UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL SIMON RODRIGUEZ

DOCTORADO EN CIENCIAS ADMINISTRATIVAS

Seminario: Epistemología de la Ciencia Administrativa

Facilitadora: Dra. Ninoska Díaz de Mariña

 

 

Hermenéutica filosófica

 

Carlos Eduardo Mendoza Ojeda

Caracas, 15 de julio de 2002

 

 

I.              INTRODUCCIÓN

 

Esta Memoria, correspondiente a la Unidad Nº 5 del Seminario de Epistemología, está formada por:

 

-                Síntesis de las lecturas:  Un resumen en el que, parafraseándolas, se recogen las ideas principales sobre el tema de Hermenéutica Filosófica de los siguientes autores:

 

Ø                   Nicolás Barros, en su trabajo Hermenéutica, Filosofía Práctica y Ciencias Humanas.

Ø                   Hans-Georg Gadamer, en su obra Verdad y Métodos y,

Ø                   Paul Ricoeur, en su obra El Conflicto de las Interpretaciones, de acuerdo a la referencia y comentarios de Javier Hernández-Pacheco en el texto Corrientes Actuales de Filosofía.

 

-      Análisis de las lecturas y reflexiones:  En concordancia con el objetivo de la unidad y a los resultados esperados, este análisis y las reflexiones deben estar referidos a conocer la postura epistemológica Hermenéutica Filosófica y el conocimiento generado desde esa perspectiva y sus implicaciones en las Ciencias Administrativas.

 

II.           SINSTESIS DE LAS LECTURAS

 

1.            Hermenéutica, Filosofía Práctica y Ciencias Humanas.  Nicolás Barros. (1989. Pp. 33-45)

 

En una nota preliminar, el autor plantea que su trabajo es sobre el debate acerca del papel de la hermenéutica en la fundamentación de las ciencias humanas y su relevancia; y, de la posibilidad de mostrar su convergencia en la ética – como filosofía práctica -, con miras a la integración de ambas, lo que se proyectará en la metodología y la epistemología de las  citadas ciencias.  Y que, para lograrlo, se parte de la Hermenéutica Filosófica de H. G. Gadamer,  pretendiéndose inferir conclusiones relativas a la significación de la ética para ella y su función en la comprensión crítica de la sociedad contemporánea.

 

·               La Hermenéutica Filosófica de H. G. Gadamer.

 

P. Ricoeur define la Hermenéutica como “la teoría de las operaciones de la comprensión en relación con la interpretación de los textos”. Por su parte, Gadamer considera que el concepto de la Hermenéutica trasciende los límites que la ciencia concede al método y que comprender e interpretar textos no sólo es una instancia científica sino que pertenece, con toda evidencia, a la experiencia humana del mundo.

La tarea crucial de la hermenéutica es esclarecer el tipo de conocimiento y de verdad al que tenemos acceso cuando realmente comprendemos en un sentido auténtico y cabal. 

Según Gadamer,  la distorsión fundamental de la hermenéutica del Siglo XIX fue su obsesión por el método, que como tal podía rivalizar con el método de las ciencias de la naturaleza, lo que llevó a pensar, igualmente, que el fenómeno de la comprensión era una actividad esencialmente subjetiva; su fin último era trascender nuestra situación histórica a los efectos de identificarnos con los autores de los textos o las intenciones de los actores motivo de estudio.  Es una argumentación cartesiana:  una aceptación tácita de la dicotomía radical entre lo subjetivo y lo  objetivo y, eso no lo acepta Gadamer.

Tanto en Heidegger como en él, encontramos los dos temas fundamentales de la hermenéutica filosófica: la primacía ontológica de la hermenéutica y la universalidad del problema hermenéutico.  Somos seres que comprendemos, y comprender  no es tan sólo un tipo de actividad propia de un sujeto sino algo que, sin dudas, sustenta todas las actividades: “El objetivo de la comprensión  hermenéutica es abrirnos nosotros mismos a lo que los textos y la tradición nos dicen, abrirnos al significado y a la verdad que nos descubren”.

Sin embargo,  la comprensión no se realiza si ponemos entre paréntesis nuestra propia historicidad, pre-judicaciones, o estructuras previas.  Esto nos coloca en comunicación directa con el pensamiento heideggeriano – se revierte el acto de entender en la experiencia hermenéutica  hacia la existencia del ser -, con el “círculo hermenéutico” y la controversial defensa de los “prejuicios”.

Para Heidegger, la hermenéutica es en intento dirigido a determinar la esencia de la interpretación sobre la base de la esencia hermenéutica-comprensiva de la existencia, que se interpreta a sí misma en el mundo y en la historia.  En consecuencia, la hermenéutica surge aquí como la interpretación de la auto-comprensión y de la comprensión humana del ser, demostrándose así, el “círculo hermenéutico”: La intelección de las partes supone una precomprensión del todo que, a su vez, deviene condición de posibilidad para la interpretación de las partes.  Toda interpretación que incluya la comprensión requiere haber comprendido antes lo que haya que interpretar.  Pero, no es un círculo vicioso.  Heidegger es enfático en negarlo.   Solamente escribe cómo se realiza la interpretación comprensiva: El círculo hermenéutico tiene sentido ontológico positivo.  Para asegurar la comprensión de los resultados, es necesario proteger al proceso interpretativo de la “arbitrariedad de las ocurrencias”  y de las “limitaciones propias de los hábitos imperceptibles del pensamiento”.

 

Comprender un texto es un acto contínuo de proyectar:  Al aparecer en él un sentido, de inmediato quien lo interpreta proyecta el sentido de un todo; es la búsqueda  del sentido propio de comprender.  Es lo que propone Gadamer.

El fenómeno de la “precomprensión” implícito en esa proposición  conduce a una revalorización del “prejuicio” o “prejudicación”, constituyente de la perspectiva inicial de nuestra capacidad para tener experiencia de algo, otro elemento esencial de la hermenéutica gadameriana: “No son tanto nuestros juicios sino nuestros prejuicios lo que constituye nuestro ser”.  Para Gadamer los prejuicios tienen un valor positivo.  La historicidad de nuestra existencia es algo imprescindible.  El problema es  cómo distingue entre prejuicios injustificados y aquellos que son productivos para el conocimiento.  Ambos forman lo que somos, en la medida que se hereda de la tradición.  No obstante en ellos hay un aspecto anticipatorio, que destaca la estructuras previas de la comprensión de Heidegger: pre-tener, pre-ver y pre-concebir, a las que apela el círculo hermenéutico y nos permite discriminar críticamente ambos tipos de prejuicios.

Aquí se puede insertar el problema de la relación entre hermenéutica y filosofía práctica.  La costumbre discriminaba en aquélla tres actos diferenciados: comprensión, interpretación y, aplicación.  Para Gadamer éstos no son independientes; están íntimamente relacionados en el contexto global de la experiencia hermenéutica.  Son momentos de un proceso único.  Para fundamentarlo, se apoya en el concepto aristotélico de filosofía práctica.

 

·               Hermenéutica y Filosofía Práctica.

 

La experiencia hermenéutica tiene un referente que representa lo que se trata de comprender: la “cosa misma”, y cuyo significado no autosuficiente se realiza mediante la experiencia de la comprensión.  Entre lo que comprendemos y nuestros prejuicios se verifica un juego recíproco en el que ambos elementos se determinan mutuamente. Es aquí donde el concepto de prudencia, tomado de la filosofía práctica – la ética – aristotélica, adquiere toda su relevancia en Gadamer.  Encuentran paralelos el saber moral del hombre y el saber que supone la comprensión en el proceso hermenéutico.

En cuanto a la hermenéutica, para Gadamer, se diferencia radicalmente de todo saber puro apartado del Ser; por ello el paradigma ético aristotélico permite esclarecer y superar las dificultades propias de la “falsa objetivación” que propone la ciencia moderna.  Aristóteles introduce una distinción entre el saber moral de la prudencia (phrónesis) y el saber teórico de la ciencia (episteme).  Este es un saber objetivo, universal, acerca de verdades inmutables que se fundamentan en la demostración, cuyo prototipo es la matemática.  Pero aquél es una forma de conocimiento que incluye la mediación entre lo universal y lo particular que no se da a través de algo semejante a un método.

Para Gadamer la comprensión es una forma de prudencia que se traduce en un “saber-cómo” ético, en el que codeterminan lo universal y particular e incluye un entrelazamiento entre el Ser y el conocimiento.  Toda comprensión auténtica constituye al intérprete.  Esto relaciona la concepción aristotélica del saber moral con el problema hermenéutico de la ciencia del espíritu (ciencias humanas). 

No es la diferencia entre phrónesis y episteme lo que es esencial para la hermenéutica, sino la diferencia entre el saber  técnico (techne) y el saber moral (ética).  Gadamer encuentra, usando a Aristóteles, tres diferencias:

o             La techne se aprende y puede olvidarse.  La ética ni se aprende ni puede olvidarse. El hombre-sujeto de la razón ética  está obligado a actuar aplicando el conocimiento de acuerdo con las exigencias de la situación concreta.

o             La relación conceptual entre medios y fines es diferente en la techne y en la phrónesis. En la actividad técnica no se requiere que los medios se ponderen en cada ocasión, algo que es requisito del saber ético.  El “saber-como” ético no es un producto o resultado, como es el caso de la técnica, sino “la rectitud ética de toda una vida”.

o             La prudencia (phrónesis) constituye un tipo diferente de conocimiento de sí mismo y del “otro”.  “...se habla de comprensión cuando uno ha logrado desplazarse por completo en su juicio, a la plena concreción de la situación en la que tiene que actuar el otro”.

 

De acuerdo a Gadamer, la analogía entre hermenéutica y phrónesis es evidente y permite considerar la experiencia de la comprensión en un sentido filosófico-práctico.  Esto constituye un instrumento de intelección que ofrece bases sólidas para fundamentar la mediación dialéctica entre tradición y situación concreta del interprete:  en la experiencia hermenéutica el pensamiento y acción no se contraponen; por el contrario, se complementan dialécticamente en el acto de entender que supone dicha experiencia.

La interpretación gadameriana de Aristóteles representa un claro ejemplo del sentido y los alcances de la comprensión hermenéutica: Para comprender un texto no podemos prescindir de la situación hermenéutica.

Se trata de esclarecer y contrastar nuestros prejuicios.  El percibirnos como seres históricos nos inserta en el texto aristotélico, dada su significación en la situación concreta que estemos viviendo; lo interrogamos, interpretamos y comprendemos desde nuestra propia historicidad, ampliando nuestro horizonte cuando en ese texto se distingue la razón práctica de la razón teórica y la razón técnica permitiéndonos exponer, comprobar y contrastar nuestros prejuicios.  Esto lo denomina Gadamer como fusión de horizontes.

 

·               Hermenéutica y Ciencias Humanas

 

Al apropiarnos de la verdad que los textos nos transmiten, actualizamos en ello nuevos significados.   Por ello, para Gadamer, la comprensión se debe concebir como un proceso en el cual se realizan los significados y que se convierte en algo constitutivo de lo que somos en un constante devenir como la phrónesis, que es una forma de conocimiento práctico moral.  La verdadera comprensión nos humaniza, se integra en nuestro verdadero ser.

Para Gadamer, las ciencias del espíritu son disciplinas hermenéuticas cuya tarea no es acumular conocimientos teorético sobre algo extraño o ajeno; por el contrario, su producto es un conocimiento práctico, esto es, una verdad que, como tal, conforma nuestra propia praxis.  La fusión  de hermenéutica y praxis mediante la apropiación de la phronésis tiene un denominador común que coincide con una redefinición del significado de praxis y una reinterpretación de la tradición que instaura la filosofía práctica aristotélica, con el objeto de lograr una comprensión crítica de la sociedad moderna.

 

2.            Verdad y Método.  Hans-Georg Gadamer (1999. Pp. 331-377 y 527-565)

 

A continuación se presenta, parafraseando al autor, una síntesis del Capítulo II, Fundamentos para una Teoría de la Experiencia Hermenéutica, de la obra señalada:

 

-          La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico

 

·         El círculo hermenéutico y el problema de los prejuicios

 

Heidegger sólo entra  en la  problemática de la hermenéutica y críticas históricas con el fin de desarrollar a partir de ellas, desde el punto de vista ontológico, la preestructura de la comprensión.  Nosotros, por el contrario, perseguiremos la cuestión de cómo, una vez liberada de la inhibiciones ontológicas del concepto científico de la verdad, la hermenéutica puede hacer justicia a la historicidad de la comprensión.

 

En todo caso cabe preguntarse qué consecuencias tiene para la hermenéutica espiritual-científica que Heidegger derive la estructura circular de la comprensión a partir de la temporalidad del estar ahí.  Podrían consistir  en que la autocomprensión de la comprensión ejercida normalmente sea corregida y depurada de adaptaciones inadecuadas: un proceso que sólo indirectamente beneficiaría al arte del comprender.

Por ello volveremos ahora a la descripción de Heidegger del círculo hermenéutico.  Heidegger describe:

“El círculo no debe ser degradado a círculo vicioso, ni siquiera a uno permisible.  En él yace una posibilidad positiva del conocimiento más originario,... asegurar la elaboración del tema científico desde la cosa misma.

 

Lo que dice aquí Heidegger no es realmente una experiencia a la praxis de la comprensión, sino que más bien describe la forma de realizar la misma interpretación comprensiva.  La reflexión hermenéutica de Heidegger culmina en hacer  ver que este círculo tiene un sentido ontológico positivo: Toda interpretación correcta tiene que protegerse contra la arbitrariedad de las ocurrencias y contra la limitación de los hábitos imperceptibles del pensar, y orientar su mirada “a la cosa misma” (que en el filólogo son textos con sentido, que tratan a su vez de cosas). El que quiere comprender un texto realiza siempre un proyectar.  Tan pronto como aparece en el texto un primer sentido, el intérprete proyecta enseguida un sentido del todo; la interpretación empieza siempre con conceptos previos que tendrán que ser sustituidos progresivamente por otros más adecuados.

El que intenta comprender está expuesto  a los errores de opiniones previas que no se comprueban en las cosas mismas. La comprensión sólo alcanza sus verdaderas posibilidades cuando las opiniones previas con las que se inicia no son arbitrarias.

Frente a todo texto nuestra tarea es no introducir directa y acríticamente nuestros propios hábitos lingüísticos, por el contrario,  reconocemos como tarea nuestra el ganar la comprensión del texto sólo desde el hábito lingüístico de su tiempo o de su autor. En general podrá decirse que ya la experiencia del choque con un texto es lo que nos hace detenernos y atender a la posibilidad de una diferencia en el uso del lenguaje.  Es una presuposición general que todo el que habla la misma lengua emplea las palabras en el sentido que a uno le es familiar.

Y lo que afirmamos respecto a las opiniones previas contenidas en el hábito lingüístico vale también para las opiniones de contenido con las que nos acercamos a los textos y que constituyen nuestra precomprensión de los mismos.  No se puede en modo alguno presuponer como dato general que lo que se nos dice desde un texto tiene que poder integrarse sin problemas en las propias opiniones y expectativas. 

Cuando se oye a alguien o cuando se emprende una lectura no es que haya que olvidar todas las opiniones previas sobre su contenido, o todas las posiciones propias.  Lo que se exige es simplemente estar abierto a la opinión del otro o a la del texto.  Pero esta apertura implica siempre que se pone la opinión del otro en alguna clase de relación con el conjunto de las opiniones propias, o que uno se pone en cierta relación con las del otro. El que quiere comprender no puede entregarse desde el principio al azar de sus propias opiniones previas e ignorar lo más obstinada y consecuentemente posible la opinión del texto...  tiene que estar en principio dispuesto a dejarse decir algo por él.  Una conciencia formada hemenéuticamente tiene que mostrarse receptiva desde el principio para la alteridad del texto.

Una comprensión llevada a cabo desde una conciencia metódica intentará siempre no llevar a término directamente sus anticipaciones sino más bien hacerlas conscientes para poder controlarlas y ganar así una comprensión correcta desde las cosas mismas.  En consecuencia no se trata en modo alguno de asegurarse a sí mismo contra la tradición que hace oír su voz desde el texto, sino, por el contrario, de mantener alejado todo lo que pueda dificultar el comprenderla desde la cosa misma.  Son los prejuicios no percibidos los que con su dominio nos vuelven sordos hacia la cosa de que nos habla la tradición. 

Sólo este reconocimiento del carácter esencialmente prejuicioso de toda comprensión confiere al problema hermenéutico toda la agudeza de su dimensión.

En sí mismo “prejuicio” quiere decir un juicio que se forma antes de la convalidación definitiva de todos los momentos que son objetivamente determinantes.  “Prejuicio” no significa pues en modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que pueda ser valorado positivamente o negativamente.   Un análisis de la historia  del concepto muestra que sólo en la Ilustración adquiere el concepto del prejuicio el matiz negativo que ahora tiene.   Sobre él reposa el descrédito de los prejuicios en general y la pretensión del conocimiento científico de excluirlos totalmente.

La ciencia moderna sigue así el principio de la duda cartesiana de no tomar por cierto nada sobre lo que quepa alguna duda, y la concepción del método que tiene en cuenta esta exigencia.  Ya en nuestras consideraciones iniciales habíamos apuntado  a lo difícil que es poner en consonancia con este ideal el conocimiento histórico que conforma a nuestra conciencia histórica, y lo difícil que es en consecuencia comprender su verdadera esencia desde el moderno concepto del método.

La depreciación fundamental de todo prejuicio, que vincula al pathos empírico de la nueva ciencia natural con la Ilustración, se vuelve, en la ilustración histórica, universal y radical.

Este es precisamente el punto con el que debe enlazar críticamente el intento de una hermenéutica histórica. La superación de todo prejuicio, esta exigencia global de la Ilustración, revelará ser ella misma un prejuicio cuya revisión hará posible una comprensión adecuada de la finitud que domina no sólo nuestro ser hombres sino también  nuestra conciencia histórica.

¿Estar inmerso en tradiciones significa real y primariamente estar sometido a prejuicios y limitado en la propia libertad? ¿No es cierto más bien que toda existencia humana, aún la más libre, está limitada y condicionada de muchas maneras? Y si esto es así, entonces la idea de una razón absoluta no es una posibilidad de la humanidad histórica.

El problema epistemológico debe plantearse aquí de una forma fundamentalmente diferente.  La autorreflexión y la autobiografía no son hechos primarios y no bastan como base para el problema hermenéutico.  En realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a ella.  Mucho antes de que nosotros nos comprendamos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos comprendiendo ya de una manera autoevidente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos.  Por eso los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser.

 

·         Los prejuicios como condición de la comprensión

 

Este es el punto del que parte el problema hermenéutico.  Si se quiere hacer justicia al modo de ser finito e histórico del hombre es necesario llevar a cabo una drástica rehabilitación del concepto del prejuicio y reconocer que existen prejuicios legítimos.  Por ello, la pregunta central de una hermenéutica verdaderamente histórica, su problema epistemológico clave: ¿En qué puede basarse la legitimidad de los prejuicios? ¿En qué se distinguen los prejuicios legítimos de todos los innumerables prejuicios cuya superación representa la incuestionable tarea de toda razón crítica?.

Por lo que se refiere a la división de los prejuicios en prejuicios de autoridad y por precipitación, es claro que en la base de esta distinción está el  presupuesto fundamental de la Ilustración según el cual un uso metódico y disciplinado de la razón es suficiente para proteger de cualquier error.  Esta era la idea cartesiana del método.  La precipitación es la fuente de equivocación que induce a error en el uso de la propia razón; la autoridad en cambio es culpable de que no se llegue siquiera a emplear la propia razón.  La distinción se basa por lo tanto en una oposición excluyente de autoridad y razón. La Ilustración prepara así el florecimiento de la hermenéutica que enseñará a usar correctamente la razón en la comprensión de la tradición.  Ni la autoridad ni la apelación a la tradición pueden hacer superfluo el quehacer hermenéutico, cuya tarea es defender el sentido razonable del texto contra toda imposición.  Sin embargo, no hay duda de que la verdadera consecuencia de la Ilustración no es ésta sino más bien su contraria: La sumisión de toda autoridad a la razón. El prejuicio de precipitación ha de entenderse en consecuencia más bien al modo de Descartes, como fuente de errores en el uso de la razón.  Schleiermacher distingue como causas de los malentendidos las sujeciones y la precipitación.  Junto a los prejuicios constantes que proceden de las diversas sujeciones a que está uno sometido aparecen los juicios equivocados momentáneos debidos a la precipitación; las sujeciones se refieren a una barrera individual que se opone a la comprensión, “la preferencia unilateral por aquello que está más cercano al propio círculo de ideas”.

Sin embargo, es precisamente en el concepto de las sujeciones donde se oculta la cuestión esencial.  Existen también prejuicios justificados y que pueden ser productivos para el conocimiento.

Para ello puede buscarse apoyo en la crítica romántica a la Ilustración.  Hay una forma de autoridad que el romanticismo defendió con un énfasis particular: la tradición.  Lo consagrado por la tradición y por el pasado posee una autoridad que se ha hecho anónima, y nuestro ser histórico y finito está determinado  por el hecho de que la autoridad de lo transmitido, y no sólo lo que se acepta razonadamente, tiene poder sobre nuestra acción y sobre nuestro comportamiento.  Toda educación reposa sobre esta base. La realidad de las costumbres es y sigue siendo ampliamente algo válido por tradición y procedencia.  Al margen de los fundamentos de la razón, la tradición conserva algún derecho y determina ampliamente nuestras instituciones y comportamiento.  La superioridad de la ética antigua sobre la filosofía moral de la edad moderna se caracteriza porque fundamenta el paso de la ética a la “política”, en base a la ineludibilidad de la tradición.

No creo, sin embargo, que entre tradición y razón haya que suponer una oposición incondicional e irreductible.  En realidad  la tradición siempre es también un momento de la libertad y de la historia; no se realiza, naturalmente, en virtud de la capacidad de permanencia de lo que de algún modo ya está dado, sino que necesita ser afirmada, asumida y cultivada.  Sin embargo, la conservación es un acto de la razón.

Estas consideraciones nos inducen a preguntarnos si en la hermenéutica espiritual-científica no se debiera intentar reconocer todo su derecho al momento de la tradición.  En cualquier caso la comprensión en las ciencias del espíritu comparte con la pervivencia de las tradiciones un presupuesto fundamental, el de sentirse interpelada por la tradición misma.

En el comienzo de toda hermenéutica histórica debe hallarse por lo tanto  la resolución de la oposición abstracta entre tradición e investigación histórica, entre historia y conocimiento de la misma.  En este sentido haremos bien en no entender la conciencia histórica como algo radicalmente nuevo sino más bien como un momento nuevo dentro de lo que siempre ha sido la relación humana con el pasado.  Lo que satisface a nuestra conciencia histórica es siempre una pluralidad de voces en las cuales resuena el pasado.  Este sólo aparece en la multiplicidad de dichas voces: tal es la esencia de la tradición de la que participamos y queremos participar.  La  moderna investigación histórica tampoco es sólo investigación, sino en parte también mediación de la tradición.

Indudablemente, a la autocomprensión de las ciencias del espíritu se le plantea la exigencia de liberarse, en el conjunto de su hacer, del modelo de las ciencias naturales, y considerar la movilidad histórica de su tema no sólo como restrictiva de su objetividad sino también como algo positivo.  El progreso de la investigación ya no se entiende en todas partes únicamente como expansión y penetración en nuevos ámbitos o materiales, sino que en vez de esto se atiende más bien a la configuración de etapas de reflexión más depuradas dentro de los correspondientes planteamientos. 

En las ciencias del espíritu que disponen de una tradición más antigua, empieza a entreverse una conciencia hermenéutica que se vuelve hacia la investigación con un interés más autorreflexivo.

Naturalmente, será necesaria una reflexión hermenéutica muy depurada para hacer comprensible la posibilidad de que un concepto normativo como el de lo clásico obtenga o recupere un derecho científico.  En el fondo lo clásico no es realmente un concepto descriptivo en poder de una conciencia histórica objetivadora; es una realidad histórica a la que sigue perteneciendo y estando sometida la conciencia histórica misma: es una conciencia de lo permanente, de lo imperecedero, de un significado independiente de toda circunstancia temporal, la que nos induce a llamar “clásico” a algo; una especie de presente intemporal que significa simultaneidad con cualquier presente.

Para la conciencia histórica ya no se trata de tomar inmediatamente el modelo clásico, sino de saberlo como un fenómeno histórico que sólo se comprende desde su propio momento.  Pero en esta comprensión habrá siempre algo más que la reconstrucción histórica del “mundo” pasado al que  perteneció la obra.  Nuestra comprensión contendrá siempre al mismo tiempo la conciencia de la propia pertenencia a ese mundo.  Y con esto se corresponde también la pertenencia de la obra a nuestro propio mundo.

La autocrítica de la conciencia histórica llega al cabo a reconocer movilidad histórica no sólo en el acontecer sino también en el propio comprender.  El comprender debe pensarse menos como una acción de la subjetividad que como un desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se hallan en contínua mediación.  Esto es lo que tiene que hacerse oír en la teoría hermenéutica, demasiado dominada hasta ahora por la idea de un método.

 

·         El significado hermenéutico de la distancia en el tiempo

 

¿Qué consecuencias tiene para la comprensión la condición hermenéutica de la pertenencia a una tradición? En este punto recordaremos la regla hermenéutica de comprender el todo desde lo individual y lo individual desde el todo.  El movimiento de la comprensión va constantemente del todo a la parte  y de ésta al todo.  La tarea es ampliar la unidad del sentido comprendido en círculos concéntricos.  Heidegger describe el círculo hermenéutico en forma tal que la comprensión del texto se encuentre determinada continuadamente por el movimiento anticipatorio de la precomprensión.  El círculo del todo y las partes no se anula en la comprensión total, sino que alcanza en ella su realización más auténtica.   El círculo no es, pues, de naturaleza formal; no es subjetivo ni objetivo sino que describe la comprensión como la interpenetración del movimiento de la tradición y del movimiento del intérprete.  El círculo de la comprensión no es en este sentido un círculo “metodológico” sino que describe un momento estructural ontológico de la comprensión.

La hermenéutica tiene que partir de que el que quiere comprender está vinculado al asunto que se expresa en la tradición, y que tiene o logra una determinada conexión con la tradición desde la que habla lo trasmitido.  Existe una verdadera polaridad de familiaridad y extrañeza, y en ella se basa la tarea de la hermenéutica, en un sentido verdaderamente hermenéutico, esto es, con la atención puesta en algo dicho: el lenguaje en el que nos habla la tradición, la leyenda que leemos en ella. 

La posición entre extrañeza y familiaridad que ocupa para nosotros la tradición es el punto medio entre la objetividad de la distancia histórica y la pertenencia a una tradición.  Y este punto medio es el verdadero topos de la hermenéutica.   Los prejuicios y opiniones previas que ocupan la conciencia del intérprete no están a su disposición; éste no está en condiciones de distinguir por sí mismo los prejuicios productivos que hacen posible la comprensión de aquellos otros que la obstaculizan y producen los malentendidos.  Realmente, esta distinción sólo puede tener lugar en la comprensión misma, y por eso es cosa de la hermenéutica preguntarse cómo se realiza.  Pero esto implica traer a primer plano lo que en la hermenéutica anterior siempre quedaba al margen: la distancia en el tiempo y su significación para la comprensión. 

La productividad hermenéutica de la distancia en el tiempo sólo pudo ser pensada desde el grito ontológico que dio Heidegger a la comprensión como “factum existencial”  y desde la interpretación temporal que ofreció para el modo de ser del estar ahí.  El tiempo ya no es primariamente un abismo que hubiera de ser salvado porque por sí mismo sería causa de división y lejanía, sino que es en realidad el fundamento que sustenta el acontecer en el que tiene sus raíces el presente.

De lo que se trata es de reconocer la distancia en el tiempo como una posibilidad positiva y productiva del comprender, cubierto por la continuidad de la procedencia y de la tradición, a cuya luz se nos muestra todo lo trasmitido.

Sólo la distancia en el tiempo hace posible resolver la verdadera cuestión crítica de la hermenéutica, la de distinguir los prejuicios verdaderos  bajo los cuales  comprendemos, de los prejuicios falsos que producen los malentendidos: Una conciencia formada hermenéuticamente tendrá que ser hasta cierto punto también conciencia histórica, y hacer conscientes los propios prejuicios que le guían en la comprensión con el fin de que la tradición se destaque a su vez como opinión distinta y acceda así a su derecho.  Un pensamiento verdaderamente histórico tiene que ser capaz de pensar al mismo tiempo su propia historicidad; aprenderá a conocer en el objeto lo diferente de lo propio, y conocerá así tanto lo uno como lo otro.  Una hermenéutica adecuada debe mostrar en la comprensión misma la realidad de la historia.  Al contenido de este requisito yo le llamaría “historia efectual”.  Entender es, esencialmente, un proceso de historia efectual.

 

·         El principio de la historia efectual

 

El interés histórico no se orienta sólo hacia los fenómenos históricos o las obras trasmitidas, sino que tiene como temática secundaria el efecto de los mismos en la historia (lo que implica también a la historia de la investigación); esto ha dado como fruto toda una serie de valiosas perspectivas históricas.  En este sentido la historia efectual no es nada nuevo.  Sí es nueva, en cambio, la exigencia de un planteamiento histórico-efectual cada vez que una obra o una tradición ha de ser extraída del claroscuro entre tradición e historiografía y puesta a cielo abierto; no se dirige tanto a la investigación como a la conciencia metódica de la misma, es consecuencia obligada de toda reflexión a fondo de la conciencia histórica.  Se trata más bien de una exigencia teórica.  Cuando intentamos comprender un fenómeno histórico desde la distancia histórica que determina nuestra situación hermenéutica en general, nos hallamos siempre bajo los efectos de esta historia efectual.  Ella es la que determina por adelantado lo que nos va a parecer cuestionable y objeto de investigación.  Es verdad que el método crítico del objetivismo histórico se sustrae a la arbitrariedad y capricho de ciertas actualizaciones del pasado, pero con esto se crea una conciencia desde la que niega aquellos presupuestos que no son arbitrarios ni caprichosos, sino sustentadores de todo su propio comprender; de esta forma se yerra al mismo tiempo la verdad que sería asequible a la finitud de nuestra comprensión. 

La conciencia histórico-efectual es un momento de la realización de la comprensión, es en primer lugar conciencia de la situación hermenéutica, esto es, la situación en la que nos encontramos frente a la tradición que queremos comprender.  No se puede llevar a cabo la reflexión total sobre la historia efectual; pero esta inacababilidad no es defecto de la reflexión sino que está en la esencia misma del ser histórico que somos.  Ser histórico quiere decir no agotarse nunca en el saberse.

Todo presente finito tiene sus límites.  El concepto de la situación se determina justamente en que representa una posición que limita las posibilidades de ver.  Al concepto de la situación le pertenece esencialmente el concepto del horizonte.  El que tiene horizontes puede valorar correctamente el significado de todas las cosas que caen dentro de ellos.  La elaboración de la situación hermenéutica significa entonces la obtención del horizonte correcto para las cuestiones que se nos plantean cara a la tradición.  La tarea de la comprensión histórica incluye la exigencia de ganar en cada caso el horizonte histórico, y representarse así lo que uno quiere comprender en sus verdaderas medidas.  El que omita este desplazarse al horizonte histórico desde el que habla la tradición estará abocado a malentendidos respecto al significado de los contenidos de aquélla.

La movilidad histórica de la existencia humana estriba precisamente en que no hay una vinculación absoluta a una determinada posición, y en este sentido tampoco hay horizontes realmente cerrados.

El horizonte es más bien algo en lo que hacemos nuestro camino y que hace el camino con nosotros.  También el horizonte del pasado, del que vive toda vida humana y que  está ahí bajo la forma de la tradición, se encuentra en un perpetuo movimiento.

El pasado propio y extraño al que se vuelve la conciencia histórica forma parte del horizonte móvil desde el que vive la vida humana y que determina a ésta como su origen y como su tradición.  Si uno se desplaza, por ejemplo, a la situación de otro hombre, uno le comprenderá, esto es, se hará consciente de su alteridad, de su individualidad irreductible, precisamente porque es uno el que se desplaza a su situación.  Una conciencia verdaderamente  histórica aporta siempre su propio presente, y lo hace viéndose tanto a sí misma como a lo históricamente otro en sus verdaderas relaciones.

Sólo entonces se llega a escuchar la tradición tal como ella puede hacerse oír en su sentido propio y diferente.

Una situación hermenéutica está determinada por los prejuicios que nosotros aportamos.  Estos forman así el horizonte de un presente, pues representan aquello más allá de lo cual ya no se alcanza a ver. En realidad el horizonte del presente está en un proceso de constante formación en la medida en que estamos obligados a poner a prueba constantemente todos nuestros prejuicios.  Parte de esta prueba es el encuentro con el pasado y la comprensión de la tradición de la que nosotros mismos procedemos.

Comprender es siempre el proceso de fusión de estos presuntos “horizontes para sí mismos”  a cuya realización controlada se le dio el nombre de tarea de la conciencia histórico-efectual. 

El proyecto de un horizonte histórico es, por lo tanto, una fase o momento en la realización de la comprensión, y no se consolida en la autoenajenación de una conciencia pasada, sino que se recupera en el propio horizonte comprensivo del presente.

 

-    El lenguaje como horizonte de una ontología hermenéutica.

 

·         El lenguaje como experiencia del mundo

 

El lenguaje no es sólo una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está en el mundo, sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan mundo.  Para el hombre el mundo está ahí como mundo,  en una forma bajo la cual no tiene existencia para ningún otro ser vivo puesto en él.  Y esta existencia del mundo está constituida lingüísticamente.  No sólo el mundo es mundo en cuanto que accede al lenguaje: el lenguaje sólo tiene su verdadera existencia  en el hecho de que en él se representa el mundo.  La humanidad originaria del lenguaje significa, pues, al mismo tiempo la lingüisticidad originaria del esta-en-el-mundo del hombre.

Tener mundo quiere decir comportarse respecto al mundo.  Pero comportarse respecto al mundo exige a su vez que uno se mantenga tan libre frente a lo que le sale al encuentro desde el mundo, que logre ponerlo ante sí tal como es.  Esta capacidad es tanto tener mundo como tener lenguaje.  Con ello el concepto del mundo se nos muestra en oposición al de entorno tal como conviene a todos los seres vivos del mundo.

El entorno es el “medio”  en el que uno vive, y la influencia del entorno sobre el carácter y el modo de vida de uno es lo que hace su significación.  El hombre no es independiente del aspecto particular que le muestra el mundo.

Precisamente lo que caracteriza a la relación del hombre con el mundo por oposición a la de todos los demás seres vivos es su libertad frente al entorno.  Esta libertad incluye la constitución lingüística del mundo.  Lo uno forma parte de lo otro y a la inversa.  Elevarse por encima de las coerciones de lo que le sale a uno al encuentro desde el mundo significa tener lenguaje y tener mundo.  Esta elevación sobre el entorno tiene desde el principio un sentido humano, y esto quiere decir lingüístico.   Para el hombre  elevarse por encima del entorno es elevarse al mundo, y no significa abandono del entorno sino una posición completamente distinta respecto a él.  Un comportamiento libre y distanciado cuya realización siempre es lingüística.

De la relación del lenguaje con el mundo se sigue también su peculiar objetividad.  Lo que habla en el lenguaje son constelaciones objetivas; cosas que se comportan de este modo o del otro; en esto estriba el reconocimiento  de la alteridad autónoma, que presupone por parte del hablante una cierta distancia propia respecto a las cosas.  Sobre esta distancia reposa el que algo pueda destacarse como constelación objetiva propia y convertirse en contenido de una proposición susceptible de ser entendida por los demás.

El lenguaje humano debe pensarse como un proceso vital particular y único por el hecho de que en el entendimiento lingüístico se hace manifiesto el “mundo”.  El entendimiento lingüístico coloca aquello sobre lo que se produce ante los ojos de los que participan en él, como se hace con un objeto de controversia que se coloca en medio de las partes.  El mundo es el suelo común, no hollado por nadie y reconocido por todos, que une a todos los que hablan entre sí.  Todas las formas de la comunidad de vida humana son formas de comunidad lingüística, más aún,  hacen lenguaje.  Pues el lenguaje es por su esencia el lenguaje de la conversación.  Sólo adquiere su realidad en la realización del mutuo entendimiento.  Por eso no es un simple medio para el entendimiento.

 

·         El lenguaje como centro y su estructura especulativa

 

El fundamento más determinante del fenómeno hermenéutico es precisamente la finitud de nuestra experiencia histórica.  En el rastro del lenguaje no sólo se copia la estructura del ser, sino que sólo en sus cauces se conforman, aunque siempre como cambiantes, el orden y la estructura de nuestra propia experiencia.  El lenguaje no es la huella de la finitud porque exista la diversidad de la estructura del lenguaje humano, sino porque cada lengua se forma y prosigue continuamente al paso que va trayendo al lenguaje su propia experiencia del mundo.  No es finito porque no sea al mismo tiempo todas las demás lenguas, sino porque es lenguaje. Su  acontecer se corresponde con la finitud del hombre en un sentido mucho más radical que el que hizo valer el pensamiento cristiano sobre la palabra.  Se trata del centro del lenguaje, desde el cual se desarrolla toda nuestra experiencia del mundo y en particular la experiencia hermenéutica:  cada palabra irrumpe desde un centro y tiene una relación con un todo, y sólo en virtud de éste es palabra.  Cada palabra hace resonar el conjunto de la lengua a la que pertenece, y deja aparecer el conjunto de la acepción del mundo que le subyace.

Hegel pretende extraer del lenguaje el juego reflexivo de sus determinaciones del pensamiento, y elevarlo por el camino de la mediación dialéctica, dentro de la totalidad del saber sabido, hasta la autoconciencia del concepto.  Con ello el lenguaje queda en la dimensión de lo enunciado y no alcanza la dimensión de la expresión lingüística del mundo.

Lo cierto es que el lenguaje mismo tiene algo de especulativo en un sentido completamente distinto: no sólo en el sentido hegeliano de la prefiguración instintiva de las relaciones lógicas de la reflexión, sino como realización de sentido, como acontecer del hablar, del entenderse, del comprender.  El que quiere decir algo busca y encuentra las palabras con las que hacerse comprensible al otro.

 

3.            Corrientes Actuales de la Filosofía.  Javier Hernández-Pacheco. (1996. Pp. 273-292)

 

El autor, en el Capítulo VII del texto citado, se refiere a la obra de Paul Ricoeur  El Conflicto de las Interpretaciones.  A continuación se presenta su síntesis parafraseada:

 

·         Conciencia e Interpretación

 

La Modernidad filosófica está unida al doble rótulo de una filosofía de la conciencia  y de una filosofía de la libertad.  En el orden del saber la Modernidad establece a la conciencia como última instancia crítica, como aquello que separa lo verdadero de lo falso, no en virtud de la fuerza objetiva que resida en las cosas y ante la que dicha conciencia tuviera que rendirse, sino precisamente como lo que define las posibilidades de verdad en virtud de la ley de su propia coherencia interna.  Y sólo su coherencia interna en todos sus contenidos, puede ofrecer el fundamento que todo saber necesita para constituirse como ciencia.  Es verdadero aquello, y sólo aquello, que, como su contenido, aparece claro y distinto para la propia conciencia.  La conciencia es entonces conciencia crítica: sólo es verdadero lo que para ella es evidente.

Igualmente ocurre en el ámbito de la acción.  El mundo es reconocido como bueno no en la medida en que es en sí mismo, como algo absoluto, sino en la medida en que es resultado de mi propia acción, que  no debe tener otro principio que sí misma, y tiene que ser, por tanto, absolutamente libre.

Por los problemas que plantea en sí misma, por las aporías teóricas y prácticas que comporta, esta concepción subjetivista y moderna del mundo y del hombre, hace crisis en nuestra cultura.  En este sentido, la filosofía de Paul Ricoeur es expresión de una adecuada humildad postsubjetivista, que pretende fundamentalmente reflexionar sobre esa quiebra de la filosofía moderna que tiene lugar a lo largo del siglo XIX y principios del XX. 

Seguiremos aquí su pensamiento tal y como se expone en su obra: Le conflit des interprétations.  Essais d`hermenéutique. Esta obra recoge, por un lado, los fundamentos de su especulación filosófica ya apuntados en sus grandes obras filosóficas anteriores; y, por otro, la recolección bajo el citado título de una multitud dispersa de trabajos menores ya publicados entre 1960 y 1969.  Este trabajo pretende ofrecer panorámicas e intenciones centrales, más que detalladas y exhaustivas exposiciones:  Ella es ciertamente la obra clave, al menos la obra central, para entender la gran aportación de Paul Ricoeur a la tradición hermenéutica de la filosofía.

Frente a la absolutización de la conciencia, la crisis posmoderna de la filosofía debe situarse bajo el título de la relativización de la conciencia, que tiene lugar en la filosofía de Marx, Nietzsche y Freud.  Para los tres autores la conciencia, lejos de ser el punto de partida de todo saber cierto, es más bien el producto de una génesis que tiene sus raíces fuera de la conciencia misma, sea en las condiciones históricas de la producción económica; sea en la voluntad de poder; sea en el juego de inversiones, represiones y compensaciones de un deseo libidinal telúricamente inconsciente.  En los tres casos la conciencia es resultado de algo de lo que ella misma no es consciente; lejos de ser la absoluta transparencia que pretende ser, es la mentira respecto de sí misma.

Toda la filosofía moderna se basa en la confusión de lo que Ricoeur distingue en la conciencia como el momento apodíctico y el momento de adecuación:  Frente a la contingencia de sus contenidos, la conciencia sólo está cierta de ella misma; piense lo que piense, incluso en el error y la ilusión, yo sé, y puedo saber con absoluta certeza, que estoy pensando, y que como pensante existo.  Ahora bien, Ricoeur dice que es una vana pretensión pensar, con la misma certeza con que pienso mi existencia, que yo soy tal y como pienso que soy: Este momento de apodicticidad inexpugnable tiende a confundirse con el momento de adecuación según el cual yo soy tal como me percibo.

Descartes pretendía salvar los contenidos inmediatos de conciencia.  La reflexión absoluta en que la conciencia consiste garantizaba así la verdad de sus contenidos allí donde estos se mostraban.  Esta identidad entre conciencia y reflexión en sus contenidos, que es la clave del pensamiento moderno, es lo que rompen esos tres autores con lo que se ha denominado la filosofía de la sospecha.  En concreto se sospecha que si esa identidad entre mi ser y los modos de mi presencia a mí mismo no está garantizada, eso será porque esa primaria conciencia de sí es radicalmente una falsa conciencia: El Cogito – dice Ricoeur – no es solamente una verdad tan vana como invencible; hace falta añadir aún que es como un lugar vacío que se llenó desde siempre por un falso Cogito.

La posición absoluta de la subjetividad está en sí misma vacía de todo contenido y no puede ser el objeto inmediato de una reflexión que pretenda ser conocimiento de sí, que en su inmediatez lo sería de nada.  “La reflexión es una intuición ciega si no está mediatizada por eso que Dilthey denominaba las expresiones en las que la vida es objetiva”: no podemos conocer la conciencia en sí misma, sino recorriendo un camino de vuelta desde sus objetivaciones.  “Entonces – afirma Ricoeur – la reflexión es una crítica, no en el sentido kantiano de una justificación de la ciencia y del deber, sino en el sentido que el Cogito no puede ser resumido sino descifrando los documentos de su vida”.  La verdadera reflexión resulta de una crítica interpretativa.  Esa conciencia que en su inmediatez pretende ser absoluta es precisamente aquello que tiene que ser interpretado buscándole un sentido que está fuera de ella misma.

De acuerdo con Ricoeur, Marx, Nietzsche y Freud

 

despejan el horizonte para un discurso más auténtico no sólo mediante una crítica “destructiva”, sino por la invención de un arte de interpretar.  Triunfan sobre la duda de la conciencia mediante una exégesis de sentido.   A partir de ellos, la comprensión es una hermenéutica: buscar el sentido no consiste en adelante en deletrear la conciencia de sentido, sino en descifrar las expresiones...  La categoría fundamental de la conciencia, para los tres, es la relación entre lo que se simula y lo que se manifiesta.  Lo esencial es que los tres crean, con y contra los prejuicios de la época, una ciencia mediata del sentido.

La preocupación primera de Ricoeur se dirige a la comprensión de los fenómenos humanos: lo que él llama reflexión no es otra cosa que ese esfuerzo por comprendernos a nosotros mismos en medio de nuestras circunstancias, muy especialmente en medio de nuestras circunstancias históricas.  Desde su preocupación humanista y existencial, Ricoeur va a recurrir a lo que a mediados del siglo XX ya está constituido en la filosofía continental como una tradición hermenéutica.  La “hermenéutica” como filosofía nace con Schleiermacher y Dilthey del afán de encontrar un método adecuado para la comprensión de las ciencias humanas.  Dado el carácter esencialmente histórico del espíritu humano, se recurre entonces a un método histórico, la exégesis o hermenéutica, como ciencia de la interpretación de los textos; porque se entiende la vida humana que se ha de comprender, como algo que más allá de sí se objetiva en productos que son como textos cuyo sentido sólo se abre, también más allá de ellos mismos, al referirlos a la subjetividad que en ellos se manifiesta.

La conexión entre todo texto y su significación es problemática por el hecho básico de la exterioridad histórica del sujeto – tanto autor como intérprete –.   Es difícil entender, y hace falta para ello una interpretación que reduzca el texto a expresión inteligible; porque la inteligibilidad del texto en modo alguno es inmediata y no se sigue de su mera descripción o “deletreo”, como dice Ricoeur.  Pero esta comprensión se dificulta radicalmente allí donde el texto no solamente no se entiende, sino que necesariamente se malentiende en su inmediatez por ser expresión de la falsa conciencia que tiene de sí el sujeto que en él se pone de manifiesto, y por tanto ese mismo texto es una falsificación de lo que quiere decir. Sólo mediante una deconstrucción del proceso de falsificación podemos acceder a su través a la comprensión de lo que le da sentido.

Esta es, según Ricoeur, la situación metodológica en que debe situarse la hermenéutica como saber del hombre.

Para terminar de contextualizar la intención filosófica de Ricoeur hemos de considerar también que el campo de sus preocupaciones, está ya cubierto, en la cultura francesa contemporánea de Ricoeur, por una filosofía de orientación fenomenológica.  Autores como Mounier, Sartre, Marcel son los que delimitan el ámbito de la filosofía existencial en la que también se mueve Ricoeur.  Por ello su llamada a asumir, precisamente en ese ámbito, los resultados críticos de la filosofía de la sospecha le obliga a tomar postura frente a una filosofía fenomenológica que continúa entendiendo la conciencia individual como el punto de partida para una descripción existencial.  Para Ricoeur, la fenomenología tiene el gran mérito de haber descubierto la conciencia como un ámbito de sentido, constituido fundamentalmente por algo que las cosas no pueden aportar, por significaciones.  El problema, sin embargo, es que ese sentido que descubrimos en la conciencia es falso tal y como la conciencia lo posee; y, por ello, la fenomenología, que pretende básicamente ser una descripción de sentidos conscientes, es una metodología ingenua a la hora de acceder a la verdadera significación de nuestra vida.

Para Ricoeur, la hermenéutica implica una puesta entre paréntesis precisamente de aquello que la fenomenología gana con sus reducciones.  Para esta nueva hermenéutica, la explicación del sentido de la vida, ligada esencialmente a la técnica psicoanalítica, “comienza por una suspensión general de las propiedades de la conciencia.  Se trata de una anti-fenomenología que exige, no la reducción a la conciencia, sino la reducción de la conciencia”.  Dicho de otra forma, “si el sujeto no es el que yo creo que es, entonces es necesario perder la conciencia para encontrar el sujeto”.

 

·         Lenguaje y Sentido

 

La vida humana es significativa.  Ésta es la tesis central de la comprensión hermenéutica del hombre; y en ella se sitúa Ricoeur.  La realidad es eminentemente simbólica, y entenderla es conocer aquello de lo que es signo.  La visión hermenéutica, buscando un sentido que las cosas sólo simbolizan, entiende el mundo fundamentalmente como un mensaje codificado, cuyo sentido hay que desvelar para que toda la realidad se haga expresión verdadera, en definitiva, lenguaje comprendido.

En conclusión. La hermenéutica, siendo antropología en su intención, tiene que hacerse filosofía del lenguaje, si quiere entender lo que el hombre es, porque ese ser esta encerrado como una significación oculta en los productos de la humanidad, que son los signos con los que ella nos habla de sí misma.

Señala Ricoeur, que para la fenomenología “todo es significación, desde el momento en que todo se enfoca como el sentido de una vivencia a través del cual un sujeto se abre hacia lo trascendente”.  Pero la fenomenología olvida con ello que el lenguaje no es solamente expresión subjetiva, sino que, para que una expresión sea lingüística, el sujeto tiene que recurrir a un ámbito de significatividad válido, objetivado si se quiere en una lengua que tiene un carácter social, cultural, y en todo caso suprasubjetivo, sólo en la cual la expresión se hace verdaderamente significativa.

El estructuralismo parte de la distinción entre langue y parole.  Esta última es la expresión lingüística individual y concreta, lo que Ricoeur va a llamar l`événement, el acontecimiento en el que expresamos y nos referimos a algo; la lengua, por el contrario, es un conjunto de reglas que tiene el carácter de una institución social, que constriñe lo que queremos decir al modo en que puede ser dicho de forma que se entienda.  En ella se señala que los estados del sistema lingüístico (sincrónicos) tienen prioridad sobre, y definen las posibilidades de, su curso histórico (diacrónico) en el uso concreto que de él hacen los sujetos que hablan.  Esta prioridad hace que la significatividad del acto lingüístico dependa substancialmente de los caracteres formales de la lengua.

Ricoeur considera que la noción de estructura lingüística, tan útil como es para entender los fenómenos de sentido y significatividad, es radicalmente insuficiente para dar cuenta del carácter simbólico del lenguaje, por el que éste significa, no sólo por referir lo dicho a una estructura formal, sino también por referir lo que se dice a aquello de lo que se dice.  El lenguaje dice algo, y lo que dice está definido por las posibilidades que le ofrece la lengua; pero lo dice de algo, y sólo así hace significativa la estructura lingüística, al referirla a algo que está más allá de ella misma.  Aquí hemos de distinguir, según Ricoeur, la dimensión semiológica de la dimensión semántica del lenguaje.  En una dimensión el lenguaje es una estructura significativa cerrada, en la otra una referencia significante abierta.  Y a ésta se subordina la primera: el lenguaje es significativo con vistas a ser significante.

El análisis estructural, atendiendo a la constitución de la función simbólica del lenguaje, hace desaparecer de la significatividad todo misterio, muy especialmente aquel por el que se pretendía que el lenguaje fuese expresión de una vida, de una subjetividad, que a su través se abriese al mundo.  Y es bueno que ello sea así, allí donde queremos dilucidar que es lo que “constituye formalmente” la significatividad; pero no cuando atendemos a la realización de la función simbólica del lenguaje en un discurso significante.

No se trata, pues, de oponer a la lingüística estructural una fenomenología de la significación, se trata de abrir la una a la otra de modo que se haga justicia al carácter transubjetivo de la significatividad lingüística.

En el acto lingüístico, las posibilidades que nos ofrece la estructura formal de la lengua se ven recombinadas en una expresión libre en la que alguien se manifiesta en un producto personal a través de enunciados inéditos, un producto que es también interpersonal y comunicativo, en el que la comunidad social se articula, precisamente en el lenguaje, en torno a esa totalidad significativa que llamamos cultura; que no es sólo el resultado de una estructura formal, sino de la libre recombinación de esa estructura, libre juego que hace de la cultura expresión común de los individuos que la forman.

De esta discusión con el estructuralismo lingüístico, Ricoeur saca una idea de lenguaje que le va a servir como instrumento a la hora de precisar el sentido de lo que él entiende por hermenéutica.  El lenguaje no es un simple sistema simbólico formal, es más bien un acto significante que en todas sus referencias al mundo implica un sujeto que en él se expresa.  Y de este modo es símbolo la cultura, como expresión intersubjetiva en la que la pluralidad de sujetos se comprometen en una intercomunicación.  Y así, junto a la cultura, son también simbólicas todas sus producciones; constituye un ámbito de expresión que tiene la característica fundamental, más allá de su coherencia formal como lenguaje, de significar algo acerca de alguien a quien en último término se remiten todas las expresiones.  La realidad histórica no puede, pues, ser entendida por sí misma, sino que tiene que ser interpretada. Más allá de la inmediatez de la dicción, hay otro sentido, coimplicado como el doble sentido que constituye todo simbolismo, que es la fuente de la significatividad a la que tiene que dirigirse el esfuerzo hermenéutico.

Esto es lo que Ricoeur denomina la estructura del doble sentido como constitutiva del objeto hermenéutico: Denomino símbolo toda estructura de significación donde un sentido directo, primario, literal, designa por añadidura otro sentido indirecto, secundario, figurado, que no puede ser aprendido sino por el primero.

En toda expresión, junto a lo que se dice está implicado también quien la dice, la subjetividad que en ella se expresa a la vez que se oculta en todo lo que, por ser signo, es expresión de alguien.  La hermenéutica es la búsqueda de ese sujeto que se muestra y se esconde en el lenguaje.

Lo que constituye a la hermenéutica como un método esencialmente filosófico es que ella representa el verdadero camino de la reflexión. Que no es otra cosa, dice Ricoeur, que “el lazo entre la comprensión de los signos y la comprensión de sí”.

 

 

III.               ANÁLISIS DE LAS LECTURAS Y REFLEXIONES

 

Toda reflexión sobre asuntos del conocimiento necesariamente debe tomar en cuenta las contribuciones  del planteamiento hermenéutico, por la actitud teórica en la que se han generado y elaborado y, sobre todo, porque en él destacan las consideraciones acerca de la esencia interpretativa de la verdad.

El problema hermenéutico, la comprensión y la correcta interpretación de lo comprendido, tiene una historia compleja que se remonta a los orígenes de la misma historia.  De acuerdo con el Diccionario de Filosofía Harder (1966), en el Político de Platón, el adjetivo hermenéutike se refiere a la técnica de interpretación de los oráculos o los signos divinos ocultos, pero en Aristóteles, pierde ese sentido de interpretación de lo sagrado.  En su obra sobre la Interpretación,  él analiza la relación entre los signos lingüísticos y los pensamientos y la relación de éstos con las cosas.  Los estóicos,  por su parte, iniciaron una hermenéutica alegórica para permitir la interpretación de los contenidos racionales escondidos en los mitos.  También para Boecio, filósofo  latino, la hermenéutica o interpretación designaba la referencia del signo a su designado; pero mientras la relación entre el signo lingüístico  y el concepto era arbitraria, la que se da entre el concepto y el objeto es necesaria y universal.  Debido a la influencia del pensamiento religioso judeo-cristiano, durante la Edad Media y hasta la época moderna, la hermenéutica estuvo asociada a la técnica e interpretación de los textos bíblicos.  Pero, a partir de los siglos XVI y XVII, además de esa hermenéutica teológica, aparecen otras distintas: profana, orientada a la interpretación de los textos clásicos grecolatinos; jurídica e histórica.

Todo este desarrollo de la hermenéutica derivó en el siglo XIX en el arte general de la comprensión e interpretación convertido, especialmente, en el tema central del discurso de Schleiermacher.  Entre la hermenéutica tradicional – teológica, filológica y jurídica – y la corriente actual se presenta un punto de inflexión que no permite considerar a esta última como una mera continuación de la anterior.  Este cambio, iniciado por Nietzche y Heidegger, está representado – principalmente - por los trabajos de Gadamer y de Ricoeur, como lo plantean Barros y Hernández-Pacheco en los textos que fundamentan esta Memoria.

En su obra Verdad y Método, Gadamer trata de legitimar una forma de experiencia en su valor de verdad, buscándola donde se encuentre en procura de su legitimación y que franquea el ámbito de la metodología científica, en el sentido de superar los impedimentos que traban su curso: Abordar el problema de  la comprensión como un fenómeno que discurre por todas las referencias humanas al mundo.  Es la exposición de la experiencia propiciada por un dialogar  con la historia.  Así, su filosofía es experiencia hermenéutica, esto es, comprensión; y, a la vez, reflexión sobre la misma.  Al ser la hermenéutica filosófica comprensión, interpretación – y aplicación – del mundo, en una experiencia del mismo propiciada por la tradición a la que pertenecemos, su filosofía será reflexión sobre esa comprensión, que queda implicada en el mismo proceso reflexivo:  experiencia y reflexión se implican mutuamente.  La reflexión recae sobre la experiencia y suscita, también, una experiencia.

Tal como lo plantea el citado Diccionario de Filosofía Harder, anteriormente citado, Gadamer desarrolla las líneas abiertas por Heidegger hacia la plena relación de la hermenéutica y el lenguaje (el ser que puede ser comprendido es el lenguaje) y estudia el proceso  del círculo hermenéutico desde una rehabilitación de las nociones de pre-juicio y tradición.  Pero la comprensión – a diferencia de lo sostenido por Schleiermacher – no debe pretender que el intérprete ocupe el lugar del autor, sino que debe entenderse como una fusión de horizontes históricos.  Según acota Barros (p.41) y se expresa en la síntesis correspondiente de esta Memoria, para Gadamer la prudencia  - saber moral aristotélico – constituye un tipo diferente de conocimiento de sí mismo y del “otro”.... “se habla de comprensión cuando uno ha logrado desplazarse por completo en su juicio, a la plena concreción de la situación en la que tiene que actuar el otro”.  Es un instrumento  de intelección en el que se basa la mediación dialéctica entre tradición y situación concreta del intérprete.  Para comprender un texto no se puede prescindir de la situación hermenéutica:  cuando nos insertamos en el texto – desde la situación concreta que estemos viviendo – lo que interrogamos, interpretamos y comprendemos, bajo el enfoque de nuestra propia historicidad, es lo que nos permite exponer, comprobar y contrastar nuestros prejuicios.  Esto es, la referida fusión de horizontes.

Para Ricoeur, que con Gadamer es uno de los autores más significativos en la hermenéutica del siglo XX, la identidad entre la conciencia y la reflexión en sus contenidos, clave del pensamiento moderno, – apoyándose en el pensamiento de Descartes – es lo que Marx, Nietzche y Freud rompen con lo que se ha denominado la teoría de la sospecha: el carácter escondido de si esa identidad entre mi ser y los modos de su presencia a mí mismo, será o no una falsa conciencia.  Para ellos, la conciencia es el resultado de algo de lo que ella misma no es consciente: es la mentira respecto a sí misma.  Para Ricoeur es una vana pretensión pensar, con la misma certeza con la que se piensa la existencia, que uno es tal y como piensa que es.

Para él, la hermenéutica es una disciplina cuyo objetivo es el de identificar el ser del yo, que no debe reducirse a ser sólo sujeto del conocimiento sino que debe estar abierto a múltiples circunstancias vivenciales.  La meditación sobre sí mismo no proporciona una visión propia y verdadera del yo: “El cogito  - dice Ricoeur, citado por Hernández-Pacheco (p. 277)-, no es solamente una verdad tan vana como invencible... es como un lugar vacío que se llenó siempre por un falso cogito”.  No se puede conocer la conciencia en sí misma, sino regresando a sus objetivaciones, que tienen que ser interpretadas.  Pero en ese acto de interpretación se evidencia que esa objetivación del yo se ve dificultada por la interpretación de signos y símbolos, de la que es dependiente y condiciona su posibilidad.

De su posición con respecto al estructuralismo lingüístico, Ricoeur extrae una idea del lenguaje que le sirve para su interpretación de la hermenéutica: El lenguaje no es un simple sistema formal, es un acto significativo que en sus referencias  al mundo implica un sujeto que en él se expresa.  Así, es símbolo la cultura y, también, son simbólicas todas sus producciones.

Idalberto Chiavenato (2001. Pp. 26-27), en su aparte sobre la influencia de los filósofos en las ciencias administrativas, dice: Con el surgimiento de la filosofía moderna, la administración deja de recibir contribuciones e influencias filosóficas puesto que el objeto de estudio de la filosofía se aleja de los asuntos organizacionales.  No obstante, el mismo autor, plantea que para que el administrador pueda ejecutar  con eficacia el proceso administrativo debe contar, al menos, con tres tipos de habilidades necesarias: la técnica, la humana y la conceptual.   Por su parte, Stephen Robbins (1994.  Pp. 135-137), al abordar la dimensión  ética de las decisiones administrativas, se expresa sobre tres puntos de vista diferentes en relación a las normas éticas:  El utilitarista, en el cual sólo se toman decisiones con base en sus resultados o consecuencias; el de derechos, que se preocupa por el respeto y la protección de las libertades y privilegios individuales  - libertad de conciencia, de expresión, el proceso debido de ley -; y, de la teoría de justicia, que exige que los administradores impongan y hagan cumplir las reglas con justicia e imparcialidad.  Además, el citado autor señala que las diferencias sociales y culturales entre los países son factores ambientales importantes que definen el comportamiento ético y no ético.

Gadamer dice (Barros, p. 39) “... el saber moral... no es un saber objetivo, esto es, el que sabe no se enfrenta con una constelación de hechos que él se limitase a constatar, sino que lo que conoce le afecta inmediatamente.  Es algo que tiene que hacer”.  Igualmente, Gadamer (Pp. 466-468, citado por el Diccionario Harder) dice que bajo la forma de escritura todo lo transmitido se da simultáneamente  para cualquier presente.  En ella se da una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la conciencia presente tiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto se ha transmitido por escrito.  Es lo que él llama la comprensión como fusión de horizontes.

También, Díaz de Mariña (2002) plantea que el conocimiento... va en línea de dilucidar  la relación entre la tesis o teoría que se sostiene sobre el hecho administrativo, la ideología como el conjunto de supuestos básicos que subyace a la acción del hombre en las organizaciones y, la práctica social como el conjunto de acciones del quehacer administrativo, es decir la relación entre el lenguaje (la teoría), lo que se piensa (la ideología) y lo que se hace (la acción).

Ahora bien, tomando en cuenta esta relación así expresada, el hecho de que la habilidad conceptual manifestada por Chiavenato está, necesariamente, ligada a la idea de conceptuar, esto es, formar conceptos – como idea que concibe o forma el entendimiento-; la referencia a la ética presentada por Robbins y su relación con el saber moral de Gadamer y,  ese acceso que la conciencia tiene a todo cuanto se ha escrito y transmitido, se puede inferir la importancia del rol de la hermenéutica en propiciar un mejor entendimiento de las prácticas gerenciales, ya que como teoría de la verdad y el método que expresa la universalidad del fenómeno interpretativo desde la concreta y personal historicidad, es inherente al quehacer humano y a la realización de sus actos – tanto individuales como colectivos -  dentro de las organizaciones que determinan en gran medida su interacción social.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

Barros, N. (1989) Hermenéutica, Filosofía Práctica y Ciencias Humanas. Venezuela: Cuadernos Venezolanos de Filosofía.

 

Chiavenato, I. (2001) Introducción a la Teoría General de la Administración. México: Mc. Graw-Hill.

 

Díaz de Mariña, N. (2002) La Investigación en Ciencias Administrativas. Venezuela: copia mimeografiada

 

Gadamer, H-G.  (1999) Verdad y Método. España: Ediciones Sígueme.

 

Harder (1966) Diccionario de Filosofía; (en CD-ROM) España: Empresa Editorial Harder.

 

Hernández-Pacheco, J. (1996)  Corrientes Actuales de Filosofía. España: Editorial Tecnos, S.A.

 

Robbins, Stephen (1994) Administración.  Teórica y Práctica. México: Prentice-Hall  Hispanoamericana, S.A.