Carnap, Rudolf (1992): Autobiografía Intelectual. Buenos Aires: Paidós. Pp. 29-73.
1. EL DESARROLLO DE MI PENSAMIENTO
1. MIS AÑOS DE ESTUDIANTE
Nací el año 1891 en Ronsdorf, cerca de Barmen, en la Alemania
noroccidental. Mi padre, Johannes S. Carnap, procedía de una familia
de modestos tejedores, pero en el transcurso de una larga y laboriosa existencia
alcanzó una posición floreciente y respetada. Los antepasados
de mi madre, Anna Carnap, nacida en Dórpfeld, fueron enseñantes,
pastores y campesinos. Cuando era niño mi madre trabajó durante
años en un extenso libro sobre la vida, la obra y las ideas de su padre,
el enseñante y autor de escritos pedagógicos Friedrich W. Dórpfeld.
Ya entonces me fascinó la mágica actividad de reflejar el pensamiento
sobre el papel y la he amado hasta ahora.
Mis padres eran profundamente religiosos, su fe impregnaba toda su existencia.
Mi madre solía inculcarme la idea de que lo esencial de la religión
no era tanto la aceptación de un credo como vivir una vida intachable;
las convicciones de los demás, si buscaban seriamente la verdad, eran
para ella moralmente neutrales. Esta actitud la hacía muy tolerante con
las personas que tenían otras creencias.
Cuando mi hermana y yo alcanzamos la edad escolar, mi madre, que había
sido maestra, obtuvo el permiso para enseñarnos ella misma en casa, lo
que hizo durante tres años pero sólo durante una hora al día.
No creía mucho en la cantidad de lo que se había de enseñar;
su objetivo era más bien ayudarnos a adquirir un conocimiento claro e
interconectado de cada cosa y, sobre todo, a desarrollar la capacidad de pensar
por nosotros mismos.
Tras el fallecimiento de mi padre en 1898 nos trasladamos a Barmen. Allí
acudí al Gymnasium, cuyo currículum se basaba en las lenguas clásicas.
Las asignaturas que más me gustaban eran las matemáticas, que
me atraían por la exactitud de sus conceptos y la posibilidad de probar
los resultados mediante el puro razonamiento, y el latín, del que me
gustaba su estructura racional.
En 1909 nos trasladamos a Jena. De 19 10 a 1914 estudié en las Universidades
de Jena y de Friburgo. Primero me concentré en la filosofía y
en las matemáticas; más adelante me dediqué especialmente
a la física y a la filosofía. En la elección de los cursos
universitarios me guié exclusivamente por mis propios intereses, sin
pensar en los exámenes ni en una carrera profesional. Cuando un curso
no me gustaba, lo abandonaba y estudiaba la materia leyendo libros que versasen
sobre ella.
Del ámbito de la filosofía me interesaba especialmente la teoría
del conocimiento y la filosofía de la ciencia. Por otra parte, tras trabar
conocimiento con la lógica genuina en las clases de Frege, los cursos
y los tratados filosóficos sobre lógica me parecían obtusos
y totalmente obsoletos. Estudié la filosofía de Kant con Bruno
Bauch en Jena, en cuyo seminario discutimos minuciosamente La crítica
de la razón pura durante todo un año. Me impresionó profundamente
la concepción kantiana según la cual la estructura geométrica
del espacio está determinada por la forma de nuestra intuición;
los efectos de esta influencia son aún perceptibles en el capítulo
sobre el espacio intuitivo de mi tesis Der Raum (escrita en 1929, véase
la sección siguiente).
Recuerdo con especial agrado y gratitud los seminarios sobre filosofía,
educación y psicología de Hermann Nohl -a la sazón, joven
profesor en Jena-, incluso cuando en ocasiones el tema (por ejemplo la Rechtsphilosophie
de Hegel) se alejaba bastante de mis intereses principales. Mis amigos y yo
nos sentíamos particularmente atraídos por Noh1 porque, a diferencia
de la mayoría de profesores alemanes de la época, se interesaba
personalmente por la vida y el pensamiento de sus alumnos y porque en sus seminarios
y en conversaciones privadas intentaba proporcionarnos un conocimiento más
profundo de los filósofos, a partir de su actitud ante la vida ("Lebensgefühl")
y su substrato cultural.
En general, pienso que he aprendido más filosofía leyendo y en
conversaciones privadas que acudiendo a clases y a seminarios.
Disfruté enormemente con el estudio de las matemáticas. A diferencia
de las interminables controversias entre las diversas escuelas filosóficas,
en matemáticas los resultados podían probarse con exactitud sin
dar lugar a disputas ulteriores. Pero la inspiración más fecunda
que obtuve de las clases universitarias no proviene de la filosofía ni
de las matemáticas propiamente dichas, sino de las lecciones de Frege
acerca de la frontera entre ambas disciplinas, a saber: la lógica simbólica
y los fundamentos de las matemáticas.
Gottlob Frege (1848-1925) sólo era en aquella época, aunque pasaba
de los sesenta años, Professor Extraordinarius (profesor asociado) de
matemáticas en Jena. Su obra era prácticamente desconocida en
Alemania y ni los matemáticos ni los filósofos le prestaban atención.
Era evidente que Frege estaba profundamente desilusionado y a veces amargado
por ese silencio absoluto. Ninguna editorial estaba dispuesta a publicar su
obra principal, los dos volúmenes de los Grundgesetze der Arithmetik,
de ahí que tuviera que imprimirlos corriendo él mismo con los
gastos. Además, estaba el contratiempo del descubrimiento de Russell
de la famosa paradoja que lleva su nombre, que se daba tanto en el sistema fregeano
como en la teoría de conjuntos de Cantor. No recuerdo que en ninguna
de sus clases discutiera el problema de la paradoja y la cuestión de
las posibles modificaciones de su sistema que permitieran eliminarla. Pero,
a juzgar por el apéndice del segundo volumen, está claro que confiaba
en que se podría encontrar una vía satisfactoria para superar
la dificultad. No compartía el pesimismo con respecto a la "crisis
de fundamentos" de las matemáticas que a veces expresaban otros
autores.
En el otoño de 19 10 asistí por curiosidad al curso de Frege sobre
"Begriffsschrift" (notación conceptual, ideografía),
sin conocer del personaje ni de la materia otra cosa que las observaciones de
un amigo sobre alguien a quien le había parecido interesante. En el curso
nos encontramos un reducido número de alumnos y un Frege que parecía
mayor de lo que en realidad era. Era bajo, bastante tímido, extremadamente
introvertido, y apenas miraba a su auditorio. Normalmente sólo veíamos
su espalda mientras escribía los extraños diagramas de su simbolismo
en la pizarra y nos los explicaba. Jamás un estudiante le planteó
una pregunta u observación, ni durante las clases ni después;
la posibilidad de una discusión parecía fuera de lugar.
Hacia el final del semestre Frege indicó que la nueva lógica a
la que nos había introducido podía emplearse para la construcción
de toda la matemática, observación que despertó nuestra
curiosidad. En el semestre de verano de 1913 mi amigo y yo decidimos asistir
al curso de Frege "Begriffsschrift II". En aquella ocasión
el alumnado lo componíamos nosotros dos y un comandante jubilado del
ejército, aficionado a estudiar las nuevas ideas en matemáticas.
Fue este comandante quien me habló por primera vez de la teoría
de conjuntos de Cantor, que ningún profesor me había mencionado
jamás. Con este grupo reducido Frege se encontraba más a gusto
y se mostraba menos reservado. Tampoco se planteaban preguntas ni discusiones,
pero ocasionalmente hacía observaciones críticas sobre otras concepciones,
a veces con ironía e incluso con sarcasmo. Atacaba especialmente a los
formalistas, quienes afirmaban que los números eran meros símbolos
y, aunque sus principales obras no dejan entrever su sagaz ironía, existe
una deliciosa y breve sátira titulada Ueber die Zahlen des Herrn H. Schubert.
En este opúsculo se burlaba de la definición que daba H. Schubert
en un artículo sobre los fundamentos de las matemáticas, que había
aparecido como primer artículo del primer volumen de la primera edición
de la magna Enzyklopädie der mathematischen Wissenschaften. (Afortunadamente
en la segunda edición el artículo de Schubert fue sustituido por
una excelente aportación de Hermes y Scholz.) Frege comentó que
Schubert había descubierto un nuevo principio, al que Frege proponía
denominar "el principio de no distinción de lo distinto", y
mostraba además cómo este principio podía utilizarse de
manera provechosa para obtener las más asombrosas conclusiones.
En el curso avanzado sobre la "Begriffsschrift" Frege explicó
varias aplicaciones, entre ellas, algunas que no estaban reflejadas en sus obras,
como por ejemplo una definición de la continuidad y del límite
de una función y la distinción entre convergencia ordinaria y
convergencia uniforme. Todos estos conceptos se expresaban con la ayuda de cuantificadores,
que aparecían por primera vez en su sistema de lógica. También
efectuó una demostración del error lógico contenido en
la prueba ontológica de la existencia de Dios.
Si bien Frege daba numerosísimos ejemplos de aplicaciones interesantes
de su simbolismo en matemáticas, normalmente no abordaba problemas filosóficos
generales. A través de sus obras resulta evidente que percibía
la gran importancia filosófica del nuevo instrumento que había
creado, pero no transmitía una clara impresión de ello a sus alumnos.
Así, y pese a que yo estaba extremadamente interesado en su sistema de
lógica, no era consciente en aquel momento de su enorme relevancia filosófica.
Sólo mucho más tarde, cuando, tras la primera guerra mundial,
leí los libros de Frege y Russell con mayor atención, me di cuenta
del valor de la obra de Frege no sólo para los fundamentos de las matemáticas,
sino para la filosofía en general.
En el semestre de verano de 1914 asistí al curso de Frege "Logik
in der Mathematik", en el que examinó críticamente algunas
de las concepciones y formulaciones matemáticas corrientes. Se lamentaba
de que los matemáticos ni siquiera se plantearan la construcción
de un sistema matemático unificado y fundado en bases sólidas,
y mostraran así un claro desinterés por los fundamentos; además,
subrayó ciertas carencias en las formulaciones habituales de axiomas,
definiciones y pruebas incluso en las obras de los matemáticos más
eminentes. Como ejemplo de ello mencionaba la definición de Weyerstrass:
"un número es una serie de cosas de la misma clase" ("...
eine Reihe gleichartiger Dinge"). Criticaba especialmente la falta de atención
para con determinadas distinciones fundamentales, por ejemplo, la distinción
entre el símbolo y lo simbolizado, entre un concepto lógico y
una imagen o un acto mental y entre una función y su valor. Desgraciadamente,
incluso hoy en día sigue sin prestarse mucha atención a sus advertencias.
De entre todas las ciencias empíricas la que me resultaba más
atractiva era la física. Estaba profundamente impresionado por la posibilidad
de establecer leyes con relaciones numéricas exactas que permitían
ofrecer descripciones generales de los hechos -para así explicarlos-,
y predecir hechos futuros.
En 1913 inicié una investigación experimental en física
a propósito de mi tesis doctoral. El problema tenía que ver con
la emisión de electrones de un electrodo calentado en el vacío.
Era una tarea técnicamente difícil y lo cierto es que yo no era
un buen experimentador. Por ello la investigación progresaba lentamente,
hasta que terminó repentinamente en agosto de 1914. Estalló la
guerra y el profesor con quien estudiaba fue asesinado durante los primeros
días de la contienda.
También estaba interesado en otras áreas de conocimiento: leía
libros de diversas materias y meditaba sobre la conveniencia de estudiar algunas
de ellas más concienzudamente. Pero sólo asistí a clases
y seminarios de psicología, donde hice algún pequeño trabajo
experimental. Lo que me inquietaba de todos los campos de las ciencias experimentales,
excepto de la física, era la falta de claridad en la explicación
de los conceptos y en la formulación de las leyes, y el gran número
de hechos insuficientemente conectados.
Ya antes de ir a la universidad empecé a dudar gradualmente de las doctrinas
religiosas sobre el mundo, el hombre y Dios. Y una vez en ella me alejé
de estas creencias de manera mucho más deliberada y definitiva. Bajo
la influencia de libros y de conversaciones con amigos, me di cuenta de que
esas doctrinas, interpretadas literalmente, eran incompatibles con los resultados
de la ciencia moderna, especialmente con la teoría de la evolución
en biología y con el determinismo en física. A la sazón,
el movimiento librepensador estaba representado en Alemania por el Monistenbund
(sociedad de monistas), y estudié con ansia las obras de sus líderes,
por ejemplo el biólogo Ernst Haecke1 y el eminente químico Wilhelm
Ostwald. Pese a que la mayoría de estos libros no podían considerarse
como escritos filosóficos serios sino que más bien pertenecían
a la literatura popular, y pese a que desde el punto de vista de la teoría
del conocimiento sus formulaciones me parecían muchas veces bastante
primitivas, compartía su insistencia en que el método científico
era el único método para obtener un conocimiento bien fundado
y sistemáticamente coherente, así como su objetivo humanista de
mejorar la vida de la especie mediante procedimientos racionales.
La transformación de mis creencias básicas no ocurrió de
una manera repentina sino gradual. Primero desaparecieron las características
sobrenaturales de la religión. Cristo ya no aparecía como divino
sino como un hombre entre hombres, identificado como un importante adalid del
desarrollo de la moralidad humana. Después abandoné la idea de
Dios como ser personal aunque inmaterial, que interfería en el curso
de la naturaleza y de la historia para recompensar y castigar, idea que sustituí
por un determinado tipo de panteísmo. Esta concepción presentaba
ciertos rasgos spinozianos, que me llegaron no tanto de las obras del propio
Spinoza sino de las de hombres como Goethe, cuya obra, personalidad y Lebensweisheit
(sabiduría de la vida) tenía en gran estima. Puesto que mi panteísmo
estaba más influido por obras poéticas que filosóficas,
tenía una naturaleza más ética que teórica; es decir,
era más bien una cuestión de actitud hacia el mundo y mis semejantes
que de doctrinas explícitamente formuladas. Más adelante me convencí
cada vez más de que el panteísmo, si se toma como una doctrina
y no como una actitud ético-emocional, no puede justificarse científicamente
puesto que los hechos naturales, incluyendo los del hombre y la sociedad como
parte de la naturaleza, pueden explicarse mediante el método científico
sin necesidad de idea alguna de Dios.
Junto a la creencia en un Dios personal abandoné también la creencia
en la inmortalidad entendida como la supervivencia de un alma personal y consciente.
El factor principal de esta evolución fue la fuerte impresión
que me causó la continuidad de la visión científica del
mundo. El hombre se había desarrollado gradualmente a partir de formas
orgánicas inferiores sin cambios repentinos. Pues bien, si todos los
procesos mentales están íntimamente conectados con el cerebro,
¿cómo pueden continuar cuando el cuerpo se desintegra? Así
llegué paulatinamente a una clara concepción naturalista: todo
cuanto ocurre forma parte de la naturaleza, el hombre es un organismo superior
y muere como todos los demás organismos. Quedaba la cuestión de
explicar el hecho histórico de que la creencia en uno o varios dioses
y en la inmortalidad estaba muy extendida en todas las culturas conocidas. Por
supuesto, éste no era un problema filosófico sino histórico
y psicológico, y gradualmente encontré una respuesta basada en
los resultados antropológicos relativos a la evolución histórica
de las concepciones religiosas. Mucho más tarde me formé una idea
bastante más precisa de la visión individual del mundo a través
de los resultados de las investigaciones de Freud, especialmente su descubrimiento
del origen de la idea de Dios como sustituto del padre.
Puesto que durante mi infancia pude experimentar el efecto positivo de una religión
viva en las vidas de mis padres y en la mía propia, mi respeto por cualquier
persona a la que tenga en alta estima no disminuye por el hecho que ésta
abrace alguna forma de religión, tradicional o de cualquier otra índole.
En el presente grado de desarrollo de nuestra cultura, mucha gente aún
necesita símbolos e imágenes religioso-mitológicos. Me
parece erróneo privarles del consuelo que obtienen de estas ideas y más
aún ridiculizarles.
Un asunto totalmente diferente es la cuestión de la teología,
entendida aquí como un sistema de doctrinas, distinta de un sistema de
valores y preceptos para la vida. La teología sistemática afirma
representar el conocimiento acerca de presuntos seres de orden sobrenatural.
Una afirmación de este tipo debe examinarse de acuerdo con los mismos
parámetros rigurosos que se aplican a cualquier otro presunto conocimiento.
A mi entender, en la actualidad, este examen muestra claramente que la teología
tradicional es un vestigio de tiempos pretéritos, totalmente al margen
de la manera científica de pensar propia de este siglo.
Cualquier sistema de dogmas teológicos tradicionales admite diferentes
interpretaciones. Si se toman en sentido directo y literal -es decir, de acuerdo
con una interpretación al pie de la letra de las afirmaciones de la Biblia
u otras "sagradas escrituras"-, la mayoría de dogmas quedan
refutados por los resultados de la ciencia. Si, por otra parte, se rechaza esta
tosca interpretación literal y se adopta en su lugar una reformulación
refinada que sitúe las cuestiones teológicas fuera del marco del
método científico, sucede que los dogmas adquieren el mismo carácter
que los enunciados de la metafísica tradicional. Como más tarde
explicaré, en mi desarrollo filosófico llegué primero a
la intuición de que los principales enunciados de la metafísica
tradicional están fuera del ámbito de la ciencia y que son irrelevantes
para el conocimiento científico, y, posteriormente, al convencimiento
más radical de que carecen de cualquier contenido cognitivo. Desde entonces
estoy convencido de que lo mismo sucede con la mayoría de enunciados
de la teología cristiana contemporánea.
La transformación y el abandono final de mis convicciones religiosas
en ningún momento me llevaron a una actitud nihilista con respecto a
las cuestiones morales. Mis valores morales continuaron siendo, después
de todo, esencialmente los mismos de antes. No resulta fácil describir
estos valores en pocas palabras, puesto que no se basan en principios explícitamente
formulados sino que más bien constituyen una actitud implícita
constante. Así pues, lo que sigue debe entenderse puramente como una
aproximación concisa y escueta a algunas características básicas:
en mi opinión la tarea principal de un individuo consiste en el desarrollo
de su personalidad y en la creación de relaciones fecundas y sanas entre
los seres humanos. Este objetivo implica cooperar en el avance de la sociedad
-y en último término de toda la humanidad hacia una comunidad
en la que cada individuo tenga la posibilidad de llevar una vida satisfactoria
y de participar de los bienes culturales. El que no sepa que al final morirá
no debe hacer que su vida carezca de sentido y de objetivos; uno da sentido
a su vida si se fija trabajos, lucha para llevarlos a cabo lo mejor que puede
y considera todas las tareas de todos los individuos como parte de la gran tarea
de la humanidad, cuyo objetivo trasciende la limitada proyección de cada
vida individual.
El estallido de la guerra en 1914 fue para mí una catástrofe incomprensible.
El servicio militar era contrario a mi forma de ser, pero entonces lo acepté
como un deber, considerándolo necesario para salvar a la patria. Antes
de la guerra ni yo ni la mayoría de mis amigos nos interesábamos
por las cuestiones políticas, a las que no prestábamos atención.
Teníamos algunas ideas generales, entre las que se incluía una
organización justa, armoniosa y racional tanto en la esfera nacional
como internacional, pero nos percatamos de que el orden político y económico
existente no coincidía con estos ideales, y aún menos el método
habitual de resolver los conflictos de intereses entre las naciones mediante
la guerra. Así, el carácter general de nuestro pensamiento político
era pacifista, antimilitarista, antimonárquico, quizá también
socialista, pero no pensábamos demasiado en el problema de cómo
llevar a cabo estos ideales mediante la acción práctica. La guerra
destruyó repentinamente nuestra ilusión de que todo estaba ya
en el buen camino del progreso continuo.
Durante los primeros años de la guerra estuve en el frente la mayor parte
del tiempo; en el verano de 1917 me destinaron a Berlín. Seguía
siendo un oficial del ejército, pero actuaba como físico en una
institución militar que trabajaba en el desarrollo de un nuevo telégrafo
inalámbrico y, hacia el final de la guerra, en el desarrollo del teléfono
inalámbrico. En Berlín tuve la oportunidad de estudiar los problemas
políticos leyendo y hablando con amigos; mi propósito era entender
las causas de la guerra y las posibles formas de ponerle fin y de evitar guerras
futuras. Observé que en varios países los partidos obreros eran
los únicos grupos de masas que habían conservado algún
vestigio de los objetivos del internacionalismo y de la actitud antibelicista.
Gradualmente accedí a una comprensión más clara de la conexión
entre el orden internacional y el económico, y empecé a estudiar
con mayor detenimiento las ideas del movimiento obrero socialista. También
envié circulares para que un mayor número de amigos y conocidos
pudieran discutir estos problemas.
Tanto mis amigos de Berlín como yo mismo saludamos la revolución
alemana, cuando menos por su efecto negativo: la liberación de los viejos
poderes. De igual manera habíamos saludado un año antes la revolución
rusa. En ambos casos teníamos alguna esperanza de futuro mezclada con
dudas; en ambos casos, comprobamos algunos años después que los
elevados ideales prometidos no se habían cumplido.
Ni siquiera durante la guerra descuidé totalmente mis intereses científicos
y filosóficos. En 1917, durante un período de calma en el frente
occidental, leí varios libros de diversas materias: por ejemplo, acerca
de la situación mundial y las grandes cuestiones políticas, problemas
de Weltanschauung, poesía, y también ciencia y filosofía.
En aquella época conocí la teoría de la relatividad de
Einstein y me impresionó y entusiasmó profundamente la magnífica
simplicidad y la enorme potencia explicativa de sus principios básicos.
Más tarde, en Berlín, estudié la teoría de la relatividad
con mayor detenimiento y me interesaron especialmente los problemas metodológicos
relacionados con ella. También escribí y envié circulares
acerca de la teoría a algunos amigos, incluyendo bien un artículo
o un pequeño libro de Einstein o de otros autores y añadiendo
explicaciones detalladas con la ayuda de diagramas. De esa forma trataba de
compartir con amigos el gran deleite intelectual que me proporcionaba la teoría.
2. EL INICIO DE MI ACTIVIDAD FILOSÓFICA
Después de la guerra viví un tiempo en Jena y más tarde
en Buchenbach, cerca de Friburgo. En este período, pasé primero
mis exámenes y después empecé mi propia investigación
filosófica, al principio en un aislamiento relativo y posteriormente
en contacto con Reichenbach y otros que trabajaban en una dirección similar.
Este período acabó en 1926, cuando fui a Viena y me uní
al Círculo de Viena.
Antes de la guerra estudié en función de mis intereses sin ningún
plan práctico definido. Tenía la idea de que algún día
sería profesor universitario, pero no había decidido si de filosofía
o de física. Cuando regresé, tras servir durante más de
cuatro años en la guerra, seguía estando igualmente interesado
en ambos campos. Sin embargo, entonces ya veía claro que no deseaba hacer
trabajo experimental en física, puesto que mi inclinación y mis
capacidades eran puramente teóricas. Así pues, traté de
combinar mis intereses en física teórica y en filosofía.
Allá por el año 1919 estudié la gran obra Principia Mathematica
de Whitehead y Russell, que Frege había mencionado algunas veces en sus
clases, y quedé profundamente impresionado por el desarrollo que en ella
se hacía de la teoría de las relaciones. En el sistema fregeano
también se encontraban los principios de una lógica simbólica
de relaciones, pero en los Principia Mathematica la teoría se desarrollaba
de forma muy extensa y se representaba mediante una notación mucho más
práctica. Empecé a emplear la notación simbólica
en mi propio pensamiento sobre los problemas filosóficos o en la formulación
de sistemas axiomáticos, más a menudo en la forma de los Principia
que en la de Frege. Cuando reflexionaba sobre un concepto o una proposición
surgida en una discusión científica o filosófica, pensaba
que la había entendido claramente sólo cuando consideraba que
podía expresarla, si así lo deseaba, en lenguaje simbólico.
Naturalmente, sólo efectuaba la simbolización en casos especiales
en los que me parecía necesaria o útil.
Concretamente, empecé a construir un sistema axiomático para una
teoría física del espacio y del tiempo, utilizando como punto
de partida dos relaciones: la coincidencia C de puntos del universo de dos elementos
físicos, y la relación temporal T entre los puntos del universo
del mismo elemento físico. Creía que podía desarrollar
este sistema axiomático en una tesis doctoral sobre física teórica.
Escribí un breve esbozo titulado "Fundamentos axiomáticos
de la cinemática" y se lo enseñé al profesor Max Wien,
el director del Instituto de Física de la Universidad de Jena. Tras darle
algunas explicaciones adicionales, me dijo que podía ser un proyecto
interesante, pero no en física. Me sugirió que lo mostrase al
profesor Bruno Bauch, con quien yo había estudiado filosofía.
Bauch se mostró más interesado, pero su opinión final fue
que ese proyecto pertenecía más a la física que a la filosofía.
Me aconsejó que lo enseñase al profesor Wien; finalmente acordamos
que yo elegiría otro proyecto relacionado con la filosofía, esto
es, los fundamentos filosóficos de la geometría.
Esta experiencia con el proyecto de mi tesis, que no parecía ajustarse
ni a la física ni a la filosofía, me hizo ver claro por primera
vez con qué dificultades tendría que habérmelas constantemente
en el futuro. Si uno está interesado en las relaciones entre campos que,
a tenor de las divisiones académicas al uso, pertenecen a departamentos
diferentes, no se le acogerá como "constructor de puentes",
como podría esperar, sino que ambas partes tenderán a considerarlo
un extraño y un intruso inoportuno.
En mi tesis doctoral, Der Raum [1921], traté de mostrar que las teorías
contradictorias relativas a la naturaleza del espacio sostenidas por matemáticos,
filósofos y físicos se debían a que estos autores trataban
de cuestiones totalmente diferentes aunque empleasen el mismo término
"espacio". Distinguí tres significados de este término:
espacio formal, espacio intuitivo y espacio físico. El espacio formal
es un sistema abstracto, construido en matemáticas y más precisamente
en la lógica de relaciones; por tanto nuestro conocimiento del espacio
formal es de naturaleza lógica. En aquella época, bajo la influencia
de Kant y de los neokantianos, especialmente Natorp y Cassirer, se consideraba
el espacio intuitivo basado en la "intuición pura" e independiente
de la experiencia contingente. Pero, a diferencia de Kant, limité las
características del espacio intuitivo aprehendido por la intuición
pura a ciertas propiedades topológicas: la estructura métrica
(en la visión de Kant, la estructura euclídea) y la tridimensionalidad
que, en mi opinión, no era puramente intuitiva, sino más bien
empírica. El conocimiento del espacio físico lo consideraba, empero,
totalmente empírico, de acuerdo con empiristas como Helinholtz y Schlick.
En concreto, me ocupé del papel de la geometría no euclidiana
en la teoría de Einstein.
Mi obra filosófica empezó con la tesis doctoral que acabo de mencionar.
Los hombres que habían dejado mayor huella en mi pensamiento filosófico
eran Frege y Russell. Frege me influyó primero con sus clases y posteriormente,
quizás aún en mayor medida, con sus obras, la mayoría de
las cuales leí una vez acabada la guerra. En 1920 estudié su obra
principal, Die Grundgesetze der Arithmetik (2 volúmenes, de 1893 y 1903).
De Frege aprendí el cuidado y la claridad en el análisis de los
conceptos y las expresiones lingüísticas, la distinción entre
las expresiones y lo que éstas designan y, relacionado con esto último,
la diferencia entre lo que Frege denominaba "Bedeutung" (denotación
o nominatum) y lo que llamaba "Sinn" (sentido o significatum). A partir
de su análisis llegué a la convicción de que el conocimiento
matemático es analítico en el sentido general de tener esencialmente
la misma naturaleza que el conocimiento lógico. Más adelante explicaré
cómo este criterio se radicalizó y precisó, principalmente
a causa de la influencia de Wingenstein.
Otra concepción, que deriva esencialmente de Frege, me parece de capital
importancia: compete a la lógica y a las matemáticas, dentro del
sistema total del conocimiento, establecer las formas de los conceptos, de los
enunciados y de las inferencias, formas que una vez establecidas pueden aplicarse
a cualquier ámbito, incluso al del conocimiento no lógico. De
estas consideraciones se sigue que la naturaleza de la lógica y las matemáticas
sólo puede comprenderse claramente si se presta una minuciosa atención
a su aplicación en campos no lógicos, especialmente en la ciencia
empírica. Pese a que la mayor parte de mi obra pertenece a los ámbitos
de la lógica pura y de los fundamentos lógicos de las matemáticas,
en mi pensamiento se concede gran importancia a la aplicación de la lógica
al conocimiento no lógico. Este punto de vista es un factor importante
en la motivación de algunas de mis concepciones filosóficas, por
ejemplo, la elección de formas de lenguajes y la insistencia en la distinción
fundamental entre conocimiento lógico y no lógico. Esta última
concepción, que comparto con muchos filósofos contemporáneos,
difiere de la de algunos lógicos como Tarski y Quine, con quienes coincido
en muchas otras cuestiones básicas. De Frege aprendí la exigencia
de formular las reglas de inferencia lógica sin referencia alguna al
significado, pero también la gran importancia del análisis del
significado. Creo que éstas son las raíces de mis intereses filosóficos:
por un lado la sintaxis lógica, y por otro aquella parte de la semántica
que puede considerarse como teoría del significado.
Mientras que Frege ejerció en mí la mayor influencia en los ámbitos
de la lógica y la semántica, en mi pensamiento filosófico
en general aprendí más de Bertrand Russell. En el invierrio de
1921 leí su libro Our Knowledge of the External World, as a Field For
Scientific Method in Philosophy. Algunos de sus pasajes me causaron una viva
impresión porque en ellos se formulaba clara y explícitamente
una visión del objetivo y el método de la filosofía que
yo había sostenido implícitamente durante un tiempo. En el prefacio
Russell habla "del método lógico-analítico de la filosofía"
y alude a la obra de Frege como el primer examen completo de este método.
Y en las últimas páginas del libro ofrece una caracterización
más o menos resumida de su método filosófico con las siguientes
palabras:
"el estudio de la lógica se convierte en el estudio central de la
filosofía: proporciona el método de investigación en filosofía,
como las matemáticas proporcionan en la física ...
Se debe abandonar el presunto conocimiento de los sistemas tradicionales y empezar
uno nuevo. [ ... ] Sobre el ya numeroso y creciente colectivo de hombres empeñados
en la investigación científica [ ... ] el nuevo método,
que ya ha cosechado éxitos en problemas no resueltos durante siglos,
como el número, el infinito, la continuidad, el espacio y el tiempo,
debe ejercer un reclamo que no han logrado los métodos antiguos. [ ...
] La sola y única condición que creo necesaria para asegurar que
la filosofía supere en un futuro cercano todo lo logrado hasta ahora
por los filósofos es la creación de una escuela de hombres con
formación científica e intereses filosóficos, desvinculada
de las tradiciones pasadas y no extraviada por los métodos literarios
de aquellos que imitan a los antiguos en todo, excepto en sus méritos".
Me sentí como si esa llamada estuviera personalmente dirigida a mí,
de manera que desde aquel momento mi tarea iba a consistir en trabajar con ese
espíritu. De hecho, la aplicación del nuevo instrumento lógico
para el análisis de los conceptos científicos y la clarificación
de los problemas filosóficos ha sido el objetivo esencial de mi actividad
filosófica.
Empecé entonces el estudio intensivo de los libros de Russell sobre la
teoría del conocimiento y la metodología de la ciencia. Debo mucho
a su obra, no sólo en lo que atañe al método filosófico,
sino también a la solución de determinados problemas.
Continué ocupándome también de la lógica simbólica.
Puesto que los Principia Mathematica no eran un texto del que pudiera disponer
con facilidad, empecé a trabajar con un libro de texto de lógica
simbólica. No había ningún ejemplar de los Principia en
la biblioteca de la Universidad de Friburgo, y comprar un ejemplar nuevo estaba
fuera de mi alcance debido a la inflación en Alemania. Puesto que mis
esfuerzos por encontrar un ejemplar de segunda mano en Inglaterra fueron vanos,
pregunté a Russell si podía ayudarme a encontrar alguno. En lugar
de ello, Russell me envió una larga lista de 35 páginas, escrita
de su puño y letra, que contenía todas las definiciones más
importantes de los Principia, lista que todavía conservo como una de
mis posesiones más preciadas. En 1924 escribí la primera versión
de lo que más tarde sería el libro Abriss der Logistik [1929],
basado en los Principia. Su principal objetivo no era solamente proporcionar
un sistema de lógica simbólica, sino también mostrar su
aplicación al análisis de los conceptos y la construcción
de sistemas deductivos.
Entre todos los que trabajaban en Alemania en una dirección análoga
en filosofía o en los fundamentos de la ciencia, Hans Reichenbach era
el único cuya visión filosófica se asemejaba a la mía.
Reichenbach era a la sazón ayudante de física en el Instituto
Tecnológico de Sttutgart. Ambos procedíamos del campo de la física
y teníamos el mismo interés en sus fundamentos filosóficos,
y especialmente en los problemas metodológicos creados por la teoría
de la relatividad de Einstein. Además, teníamos intereses comunes
en teoría del conocimiento y en lógica. Al principio nuestra comunicación
era sólo epistolar, de manera que no nos conocimos personalmente hasta
marzo de 1923, con ocasión de una pequeña conferencia en Erlangen
que organizamos con unas cuantas personas más que como nosotros trabajaban
en el campo de la lógica simbólica y su utilización para
el desarrollo de una filosofía científica. Entre los participantes
estaban Heinrich Behmann, Paul Hertz y Kurt Lewin. Se presentaron ponencias
sobre lógica pura, por ejemplo, en torno a un nuevo simbolismo, el problema
de la decisión, las estructuras relacionales y lógica aplicada,
como la relación entre los objetos físicos y los datos de los
sentidos, una teoría del conocimiento sin metafísica, una teoría
comparativa de las ciencias, la topología del tiempo y el uso del método
axiomático en física. Nuestras opiniones divergían bastante
en algunas ocasiones, por lo que los debates fueron muy intensos y en ocasiones
acalorados. Sin embargo, había una actitud básica común
y el objetivo de desarrollar un método válido y riguroso en filosofía.
Nos satisfizo comprobar que en Alemania había un considerable número
de hombres que trabajaban en pos de ese mismo objetivo. La Conferencia de Erlangen
puede considerarse como un pequeño pero significativo hito en el movimiento
de la filosofía científica en Alemania.
Tras la Conferencia de Erlangen me reuní varias veces con Reichenbach.
Cada uno de nosotros, cuando se nos ocurrían nuevas ideas, consideraba
al otro como el mejor crítico. Puesto que Reichenbach permanecía
en estrecho contacto con la física mediante su labor docente y su investigación,
mientras que yo me concentraba en otros campos, solía pedirle que me
explicase los avances recientes, como por ejemplo los de la mecánica
cuántica. Sus explicaciones eran siempre excelentes, y exponía
con gran claridad los puntos esenciales. Algunas veces le expliqué los
avances en determinados problemas de lógica o a propósito de los
fundamentos lógicos de las matemáticas.
Yo proseguía mi trabajo acerca de los fundamentos de la física.
En un artículo sobre el cometido de la física [1923] imaginé
que el sistema físico ideal podía sintetizarse en tres volúmenes:
el primero contendría las leyes físicas básicas representadas
como un sistema axiomático formal; el segundo el diccionario fisico-fenoménico,
es decir, las reglas de correspondencia entre las cualidades observables y las
magnitudes físicas y el tercero las descripciones del estado físico
del universo desde dos puntos temporales arbitrarios. A partir de esas descripciones,
junto con las leyes contenidas en el primer volumen, se podría deducir
el estado del mundo desde cualquier otro punto temporal (forma determinista
de Laplace), y de ese resultado se podrían derivar -con la ayuda de las
leyes de correspondencia- las cualidades observables desde cualquier posición
en el espacio y el tiempo. La distinción entre las leyes representadas
como axiomas formales y las correlaciones con los elementos observables se resumió
y se desarrolló muchos años más tarde en conexión
con el lenguaje teórico.
En un artículo posterior [1924] analicé la estructura de la determinación
causal en física y su conexión con la estructura del espacio.
Mi actitud fuertemente convencional en ese artículo y en el esbozo de
1923 estaba influida por los libros de Poincaré y de Hugo Dingler. Sin
embargo, no compartía el convencionalismo radical de este último
y menos aún su rechazo de la teoría general de la relatividad
de Einstein.
En aquella época volví a trabajar en el sistema axiomático
de topología espacio-temporal (sistema C-7), cuyos fundamentos filosóficos
expliqué en un escrito de [1925]. Las ideas principales eran, primero,
que el orden espacial de los acontecimientos se basa en la estructura de la
conexión causal o relación de señal, en el sentido que
la distancia espacial entre dos cuerpos es mayor cuanto más tiempo precisa
una señal para desplazarse del uno al otro, y en segundo lugar, que la
relación de señal puede definirse a su vez sobre la base de la
relación temporal "antes que" .
En aquel período escribí también una monografía,
Physikalische Begriffsbildung [19261. Entre otras cosas detallaba en ella la
forma de las reglas que deben fijarse para especificar una magnitud física
cuantitativa. Además, describí el mundo de la física como
un sistema abstracto de cuádruplos de números reales ordenados
con los que se coordinaban valores de diversas funciones; los cuádruplos
representaban los puntos espacio-temporales, y las funciones representaban las
magnitudes de estado físicas. Esta concepción abstracta del sistema
de la física se elaboró posteriormente en mi trabajo sobre el
lenguaje teórico.
Desde 1922 a 1925 dediqué la mayor parte de mi trabajo filosófico
a consideraciones que luego se convirtieron en el libro Der logische Aufbau
der Welt [1928-1].
Inspirado por la descripción de Russell del objetivo y del método
de la filosofía futura, intenté a menudo analizar conceptos del
lenguaje ordinario referidos a cosas de nuestro entorno y sus propiedades y
relaciones observables, así como construir definiciones de esos conceptos
con la ayuda de la lógica simbólica. Aunque en mi procedimiento
me guiaba por los hechos psicológicos relativos a la formación
de conceptos de cosas materiales a partir de la percepción, mi verdadero
objetivo no era la descripción de este proceso genético, sino
más bien su reconstrucción racional; esto es, una descripción
esquematizada de un proceso imaginario, consistente en pasos prescritos racionalmente,
que condujesen esencialmente a los mismos resultados que el proceso psicológico
real. Así, por ejemplo, las cosas materiales se perciben inmediatamente
como cuerpos tridimensionales; por otra parte, en el procedimiento sistemático
deben construirse a partir de una secuencia temporal de formas en cambio continuo
en el campo visual bidimensional. Al principio hice mi análisis a la
manera convencional, pasando de los componentes complejos a componentes cada
vez más pequeños, por ejemplo, de cuerpos materiales a campos
visuales instantáneos, de ahí a manchas de color, y finalmente
a posiciones singulares en el campo visual.
De esa forma el análisis conducía a lo que Ernst Mach llamaba
los elementos; mi utilización de este método probablemente estaba
influida por Mach y los filósofos fenomenalistas, aunque me daba la impresión
de que era el primero en tomarme en serio la doctrina de estos filósofos.
No me satisfacían sus habituales afirmaciones generales del tipo "un
cuerpo material es un complejo de sensaciones visuales, táctiles y otras",
pero realmente intentaba construir esos complejos para mostrar su estructura.
La herramienta que me parecía necesaria para describir la estructura
de cualquier complejo era la nueva lógica de relaciones formulada en
los Principia Mathematica. Mientras trabajaba en estos problemas concretos era
consciente de que este objetivo último resultaba inalcanzable para una
sola persona, pero aún así consideré tarea propia dar cuando
menos un esbozo de la construcción total y mostrar, mediante soluciones
parciales, la naturaleza del método a aplicar.
Se produjo un cambio de perspectiva cuando, influido por la psicología
de la Gestalt de Wertheimer y Köhler, me di cuenta de que el método
habitual de analizar las cosas materiales en datos de los sentidos separados
era inadecuado, de que un campo visual instantáneo y quizás incluso
una experiencia instantánea total se dan como una unidad, mientras que
los datos de los sentidos presuntamente simples son el resultado de un proceso
de abstracción. Así pues, tomé como elementos experiencias
instantáneas totales -o vivencias elementales- (Elementarerlebnisse)
en lugar de datos sensoriales simples. Desarrollé un método denominado
"cuasi-análisis" que conducía, basándose en la
relación de similaridad entre experiencias, a la construcción
lógica de aquellas entidades que normalmente se concebían como
componentes. Partiendo de algunas relaciones primitivas entre experiencias,
el método del cuasi-análisis llevaba paso a paso a los diversos
campos sensoriales: primero al campo visual, después a las posiciones
en el campo visual, a los colores y su sistema de semejanza, el orden temporal,
etcétera. Más adelante se construían las cosas percibidas
en el espacio perceptivo tridimensional, entre ellas aquella cosa particular
que normalmente se llama mi cuerpo, y los cuerpos de otras personas. Y posteriormente
se construían las llamadas otras mentes, es decir, los estados mentales
atribuidos a otros cuerpos en función de su comportamiento, en analogía
con la experiencia de los estados mentales propios.
Omitiendo ulteriores detalles del sistema, intentaré esbozar una descripción
general del mismo que me parece importante para comprender mi actitud básica
respecto de las formas tradicionales de pensamiento filosófico. Desde
mis años de estudiante me ha gustado hablar con amigos de los problemas
generales de la ciencia y de la vida práctica en conversaciones que muchas
veces remitían a cuestiones filosóficas, ya que ellos, aun sin
ser filósofos profesionales, tenían intereses filosóficos
y trabajaban en ciencias naturales o en humanidades. Sólo un tiempo después,
cuando trabajaba en la Logischer Aufflau, me percaté de que en las conversaciones
con mis diversos amigos había empleado lenguajes filosóficos diferentes,
adaptándome a sus formas de pensar o de hablar.
Con un amigo podía hablar en un lenguaje que podía caracterizarse
como realista o incluso materialista; en ese caso considerábamos el mundo
como algo formado por cuerpos, y estos, formados por átomos; concebíamos
las sensaciones, pensamientos y emociones como procesos psicológicos
que se daban en el sistema nervioso y, en último término, como
procesos físicos. No es que el amigo mantuviese o siquiera considerase
la tesis materialista, sino que usábamos una forma de hablar que podría
denominarse materialista. En una conversación con otro amigo, yo podía
adaptarme a su tipo de lenguaje idealista: en ese caso considerábamos
la cuestión de cómo las cosas debían construirse a partir
de lo dado. Con algunos empleaba un lenguaje que podría definirse como
nominalista, con otros usaba de nuevo un lenguaje fregeano con entidades abstractas
de varios tipos, como propiedades, relaciones, proposiciones, etc., un lenguaje
al que algunos autores contemporáneos llaman platónico.
Me sorprendió constatar que algunos considerasen esta variedad de mi
forma de hablar como algo discutible e incluso inconsistente. Mi pensamiento
se había beneficiado de valiosas sugerencias procedentes de filósofos
y científicos adscritos a diversos credos filosóficos y cuando
me preguntaban por mis propias posiciones filosóficas era incapaz de
responder. Sólo podía decir que en general mi forma de pensar
estaba próxima a la de los físicos y a la de los filósofos
que estaban en contacto con el trabajo científico. Sólo gradualmente,
con el transcurrir de los años, me he dado cuenta de que mi forma de
pensar era neutral con respecto a las controversias tradicionales, como por
ejemplo realismo versus idealismo, nominalismo versus platonismo (realismo de
los universales), materialismo versus espiritualismo, etcétera.
Cuando desarrollé el sistema de la Aufbau, en realidad me traían
sin cuidado las diversas formas de lenguaje filosófico que utilizaba,
porque para mí eran simplemente formas de hablar y no formulaciones o
posiciones. Por ello, en la descripción que hice en el libro del sistema
de construcción o constitución empleé, además del
lenguaje neutral de la lógica simbólica, tres lenguajes más
para facilitar la comprensión del lector, a saber: en primer lugar, una
simple traducción de la fórmula simbólica de la definición
a lenguaje común; en segundo lugar, la correspondiente formulación
en lenguaje realista, como se acostumbra a hacer en ciencias naturales; y en
tercer lugar, una reformulación de la definición como una regla
operacional para un procedimiento de construcción aplicable por cualquiera,
ya fuese el sujeto trascendental de Kant o un ordenador.
El sistema de conceptos estaba construido sobre una base fenomenalista, cuyos
elementos básicos, como ya hemos dicho, eran las experiencias. Sin embargo,
indicaba también la posibilidad de un sistema total de conceptos sobre
fases fisicalistas. La motivación principal de mi elección de
una base fenomenalista era la intención de representar no sólo
las relaciones lógicas entre los conceptos, sino también las relaciones
epistemológicas, igualmente importantes. El sistema trataba de proporcionar,
si no una descripción, cuando menos una reconstrucción racional
de los verdaderos problemas de la formación de los conceptos. La elección
de una base fenomenalista estaba influida por algunos filósofos alemanes
empiristas o positivistas de finales del siglo pasado a los que había
estudiado con interés: en primer lugar Ernst Mach, y después Richard
Avenarius, Richard von Schubert-Soldern y Wilhelm Schuppe. Para la construcción
de conceptos científicos sobre una base fenomenalista encontré
fecundas sugerencias en los trabajos de Mach y Avenarius y, sobre todo, en las
construcciones lógicas de Russell. Con respecto al problema de la base,
mi actitud era una vez más ontológicamente neutral; para mí
se trataba simplemente de elegir la base más adecuada para el sistema
a construir, fuese ésta una base fenomenalista o fisicalista. Las tesis
ontológicas de las doctrinas tradicionales de la fenomenología
o el materialismo no eran, para mí, algo a considerar.
Esta actitud neutral con relación a las diversas formas de lenguaje filosófico,
basada en el principio de que cada uno es libre de utilizar el lenguaje más
adecuado a su objetivo, ha permanecido inalterable durante toda mi vida. En
Logical Syntax lo formulé como el "principio de tolerancia"
y aún lo mantengo hoy en día, por ejemplo con respecto a la controversia
contemporánea sobre el lenguaje nominalista y el lenguaje platónico.
Por otra parte, con respecto a la crítica a la metafísica tradicional,
en la Aufbau simplemente me abstuve de tomar partido, y añadí
que si se pasa de la discusión de las formas de lenguaje a la de las
correspondientes tesis metafísicas sobre la realidad o irrealidad de
determinado tipo de entidades, se va más allá de los confines
de la ciencia. Más adelante hablaré de mi evolución hacia
una posición antimetafísica más radical.
Para la construcción del mundo físico sobre la base de las secuencias
temporales de la experiencia sensible, empleé el siguiente método:
un sistema de cuádruplos ordenados de números reales actúa
como sistema de coordenadas de puntos espacio-temporales. A estos cuádruplos
se les asignan primero cualidades sensibles, como por ejemplo colores, y, a
continuación, números como valores de magnitudes de estado físico.
Estas asignaciones se realizan según las reglas generales de maximización:
por ejemplo, las asignaciones deberán ajustarse lo más posible
a la experiencia, y deberán producirse unos cambios mínimos en
el curso del tiempo y un máximo de regularidad. Como Quine señaló
correctamente, este procedimiento difiere de los métodos de formación
de conceptos empleados profusamente en mi libro. En general, introduje los conceptos
mediante definiciones implícitas, pero, en cambio, aquí los conceptos
físicos se introdujeron sobre la base de principios generales de correspondencia,
simplicidad y analogía. Me parece que el procedimiento que utilicé
en la construcción del mundo físico se anticipó al método
que reconocí explícitamente bastante después, a saber,
el método de introducir términos teóricos mediante postulados
y reglas de correspondencia.
Terminé la primera versión del libro en 1925, antes de ir a Viena;
posteriormente lo revisé y se publicó en 1928. En el libro subrayé
que todos los detalles en la construcción del sistema eran sólo
provisionales. Creía que mi propuesta del sistema pronto induciría
a otros a efectuar nuevos intentos o mejoras, tanto en el sistema globalmente
considerado como en determinados puntos específicos. Habría sido
muy feliz si de esa manera mi libro hubiese sido superado por sistemas mejores,
pero durante mucho tiempo nadie trabajó en esa dirección. La primera
propuesta de un sistema mejorado con el mismo objetivo general se presentó
en el libro The Structure of Appearance, de Nelson Goodman (195 l). En ese intervalo
yo tampoco trabajé en esos problemas. En parte, ello se debía
a que algunos años después, para un sistema de todos los conceptos
científicos me pareció más adecuada una base fisicalista
que una base fenomenalista; por tanto disminuyó mi interés por
los problemas específicos del sistema de la Aufbau. Mientras escribía
el presente capítulo hojeé el viejo libro por primera vez en muchos
años, y tuve la impresión de que los problemas que presentaba
y los métodos empleados eran todavía fecundos, y quizá
también algunas de las respuestas que di a determinadas cuestiones. Pero
principalmente el libro interesará a aquellos que aún prefieran
una base fenomenalista para la construcción del sistema total de los
conceptos.
3. EL CÍRCULO DE VIENA (1926 -1935)
Durante el verano de 1924 conocí, por mediación de Reichenbach,
a Moritz Schlick, quien me dijo que le gustaría tenerme como profesor
en Viena. En 1925 pasé una corta temporada en esa ciudad, y pronuncié
algunas conferencias en el círculo filosófico de Schlick. Desde
el otoño de 1926 hasta el verano de 1931 fui profesor de filosofía
en la Universidad de Viena.
Para mi actividad filosófica el período de Viena fue uno de los
más estimulantes, agradables y fecundos de mi vida. Mis intereses y concepciones
filosóficas básicas estaban más próximas a las del
círculo que a las de cualquier otro grupo que jamás hubiese encontrado.
Desde el principio, cuando en 1925 expliqué en el Círculo el plan
general y el método de la Der Logische Aufbau, percibí un vivo
interés. Cuando volví a Viena en 1926 los miembros del Círculo
habían leído ya el original mecanografiado de la primera versión
del libro y discutimos a fondo algunos de sus problemas. Especialmente el matemático
Hans Hahn, que estaba muy interesado en la lógica simbólica, dijo
que siempre había esperado que alguien realizase el programa russelliano
de un método filosófico exacto empleando los medios de la lógica
simbólica y saludó mi libro como el cumplimiento de esas esperanzas.
Hahn estaba profundamente influido por el fenomenalismo de Ernst Mach y por
tanto reconocía la importancia de la reducción de los conceptos
científicos a una base fenomenalista que yo había intentado en
el libro. Schlick, al igual que Reichenbach y yo mismo, había llegado
a la filosofía desde la física. En 1922 lo llamó la Universidad
de Viena para ocupar la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas,
que anteriormente habían ocupado físicos con intereses filosóficos
como Ernst Mach y Ludvig Boltzmann. Desde aquel momento empezó a reunir
un grupo de hombres interesados en los fundamentos filosóficos de la
ciencia, un grupo que posteriormente se denominó el Círculo de
Viena. Entre los que participaban activamente en las discusiones del Círculo
se contaban Hahn, el economista y sociólogo Otto Neurath, el filósofo
Víctor Kraft y, entre los miembros más jóvenes, Friedrich
Waismann y Herbert Feigl. Posteriormente se unieron al Círculo los matemáticos
Karl Menger, Kurt Gödel y Gustav Bergmann. El físico Philipp Frank
viajaba con frecuencia de Praga a Viena y visitaba el Círculo. El filósofo
de derecho Félix Kauffmann solía asistir a los encuentros, aunque
no se contaba entre sus miembros puesto que su concepción filosófica
distaba bastante de la nuestra. Estaba fundamentalmente influido por la fenomenología
de Husserl, aunque más tarde, en América, se acercó más
al punto de vista del empirismo.
El hecho de que todos los miembros del Círculo tenían un conocimiento
de primera mano de algún campo científico: matemáticas,
física o ciencia social facilitaba la tarea de establecer una colaboración
fructífera, a veces bastante difícil entre filósofos. Esto
llevaba a un nivel de claridad y responsabilidad superior al que se encuentra
normalmente en los grupos filosóficos, especialmente en Alemania. Los
miembros del Círculo también estaban familiarizados con la lógica
moderna. Esto permitía representar simbólicamente el análisis
de un concepto o proposición sometido a discusión y, por tanto,
precisar más los argumentos. Además, la mayoría de los
miembros estábamos de acuerdo en rechazar la metafísica tradicional,
aunque no empleábamos mucho tiempo en polémicas contra ella. La
actitud antimetafísica se mostraba claramente en la elección del
lenguaje utilizado en la discusión: tratábamos de evitar los términos
de la filosofía tradicional y de usar en su lugar los de la lógica,
las matemáticas y la ciencia empírica, o los de aquella parte
del lenguaje ordinario que, aun siendo vago, es en principio traducible a lenguaje
científico.
Era característica del Círculo la actitud abierta y antidogmática
adoptada en las discusiones; cada uno de nosotros estaba constantemente dispuesto
a someter sus opiniones a un nuevo examen, propio o de los demás. El
espíritu común era de cooperación más que de competición.
El objetivo común era trabajar juntos en la lucha por la clarificación
y el análisis.
La atmósfera agradable en las reuniones del Círculo se debía
sobre todo a la personalidad de Schlick, a su proverbial amabilidad, tolerancia
y modestia. Tanto por su personal inclinación hacia la claridad como
por su formación en física, estaba totalmente imbuido de la manera
científica de pensar. Él fue uno de los primeros filósofos
en analizar los fundamentos metodológicos de la teoría de la relatividad
de Einstein y en subrayar su gran relevancia para la filosofía. Desgraciadamente,
la importante obra filosófica de Schlick no ha recibido la atención
que merece. Su primer libro (Erkenntnislehre, 1918) contiene muchas ideas que
anticipan el núcleo de posteriores y con frecuencia más elaborados
trabajos de otros autores. Ejemplos de ello son: su concepción de la
actividad filosófica como un análisis de los fundamentos del conocimiento
y, especialmente, de la ciencia, en otras palabras, una clarificación
de significado; la concepción del significado como dado por las reglas
del lenguaje para el uso de un signo; la concepción de que el conocimiento
se caracteriza por la simbolización y que por eso mismo difiere de la
mera experiencia; el énfasis en el procedimiento, sugerido por el método
formalista de Hilbert, de introducir conceptos mediante las llamadas definiciones
implícitas, es decir, mediante postulados; la concepción de la
verdad como algo consistente en la correspondencia unívoca entre una
afirmación y un hecho ; la concepción de que la distinción
entre lo físico y lo mental no es una distinción entre dos tipos
de entidades, sino simplemente una diferencia entre dos lenguajes; el rechazo
de la presunta incompatibilidad del libre albedrío y el determinismo
en tanto que basada en una confusión entre la regularidad y la compulsión.
Por su forma de pensar clara, juiciosa y realista, Schlick ejercía muchas
veces una acertada influencia moderadora en las discusiones del Círculo.
A veces prevenía contra una tesis exagerada o contra una explicación
que parecía demasiado artificiosa, y apelaba a lo que podríamos
llamar un sentido común científicamente refinado.
No debo relatar con detalle el contenido de las discusiones en el Círculo;
algunos de los problemas se abordarán en la segunda parte. Otros autores
han publicado estudios más detallados de las actividades y concepciones
del Círculo de Viena.
Sin embargo, sí deseo describir algunos aspectos de la actividad de Neurath
en el Círculo y su influencia en mi pensamiento, puesto que se ha escrito
poco acerca de ello en anteriores publicaciones. Una de las contribuciones importantes
de Neurath fueron sus frecuentes observaciones acerca de las condiciones sociales
e históricas precisas para el desarrollo de concepciones filosóficas.
Criticaba duramente la opinión común, mantenida entre otros por
Schlick y Russell, en virtud de la cual la aceptación universal de una
doctrina filosófica dependía principalmente de la verdad de la
misma. Neurath señalaba que la situación sociológica en
una cultura dada y en un período histórico dado es favorable a
cierto tipo de ideología o actitud filosófica y desfavorable a
otras. Por ejemplo, con el desarrollo de la vida urbana y de la industria, disminuía
la dependencia de factores incontrolables como la meteorología, y por
tanto disminuía también la tendencia hacia religiones sobrenaturales.
Neurath compartía nuestra esperanzada creencia de que en nuestra era
la manera científica de pensar en filosofía tendría un
gran auge, pero insistía mucho en que esta creencia debía basarse
no sólo en la corrección de esta manera científica de pensar,
sino también en el hecho histórico de que en la época actual,
el mundo occidental y pronto también Otras zonas estañan obligadas,
por razones económicas, a industrializarse más y más. Por
tanto, en su opinión, por una parte disminuiría la necesidad psicológica
de maneras de pensar teológica o metafísicas, y por otra el desarrollo
de las ciencias naturales aumentaría enormemente, puesto que sería
necesario para la tecnología de la industrialización. A consecuencia
de ello, el ambiente cultural general seña más favorable a la
manera científica de pensar.
Hasta aquí, las opiniones de Neurath no encontraban mucha oposición.
Pero iba más lejos y a veces presentaba argumentos de naturaleza más
pragmática y política que teórica, relacionadas con la
deseabilidad o indeseabilidad de determinadas investigaciones lógicas
o empíricas. En el Círculo todos estábamos profundamente
interesados en el progreso social y político. Muchos de nosotros -yo
también- éramos socialistas. Pero deseábamos mantener separada
nuestra actividad filosófica de nuestros objetivos políticos.
A nuestro parecer, la lógica -incluyendo la lógica aplicada-,
la teoría del conocimiento, el análisis del lenguaje y la metodología
de la ciencia eran, como la misma ciencia, neutrales con respecto a objetivos
prácticos, fuesen éstos de tipo moral para los individuos, o de
tipo político para la sociedad. Neurath criticaba enérgicamente
esta actitud neutral, que en su opinión prestaba ayuda y comodidad a
los enemigos del progreso social. Neurath, por ejemplo, censuraba a Hahn porque
no sólo estaba interesado teóricamente, como era mi caso, en las
investigaciones parapsicológicas, sino que participaba activamente en
sesiones en un intento de introducir métodos de experimentación
estrictamente científicos (lamentablemente sin éxito). Neurath
aducía que estas sesiones servían fundamentalmente para fortalecer
el sobrenaturalismo y consiguientemente debilitar el progreso político.
Por nuestra parte defendíamos el derecho a examinar objetiva y científicamente
todos los procesos o presuntos procesos, sin considerar la cuestión de
si otra gente usaba bien o mal sus resultados. Otro problema estaba más
estrechamente relacionado con los intereses del Círculo. Para Neurath
era de vital importancia el objetivo de una ciencia unificada. La tajante distinción
entre ciencias naturales y Geisteswissenschaften (humanidades), enérgicamente
resaltada por la filosofía alemana contemporánea, era a su entender
un obstáculo en el camino hacia nuestro objetivo social, puesto que impedía
la extensión del método lógico-empírico a las ciencias
sociales. Entre las posibles formas de un lenguaje unificado de la ciencia se
decantaba preferentemente por un lenguaje fisicalista más que por un
lenguaje fenomenalista. Nosotros admitíamos que la aceptación
de un lenguaje fisicalista posiblemente podría tener una correlación
positiva con el progreso social, pero considerábamos prudente no tener
en cuenta este hecho en nuestras investigaciones, justamente para evitar cualquier
prejuicio al examinar la posibilidad de un lenguaje fisicalista unificado. Neurath
rechazaba estas dudas y cautelas, ridiculizaba a los filósofos puristas
que instalados en su torre de marfil temen ensuciarse las manos si descienden
de ella y abordan los problemas prácticos del mundo.
Pese a la diferencia de opiniones entre Neurath y los otros miembros del Circulo,
la verdad es que debemos mucho a su colaboración. Para mí personalmente
fue especialmente importante su énfasis en la conexión entre nuestra
actividad filosófica y los grandes procesos históricos que se
producían en el mundo: la filosofía conduce a una mejora de las
maneras científicas de pensar y por tanto a una mejor comprensión
de lo que sucede en el mundo, tanto en la naturaleza como en la sociedad; esta
comprensión sirve a su vez para mejorar la vida humana. En numerosas
conversaciones privadas trabé un contacto aún más estrecho
con las ideas de Neurath, quien gustaba de salpimentar las conversaciones con
grandes dosis de agudeza y sarcasmo, criticando las opiniones y actitudes de
otros, incluidas las mías y las de filósofos a los que yo apreciaba
sobremanera, como Schlick y Russell. Estas conversaciones eran siempre vivas
y estimulantes, y aun con mi frecuente oposición, aprendí mucho
de ellas.
La opinión de Neurath sobre los problemas sociales estaba grandemente
influida por Marx. Pero no era un marxista dogmático; para él
cada teoría debía desarrollarse mediante una crítica y
un reexamen constantes. En una sede de discusiones privadas conmigo y con los
miembros más jóvenes del Circulo, Neurath explicó las ideas
básicas del marxismo y mostró su relevancia para una mejor comprensión
de la función sociológica de la filosofía. Creía
que nuestra forma de fisicalismo era una versión mejorada, no metafísica
y lógicamente irreprochable, que superaría las formas mecanicista
y dialéctica del materialismo decimonónico. Sus exposiciones y
las posteriores discusiones fueron iluminadoras para todos nosotros, aunque
la mayoría no podíamos aceptar algunos puntos, especialmente la
dialéctica en su forma marxista, que rechazábamos no menos que
la dialéctica hegeliana que pretendía cumplir la función
de la lógica. La lógica dialéctica nos parecía a
todos, incluyendo a Neurath, incompatible con la lógica simbólica
moderna a la que considerábamos, con mucho, como la forma de lógica
mejor desarrollada.
En el Circulo de Viena se leyó en voz alta y se discutió punto
por punto una gran parte del Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein.
Muchas veces necesitábamos largas reflexiones para hallar su significado,
y en ocasiones no encontrábamos ninguna interpretación clara.
Pero aun así, entendimos gran parte del libro y mantuvimos vivas discusiones
sobre él. Yo había leído ya fragmentos de la obra de Wittgenstein
cuando ésta se publicó como artículo en los Annalen der
Natur-und-Kulturphilosophie de Ostwald. Pero en aquella época no hice
el esfuerzo necesario ' para entender claramente las a veces oscuras formulaciones;
por ello no llegué a leer todo el tratado. Por consiguiente, me alegré
de ver que el Círculo estaba interesado en la obra y que emprenderíamos
su estudio juntos. El libro ejerció una gran influencia en nuestro Círculo,
aunque no es correcto decir que la filosofía del Círculo de Viena
es sólo la filosofía de Wittgenstein. Aprendimos mucho con las
discusiones sobre la obra y aceptamos vados de su postulados en la medida que
podíamos asimilarlos a nuestras concepciones básicas. Naturalmente,
el grado de influencia era diferente en cada uno de los miembros. En lo que
a mí se refiere, Wittgenstein fue quizás el filósofo que,
junto a Russell y Frege, ejerció mayor influencia en mi pensamiento.
La idea más importante que entresaqué de su obra fue la concepción
de que la verdad de las proposiciones lógicas se basa solamente en su
estructura lógica y en el significado de los términos. Las proposiciones
lógicas son verdaderas bajo cualquier circunstancia concebible; por tanto
su verdad es independiente de los hechos contingentes del mundo. Por otra parte,
se sigue que estas proposiciones no dicen nada acerca del mundo y por tanto
no tienen contenido fáctico.
Otra idea influyente de Wittgenstein era la noción de que muchas proposiciones
filosóficas, especialmente las de la metafísica tradicional, son
pseudoproposiciones, desprovistas de contenido cognitivo. Encontré que
la opinión de Wittgenstein sobre este punto estaba próxima a la
que yo había desarrollado anteriormente bajo la influencia de científicos
y filósofos antimetafísicos. Me había dado cuenta de que
muchas de estas proposiciones y cuestiones tenían su origen en un mal
uso del lenguaje y en una transgresión de la lógica. Bajo la influencia
de Wittgenstein esta concepción se fortaleció, al hacerse más
categórica y radical.
En 1927 Schlick conoció personalmente a Wittgenstein y le transmitió
el interés del Círculo en su libro y su filosofía, así
como nuestra imperiosa necesidad de que se reuniera con nosotros y nos explicase
algunos puntos del mismo que nos habían confundido. Pero Wittgenstein
no estaba dispuesto a hacer tal cosa. Schlick mantuvo varias conversaciones
con él y finalmente Wittgenstein accedió a encontrarse con Waismann
y conmigo, de modo que los tres nos reunimos varias veces con él durante
el verano de 1927. Antes del primer encuentro, Schlick nos advirtió encarecidamente
que no empezásemos una discusión del tipo de las que solíamos
mantener en el Círculo, puesto que Wittgenstein era muy sensible y se
inquietaba fácilmente ante una pregunta directa. La mejor forma de abordarle,
dijo Schlick, sería dejarle hablar y después pedirle, con mucha
cautela, las aclaraciones pertinentes.
Al reunirme con Wittgenstein vi que las advertencias de Schlick estaban totalmente
justificadas, si bien su conducta no era en modo alguno arrogante. Normalmente
Wittgenstein tenía un temperamento benévolo y amable, pero era
hipersensible y se irritaba con facilidad. Todo cuanto decía era siempre
interesante y estimulante, y su forma de expresarse resultaba muchas veces fascinante.
Su punto de vista y su actitud hacia la gente y los problemas, incluso los problemas
teóricos, se parecían mucho más a los de un artista creativo
que a los de un científico; casi, podríamos decir, parecidos a
las de un profeta religioso o un vidente. Cuando empezaba a formular su opinión
acerca de algún problema filosófico concreto, con frecuencia percibíamos
la lucha interna que se desarrollaba en él en aquel preciso momento,
una lucha mediante la cual intentaba transitar de las tinieblas a la luz, Sometido
a una intensa y dolorosa tensión, que era incluso visible en su expresivo
rostro. Cuando finalmente emergía su respuesta, muchas veces tras un
esfuerzo prolongado y arduo, ésta aparecía ante nosotros como
una obra de arte recién Creada o como una revelación divina, y
no porque hablase de manera dogmática. Pese a que algunas de las formulaciones
del Tractatus suenan como si no hubiese posibilidad alguna de duda, Wittgenstein
solía expresar la sensación de que sus proposiciones eran inadecuadas.
Pero a nosotros nos producía la impresión de que la idea le llegaba
como por inspiración divina, y por tanto no podíamos evitar el
sentir que cualquier comentado o análisis, por juicioso y racional que
fuese, seña una profanación.
Así pues había una notable diferencia entre la actitud de Wittgenstein
ante los problemas filosóficos y la que adoptábamos Schlick y
yo. Nuestra actitud ante los problemas filosóficos no era muy diferente
de la de los científicos ante los suyos. A nosotros nos parecía
que la mejor manera de examinar una idea, en el campo filosófico, era
discutir las dudas y las objeciones de los demás, al igual que sucede
en los ámbitos científicos; Wittgenstein, por otra parte, no toleraba
un examen crítico ajeno, puesto que la noción había llegado
a él en un acto de inspiración. Alguna vez tuve la impresión
de que a Wittgenstein le repugnaba la actitud deliberadamente racional y no
emotiva del científico, y asimismo cualesquiera ideas que tuviesen un
sabor a "ilustración". En nuestro primer encuentro con Wittgenstein,
Schlick desafortunadamente le comentó que me interesaba el problema de
un lenguaje internacional como el Esperanto. Como yo ya suponía, Wittgenstein
se oponía tajantemente a esta idea, aunque me sorprendió la vehemencia
de sus emociones. A él le parecía que un lenguaje que no hubiese
"crecido orgánicamente" no sólo era inútil, sino
despreciable. En otra ocasión abordamos el tema de la parapsicología
y se manifestó totalmente contrario a ella. Dijo que los presuntos mensajes
producidos en las sesiones espiritistas eran sumamente triviales y tontos. Yo
coincidía en ello, pero señalé que, con todo, la cuestión
de la existencia y la explicación de los presuntos fenómenos paranormales
era un problema científico importante. A Wittgenstein le sorprendió
que cualquier hombre razonable pudiese tener interés en semejantes tonterías.
Una vez que Wittgenstein habló de religión, el contraste entre
su posición y la de Schlick se hizo muy evidente. Naturalmente los dos
coincidían en que las doctrinas de la religión en sus diversas
formas no tienen contenido teórico, pero Wittgenstein rechazaba la opinión
de Schlick según la cual la religión pertenecía a la fase
infantil de la humanidad y desaparecería lentamente en el transcurso
del desarrollo cultural. Cuando en otra ocasión Schlick hizo una observación
crítica sobre un enunciado metafísico de un filósofo clásico
(creo que era Schopenhauer), sorprendentemente Wittgenstein se revolvió
contra Schlick y defendió al filósofo y su obra. Este incidente
y otros similares ocurridos en nuestras conversaciones, mostraron que en Wittgenstein
había un intenso conflicto interno entre su vida emocional y su pensamiento
intelectual. Su intelecto, que trabajaba con gran intensidad y poder de penetración,
se había dado cuenta de que muchos enunciados del ámbito religioso
y metafísico no decían nada, estrictamente hablando, y con la
absoluta honradez para consigo mismo que le caracterizaba, no trataba de cerrar
sus ojos ante esa constatación. Pero ello le resultaba extremadamente
doloroso emocionalmente, como si se viese obligado a admitir una debilidad en
un ser querido. Por el contrario, ni Schlick ni yo sentíamos ningún
afecto por la metafísica o la teología metafísica, y por
tanto pudimos abandonarlas sin conflictos ni reproches internos. Antes, cuando
leíamos el libro de Wittgenstein en el Círculo, creía erróneamente
que su actitud hacia la metafísica era similar a la nuestra. No había
prestado suficiente atención a sus proposiciones sobre la mística,
puesto que sus sentimientos y pensamientos en ese campo divergían bastante
de los míos. Sólo el contacto personal con él me ayudó
a ver más claramente su actitud en este punto. Tuve la impresión
de que su ambivalencia con respecto a la metafísica era sólo un
aspecto particular de un conflicto interno, consustancial, de su personalidad,
que le hacía sufrir profunda y dolorosamente.
Cuando Wittgenstein hablaba de problemas filosóficos, del conocimiento,
del lenguaje y del mundo, yo solía coincidir con sus opiniones y ciertamente
sus observaciones eran siempre iluminadoras y estimulantes. Incluso en los momentos
en los que se evidenciaba el contraste entre Weltanschauung y la actitud personal
básica, consideraba que nuestra relación con él era de
lo más interesante, excitante y provechosa; de ahí que me apenara
cuando rompió el contacto. Desde principios de 1929 en adelante, Wittgenstein
quiso encontrarse solamente con Schlick y con Waismann, ya no conmigo o con
Feigl, que le había conocido en el intervalo, con lo que interrumpió
así su relación con el Círculo. Aunque las diferencias
en nuestras actitudes y personalidades se manifestaron sólo en algunas
ocasiones, comprendí muy bien que Wittgenstein era consciente de ellas
y que, a diferencia de mí, le incomodaban. Le dijo a Schlick que él
podía hablar sólo con alguien que "compartiese su sentir".
El propio Schlick estaba profundamente influido por Wittgenstein, tanto filosóficamente
como personalmente. Durante los años siguientes, tuve la impresión
de que a veces abandonaba su actitud habitual, fría y crítica,
y aceptaba algunas opiniones y actitudes wittgensteinianas sin ser capaz de
defenderlas con argumentos racionales en las discusiones de nuestro Circulo.
Waismann trabajaba en un libro en el que no sólo explicaba las ideas
de Wittgenstein, sino que, partiendo de esta base, desarrollaba una exposición
sistemática y minuciosa de las mismas. Nosotros considerábamos
que era muy importante explicar las ideas de Wittgenstein a aquellos que no
eran capaces de leer su tratado, y puesto que Waismann había conversado
frecuentemente con Wittgenstein y poseía un gran capacidad para hacer
una lúcida exposición, nos parecía el más adecuado
para esta tarea. Waismann llegó a escribir el libro, que durante muchos
años se anunció con el título Logic, Sprache, Philosophie;
Kritik der Philosophie durch die Logic; mit Vorrede von M. Schlick, libro que
iba a publicarse como el primer volumen de la colección "Scriften
zur Wissenschaftlichen Weltauffassung". Desgraciadamente nunca se publicó.
En varias ocasiones Wittgenstein, cuando venía a Viena, pidió
cambios radicales y Waismann emprendió la larga tarea de efectuar una
revisión global. Finalmente, después de que Waismann hubiese escrito
y reescrito el libro a lo largo de vados años, Wittgenstein declaró,
repentinamente, que no deseaba que sus pensamientos se expusiesen con un talante
de "divulgación". Por consiguiente, Waismann nunca pudo ver
realizada su idea de publicar el libro. Schlick, por su parte, convencido de
que la publicación del libro era inminente, había impreso su prólogo
y repartido copias a sus amigos. El pensamiento de nuestro Círculo estaba
profundamente influido por las ideas de Wittgenstein, primero por nuestra lectura
común del Tractatus y después gracias a que Waismann hizo una
exposición sistemática de determinadas concepciones de Wittgenstein,
fundamentada en las conversaciones que mantuvo con él. Al mismo tiempo,
en el transcurso de las discusiones que mantuvimos durante años, algunas
discrepancias se hacían más y más evidentes. Desde el principio
Neurath era muy critico con la actitud mística de Wittgenstein, con su
filosofía de lo "inefable" y de las "cosas supremas"
(das Hóhere). Mencionaré ahora brevemente algunos puntos en los
que había diferencias importantes, especialmente con respecto a mis propias
concepciones.
Todos los miembros del Circulo teníamos un vivo interés por la
ciencia y las matemáticas. Por el contrario Wittgenstein parecía
contemplar esos campos con una actitud indiferente, y a veces incluso con desprecio.
Su influencia indirecta en algunos estudiantes vieneses fue tan intensa que
éstos abandonaron el estudio de las matemáticas. Parece ser que
más adelante, con su actividad docente en Inglaterra, ejerció
una influencia similar en grupos aún más amplios. Probablemente
éste haya sido, cuando menos, uno de los factores que han contribuido
a la divergencia entre dos actitudes: la representada por recientes obras sobre
filosofía analítica publicadas en Inglaterra y la del empirismo
lógico en los Estados Unidos.
Estrechamente vinculada a ello está la convicción wittgensteiniana
de la importancia filosófica de los sistemas de lenguaje artificiales.
En buena medida a causa de la influencia de Frege, siempre estuve profundamente
convencido de la superioridad de un lenguaje construido cuidadosamente y de
su utilidad e incluso perentoria necesidad para el análisis de proposiciones
y conceptos, tanto en filosofía como en ciencia. Todos los miembros del
Círculo de Viena habían estudiado al menos las partes elementales
de los Principia Mathematica. Hahn daba un curso de doctorado y un seminario
sobre los fundamentos de las matemáticas, basado en los Principia, a
los estudiantes de matemáticas. Cuando yo llegué a Viena continué
esos cursos para estudiantes de matemáticas y de filosofía. En
las discusiones del Círculo utilizábamos con frecuencia la lógica
simbólica para exponer análisis o ejemplos. Cuando en el libro
de Wittgenstein encontrábamos proposiciones sobre "el lenguaje",
las interpretábamos como si se refiriesen a un lenguaje ideal, y para
nosotros ello significaba un lenguaje simbólico formalizado. Posteriormente
Wittgenstein rechazó explícitamente esta visión; tenía
una concepción escéptica y a veces incluso negativa de la importancia
de un lenguaje simbólico para la clarificación y corrección
de las confusiones del lenguaje ordinario y las del lenguaje habitual de los
filósofos que, como él mismo había mostrado, ocasionaban
muchas veces enigmas y pseudoproblemas filosóficos. La mayoría
de filósofos analíticos británicos compartían la
opinión de Wittgenstein sobre este punto, a diferencia del Círculo
de Viena y de la mayoría de filósofos analíticos estadounidenses.
Además, había una divergencia sobre un punto más específico
que, sin embargo, era de gran importancia para nuestra manera de pensar en el
Círculo. En el libro de Wittgenstein habíamos leído que
algunas cosas se muestran pero no pueden decirse ; por ejemplo, la estructura
lógica de las proposiciones y la relación entre el lenguaje y
el mundo. Por el contrario nosotros desarrollamos, primero provisionalmente
y después con mayor claridad, una concepción según la cual
es posible hablar con sentido del lenguaje y de la relación entre una
proposición y el hecho que describe. Neurath señaló desde
el principio que los fenómenos del lenguaje son eventos en el mundo,
y no algo que se refiera a un mundo externo. El lenguaje hablado consiste en
ondas sonoras; el lenguaje escrito en trazos de tinta sobre un papel. Neurath
recalcaba esto para rechazar la concepción de que existe algo "superior",
algo misterioso o "espiritual" en el lenguaje, opinión predominante
entonces en la filosofía alemana. Yo estaba de acuerdo con él,
pero señalaba que sólo el modelo estructural, y no las propiedades
físicas de los trazos de tinta, es relevante para la función del
lenguaje. Así, es posible construir una teoría sobre el lenguaje,
a saber, la geometría del modelo escrito. Esta idea condujo posteriormente
a la teoría que llamé "sintaxis lógica" del lenguaje.
Entre los grupos de otros lugares cuyas concepciones filosóficas eran
semejantes a las que manteníamos en el Círculo de Viena, deseo
mencionar especialmente el círculo de Reichenbach en Berlín y
el grupo filosófico de Varsovia. Reichenbach daba clases en la Universidad
de Berlín desde 1928 y había reunido un grupo de gente con intereses
filosóficos similares, que posteriormente se convirtió en la Sociedad
de Filosofía Empírica. Entre los participantes activos en las
discusiones estaban Walter Dubislav, Kurt Grelling y Carl G. Hempel, y también
algunos científicos con intereses filosóficos, como los psicólogos
Kurt Lewin y Wolfgang Köhler. Fui algunas veces a Berlín, y di conferencias
en la Sociedad y en el seminario de Reichenbach a la vez que mantuve intensas
discusiones privadas con él y sus amigos. El primer contacto entre el
Círculo de Viena y el grupo de Varsovia se produjo cuando, invitado por
el Departamento de Matemáticas, Alfred Tarski vino a Viena en febrero
de 1930, y dio varias clases, principalmente sobre metamatemáticas. También
discutimos en privado vados problemas que nos interesaban a ambos. Para mí
era especialmente interesante su énfasis en que determinados conceptos
utilizados en las investigaciones lógicas, como por ejemplo la consistencia
de los axiomas, la probabilidad de un teorema en un sistema deductivo, etcétera,
han de expresarse no en lenguaje axiomático (posteriormente llamado lenguaje-objeto),
sino en lenguaje metamatemático (posteriormente llamado metalenguaje).
Tarski dio una conferencia en nuestro Círculo sobre la metamatemática
del cálculo proposicional. En la discusión posterior surgió
la cuestión de si la metamatemática también era relevante
para la filosofía. De mis conversaciones con Tarski me llevé la
impresión de que la teoría formal del lenguaje era de gran importancia
para la clarificación de nuestros problemas filosóficos. Pero
Schlick y otros eran bastante escépticos respecto a ello. En la siguiente
reunión de nuestro Círculo, cuando Tarski ya no estaba en Viena,
intenté explicar que para nuestras discusiones filosóficas sería
un gran avance desarrollar un método mediante el cual se pudiera hacer
exacto no sólo el lenguaje-objeto analizado, es decir, el de la matemática
o el de la física, sino también el metalenguaje filosófico
utilizado en la discusión. Señalé que la mayoría
de ambigüedades, desacuerdos y malentendidos mutuos que se producían
en nuestras discusiones se debían a la inexactitud del metalenguaje.
Las conversaciones con Tarski me resultaron útiles para mis posteriores
estudios del problema del discurso sobre el lenguaje, un problema que había
discutido varias veces, especialmente con Gödel. Sin embargo había
otro problema en el que estaba en desacuerdo con Tarski. Contrariamente a nuestra
opinión de que hay una diferencia fundamental entre las proposiciones
lógicas y fácticas, puesto que las proposiciones lógicas
no dicen nada del mundo, Tarski sostenía que la distinción era
sólo una cuestión de grado. Esta divergencia persiste aún
en la actualidad.
En noviembre de 1930 pasé una semana en Varsovia. Di tres conferencias
invitado por la Sociedad Filosófica de Varsovia y mantuve muchas conversaciones
y discusiones en privado. Mis conferencias versaron sobre la psicología
formulada en lenguaje físico, la supresión de la metafísica
y el carácter tautológico de la inferencia lógica. Me impresionó
gratamente que un gran número de profesores y estudiantes estuviesen
interesados en problemas de esta índole y que muchos de ellos tuvieran
buena formación en lógica moderna. En discusiones privadas conversé
especialmente con Tarski, Lesniewski y Kotarbinski. Stanislaw Lesniewski estaba
muy influido por Frege, lo que explicaba su énfasis en que la concepción
formalista, que bajo la influencia de Hilbert se había fortalecido y
era ampliamente aceptada, debía complementarse con un análisis
del significado de las expresiones. Por otra parte, Lesniewski reclamaba, siempre
de acuerdo con Frege, que las reglas inferenciales de un sistema deductivo debían
formularse de manera estrictamente formal. Este programa hacía imperativo
el desarrollo de una metamatemática y una metalógica formal. Las
ideas de Tadeusz Kotarbinski estaban relacionadas con nuestro fisicalismo. Sostenía
unas concepciones que denominaba "reísmo" y "pansomatismo",
a saber, la concepción de que todos los nombres son nombres de cosas
y que todos los objetos son cosas materiales. Tanto Lesniewski como Kotarbinski
se habían ocupado durante muchos años de problemas semánticos.
Yo expresé mi pesar porque esta labor investigadora global de Lesniewski
y Kotarbinski fuese inaccesible para nosotros y para la mayoría de filósofos
del mundo, puesto que sólo se había publicado en polaco y señalé
la necesidad de un lenguaje internacional, especialmente para la ciencia.
Vi que los filósofos polacos habían hecho un gran trabajo, serio
y fecundo, en el campo de la lógica y sus aplicaciones a los problemas
de los fundamentos, especialmente los fundamentos de las matemáticas;
en el de la teoría del conocimiento y el de la teoría general
del lenguaje, cuyos resultados eran prácticamente desconocidos para los
filósofos de otros países. Abandoné Varsovia agradecido
por las muchas sugerencias estimulantes y el provechoso intercambio de ideas
de que había disfrutado.
De los contactos que mantuve en Viena con filósofos que no pertenecían
al Círculo, el más estimulante fue con Karl Popper, primero al
leer el manuscrito de su Logik der Forschung y posteriormente en discusiones
con él. Recuerdo con agrado las conversaciones que mantuve con Popper
y con Feigl durante el verano de 1932 en los Alpes tiroleses. Su actitud filosófica
básica era bastante similar a la del Círculo, aunque tenía
cierta tendencia a resaltar nuestras diferencias. En su libro era crítico
con los "positivistas", expresión que parecía destinar
principalmente al Círculo de Viena, y por el contrario subrayaba su acuerdo
con Kant y otros filósofos tradicionales. Por tanto, se enemistó
con algunos de los personajes relevantes de nuestro movimiento, como Schlick,
Neurath y Reichenbach. Feigl y yo intentamos en vano propiciar un mejor entendimiento
mutuo y una reconciliación filosófica.
Incluso en sus años de juventud, Popper produjo muchas ideas interesantes
que se discutieron en nuestro Círculo. Con algunas de sus concepciones
no podíamos estar de acuerdo, aunque algunas de ellas influyeron positivamente
en mi pensamiento y en el de otros miembros del Círculo, especialmente
Feigl. Éste es el caso, por ejemplo, de las ideas de Popper sobre los
enunciados protocolarios, esto es, aquellos enunciados que, confirmados por
observaciones más directamente que otros, sirven de base para la confirmación
de nuevos enunciados. Popper resaltaba que ningún enunciado puede considerarse
como un enunciado protocolario "absoluto", pero que todo enunciado
puede revisarse bajo determinadas circunstancias. Además, señalaba
que los enunciados sobre hechos físicos observables eran más aptos
como enunciados protocolarios, puesto que, a diferencia de los enunciados sobre
experiencias subjetivas, podían comprobarse intersubjetivamente. Estas
ideas suyas ayudaron a clarificar y a fortalecer la concepción fisicalista
que yo había desarrollado con Neurath. Por otra parte, había divergencias
concretas entre mis ideas y las de Popper. La más importante de todas
surgió más adelante, cuando empecé a desarrollar un sistema
de lógica inductiva. Popper rechazaba, y sigue rechazando, la posibilidad
de cualquier lógica inductiva y mantiene, en contraposición a
ella, un "deductivismo" radical. Philipp Frank, físico teórico
y sucesor de Einstein en la Universidad Alemana de Praga, venía frecuentemente
a Viena e hizo importantes contribuciones a las discusiones en el Círculo,
así como en conversaciones privadas y también con sus publicaciones.
Estaba familiarizado con la historia de la ciencia y tenía mucho interés
en la sociología de la actividad científica, lo que le llevaba
a reunir mucho material historiográfico. Debido tanto a su interés
histórico como a su notable sentido común, desconfiaba de cualquier
tesis que le pareciese demasiado radical, o de cualquier punto de vista que
considerase excesivamente formalista. Por ello, a semejanza de Neurath, solía
interrumpir las discusiones abstractas entre los lógicos con consideraciones
sobre situaciones concretas. Más adelante propició mi adscripción
a la Universidad de Praga, y durante mi estancia allí (de 1931 a 1935)
mantuvimos siempre un estrecho contacto. Obtuve muchas ideas fecundas en mis
conversaciones con él, especialmente sobre los fundamentos de la física.
En 1938 también él vino a los Estados Unidos. Ya en 1923, cuando
Reichenbach y yo anunciamos nuestros planes para la Conferencia de Erlangen,
vimos que mucha gente se interesaba por nuestro pensamiento filosófico.
Reichenbach sugirió la idea de una nueva publicación como foro
para nuestro tipo de filosofía. Sin embargo, sus esfuerzos dieron fruto
sólo al cabo de los años; nuestra revista, Erkenntnis, empezó
a publicarse en 1930. En ella publicábamos artículos y también
resúmenes de conferencias y congresos de nuestro movimiento, empezando
con el informe de la Primera Conferencia sobre la Epistemología de las
Ciencias Exactas, que se celebró en Praga en septiembre de 1929. Mientras
estuve en Viena acabé y publiqué dos obras de la primera época:
Der Logische Aufbau der Welt [1928-1] y Abriss der Logistik [1929]. Schlick
me instó a preparar la publicación de la Logistik, porque le parecía
necesaria una introducción a la lógica simbólica que resaltase
su aplicación en ámbitos no lógicos y que por tanto también
fuese útil para nuestro trabajo filosófico. Su publicación
inició la colección "Schriften zur wissenschaftlichen Weltauffassung",
editada por Schlick y Frank. En mi libro utilicé una jerarquía
de tipos lógicos, como en los Principia Mathematica de Russell y Whitehead,
pero de una forma simplificada. Un sistema con distinciones de tipos me parecía
una forma más natural para el lenguaje total de la ciencia. Sin embargo,
también estaba interesado en una forma de lógica sin distinciones
de tipos. En 1927 planeé un sistema lógico de esta forma, basado
en el sistema axiomático de teoría de conjuntos de zermelo-Fraenkel,
pero restringido en el sentido de un método constructivista. No llegué
a encontrar tiempo para llevar adelante este plan; en mi obra posterior Logical
Syntax, utilicé de nuevo un lenguaje con tipos. Desde 1931 hasta 1935
viví en Praga. Allá, en la División de Ciencias Naturales
de la Universidad Alemana, tuve una cátedra de Filosofía Natural,
recién creada a instancias de Philipp Frank. Mi vida en Praga, sin el
Círculo, fue más solitaria que cuando estaba en Viena, y dedicaba
la mayor parte del tiempo a concentrarme en el trabajo, especialmente en el
libro sobre la sintaxis lógica, pero las frecuentes visitas a Viena me
permitieron mantener un estrecho contacto con mis amigos filósofos.
En el otoño de 1934 pasé varias semanas en Inglaterra. Susan Stebbing,
de la que guardo un grato y cariñoso recuerdo, me invitó a dar
tres conferencias en la Universidad de Londres (publicadas posteriormente [1935]),
en las que intenté explicar, empleando un lenguaje no técnico,
la naturaleza de la sintaxis lógica y su relevancia filosófica.
Ello me brindó la oportunidad de conocer personalmente a algunos filósofos
británicos ; me alegró sobre todo conocer a Bertrand Russell a
quien visité en su residencia, en el sur de Londres, y con quien conversé
acerca de vados problemas filosóficos y también de la situación
mundial. Entre otras cuestiones me preguntó si alguien utilizaba su lógica
y aritmética de relaciones y le respondí que su concepto de número-relación
(estructura relacional) jugaba un papel importante en nuestra filosofía.
Le mencioné también mi sistema axiomático de topología
espacio-temporal utilizando sólo lógica relacional pero no números
reales; él expresó la convicción de que seña posible
avanzar mucho en la exposición del contenido esencial de la teoría
general de la relatividad de Einstein siguiendo el mismo esquema, sin utilizar
ecuaciones diferenciales o sistemas coordinados. Me impresionó profundamente
su personalidad, el amplio horizonte de sus ideas, que abarcaban desde los tecnicismos
de la lógica hasta el destino de la humanidad; su actitud no dogmática
tanto en cuestiones teóricas como prácticas y la elevada perspectiva
desde la que contemplaba el mundo y las acciones de los hombres. También
mantuve discusiones interesantes con otros expertos. Conversé varias
veces con C.K. Ogden, principalmente sobre el lenguaje y la lógica, su
"inglés básico" y los lenguajes internacionales. Con
J. H. Woodger traté especialmente de su proyecto de aplicar la lógica
simbólica a la biología. También mantuve discusiones con
algunos de los filósofos más jóvenes, como Alfred Ayer,
que estuvo en Viena algún tiempo cuando yo ya residía en Praga,
R. B. Braithwaite, y Max Black. Todos se interesaban por las recientes ideas
del Círculo de Viena, como el fisicalismo y la sintaxis lógica.
En la Alemania de 1933, con el advenimiento del régimen de Hitler, el
ambiente político se hacía cada vez más y más intolerable,
y lo mismo sucedía en Austria y Checoslovaquia. En este último
país la mayoría de gente, al igual que el gobierno de Benes, tenía
un punto de vista democrático, pero la ideología nazi se difundía
más y más entre la población germanoparlante de la región
de los Sudetes así como entre los estudiantes de nuestra universidad
e incluso entre algunos profesores. Además existía el peligro
de una intervención de Hitler, por lo que inicié contactos para
poder ir a América, por lo menos durante un tiempo. Es así que
en diciembre de 1935 abandoné Praga y fui a los Estados Unidos.
4. ESTADOS UNIDOS (DESDE 1936)
A. Mi vida en los Estados Unidos
En 1934 conocí a dos filósofos norteamericanos
que visitaron a mis amigos en Viena y que después me visitaron en Praga:
Charles W. Morris, de la Universidad de Chicago, y W. V. Quine, de la Universidad
de Harvard. Los dos sentían un profundo interés por nuestra manera
de hacer filosofía y posteriormente contribuyeron a darla a conocer en
los Estados Unidos. Además, ambos hicieron gestiones para que pudiera
ir hacia allá. La Universidad de Harvard me invitó a participar
en la celebración de su tercer centenario, en septiembre de 1936. La
Universidad de Chicago me pidió que diera clases en el trimestre de invierno
de 1936 y más tarde me ofreció un puesto permanente, que ocupé
desde finales de 1936 hasta 1952. Me fue muy grato residir permanentemente en
los Estados Unidos y, en 1941, obtuve la ciudadanía estadounidense.
No sólo estaba tranquilo por haber escapado de la sofocante atmósfera
política y cultural y del peligro de guerra en Europa, sino que también
me gratificaba ver que en los Estados Unidos había un considerable interés,
especialmente entre los filósofos jóvenes, por el método
científico de la filosofía, basado en la lógica moderna,
interés que aumentaba de año en año.
En Chicago la persona más próxima a mi posición filosófica
era Charles Morris, que intentaba combinar ideas del pragmatismo y del empirismo
lógico. Gracias a él comprendí mejor la filosofía
pragmática, especialmente la de Mead y Dewey.
Durante varios años tuvimos en Chicago un grupo de discusión en
el que abordábamos cuestiones de metodología con científicos
de diferentes ámbitos e intentábamos conseguir un mejor entendimiento
entre los representantes de diversas disciplinas, así como mayor claridad
acerca de las características esenciales del método científico.
Hicimos varias lecturas estimulantes, pero globalmente, la productividad de
las discusiones estaba hasta cierto punto limitada por el hecho que la mayoría
de participantes, pese a su interés en los problemas de fundamentos,
no dominaban suficientemente las técnicas lógicas y metodológicas.
Me parecía que una importante labor para el futuro sería procurar
que los jóvenes científicos, durante sus estudios de doctorado,
aprendiesen a pensar en estos problemas, desde un punto de vista tanto sistemático
como histórico.
Durante el curso 1937-1938 impartí un seminario de investigación
en el que participaron varios colegas. Con el apoyo (financiero) de la Fundación
Rockefeller, fue posible pedir a Carl G. Hempel y a Olaf Hermer que trabajasen
conmigo como investigadores asociados. También ellos se quedaron en los
Estados Unidos.
Los tres comentábamos frecuentemente problemas de lógica, particularmente
los problemas semánticos que yo intentaba desarrollar sistemáticamente,
y, en concreto, el concepto semántico de verdad lógica y otros
afines, sobre los que trabajaba en aquella época.
En el invierno de 1939 Russell estuvo en la Universidad de Chicago e impartió
un seminario sobre cuestiones de sentido y verdad, que fueron las bases de su
libro, Inquiry into Meaning and Truth, al que asistimos Morris y yo. Russell
tenía la feliz habilidad de crear una atmósfera en la que cada
participante hacía todo lo posible para contribuir a la tarea común.
En agosto de 1939, tan sólo unos días después del inicio
de la segunda guerra mundial, se celebró en Harvard nuestro Quinto Congreso
Internacional para la Unidad de la Ciencia. En aquellas horas críticas
me alegré de ver que algunos de mis amigos europeos habían acudido
al Congreso, especialmente Neurath, que vivía en Holanda (de donde escapó
en un pequeño barco, y fue rescatado por un buque de la Armada británica);
así como Jörgen Jörgensen, de Copenhague y J. H. Woodger, de
Inglaterra. Tarski había llegado recientemente a los Estados Unidos con
la intención de quedarse. Pese a los apasionantes acontecimientos mundiales,
pudimos dedicarnos a las discusiones teóricas del Congreso, lo que demostraba
claramente cuán profundo era en ese país el interés por
una filosofía exacta.
Durante el curso 1940-1941 fui profesor visitante en Harvard. Durante el primer
semestre Russell también estuvo allí, para impartir las conferencias
sobre James, y me alegró tener una oportunidad aún mejor para
conversar con él, tanto sobre cuestiones filosóficas como sobre
temas sociales y políticos. También Tarski pasó ese año
en Harvard. Formamos un grupo para discutir problemas lógicos: Russell,
Tarski, Quine y yo éramos sus miembros más activos. Di varias
charlas sobre la naturaleza de la lógica y sobre la posibilidad de definir
la verdad lógica como un concepto semántico. Descubrí que
en esas cuestiones, aun cuando mi pensamiento sobre la semántica se originó
en un principio partiendo de las ideas de Tarski, existía una clara discrepancia
entre mi posición y la de Tarski y Quine, que rechazaban la tajante distinción
que yo deseaba establecer entre la verdad lógica y la verdad fáctica.
En otros problemas llegamos a un mayor acuerdo. Mantuve varias conversaciones
privadas con Tarski y Quine, la mayoría de ellas sobre la construcción
de un lenguaje científico sobre bases finitistas. Más adelante
aludiré a esas conversaciones con mayor detenimiento. Nelson Goodman
se incorporó a algunas de nuestras discusiones; había acabado
de doctorarse en filosofía con una excelente tesis, A Study of Qualities,
en la que hacía un análisis crítico y minucioso del sistema
desarrollado en mi libro Der Logische Aufbau der We1t y sugería importantes
mejoras. También desarrollaba, mediante un método similar pero
con un nuevo enfoque, su propio sistema, que dio lugar al libro The Structure
of Appearance (1951).
Philipp Frank vino de Praga a los Estados Unidos y fue profesor de física
en Harvard. Con él y con el psicólogo S. S. Stevens, organicé
un coloquio sobre los fundamentos de la ciencia. Me resultaron especialmente
interesantes las conferencias sobre la probabilidad que impartieron Richard
von Mises y Feigl, con sus consiguientes discusiones. Como resultado de ellas
empecé a pensar en los problemas de la probabilidad y la inducción
más sistemáticamente de lo que lo había hecho hasta entonces.
Desde 1942 hasta 1944 tuve una beca de investigación de la Fundación
Rockefeller. Durante aquel tiempo, que pasé cerca de Santa Fe, en Nuevo
México, me ocupé primero de la lógica modal y del nuevo
método semántico de extensión e intensión. Más
adelante volví a los problemas de probabilidad e inducción.
Desde 1944 hasta 1952 estuve de nuevo en Chicago, con la excepción del
semestre de verano de 1950 en el que di clases en la Universidad de Illinois,
en Urbana.
Desde 1952 hasta 1954 estuve en el Institute of Advanced Study de Princeton,
donde pude dedicar todo el tiempo a mi trabajo de investigación. Conocí
al matemático y filósofo John G. Kenieny y durante un año
trabajamos juntos en problemas de lógica inductiva; concretamente, nos
ocupábamos de los importantes problemas de probabilidades que se daban
en un lenguaje con varias familias de predicados. La fértil imaginación
matemática de Kerneny, su capacidad para anticipar intuitivamente qué
tipos de soluciones podían ser matemáticamente posibles, y, por
si fuera poco, su espíritu cooperativo, hizo que ésta fuera una
de mis mejores experiencias de colaboración activa.
Separadamente, mantuve algunas conversaciones con John von Neumann, Wolfgang
Pauli y algunos especialistas en mecánica estadística sobre algunas
cuestiones de física teórica que me preocupaban. Realmente aprendí
mucho de estas conversaciones, pero en cuanto a mis problemas en el análisis
lógico y metodológico de la física, obtuve menos ayuda
de la esperada. En aquella época estaba intentando construir un concepto
matemático abstracto de entropía, análogo al concepto de
entropía común en física. Mi objetivo principal no era
el concepto físico, sino el uso de un concepto abstracto que sirviese
para la lógica inductiva. Con todo, examiné también la
naturaleza del concepto físico de entropía en su forma estadística
clásica desarrollada por Boltzinann y Gibbs y llegué a determinadas
conclusiones que suponían objeciones a la definición común,
no desde un punto de vista fáctico-experimental, sino lógico.
Me parecía que la forma habitual en la que se define o interpreta el
concepto estadístico de entropía lo convierte, quizá contra
la intención de los físicos, en un concepto puramente lógico
y no en un concepto físico. Si ello es así, no puede continuar
siendo, como se pretende, un correlato del macroconcepto clásico de entropía
formulado por Clausius, que obviamente es un concepto físico y no lógico.
A mi entender la misma objeción vale para la reciente concepción
según la cual la entropía puede considerarse como idéntica
a la cantidad de información negativa. Yo esperaba que en las conversaciones
sobre estos problemas con los físicos podríamos llegar, si no
a un acuerdo, cuando menos a una clara comprensión mutua. Pero pese a
nuestros esfuerzos no lo conseguimos, al parecer fundamentalmente a causa de
las grandes diferencias en los puntos de vista y en el lenguaje. Comprobé
la diferencia fundamental entre nuestras posiciones metodológicas cuando
un físico dijo: "La física no es como la geometría;
en física no hay axiomas ni definiciones".
En Princeton mantuve varias conversaciones interesantes con Einstein, a quien
había conocido unos años antes. Aunque hacía poco tiempo
que había sufrido una grave enfermedad y mostraba un aspecto pálido
y envejecido, conversaba con viveza y buen humor. Le gustaba hacer chistes y
entonces prorrumpía en risas. Para mí personalmente estas charlas
eran impresionantes y valiosas, especialmente porque reflejaban no sólo
su gran inteligencia, sino también su fascinante personalidad humana.
La mayor parte del tiempo le escuchaba y observaba sus gestos y su expresivo
rostro; sólo ocasionalmente manifestaba mi opinión.
Una vez Einstein dijo que le preocupaba seriamente el problema del ahora; explicó
que la experiencia del ahora significa algo especial para el hombre, algo esencialmente
diferente del pasado y del futuro, pero que esta importante diferencia no se
da y no se puede dar en la física. Que la ciencia no pudiera aprehender
esa experiencia le parecía algo ante lo cual sólo cabía
una amarga resignación. Yo señalé que la ciencia puede
describir objetivamente todo cuanto sucede: por una parte la física describe
la secuencia temporal de acontecimientos y, por otra, la psicología puede
describir y explicar (en principio) las peculiaridades de las experiencias del
hombre con respecto al tiempo, incluyendo su diferente actitud hacia el pasado,
el presente y el futuro. Pero Einstein pensaba que esas descripciones posiblemente
no podían satisfacer nuestras necesidades humanas; que hay algo esencial
en el ahora que está fuera del ámbito de la ciencia. Los dos coincidimos
en que éste no era un defecto que se pudiera achacar a la ciencia, como
pensaba Bergson. Yo no deseaba insistir mucho en ello, porque fundamentalmente
quería entender su actitud personal ante el problema más que clarificar
la situación teórica, pero tuve claramente la impresión
de que en este punto el pensamiento de Einstein incurría en una falta
de distinción entre experiencia y conocimiento. Puesto que en principio
la ciencia puede decir todo lo que puede ser dicho, no queda ninguna pregunta
sin respuesta. Pero aunque no quede ninguna cuestión teórica sigue
existiendo la experiencia emocional humana común, que a veces, por razones
psicológicas especiales, resulta inquietante.
En una ocasión Einstein dijo que deseaba formular una objeción
contra el positivismo, relativa a la cuestión de la realidad del mundo
físico. Yo le respondí que no había una diferencia real
entre nuestros pareceres, pero él insistió en que quería
hacer una precisión importante. Entonces criticó, remontándose
a Ernst Mach, el criterio de que los datos de los sentidos son la única
realidad o, de manera más general, cualquier criterio que presuponga
que existe algo como base absolutamente cierta de todo conocimiento. Le expliqué
que nosotros habíamos abandonado estos criterios positivistas tempranos,
que ya no creíamos en una "base absoluta del conocimiento"
y mencioné el símil de Neurath, según el cual nuestra tarea
es reconstruir la nave mientras navega por el océano. Einstein estuvo
totalmente de acuerdo con la metáfora, para añadir entonces que
si el positivismo se había liberalizado hasta tal extremo, ya no había
ninguna diferencia entre nuestra concepción y la de cualquier otra perspectiva
filosófica. Yo le contesté que de hecho no existía ninguna
diferencia fundamental entre nuestra concepción y la suya y la de otros
científicos en general, aun cuando éstos la formulasen en lenguaje
realista; pero que existía todavía una diferencia importante entre
nuestro punto de vista y el de las escuelas filosóficas tradicionales
que buscaban el conocimiento absoluto.
En otra ocasión Einstein planteó un problema fundamental relativo
a la formación de conceptos en la física contemporánea,
a saber, el que se utilizasen magnitudes de dos tipos totalmente diferentes,
unas con escalas continuas y otras con escalas discretas. Consideraba que esta
combinación de conceptos heterogéneos era intolerable a largo
plazo; a su entender, la física finalmente debería convertirse
en física de campo pura, en la que todas sus magnitudes tuviesen escalas
continuas, o bien todas las magnitudes, incluyendo las de espacio y tiempo,
deberían ser discretas. Actualmente aún no es posible prever cuál
de estas dos formas se desarrollará, ya que para un física de
campo pura existe, entre otras, la gran dificultad de explicar por qué
las cargas eléctricas no se presentan con todos los valores posibles,
sino sólo como múltiplos de la carga elemental. Después
planteó el problema de explicar -sobre la base de las leyes fundamentales,
presumiblemente simétricas con relación a la electricidad positiva
y negativa- el que todos los núcleos atómicos deben tener una
carga positiva. Tal vez en el origen se daban los dos tipos de núcleo,
pero finalmente los positivos devoraron a los otros, al menos en nuestra zona
del universo. (Esta hipótesis se confirmó tras la muerte de Einstein
con el descubrimiento de los antiprotones.)
Conversando con Einstein mencioné una vez el arraigado conformismo existente
en los Estados Unidos; la insistencia en que el individuo ajustase su comportamiento
a las normas generalmente aceptadas. Se mostró totalmente de acuerdo
y me comentó, a guisa de ejemplo, que alguien totalmente desconocido
le escribió una carta diciéndole que debía cortarse el
pelo: "No olvide que ahora vive usted en América".
En 1953, cuando la actividad creativa de Reichenbach se vio súbitamente
interrumpida por una muerte prematura, nuestro movimiento perdió a uno
de sus líderes más activos, aunque perviven su obra publicada
y el fruto de su influencia personal. En 1954 acepté la cátedra
que él había ocupado en la Universidad de California, en Los Ángeles,
donde comprobé con alegría cuán vivo estaba, entre los
filósofos de esa universidad, el espíritu de la filosofía
científica.
B. La situación de la filosofía en los Estados
Unidos
En Viena raramente manteníamos discusiones filosóficas con colegas
fuera de nuestro Círculo. En Praga aún tuve menos oportunidades
para discutir con filósofos, especialmente porque no pertenecía
a la División de Filosofía (es decir, las humanidades), sino a
la División de Ciencias Naturales. Sólo cuando empecé a
vivir en los Estados Unidos y fui miembro de un departamento de filosofía
pude tener un contacto frecuente y estrecho con otros filósofos. En Chicago
mantuvimos no sólo conversaciones privadas, sino también discusiones
en el seminario del departamento para miembros de la facultad y candidatos al
doctorado en filosofía, y se hacían prolongados exámenes
orales para acceder al doctorado, en los que participaba el departamento en
pleno.
En esta sección deseo hacer algunas observaciones, principalmente dirigidas
a los lectores con intereses filosóficos de otros países, sobre
el estado de la filosofía tal como lo encontré en los Estados
Unidos y especialmente en Chicago, así como mis reacciones personales
ante el mismo.
El contraste con la situación de la filosofía en la Europa central
era notable y para mí muy reconfortante. La lógica moderna, casi
desconocida entre los filósofos alemanes, muchos la consideraban aquí
un importante campo de la filosofía y se impartía en algunas de
las principales universidades. La Asociación de Lógica Simbólica
y su Journal se fundaron en 1936. Durante los últimos veinte años
he podido observar su desarrollo y también que su difusión ha
aumentado notablemente. Actualmente, al menos en principio, se reconoce la posibilidad
de su aplicación para clarificar problemas filosóficos y la mayoría
de filósofos comprenden, cuando menos, las partes más elementales
de la lógica simbólica. Es cierto que sólo una minoría
emplea este método, y que aún hay desacuerdos tales como el campo
en que puede resultar útil su aplicación, pero por lo menos todos
discuten seriamente esta cuestión.
En 1936, cuando llegué a este país, las escuelas tradicionales
de filosofía no tenían ni con mucho la misma influencia que en
el continente europeo. El movimiento del idealismo alemán, especialmente
el hegelianismo, que anteriormente había sido influyente en los Estados
Unidos, a la sazón había desaparecido casi totalmente. Las concepciones
neokantianas se exponían aquí y allá, pero no de una manera
ortodoxa sino más bien bastante influida por los recientes avances del
pensamiento científico, como los de Cassirer en Alemania. La fenomenología
tenía cierto número de partidarios, aunque la mayoría de
ellos en una forma liberalizada, no a la manera de Husserl y aún menos
en la versión de Heidegger.
Más influyentes eran aquellos movimientos filosóficos que tenían
una tendencia empirista en un sentido amplio. El pensamiento pragmático,
fundamentalmente en la versión derivada de John Dewey, tenía una
amplia representación entre los filósofos y en el movimiento educativo
progresista, el cual había adquirido gran influencia sobre los métodos
aplicados prácticamente en las escuelas públicas. Muchos filósofos
se llamaban a sí mismos realistas; sus presupuestos procedían
de los movimientos de realismo crítico y neorrealismo, que habían
surgido a principios de siglo como reacción al antiguamente poderoso
idealismo, y que por tanto tenían también una tendencia empirista.
La mayoría de seguidores de los movimientos mencionados rechazaban la
metafísica y resaltaban la importancia de las maneras científicas
de pensar para la solución de todos los problemas teóricos. En
los últimos veinte años, las ideas de la filosofía analítica
han logrado una aceptación cada vez mayor, en parte por la influencia
del empirismo lógico y también por la del movimiento británico
heredero de G. E. Moore y Wittgenstein.
Así, encontré en este país un ambiente filosófico
con el que congeniaba, en franco contraste con el de Alemania. La profunda impresión
que me causó este contraste me hizo quizás esperar demasiado,
y me embargó una excesiva impaciencia cuando vi que el pensamiento filosófico,
incluso en el país que gozaba de los mayores avances en este campo, aún
sufría un retraso enorme con respecto a la ciencia.
Para ser más concreto me gustaría hacer algunas observaciones
sobre el estado de la filosofía en el lugar en el que pasé la
mayor parte del tiempo y donde lo pude observar más de cerca; es decir,
en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chicago. Estas observaciones
no pretenden ser una narración objetiva, sino más bien una descripción
de mis impresiones y sentimientos personales sobre las que me parecieron fuerzas
y debilidades de la situación. En dicho departamento se daba una gran
importancia a la historia de la filosofía. Con mayor frecuencia que en
la mayoría de universidades del país, las tesis doctorales se
basaban en un conocimiento exhaustivo de las fuentes griegas y latinas de la
época antigua y medieval. La actitud metodológica hacia la historia
de la filosofía que aprendían los estudiantes se caracterizaba
por un exhaustivo estudio de las fuentes y por el énfasis en la necesidad
de que la doctrina de un filósofo se entendiese de manera inmanente,
es decir, desde su punto de vista, puesto que una crítica desde fuera
no haría justicia a las peculiaridades del filósofo en cuestión
y a su posición en el desarrollo histórico.
Esta formación en un rigor histórico y en una actitud neutral
me parecía útil y adecuada para los estudios históricos,
pero no suficiente para la formación filosófica en sí misma;
el cometido de la historia de la filosofía no es esencialmente diferente
del de la historia de la ciencia. El historiador de la ciencia no sólo
da una descripción de las teorías científicas, sino que
aporta también un juicio crítico de las mismas desde el conocimiento
científico actual, y a mi entender lo mismo sería necesario para
la historia de la filosofía. Este parecer se basa en la convicción
de que en la filosofía, no menos que en la ciencia, existe la posibilidad
de una visión acumulativa y por tanto de progreso en el conocimiento.
Evidentemente, tal formulación sería rechazada por el historicismo
en su forma pura.
Como ilustración de lo que podría llamarse neutralismo histórico,
recuerdo una tesis doctoral sobre la prueba ontológica de la existencia
de Dios. La tesis contenía principalmente un estudio histórico
y un análisis comparativo de las diversas formas de la prueba, así
como comentarios sobre algunas objeciones posteriores a la misma. Tanto por
la tesis como por la exposición oral, quedaba claro que el candidato
sabía que filósofos recientes, como Kant y Russell, habían
rechazado la prueba; pero al parecer, para él, ello no era más
que un ejemplo de la vieja regla según la cual cualquier aseveración
de un filósofo es rechazada por algún otro filósofo. No
tenía ni idea de que la lógica moderna, independientemente de
cualquier corriente filosófica, había mostrado definitivamente
que la presunta prueba no era válida lógicamente. En su opinión,
como en la de algunos de mis colegas, la prueba ontológica no sólo
tenía importancia histórica -lo cual está fuera de duda-
sino que también representaba un problema que aún debía
considerarse seriamente.
En algunas ocasiones, como por ejemplo en el examen mencionado y aún
más en discusiones con colegas en el seminario del departamento, me deprimía
ver que ciertos postulados filosóficos que me parecían superados
tiempo ha por el desarrollo del pensamiento crítico y, en algunos casos
completamente desprovistos de todo contenido cognitivo, se mantenían
aún, o cuando menos se abordaban, como si merecieran seria consideración.
Para mí uno de los ejemplos más chocantes de este retraso cultural
de la filosofía contemporánea fue una conferencia dada por Mortimer
Adler, en calidad de visitante en el seminario del departamento. Declaró
que podía demostrar, basándose en principios puramente metafísicos,
la imposibilidad de que el hombre descendiera del "bruto,"; es decir,
de formas subhumanas de animales. Evidentemente no tengo inconveniente alguno
en que alguien cuestione una teoría científica ampliamente aceptada;
lo que me pareció alarmante fue más bien el tipo de argumentos
empleados: se afirmó que podía darse con total certidumbre una
respuesta a la cuestión de la validez o no de una teoría biológica,
sin que tal respuesta tuviese en cuenta los hechos observables en biología
y paleontología que los científicos consideran relevantes y decisivos
para la teoría en cuestión.
En algunas reuniones de discusión filosófica tuve la extraña
sensación de estar sentado entre un grupo de eruditos medievales, con
luengas barbas y solemnes atavíos. Quizás esta sensación
se reforzaba cuando miraba a través de la ventana hacia los otros edificios
de la universidad, con su estilo gótico medieval. Tal vez soñaba
que uno de mis colegas planteaba la famosa cuestión de cómo varios
ángeles pueden bailar en la punta de una aguja; o imaginaba que los colegas
sentados a mi alrededor no eran filósofos, sino astrónomos, y
que uno de ellos proponía discutir el problema astrológico de
si es más favorable para el carácter y el destino de una persona
que el planeta Marte esté en Tauro o en Virgo a la hora de su nacimiento.
Me oía a mí mismo expresando humildemente la duda de si aquel
problema era propio del siglo XX, para oír que aquellos imaginarios colegas
astrónomos declaraban que debíamos ser amplios de miras, y que
los prejuicios personales jamás debían hacer que excluyésemos
ningún aspecto de la discusión.
Naturalmente, también hubo épocas en las que me dije que no debía
ser demasiado impaciente. En cualquier caso estaba claro que durante miles de
años la filosofía había sido uno de los campos del pensamiento
humano más vinculados a la tradición. Los filósofos, como
todo el mundo, tienden a seguir las maneras de pensar consuetudinarias; incluso
movimientos que se consideran muy revolucionarios, como el existencialismo entendido
como doctrina filosófica (distinguiéndolo del existencialismo
como actitud ante la vida), muchas veces se basan simplemente en la modificación
de un antiguo modelo metafísico, a saber, determinado sentir o actitud
ante el mundo revestido de un disfraz pseudoteórico. Pero a veces veía
también los aspectos más optimistas del cuadro; resulta esperanzador
recordar que el pensamiento filosófico ha experimentado un enorme progreso
en el transcurso de dos mil años, gracias a las obras de hombres como
Aristóteles, Leibniz, Hume, Kant, Dewey, Russell y muchos otros, que
básicamente pensaban de manera científica. Personalmente me considero
muy afortunado por vivir en un país que disfruta de los mayores avances
en pensamiento filosófico, y por trabajar con amigos con quienes comparto
una actitud filosófica común. Pero por encima de todo me siento
gratificado al ver que muchos jóvenes prometedores de la generación
que ahora está formándose trabajarán filosóficamente
de una manera que contribuirá a disminuir el retraso cultural.