En Brezinski, C. (1993): El Oficio del Investigador. Madrid: Siglo XXI, pp. 13-22 

En este capítulo el autor desarrolla la idea de que las investigaciones varían según los diferentes estilos particulares de sus autores. Aunque no se refiere específicamente a las nociones de "Estilo de Pensamiento" y de "Enfoque Epistemológico", sí muestra datos empíricos que confirman esas nociones.

CAPITULO II: LOS INVESTIGADORES Y LA INVESTIGACION

Según Jean Dieudonné en matemáticas hay tres categorías de investigadores. En primer lugar los que:

se limitan a sacar consecuencias fáciles de principios bien conocidos. Frecuentemente, la tesis de esos matemáticos no es ni siquiera publicada. Está inspirada por un «patrón» y refleja más las ideas de éste que las suyas. Así pues, una vez dedicados a ellos mismos, quizás publiquen de tarde en tarde algún artículo en relación directa con su tesis, después terminarán muy pronto toda producción original. Su importancia es sin embargo indudable [...] En un nivel más elevado se sitúa una categoría mucho menos numerosa [...] la de los matemáticos capaces de adelantar su trabajo de tesis, hasta de entrar en caminos totalmente distintos; permanecen con frecuencia activos en la investigación durante una treintena de años y publican varias decenas de memorias originales. Solo ellos pueden encargarse con éxito de las enseñanzas del tipo «tercer ciclo», donde se difunden las ideas nuevas y aconsejan eficazmente a los jóvenes matemáticos que se introducen en la investigación. Existen, finalmente, los grandes innovadores, cuyas ideas impactan en toda la ciencia de su tiempo y repercuten a veces durante más de un siglo. [Pour l'honneur de ltesprit humain, Hachette, París, 1987, pp. 23 -24] .

En la segunda categoría definida por Dieudonné existen, en mi opinión, dos clases de investigadores. Aquéllos muy útiles, que, sin manifestar un gran ingenio, hacen funcionar máquinas ya rodadas y resuelven problemas a veces importantes y difíciles. Después están los que, perteneciendo a la tercera categoría y sin ser grandes innovadores, aportan ideas nuevas y además posibilitan el que otros hagan funcionar la máquina y exploten las ideas más a fondo.

Como ejemplo de gran innovador podemos citar a H. Lebesgue. Dejemos hablar a Jean Leray:

Cuando a todos parecía que el decano Darboux había concluido la geometría diferencial, un joven alumno de la Ecole Normale, H. Lebesgue, sacó de su bolsillo un pañuelo arrugado y afirmó que ese pañuelo contradecía las más simples propiedades que la geometría diferencial atribuye a las superficies desarrollables sobre el plano: esas propiedades valen para los plastrones estirados, para superficies regulares y sólo para aquéllas; H. Lebesgue supo decirlo en términos matemáticos; después consiguió estudiar superficies y funciones totalmente irregulares; las grandes autoridades matemáticas de la época juzgaron vanos esos juegos del espíritu, murmuraron que ésas no eran «verdaderas» matemáticas, pero tuvieron la sabia indulgencia de publicarlas. H. Lebesgue, empleando esas funciones, dio a la teoría de la integración una agilidad y un dominio que fueron para los matemáticos y técnicos extraordinariamente cómodos; y las nociones introducidas por H. Lebesgue se convirtieron en las nuevas bases del análisis matemático. Este ejemplo no fue aislado: una falta de elegancia turbadora, una oscuridad en apariencia superficial no pueden ser en muchas ocasiones elucidadas si no es revisando nociones fundamentales. Tal revisión exige un duro y largo trabajo, cuya utilidad es demasiado remota e imprevisible como para motivarlo. [J. Leray, "L'invention en Matematiques", en Logique et connaissance scientifique, bajo la dirección de J. Piaget, Encyclopédie de la Pléiade, Gallimard, París, 1969, p. 466].

La clasificación de Dieudonné contiene la que propone Mark Kac en su autobiografía:

En ciencias, al igual que en otros terrenos de la actividad humana, hay dos clases de genios: los ordinarios y los mágicos. Un genio ordinario es alguien al que usted y yo habríamos podido igualar si hubiéramos sido varias veces mejores. No hay ningún misterio sobre la manera de trabajar de su intelecto. Una vez comprendido lo que ha hecho, nosotros seríamos capaces de hacerlo. Es diferente con los mágicos. Están, utilizando la jerga matemática, en nuestro complementario ortogonal y la forma en que su espíritu trabaja es a todas luces incomprensible. Incluso después de haber comprendido lo que han hecho, el procedimiento por el que lo han realizado queda completamente oculto. Raras veces o nunca tienen alumnos porque no pueden tener émulos y debe ser terriblemente frustrante para un espíritu joven y brillante medirse  con los caminos misteriosos por los que atraviesa el cerebro de un mago. [Enigmas of chance, University of California Press, Berkeley, 1987, p. XXV].

Freeman J. Dyson considera que hay dos tipos de investigadores: los creadores de ideas y los que resuelven problemas. Es lo mismo que dice M. Kac:

A grandes rasgos, hay dos clases de creatividad matemática. La primera parecida a la conquista de un pico montañoso, consiste en resolver un problema que ha permanecido abierto durante mucho tiempo y que ha atraído la atención de numerosos matemáticos. La otra es la exploración de un nuevo territorio. [P. 39].

Volvemos a encontrar tales clasificaciones en la pluma de numerosos científicos.

Emile Borel [Revue du Mois, 7 (enero 1909), 360-362] distingue entre los matemáticos conquistadores que llegan hasta extremos osados en las regiones inexploradas y los colonizadores que organizan las conquistas.

El matemático Georges Polya ha estudiado detenidamente el desarrollo de la imaginación e invención matemáticas, y ha escrito:

El genio, el experto y el debutante. El genio actúa según las reglas sin saber que éstas existen. El experto actúa según las reglas sin pensar en ellas, pero, si es necesario, puede decir cuál es la regla aplicable en el caso tratado. El debutante, al intentar actuar según las reglas, aprenderá el verdadero sentido de éstas a partir del éxito o del fracaso.

Naturalmente estas notas no son nuevas. San Agustín cuando hablaba de los oradores y de las reglas de la retórica, afirmaba: Siguen las reglas porque son elocuentes, no son elocuentes porque sigan las reglas. [G. Polya, Mathematical discovery, J. Wiley, Nueva York, 1965, tomo II, p. 97].

Elogiando a Fourier, François Arago decía: Tal es el privilegio del genio que se da cuenta y encuentra relaciones allí donde ojos vulgares no ven más que hechos aislados.

Cada tipo de investigador aporta su contribución a la obra común. Pierre Lecomte du Nouy dijo:

Es fácil comprender que para hacer avanzar la ciencia no se pueda contar eternamente con los escasos hombres geniales que la humanidad nos suministra lentamente. Por el contrario interesa suscitar simplemente la aparición de hombres dotados, inteligentes y trabajadores que situados en un medio adecuado produzcan cuando no descubrimientos sensacionales, sí al menos trabajos útiles. Un día, el gran hombre aparece y puede sacar partido de los documentos acumulados . El laboratorio de investigación persigue un doble fin: el descubrimiento de los hechos y el descubrimiento de los hombres. Estos últimos, hay que decirlo, son infinitamente más escasos que los primeros. ["Réflexions sur l'organisation du laboratoire de recherche", Chimie et Industrie, 36 (2), agosto, 1936; cita de M. Lecomte du Nouy, Lecomte du Nouy, La Colombe, París, 1955, p. 136].

Al igual que existen diversos tipos de investigadores, también existen distintos métodos de trabajo para llegar al descubrimiento científico. Así se suele distinguir entre espíritus lógicos y espíritus intuitivos.

Alexis Carrel (1873-1944), que obtuvo en 1912 el premio Nobel de Medicina en reconocimiento a sus trabajos sobre la sutura de vasos y el trasplante de vasos y órganos, ha escrito:

Por sí sola la inteligencia no es capaz de engendrar ciencia, pero es un elemento indispensable para su creación. La ciencia fortifica la inteligencia de la cual ésta no es sino un aspecto. Ha aportado a la humanidad una nueva actitud intelectual, la certeza que da la experiencia y el razonamiento. Esta certeza es muy diferente a la de la fe. Esta última es más profunda. No puede debilitarse por medio de argumentos. Se aproxima un poco a la certeza de los clarividentes. Y, cosa rara, no es ajena a la construcción de la ciencia. Es cierto que los grandes descubrimientos científicos no son obra únicamente de la inteligencia. Los científicos de talento, además de poder observar y comprender, poseen otras cualidades: la intuición y la imaginación creadora. Por la intuición se apoderan de lo que está oculto a otros hombres, perciben relaciones entre fenómenos aparentemente aislados, adivinan la existencia del tesoro ignorado. Todos los grandes hombres están dotados de intuición. Saben sin razonamiento, sin análisis, lo que les interesa saber [...] Un gran hombre de ciencia se orienta espontáneamente en la dirección donde hay un descubrimiento por hacer. Este fenómeno en otro tiempo se conocía con el nombre de inspiración. Entre los científicos encontramos dos clases de espíritus: lógicos e intuitivos. La ciencia debe su progreso tanto a unos como a otros. Las matemáticas, aunque de estructura puramente lógica, emplean no obstante la intuición.

Entre los matemáticos, hay intuitivos y lógicos, analistas y geómetras. Hermite y Weierstrass eran intuitivos; Riemann y Bertrand lógicos. Los descubrimientos de la intuición deben ser siempre utilizados por la lógica. En la vida ordinaria, al igual que en la ciencia, la intuición es un medio de conocimiento poderoso, pero peligroso. Es difícil a veces distinguirla de la ilusión. Quienes se dejan guiar únicamente por ella están expuestos a equivocarse. No siempre es fiable. Sólo los grandes hombres, o los sencillos de corazón puro, pueden ser impulsados por ella hasta las altas cimas de la vida mental y espiritual. [Alexis Carrel, L'homme, cer ¿nconnu, Librairie Plon, París, 1935. pp. 142-144].

Cada investigador aporta su piedra a la construcción del edificio; así como dijo Renan:

Ningún trabajador es inútil en la ciencia. [L'awenir de la science, 8ª edición, Calmann Lévy, Paris, 1894, p. 223].

Esas diferencias de temperamento entre los investigadores condicionan el estilo de los trabajos de cada uno. Algunos de ellos sienten mayor atracción por temas experimentales y otros se interesan más por la teoría. Si una teoría es nueva, puede ser capaz de propiciar descubrimientos reales, basta en general comprenderla y utilizarla casi tan bien como lo hará un estudiante cuando unos años más tarde se haya convertido en clásica y sea enseñada a un nivel más elemental. Esto no quiere decir que la tesis sea más fácil de hacer pues al comienzo no es cómodo dominar ni siquiera los elementos de una teoría todavía fluctuante. Enseguida, tras un desarrollo tumultuoso en todas direcciones, puede plantearse la necesidad urgente de sistematización y conducir a tesis de esta naturaleza. Así es como se ha construido poco a poco la mecánica cuántica. J. B. J. Delambre escribió en 1810:

Cuando una ciencia comienza a desarrollarse, los espíritus, arrastrados de pronto por la rapidez con que se suceden resultados nuevos [...] temerían con razón pasar a examinar a fondo los principios, tiempo que puede ser empleado más útilmente en aumentar la masa de proposiciones; pero cuando la velocidad con que aparecen nuevos conocimientos se modera, la actividad del pensamiento al no tener objetos nuevos con los que nutrirse, mira hacia atrás para pasar revista, hasta en los más pequeños detalles, de todos los materiales que han servido para levantar el edificio. [Rapport historique sur le progres des sciencies mathématiques depuis 1789 et sur leur état actuel, Imprlmerie impériale, 1810; reimpresión, B. M. Israel, Amsterdam, 1966, pp. 98-99].

Para Poincaré existen varias categorías de matemáticos:

A algunos matemáticos sólo les gustan las grandes generalizaciones; ante un resultado nuevo sueñan inmediatamente con generalizarlo, buscan su relación con resultados próximos para construir la base de una pirámide más alta desde la que podrán ver más lejos. Otros aborrecen vistas tan amplias porque, si bien ofrecen un vasto paisaje, los horizontes lejanos siempre son algo vagos; prefieren concentrarse para ver mejor los detalles y llevarlos a la perfección; trabajan como el escultor, son más artistas que poetas (p.VIII) [...]

Los matemáticos se dividen entre dos tendencias opuestas.

Mientras que unos, preocupados por extender siempre más lejos las fronteras de la ciencia, se aventuran para ir hacia nuevas conquistas, dejando un problema que están seguros de poder resolver, otros se preocupan de encontrar la solución y no lo abandonan sin haber extraído todas las consecuencias. Los primeros se parecen a los viajeros que creen conocer  un país por haberlo atravesado rápidamente, los otros prefieren recorrerlo paso a paso sin dejar ninguna parte sin explorar. [H. Poincaré, Savants et écrivains, Flammarion, París, 1910. P. 135]

Para S. Ulam también hay diferentes tipos de matemáticos: los que prefieren atacar problemas existentes y construir sobre lo existente y quienes prefieren imaginar nuevos esquemas y nuevas posibilidades. Ulam pertenecía a esta segunda categoría. Para Hilbert (que pertenecía al pnmer grupo y forjó su reputación resolviendo problemas que otros habían abandonado) un buen tema debe ser claro y fácil de comprender difícil pero no inaccesible, e importante. En el desarrollo de una teoría matemática, Hilbert distinguía tres etapas: el estadio ingenuo, el estadio formal y el estadio crítico. Que se oriente hacia una u otra vía una buena formulación de un problema es ya la mitad de su solución. Hay por tanto dos actitudes: la primera consiste en sacar de los teoremas y de los métodos existentes todo lo posible mientras que la segunda, que es evidentemente la más fructífera, es la de encontrar nuevos conceptos y métodos de los que se desprenderán resultados originales. Pero, la verdadera creatividad es con frecuencia menos fácilmente reconocida que la utilización hábil de una técnica [L. Young, ob. cit., p. 260].

Una opinión muy similar tiene Emile Picard:

Se han distinguido dos tipos de espíritus matemáticos distintos. Unos se preocupan sobre todo por ampliar el campo de nociones conocidas, sin preocuparse por las dificultades que dejan tras ellos; buscan nuevos temas de estudio. Otros prefieren quedarse, para profundizar en el terreno de las nociones mejor elaboradas, quieren agotar las consecuencias y se esfuerzan por poner en cuestión en cada tema los elementos en los que se basa. En ocasiones les basta a los primeros con estar seguros de que un problema puede ser resuelto, y dejan a otros la resolución del mismo. Se diría, aplicando una expresión de Fontenelle sobre Leibniz, que se contentan con ver crecer en los jardines ajenos las plantas que ellos han sembrado, como si el arte de descubrir fuera más precioso que la mayoría de las cosas que se descubren. Los segundos se interesan menos por las generalidades y piensan que sólo tienen recompensa las soluciones llevadas hasta sus últimas consecuencias.

No se puede establecer ninguna jerarquía, el espíritu sopla por donde quiere [Notice sur Caston Darboux, Académie des Sciences, 10 de diciembre de 1917].

Richard Dedekind ha escrito:

Los mayores y más fructíferos progresos en matemáticas y en otras ciencias han sido el resultado de la creación y de la introducción de conceptos nuevos, después de que el retorno frecuente de complejos fenómenos que explicaban mal las antiguas ideas haya presionado al sabio. [Was sind und was sollen die Zahlen, 1887, Werke, Tomo III, p. 335. Traduccion al francés de Jean Cavailles] .

Citemos finalmente a I. Ekeland:

En la investigación científica como en otras actividades, son numerosos los técnicos, pero escasos los creadores, los verdaderamente capaces de innovar, de salir de senderos ya pisados. Es demasiado fácil y tentador juzgar un problema interesante porque las tres cuartas partes de los colegas trabajen sobre él. Mientras que los problemas verdaderamente profundos y difíciles, con pocas probabilidades de éxito inmediato, no atraen a los profesionales de la publicación. Poincaré distinguía los problemas que se plantean de los problemas que uno se plantea. [Le calcul, I'imprévu, Editions du Seuil, París, 1984, p. 39].

No hay que creer que las bellas clasificaciones sólo son válidas para las matemáticas. En las ciencias experimentales, se ha dividido a menudo a los investigadores en dos categorías según las cuales se les podría llamar los experimentadores y los teóricos, o siguiendo a W.D. Bancroft, los acumuladores y los adivinadores, entendiendo que la palabra adivinador no designa a alguien que obtiene un resultado por pura casualidad, como arrojando un dado, sino alguien que está en principio guiado por una hipótesis de trabajo o una teoría, que intenta establecer o invalidar. El experimentador acumula los datos hasta el punto en que la teoría subyacente llega a ser evidente, mientras que el teórico emite una hipótesis y después acumula las experiencias para comprobarlas. Hay naturalmente un vaivén constante entre teoría y experiencia como lo ha mostrado Ampère en la introducción de sus Mémoires sur la théorie mathématique des phénomenes électro-dynamiques, uniquement déduite de I'expérience:

Observar primero los hechos, variar las circunstancias tanto como sea posible, acompañar ese primer trabajo con medidas precisas para deducir leyes generales, basadas únicamente en la experiencia y deducir de esas leyes, independientemente de toda hipótesis sobre la naturaleza de las fuerzas que producen los fenómenos, el valor matemático de esas fuerzas, es decir la fórmula que las representa, éste es la camino que ha seguido Newton [...] y ha servido de guía en todas mis investigaciones sobre los fenómenos electrodinámicos.

Pero, como dice R. Pictet en La physique expérimentale, Ampère no parece haber seguido sus propios preceptos:

Ampère ha encontrado la fórmula fundamental de la electrodinámica por una especie de adivinación: las experiencias que invoca han sido imaginadas después. Había afirmado a priori la identidad de los solenoides y de los i manes . Después de haber desarrollado su idea en una conferencia, intenta probarla experimentalmente, pero la experiencia falla. Al salir de la conferencia, su asistente, D. Colladon, tiene la idea de examinar los solenoides, encuentra defectuoso su modo de suspensión y consigue corregirlo. A las once de la noche, verifica la ley, y va a despertar a Ampère el cual muestra, ante el mismo auditorio, reunido precipitadamente en el Colegio de Francia, la prueba experimental de su intuición. Al salir de la sesión, Laplace detiene a Colladon y le dice: Joven, ¿no ha sido usted quien le ha dado el toque final ?

Incluso entre los grandes científicos, hay diferencias de comportamiento, de estilo. Algunos permanecen solitarios, como Einstein, raras veces se rodean de asistentes, nunca de un verdadero equipo. Otros fundan un laboratorio, una escuela. Esto es lo que André Lwoff y Agnés Ullmann dicen de Jacques Monod:

En ocasiones la carrera de un sabio está marcada por un descubrimiento importante. Y si es muy raro que esté jalonada por una serie ininterrumpida de grandes descubrimientos, todavía es más raro que cada descubrimiento dé nacimiento a nuevos conceptos y abra nuevas perspectivas.

Ocurre que un científico influye en sus contemporáneos por sus trabajos o su personalidad, pero es excepcional que cree una escuela. El fundador de una escuela debe dominar una disciplina. Debe poseer bastante intuición para prever la dirección que tomará la investigación para alcanzar su meta. Debe ser capaz de juzgar las potencialidades de jóvenes científicos, de entender los diversos aspectos de su personalidad con el fin de asignar a cada uno tarea en consonancia con sus gustos y su talento. Debe proponer problemas que puedan tener solución o bien estar orientados en una dirección productiva. Debe ser amable con sus alumnos y colaboradores y mostrarse generoso. Jacques Monod poseía todas esas cualidades y fue, en con secuencia, no sólo un sabio eminente sino también el fundador de una escuela célebre. [A. Lwoff, A. Ullmann (eds.). Les origines de la biologie moléculaire, Etudes Vivantes, París, 1980].

Se le puede considerar, en efecto, como el creador de la biología molecular. Pertenecía a la escuela de Pasteur. su maestro. Esta aventura científica ha sido descrita magi stralmente por sus pat tic ipantes en la obra colectiva en homenaje a Jacques Monod anteriormente citada. Aunque el profano no comprenda algunos pasos, siente pasar la inspiración de la creación científica, el entusiasmo y la excitación de la investigación, ve la vida de un laboratorio con sus amistades y sus fricciones. Es una lectura totalmente apasionante.

Pienso que las diferencias de comportamiento entre grandes científicos (por ejemplo, Einstein y Monod) radican no sólo en la personalidad de cada uno sino también en el ámbito científico en el que trabajan. En matemáticas y en física teórica, donde las experiencias están ausentes o son escasas, el investigador puede estar solo. Pero en las ciencias de la naturaleza que exigen numerosas y variadas experiencias o un gran conjunto de aparatos (como en la física de las altas energías) no es posible trabajar solo, aislado. Es en otros terrenos donde puede trabajar un equipo limitado.

Esas diferencias entre las personalidades de los sabios hacen que cada trabajo sea personal y que lleve el sello de su creador. Lo ha explicado muy bien François Jacob quien ha incidido varias veces sobre esta cuestión. Ha dicho, por ejemplo:

Hay un estilo científico. Me parece que desempeña un papel tan importante como en el arte. Cuando se comparan arte y ciencia, es a menudo para subrayar diferencias evidentes. Se habla de uno desde un punto de vista materialista y de la otra bajo la óptica idealista. Lo que permite oponer la naturaleza misma de los procesos que son considerados como funcionales aquí o allí. La ciencia es considerada como la que describe el mundo exterior donde objetos y acontecimientos se supone que tienen una existencia independiente del espíritu humano. Los objetos y leyes que las rigen están ahí. El científico se limita a ponerlos en evidencia! a recogerlos como las manzanas de un árbol, a descubrirlos como una estatua el día de su inauguración. El artista, en cambio, está destinado a describir un mundo interior donde objetos y acontecimientos no son reales pero aparecen como construcciones del espíritu humano. El papel del artista es, pues, crear objetos nuevos, como si cortara vestidos a su medida en una tela. En busca del tiempo perdido es por tanto una creación. La estructura del ADN, un descubrimiento. Es ésta una diferencia que se desea subrayar en el papel del individuo. El autor de una obra es único, irreemplazable. El de un descubrimiento, intercambiable. Sin Flaubert no existiría Madame Bovarv. Sin Mozart tampoco La Flauta Mágica. Por el contrario, si un descubrimiento no hubiera sido hecho por el profesor A, lo hubiera sido por el doctor B. Hasta por C o incluso por D. Sin Newton, se habría hallado algún otro físico que descubriera la gravitación. Sin Darwin, estaría Wallace para proponer la teoría de la evolución. Pero las cosas no son tan simples [...]

En ciencia hay un estilo, una manera de obrar con respecto a la naturaleza y de hablar de ella. De elaborar experiencias, de realizarlas, de sacar conclusiones, de formular teorías. De traducirlas para obtener una historia que contar o que escribir De convencer a sus colegas de la solidez de los resultados o de la necesidad de una teoría. De buscar las posibles aplicaciones. De ponerlas en práctica o por el contrario de desinteresarse de ellas. En resumen, hay una forma personal de tratar la ciencia y de hablar de ella. Sin Einstein o sin Darwin existiría algo refiriéndose a la teoría de la relatividad o a la de la evolución. Pero no serían las mismas teorías. No habrían sido escritas del mismo modo, ni presentadas de igual forma ni con el mismo rigor, ni con la misma fuerza de persuasión. No tendrían la misma influencia, ni las mismas consecuencias. En ciencia cada obra también es única. Como en arte, volviendo a la fórmula de George Orwell, entre todas esas obras únicas, algunas son todavía más únicas. [François Jacob, Centenaire de l'lnstitut Pasteur, Académie des Sciences, 12 de octubre de 1987].

François Jacob volvió sobre ese tema en La statue intérieure:

Hay un estilo en ciencia, así como en arte, literatura o pintura. No sólo una forma de mirar el mundo sino también de interrogarlo. Una forma de obrar con respecto a la naturaleza y de hablar de ella. De concretar experiencias, de realizarlas, de sacar conclusiones, de formular teorías [...] De ponerlas en orden para obtener una historia que contar o que escribir. Hay una variedad infinita de estilos. Estilo

directo o alambicado. Estilo conciso o en facetas. Estilo de destajista o de húsar. De águila o de topo. De visionario o de prosélito. De gran señor o de ganapán. De paranoico o de melancólico. [Ediciones Odile Jacob, París, 1987, p. 323].

Cualquiera que sea la actitud y el estilo del investigador, su cualidad principal deberá ser la apertura de espíritu. El astrónomo inglés John Herschel (1792-1871) escribió:

La primera norma del que empieza a estudiar una ciencia debe ser preparar su espíritu para recibir la verdad y abandonar todas las nociones imperfectas y adoptadas precipitadamente, relativas a los objetos de los cuales va a emprender el examen, nociones que no tenderían más que a entorpecer o perturbar su marcha. Debe realizar también una especie de esfuerzo para decidirse por adoptar, a pesar de los prejuicios contrarios, conclusiones que se le manifiestan basadas en una observación exacta y en una deducción lógica, aun cuando fuera a derribar todas las nociones que tenía anteriormente o que había admitido sin examen, basadas en otras. Un esfuerzo tal debe ser mirado como el comienzo de esta disciplina intelectual que supone uno de los fines más importantes de toda ciencia. [Citado en F. Prevet, Morale et métier, la recherche scientifique, Sirey, París, p. 297].