Gaston Granger, Gille (1977): “La Explicación en las Ciencias Sociales”, en Piaget, Jean (comp.): La Explicación en las Ciencias. Barcelona: Martínez-Roca. Pp. 143-160

 

La explicación en las ciencias sociales

 

Por Gilles Gaston Granger

 

1.1. ¿Qué hay que entender como explicación en el campo de las ciencias sociales? El problema es, seguramente, de aspecto normativo y se puede reprochar al simple filósofo el pretender dictar normas y dirigir. Pero él no tiende ni debe tender más que a comprender, es decir: constituir y formular un sentido para la noción "explicar", comparando y analizando las obras de ciencia tal como las pueda aprehender y no tal como las desea o imagina. El sentido de las obras no está presente más que muy raramente en la conciencia expresa o supuesta de sus autores, ni tampoco en las consecuencias inmediatas del cual se derivan, o en las circunstancias que han condicionado su nacimiento. Teniendo en cuenta todos estos elementos y la propia estructura de la obra, el filósofo intenta construir una significación. Puede pretender, así pues, esclarecer un momento de las relaciones de los hombres con su mundo, pero jamás vaticinar y, aún menos, legislar.

 

Con este espíritu examinaremos inicialmente en qué sentido la idea de ciencia se puede adaptar a diversos tipos de objetos para poder disipar un malentendido acerca del problema de la explicación. Desde que se ha abandonado el terreno, aún bastante seguro, de los objetos físicos, existe demasiada tendencia a disminuir sus exigencias y a contentarse exigiendo simplemente a una "ciencia" que sea un conocimiento sistematizado. Este criterio nos parece de una insuficiencia radical y de una deplorable ambigüedad. No se podría dar el nombre de ciencia a un saber intuitivo, incluso altamente organizado -como por ejemplo, el de una técnica corporal elaborada y codificada, como E esgrima o el judo-, sin condenarse a no alcanzar nada de las características específicas y manifiestas de una óptica, de una termodinámica, de una bioquímica. Además, sería necesario entonces desestimar de cualquier pretensión científica, algunos fragmentos de conocimiento en estos mismos ámbitos, dado que la sistematicidad no alcanza la amplitud y coherencia exigidas. Proponemos, pues, después del examen y reflexión de cierto número de obras y de su historia, caracterizar por los elementos siguientes el significado de la idea de ciencia.

 

1.2. Un conocimiento científico supone, en principio, un desdoblamiento de la realidad en una vivencia, que es la experiencia concreta, actual o virtual, del cognoscente, y en una imagen más o menos abstracta, de lo conocido. Este desdoblamiento se ha efectuado en las ciencias naturales al precio de renuncias, de sorpresas y de escándalos cuya amplitud sólo F pueden medir hoy el historiador de las ciencias y el epistemóIogo. Todo el mundo admite ahora que el físico no construye su ciencia combinando gustos, sonidos y colores. Sin embargo, no ocurre lo mismo en el campo de los actos humanos, donde el juego de los sentimientos vividos, de las pasiones y de los `cálculos" está, a menudo, descrito y dado como explicación científica. Creemos que se trata de algo completamente distinto y que el umbral de la ciencia, con los procedimientos de validificación y de deducción que lleva consigo, no se alcanza verdaderamente más que cuando se arranca entre esta vivencia y los esquemas abstractos que se le coordinan adecuadamente.

 

1.3. La ciencia supone aún otra condición, aparentemente extrínseca pero que creemos esencial, y que el viejo Aristóteles había expresado ya perfectamente. Un conocimiento científico debe poder ser -exacta e integralmente-, transmisible por medio de un discurso. Son, evidentemente, la exactitud y la integralidad lo que aquí se cuestiona, ya que reconocemos que el lenguaje puede sugerirlo todo con tal que nos contentemos con la aproximación. Pero sólo una transmisión exacta e íntegra puede dar sentido a la noción de progreso, acumulación y de refundición de los conocimientos. Si bien es cierto que en sus comienzos o, mejor dicho, en su prehistoria, la ciencia ha podido presentarse como un saber esotérico, sacralizado por prácticas de iniciación y de secreto, sólo cambiando su estatuto social ha podido tomar desarrollo. Y no es adelantarse mucho designar como disfraces infantiles de una pseudociencia tales proezas verbales, tales comunicaciones de mensajes oraculares que se ven, a menudo -y no sin éxito-, presentados como conocimientos científicos de los actos humanos.

 

1.4. Diremos, en estas condiciones, que explicar científicamente un fenómeno, es establecer un esquema conceptual o modelo[1] abstracto, y mostrar que este esquema se integra en un esquema más comprehensivo, o bien como una de sus partes (modelo parcial), o bien como uno de sus casos particulares (submodelo). La explicación nos parece implicar necesariamente esta integración; establecer un esquema del fenómeno es preferible a describirlo simplemente, puesto que se desvelan los elementos y sus relaciones mutuas. Y esto aún no es explicar. Tomaremos, al contrario, como explicación (científica) la relación de este esquema con un esquema más amplio. Esta caracterización formal es muy amplia. Pero puede servir, sin embargo, de punto de partida de un análisis tópico que satisfaga los casos específicos, sin tener que introducir prematuramente el problema de saber si la explicación consiste en dar "razones" o "causas", formulación tradicional bastante ambigua y que encontraremos apropósito de problemas precisos.

 

Limitémonos, de momento, a desvelar dos consecuencias de esta definición que hemos propuesto. Primeramente vemos que explicar sólo tiene sentido relativo. Nuestra concepción descarta de entrada la idea de una explicación radical, total y definitiva de un fenómeno. Permite comprender que toda explicación tiene una historia y depende del sistema de referencia adoptado provisionalmente como estructura de conexión de un esquema. Por otra parte, es claro que explicar no es necesariamente reducir un esquema a otro. Es posible, sin duda, que una explicación adopte la forma de una reducción pura y simple; de igual modo que un fenómeno de óptica, por ejemplo, en principio figurado por un esquema de propagación geométrica, es aplicado mediante un esquema ondulatorio. Pero no es éste el único caso posible. Si es posible que el esquema de un fenómeno complejo se presente como caso particular de una estructura utilizada para describir fenómenos más simples, puede ser que las especificaciones y las tensiones introducidas para determinar el primero hagan surgir un nuevo tipo de estructura. La estructura simple engIobante no actúa entonces en el papel de "causa" o de factor positivamente determinante, sino más bien de condición de los limites. Es en este sentido que hace falta, creemos, comprender una relación posible de los actos humanos -o de los hechos biológicos- y la esquematización actualmente admitida de los hechos propiamente físicos.

 

Una vez situadas estas necesarias consideraciones que se refieren a la estructura general de la explicación en las ciencias, examinemos ahora, el caso de la explicación en las ciencias sociales.

 

2. ¿Qué exigir de la explicación en las ciencias sociales?

 

2.1. Entendemos aquí por "ciencias sociales" todas las ctue, tomando los hechos humanos por objeto, los consideran explícitamente como producidos en grupos y se vinculan específicamente a las circunstancias que dependen de esta situación. No es aquí el lugar para debatir la naturaleza y el tipo de realidad que se considera conveniente a tal objeto. Nos interrogaremos simplemente acerca de los caracteres de una explicación aceptable para los fenómenos que agrupa. Formularemos, a este efecto, tres exigencias o criterios que constituyen una jerarquía en tanto que establecen tensiones cada vez mayores y que la satisfacción del primero, en cualquier situación, es indispensable para que se puedan satisfacer los otros dos. Una explicación debe, creemos, poder ser refutada, poder ser utilizada para una predicción, poder enlazarse a otras explicaciones de fenómenos limítrofes o que engloban a los primeros.

 

2.2. Decir que una explicación digna de este nombre debe dar pie a una posible refutación, equivale a una perogrullada. Conviene, por tanto, plantear esta exigencia de manera explícita en el terreno que nos ocupa. Muchas pretendidas "explicaciones" sociológicas o económicas son tan lamentablemente formuladas que no puede concebirse ninguna observación de los fenómenos que obligue o incline a rechazarlas. Es evidente que, en tal caso, la información transmitida por la "explicación" es nula.

 

Tal circunstancia puede producirse de distintos modos, bien porque el enunciado explicativo aparece en el análisis como puramente tautológico, bien porque los conceptos que utiliza hacen inconcebible -y no solamente irrealizable-, toda coordinación con la experiencia, o por último, porque la determinación que propone esté de tal modo desligada y sujeta a interferencias que se pueda justificar siempre por intervenciones externas sin importar cualquier anomalía o desviación.

 

Como ejemplo de una tentativa de explicación que satisfaga a este requisito se podría dar el bello análisis durkheimiano del fenómeno social del suicidio. Durkheim, en el estilo propio de la época, establece una red de vínculos entre factores para los cuales es siempre posible imaginar, y casi siempre realizar, observaciones que eventualmente los invalidan, aun cuando el sociólogo de los últimos años del siglo xix no tuviera ninguna idea del instrumento estadístico altamente elaborado al cual habría sido necesario recurrir.2

 

 2.3. Un ejemplo, al contrario, ambiguo pero particularmente instructivo nos será suministrado por la tesis del valor-trabajo tomada por Marx a los economistas clásicos. Los bienes, o "valores de uso", se intercambian proporcionalmente con los tiempos de trabajo, necesarios para producirlos, en una sociedad dada (El Capital, Tomo I). En Smith, esta tesis, explícitamente formulada en el libro I capítulo V de la Riqueza de las Naciones, está relacionada con una especie de axioma de tipo psicológico: "What everything really costs to the man who wants to acguire it, is the toil and trouble of acquiring it". Partiendo de este principio, que podría sin duda ser controlado por medio de observaciones y experiencias psicológicas -sin poder hablar propiamente de económicas-, Smith posee una norma teórica de determinación de los valores de cambio, pero reconoce asimismo que su aplicación exige que se consideren por lo menos dos circunstancias intercurrentes: 1 ° el trabajo necesario para la producción no es una magnitud homogénea, y sería necesario tener en cuenta las intensidades; 2.° los cambios efectivos no se hacen directamente entre cantidades de trabajo, sino entre mercancías, en el caso del trueque, entre mercancías y moneda en el comercio de las sociedades avanzadas. El concepto del valor-trabajo juega pues aquí el papel de noción reguladora, definitoria e inaccesible a la verificación si no es por la experimentación psicológica de la cual Smith no ha visto jamás ni la posibilidad ni el interés, ya que consideraba el axioma citado más arriba fundado en cierta filosofía de la naturaleza humana.

 

La posición de Ricardo, no es esencialmente distinta a pesar de que se presenta más rigurosa y matizada. Postula en efecto dos fuentes del valor de cambio: la rareza y la cantidad de trabajo. Y pide, entonces, que no se considere que los bienes que se pueden procurar mediante el trabajo lo son en cantidad prácticamente ilimitada (On the principies o f political Economy and taxation, 3ª ed. 1821). Ha señalado, pues, con precisión, las condiciones ideales en las cuales la norma tiene un sentido, condiciones que se considera que anulan los efectos de la "rareza" (encarecimiento). Pero la tesis no es por ello menos axiomática.

 

 La interpretación de Marx es completamente distinta. En las primeras páginas universalmente conocidas de El capital, articula como sigue una justificación de la tesis: 1) Existe, para cada mercancía, un valor cambio determinado, "exprésese como se quiera"; 2) Es necesario pues que exista, para muchas mercancías que se cambian, un "término común": se ve aquí que Marx ha recurrido al procedimiento de definición por abstracción, pero es, como va a verse, para identificar esta abstracción con una realidad empírica; 3) Este término común no puede ser una "propiedad natural" de las mercancías intercambiadas, estas propiedades no entran en consideración más que para determinar los valores de uso; 4) "El valor de uso de las mercancías una vez separadas, sólo es una cualidad: la de ser productos del trabajo." Parece pues, que la noción del valor-trabajo, nace como consecuencia de un análisis lógico que define una esencia, por oposición a las apariencias fenomenales de los precios fluctuantes de las mercancías. El punto débil de los pasos es evidentemente el cuarto, que hace descansar la conclusión sobre la unicidad de un residuo. Pero nuestro propósito aquí no es discutir la correcta fundamentación de la tesis; se trata solamente de comprender su estatuto epistemológico y su valor explicativo. A pesar de la intención justificativa de Marx, es axiomática y normativa, desde el momento en que la "demostración" no es constrictiva.

 

En las tres presentaciones que reviste, la tesis del valor-trabajo, pues, aparece como un ejemplo de proposición axiomática inaccesible de derecho a un control experimental económico. No creemos, sin embargo, que tales proposiciones puedan como tales rechazar una explicación científica. Éstas son aparentemente indispensables a toda ciencia, pero deben estar ajustadas a muy estrictas precauciones. En primer lugar, pierden todo valor si se las asimila fraudulentamente a proposiciones basadas experimentalmente o por lógica, absolutamente necesarias. En segundo lugar, deben integrarse en un sistema abierto de determinaciones empíricas, mediante lo cual encontramos en el nivel del sistema, tomado en su conjunto, la posibilidad de anulación, cuya exigencia sostenemos.

 

2.4. El poder de predicción de una explicación es seguramente un criterio más difícil de satisfacer, pero del cual conviene precisar los límites. Se observará en seguida que incluso en las ciencias de la naturaleza, las predicciones que cabría esperar en justicia, no conducen sino excepcionalmente a acontecimientos en sentido estricto. El físico, el químico, el biólogo, se contentan por lo general con prever tipos de acontecimientos y tal es, creemos, lo que se puede esperar razonablemente de la ciencia. Es cierto que en estos últimos casos la determinación de los tipos de acontecimientos es a menudo tan rigurosa, a escala de nuestras observaciones, nuestro poder de disociación de sus circunstancias tan amplio, que la predicción equivale prácticamente a la de los acontecimientos singulares. No ocurre lo mismo con las ciencias sociales, pero, ¿debe bastar esta situación desgraciada para echar sobre este tipo de conocimiento un descrédito radical? Sería, en nuestra opinión, ignorar, por una exigencia hiperbólica, la naturaleza misma de la ciencia.

 

Bastará pues, para que una explicación satisfaga a nuestro segundo criterio, que formule hipótesis suficientemente nítidas para ser controladas y que estas hipótesis puedan ser suficientemente dominantes con relación al conjunto de las circunstancias empíricas para que no sea irrisoria la frase corriente de "siendo todo por otra parte igual". Tal exigencia permanece estrechamente asociada al requisito de la posibilidad de invalidación, de la cual constituye uno de los modos posibles de realización. Por tímido y modesto que esté obligado a ser el sociólogo, no nos negamos a admitir, por ejemplo, como explicación un argumento cuya conclusión fuese la siguiente: "En nuestros días, la sociedad capitalista puede desarrollarse en el sentido de una sociedad tecnocrática, o en el de una democracia económica pluralista, o incluso en el sentido del comunismo; puede perseverar o tomar un giro imprevisto"[2]. Tal impotencia condena seguramente un método, pero nunca todos los métodos de la sociología.

 

2.5. Quisiéramos añadir solamente una observación referente al punto de vista de la previsión del estatuto llamado estructuralista, tal como la practica por ejemplo C. LéviStrauss[3]. El análisis de un sistema o el de los elementos de un grupo de mitos, seguramente no conduce a establecer una previsión que enuncie "lo que va a pasar" en un momento ulterior. No obstante, en el caso en que este análisis puede ser llevado a término, construye un sistema más o menos cerrado de posibilidades, algunas de las cuales sólo corresponden a hechos constatados y otras sugieren una encuesta empírica que puede llevar a descubrir quienes han respondido. Se encuentra aquí el análogo de la situación epistemológica ejemplar que fue la construcción y la explotación de la tabla periódica de los elementos de Mendeleieff: Un conjunto de fenómenos conocidos y suficientemente analizados es estructurado según determinados conceptos; esta estructuración hace aparecer objetos abstractos que la experiencia no ha desvelado, pero para los que lo cerrado del sistema exige que existan fenómenos en consonancia. Indudablemente se admitirá que en este caso existe una forma muy fuerte de "previsión", aunque el tiempo no juega aparentemente ningún papel esencial.

 

2.6. La última exigencia que hemos formulado puede parecer bastante vaga en el sentido que la capacidad de inserción y de enlace de un sistema explicativo no se da jamás de una sola vez, al mismo tiempo que se crea el esquema. El conjunto de la historia de las ciencias muestra, con todo, que las explicaciones más fecundas son las que el porvenir revela que poseen esta propiedad. En el campo de las ciencias sociales se pueden indicar, como contraejemplo, los modelos econométricos. Los mejores de ellos satisfacen, indudablemente, nuestros dos primeros criterios; por tanto, sólo un extremo y literal positivismo les podría considerar como explicaciones que satisfacen fenómenos económicos concretos. Y esto se debe a que sólo son concebidos, en general, para esquematizar un fragmento aislado de experiencia, sin que intervenga eficazmente la reocupación de vincular diversos modelos entre sí a pesar le que los hechos de los cuales son imágenes se encuentran asociados incluso en la realidad. No se podría decir que esta carencia descalifica cualquier explicación parcial o anula el valor explicativo de los esquemas, incompatibles entre ellos mismos, construidos a partir de un complejo de fenómenos. Eso sería sobrepasar lo que provisionalmente aceptan a menudo las ciencias de la naturaleza. No es menos cierto que cualquier explicación científica parece aspirar a esta coherencia de esquemas parciales incluso si la ciencia, como creemos, está condenada, por su calidad de tal, a no facilitar jamás, más que explicaciones locales y parciales, en sentido estricto, de una realidad de la cual la totalidad es, en el mejor de los casos, una idea de la razón o, en el peor, un fantasma de nuestros deseos.

 

Pero es necesario subrayar justamente, en contrapartida, el peligro permanente de una tendencia -funesta para las ciencias sociales- a una forma universalmente englobadora de la explicación. Nunca se desconfiaría lo suficiente de las llaves que abren todas las cerraduras y se observará que una teoría explicativa no podría satisfacer a nuestro tercer criterio logrando escapar del primero.

 

3. El problema de la descripción de los fenómenos

 

3.1. Si deben ser estas las condiciones a las cuales una explicación -en el campo de las ciencias sociales- debe ser sometida, fácilmente se comprenderá que una de las fuentes de mayores dificultades que se oponen es la descripción de los fenómenos. Lo que han intentado, cada uno a su manera, los grandes iniciadores de una ciencia social -Condorcet, Marx, Walras, Durheim, Weber, etc.- ha sido transformar los acontecimientos concretos en hechos científicos.

 

Nos limitaremos ahora a señalar el triple obstáculo que nos parece encontrar en estas tentativas ya que va ligado directamente al problema fundamental de una constitución de las ciencias del hombre. En primer lugar, como ya notamos en el párrafo 1.2, el hecho social se percibe inmediatamente como dotado de sentido, tanto si alcanzamos este sentido en lo vivido, como si constatamos su falta y nos preparamos a encontrarlo entre las experiencias vividas análogas. Es así tanto si se trata de una alza de precios como si es una campaña política, si es la observación de un rito como si es un movimiento revolucionario. El observador ingenuo, lejos de estar convencido de la opacidad de los fenómenos, los recibe como cargados de "explicaciones". Es necesario, pues, que estas "explicaciones" sean reconocidas como inválidas y se perciba que operan, la mayor parte de las veces, con pseudoconceptos y sólo traduciendo un fondo común de civilización en el lenguaje, más o menos común u original de una experiencia individual. Este paso preliminar es inquietante y raramente se puede estar seguro de haberlo llevado a término.

 

En segundo lugar, una tendencia natural es substituir al fenómeno una norma, proyección de una ideología. Es de esto de lo que los pensadores marxistas acusan de buena gana a todo sociólogo de otra tendencia, a menudo con derecho; pero tenemos alguna razón para dudar que ellos mismos escapan siempre a este reproche.

 

Tercer obstáculo, en fin, y no de los pequeños, porque se disimula bajo las apariencias de una práctica científica irreprochable: la construcción de abstracciones incontrolables presentadas como constituyendo los marcos de una descripción científica del fenómeno.

 

3.2. Dichos obstáculos son hoy en día aún tan poderosos que es preciso reconocer bien que un "esquematismo" verdadero de las ciencias sociales, que permita el paso regular de la experiencia vivida al concepto, queda por descubrir. Tomemos en una obra reciente un ejemplo de las trampas a las que el sabio mejor intencionado puede encontrarse expuesto. La noción clásica -y no precisamente marxista, como hemos visto- de "tiempo de trabajo socialmente necesario" es discutida por Ch. Bettelheim en su libro Calcul économique et formes de propriété (París, 1970) y subraya la dificultad de dar a este concepto un contenido empírico. "Si el análisis teórico -concluye entonces- permite formularlo, este concepto teórico no permita en sí mismo medir empíricamente este tiempo." Extraña confesión. Puesto que si es razonable admitir que un "concepto teórico" no contiene en sí mismo las técnicas que permitan relacionarlo con la experiencia, ¿cómo se puede reconocer como científico si su misma definición no da un sentido al problema de la determinación de esta relación? Ahora bien la noción de cuantificación y de medida, o al menos de orden total, forma manifiestamente parte integrante y constitutiva del concepto de "tiempo de trabajo socialmente necesario". Sin embargo el contexto del capítulo de Bettelheim muestra que la incapacidad de sacar del concepto las condiciones de una medida no es considerado como imposibilidad técnica sino más bien como imposibilidad esencial. Nos parece que aquí hay una contradicción en los términos que, tomada al pie de la letra, debería relegar este concepto entre los entes de razón, singularmente a los ojos de un economista marxista.

 

El autor quiere escapar con todo a esta conclusión y salvar el concepto antes que los fenómenos. Si el tiempo de trabajo socialmente necesario no es mensurable, nos dice, es que no son realizables las condiciones objetivas de su aplicación a lo real, a saber una dominación de las relaciones de producción socialistas sobre las relaciones de producción comerciales... Este tipo de razonamiento no es raro, es verdad, incluso en los dominios bien conceptualizados de las ciencias de la naturaleza. Diremos, por ejemplo, legítimamente que no sabríamos concebir una técnica de medida directa de la entropía, porque la condición objetiva fundamental de reversibilidad de una transformación termodinámica no es realista, y ni siquiera en rigor realizable. Pero en este caso los términos teóricos introducidos son adecuados a definiciones precisas, y la relación de las condiciones no realizables a las condiciones efectivas está perfectamente establecida. ¿Podemos decir que esto es así en el caso de noción de "apropiación social" de la cual Bettelheim hace la condición determinante de instalación de las relaciones socialistas de producción? Sabemos tan sólo por su libro que es diferente de la "propiedad del estado", es decir, de la forma de apropiación no capitalista que existe actualmente en algunos países. No nos lo define ni como un concepto empírico, ni siquiera en términos abstractos precisos y coherentes.

 

El paso de lo concreto a lo abstracto en la simple descripción conceptual del hecho social ofrece pues mil dificultades, la menor ~ las cuales es, sin duda, la necesidad de mantener claro y rigurosamente determinado el modo de aplicación del concepto a la experiencia.

 

3.3. Leyendo lo que precede, se nos acusará quizá de querer separar de oficio todo concepto que no correspondiera a aspectos "observables". En nuestra opinión, tal conclusión es, al contrario, groseramente errónea a la vista de la práctica efectiva de las ciencias mejor aseguradas de su estatuto. El ejemplo de la entropía citado de paso podría dar testimonio de ello. Es bien evidente, para quien preste un mínimo de atención, que en la estructura de un conocimiento científico encontramos un gran número de conceptos que no tienen ningún examinando experimental directo, y que ni tan siquiera pueden tenerlo. Es que, en la medida en que la organización de una ciencia es la de un sistema simbólico, comporta necesariamente conceptos de tipo "semántico", remitiendo más o menos directamente a aspectos de los fenómenos, y conceptos de tipo "sintáctico", es decir, que juegan el papel de enlaces que combinan otros conceptos. Sólo un realismo furiosamente intemperante podría exigir que a estos conceptos sintácticos correspondiesen también aspectos del fenómeno o, peor aún, momentos absolutos de la realidad. Una distinción así ha de ser precisada con algunas observaciones.

 

La oposición sintáctico-semántica introducida aquí no es, la mayoría de las veces, más que relativa a un estado del conocimiento y, por consiguiente, al conjunto de la práctica. Así, el "mismo" concepto puede jugar sucesivamente el papel de enlace sintáctico en un cierto sistema y en otro el de noción semántica. La entropía nos dará un interesante ejemplo. Bajo la forma en que Carnot o Clausius la introducen, como integral definida del cociente de una variación de cantidad de calor por una temperatura, juega esencialmente un papel de operador abstracto en la determinación de un equilibrio termodinámico. Pero cuando Bolzman y Planck la vinculan a la probabilidad de realización de un estado del sistema por las diferentes distribuciones posibles de su energía entre res corpúsculos que lo componen, le dan un sentido absoluto, fijado por la hipótesis cuántica; y, tan alejado que el concepto permanezca de una unión directa con la experiencia, no deja de revestir menos por ello una función nueva. En sentido inverso, el concepto de masa de inercia desempeña un papel más bien "semántico" en mecánica clásica tras el estallido que le hace sufrir la relatividad restringida, desempeñará un papel más bien "sintáctico".

 

Otra observación se impone para limitar la aparente extravagante libertad introducida por los conceptos "sintácticos" en la explicación de los fenómenos: dichos conceptos no juegan el papel legítimo más que si sus relaciones formales con los conceptos "semánticos" están exactamente y explícitamente determinados en el sistema.

 

4. Explicación y modelos

 

4.1. De lo dicho hasta ahora resulta que concebimos la explicación como esencialmente fundada sobre la construcción de modelos. Son, por una parte, las relaciones internas entre los elementos abstractos de un modelo, con sus consecuencias lógico-matemáticas; por otra, las relaciones globales externas de enlace de un modelo con los otros que constituyen la explicación científica. Esta situación epistemológica es común a todas las ciencias; pero tipos de modelos diferentes contribuyen sin duda a distinguirlos.

 

Si insistimos, como lo hemos hecho, sobre la movilidad, la precariedad de los modelos, una especificación así nunca podrá aparecer más que como provisional, de manera que se encuentra justificada la relatividad de las fronteras entre los dominios científicos. Pero éste no es lugar para desarrollar una tipología detallada de los modelos que aparecen hoy en las ciencias sociales; no haremos más que resumir brevemente lo que hemos tratado de desarrollar en otras partes[4].

 

Nos parece que podemos distinguir tres especies significativamente distintas entre los modelos hoy utilizados por estas ciencias. El primer tipo, que denominaremos metafóricamente "energético", pone de relieve uno o varios factores del fenómeno considerado. En este caso, el modelo juega el papel de un transformador que, a la salida, suministra como "efectos" los aspectos a explicar del fenómeno. El esquema simple de una máquina térmica da una imagen grosera de estos modelos; de ahí el adjetivo "energético", que, naturalmente, es preciso despejar de toda implicación propiamente mecánica. Un tal tipo de modelo evidentemente procede en línea recta de las ciencias de la naturaleza. No es ésta seguramente razón suficiente para descartarlo; pero el problema epistemológico verdadero está aquí en caracterizar en cada caso particular el estatuto preciso del concepto, caso homólogo al de la energía para los físicos: ello nos remite sobre este punto al problema de la descripción esquemática del fenómeno precedentemente señalado.

 

El segundo tipo de modelo será denominado "informacional", o "cibernético". Más complejo que el primero, comporta dos niveles distintos. Al flujo primarlo de "energía" se superpone en este caso un flujo secundario de "información", cuya interacción tiene por imagen el anillo de sujeción de las máquinas autorreguladas. Aun aquí la designación es sólo metafórica; pero el rasgo significativo es la toma en consideración de dos sistemas heterogéneos, en un cierto sentido superpuestos, cuyos principios de organización en estructuras pueden ser radicalmente distintos. Aunque uno sirve por decirlo así de sustrato al otro, el funcionamiento acoplado de los dos sistemas depende absolutamente de este último.

 

En fin el tercer tipo será llamado, a falta de otro término mejor, "semántico". Se llega a él por un análisis comparable al análisis de los signos efectuado por los lingüistas; el ejemplo más notable de este tipo de modelos es el de los sistemas fonológicos. No se trata aquí de "máquinas" -por abstracto que sea el sentido dado a este concepto-[5] sino de un sistema estrictamente estático de elementos codeterminados. Esta codeterminación tiene por efecto fenoménico proveer a cada uno de ellos de un "sentido", es decir, de hacerlo funcionar como remitente al conjunto de las relaciones que sostiene con todos los otros, o si se prefiere, al "lugar" que ocupa en el sistema.

Hemos encontrado una muestra en el párrafo 2.5 con el análisis de los sistemas de parentesco.

 

Sin duda esta distinción de modelos de diferentes géneros y la idea de su superposición posible dejan entrever la dirección de una solución positiva conceptual al problema de la oposición infraestructuras-superestructuras, y dan esperanza de encontrar un operacional en su interacción. De hecho, pensamos que esta cuestión no puede ser abordada en toda su amplitud más que si se considera al mismo tiempo la superposición posible de diversos modelos, los residuos de la explicación científica de los hechos humanos a los que damos el nombre de "significaciones". En estas condiciones, la noción de superestructura aparecerá primero, con un sentido relativo, como toda estructuración que presupone otra, luego con un sentido absoluto, como la organización de "significaciones" que el pensamiento abstracto no llega a reducir; pero esta incapacidad, si la postulamos como constitutiva y por decirlo así simétrica de la irreductibilidad de lo vivido sensible, de ningún modo define una vez por todas los límites de lo estructurable por modelo, cuyas fluctuaciones dependen del progreso de la práctica humana.

 

4.2. Haremos tan sólo dos observaciones sobre la naturaleza particular de una explicación tal como la determina el uso concurrente de estos modelos diferentes. La primera concierne la noción de causalidad. La palabra "causa no ha sido aún pronunciada a lo largo de este artículo, a pesar de que fuera lógico esperar ver definida la explicación como conocimiento por las causas". Aceptaríamos de buena gana esta fórmula si la palabra "causa" no fuera tan ambigua. Conduce de hecho casi siempre a la idea vaga de producción, cuyo paradigma biológico es evidentemente tan oscuro sobre el plan conceptual -si no más- como la misma noción de "explicar". Si, en desquite sólo se toma como simple sinónimo de "condición necesaria y suficiente", no se gana nada con utilizarla. A decir verdad, nos parece que, si se quiere conservar el uso de la palabra "causalidad", es preciso, guardándose de la oscuridad aquí denunciada, darle con todo un sentido que no haga el doblete de esta expresión lógica elemental. Aceptaríamos pues, decir que hay causalidad cuando se puede poner de manifiesto una jerarquía entre los elementos determinantes de un modelo. La determinación en cuestión es evidentemente estructural; no podría ser descrita como engendramiento de un elemento por afro, .sino solamente como resultante de un sistema de enlaces. De tal manera que la palabra "causa" deberá perder todo sentido absoluto para no aplicarse más que en la hipótesis de una puesta en orden -muy a menudo parcial- de un conjunto de condiciones determinantes. Desde este punto de vista, sería lícito decir que la explicación del fenómeno consiste en la construcción de un es quema unido más o menos estrechamente a esquemas más amplios, y en el análisis lo más riguroso posible de un orden de determinaciones de las variables. Que ciertas de entre ellas juegan el papel de variables "estratégicas" en clases de situación bien precisas, he aquí lo que basta para dar un sentido conveniente a la noción de causa, pero no para conferirle un estatuto ontológico pretendiendo que se conoce entonces, definitivamente y de manera decisiva, la realidad.

 

4.3. La segunda observación vuelve sobre la del parágrafo 2.5 y concierne el tipo de explicación "semántico". Mostrábamos entonces que el método llamado estructural, aunque sin englobar generalmente la consideración del tiempo, podía conducir a una cierta especie de "previsión". Añadiremos solamente aquí una palabra relativa al modo de explicación que propone, cuando utilizó exclusivamente modelos semánticos". Aparece entonces como simple descripción esquemática; pero esta descripción dibuja en realidad enlaces de compatibilidad, de formas de combinación que permiten reconocer el fenómeno atestiguado como uno de los posibles, sea que las leyes formales de la estructura propuesta separan ipso facto toda otra realización, sea que al contrario admiten otras actualizaciones cuyas huellas podrá buscar el observador. Éstas son las determinaciones "causales" (en el sentido del parágrafo precedente), pero no únicamente genéticas que puedan establecer los modelos de este tipo. Sería posible que este género de explicación fuera del todo singular y sólo pudiera operar en el dominio de las ciencias del hombre; seria también posible que estos modelos se introdujeran pronto hasta en física y dieran el único tipo de explicación posible para los niveles más profundos de su objeto, por ejemplo, para el sistema de las partículas elementales. Pero sería entonces ilusorio del todo concluir de ello una invasión metafísica del espíritu en la materia, y confundiríamos entonces el modelo con lo vivido cuya imagen es y que no ha sido más que la ocasión de su construcción.

 

5. Explicación histórica en ciencias sociales

 

5.1. Nos quedan por decir unas palabras para concluir con el tipo histórico de explicación. Si no lo hemos estimado hasta ahora es porque la historia nos parece que a la vez suministra a las ciencias sociales el paradigma de un suceso ideal, y les hace correr el riesgo de esterilizar sus recursos inventivos. En efecto, si la historia es concebida como explicación de acontecimientos y de obras humanas, conduce hasta su término la empresa de las ciencias sociales, de las que hemos ya dicho que no podía pretender más que la explicación de clases de acontecimientos. Pero, ¿cómo llegará a ello la historia, sino reuniendo, ordenando, jerarquizando alrededor de un fenómeno singular, la pluralidad de los diversos modelos que las ciencias del hombre han tratado de construir? Si, en el curso de la explicación histórica, la reconstitución de los acontecimientos y de las obras -que apela a materiales directamente sacados de lo vivido, a manera de creación estética- supera la empresa analítica de combinación de estructuras abstractas según diferentes niveles y según acoplamientos a determinar, cabe decir qué la historia forma parte de las Bellas Artes, y reconocer que no explica nada en el sentido en que hemos intentado definir. Entonces vuelve aparentemente inútiles y vanos los lentos y arriesgados trabajos de la ciencia social que se condena a la abstracción y no explica nunca conceptualmente más que algunos aspectos exangües del fenómeno. Creemos, sin embargo, que la historia concebida de otra manera, y dando paso a la empresa analítica, debe ser considerada no como el ideal hacia el cual tenderían las ciencias sociales, sino como una especie de coronamiento que las trasciende. Trascendencia pagada, es verdad, por un necesario abandono de las estrictas garantías que pretende ofrecer legítimamente un conocimiento científico. La historia, incluso en el sentido que acabamos de darle, guarda algo de un arte y de una práctica como toda tentativa para alcanzar, o más exactamente aproximar, un conocimiento de lo individual.

 

5.2. Si de la explicación histórica se puede decir que corona la explicación en ciencias sociales, no sabría, pues, sustituirse a ésta. En el estado actual de nuestros conocimientos, es un signo de nuestra impotencia que el análisis histórico del acontecimiento se dé tan a menudo por explicación científica. Si una ciencia del hombre es, como creemos nosotros, posible en el futuro, no se le pedirá explicar integralmente acontecimientos singulares. Pero podrá fundar entonces una historia, una política, una terapéutica que, sin cesar de ser artes, sabrán al fin justificar sus éxitos y sus fracasos, y reconocer la extensión, el perfil y los límites de lo racional.

 

 

 

 

 

 



[1] La palabra modelo se emplea hoy en dos sentidos completamente distintos. Para quien estudia la naturaleza o los hechos humanos, es decir los fenómenos, un modelo es un esquema más abstracto del que es imagen. Para un lógico, al contrario, para quien el objeto es el estudio de las estructuras abstractas, el modelo de una estructura es una encarnación relativamente concreta: la aritmética de los números racionales es un modelo posible de una estructura de cuerpos conmutativos. La idea común a estos dos usos inversos es, evidentemente, la de una relación de representación entre dos sistemas, de los cuales uno es más concreto en relación a otro más abstracto.

[2] G. Guxvrrea, Les déterminismes sociaux et la liberté humaine, París, 1955, p. 65.

[3] La palabra "estructuralismo" se ha convertido, como se sabe, en algo sumamente equívoco. Extender las consideraciones que van a seguir a otras formas de pensamiento de discurso que están bajo el mismo pabellón (pero que tienen una débil relación con las ciencias sociales y, simplemente, con la ciencia) sería ignorar nuestra intención.

[4] Pensée formelle et sciences de l'homme, 1960, p. 148 y Essai d'une philosophie du style, 1968, p. 121.

[5] Desde este punto de vista los modelos chomskianos de gramáticas llamadas generativas, y de los "autómatas" lógicos utilizados como modelos lingüísticos no deben relacionarse con este tercer tipo, sino mejor con el primero. Hasta que se llegue a superponer y combinar varios autómatas no se conseguirán por este medio modelos del segundo tipo. Evidentemente un modelo del tercer tipo no tiene el papel explícito y está subyacente a estas constataciones.