ADORNO, THEODOR WIIESENGRUNDI (1903‑1969), nac. en Frankfurt a. M., estudió en las Universidades de Frankfurt y Viena. En 1924 trabó amistad con Alban Berg, estudiando bajo su dirección composición musical. Se deben a Adorno numerosos trabajos de musicología, que ocupan un lugar importante en su obra escrita, junto a sus trabajos sociológicos y filosóficos. En 1930, Adorno empezó una relación de muchos años con el Instituto para la Investigación Social (Institut für Sozialforschung), de Frankfurt, en estrecha colaboración con Max Horkheimer. Adorno y Horkheimer son considerados los dos principales guías de la llamada «Escuela de Frankfurt». En 1931, Adorno presentó su «Habilitationsschrift» (sobre Kierkegaard) para Paul Tillich.  En 1933 el gobierno nazi le privó de su venia legendi. Pasó varios años en Inglaterra, especialmente en el "Merton College", de Oxford. En 1938 se trasladó a Nueva York, con el fin de proseguir los trabajos del Instituto. En 1949 regresó a Alemania, y a partir de 1951 hasta su muerte profesó filosofía y sociología en la Universidad de Frankfurt, encabezando el mencionado «Instituto».

Adorno examinó críticamente la marcha hacia la intimidad y la subjetividad propugnada por Kierkegaard. Paradójicamente, esta marcha lleva, según Adorno, a la abstracción, así como a la reificación, ya que huye de la historia real. Por otro lado, la idea kierkegaardiana de subjetividad expresa la condición social e histórica de la que, a la vez, intenta escapar ‑lo que, por lo demás, es típico de toda ideología‑ De modo similar, el «matematismo» y el «absolutismo lógico» de Husserl son una huida del tiempo histórico concreto y una entrega al idealismo, que expresan una determinada realidad social. Adorno se opuso a todo individualismo abstracto, esto es, a toda noción de individuo ajena a su componente social, pero a la vez se opuso a la disolución del individuo en lo social, ya que en tal disolución desaparece su carácter concreto. El único modo de evitar la posible doble caída en la subjetividad y en lo abstracto consiste, según Adorno, en la adopción de un método dialéctico. Este es de tipo hegeliano, pero, al mismo tiempo, se opone a Hegel en la medida en que rechaza el contenido de su ontología.

Adorno adoptó la teoría crítica, expuesta y desarrollada asimismo por Horkheimer. Las posiciones de estos dos autores difieren en varios puntos tanto filosóficos como políticos. En este último respecto se estima que Adorno ocupó en la Escuela de Frankfurt una postura «centrista» entre Horkheimer y Marcuse. El pensamiento de Adorno es, en todo caso, más acusadamente dialéctico que el de Horkheimer. Es asimismo menos sistemático o, en todo caso, menos determinado por consideraciones de carácter filosófico. Más aún que Horkheimer, Adorno lleva a cabo la crítica de las ideologías, e incluye en éstas las teorías filosóficas, que expresan situaciones al tiempo que frustraciones sociales. Específicamente, Adorno denuncia en dos direcciones de pensamiento aparentemente contrarias ‑la «ontología» y el «positivismo» una raíz común: ambas son dogmáticas. Lo es asimismo, sin embargo, el materialismo dialéctico ortodoxo. En ultimo término, todas estas corrientes son víctimas de una subjetivismo idealista, ignorante de la realidad, ignorante inclusive de lo que pueda haber en el idealismo de fecundo como planteamiento claro del problema de la apropiación por el sujeto del objeto. Adorno insiste en el carácter mitológico o mitologizante del pensamiento filosófico, y hasta de todo pretendido pensamiento dialéctico.

Contra la dialéctica «positiva», Adorno propone una «dialéctica negativa». Las dialécticas que han elaborado muchas de las «teorías del progreso» son dialécticas inauténticas, de carácter meramente abstracto y fundadas en «fases» o «etapas» que se suceden una a otra casi mecánicamente. La meta última de tales dialécticas ha sido la misma que la de la "teoría tradicional" el dominio. Pero al dominar, o tratar de dominar, la Naturaleza y el medio, el hombre ha terminado por convertirse él mismo en objeto de su propio dominio, esto es, se ha reificado y alienado. Adorno se ha planteado a menudo la cuestión de cómo ha sido posible que las ideas de progreso y de emancipación o liberación hayan conducido a lo opuesto: a la esclavización, sea en nombre de una tecnología refinada o de una doctrina dogmática. Ello ha ocurrido porque en semejantes ideas se ha olvidado que «la historia universal debe construirse y negarse». Es necesario, pues, al hacer funcionar la dialéctica negativa, criticar a fondo toda filosofía y aun toda utopía, las cuales tienden a ser «positivas» en la medida en que siguen siendo doctrinarias. Una verdadera utopía es, según Adorno, «ineflable»; la utopía es una sociedad no represiva en la cual no es ya necesario disertar sobre la utopía.

La dialéctica negativa excluye toda conceptualización definitiva y tiene en cuenta el movimiento incesante del pensamiento al que no puede satisfacer ninguna alternativa. La propia lógica se convierte entonces en lógica dialéctica, donde la contradicción se hace objetiva. Curiosamente, el ejercicio de la lógica dialéctica, que salta por encima de toda categorización, lleva a poder comparar la teoría filosófica impulsada por la dialéctica negativa con una obra de arte, la cual no dice nada propiamente sobre la realidad. Representar los antagonismos sociales no es conceptualízarlos, sino representarlos miméticamente. Sólo así puede «hablarse» de la realidad social. Esto es distinto tanto de un materialismo dialéctico rígido como de una filosofía de la praxis. La negatividad dialéctica rechaza toda identificación, toda predicación; sólo con ello puede alcanzarse una liberación.