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Métodos, estilos de pensamiento y concepto de la relación entre naturaleza y sociedad en el nacimiento de las ciencias socio-históricas modernas

 

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Atracción por la ciencia natural en el origen de la ciencia social

La atención al análisis científico-reductivo para el conocimiento de los comportamientos del individuo humano, de la sociedad y de su historia se acentúa durante los siglos XVIII y XIX por el estímulo que supuso el éxito explicativo y predictivo de la ciencia de la naturaleza en general y de la mecánica newtoniana en particular. Para las disciplinas sociales esta atención se convirtió pronto en una verdadera atracción por el modo característico de proceder las ciencias naturales desde la época de las revoluciones científicas. Y se comprende, porque este modo de proceder había dado muy buenos resultados a la hora de decidir en las controversias de los siglos XVI y XVII sobre el movimiento de los planetas, las leyes del movimiento local, la gravitación universal, la teoría de la luz y del color o la circulación de la sangre.

Por otra parte, la atracción fue en aumento al ir cediendo en la Europa continental también la resistencia de la autoridad frente a la nuevas ciencias.

Ronald L Meek ha llamado la atención acerca del interés común de las disciplinas sociohistóricas en la época que va de la revolución inglesa a la revolución francesa: aplicar al estudio del hombre y de la sociedad aquellos métodos “científicos” de investigación que habían demostrado, recientemente, su valor e importancia en el campo de las ciencias naturales. El producto más típico y de mayor alcance del conjunto de ideas que brotan en esa época (segunda mitad del siglo XVIII) es la teoría de los cuatro estadios, a saber: que la sociedad iba progresando con el tiempo de modo ”natural” o normal a través de 4 estadios consecutivos, cada uno de los cuales correspondía a diferentes modos de subsisrencia definidos como la caza, el pastoreo, la agricultura y el comercio. [Ver a este respecto Los orígenes de la ciencia social, 1].

Que las cosas hayan sido así para las ciencias sociales durante aproximadamente un siglo no deja de ser curioso. Pues siempre quedó un problema importante pendiente: el de distinguir con cuidado, precisión y claridad entre método experimental en general, método analítico-reductivo, método de resolución (como lo llamaba Galileo), método empírico sin suposiciones hipotéticas (como pretendía el Hyphoteses non fingo newtoniano) y método hipotético-deductivo (que es como empezaron a llamar los filósofos al método de los científicos de la naturaleza).

Mientras el principal modelo a seguir en las ciencias del hombre fue el de física-mecánica (hasta finales del XIX, hasta la difusión del darwinismo) este problema se concretó en una discusión sobre “deductivismo” e “inductivismo” en las disciplinas empíricas que se ocupan de conductas socioeconómicas de los hombres. Los sistemas de Comte y J.S. Mill tienen que analizarse en ese contexto. Pero también tiene que analizarse en ese contexto la propuesta metodológica, diferente, de Marx.

 

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Del Nullius in verba de la Royal Society al verbalismo adulador de Newton

¿Cómo explicar dos hechos a primera vista tan contradictorios como estos: la separación entre la cultura científico-matemática y la cultura literaria que se produce en la época de Newton, de una parte, y esta tendencia a aproximar las disciplinas que tratan del hombre y de la sociedad al modelo de las ciencias físico-mecánicas, de otra parte? ¿No hay contradicción entre la dificultad de comprensión de la obra científica de Newton por la cultura literaria y la atracción generalizada por el newtonismo?

La controversia a que dió lugar la teoría newtoniana de la luz y los colores en la Inglaterra de 1670 marca el momento histórico de la separación casi definitiva entre “cultura literaria” y “cultura científica”. Podría decirse que la separación que hoy en día se produce en nuestro bachillerato entre ciencias y letras a partir de los catorce o quince años tiene su correlato y su antecedente histórico en la época de difusión del newtonismo.

Esta separación se ha debido históricamente a la implantación del proceder analítico reductivo en el marco de la filosofía natural, a la introducción del mismo en campos, como la teoría de los colores, que hasta el siglo XVII habían sido objeto de explicaciones exclusivamente verbales y a la progresiva complicación del instrumental matemático utilizados por la mecánica y la óptica desde mediados de ese mismo siglo.

La forma de los Principia y de la Optica de Newton presentan ya demasiadas complicaciones formales para su comprensión en el ámbito de las humanidades clásicas. Y en ese momento histórico no existe todavía el hábito de la traducción comprensible de las ecuaciones de la teoría a un lenguaje verbal que fuera al mismo tiempo respetuoso con las pasos principales de la teoría científica y comprensible para el filósofo o para el literato aficionado a la nueva ciencia.

La comparación entre el Diálogo galileano sobre los dos máximos sistemas y el resumen de los Principia publicado por Newton puede servir para aclarar lo que se quiere decir. El resumen de Newton provoca generalmente todavía hoy, entre las gentes de letras, más dificultades e incomprensiones que aquél. A ello hay que sumar el carácter analítico y demostrativo de la Optica de Newton y la complicación matemática introducida por él para buscar una explicación al fenómeno de la luz , así como la adopción de un concepto fuerte de hipótesis alejando tanto de la especulación filosófica como de la mera conjetura. Ya es sintomático el hecho de que este concepto fuerte de hipótesis manejado por Newton produjera tantas incomprensiones entre los naturalistas de su época.

En el debate sobre el heliocentrismo copernicano en la época de Galileo (1615-1635) ya se puso de manifiesto la dificultad de la mayoría de los humanistas y filósofos tradicionales de la naturaleza para comprender las demostraciones matemáticas galileanas sobre el nuevo sistema. Pero en el momento de la controversia sobre la teoría newtoniana se puso de manifiesto algo más.

Por una parte, la mayoría de los filósofos científicos de formación cartesiana no llegaron a entender las demostraciones matemáticas de Newton. Es sintomático el hecho de que Hooke y otros aceptaran la parte experimental de la memoria de Newton sobre la luz y los colores negando, en cambio, sus conclusiones, esto es, el corazón de la teoría corpuscular de la luz. [Sobre esto cf. las obras de Mamiani y Christianson y el prólogo de Carlos Solis a la traducción castellana de la Optica].

Todo indica que fue el método formalmente deductivo de Newton y la novedad y complicación de sus herramientas formales aplicadas a un asunto que durante mucho tiempo había interesado por igual a filósofos, artistas y humanistas (la luz y los colores) lo que dió lugar a dos cosas al mismo tiempo: a la incomprensión entre filósofos de la naturaleza de formación renacentista y a cierta atracción por las conclusiones del nuevo sistema sin llegar a entender los desarrollos particulares que habían conducido a él. Los conocimientos matemáticos de unos y otros (tal vez con la excepción de Leibniz) no eran ya suficientes para poder discutir en concreto el corazón de la teoría.

Los filósofos y literatos ilustrados atraídos por la fama y el éxito de Newton provocaron un equívoco considerable al tratar de traducir a explicaciones verbales las explicaciones formales del científico. El caso de la difusión del newtonismo en la Europa continental a partir de Voltaire es paradigmático de este equívoco. Y la polémica suscitada, ya en el siglo XIX, por Goethe no hace sino confirmar la misma idea.

El poeta Fernando Pessoa abre una pista para explicar esto. Escribió una vez: “El binomio de Newton es tan bello como la Venus de Milo. Lo que pasa es que hay poca gente que se dé cuenta de ello”.

En efecto, no deja de ser una paradoja significativa el que la difusión de la obra de Newton y del newtonismo en el continente no deba tanto a los científicos franceses, centroeuropeos e italianos, muchos de los cuales siguieron declarándose sobre todo cartesianos, como a Voltaire. Precisamente, al compararlo con su compatriota Descartes, Voltaire subrayó la grandeza de Newton en todos los aspectos, incluido el de una vida señalada por el éxito.[Un paso significativo de Voltaire se puede ver en Rupert Hall, La revolución científica cit. 518. Un estudio detallado en Paolo Casini, Newton i la coscienza europea cit., cap. IV: ”Voltaire divulgatore de Newton”, pág. 79 y ss.]

A. Rupert Hall, en el capítulo 14 (”El legado de Newton”) de su libro sobre La revolución cientifica ha llamado la atención, una vez más, acerca del cambio de opinión sobre la filosofía y la ciencia inglesas que se produjo en la Europa continental hacia 1740:

”La filosofía y la ciencia inglesas, incluso las costumbres sociales y las instituciones políticas inglesas, ya eran alabadas y cultivadas por quienes se tenían por ilustrados. Contra todo precedente histórico, aquellos isleños casi bárbaros estaban demostrando ser inteligentes, cultos y prósperos y parecían iluminar Europa con luz luz”.

La fecha de este cambio de opinión, que afectaría incluso a la sustitución del cartesianismo por el newtonismo, tal vez podría ser 1734 cuando Voltaire publicó sus Cartas sobre la nación inglesa en las Lettres philosophiques. En 1738 salió la primera edición de los Elements de la philosophie de Newton de Voltaire. A partir de 1740 los Elements de Voltaire se habían convertido en el mejor canal de divulgación del newtonismo disponible en el mercado europeo. Se tradujo en Alemania, en Venecia y también en Londres (Casini, 98).

Exiliado en Londres, Voltaire había entrado en contacto con la comunidad científica que se reunía en torno a la Royal Society y allí intuyó que las ciencias exactas aplicadas a la filosofía natural podían dar una contribución capital a la causa de la Ilustración: la auténtica superioridad de los modernos sobre los antiguos. En 1736 Voltaire escribía a Olivet que “Newton es el hombre más grande que ha existido jamás; tan grande que los gigantes de la Antigüedad parecen a su lado niños jugando a las canicas”. En Inglaterra Voltaire añadió una variante newtoniana al canto VII de su poema La Henriade (1728) sustituyendo una alusión a Descartes [Casini cit. 84].

En cierto modo con Voltaire empieza un equívoco acerca del newtonismo en la Europa continental, al que se han referido Rupert Hall y Casini, pues V. no dió un análisis de la fuerza de Newton como científico ni una definición de la racionalidad de Newton. “La adulación de N. por parte de Voltaire es un círculo vicioso: hemos de alabar a N. porque es racional pero no sabemos qué es la racionalidad tomando como regla a N. Aunque V. se sintió atraído por la ciencia de N. no tuvo ningún interés en profundizar sobre su método cientifico”.

 

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Muchos candidatos al título de Newton de las ciencias sociales

La atracción sentida por el proceder de los científicos de la naturaleza ha marcado el origen y desarrollo de las ciencias sociales. Una muestra de la complicación de la historia de la cientificidad en el ámbito de lo humano/social/histórico es la cantidad de candidatos a ser el Newton (o el Galileo) de las ciencias sociales desde Thomas Hobbes en adelante y las constantes discrepancias acerca de tales candidaturas (discrepancias que han llegado hasta nuestros días).

Ernest Becker, en The structure of Evil. An Essay on the Unification of the Science of Man New York,1968 [traducción al castellano: La estructura del mal. Un ensayo sobre la unificación de la ciencia del hombre. FCE, México, 1980], ha enumerado y comentado las numerosas candidaturas que hubo durante el siglo XVIII al título de “Newton de lo moral”. Tal vez el primero de los candidatos oficiales fue John Locke, conocido y amigo del propio Newton en los años de Londres, quien, en 1690, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, combatiendo contra la supuesta existencia de principios innatos, presentó los Principia de Newton como el más alto exponente del método experimental todavía por aplicar a los estudios de teoría del conocimiento y del pensar (gnoseología y psicología) propio de los hombres.

Pero la candidatura de Locke la recogería en seguida David Hume, en su famoso Tratado de la naturaleza humana (1739). Para Hume completar la búsqueda socrática de una nueva moral secular suponía introducir el método experimental de razonamiento ya no sólo en el terreno gnoseológico/psicológico sino también en el terreno moral: hacer por la ciencia del hombre lo que los Principia habían hecho por la física, lograr una nueva moral científica en el mundo newtoniano, descubrir leyes como las del principio de la gravedad, estudiar mediante la psicología asociacionista, cómo la moral se desarrolla determinístamente de acuerdo con principios regulares y universales de la naturaleza humana:

Todas las ciencias tienen una relación mayor o menor con la naturaleza humana /.../ Debemos marchar directamente hasta la ciencia capital o hacia el centro de estas ciencias, hacia la naturaleza humana misma; pues después de que la dominemos podemos esperar una victoria fácil. Después podremos extender nuestras conquistas a todas las demás ciencias /.../ No hay una cuestión importante cuya decisión no dependa de ella; y no podremos decidir nada con certidumbre antes de que conozcamos esta ciencia, la ciencia de la naturaleza humana. Por ello, al pretender explicar los principios de la naturaleza humana, en realidad proponemos un sistema completo de ciencia, construido sobre una base social casi totalmente nueva, y la única en que puede sostenerse con seguridad /.../ La ciencia del hombre es el único fundamento sólido para las demás ciencias”.

La nómina de los candidatos se amplía si consideramos la obras de Adam Smith, de Jeremy Bentham, de David Ricardo, de Karl Marx, de Augusto Comte, de John Stuart Mill, etc.

 

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Otro punto de vista sobre la ciencia del hombre

Casi contemporáneamente a Hume, en la Italia ilustrada, entre 1725 y 1744, Gianbatista Vico, en su memorable Ciencia Nueva, propuso su propia candidatura al título al considerarse a sí mismo el Galileo-Newton de las ciencias humanas. Vico postulaba una ciencia de la sociedad humana que haría por “el mundo de las naciones” lo que Galileo y Newton habían hecho por el mundo de la naturaleza. Solo que en esta declaración de Vico había un importante matiz que conviene tener en cuenta. La idea que Vico tenía en la cabeza no era lograr la buena copia metodológica de la ciencia de la naturaleza galileana y newtoniana, sino volverse hacia el estudio del desarrollo histórico de las instituciones humanas, hacia el análisis del estrato más antiguo de la cultura humana, el de los mitos y la poesía, hacia la naturaleza culturalmente creada de las instituciones humanas.

Podría decirse que Vico, con Ciencia Nueva, descubría otro ángulo desde el cual contemplar la cosa y trabajar en la vieja tarea de explicar racionalmente el ámbito de lo humano (de lo antropológico, de lo moral, de lo social, de lo político). Este punto de vista, aunque minoritario en el momento histórico en que fue expresado, enlazaba, ciertamente, con las preocupaciones de aquellos otros autores del XVIII que aspiraban a mejorar la ciencia del hombre y hasta a situarla en el centro de todas las ciencias sin aceptar como una necesidad la adaptación del método que había caracterizado a las ciencias naturales desde Galileo y Newton. Ese el el caso de Denis Diderot, del abad Saint Pierre y acentuadamente de Jean Jacques Rousseau.

Diderot había escrito en La Encyclopedie:

[.../ Si expulsamos al hombre [...] el universo calla: el silencio y la noche se apoderan de él. Todo se transforma en una vasta soledad, donde se producen los fenómenos no observados, de manera sorda y oscura. La presencia del hombre es la que hace interesante la existencia de los seres /.../ ¿Por qué no hacemos del hombre el centro común? /.../ El hombre es el único punto del que hay que partir, y al que todo debe regresar /.../ Si prescindo de mi existencia y de la felicidad de mis semejantes, ¿qué me importa el resto de la naturaleza?

Diderot criticó la ciencia mecanicista porque ésta no podía permitir la supremacía del hombre moral y libre y acusó a la matemática de falsificar la naturaleza, ya que privaba a los cuerpos de su existencia cualitativa. En su opinión, la ciencia madura tenía que superar el mecanicismo, debía tener un triple objetivo: la existencia, las cualidades y la utilidad. Más explícita todavía la queja de Saint-Pierre:

Es una gran desgracia que Descartes y Newton no se dedicaran a perfeccionar estas ciencias /la ética y la política/ incomparablemente más útiles para la humanidad que aquellas en las que hicieron sus grandes descubrimientos. Cayeron en el error común de los valores comparativos de los diversos dominios del conocimiento, error al que también debemos atrabuir el hecho de que aunque existan academias de ciencians y bellas artes, ninguna institución se dedica a la política o a la ética.

He aquí, pues, la otra línea histórica de valoración de la ciencia del hombre: Vico, Diderot, Saint-Pierre. Y Rousseau, naturalmente. Pues aunque I. Kant haya hecho de él un candidato explícito al título de “Newton de las ciencias morales”, la aportación de Rousseau (y tal vez la del propio Kant ) tiene que verse en la historia de las ideas como la de alguien a quien le dan un premio a su pesar. La revolución francesa de 1789-1793 y el choque entre pensamiento ilustrado y romanticismo complicarían mucho este panorama. Pero para los efectos de este esquema es importante tener en cuenta que este otro punto de vista enlaza hacia 1820-1830 con la teoría de la ciencia antinewtoniana de Goethe. En positivo: que enlaza con una teoría de la ciencia del hombre que sigue dando importancia metodológica al papel de la literatura y de la poesía en las llamadas ciencias sociales y que valora mucho la dimensión histórica (no sólo estructural) del estudio del hombre y de la sociedad.

 

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Ciencia social entre formalismo y literatura

Por otra parte, el análisis (tendencialmente) científico del comportamiento del hombre en sociedad tenía que competir en los siglos XVIII y XIX con doctrinas tan discutidas como sólidamente establecidas en el campo de las humanidades. En efecto, la Historia, la Etica y la Política habían sido cultivadas con mucha dedicación desde siglos atrás; tenían a sus espaldas un considerable desarrollo potenciado, además, literariamente en Europa por la relectura de los clásicos griegos en la época del Renacimiento y del Humanismo; en el ámbito de la moral, en la discusión sobre la naturaleza de lo histórico, en el análisis de las relaciones sociales y de las formas políticas, las doctrinas de Platón y de Aristóteles, de los estoicos y de los epicúreos, de Agustín de Hipona y de Tomás de Aquino, de Erasmo, Moro y Maquiavelo, de Vitoria y de Grocio, seguían compitiendo entre sí, y con muchos partidarios entre las personas cultas.

De ahí que la traducción del newtonismo al campo de las ciencias del hombre y de la sociedad no haya sido nada fácil, a pesar de tantas propuestas explícitas en este sentido.

Esta competición hizo que durante los siglos XVIII y XIX la resolución del contencioso entre ciencia y literatura para el ámbito de lo humano/social/histórico no haya sido inmediata ni tan rápida como lo fue para el tratamiento de los asuntos de la naturaleza. Las disciplinas sociohistóricas tienen desde siempre un ritmo más lento de resolución de los asuntos en litigio (entre otras cosas porque la afirmación según la cual “la historia ha demostrado” tal o cual punto de vista es una ilusión y porque los experimentos cruciales son en ese ámbito muy limitados).

La historia de las relaciones entre sociología y literatura es muy ilustrativa para discutir este punto. La sociología que quiere hacerse ciencia se vió siempre obligada a medirse con la literatura.¿Por qué? Porque la literatura, la gran literatura, expresa a su modo un conocimiento de la sociedad (como se ve a través de la novela moderna), lo que abre un conflicto inevitable entre dos modos de ver el mundo, científico uno y artístico-literario el otro.

Más: se podría decir que no se trata tanto de dos modos distintos de describir el mundo como de dos modos de decir la verdad sobre el mundo, de establecer valores y fines de la sociedad que no suelen ser complementarios. Se plantea, por tanto, un conflicto entre dos pretendidas autoridades culturales.

Para entender mejor este conflicto hay que tener en cuenta que la literatura conquistó particular influencia en Europa precisamente en el momento mismo en que nacía la sociología con intención científica. El literato que se propone como conciencia de su tiempo o como expresión de los valores sociales (tradicionales o revolucionarios) aparece en la segunda mitad del siglo XIX y alcanza su punto máximo en el periodo de entreguerras, ya en este siglo (1920-1940). A finales del siglo XIX la literatura aparece como un campo de batalla por el triunfo de la verdad o de una imagen ideal de la sociedad. El affaire Dreyfus en Francia es paradigmático: Zola, Daudet, Péguy, Maurras ocupan la primera fila de frentes opuestos. En Rusia, escritores como Tchernichenski, Tolstoi y Dostoievski asumen la función de portavoces del pueblo ruso. En Inglaterra la novela social y utópica (Morris, Noticias de ninguna parte) hace las veces de la sociología. En Alemania Hofmannsthal, George, Thomas Mann asumen la función de referencia espiritual. El sociológo de la cultura W. Lepenies ha mantenido que las visiones sociológicas del mundo como programas morales (Durkheim, Parsons) han fracasado y que, en cambio, sin la contaminación entre sociología y literatura no habríamos tenido lo que pomposamente se suele llamar los clásicos del pensamiento sociológico: de la Etica protestante de Weber a la Filosofía del dinero de Simmel y las mismas obras de Durkheim, ni tampoco habríamos tenido probablemente tantas obras literarias de nuestro siglo en las que irrumpe el tema sociológico de la crisis de lo moderno.

Los textos que siguen (de Goethe, Marx, Durkheim, Weber y Freud) pueden servir para una discusión de algunos de los problemas planteados históricamente en el marco de las ciencias sociales:

1. “Curiosísima exigencia ésta , presentada sin duda alguna vez, pero incumplida siempre incluso por los que la esgrimen: que hay que exponer las experiencias sin conexión teorética alguna, dejando que el lector, el discípulo, se formen a su arbitrio la convicción que les plazca. Pero el nudo mirar una cosa no puede hacernos adelantar. Todo mirar se convierte naturalmente en un considerar, todo considerar en un meditar , todo meditar en un entrelazar. Y así puede decirse que ya en la simple mirada atenta que lanzamos al mundo estamos teorizando” [Goethe, Esbozo de una teoría de los colores].

 

2. En la producción de sus vidas los hombres llegan a establecer relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un nivel determinado de la evolución de las fuerzas productivas materiales.La estructura económica de la sociedad está constituida por el conjunto de estas relaciones de producción, las cuales forman la base real sobre la cual se eleva la sobreestrura jurídica y política a la que corresponden determinadas formas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino al contrario: es la existencia social lo que determina su conciencia. Al llegar a un cierto punto de su desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes, o sea, con las relaciones de propiedad en cuyo ámbito se habían movido hasta entonces. A partir de ese momento estas relaciones dejan de ser formas que impulsan el desarrollo de la fuerzas productivas y se convierten en cadenas que las obstaculizan. Entonces tiene lugar una época de revolución social” [K. Marx, Crítica de la economía política, 1859].

 

3. “Frente a las doctrinas prácticas, nuestro método permite y requiere la independencia. La sociología así entendida no será ni individualista, ni comunista, ni socialista, en el sentido que se da vulgarmente a estas palabras. Por principio, ignorará estas teorías a las que no podría reconocer un valor científico puesto que no tienden directamente a expresar los hechos sino a reformarlos. Esto no significa que la sociología tenga que desisteresarse de las cuestiones prácticas [...] La sociología vuelve a encontrar necesariamente estos problemas al final de sus investigaciones [...] El papel de la sociología desde este punto de vista debe consistir en liberarnos de todos los partidos, no tanto oponiendo una doctrina a las doctrinas como haciendo a los espíritus adoptar una actitud especial que sólo la ciencia puede dar debido al contacto directo con las cosas. Sólo ella pueda enseñar a tratar con respeto, pero sin fetichismo, las instituciones históricas, cualesquiera que sean, haciéndonos sentir, a la vez, lo que tienen de necesario y de contingente, su fuerza de resistencia y su infinita variabilidad. [...] Nuestro método es objetivo. Está completamente dominado por la idea de que los hechos sociales son cosas y deben ser tratados como tales” [ E. Durkheim , Las reglas del método sociológico, 1895]

 

4. “El destino de una época cultural que ha comido del árbol de la ciencia es el de tener que saber que no podemos deducir el sentido de los acontecimientos mundiales del resultado de su estudio, por muy completo que éste sea. Por el contrario, debemos ser capaces de crear ese sentido por nosotros mismos. También tiene que saber que los ideales nunca pueden ser el producto de un saber empírico progresivo. Y, por lo tanto, que los ideales supremos que más nos conmueven sólo se manifiestan en todo tiempo gracias a la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados como los nuestros” (M. Weber, Sobre teoría de la ciencia, 1922].

 

5. Se ha intentando negar radicalmente todo valor a la labor científica alegando que por su íntimo enlace con las condiciones de nuestra propia organización anímica sólo puede suministrarnos resultados subjetivos, mientras que la verdadera naturaleza de las cosas es exterior a nosotros y nos resulta inasequible. Pero semejante afirmación prescinde de algunos factores decisivos para la concepción de la labor científica. No tiene en cuenta que nuestra organización, o sea, nuestro aparato anímico, se ha desarrollado precisamente en su esfuerzo por descubrir el mundo exterior, debiendo haber adquirido así su estructura una cierta adecuación a tal fin. Se olvida que nuestro aparato anímico es por sí mismo un elemento de aquel mundo exterior que de investigar se trata y se presta muy bien a tal investigación [...] y que el problema de una composición del mundo sin atención a nuestro aparato anímico perceptor es una abstracción vacía sin interés práctico ninguno. Nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos puede dar” [ S. Freud, El provenir de una ilusión, 1929].

 


INDICACIONES BIBLIOGRAFICAS

 

I. Sobre los orígenes de las ciencias sociales:

Ronald L. Meek, Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios.Siglo XXI, Madrid, 1981 [donde se estudia el predominio de la teoría de los cuatro estadios en el pensamiento socioeconómico europeo de la segunda mitad del XVIII y, más en general, en el desarrollo inicial de la economía, la sociología, la antropología y la historiografía].

Ernest Becker, The structure of Evil. An Essay on the Unification of the Science of Man. New York,1968 <traducción al castellano: La estructura del mal. Un ensayo sobre la unificación de la ciencia del hombre. FCE, México, 1980 [donde puede verse la constante atracción por el modelo explicativo newtoniano en las ciencias del hombre].

 

II. Textos de Marx, Durkheim y Weber aludidos:

K. Marx, Manuscritos de 1844: economía y filosofía. Traducción de Francisco Rubio LLorente. Alianza. Madrid, 1972.

K. Marx, Manifest del partit comunista. Tradució catalana de Jordi Moners i Sunyol, revisió de Manuel Sacristán. La Magrana/Edicions 62. Barcelona, 1977.

E. Durkheim, Las reglas del método sociológico. Introducción y notas de S. González Noriega. Alianza, Madrid,1988.

M. Weber, La acción social. Escritos metodológicos.Traducción de M. Faber Kaiser y S. Giner. Península, Barcelona, 1984.

 

III. Para la comparación de las aportaciones de Marx, Durkheim y Weber desde el punto de vista metodológico:

F. Fernández Buey, La ilusión del método. Ideas para un racionalismo bien temperado. Crítica, Barcelona, 1991[Cf. págs. 23-33 y 162-169].

 

IV. Un análisis de la oscilación de las ciencias sociales, desde Comte y Mill a Weber, entre la tendencia al formalismo y el aprecio de la literatura y la historiografía en:

Wolf Lepenies, Die drei Kulturen. Soziologie zwischen Literatur und Wissenschaft. Carl Hanser Verlag, 1985 [traducción castellana: FCE, México, 1994].