EL CÍRCULO DE VIENA

 

Echeverría Javier (1989): Introducción a la Metodología de la Ciencia. Barcelona: Barcanova. Pp. 6-21

 

1. Introducción

 El Círculo de Viena se constituyó formalmente en 1922, en torno a la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas que había pasado a ocupar Moritz Schlick. Al principio era un centro de reunión y debate, pero a partir de 1929, tras la publicación de su primer manifiesto teórico (obra de Carnap, Neurath y Hahn), adquirió consistencia como una escuela con concepciones propias sobre la filosofía de la ciencia.

 Suele atribuirse al Círculo, si no la fundación, el primer impulso a las investigaciones y estudios sobre filosofía de la ciencia. Sin embargo, sus tesis básicas provienen de la combinación en un programa articulado de posturas que ya habían mantenido previamente otros autores, precedentes de lo que Blumberg y Feigl llamaron en 1931 positivismo lógico. Aunque tenga a Hume y a Comte como predecesores lejanos, el Círculo de Viena es una escuela netamente alemana en su origen. Tras la crítica del materialismo mecanicista por parte del neokantismo de Helmholtz y Hermann Cohen con su escuela de Marburgo, el fisico Ernst Mach derivó hacia un neopositivismo que negaba todo tipo de elementos a priori en las ciencias empíricas. Paralelamente, la física teórica iba a dar un giro fundamental con la aparición de la teoría einsteiniana de la relatividad y de la mecánica cuántica, cambios que tuvieron una influencia enorme en los neopositivistas. La incidencia del convencionalismo de Poincaré y Duhem también se dejó sentir en el Círculo de Viena, al igual que la creación de la lógica matemática, perfectamente configurada a partir de la publicación de los Principia Mathematica por Russell y Whitehead en 1905.

 Ya en 1907, el economista Neurath había fundado un grupo de trabajo con el matemático Halin y el físico Frank, que se ocupaba de filosofía de la ciencia, término netamente opuesto en Alemania a la Naturphilosophie, en la medida en que rechazaba la especulación metafísica sobre las ciencias de la naturaleza, y propugnaba el contacto directo de los filósofos con los científicos. En este sentido, la publicación del Tractatus Logico-Philosophicus de Wingenstein[1] en 1921, con su célebre tesis según la cual «el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas», reforzó notablemente las ideas neopositivistas, máxime por cuanto Wingenstein ofrecía un enlace perfectamente adecuado entre la tradición empirista y la nueva lógica matemática: Schröder y Hilbert, junto con la Escuela de Varsovia, que agrupaba a importantes lógicos polacos, pasaron a ser referencias obligadas desde la misma constitución del Círculo.

 Sus miembros fueron en su mayor parte personas con formación científica: Karl Menger, Hans Hahn, Philipp Frank e incluso Kurt Gödel asistían regularmente a las sesiones, junto con Schlick,, Carnap, Neurath, Feigl, Waismann y otros muchos. Momento importante fue la publicación en 1923 de Der Logische Aufbau der Welt por Carnap, así como las explicaciones de éste a los miembros del Círculo sobre el contenido de dicha obra a partir de 1925. La distinción de Russell entre hechos atómicos y moleculares[2], con la paralela distinción entre proposiciones atómicas y moleculares, permitía aplicar el aparato de la lógica de enunciados a las ciencias con contenido empírico. Por este motivo pasó a ser habitual la denominación empirismo lógico o, incluso, atomismo lógico, junto con otras como empirismo científico o empirismo consistente. En 1926 surge la Sociedad de Ernst Mach, formada por este mismo grupo de pensadores, los cuales a partir del Manifiesto de 1929 pasan a denominarse definitivamente Círculo de Viena. Con ellos vino a confluir la Escuela de Berlín, formada en torno a Hans Reichenbach, y que contó con figuras como Richard von Mises y posteriormente Carl Hempel. También el Conductismo norteamericano, por lo que se refiere a la psicología, acabó coincidiendo con las posturas básicas del Círculo, motivo por el cual en 1929 ya estaba en condiciones de organizar su primer congreso internacional en Praga, que tuvo continuidad en las reuniones de Königsberg, Copenhague, otra vez Praga, París y Cambridge.

 En 1930 salió la revista Erkenntnis, bajo la dirección de Carnap y de Reichenbach. Asimismo se publicaron una serie de monografías bajo el lema «Ciencia unificada», y se logró llegar a la fase de máxima actividad en la primera mitad de la década de los treinta. Pero el ascenso del nazismo, junto a las diversas vicisitudes personales de miembros relevantes del Círculo (Carnap y Frank pasaron a ser catedráticos en Praga, Feigl se trasladó a Iowa, y Halin murió en 1934), señalaron el principio del fin del Circulo de Viena. La condición de judíos de muchos de sus miembros contribuyó en buena medida a que comenzasen a pensar en salir de los países de habla alemana, y así Carnap se estableció en Chicago en 1936, y Neurath marchó a Holanda tras el asesinato de Moritz Sclilick en 1938, a manos de un perturbado. Neurath trató de continuar la publicación de Erkenntnis en La Haya, bajo el título de The Journal of Unified Science, y Carnap sacó a la luz en los Estados Unidos la International Enciclopedy for the Unified Science. Finalmente, el propio Feig1 hubo de huir a los EE.UU., y el nazismo disolvió los grupos de Berlín y de Varsovia, con lo cual el Círculo de Viena dejó de existir como tal.

 Esto no significa que su influencia decayera. Muy al contrario. La emigración de varios de sus miembros a los Estados Unidos y a otros países, prestigiados por la aureola de perseguidos por el nazismo, permitió una rápida internacionalización de sus teorías, principalmente en los países y universidades anglosajones. Ello dio lugar, si se quiere, a una segunda fase del empirismo lógico. Aquí adoptaremos el criterio de distinguir estas dos etapas, tanto por motivos históricos como por las diferencias entre las posturas del Círculo de Viena propiamente dicho y de lo que más tarde se ha venido en llamar Concepción Heredada.

 Para leer los principales escritos de los miembros del Círculo de Viena hay que remitirse a las publicaciones ya señaladas: Erkenntnis,            Journal of Unified Science, International Enciclopedy for the Unified Science. En lengua castellana la recopilación más accesible es, sin duda, la de Ayer[3] aunque también Kraft[4] y Weinberg[5] escribieron obras expositivas accesibles sobre las tesis y la evolución del Círculo. También hay traducidas varias obras de Carnap, así como algunas de Reichenbach y de Brigdman.

 Entre los estudios sobre el positivismo lógico que no son traducciones, conviene consultar el ensayo de Pascual Casañ Muñoz titulado Corrientes actuales de filosofía de la ciencia: I. Positivismo lógico, aparecido en 1984.

 

2. La ciencia unificada

 El proyecto institucional -y también teórico- común a casi todos los miembros del Círculo de Viena es la elaboración de la Enciclopedia para la Ciencia Unificada. Dentro de la tradición de Mach, Avenarius, etc., sus posturas son netamente contrarias a la metafísica, y muy particularmente a las tendencias como las de Hegel o Heidegger. Carnap escribió el célebre artículo «La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje»[6],  afirmando que «en el campo de la metafísica, el análisis lógico ha conducido al resultado negativo de que las pretendidas proposiciones de dicho campo carecen totalmente de sentido[7]». Los textos metafísicos clásicos están constituidos por pseudoproposiciones, totalmente estériles desde el punto de vista del conocimiento científico. Según Carnap, en esas obras se encuentran dos tipos de pseudoproposiciones: unas porque contienen palabras a las que con criterio erróneo se supone un significado, y otras que están mal construidas sintácticamente. Lo que luego ha llamado Hempel criterio empirista de significado, así como la inadecuación de la forma de las proposiciones filosóficas a las prescripciones de la lógica matemática, permitieron al positivismo lógico aplicar radicalmente la navaja de Ockham, descartando del pensamiento científico numerosos conceptos y trabajos llevados a cabo por la filosofía especulativa.

 El proyecto del Circulo estriba en conformar una filosofía científica. Las matemáticas (y la lógica), así como la física, son los dos grandes modelos a los que debe tender toda forma de discurso científico. El programa positivista de Comte en el siglo XIX debía ser culminado, convirtiendo la biología, la psicología y la sociología en ciencias positivas. En la convocatoria de la Preconferencia de Praga, en 1934, cuyo objeto era preparar el Primer Congreso Internacional sobre Ciencia Unificada, este objetivo se señala como general para todas, las ciencias:

 Hay que tratar sobre los fundamentos lógicos de todos los ámbitos científicos, y no sólo de la matemática y de la fisica.[8]

 El tema del que iba a ocuparse inicialmente era «Filosofia científica», pero se modificó: «Congreso para la Unidad de las Ciencias». Se convocaba a científicos de diversas disciplinas para reflexionar sobre la unidad de la ciencia y sobre la manera de lograrla: los problemas lógico-sintácticos, los de la inducción y la probabilidad, las aplicaciones de la Lógica a otras disciplinas, la sociología científica y la historia de la ciencia eran señalados expresamente como ámbitos de trabajo del Congreso.

 Pero, de hecho, la historia de la ciencia fue muy poco investigada por el Círculo de Viena, que abundó, en cambio, en trabajos sobre biología, psicología y semiótica, entendidas desde un punto de vista conductista.

 Entre las distintas tendencias existentes dentro del Círculo en relación con dicha unificación de la ciencia, acabó imponiéndose el fisicalismo, formulado por Otto Neurath, y acceptado finalmente por Carnap, cuyo estricto empirismo e inductivismo le había acercado en un principio al solipsismo. El fisicalismo se interesa por los enunciados observacionales, que serían la la base de cada una de las ciencias positivas. Al comparar la forma lógica de dichos enunciados (por ejemplo, Karl observa y la máquina fotográfica saca fotos) se comprueba que es la misma: la unificación de la ciencia debe llevarse a cabo reduciendo todas las proposiciones observacionales a lenguaje fisicalista, con lo cual se mostraría que existe un núcleo común a todas las ciencias positivas. La reducción a lenguaje fisicalista es, pues, el medio de llevar a cabo el programa para la unificación de la ciencia, y para ello hay que partir siempre de enunciados empíricos, y preferentemente observacionales.

 

3. El Lenguaje fisicalista

 Carnap defendió en un primer momento la reducción de los conceptos sociales, culturales e históricos a los conceptos del psiquismo propio, mediante reducciones sucesivas: tanto los conceptos ajenos como los propios debían ser reducidos primero a conceptos físicos, y luego a conceptos psíquicos propios. Los fenómenos del psiquismo individual, en la medida en que traducen hechos físicos, fundamentarían desde el punto de vista epistemológico la reducción del conocimiento de las distintas ciencias a una misma ciencia unificada. Pero esta posición fenomenalista de Carnap encontró oposición, por no garantizar suficientemente la intersubjetividad del conocimiento científico. De ahí que el fisicalismo, que se basaba directamente en proposiciones expresadas en lenguaje observacional, y con la misma forma lógica para todas las ciencias empíricas, acabara imponiéndose. Tal y como afirma el propio Carnap en 1932,

 el lenguaje fisicalista es un lenguaje universal, esto es, un lenguaje al cual puede traducirse cualquier proposición[9].

 Dicho lenguaje fisicalista tiene como elemento característico y constitutivo las proposiciones protocolares, las cuales fueron estudiadas por Otto Neurath en su conocido artículo titulado, precisamente, «Proposiciones protocolares».[10]

 Según Neurath, la ciencia unificada consta de proposiciones protocolares y de proposiciones no protocolares; en todo caso, unas y otras son proposiciones fácticas. Las primeras no son las proposiciones primarias (por ejemplo, para el sujeto individual), como a veces tendió a pensar Carnap, sino que son discernibles por su forma lingüística:

 Por ejemplo, una proposición protocolar completa podría decir:

«Protocolo de Otto a las 3.17: {la forma lingüística del pensamiento de Otto a las 3.16 era: (a las 3.15 había en el cuarto una mesa percibida por Otto)}.»[11]

 Todavía estamos, sin embargo, en un lenguaje fisicalista trivial. El lenguaje fisicalista altamente científico, que estaría completamente depurado de elementos metafísicos, exigiría que cada uno de los términos presentes en dicha proposición (por ejemplo, 'Otto') fuese sustituido por un sistema de determinaciones fisicalistas, por ejemplo definiendo la posición del nombre 'Otto' en relación a otros nombres propios: 'Carlos', 'Enrique', etc. Pero en una proposición protocolar del lenguaje fisicalista trivial, es esencial que aparezca algún nombre propio, con lo cual se trata de conservar el, carácter observacional de dicha proposición.

 Las leyes científicas y, en general, los enunciados utilizados por los científicos, surgirían a partir de las proposiciones protocolares por vía inductiva. Esta es otra de las características principales, desde el punto de vista metodológico, del Círculo de Viena, así como de la Escuela de Berlín: las ciencias empíricas están basadas en la inducción. Por supuesto, las proposiciones protocolares no pueden contradecirse; Neurath precisa que, en estos casos, también es posible eliminar proposiciones protocolares, por su forma, del sistema científico. En este sentido, las proposiciones protocolares requieren verificación, y están regidas por el criterio empirista de significado.

 

4. El criterio empirista de significado

El Círculo de Viena distinguió la ciencia de la metafísica basándose en un criterio epistemológico de significatividad cognoscitiva. Entre la multiplicidad de enunciados posibles, hay dos tipos propiamente científicos: las proposiciones analíticas o no contradictorias y las que. pueden ser confirmadas por la experiencia. Las primeras recogen los enunciados de las matemáticas, de la lógica y, en general, de las ciencias formales. El positivismo lógico considera todas estas ciencias no empíricas o, si se quiere, estrictamente sintácticas. En cuanto a las ciencias que poseen un contenido empírico, todos y cada uno de sus enunciados han de ser confirmables, al menos en principio, por la experiencia.

La verificabilidad pasa a ser, por tanto, el criterio para distinguir la ciencia de otros tipos de saber. Pero, a su vez, este criterio de significación empírica ha sufrido algunas modificaciones. Tal y como afirma Hempel en su artículo «Problemas y cambios en el criterio empirista de significado», el Círculo de Viena exigía al principio que dicha verificación fuese completa y por medio de la observación:

Una oración S tiene significado empírico si y sólo si es posible indicar un conjunto finito de oraciones de observación 01, 02, ... , On, tales que, si son verdaderas, S es necesariamente verdadera también.[12]

Al depender dicho criterio de las propiedades del condicional lógico, hubo que matizarlo, dado que toda proposición analítica sería inferible a partir de un conjunto finito de oraciones cualesquiera; y asimismo oraciones observacionales contradictorias entre sí nos permitirían inferir correctamente cualquier proposición, que de esta manera tendría significación empírica. Para evitar estas consecuencias inadecuadas de la primera formulación del criterio, hubo que excluir de la significatividad empírica los enunciados analíticos, así como exigir que el conjunto de proposiciones observacionales On fuese consistente.

Esto produjo dos consecuencias importantes: por una parte, las ciencias formales quedaron radicalmente escindidas de lo que Carnap llamó Ciencias reales (Realwissenschaften), y, por otra, las ciencias empíricas debían satisfacer determinados requisitos lógicos en sus inferencias, y en particular debían adaptarse a las formalizaciones derivadas de la lógica. Matemática entonces vigente. El modelo de una ciencia será aquel que ha podido ser axiomatizado, total o parcialmente, y que funciona en su razonamiento en virtud de reglas de derivación adaptadas a los preceptos de la metalógica.

 Pero, aun así, el criterio de significación empírica seguía presentando problemas. El principal de ellos estribaba en que los enunciados universales en general, y más concretamente las leyes científicas, quedaban excluidos del edificio de la ciencia. Un enunciado del tipo «todos los cisnes son blancos» no puede ser inferido necesariamente a partir de un número finito de observaciones. Surge aquí el llamado problema de la inducción, ya señalado por Hume, pero que en el siglo XX va a ser ampliamente discutido a partir de las argumentaciones de Popper.

 Aparte de otros problemas ligados a las peculiaridades de la tabla de valores de verdad del condicional lógico, Hempel señaló una nueva dificultad: de acuerdo con el criterio empirista de significado, una oración existencial («existe un cisne blanco») es plenamente verificable desde el punto de vista observacional, pero su negación no, por ser universal: ello plantea una importante dificultad lógica, pues algunos enunciados serían admisibles mientras que su negación no, siendo así que, desde tiempos de Aristóteles, está plenamente admitido que si un enunciado pertenece a un determinado dominio científico, su negación también tiene sentido en él, independientemente de que sea verdadera o no.

 El debate que surgió en torno a estas cuestiones fue muy amplio, y no se trata aquí de desarrollarlo[13]. Hempel, por ejemplo, consideró que «mientras nos esforcemos por establecer un criterio de verificabilidad para las oraciones individuales de un lenguaje natural, en términos de sus relaciones lógicas con las oraciones observacionales, el resultado será demasiado restrictivo o demasiado amplio, o ambas cosas»[14]. Algunos autores, como Carnap, intentaron resolver la cuestión tratando a fondo el problema de la inducción y, en particular, la lógica probabilitaria[15]. Otros prefirieron distinguir en la estructura de una teoría aspectos distintos de los estrictamente lógicos, suscitando la cuestión de los términos teóricos, los términos observacionales y las reglas de correspondencia. Sobre todo la crítica de Popper a la verificabilidad como criterio de significación empírica tuvo un impacto enorme, haciendo que estas posturas iniciales del Circulo de Viena fueran consideradas como un empirismo excesivamente ingenuo. Veremos todas estas cuestiones más adelante.

 

5. Verificación

 Las expresiones y fórmulas de la lógica y de las matemáticas no ha de verificarse, por ser analíticas. Pero el resto de los enunciados científicos ha de ser comprobable en la realidad, y a poder ser por observación.

 Wingenstein estableció en el Tractatus una dependencia lógica entre los enunciados científicos y las proposiciones elementales (cuyo equivalente en el Círculo de Viena son las protocolares): ‘La proposición es una función de verdad de la proposición elemental.'

 Pero este criterio se reveló excesivamente estricto: no es posible inferir los enunciados generales a partir de los atómicos. Y desde el punto de vista de la metodología de la ciencia, las leyes científicas, que son proposiciones cuantificadas universalmente, constituyen componentes fundamentales en una teoría científica.

El Círculo de Viena osciló entre la verificación y la simple confirmación de dichos enunciados. En su primera época, aún creía en la posibilidad de una verificación concluyente de los enunciados científicos, a partir de las proposiciones elementales. Pero posteriormente fue derivando hacia tesis menos estrictas, aun afirmando, como sucede con Schlick[16], que el último paso de verificación ha de consistir en observaciones o en percepciones de los sentidos.

 Los enunciados generales, las leyes científicas y, muy en Particular las teorías, no pueden ser verificadas directamente, confrontándolas con la empiria. Lo que sí puede hacerse es extraer las consecuencias lógicas concretas de una ley o de una teoría y comprobar que, efectivamente, la experiencia ratifica dichos resultados. Este procedimiento de verificación, que en realidad nunca es total respecto de la ley o de la teoría, ya que siempre hay otras consecuencias que todavía no han sido verificadas, reviste particular importancia en el caso de las predicciones. Para el Círculo de Viena, y posteriormente para otros muchos filósofos de la ciencia, lo esencial del saber científico es su capacidad de predecir exactamente fenómenos fisiconaturales. Al ser verificada la corrección de una determinada predicción, las teorías y las leyes, si no verificadas, quedan al menos confirmadas, aunque sea parcialmente. El astrónomo Leverrier, por ejemplo, predijo la existencia de un octavo planeta en el sistema solar, Neptuno, como una consecuencia que se derivaba lógicamente de la mecánica newtoniana. Años después, el 23 de septiembre de 1846, otro astrónomo, J. G. Galle, comprobó por observación que, efectivamente, el planeta predicho existía. Y otro tanto sucedió ulteriormente con Plutón. Para el empirismo lógico, estos logros son paradigmáticos de lo que debería ser la metodología científica. No puede decirse que la teoría haya quedado totalmente verificada, pero sí tiene lugar una confirmación objetiva de dicha teoría. Consecuentemente, una determinada ley universal, o teoría, ha de reducirse por la vía de la inferencia lógica a sus consecuencias empíricas concretas y determinadas: una vez llevada a cabo esta labor, propiamente deductiva (y común a las ciencias formales), tiene lugar lo más propio de las ciencias empíricas: la confrontación de dichas predicciones con la experiencia, que puede confirmar o no lo previsto. La veríficabilidad experimental de sus predicciones caracterizaría a la ciencia frente a otros tipos de saber humano.

 Verificar, al decir de Kraft,[17] es «comprobar la conformidad de un hecho predicho con uno observado». Una teoría científica posee contenido empírico porque es capaz de predecir hechos concretos y perceptibles; es aceptable en la medida en que sus predicciones hayan sido confirmadas empíricamente.

 Ahora bien, estudios ulteriores han mostrado que los procedimientos de verificación no son metodológicamente tan inocuos como se supuso en el Círculo de Viena. Sucede con frecuencia, por ejemplo, que los aparatos de observación y de medición presupongan por su propia construcción algunas otras teorías científicas, e incluso la teoría misma que se trata de verificar, con lo cual se incurriría en cierto círculo vicioso, desde el punto de vista metodológico, en los procesos de verificación empírica. Los términos teóricos (por ejemplo, masa, electrón, etc.) sólo son traducibles a términos directamente observacionales por medio de una serie de artilugios científicos que genéricamente suelen denominarse reglas de correspondencia. Posteriormente habremos de ocuparnos de esta cuestión, que desborda el marco epistemológico del Círculo de Viena, pero que supuso una fuerte objeción a sus postulados observacionales como criterios de verificación empírica.

Aunque basándose en otras argumentaciones, ya en el propio Círculo de Viena surgieron objeciones al criterio wittgensteiniano de verificación concluyente (por derivación lógica a partir de proposiciones elementales) e incluso contra la propia noción de verificación. Neurath y Hempel, por ejemplo, afirmaron que las proposiciones sólo pueden ser confrontadas con otras proposiciones y no con hechos: de ahí su insistencia en la delimitación de los enunciados protocolares como base empírica de una determinada teoría.

La cuestión de la verificación y la confirmación, por otra parte, está ligada a un tema fundamental para la filosofía de la lógica: la teoría de la verdad. La concepción clásica de la verdad, presente ya en Parménides, pero formulada de manera explícita por Aristóteles, la conceptuaba como una adecuación entre el decir y el ser: decir las cosas como son era sinónimo de discurso verdadero. El empirismo lógico renunció a la categoría de ser, así como a la de cosa, por metafísicas, sustituyéndolas por la de hechos; pero desde el punto de vista de la concepción de la verdad, siguió adherido al criterio clásico de la adequatio o correspondencia entre proposiciones y hechos. Los enunciados científicos pueden ser verificados en la medida en que se correspondan a los hechos observados o, si se prefiere, las observaciones empíricas han de concordar con las predicciones realizadas por los científicos. El criterio de verificación sufrió, por tanto, nuevos embates desde los defensores de otro tipo de teorías sobre la verdad científica, como la teoría de la coherencia o la concepción pragmatista de la verdad. Todo lo cual dio lugar a diversas modificaciones de dicha noción de verificación.

 Una de las distinciones que, en etapas ulteriores, fue generalmente aceptada por los miembros del Círculo es la que diferencia verificación y verificabilidad. Una proposición es verificable cuando, al menos en principio, es posible llevar a cabo experimentos y observaciones empíricas concordes con lo dicho en la proposición. En cada momento, no todas las proposiciones empíricas han sido efectivamente verificadas, pero sí lo han sido algunas, y las demás son verificables en principio. Esta corrección, muy importante, matizaba el criterio de cientificidad inicial.

 Schlick habló de una comprobabilidad en principio, mientras que Carnap prefería el término de verificabilidad en principio[18]. Asimismo Ayer introdujo otro matiz, al distinguir entre verificabilidad en sentido fuerte, cuando una proposición puede quedar establecida concluyentemente por medio de la experiencia, y verificabilidad en sentido débil, cuando la experiencia sólo permite determinar que esa proposición es probable en un grado lo suficientemente elevado. Surge así un nuevo concepto de verificación, cuyos orígenes están en Reichenbach y en el propio Carnap: el probabilístico, ligado a las investigaciones que se llevaron a cabo en esa época sobre lógica inductiva y lógica probabilitaria.

 

6. Inducción y probabilidad

 Tal y como ha mostrado Rivadulla,[19] las tesis de Carnap fueron evolucionando, desde sus posiciones verificacionistas iniciales hacia una afirmación de la confirmación progresiva, e incluso de un grado de confirmación de los enunciados empíricos. En 1936 ya admitía la confirmabilidad como criterio, y a partir de 1949 va a desarrollar su teoría del grado de confirmación, que enlazará, el empirismo inicial del Círculo de Viena con la lógica probabilitaria.

 La confirmación de un enunciado, según Carnap, es estrictamente lógica: los datos observacionales han de ser confrontados lógicamente con las consecuencias que se derivan de una determinada ley o teoría. Si en un momento dado disponemos de una serie de datos, oi, obtenidos por observación, y de una serie de hipótesis explicativas de esos datos, hj, hemos de determinar la probabilidad de cada una de las hipótesis hj con respecto a las observaciones con que se cuenta en un momento dado. La comparación entre las probabilidades respectivas, que definen el grado de confirmación de cada hipótesis, nos permite elegir como hipótesis confirmada aquella que, para unos determinados datos observados, posee mayor grado de probabilidad.

 Surge así el concepto de grado de confirmación de un enunciado científico, que conlleva la previa cuantificación de la noción de confirmación: lo cual es posible apelando a la teoría de la probabilidad. Una hipótesis posee una probabilidad inductiva, que va aumentando o disminuyendo según las nuevas observaciones confirmen o no dicha hipótesis. El valor de una hipótesis va ligado al mayor o menor número de datos empíricos conformes a dicha hipótesis. Consiguientemente, el científico admite unas u otras hipótesis en función del aumento de su grado de confirmación. Hay una lógica inductiva, de base netamente probabilista, subyacente a las teorías empíricas. Lejos ya del criterio wittgensteiniano de la verificación concluyente, por vía deductiva a partir de unas proposiciones elementales cuya verdad ha sido sólidamente establecida por la vía de la observación, en los últimos desarrollos del Círculo de Viena se acaba apelando a una lógica inductiva, que a su vez Carnap intentó axiomatizar en forma de cálculo lógico. En la obra ya mencionada de Rivadulla pueden seguirse las sucesivas tentativas de Carnap en este sentido.

En cualquier caso, el empirismo lógico acabó confluyendo en una afirmación de la inducción como el método principal de las ciencias empíricas. La lógica inductiva permitiría fundamentar el criterio de significación empírica, inicialmente basado en la verificabilidad observacional, y finalmente en el grado probabilístico de confirmación de una determinada hipótesis. Entretanto, y desde otras posturas, se hacían críticas de principio a las tesis del Círculo de Viena y de sus epígonos. Así sucedió, en particular, con Popper, quien va a orientar la metodología científica en un sentido muy distinto.



[1] L. Wittgenstein, Tractatus.... § J. l, p. 35 de la traducción castellana.

[2] B. Russell, La filosofía del atomismo lógico, p. 278 del volumen Lógica y conocimiento, traducción de J. Muguerza.

[3] A. J. Ayer (comp.), El positivismo lógico (México, FCE, 1965).

[4] V. Kraft, El Círculo de Viena (Madrid, Taurus, 1966).

[5] J. R. Weinberg, Examen del positivismo lógico (Madrid, Aguilar, 1959).

[6] R. Carnap, en A. J. Ayer, El positivismo lógico, pp. 66-87. 7. Id., ibíd., p. 66.

[7] Id., Ibíd., p. 66

[8] Erkenntnis, 5 (1935), p. 1.

[9] R. Carnap, «Psicología en lenguaje fisicalista», en A. J. Ayer, El positivismo lógico, p. 171.

[10] En A. J. Ayer, El positivismo lógico, pp. 205-214.

[11] En A. J. Ayer, El positivismo lógico, p. 208.

[12] En A. J. Ayer, El positivismo lógico, pp. 11 S- 136. 14. Ibíd., p. 118.

[13] Véase por ejemplo A. Rivadulla, Filosofía actual de la ciencia (Madrid, Editora Nacional, 1984), donde se estudian detalladamente estas cuestiones.

[14] A. J. Ayer, El positivismo lógico, p. 123.

[15] Véase, más adelante, sección 6.

[16] M. Schlick, «Meaning and Verification», en Philosophical Review, 45 (1936), pp. 337-369.

[17] V. Kraft, El Círculo de Viena, p. 137.

[18] A. J. Ayer, Lenguaje, verdad y lógica (Barcelona, Martínez Roca, 197l).

[19] A. Rivadulla, Filosofía actual de la ciencia, cap. III.