Cereijido, Marcelino (1997): Nosotros. En: Por qué no tenemos ciencia. México: Siglo XXI. Pp. 105-130.

It ain't what a man don't know as makes him a fool,

but what he does know as ain't so.

JOSH BILLINGS (1818-1885)

Revisemos ahora algunos componentes de ese sistema complejo que es la ciencia, para tratar de detectar qué nos impide experimentar a nosotros un proceso similar al que ocurrió y ocurre en el primer mundo.

Una de las formas más mediocres de justificar nuestro subdesarrollo es atribuírselo a España

La península ibérica fue la región donde comenzaron a amalgamarse los conocimientos del Islam (previamente dotado del pensamiento clásico) con la sabiduría judía y con lo que el resto de Europa tuviera que aportar. Fue también cuna del cabalismo (Muñiz, 1989, 1993; Scholem, 1974).[1] Es común que dicho movimiento se recuerde como el de un conjunto de judíos extravagantes que buscaban las fórmulas secretas de Dios, y que hoy se llame "cabala" al hecho de que un arquero de fútbol ponga en su portería un muñequito de su infancia. Pero el cabalismo es una de las grandes cimas del pensamiento humano; sólo que, como los aportes del Islam, yacen bajo un manto de olvido, tergiversación y menosprecio.

Siglos antes de que Robert Boyle opinara que si la Biblia es la palabra de Dios no puede contener cosas sin sentido y habría que estudiarla, los cabalistas habían llegado a dicha conclusión y se habían propuesto decodificarla. Esta actitud estaba ciertamente acicateada por el hecho de que la escritura hebrea no utiliza vocales y éstas son agregadas por el lector en el momento de leer e interpretar el texto.[2] Esa "fuga de vocales" hace que dos palabras de significados sumamente diferentes tengan a veces la misma secuencia de consonantes, circunstancia que inmediatamente lleva a los cabalistas a tratar de encontrar relaciones entre los objetos, los hechos o las personas que comparten dichas secuencias. En esa línea asociativa, Abraham ben Samuel Abulafia (1240-1291?) llega a crear una ciencia de la combinación basada en la sustitución de las notas musicales por las letras del alfabeto y esa influencia se transmite a pensadores como Ramón Llull (1235-1316), Marsilio Ficino (1433-1499), Pico della Mirándola (1463-1494) y otros cabalistas cristianos. Tiempo después, Galileo Galilei (1564-1642) dirá que el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático y Baruch Spinoza (1632-1677) desarrollará ciertos enfoques filosóficos sobre modelos geométricos. De hecho, muchos autores consideran que el movimiento cabalístico cristiano ha sido la piedra angular del Renacimiento.

Los cabalistas revivieron el misticismo y recurrieron a la concentración, la inspiración, horarios y hábitos que favorecieran la expresión del contenido inconsciente, los acercara a Dios[3] y les permitiera captar sus atributos. Siglos después, Sigmund Freud mantendrá que los sueños y los lapsus no son fenómenos sin sentido, sino efectos de alguna causa y trata de descubrirla (Blanck-Cereijido, 1997). Análogamente, cuando hoy los biólogos moleculares encuentran un segmento con la misma secuencia de bases ("letras" del mensaje genético) en dos genes distintos, o que un gene tiene un segmento que procede de otra región del dna (la molécula que lleva codificado el mensaje genético), no se encogen de hombros, no lo atribuyen al azar ni a un error de la naturaleza, sino que buscan una razón, una causa y, cuando logran desentrañarla, suelen descubrir un mecanismo más de la evolución.

Angelina Muñiz-Huberman (1989, 1993) opina que, en el fondo, los cabalistas aspiraban a sustituir la escolástica por nuevas tendencias interpretativas. Señala además que el misticismo, presentado como un arrebato de exaltación amorosa, junto con el cambio del idioma hebreo al ladino (lenguaje de los judíos sefaraditas), propicia el surgimiento de la poesía, la prosa y el teatro, que culminan en el Siglo de Oro. Es bueno no olvidar que esas hazañas intelectuales tuvieron por cuna y escenario a la península ibérica.

Pero, en 1478, el papa Sixto IV autoriza a los Reyes Católicos a montar su propia Inquisición que España utiliza para aniquilar todo resto de judaismo entre los marranos (judíos convertidos al cristianismo, pero que siguen practicando su judaismo en forma oculta), y en 1492, cuando cae Granada, se aplica el mismo tratamiento a los moros. España establece su propio índice de Libros Prohibidos. Entre 1550 y 1562 se queman judíos, protestantes e intelectuales, a veces en presencia del propio rey. La Inquisición se auto-financia confiscando las propiedades de los herejes, práctica que extiende las ejecuciones hasta 1826[4] y el estatuto de Limpieza de Sangre hasta 1865. Con sus grandes posesiones en América, España era el país más poderoso de Occidente y cuando llega la Reforma se vuelve el más fiero campeón de la ortodoxia cristiana, cierra las puertas a la influencia extranjera y en su famoso edicto de 1559 Felipe II prohibe a los españoles estudiar en el extranjero (Sánchez-Albornoz, 1962).

Con esa visión del mundo se inicia la colonización de América Latina, que es la primera del mundo moderno. Los españoles se mezclan seinstrumentalismoxualmente sin prejuicio con la población local, crean clases dirigentes indias respetuosas de la corona pero con un margen de libertad que da firmeza a la organización colonial. Como no se proponen estar de paso, van a necesitar médicos, teólogos y todo tipo de artesanos; por eso, apenas desembarcan crean universidades en la República Dominicana, México y Lima. A diferencia de otros imperios colonizadores europeos de la época, los españoles ponían mucho énfasis en el problema moral de la conquista y la conversión de los pueblos. Los monjes dominicos y franciscanos se proponían educar a los indios y a veces protegerlos de los esclavistas. Los debates teológicos entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, y los escritos de Francisco de Vitoria, fueron las primeras discusiones sistemáticas del problema moral y legal de la conquista. Las Leyes Nuevas para las Indias datan de 1542. La Inquisición entra formalmente en las Indias cuando Felipe II establece el tribunal del Santo Oficio en México y Lima en 1569 y le otorga grandes privilegios e independencia de las cortes. A los indios los exceptuaban por considerarlos mentalmente débiles. Así y todo, los jesuítas los educan, hasta que el conflicto entre la política nacionalista de los Borbones y la obediencia al papa que profesan los jesuítas, acaban por decreto real de 1767 con las colonias que éstos habían establecido.

Pero la visión oscurantista de la metrópoli española continúa incólume. En pleno siglo xviii el sacerdote ensayista Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676-1764) escribe: "Aquí ni los hombres ni las mujeres desean otra geometría que la que necesita el sastre para tomar las medidas correctamente" (Laín Entralgo, 1970; Yninstrumentalismofante, 1970). Aun en nuestro siglo, Miguel de Unamuno opina: "Nuestros trenes corren tan bien en España como en los países que los inventaron; nuestra electricidad funciona, usamos logaritmos, de modo que ¡Que inventen ellos!" Todas las obras que llegaban a la Nueva España, así como los volúmenes que integraban las colecciones y bibliotecas particulares debían ser informadas al Santo Oficio. Aún en el México independiente, el tribunal de la Santa Inquisición se abolió apenas en 1821 y fue puesto en libertad Gil Rodríguez, el último judío procesado desde 1788 en Guatemala (Muñiz-Huberman, 1989). En la opinión del pensador venezolano Marcel Roche (1970, 1971, 1972): "Desgraciadamente, para cuando las colonias de Latinoamérica se independizan, ya tienen estampado su sistema educacional y social."

Pero no nos confundamos. En ciencias naturales es habitual medir una fuerza por la energía que hay que emplear en contrarrestarla. Análogamente, las persecuciones que han padecido los intelectuales de España a lo largo de los siglos, la saña con que se dispersó a los cabalistas, el exilio masivo de los luchadores políticos, la imposibilidad de relajar el control en lo más mínimo que han enfrentado las autoridades, que por momentos hasta se vieron obligadas a recurrir a las maquinarias bélicas nazi y fascista, dan una medida de la ética y del inquebrantable espíritu libertario, progresista y creativo del pueblo español. De todos modos, nuestros países tienen casi dos siglos de independencia. ¿Por cuánto tiempo más vamos a seguir culpando a España? ¿Podrían los franceses atribuir una crisis económica a que el hombre de Cromagnon tenía el cerebro más pequeño que el de Neanderthal?

¿Somos inferiores?

"Figuras tan importantes como Broca, Gratiolet y Cuvier en Francia, Huscke en Alemania y Retzius en Suecia dedicaron gran parte de su trabajo a tratar de demostrar que los cráneos de los habitantes de África y América eran más pequeños, sus cerebros pesaban menos y estaban más cerca de los gorilas que de los hombres blancos indoeuropeos" (Fenández-Guardiola, 1989). El historiador Gabriel Rene Moreno creía que los indios son asnos capaces de generar mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Por lo tanto, los consideraba incapaces de concebir la libertad republicana. En 1614 el arzobispo de Lima mandó quemar quenas y demás instrumentos musicales de los indios, y les prohibió bailar y cantar para impedir que el demonio continuara engañándolos (Galeano, 1992). Pero jamás se ha podido probar que población alguna del planeta sea intrínsecamente inferior (ni superior) al resto de la humanidad (Gould, 1981).

Para acabar con la patraña de la inferioridad, es pertinente recordar que en el tercer mundo, que comprende Egipto, Persia, India, China y Mesoamérica, surgió el uso del fuego, la invención de la brújula, la domesticación de animales, la agricultura, la irrigación, la explotación de metales, la invención de la escritura y del papel, el sistema decimal de cálculo y el uso de la pólvora (Rossi, 1972; Martínez-Palomo, 1987). A estos logros podríamos agregar la chinampa, que aún hoy sigue siendo una de las formas más productivas de la agricultura intensiva; el faro para la navegación nocturna usado por los incas, el cero que habían introducido los mayas y, para acabar, la civilización.

¿Nos faltarán investigadores?

No parece. A pesar de los inconvenientes que mencionaremos más adelante, los investigadores latinoamericanos publican sus artículos en las mejores revistas del mundo, figuran en los planteles de Harvard y Cornell, de Cambridge y del Max Planck, y logran todo tipo de distinciones, incluido el famoso Premio Nobel. Para equipararse, nuestros industriales deberían fabricar coches, aviones, fotocopiadoras y cámaras fotográficas de calidad tal, que pudieran competir en el mercado internacional con los Mercedes-Benz, Boeing, Xerox y Nikon (Cereijido, 1994). La historia y la sociología de la ciencia demuestran que, casi sin excepción, todo investigador ha sido formado por otro investigador y que las comunidades científicas de los países del primer mundo derivan de algún semillero fértil (Bolonia, Heiinstrumentalismodelberg, Cambridge, París, Harvard, el Karolinsinstrumentalismoka). México, Brasil, Chile, Argentina y otros pocos países del tercer mundo han tenido la capacidad de producir semilleros de ese tipo.

¿Sabemos analizar la realidad latinoamericana?

La forma en que se han manejado los asuntos científicos en nuestra sociedad ha sido profundamente analizada por pensadores rigurosos y originales como Darcy Ribeiro (Brasil); Jorge Sábato, Risieri Frondizi y Enrique Oteiza (Argentina); Osear Maggiolo (Uruguay); Gómez Millas y Edgardo Enríquez (Chile); Marcel Roche y Raimundo Villegas (Venezuela), y una pléyade de analistas mexicanos que contribuyeron a renovar el pensamiento en una tradición de universidad latinoamericana democrática y autónoma. Según Oteiza (1995), en una primera etapa se pensó que los obstáculos eran sobre todo de carácter económico, luego se dieron cuenta de que también hacía falta una transformación cultural general. Recuerda que hubo una iniciativa impulsada por Estados Unidos junto con la Alianza para el Progreso. "La preocupación fundamental -comenta Oteiza- consistió en neutralizar el impacto de la Revolución cubana en la juventud universitaria de América Latina [...] Se propiciaba el fortalecimiento de la investigación científica, la construcción y el equipamiento de laboratorios y bibliotecas, la departainstrumentalismomentalización universitaria [...] Se trataba de una reforma concebida fuera de la región [...] La actual, también concebida desde afuera e impulsada a través del Banco Mundial y otras agencias de cooperación internacional, se diferencia de la anterior porque apunta fundamentalmente a disminuir el compromiso del estado con la universidad pública, reducir los recursos, estimulando la expansión de la cobertura de un sector privado de orientación profesionista, ubicado sin ambages en el mercado y orientado de manera acrítica hacia la preservación del statu quo de la estructura de poder [...] y favorecer la proliferación de universidades privadas."

Oteiza nos recuerda que en la ciudad de Córdoba en 1918, se originó una reforma universitaria[5] que luego se propagó al resto de Argentina y

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a varios países de Latinoamérica, y "...que en la década de los sesenta hubo en nuestra región capacidad de formulación de modelos universitarios propios". Y en esa vena podríamos recordar que José Ingenieros (Diez proposiciones sobre el porvenir de la filosofía) propuso con toda claridad un positivismo lógico con anterioridad a la aparición del llamado Círculo de Viena; que Juan Alvarez (Las guerras civiles en Argentina) planteó una manera de correlacionar las rebeliones militares con las crisis económicas utilizando un método que más tarde se atribuiría a la escuela de los Annales de Marc Bloch; que Alfredo Palacios (La fatiga: sus proyecciones sociales) correlacionó la fatiga con los errores laborales a lo largo de la jornada de trabajo, usando un enfoque muy original cuya ocurrencia luego se atribuiría al creador de la sociología industrial Elton Mayo. Con estos ejemplos no queremos reclamar "nosotros también hacemos aportes originales, sólo que allá no nos reconocen". Dejemos eso para la vanagloria o el resentimiento nacionalista, antes bien queremos resaltar que cuando la sociedad no tiene una visión compatible con la ciencia, no puede aprovechar acá las contribuciones de sus creadores.

Con todo, los progresos logrados son muy grandes. Hasta hace apenas una generación imperaba en nuestras universidades el "patrón" verticalista que era dueño virtual de su departamento, determinaba a cuál de sus colaboradores promovería, tendría dinero para equipos, materiales o participar en congresos, y tenía facultades suficientes como para permitir o no el ingreso de mujeres, judíos o personas con marcados rasgos indígenas. Hoy, gracias al esfuerzo de investigadores y funcionarios, el panorama va cambiando, se comienza a argumentar, justificar, comprobar. Ya resulta mucho más difícil para un jefe negar espacio de laboratorio y apoyo a un joven brillante, para reservárselo a sus acólitos.

El conocimiento prohibido

Las grandes culturas suelen aludir a una parte del conocimiento que les está prohibido y que condena a quienes osan adquirirlo: Eva y Adán castigados por comer del Árbol de la Sabiduría; Orfeo pierde a su Eurídice por volverse a mirarla; la humanidad entera condenada porque Pandora quiere averiguar el contenido de su caja; la mujer de Lot convertida en estatua de sal por mirar hacia Sodoma; las Sirenas causando la perdición de quien se atreviera a oírlas. Nuestra visión del mundo retiene esa tendencia ancestral y respeta la veda de ciertas temáticas fundamentales. En muchas de nuestras casas de estudio el manejo del dinero, cargos y espacios sigue siendo secreto y sus autoridades continúan considerando falta grave que los investigadores pidan explicaciones. Dar por sentado que nuestra felicidad depende del no tocar ciertos temas; de que hay asuntos que es preferible manejar con la ignorancia, revela que en el fondo confiamos más en la oscuridad que en la razón. Como decía Herbert Agar (Time for greatness), "La verdad que libera a los hombres es casi siempre la verdad que los hombres prefieren no oír."

La visión del mundo que tenemos actualmente dificulta la tarea de investigar

Con un enorme y meritorio esfuerzo, nuestras sociedades han logrado desarrollar la investigación. Sin embargo, por el hecho de no tener una visión del mundo compatible con la ciencia, traban la labor de los investigadores e impiden que alcancen un nivel de eficiencia proporcional a ese esfuerzo. Para evitar que esta afirmación naufrague en un mar de vaguedades, veamos ahora algunos ejemplos, que señalan de paso aspectos que podríamos mejorar, sobre todo porque no necesariamente dependen de un mayor aporte de dinero.

Ante el enorme crecimiento de la ciencia, el primer mundo fue generando las formas convenientes de administrarla. Por el contrario, en Latinoamérica carecemos de una legislación pensada específicamente para la ciencia. Pero eso se debe simplemente a que, hasta hace poco, no la necesitábamos pues el puñado de esforzados precursores se arreglaba como podía (Verón, 1974). Eso hace que hoy los investigadores del tercer mundo se vean atrapados por reglas que han sido creadas para controlar las ventas de ropa y enseres domésticos. Veamos algunas consecuencias de esta administración defectuosa.

a] El número de científicos locales es muy escaso, sobre todo los de alto nivel internacional (Lominstrumentalismonitz, 1975; Vessuri, 1987). Con todo, obligamos a los pocos que tenemos a que abandonen el laboratorio y desperdicien su tiempo en oficinas, para que gestionen fondos y redacten informes fatigosos y pueriles. Los trámites para importar sustancias perecederas (anticuerpos, líneas celulares, enzimas, radioisótopos) son incompatibles con sus actividades biológicas, es decir, hay un conflicto insalvable entre legislación y realidad. De hecho, al menos en las ramas experimentales, la experimentación en sí es llevada a cabo por jóvenes menores de 35 años, ya que los más maduros están atrapados en asuntos burocráticos.

Es importante recalcar que esto no se debe a falla alguna en nuestro personal de apoyo ni administrativo. Ellos están tan atrapados como los mismos investigadores y por las mismas leyes. Muy por el contrario, a veces es gracias a su experiencia y consejo que podemos disminuir el efecto deletéreo de la legislación.

b] Durante los años más agudos de las crisis económicas, los gobiernos reconocían una inflación anual de por ejemplo 50%, pero sólo podían incrementar los salarios en un 8%. Por supuesto, eso causaba un profundo malestar que se iba mitigando a expensas de la cantidad y la calidad de trabajo experto, otorgando más vacaciones, días festivos, días económicos y horarios exóticos, que hoy son incompatibles con la vida de cepas de animales y plantas, cultivos celulares, manutención de reservorios biológicos y observaciones de fenómenos naturales. La mayor parte del personal de apoyo tiene vacaciones desde fines de noviembre hasta pasado el 6 de enero, más las correspondientes a mitad de año, puentes y días para celebrar diversas festividades. A las dos de la tarde se acaba la mayoría de los servicios de soporte técnico. De hecho son pactados entre funcionarios y dirigentes sindicales, generalmente bajo la presión de una inminente huelga y sin tener en cuenta las necesidades específicas de la tarea de investigar. Por supuesto, el personal no tiene la culpa, pues cambiaría encantado el exceso de tiempo libre por el sueldo digno que necesita, y está deseoso de aprender, perfeccionarse y dar sentido a sus tareas.

c]  Los investigadores no pueden seleccionar, ni formar, ni mucho menos perfeccionar un personal experto, pues esto depende de catalogaciones de tareas y normas sindicales. Su capacidad de influir en la sociedad no trasciende siquiera las paredes de sus laboratorios.

d]  Debemos aceptar que entidades financieras internacionales de dudosa eficiencia[6] nos impongan las normas con que supuestamente deberíamos organizar nuestra ciencia, cómo deberíamos evaluarla, financiarla, rendirles cuenta y relacionarnos con nuestros colegas y discípulos. Esta exigencia se basa en el infundio de que hay una sola forma de desarrollar la ciencia, y que esa forma fue la que siguió el primer mundo. Parece como si no advirtiéramos que jamás existió dicha forma, pues los franceses nunca han imitado el modo alemán, ni éstos copian la organización inglesa, ni los suizos parodian la forma de desarrollarse de los daneses.

e]  La falta de dinero es por supuesto un mal grave y endémico, pero eso nos lleva a creer que todo problema nacional se origina y se resuelve en el ámbito de lo económico o, peor aún, moneinstrumentalismotarista.

f] Se ha desembocado en ciertas formas deliberativas que imitan a la perfección la democracia, consistentes en crear cuerpos representativos multitudinarios, en los que en realidad no se discute ni se analiza nada. Todo lo que la autoridad de una institución necesita, es constituir un gran "consejo", satisfacer a cada partido, sindicato, facción, grupo de poder o escuela, facultándolos para que envíen sus delegados y, cuando el número de miembros sea suficientemente elevado, promover la discusión exhaustiva de los temas que deseen: jamás llegan a nada. Maquiavelo, siguiendo el proverbio latino, había aconsejado: "Divide y reina", los modernos autoritarios han revertido el procedimiento, y parecen satisfechos con las nuevas patologías democráticas: "Amontona y sigue reinando."

Evaluación

Con el cambio paulatino del patrón autoritario y verticalista por una política de evaluación transparente, algunos países latinoamericanos están haciendo una verdadera revolución pero, como muchas revoluciones, va seguida de un período de terror. En nombre de la imparcialidad, se trata de imponer a la comunidad de investigadores una uniformidad irreal, se confeccionan catálogos de puntos que desvían los objetivos de la investigación y acaban desfigurándola. No hemos encontrado la forma de rescatar a quien se embarcó en una idea brillante, pero que por alguna razón no se pudo plasmar en datos publicables.

Se ha remplazado la evaluación intradepartainstrumentalismomental y aun la intrauniversitaria, por la ex-trauniversitaria hecha por una entidad gubernamental, generalmente un consejo nacional de investigaciones. Hoy son principalmente estas entidades y no las universidades las que determinan a qué profesores se les pagará por su trabajo, quién tendrá dinero para investigar, recibirá becas, comprará equipos, reactivos, revistas y libros, y se les dice a las universidades cuáles de sus programas de enseñanza recibirán fondos para operar. Según Guillermo Sheridan,[7] los gobiernos "saben que las evaluaciones intrauniversitarias no son confiables, pues están desacademizadas". Pero no se discuten las causas de esta "desacademización" ni las razones de esa desconfianza.

Formación de maestros y doctores en ciencia

Con el propósito de aumentar el número de investigadores, se premia a quienes gradúan a sus alumnos de maestros y doctores. Pero eso los lleva a veces a asignar temas de tesis poco osados, que casi no requieren creatividad, sino que basta con dominar un método y obtener alguna diferencia significativa entre dos medidas. No se promueven las discusiones de aspectos históricos ni filosóficos entre los autores de tesis. Luego, cuando presentan exámenes, casi la totalidad de las preguntas del auditorio se limitan a aspectos metodológicos, controles, precauciones, anomalías, corroboraciones alternativas, empleo de nuevas sustancias. El período de discusión que se abre tras la presentación de una tesis es en realidad un espacio para hacer objeciones, en el que la creatividad brilla por su ausencia. Eso convence a los muchachos de que las ideas realmente innovadoras provienen del primer mundo "...y que aquí sólo quedan por barrer los rincones" (Lomnitz, 1975; 1981).

Decía Henri Poincaré que la ciencia se construye con hechos como una casa se construye con ladrillos; pero que una acumulación de hechos no es más ciencia que una pila de ladrillos es una casa. Si sólo se entrena al alumno para recolectar datos y no se le transmiten los supuestos filosóficos en que se asienta el conocimiento, seguirán esmerándose de lunes a viernes por encontrar homologías entre las moléculas de hemoglobina del lagarto, el lémur, el chimpancé y el humano, que luego interpretan con base en la teoría de la evolución, pero el domingo seguirán abrazando una religión creada por los aterrorizados pastores nómadas de la Judea de la Edad de Bronce, que sigue manteniendo que el hombre fue creado hace cuatro mil años como un muñeco de barro. A nuestros alumnos no les pasa como al poeta John Ruskin, que oía las piquetas de los geólogos al final de cada verso de la Biblia.

Cuando hacemos divulgación, los investigadores brindamos a nuestra sociedad una visión distorsionada de la ciencia

Para atraer a los jóvenes a la tarea científica, nuestros países están haciendo verdaderas proezas en la divulgación. Publican revistas y colecciones de libros escritos por los mejores científicos locales, crean museos de ciencia, cursos de verano y olimpiadas científicas. Sin embargo, esa divulgación se basa casi exclusivamente en el aspecto informativo, el dato, la hazaña tecnológica: modelos de moléculas de dna de un metro de diámetro y a todo color, fotografía de galaxias, cerámicas con propiedades casi mágicas, fármacos dignos de Merlín. Pero algunas de las revistas son a la divulgación lo que la pornografía al sexo, pues llegan a brindar una visión un tanto distorsionada de la ciencia, sólo versan sobre portentos, rarezas y extremos insólitos: una bacteria que se nutre de petróleo, una tribu rematadamente exótica y algún sabio que manejaba el cálculo integral desde la cuna. Esas cosas no dejan de ser ciertas, pero dan la idea de que la ciencia es una empresa de genios de teleteatro que se ocupan de curiosidades y portentos, y ocultan el hecho de que es el trabajo diario de gente como ellos, que consiste en encontrar grandes regularidades, leyes, poner orden en el caos de la ignorancia. Es necesario crear una verdadera cultura científica, es decir, un ambiente de comprensión, de crítica informada, en el que no resulte esotérico estudiar, leer, platicar, interesarse por la ciencia (Estrada, 1997). Es cierto que, como opina Martín F. Yriart (1997), la divulgación científica implica resolver un problema comunicacional. Sin embargo cuando los programas universitarios para formar divulgadores se reducen a mostrar métodos audiovisuales, radiales, revistas y otras técnicas de comunicación, y no incluyen una profundización sobre qué es la ciencia que están divulgando, cuál es su historia, su filosofía y su articulación con la trama social, brindan las ideas distorsionadas que mencionamos en el párrafo anterior.

Religión

En los capítulos anteriores argumentamos que tras el desgarrón de la urdimbre de la realidad y "la costumbre", la ciencia y la religión continuaron forjándose en un largo altercado, que si bien fue doloroso y sangriento, acabó siendo fértil, pues generó una ciencia moderna clara, estricta, sobria, universal y democrática. No hay en nuestra región un diálogo similar, pues faltó uno de los interlocutores: la ciencia. Pero tanto el panorama religioso internacional como el latinoamericano son muy heterogéneos y siguen dinámicas demasiado alejadas de nuestra competencia como para intentar un análisis en el presente libro. Como muestra, mencionemos algunos aspectos:

1] Cuando se encuentran pergaminos de las épocas bíblicas y de comienzos de nuestra era, ya no se los entrega a las autoridades religiosas para que constaten si concuerdan con su ortodoxia y decidan si los conservan o los destruyen. Hoy pasan a manos de las grandes universidades, donde se los fecha midiendo el 14C, estudian su estilo narrativo, su concordancia con hechos coetáneos, los materiales de que están fabricados y hasta se evalúa la personalidad histórica de personajes bíblicos, santos, sectas y mandatarios (véase, por ejemplo Pagels, 1979; Schiffman, 1994).

2] Cuando en el primer mundo meditan sobre frases bíblicas como "Cíñase cada hombre su espada al costado; pase y vuelva a pasar de puerta en puerta por todo el campamento, y mate cada uno a su hermano, a su amigo, a su pariente" (Ex 32, 27); "Al grande le aumentaréis la herencia y al pequeño se la reduciréis" (Nm 33); "Vale más maldad de hombre que bondad de mujer" (Eclesiástico 42, 14), ya no acuden a la teología para tratar de entender al Dios que las declaró, sino a la historia y a la psicología para comprender los códigos sociales y la visión del mundo de los pueblos que inventaron semejante deidad. Luego los mismos sacerdotes primermundistas llegan a declarar con toda sinceridad que les resulta sumamente difícil guiar a sus feligreses con dichas normas. Así, el sacerdote cristiano John Shelby Spong (1991) comenta: "No creo en un Dios que quiso que Jesús sufriera por mis pecados. No creo en un Dios cuya necesidad interna de justicia se satisface cuando su hijo es clavado en una cruz."

3] La interacción ciencia/religión se complica con la aparición de fundamentalismos y sectas que practican actividades difíciles de entender, a veces delictuosas. En el primer mundo se teme que la fascinación creciente con los fenómenos paranormales y la tolerancia que los políticos prestan a la religión, acabe no ya con la ciencia, sino con la mismísima democracia (Kurtz, 1997; Scott, 1997).

4] Quienes asignan al monoteísmo un papel fundamental en el desarrollo de la ciencia, señalan preocupados que el sincretismo que ocurrió en Latinoamérica entre cristianismo, creencias precolombinas y africanas, nos ha hecho recaer en un politeísmo lleno de santos especializados en mediar en asuntos de trabajo, salud y noviazgos. Temen que desandemos el camino que hace dos mil años transitó la cultura occidental y nos estemos alejando de la posibilidad de hacer ciencia.

5] Otros autores deploran que, para aclarar asuntos cruciales, las deidades se aparezcan ante pastorcitas y campesinos supersticiosos y analfabetos, pero jamás ante una academia donde podrían entenderlas, o ante gobiernos primermundistas para convencerlos de que no sofoquen a la humanidad con deudas usurarias (Sagan, 1995).

6] Como las religiones no tienen por qué guiarse ni obedecer las normas epistemológicas propias de la ciencia, el diálogo se dificulta. Por ejemplo, el 6 de junio de 1996, mi interés en la cabala me llevó a una conferencia en el Centro de Estudios Judaicos de la ciudad de México, en la que el rabino Abraham Bartfeld explicó que su todopoderoso Dios sabe todo lo que ocurre en todos lados y en todo momento. Llegada la discusión, pregunté si acaso ese Dios había presenciado lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka y otros campos de exterminio nazi, y si en ese momento podría haber detenido el sufrimiento de millones de seres humanos con sólo desearlo. Dando muestras de que no era la primera vez que oía ese tipo de preguntas, el rabino suspiró con resignación, respondió afirmativamente y agregó que los caminos del Señor son insondables. Pregunté entonces si no creía éticamente censurable reclamar el derecho de educar a los niños en el respeto a semejante personaje. También respondió afirmativamente, tras lo cual pasó sin más a la pregunta de otra persona en la audiencia. En Nueva York la situación no parece más sencilla. Burton L. Visotzky (1996), profesor del Jewish Theological Seminary of America, en su libro The génesis of ethics (p. 37) relata que una alumna lo llamó confundida para cerciorarse de que en plena sinagoga él hubiera dicho que Dios es un "son of a bitch". "No -corrigió el rabino—, lo que dije en realidad es que God is a mean son of a bitch."

7] También es difícil prever el resultado de procesos sociales que ocurren en nuestra propia región. Por ejemplo, hace cinco siglos México tenía únicamente una religión oficial, pero al 6 de mayo de 1996, existían 3 979 asociaciones religiosas registradas. La Conferencia del Episcopado Mexicano realizó en febrero de 1997 un encuentro nacional en Guadalajara, donde se reconoció que de 1970 a 1990, 40 millones de católicos latinoamericanos pasaron a las filas evangélicas y pronosticó que, para el año 2000, otro número similar hará lo mismo. Hay expertos que atribuyen estas tendencias a que las iglesias evangélicas son un instrumento de penetración imperialista, y otros que lo descartan enfáticamente (Vera, 1996).

8] Por fortuna, en Latinoamérica dichos procesos son al menos pacíficos. En cambio en otras regiones del tercer mundo el futuro aparece alarmante. Así, Abdus Salam, que estuvo al frente del Centro Internacional de Física Teórica de Trieste, preocupado porque los países islámicos ven la ciencia como una amenaza a su religión, llega a opinar que a la larga el conflicto será inevitable.

9] Salvo raras excepciones, en los ambientes académicos de Latinoamérica estos análisis son una especie de tabú o caen muy pronto en una arena política, y todo se reduce a una puja sobre artículos constitucionales. Cuando un obispo le hace creer a nuestro pueblo que la Virgen está enojada por la conducta de los mexicanos (Xavier Escalada, 1992), los presidentes de nuestras academias no adoptan la actitud científica tradicional de preguntarle cómo lo sabe. Cuando la Comisión Episcopal llama oscurantista a la educación oficial que se imparte en México (Blanco, 1996), la discusión se reduce al uso de cierto libro de texto.

Individuos vs sociedades y esa historia que va quedando atrás

Es probable que si de pronto preguntáramos a todos los campeones mundiales de boxeo y a los miles de maratonistas que corren dichas carreras cuál es el origen y la historia de sus deportes, ninguno de ellos esté capacitado para responder. Cuando yo era niño creía firmemente que la primera guerra mundial había sido un problema que preocupó a mis abuelos, pero que a mí no me concernía. De modo que es probable que muy pronto, para una enorme mayoría de la población, el Holocausto ocurrido durante la segunda guerra mundial no pase de ser una debatible leyenda negra, que dentro de un par de siglos se funde alguna universidad nazi, y que eso enfurruñe a lo sumo a algún historiador furibundo.[8]

El contenido de este capítulo no debe llevarnos a suponer que todo investigador del primer mundo conoce la historia y los supuestos epistemológicos de su disciplina. Pero él nace en un contexto social que experimentó ciertos procesos históricos y nosotros no, de la misma manera que nace en un país sin deuda externa y nosotros sí.

Gracias a los sistemas bibliográficos, computarizados, teléfonos, internet, fax, viajes, mercados internacionales de equipos y reactivos, y programas de intercambio internacional, los investigadores pertenecen a redes científicas cuyos centros se asientan en el primer mundo y hasta tienen derecho a votar por los presidentes de sociedades científicas de otras tierras. Eso explica que aunque no tengamos ciencia, contemos con una investigación escasa pero de buen nivel. Nuestros investigadores suelen ser incluso personas muy cultas e ilustradas; ellos sí llegan a tener una visión del mundo compatible con la ciencia, sólo que conforman un ínfimo porcentaje de la sociedad latinoamericana y no tienen conexión alguna con el poder. El problema es que eso los convierte en una suerte de extranjeros, exiliados en su propio país, pues aun en el caso de que se los apoye, pocas veces se los necesita y se los ensambla a un aparato científico-técnico-productivo del que se carece. Pero no estamos discutiendo la manera en que los investigadores podrían ir eludiendo los problemas de su sociedad, sino tratando de encontrar la forma en que la sociedad latinoamericana, aprovechando a los investigadores que ya tiene, pueda ir forjándose una ciencia.

Sucede algo análogo con lo religioso. El Scripps Howard News Service de mayo 1997, narraba el caso de entusiastas feligreses que acuden regularmente al templo, porque les encanta el aroma del incienso, los vitrales de colores, la música del órgano, las vestimentas y participar en ceremonias: "No vamos a abandonar todo eso simplemente porque no creamos en Dios", comentan. Nada es nuevo bajo el Sol: el siglo pasado, un creciente número de judíos que quería conservar sus tradiciones, costumbres y pertenencias aunque ya no pudiera creer en los relatos bíblicos, fundó el judaismo laico. Después de todo, nosotros también vivimos inmersos en una "costumbre" de la que no podemos disecar la hebra religiosa a pesar de su deplorable impacto en el conocimiento y en nuestra condición social. Y así, es habitual que se participe en posadas, bodas, se celebren las pascuas, días de los muertos, halloween, se use anticonceptivos, se consulte el horóscopo y, del mismo modo que se tiene una investigación vacía de ciencia, se practiquen religiones vacías de convicción.

En resumen: El hecho de que ya tengamos muy buena investigación, pero aun carezcamos de una visión de la realidad que nos permita desarrollar la ciencia, no parece depender de un mero detalle de presupuesto. Como dice Marcel Roche (1971): "El aporte de plata peruana y mexicana al imperio español, indica que la inyección de dinero al oscurantismo no produce ciencia." Un hecho más actual y a mano es que las enormes acumulaciones de petrodólares no impidieron que algunos países islámicos continuaran arrancándole el clítoris a millones de mujeres, vedándoles el acceso a la educación y privándolas de otros derechos humanos. Sería muy adecuado que nuestros humanistas encontraran la manera de profundizar los análisis y discusiones, tal vez enfocando la ciencia como un sistema complejo con muchísimos aspectos en los que nuestra comprensión puede ayudar a la sociedad latinoamericana.

Si tropezamos con los problemas señalados en este capítulo, es porque nos hemos puesto a luchar por salir del oscurantismo y forjar una visión del mundo que sea compatible con la ciencia. Sin embargo, será muy difícil lograr una solución, si no se comienza por comprender los problemas. Los funcionarios latinoamericanos no siempre dan muestra de haberlos detectado. Para constatarlo basta observar los documentos que ellos llaman "política científica", "programas", "informes anuales" e "indicadores" que, si bien son imprescindibles y útiles, no pasan de ser especificaciones de corte meramente administrativo/contable: número de investigadores por área, por edad o por institución, dinero gastado en donativos, número de becarios por especialidad. Reafirmando ese criterio de que el detalle de cómo se erogan los fondos puede remplazar a la "política científica", no es raro que las discrepancias se reduzcan a determinar si el dinero que se destina a la investigación debe considerarse "gasto" o "inversión", o si la actividad de los investigadores se debe evaluar con base en su "producción" o en su "productividad", y otros resortes de la teneduría de libros, no de la epistemología, la historia, la sociología de la ciencia, del proceso de investigar y de la visión del mundo que requiere la ciencia.

 


 

[1] Moisés ben Shem Tov de León (1270-1300) compone el Sefer ha-Zohar, libro seminal de los cabalistas, pero tal vez para darle más respetabilidad, se lo atribuyó a un tal Simón ben Yohai, que supuestamente lo había escrito mil cien años antes.

 

[2] Para hacer una analogía, en castellano MUNDO sin vocales se escribiría MND, pero siglos más tarde, un lector no sabría si entender MuNDo, MaNaDa, MeNuDo o qué. Si esa elasticidad interpretativa se extiende a todas las palabras de una frase, queda mucho lugar para interpretaciones alternativas.

[3] El cabalista castellano Yosef Gicatilla (1248-1305) decía sentirse más cerca de Dios durante el coito.

 

[4] Se ejecutó a un maestro porque en una plegaría escolar, en lugar de decir "Ave María", dijo "Alabado sea Dios" (Johnson, 1976).

[5] La reforma consiste fundamentalmente en instituir que los cargos académicos se llenen por concurso, se reconcursen periódicamente, y que las facultades y escuelas tengan consejos directivos integrados por representantes de los profesores, alumnos y graduados.

 

[6] "Investigará el Banco Mundial las causas del fracaso de sus proyectos educativos". La Jornada (México), 19 de mayo de 1995, p. 52.

[7] Citado por Juan Carlos Villa Soto en La Jornada 19 de marzo 1997, p. 28.

 

[8] Preocupado porque a mis alumnos de biología les costaba entender las bases termodinámicas de la vida, les expliqué que las ideas sobre biología de Aristóteles habían llegado hasta el siglo XVIII, pero que en ese momento se acabó con los modelos basados en el equilibrio, y que ya el XIX fue el siglo de la dinámica. No logré hacerme entender. Entonces escribí un libro (Cereijido, 1995), pero no lo leyeron. Luego una alumna que es hoy una científica brillante comentó apesadumbrada que para ellos Platón, Aristóteles y Lamarck eran poco menos que nombres de calles. Cuando les pedí que ordenaran cronológicamente a Jesús, san Pablo, Moisés, Abraham, santa Teresa de Jesús y Noé, el resultado fue totalmente al azar. Pero luego comprobé que en el primer mundo sucede exactamente lo mismo.