La Filosofía de la Ciencia de Gerald Holton

Edison Otero. Facultad de Ciencias Sociales

 


 

Un rasgo recurrente de la filosofía de la segunda mitad del siglo ha sido el tenaz esfuerzo por comprender el ‘sentido’, la ‘naturaleza’ o la ‘estructura’ de la actividad científica. Por cierto, ello constituye una respuesta casi obligada para una cultura que, en uno de sus constituyentes decisivos, se caracteriza por el impacto de la ciencia y la tecnología. No por azar se ha hablado de la nuestra como de una civilización científico-tecnológica. No es tampoco accidental que la tecnología sea otro tema asumido y vuelto a asumir por la la reflexión contemporánea. Al hecho sustantivo de que la filosofía, al menos en los últimos cincuenta años, haya sido ante todo epistemología, debe añadirse la constatación de que el debate ha terminado por concentrarse en torno de las ideas de cuatro figuras principales: Thomas Kuhn, Karl Popper, Imre Lakatos y Paul Feyerabend.

El centralismo de esta preocupación ha tenido la consecuencia -común a la dinámica de las ideas en un área temática cualquiera- de que otras propuestas epistemológicas queden temporalmente desplazadas u oscurecidas, permaneciendo en un plano secundario. Este efecto de sombra está asociado frecuentemente a la aparición de figuras cuyas ideas se vuelven predominantes por todo un período de tiempo. En el debate epistemológico de las últimas décadas, el planteamiento sobre la estructura de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn ha provocado tal efecto de sombra y entre las propuestas afectadas pueden señalarse, entre otras, las de Stephen Toulmin, Larry Laudan, y Gerald Holton. En consecuencia y con el deliberado propósito de remediar la injusticia intelectual aludida, se hace necesario traer desde las sombras a la luz algunas de tales propuestas.

En este artículo, examinamos muy someramente las tesis epistemológicas de Gerald Holton. Teniendo la doble condición de físico e historiador de la ciencia, enseñando en ambas áreas en la Universidad de Harvard, Holton se nos aparece ante todo como una figura habilitada para formular planteamientos en materia epistemológica. Como lo refirió explícitamente Kuhn, lo habitual es que esa doble condición no se dé, condenando de este modo a la reflexión a un discurso unilateral (Kuhn 1977); más específicamente, Kuhn identifica como una clara motivación para su búsqueda de una interpretación satisfactoria del desarrollo de la ciencia el hecho de que las narraciones del filósofo de la ciencia y del historiador de la ciencia acerca de la ciencia misma no coinciden, no convergen. Profundizando en esta divergencia, Kuhn toma partido sosteniendo que la versión de la ciencia que el epistemólogo elabora no es ratificada por la historia de la ciencia. Resulta imprescindible, pues, que estas dos versiones, que hablan idiomas diferentes, se intersecten y beneficien mutuamente.

Una tarea tal ha sido emprendida por Holton en un conjunto de obras entre los años ‘60 y ‘90. Ante todo cabe señalar un par de libros centrales: "Thematic Origins of Scientific Thought. Kepler to Einstein", que data de 1973; y "The Scientific Imagination: Case Studies", que data de 1978. Aunque no han sido traducidos en su integridad al español, varios de sus capítulos han conformado el material para los libros "Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein", publicado en 1982, y "La imaginación científica", de 1985. En este segundo texto, está incluído el trabajo "La imaginación temática en la ciencia", que también forma parte de una publicación colectiva publicada en 1964 en los Estados Unidos, traducida como Ciencia y Cultura, en 1969. Entre los libros más recientes de Holton figuran "Science and anti-science", de 1993, y "Einstein, history and other passions", de 1995.

Como ha de resultar perfectamente entendible, Holton no ha dado forma a su concepción de la ciencia de una buena vez sino ofreciendo nuevas reformulaciones, complementando aspectos, rediseñando variables. Es preciso conocer estas vicisitudes. Por de pronto, es inocultable el hecho de que Holton no se siente satisfecho con las epistemologías más en boga: la secuencia ciencia normal-surgimiento de anomalías-revolución científica-ciencia normal, de Thomas Kuhn; la reconstrucción racional basada en la metodología de los programas de investigación científica, de Imre Lakatos; la epistemología de las teorías como invenciones y falsación crucial, de Karl Popper. No tanto por falsas como por unilaterales, por convertir una variable en juego en la variable definitoria decisiva. Estos reduccionismos le parecen un defecto intelectual. Decididamente, Holton no entra en el juego del debate historia interna-historia externa; no está en absoluto interesado en determinar que los factores estrictamente lógicos y cognoscitivos son más relevantes que los factores culturales, históricos, sociales o económicos, o viceversa. No se siente representado, pues, ni por el programa ‘fuerte’ de sociología de la ciencia, ni por la versión ‘débil’ encabezada por Robert Merton, que relativiza la agencia exclusiva de cualquier variable socio-histórica (Merton 1977, Latour y Woolgar 1979, Torres 1994). Tampoco se siente cómodo en el debate sobre la importancia de la lógica del descubrimiento -en la que tendrían más preponderancia los elementos imaginativos y psicológicos- versus la importancia de la lógica de la contrastación, en la que prevalecerían los procedimientos verificatorios, las reglas neutrales de la correspondencia con la realidad.

Holton piensa, más bien, en un modelo de comprensión de la ciencia en que estos elementos en pugna puedan ser integrados. Los contornos de lo que Holton tiene en mente pueden identificarse en el párrafo que sigue:

·         “Qué permanece constante en la siempre cambiante teoría y práctica de la ciencia? ¿qué es lo que la hace una empresa con continuidad, a pesar de los aparentemente radicales cambios de detalle y centros de interés?; ¿cuáles son los elementos cuyo valor permanece en la ciencia mucho después de que hayan sido descartadas las teorías en que estaban englobados?; ¿cuáles son las fuentes de energía necesarias para mantener vivos durante décadas ciertos debates científicos?; ¿por qué los científicos -y por la misma razón también los historiadores, filósofos y sociólogos de la ciencia- con buen acceso a la misma información llegan a mantener con frecuencia modelos de explicación fundamentalmente diferentes?; ¿por qué algunos científicos se adhieren, con enormes riesgos, a un modelo de explicación o a un principio ‘sagrado’, cuando está, de hecho, siendo contradicho por los elementos experimentales de juicio?...¿Por qué los científicos reconocen con frecuencia, en forma privada, que no existe dicotomía entre el contexto de verificación y el contexto de descubrimiento y, sin embargo, en público aceptan la diferencia? Si es verdad, como creía Einstein, que el proceso de formulación de leyes por deducción pura está ‘mucho más allá de la capacidad del pensamiento humano’, ¿qué es lo que puede guiar el salto a través de la sima que existe entre la experiencia y los principios básicos?; ¿qué es lo que está detrás de las elecciones evidentemente cuasi-estéticas que hacen algunos científicos, por ejemplo al rechazar como simple hipótesis ‘ad hoc’ lo que a otros científicos les puede parecer doctrina necesaria?; ¿están las bases desde las que se hacen estas elecciones incluídas dentro del terreno del pensamiento científico o se extienden más allá de él?” (1982, 24).

Eludamos por un momento la árida presentación de los rigurosos conceptos que sintetizan una postura teórica cualquiera e iniciemos un bosquejo de las tesis de Holton por la vía de un par de ejemplos que él mismo ha examinado latamente. En 1991, en la tercera versión del Congreso Spoleto, en Italia, en el marco del Festival de Dos Mundos, Holton presentó sus ideas sobre la imaginación en la ciencia (Holton 1993, Holton 1995). Su punto de partida en una historia:

·         “En 1609, había dos hombres mirando hacia nuestra Luna a través de un nuevo invento, el telescopio. El primero era el matemático, cartógrafo y astrónomo Thomas Hariot que, desde Londres, operaba con un telescopio de 6 aumentos desde finales de julio de 1609. El otro era Galileo, entonces profesor de matemáticas en la Universidad e Padua; había aprendido por su cuenta a pulir lentes y se había fabricado un telescopio de 20 aumentos, con el que observaba la Luna desde finales de otoño del mismo año. Afortunadamente, tenemos datos de lo que cada uno de estos dos hombres pensaban que veían. Resulta instructivo comparar sus anotaciones privadas, así como conocer las razones de las grandes diferencias entre ellos” (1993, 36).

Lo que Holton hace es comparar los informes de observación de ambos astrónomos y llamar la atención sobre el hecho sorprendente de que viendo lo mismo lo interpretan, sin embargo, de diferente manera; por ejemplo, la línea quebrada que separa las zonas oscuras y la parte iluminada de la superficie de la Luna. Hariot ve esa línea quebrada pero deja pasar sus comentarios. Hay un supuesto básico en su mente: como todos los astros del cielo, la Luna ha de ser una esfera perfecta. En consecuencia, la línea quebrada que divide lo claro de lo oscuro (por efecto de estar la Tierra interponiéndose entre la Luna y el Sol) tiene que ser explicada de alguna manera. Su forma quebrada es incoherente con la forma de esfera perfecta. Por la época se supone que la Luna pueda ser translúcida y, por tanto, devuelve la luz de manera difusa, dados sus materiales estructurales internos. Se trata, sin lugar a dudas, de una hipótesis ad hoc, destinada a conservar la coherencia de las creencias previas. Pero eso es un problema para Hariot, no para Galileo. Rápidamente, explica la línea quebrada como irregularidades de la superficie lunar, con cavidades y prominencias, con cadenas montañosas y valles profundos. Y puede explicarla así porque no está comprometido con las creencias que amarran la imaginación de Hariot. En cuanto a Hariot, al enterarse de las observaciones de Galileo y su profundo impacto en toda Europa, vuelve a mirar la Luna y comienza a advertir lo que antes no le había resultado evidente. Sus dibujos reflejan este giro. Holton comenta:

·         “Una vez convertido a un nuevo modo de mirar, una vez abandonados sus viejos supuestos de partida, Hariot empezó a ver algo bastante diferente de la misma vieja Luna” (1993, 40).

Un poco más adelante, Holton concluye:

·         “Este caso representa un buen ejemplo de esa mezcla poderosa a la hora de hacer ciencia: la mezcla de datos rigurosos, de sólidos recursos matemáticos y pragmáticos y de presupuestos teóricos, todos ellos trabajando en el teatro de la mente” (1993, 41).

Por supuesto, sería un error evidente el creer que Galileo estaba en posesión de la verdad y Hariot representaba la equivocación absoluta. Galileo creía, a su vez, que todo cuanto sostenía era resultado de un riguroso apego a la realidad, de modo que nada en sus formulaciones podría ser considerado producto de hipótesis audaces e imaginativas.

El hecho es que Galileo, como cualquier otro científico, de esa, ésta o aquella época, se maneja con presupuestos de base, preconcepciones, tesis tácitas, las que expresan preferencias que el propio procedimiento cientifico es incapaz de fundamentar. Estas adhesiones temáticas subyacentes son las que interesan de sobremanera a Holton. Perduran en el tiempo más allá de las revoluciones kuhnianas o de las falsaciones cruciales de Popper, o de las regresiones lakatosianas. Dan continuidad a la ciencia. La cuestión de la identificación de estas adhesiones temáticas implícitas en cada hombre de ciencia constituye un tipo de averiguación peculiar, un tipo especial de historiografía.

De acuerdo a este modo singular de averiguación, los documentos fundamentales no son las publicaciones conocidas, los textos disponibles en las revistas especializadas, sino la correspondencia personal, los diarios íntimos. En esos productos -documentos- sí es posible identificar las preferencias temáticas que permiten entender las elecciones teóricas que los hombres de ciencia expresan públicamente.

Holton ha hecho este trabajo específico para el estudio de una multiplicidad de casos pero, sin asomo de duda, su pasión principal gira en torno de la figura de Einstein, al que ha dedicado un buen número de ensayos. Einstein resulta ser, como es posible esperar, un ejemplo sumamente revelador. No siendo estas líneas un ejercicio de profundidad en la concepciones de Holton, podemos, a modo de sustitución provisoria, aludir a un tema particular de la problemática einsteiniana manifestado abiertamente en la correspondencia que Einstein mantuvo con el físico Max Born en torno a las implicaciones indeterministas de la mecánica cuántica. Se trataría, pues, de un paso más en la comprobación de las tesis de Holton. En una carta de Abril de 1924, Einstein escribe a Born:

·         “..no quiero dejarme arrastrar a prescindir de la causalidad estricta, mientras no se la haya defendido de una manera totalmente distinta a como se ha hecho hasta ahora” (Born 1971, 130).

En otra, de diciembre de 1926, Einstein afirma:

·         “La mecánica cuántica inspira respeto. Pero una voz interior me dice que tampoco es la panacea universal. La teoría es muy fecunda, pero apenas nos revela nada sobre el secreto de El Viejo. En cualquier caso estoy convencido que El no juega a los dados” (Born 1971, 131).

En septiembre de 1944, Einstein vuelve sobre el tema:

·         “En nuestras expectativas científicas nos hemos convertido en antípodas. Tu crees en el Dios que juega a los dados, y yo en una ordenación absoluta dentro de un universo de entes objetivos, que trato de atrapar por atrevidos caminos especulativos” (Born 1971, 131.132).

Resulta claro que la creencia en Dios es lo que explica, en último término, la oposición de Einstein a la mecánica cuántica. No se trata, en consecuencia, de demostraciones más o demostraciones menos, ni siquiera de pruebas en un sentido u otro. Como se sabe, las cuestiones teológicas no caen bajo el conjunto de los procedimientos de la ciencia. Es parte de otra discusión el afirmar que ello ocurra por deficiencias de la ciencia o por insuficiencias de la teología. La preferencia temática es, pues, un tipo de prejuicio.

Holton hace gala de conocimiento y manejo de toda la información y ejemplificación requerible para apoyar tal idea; entre otras la distinción que P.A.M. Dirac hacía entre teorías bellas y teorías feas, el calificativo de ‘repugnante’ que Heisenberg escogió para los planteamientos de W. Pauli, o el juicio de ‘espantoso’ que Schrôdinger hizo acerca del enfoque de Heisenberg (Holton 1985, 14). Tal es, pues, el enfoque temático de Gerald Holton. En su perspectiva, la ciencia se desarrolla en una matríz tridimensional, cuyos ejes representan el contenido empírico, el contenido analítico, y el contenido temático (Losee 1987, 167). Como se sabe, el énfasis en el contenido empírico explica las alternativas externalistas en la discusión epistemológica, del tipo del programa fuerte en sociología de la ciencia; a su vez, el énfasis en los contenidos analíticos da su fundamento a los planteamientos internalistas, del tipo de las reconstrucciones racionales de Imre Lakatos. Intersectando ambas posturas -cuya distinción le parece a Holton demasiado burda para captar la estructura fina de la ciencia-, se dibuja la postura temática de Holton, no ignorándolas sino incluyéndolas. Holton ha podido decir que

·         “..el análisis temático no es una ideología, una escuela de metafísica, una defensa de la irracionalidad, un ataque a la indiscutida eficacia de los datos empíricos y la experimentación, ni un intento de enseñar a los hombres de ciencia a raealizar mejor su trabajo. Tampoco es un marco teórico para acomodar nociones tan distintas como paradigmas o programas de investigación”.

Su propósito es

·         “...buscar e identificar temas generales recurrentes dentro de la disciplina de los hombres de ciencia individuales y de la profesión en general, e identificar su papel en el desarrollo de la ciencia” (1985, 15)

En honor a la verdad, no se trata de una postura original o estrictamente nueva. Es posible rastrear sus raíces en autores como Alexandre Koyré y en la literatura que identifica, por ejemplo, los fundamentos metafísicos de la ciencia moderna. Con todo, nadie había hecho el esfuerzo del estudio de casos para darle fuerza a una idea que resulta, a lo menos, sugerente y motivadora, una mirada lozana y desprejuiciada en medio de un debate que, de pronto, ha adoptado ese tecnicismo escolástico tan característico de los momentos intelectuales menos fecundos de la epistemología.

Bibliografía

Bruner, Jerome - Davies, Paul - Feyerabend, Paul, Holton, Gerald, Thom, René, y otros.
Imágenes y metáforas de la ciencia (1992).
Alianza Editorial, Madrid 1993.

Born, Max y Born, Hedwig.
Ciencia y conciencia en la era atómica.
Alianza Editorial, Madrid 1971.

Holton, Gerald.
Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein.
Alianza Editorial, Madrid 1982.

Holton, Gerald.
La imaginación científica.
Fondo de Cultura Económica, México 1985.

Holton, Gerald.
Science and Anti-Science.
Harvard University Press, Massachusetts 1993.

Holton, Gerald.
Einstein, History and Other Passions.
American Institute of Physics, Woodbury 1995.

Kuhn, Thomas S.
La Tensión Esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia (1977).
Fondo de Cultura Económica, México1982.

Latour, Bruno y Woolgar, Steve.
La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicios.
Alianza Universidad, Madrid 1995.

Losee, John.
Filosofía de la ciencia e investigación histórica (1987).
Alianza Editorial, Madrid 1989.

Merton, Robert K.
The sociology of science. An episodic memoir.
Southern Illinois University Press 1977.

Torres Albero, Cristóbal.
Sociología política de la ciencia.
Siglo Veintiuno de España Editores. S.A., Madrid 1994.