las estructuras de comunicación. El vértice C sigue interpretado igual que en el esquema anterior: el mundo de las cosas.

Lo importante de esta interpretación racionalista de Bühler (contraria a la interpretación positivista de la época, tal como era planteada por el conductismo lingüístico) es que establece una equivalencia, por un lado, entre el lenguaje y los otros (vértice B) y, por otro, entre el concepto y el sujeto cognoscente (vértice A). Por cierto, esta interpretación resulta perfectamente adecuada al concepto de explicación (científica), en contraposición al concepto de comprensión (hermenéutica y fenomenológica): mientras en la explicación (de carácter pluralista) hay un compromiso obligatorio con los otros, en la comprensión (de carácter dualista, tal como en las filosofías mente-cuerpo) sólo se plantea una relación binaria entre el sujeto (vértice A) y el objeto (vértice C), quedando excluidos los otros.

Volviendo a Bühler, tenemos entonces que el emisor o hablante puede concentrarse en cualquiera de los vértices del triángulo. Unas veces se concentra en el vértice A, en los propios contenidos mentales o en sí mismo, de donde se explica una primera función del lenguaje, que Bühler llama función expresiva. Esta función permite el tipo de realizaciones lingüísticas en que se manifiestan las propias emociones, vivencias y estados interiores, muy frecuentes en la poesía: "me gustas cuando callas porque estás como ausente…", "pasarás por mi vida sin saber que pasaste…", etc.

Otras veces, el emisor se concentra en el vértice B, el que remite a los otros, de donde se explica una segunda función del lenguaje, llamada función apelativa. Esta función genera el tipo de realizaciones lingüísticas en que predomina el llamado al destinatario, la apelación al destinatario, asociadas al modo verbal imperativo ("siéntate…"; "por favor, estudia un poco más…", etc.) y, en general, a las estructuras construidas sobre la base de la segunda persona verbal ("ustedes están llamados a transformar la sociedad mediante la crítica y la reflexión"), que a veces se disfraza de primera persona plural ("todos tenemos el compromiso moral y político de…"). Esta función define típicamente a los textos políticos, religiosos y publicitarios.

Finalmente, el hablante puede concentrarse en el vértice C, el que remite al mundo exterior, a las cosas, de donde se explica una tercera función del lenguaje, que Bühler llama función representativa. Esta función genera el tipo de expresiones en que predomina la referencia hacia las cosas, basada en los enunciados descriptivos y explicativos (es por eso por lo que también se le ha llamado función referencial o discurso referencial).

Hasta aquí la aplicación lingüística y semiótica de este esquema triangular. Pasemos ahora a una aplicación filosófico-cultural y veamos cómo subsume la variable individuo/colectividad de Jeffrey Alexander y, por tanto, una explicación del enfrentamiento entre patrones histórico-culturales (que suele ser visto como ruptura entre épocas y que, como veremos después, es más bien un estado de tensión cultural).

Aunque a simple vista no lo parezca, en realidad la hipótesis de los tres mundos de Popper (1985: 147-154) también se atiene a este mismo esquema triangular. Recuérdese que este filósofo plantea dicha hipótesis como un recurso para reafirmar el pluralismo filosófico sobre el dualismo mente-cuerpo, lo cual, avanzando un poco más, se puede interpretar como una superación del dualismo sujeto-objeto. La formulación de la hipótesis de Popper a la luz del esquema triangular es la siguiente:

Como vemos, y con ligeras salvedades, en el fondo Popper no hizo sino repetir el mismo triángulo semiótico de Odgens/Richards y Bühler, pero extendiéndolo a la filosofía y mostrando cómo el dualismo resulta insuficiente.

Ahora bien, sobre ese mismo esquema (que ahora es de Odgens/Richards, Bühler y Popper) podemos construir un triángulo general absorbente que, además, represente tres grandes componentes de la estructura humana, tres respectivos enfoques epistemológicos asociados a estilos de pensamiento y tres respectivos núcleos de interés en torno a los cuales puede definirse la orientación de una sociedad en un determinado momento histórico-cultural (tal que explique la noción de enfrentamiento entre patrones histórico-culturales):

 

En el vértice ‘A’, correspondiente al ‘yo’ y a los espacios de conciencia se hallan los factores individualistas y subjetivistas, así como los mecanismos que regulan su acción con respecto a los sectores ‘B’ y ‘C’ (defendiéndolo incluso de posibles invasiones por parte de cualquiera de éstos). Es, siguiendo a Popper, la estructura que media entre la razón o la actividad racional y los estados físicos o la actividad sensorial (hay sólo una diferencia importante con Popper: mientras éste concibe al arte dentro del vértice ‘B’, en el Mundo 3, en cuanto objeto producido u objeto artístico, aquí se le concibe en el vértice ‘A’, dentro del Mundo 2, en cuanto proceso de producción o acción creativa).

En el vértice ‘B’, correspondiente a los espacios de intersubjetividad, se hallan los factores racionales, lingüísticos y socializados, tal como las leyes, los cánones, los códigos comportamentales, el sentido de grupo, etc., así como los correspondientes mecanismos reguladores con respecto a ‘A’ y ‘C’. Este vértice funciona como validación y referencia tanto para ‘A’ y para ‘C’ (la vida actitudinal y la vida sensorial se validan por referencia a ‘los otros’) como para las relaciones ‘A-C’ (para la relación sujeto-objeto, por ejemplo, en el área cognitiva y epistemológica).

En el vértice ‘C’, correspondiente al mundo exterior y a la actividad sensorial, se ubican los factores pragmatistas y técnicos que remiten a las operaciones sobre la realidad material, tal como la atención a necesidades primarias, las soluciones de acomodación al mundo, las operaciones de transformación e intervención, etc., así como los mecanismos reguladores o integradores con respecto a los otros dos vértices. Este vértice funciona como contextualizador de las interacciones ‘A-B’, como dominio de las representaciones dadas en ‘B’ y como objeto de la actividad de ‘A’.